Píntame (Santuario de colores #2) Capi 02

lunes, 29 de diciembre de 2014

Encendí mi iPhone en el camino a casa.
Y lo primero que hice fue llamar a Ximena.
—Ya estoy en Los Ángeles, Xime —le anuncié.
—¡Oh, Phil! Me alegro mucho —y escuché ruidos en el fondo—, te llamaré apenas me desocupe, me muero de ganas de saber qué harás.
—¿Qué haré? —dije alucinado— Esperaba que tú me dieras alguna idea… ¡mierda! Estoy perdido… lo más probable es que si me acerco a ella empiece a tirarme todos los objetos contundentes disponibles a su alrededor.
—Quizás lo hubiera hecho hace dos semanas, pero ya está mucho más tranquila y relajada… mmmm —pensó unos segundos—, eso creo. Te llamo luego, Phil… estoy con un paciente.
Nos despedimos justo en el momento en el que el taxi me dejaba frente a mi casa familiar en Malibú. Le pagué y bajé con mi maleta y mi equipaje de mano.
Suspiré y me quedé parado enfrente observando la casa. Mi padre la había comprado hacía 21 años atrás, como inversión. Él creía firmemente que el dinero invertido en bienes raíces era mucho más seguro que el depositado en un banco, así que todo el excedente que no iba a reinvertir en el negocio familiar, lo hacía comprando propiedades.
Había elegido Malibú por su clima, pensaba que era un hermoso lugar para pasar vacaciones familiares, y más adelante… su vejez junto con mi madre, un deseo que ya no iba a poder realizarse. Y no era la única propiedad que teníamos aquí, pero las demás –que estaban en Los Ángeles: departamentos, casas y salones comerciales– se encontraban alquiladas, y le daban a mi madre una renta excelente para vivir cómodamente el resto de sus días sin preocuparse por los desastres que su hijo o sus hijas cometían con el negocio familiar.
Era una excelente "jubilación privada", por llamarlo de alguna manera.
Abrí la puerta y entré. Aunque de estilo conservador, era una hermosa casa, amplia, de dos niveles y 4 dormitorios, con pisos de parqué y mobiliario clásico. Mi padre nunca quiso alquilarla porque era como nuestro refugio privado, el lugar donde pasamos hermosos veranos en familia cuando éramos niños y adolescentes, incluso navidades y años nuevos.
A pesar de que era de siesta, encendí las luces porque la casa estaba absolutamente cerrada y a oscuras. Me dirigí hasta las puertas vidrieras-persianas y las abrí, el resplandor entró de lleno. Vi al cuidador limpiando la terraza.
¡¡Mba’éichapa Karai!! —me saludó en guaraní cuando me vio.
Iporãnte, ¿Ha nde? —le dije. Al instante entró y se apoderó de mi maleta luego de saludarme con un apretón de manos.
Ha iporãnte avei —me respondió.
Pedro Infante era paraguayo, un hombre bajo, algo grueso, que rondaba los 60 años. Fue capataz de nuestra hacienda durante doce años antes de tener un grave accidente al montar un caballo, luego de eso ya no pudo ocuparse de sus obligaciones. Entonces mi padre tuvo la espectacular idea de traerlo a vivir a California, ya que no tenía familia alguna en el Paraguay. Hacía 18 años que residía en Malibú, había conocido a una colombiana aquí y se casaron siete años atrás, ambos vivían en las dependencias del servicio y cuidaban la casa, aunque tenían trabajos paralelos. Pedro limpiaba las piscinas de los vecinos y cuidaba sus jardines, y Belén se encargaba de la limpieza de varias casas de la zona.
Mi familia entera tenía residencia en los Estados Unidos, con pasaporte norteamericano, incluso Paloma y los hijos de mi hermana. Mi padre lo había tramitado luego de adquirir la casa, y lo había conseguido años después. Trajo a Pedro con Visa de trabajo, sin embargo él también había conseguido su Green Card recientemente, ya que su esposa la tenía, porque los hijos de ella, ya adultos ahora, habían nacido en los Estados Unidos.
Pedro nunca dejaba de agradecernos el hecho de haberlo traído a los Estados Unidos a vivir, se había convertido en un gringo cualquiera… un gringo que se negaba a aprender el idioma inglés. Hacía casi dos décadas que vivía allí y apenas sabía saludar y despedirse. Era terco, muy terco.
Lo primero que hice cuando dejó la maleta en mi habitación fue sacar sus regalos, le entregué un paquete de 10 Kg. de yerba mate, y el termo de tereré con el logo de la Agro-ganadera que le había prometido. Gritó de felicidad, porque la yerba era de la marca que a él prefería y aquí no encontraba. Al instