DISTINCIONES

viernes, 23 de diciembre de 2011

Diciembre 2011

Julio 2011

Lady in Red

martes, 20 de diciembre de 2011

Relato Corto
Llegaba tarde a la reunión de directorio ¡Corre, Camila, corre! Se instó a sí misma.
Mientras ingresaba al lujoso edificio de oficinas y se apresuraba para llegar al ascensor –a pesar de sus zapatos de tacones de aguja que estaban matándola–, gritaba al grupo de gente que estaba entrando para que la esperaran.
—¡Gracias, gracias! —dijo jadeando y ubicándose en el único espacio vacío que había en el abarrotado elevador.
Temiendo que su maquillaje se hubiera corrido por la carrera, buscó el pequeño espejo que llevaba siempre en su bolso y observó sus mejillas coloreadas. ¡Ufff, que desastre! Pensó y procedió a retocar sus labios con un suave brillo sabor a fresas.
—¿Frutillas, fresas o moras? —preguntó una seductora y grave voz en sus oídos, solo para que ella lo escuchara—. Daría mi brazo izquierdo por probarlo.
Camila levantó el espejo y observó los hermosos ojos grises que la observaban desde atrás.
—¿Tan poco valgo que solo darías el brazo izquierdo, Horacio? —retrucó siguiéndole el juego y estremeciéndose ante la cálida respiración tan cerca de su cuello.
—Soy zurdo, cariño —dijo, tapándole metafóricamente la boca con esa afirmación.
De todas formas ya no pudo contestarle. Al llegar a su piso, salió como alma que lleva el diablo y se apresuró a llegar a la sala de juntas, saludando cortésmente a todos los miembros y pidiendo disculpas por el atraso.
Horacio Laprida, que llegó detrás de ella, hizo lo mismo.
La reunión de ese día era la más aburrida del año. Se cerraba el presupuesto anual y se aprobaba el del año siguiente. Para tratar de despertarse, se sirvió café antes de sentarse y procedió a beber un sorbo mientras recorría la vista por el grupo de vejestorios que tenía delante de ella, saludó con una sonrisa a su mejor amiga Irene, la directora de marketing hasta llegar a Horacio.
¿Por qué tenía que ser tan jodidamente atractivo? Pensó mientras lo observaba. Él estaba conversando con el gerente de informática, por lo que pudo mirarlo a su antojo. Aparentemente se había cansado de perseguirla, porque hacía poco más de un mes que no trataba de seducirla. Iban a cumplirse dos años desde que se conocieron, cuando él llegó a la firma como abogado, y durante un año entero intentó por todos los medios intimar con ella. Pero él era justamente el tipo de hombre seductor y mujeriego que había rehuido desde una experiencia que tuvo con uno de similares características cuando apenas tenía poco más de veinte años.
Camila Zavala era una hermosa mujer de 35 años, extremadamente precavida, una ejecutiva de renombre que hacía doce años trabajaba en Masterson Corp. Había empezado como dibujante cuando estaba terminando sus estudios de diseño de interiores y escaló todas las posiciones hasta llegar a ser gerente del departamento creativo, solo una de las ramas de la inmensa corporación.
El zumbido del vibrador de su BlackBerry la sacó de sus pensamientos.
«Firefighter: Dime que no llevas bragas»
Camila sonrió pícaramente. Hacía un par de meses Irene le había mostrado como ingresar a una sala de chat para mayores de treinta años, y a pesar de que trató de no engancharse, ese lugar la tenía embobada. Más que el sitio, era el misterioso Firefighter quien la tenía cautivada.
«Lady in Red: Si mis asociados miraran en este momento debajo de la mesa, se sorprenderían»
«Firefighter: Abre tus piernas para que se airee tu hermoso coño»
«Lady in Red: ¿Cómo sabes que es hermoso?»
«Firefighter: La mente es el más poderoso de los afrodisiacos, amor»
—Señorita Zavala… ¿me está escuchando? —preguntó el presidente con el ceño fruncido.
—Oh perdón, señor Restrepo… —Camila estaba totalmente ruborizada— estaba distraída.
—Bien, le repito ¿cuáles son sus prioridades dentro del presupuesto de su departamento?
A partir de ahí dejó de lado el celular y se concentró en la reunión.
Apenas terminó, corrió a su despacho para poder leer tranquilamente lo que él le había escrito.
—¿Por qué tan apurada? —preguntó Irene siguiéndola.
—Tengo que contestar las locuras de cierto hombre misterioso que está licuando mi cerebro, Ire —dijo riendo.
—¿Todavía sigues con eso? Ya es hora de que se encuentren y apaguen el fuego que los está consumiendo, amiga, dile que haga honor a su nick.
Asintió sonriendo y se separaron en un pasillo. Había dos mensajes más:
«FF: En este momento me gustaría ser un lobo para escabullirme debajo de esa mesa y lamer tus fluidos con mi lengua… ¡qué deliciosa debes ser!»
Camila se estremeció involuntariamente y suspiró acomodándose en la silla giratoria de su despacho. Hacía tanto tiempo que no permitía que un hombre se acercase lo suficiente para llegar a "lamer sus fluidos" como él decía, que ya ni se acordaba de cómo se sentía. Como ella no le había contestado el último mensaje, debió suponer que no podía:
«FF: ¿Estás ocupada? Cuando puedas, cuéntame qué planes tienes para Navidad»
Le contestó desde la laptop, ya que era más cómodo escribir desde ahí:
«LIR: Navidad en familia, voy a casa de mis padres, ¿y tú?»
«FF: Le mandé una carta a Papá Noel pidiéndole tres deseos: follarte, follarte y follarte»
«LIR: ¿Y si cuando nos encontramos no te gusto o no me gustas?»
«FF: Sé que te gustaré y tú… ¿Cómo puedo no adorarte? Hace dos meses que hablamos a todas horas. Si no me has mentido, eres perfecta para mí, en edad y físico. Conozco tu alma, y eres preciosa, conozco tus gustos y coinciden con los míos… el resto es superfluo»
«LIR: Mmmm, dudo que sea tan sencillo como dices. Los sentidos juegan un papel importante en una relación, nosotros nunca nos vimos, no nos olimos, ni tocamos o escuchamos»
«FF: Si tienes miedo, encontrémonos en la oscuridad, solo sintiéndonos, nuestros corazones sabrán quiénes somos y se reconocerán»
«LIR: Eso es muy arriesgado, además de peligroso»
«FF: ¿Hace cuánto no corres un riesgo, amor?»
¿En el amor? Nunca, pensó.


Todos los años se hacían dos fiestas en la Corporación, una antes de Navidad para los ejecutivos y sus familiares, en las oficinas centrales, y otra de año nuevo en la fábrica, donde también agasajaban a los obreros. Camila estaba bebiendo champagne y riendo en el gran salón de eventos, cuando vio entrar a Horacio.
Lo miró, y como siempre sintió que su corazón daba un vuelco.
Un extraño sentimiento entre tristeza y ansiedad se apoderó de ella. Antes él aprovechaba cada ocasión que podía para acercarse a su oficina y hablarle, o encontrarse con ella cuando salía a almorzar. Siempre dejaba unas margaritas en su despacho porque sabía que le gustaban, o una tira de chocolates Ferrero Rocher, que adoraba. Y cada vez que podía la arrinconaba para tratar de robarle un beso, lo cual nunca había conseguido. Todo eso había terminado repentinamente.
—Deja de mirarlo como si quisieras comerlo —dijo Irene.
—¿Sabes que las mujeres somos idiotas, no? —Miró a su amiga—. Cuando me perseguía no le daba corte, sin embargo ahora que ya no me hace caso, suspiro por él como una colegiala.
—Cami, necesitas sexo urgente… —dijo su amiga riendo—, por cierto ¿con quién vino?
Camila volteó y lo miró de nuevo. Una espectacular rubia estaba colgada de su brazo.
—¿Te das cuenta del motivo por el cual nunca quise tener nada con él? —Sintió ganas de vomitar— ¡Por Dios! Esa chica no debe tener más de 20 años… viejo verde cholulo y mujeriego.
—Tampoco es tan viejo, amiga ¿Cuántos años tiene, 42?
Camila asintió con la cabeza y bebió hasta el fondo su copa de champagne.
Decidió divertirse, él tenía una nueva conquista… pero ella también. Frunció el ceño ¿Realmente la tenía? Se sintió miserable, ni siquiera sabía el nombre de Firefighter, solo que era un cuarentón divorciado con dos hijos universitarios. Pero no sabía cómo era físicamente –al margen de los pequeños detalles que le había dado–, o como caminaba, comía o dormía.
Tenía que conocerlo, tenía que arriesgarse. Tomó su BlackBerry, y escribió:
«LIR: Papá Noel te concedió los tres deseos. Hagámoslo»
«FF: No veo la hora, amor… ¿cuándo y dónde?»
«LIR: Después de Navidad, salgo de viaje a casa de mis padres mañana. Organízalo y avísame»
«FF: Yo también viajo con mis hijos y vuelvo el miércoles… ¿Qué tal el jueves?»
«LIR: Perfecto»
«FF: Te daré las coordenadas. Y soñaré contigo todos estos días hasta que pueda tenerte en mis brazos y follarte hasta caer desfallecidos. Te deseo, amor»
«LIR: Yo también, cielo, con locura»


Y llegó el día "D".
A pesar de la tensión y la preocupación por lo que iba a hacer, había pasado una Navidad hermosa junto a su familia. Y Firefighter no dejó de comunicarse con ella un solo día, sus mensajes eran una rara mezcla de palabras obscenas preparando el ambiente para cuando se encontraran y de ternura tratando de tranquilizar sus temores por el inminente encuentro.
Y allí estaba, sola en la suite de un hotel de lujo, con todas las cortinas completamente corridas.
Todavía no podía calmarse, a pesar de haber seguido todas las instrucciones que él le había dejado anotadas en un papel:
1. El camisón es para ti… póntelo.
2. No abras las cortinas.
3. Bebe el champagne.
4. No te asustes cuando las luces se apaguen.
5. Confía en mí.
La nota olía a jazmín. La acercó a su nariz y absorbió el aroma.
Y se tensó completamente cuando la habitación quedó a oscuras. Pegó un gritito ahogado y estrujó el papel en sus manos, acercándose a tientas hasta el dosel de la cama, apoyándose en él.
¡Dios Santo, Dios Santo! ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Y si es un asesino en serie? ¿Y si es un loco? Miles de imágenes pasaron por su cabeza en unos pocos segundos.
—Cambié de opinión ¡quiero verte! —casi gritó— Enciende las luces, por favor.
—Tranquila, amor —dijo el desconocido susurrando y apoyando las manos en sus brazos desde atrás—. No te haré daño, no soy ningún psicópata y sabes lo mucho que te deseo. Ésta es la mejor forma de conocernos ahora, deja que nuestros corazones se encuentren antes que los otros sentidos.
—Tienes una hermosa voz —susurró Camila.
—Tú también, amor —y deslizó las manos por sus brazos— y tu piel parece terciopelo.
Le besó el hombro y el cuello, ligeros toques como si de una pluma se tratara. Ella se relajó, apoyó la espalda en su torso y giró la cabeza. Sus bocas se encontraron, él movió los labios sobre los suyos, entreabriéndolos ligeramente, lo bastante para que ella pudiera detectar la humedad de su boca. Camila enterró los dedos en su pelo y él le besó la barbilla, las mejillas, los párpados cerrados, las sienes, muy suavemente, con ternura. Y después regresó a su boca para lamerle los labios con la punta de la lengua, que desplazó de comisura a comisura.
Él tenía razón, era mucho mejor de esta forma, podía concentrarse solo en su toque y no distraerse con mirarlo, ya tendría tiempo para eso.
Camila volteó y absorbió su aroma varonil. Recorrió su cara con las manos, tocó su nariz y su boca, bajó por su cuello y su pecho. Los suaves vellos acariciaron la yema de sus dedos. Él dejó que lo conociera en la oscuridad, sin hacer nada, solo gemía y acariciaba sus brazos.
—Eres alto, y… estás desnudo —dijo cuando llegó a sus nalgas.
—Igual que tú —contestó bajando los breteles del camisón hasta que la prenda cayó al suelo formando una cascada de encajes a sus pies.
Camila aspiró con fuerza y una poderosa sensación que se originó en su garganta le recorrió el cuerpo, pasando por el pecho y deteniéndose en la entrepierna, donde le provocó un repentino hormigueo. Reconoció al instante lo que era: deseo sexual puro y duro.
Y ya no hubo ningún tipo de contención cuando ella soltó las riendas.
Cayeron en la cama entrelazados y volvió a besarla. En esa ocasión separó los labios  y cuando le introdujo la lengua, ella la succionó con fuerza antes de acariciársela con los dientes. Su premio fue un gemido muy ronco.
Una de esas manos fuertes, cálidas y de dedos ágiles, comenzó a explorar su cuerpo. Se detuvo en sus pechos y los pellizcó con delicadeza con el pulgar y el índice, aumentando la presión poco a poco, intensificando el deseo. Luego se llevó un pezón a la boca, lo succionó, lo mordisqueó y lo rodeó con la lengua, logrando que le enterrara las manos en el pelo y se aferrara a él con fuerza.
Camila se incorporó hasta colocarse de costado y pasó una pierna sobre las de su amante y empezó a frotarse contra su cuerpo, rotando las caderas. Cuando vio que se alejaba de su pecho para frotarle el cuello con la nariz, tomó su erección en la mano y se dispuso a acariciarlo con suavidad. En cuanto intensificó las caricias, oyó cómo él emitía un gemido que más bien le pareció un gruñido.
Él no se quedó atrás. La mano con la que le había acariciado los pezones se introdujo entre sus muslos para explorar entre sus pliegues hasta que notó que uno de sus dedos la penetraba.
Estaba húmeda. Sentía la humedad de su cuerpo y también oía el sonido que producía. El deseo se transformó en pura agonía. En un abrir y cerrar de ojos, su amante la instó a tumbarse de espaldas y se colocó sobre ella. Era grande y pesado.
Extraordinariamente grande.
Maravillosamente pesado.
Él le apartó los muslos con las rodillas hasta que separó las piernas al máximo. Las dobló, y lo rodeó con ellas mientras la aferraba por las nalgas para levantarle las caderas. Y entonces se hundió en ella con una poderosa y certera embestida.
Fue tan inesperado que Camila tomó aire con fuerza y no fue capaz de soltarlo.
Él se mantuvo inmóvil mientras apartaba las manos, que hasta ese instante tenía bajo sus nalgas, y ella aprovechó para afianzar la postura de sus piernas, buscando el ángulo más cómodo para relajarse. Tensó los músculos en torno a su miembro y notó que estaba muy duro.
En esa ocasión fue él quien aspiró el aire con brusquedad, antes de empezar a moverse.
Lo que siguió fue placer carnal, puro y absoluto. Cada envite, cada movimiento, aliviaba y a la vez espoleaba el deseo. Cada embestida era más profunda que la anterior. Ansiaba que ese momento durara eternamente, ese deleite sensual que superaba todas sus expectativas. Pero no podía durar, estaba claro. Y al final se alegró de que así fuera. Porque tenía la sospecha de que se habría vuelto loca si no hubiera sentido esa sensación que los invadió de forma inexorable y que se extendió por sus cuerpos hasta dejarlos exhaustos, temblorosos y saciados de una forma que desafiaba cualquier descripción.
—Por fin, amor —ella escuchó el susurro ya adormilada.


Si hubiera podido negarse, Camila no habría asistido al día siguiente a la fiesta de fin de año en la fábrica. Estaba terriblemente enojada. Le habían mentido y usado de la forma más vil posible.
En todo el día no contestó ni un solo mensaje de su amante. No podía, no sabía que decirle.
Miró hacia la entrada y vio a Horacio llegar. Frunció el ceño.
De nuevo lo acompañaba la hermosa niña-mujer que había estado con él en la fiesta anterior, se colgaba de su brazo y le sonreía… y él le devolvía la sonrisa con adoración.
¡Lo único que faltaba! Pensó conteniendo las ganas de vomitar.
Él la vio y sonrió. Ella lo miró con asco y sin poder contenerse se dirigió hacia la terraza del salón. Necesitaba aire, apenas podía respirar de la rabia que sentía. Se apoyó en uno de los pilares y trató de calmarse, hasta que sintió una presencia detrás de ella y se tensó.
—Camila… estás preciosa —dijo Horacio.
—¡Maldito bastardo desgraciado! —le gritó exasperada, volteándose para mirarlo— ¿Cómo te atreves a hablarme luego de haberme engañado de la forma que lo hiciste? ¿Sabías que era yo, no? Tú si lo sabías… admítelo.
—Podría habértelo explicado si te hubieras quedado a mi lado anoche, sin escabullirte a hurtadillas mientras dormía —dijo serenamente—, o si hubieras atendido mis llamadas o contestado mis mensajes durante todo el día.
—¡Ahhh, tienes una explicación! Increíble, no sé qué podrías inventar para que perdonara la forma que me engañaste, pero me gustaría escucharte.
Horacio suspiró.
—Hace un año que intento llamar tu atención, Camila… de todas las formas posibles, tú sabes eso. Y ninguno de mis intentos dio fruto, al contrario, sentía que cada día me alejabas más. Un día, hace dos meses, cuando entré a dejar unas flores en tu escritorio vi en tu laptop el chat en el que entrabas y me colé yo también. Sé que hice mal en no decirte quién era, pero solo lo hice porque estaba desesperado —dijo Horacio con tristeza—. Si era la forma de llegar a ti, a mi me parecía válida… ya sabes… en la guerra y el amor, todo vale.
—¿Amor? Esta es la razón más importante por la que huí de ti todo este tiempo, porque eres un miserable mujeriego sin escrúpulos… ¿Tú me hablas de amor cuando vienes por segunda vez acompañado por esa jovencita despampanante? A solo unas horas de calentar mi cama… ¡por Dios!
Horacio la miró desorientado, hasta que sonrió, ladeando la boca.
—¿Estás celosa, Camila?
—¿Ce…celosa? ¿Por qué lo dices?
Se acercó a ella… muy cerca.
Camila reculó y su espalda se apoyó contra una de las paredes de la galería. Las manos de él se posaron a ambos lados del cuerpo de ella, sobre la pared, sin tocarla, pero acorralándola.
—Por tu reacción, amor —dijo contra su boca. Ella podía sentir su aliento caliente, podía oler el sabor dulce de algún licor en sus labios, quería saborear ese aroma—. Dime que estás celosa, —Y la abrazó, posando sus manos inquietas por su espalda. —¡Dímelo!
—¡Lo estoy! —Dijo casi gritando, y bajó la voz—: Muero de celos… es un infierno para mí verte con ella. —Hundió la cara en su pecho, tomándolo de las solapas de su traje.
—Mi amor… —levantó su cara y se apoderó de su boca con un gruñido sordo.
Atrapó sus labios con un beso ansioso que a Camila le quitó la razón. Antes de poder protestar por la invasión, su cuerpo ya estaba entregado al frenesí de la pasión y se apretaba contra el pecho de Horacio, mientras él la sujetaba por la nuca besándola sin respiro.
Al darse cuenta del lugar donde estaban, y que cualquiera podía verlos, Horacio respiró hondo cerca de su boca y trató de tranquilizarse. Apoyó su frente contra la de ella y deslizó sus manos en la cintura de Camila, separándolos un poco, pero manteniéndola cerca.
—¿Significa esto lo que creo, mi dama de rojo? —preguntó, ansioso de obtener confirmación.
—Horacio, yo… ¿qué es exactamente lo que crees que significa?
—Te lo haré fácil, y lo diré por única vez si no soy correspondido: —Él suspiró y acariciándole el pelo, dijo—: Te amo, Camila… desde hace un año estoy enamorado de ti ¿Tú que sientes por mí?
Ella lo miró, aunque asustada, sonrió.
—Yo… —Pero cuando Camila estaba por responder, fueron interrumpidos:
—¡Por fin te encuentro, papá!
Camila se hizo a un lado, asustada, pero Horacio no la dejó alejarse mucho y miró a la jovencita que había llegado.
—Jess… —dijo Horacio, fastidiado por la interrupción, y sin soltar a Camila.
¡¿Papá?! Ella no entendía nada, los miraba a ambos indistintamente, confundida…
—Disculpen, mis queridas damas. Camila, ella es mi hija Jessica, Jess, ella es la señorita Camila Zavala, de quien tanto te he hablado.
—Ehh… mucho gusto, Jessica —dijo Camila, todavía turbada por el descubrimiento. La jovencita que lo acompañaba… ¡era su hija, por Dios!
—El gusto es mío —dijo Jessica sonriendo—, y por favor, dígame que ha sacado a mi padre de la miseria y lo ha aceptado por fin.
Camila lo miró sonriendo.
—Sí, lo hice —dijo delineando un «Te amo» con los labios mientras él reía feliz.
El deseo de Navidad de Horacio fue concedido y… ¡año nuevo, vida nueva!


Parte de la Antología relatos de Amor MR
Navidad 2011 - Año Nuevo 2012

Fantasías en un elevador

Relato Corto
—¡Pare el ascensor, por favor! —pidió Rebecca saludando con la mano al portero y corriendo por el palier de entrada del lujoso edificio de departamentos donde vivía en el piso 13.
¿Número 13? ¿Mala suerte? 
No era una mujer supersticiosa, pero sí muy precavida, y a sus treinta y cuatro años de vida ordenada, estaba harta de serlo.
Cuando se acercó al ascensor, se dio cuenta de quién sostenía la puerta: era su cuarentón y apuesto vecino, cuyo poder de mojar su entrepierna con solo verlo, era alarmante.
—Buenas noches, señor Gianni —saludó con una sonrisa— gracias por esperarme.
—Señorita Vasconcelos, ¿cómo está? —contestó con una sonrisa— No tiene nada que agradecer, con el otro ascensor en mantenimiento, no podía permitir que esperara de vuelta éste, menos aún mojada como se encuentra y a ésta hora de la madrugada.
Los ojos del señor Gianni vagaron desde su cara hasta su torso.
Rebecca bajó la vista y se dio cuenta que su camisa blanca de seda estaba empapada por la lluvia y las aureolas de sus pezones excitados por el agua y el fresco de la noche, podían verse claramente debajo del corpiño de encaje del mismo color.
—El 13, por favor, —dijo ruborizándose ligeramente y apartando la tela de sus exuberantes senos— y llámeme Rebecca, hace años que somos vecinos, creo que corresponde.
—Mi nombre es Ángelo —contestó, oprimiendo los botones— y sé perfectamente cuál es su piso. De hecho, sé muchas cosas sobre ti... Re-be-cca —pronunció su nombre como en un susurro.
Ella lo miró sorprendida, pero se recompuso enseguida.
¿Estaba flirteando con ella? 
—No me sorprende, uno percibe mucho sobre los vecinos, con solo observar sus hábitos —contestó pícaramente— yo también aprendí muchas cosas sobre ti a lo largo de estos años… Án-ge-lo —lo dijo con el mismo tono de voz sensual que él había utilizado, poniendo énfasis en el "ge" de su nombre, que se pronunciaba "ye".
A través del vidrio transparente del ascensor panorámico, vieron las luces de un relámpago y dos segundos después escucharon un trueno muy fuerte. Las luces parpadearon y Rebecca se alarmó, dando un pequeño salto hacia la puerta, alejándose del vidrio.
En ese momento, se apagaron las luces y el elevador paró estrepitosamente, arrojándola en brazos de su apuesto vecino, quién la atrajo hacia su cuerpo; tomando posesivamente su cintura con las manos como si estuvieran hechas a medida para encajar con sus curvas, y su muslo se deslizó entre los de ella. Aquellos puntos de contacto la centraron, la mantuvieron anclada, el miedo se esfumó.
El ritmo de los latidos de su corazón iba acompasado con el que retumbaba en la boca de su estómago, en la garganta, en las muñecas, en la entrepierna. Se escuchó otro trueno y él la presionó aún más contra su creciente erección, podía sentirlo.
Se quedaron muy quietos, y sin poder evitarlo, la mano de ella se deslizó por el hombro hasta llegar a su nuca, haciéndole una invitación silenciosa. Su pelo oscuro le hizo cosquillas en los nudillos, y el calor de su mano pareció quemarle a través de la suave seda de su camisa. Su estómago se inundó de calor mientras se restregaba contra su entrepierna.
Ángelo alzó una mano hasta su pelo, y la instó a que echara la cabeza hacia atrás. Cuando deslizó los labios por su cuello desnudo, Rebecca soltó un jadeo. La acercó más hacia su cuerpo, y ella se rindió totalmente a sus deseos.
Llevaba años añorando sentirlo así, y sabía que él también. Lo había visto en sus ojos cuando la miraba con lujuria, lo había sentido en sus manos las veces que la había tocado en ocasiones sociales.
Todo estaba a oscuras, solo se filtraban en la cabina cerrada los relámpagos del exterior y las luces de la ciudad a lo lejos. El acompasado y rápido latido de sus corazones, contrarrestaba el monótono ruido de la lluvia al chocar contra el vidrio.
—¡Santo Cielos! —dijo él mientras lamía su cuello y bajaba hasta su hombro— no te imaginas las veces que he soñado con tenerte así en mis brazos.
—Lo sé… no hables más, solo hazlo.
Ángelo no desaprovechó un solo momento y tomó posesión de sus labios, aflojándola y reclamándola, y ella hizo lo mismo. Cuando se encontraron lo sintió hacer una rápida inspiración, y sacó la lengua para lamérselos por encima. Blandos, dóciles, dispuestos. Se besaron más profundamente.
Por fin, cuando estaba a punto de derretirse, le entreabrió sus labios con la lengua y ella probó su sabor. Sabía a vino y a algo muy masculino, muy excitante. Su cuerpo estaba encendido, sus pechos hinchados. Deseaba que la tocase.
Con las manos de él sujetándola y su cuerpo apretándose contra ella, se entregó por completo a aquel beso, contestando cada gemido, cada suspiro. Y se sintió más viva que nunca.
Ángelo tampoco podía pensar. Por el momento, lo único que parecía capaz de hacer era besarla, acariciarla. La atracción existió desde el primer momento, de modo que no lo sorprendía. Lo que le llamaba la atención era la intensidad, el ansia abrumadora que lo consumía por hacerla suya.
El cuerpo de ella apretado al suyo, sus senos comprimidos contra su pecho, hacían que le hirviera la sangre y sus gemidos lo volvían loco.
Ah, sí, sus manos estaban ahí, en sus hombros, en sus brazos, en sus pechos, rozándole suavemente los pezones, endureciéndolos hasta dejarlos en punta. Su boca, cálida, ansiosa, le acarició un hombro, mientras sus manos casi desgarraron la camisa, hicieron a un lado el obstáculo que representaba el corpiño de encajes y luego sus labios se cerraron reverentes sobre un pezón. Un suave tirón, otro, y luego uno largo con succión, caliente, mojado, cerrando la boca alrededor.
Las manos de ella tampoco estaban quietas, vagaban por sus hombros, desprendieron los botones de su camisa y sus dedos ansiosos recorrieron sus duros pectorales cubiertos de espeso vello oscuro.
Él levantó su falda y bajó sus bragas, hundiendo sus dedos dentro de su calor, un dedo, luego otro, sacando y metiendo, comprobando que estuviera preparada.
—Estás tan mojada y caliente —dijo él, ansioso.
—Por favor, hazlo… no puedo aguantar más —respondió ella, metiendo la mano entre ellos y abriendo la cremallera de sus pantalones para liberar su duro y caliente miembro, abarcándolo con las manos, acariciándolo mientras él gemía.
Ángelo no necesitó que se lo dijera dos veces, ayudado por las expertas manos de esa cálida mujer, se introdujo en su apretado interior con un solo movimiento rápido y certero. Entonces empujó profundamente dentro de ella, y por un increíble y desgarrador momento, Rebecca no se preocupó. Sus ojos se abrieron de repente, y gritó contra su boca mientras un profundo gemido escapaba de él.
Una vez que estuvo completamente dentro, se apretó contra ella y acarició sus senos, los abarcó totalmente y comenzó a juguetear con sus pezones mientras iniciaba la danza de empuje y retroceso.
La tenía atrapada contra la dura pared del ascensor, y se movían al unísono, como locos enajenados, ella levantó una de sus piernas para darle mayor acceso y lo apretó contra sí con el talón, mientras acariciaba la piel de su espalda que quedaba expuesta y lo arañaba con sus uñas.
La lengua de él se hundía repetidamente para encontrarse con la suya, y sus manos se movían apretando, acariciando sus pechos y alrededor de su cintura. Ella se arqueó contra él. Sus muslos estaban mojados.
Él empujó hacia arriba, y Rebecca gimió cuando la elevó contra la pared. El pulso palpitante entre sus piernas se intensificó, ahogándose con el latido de su corazón.
Rebecca no sabía de que agarrarse para no caerse, mientras la follaba con ímpetu. Él sacó las manos de dentro de su camisa, se incorporó y empezó a masajearle las nalgas con una mano mientras con el pulgar le acariciaba detrás, metiendo y sacando su intruso dedo, acompañando los movimientos de su pelvis, volviéndola loca.
Sus ojos ardieron en los suyos y empujó otra vez. 
—Esto es lo que necesitas —susurró él—. Necesitas ser follada —la embistió—. Y follar.
¡Sí! Era verdad. Ella jadeó con cada embestida, la presión creciendo dentro de su cuerpo, mientras él parecía estar siempre empujando, nunca retirándose.
—Tómame dentro de ti, bebé —gimió él, embistiéndola otra vez.
El cuerpo entero de Rebecca comenzó a sacudirse y abrirse. Sintió que todo dentro de ella iba a romperse. Y lo deseaba.
—Tómame todo. Ábrete para mí.
Y él empujó con tanta fuerza contra ella y llegó con tanta ferocidad que Rebecca estalló. La liberación fue rápida y explosiva. Él gruñó descontrolado y ella gritó. Ángelo se corrió y se corrió, bañando su interior con la caliente lava de su semen.
—No te muevas, Rebecca —dijo mientras salía de su centro y metía dos dedos dentro de ella, observándola extasiado justo cuando un relámpago iluminó la cabina. —Me gusta sentir en mis manos tus últimos estremecimientos. —Ella presionó sus dedos con los músculos vaginales y él gimió—. Mmmm, maravilloso.
Rebecca suspiró y se apoyó en su torso, lamiéndole el cuello.
Sacó los dedos de su interior, y metiéndolos en su boca, dijo:
—Dulce como el néctar… quisiera probarte con mis labios, lamerte entera, meter mi lengua en tu suave coño y beber de ti hasta saciarme.
Ella rió y lo miró a los ojos, poniendo distancia entre ellos y tratando de recomponer su aspecto.
—Lo harás, te lo prometo —dijo suavemente.
Él acomodó su ropa, levantó una perilla y las luces se encendieron, luego giró una llave y el ascensor cobró vida de nuevo.
Bien jugado, pensó al darse cuenta que en ningún momento se fue realmente la luz.
Ángelo le hizo un guiño travieso al ser descubierto, y con galantería, le cedió el paso para salir del elevador, siguiéndola de cerca, observándola contornear sus caderas.
Rebecca abrió la puerta de su departamento y entró, encendiendo las luces.
—Hola, Lucía ¿Cómo se portaron los niños?
—Muy bien, señora —contestó la niñera somnolienta, levantándose del sofá de la sala— A Maia le costó dormir, pero Lucas y Fabri están en cama hace horas… ¿lo pasaron bien durante la cena?
Mejor dicho "después de la cena", pensó él.
—Muy bien, gracias, Lucía —contestó Ángelo, sacando su billetera y pagando sus servicios.
Una vez solos, Ángelo estiró a su mujer hacia él y le dijo:
—Lo de hoy estuvo excelente, amor… ¿Cuál es tu siguiente fantasía?
Rebecca se acercó a él, pensando en lo maravilloso y sano que era hacer realidad pequeñas fantasías para reavivar el amor y escapar de la realidad cotidiana.
Ronroneando como una gatita, contestó:
—Lo que tú quieras, adorado esposo mío —se pegó a su torso y le dio un dulce beso en los labios, diciendo—: Te amo.
—Ditto , mi amor…

Parte de la Antología relatos de Amor MR 2011
Julio de 2.011

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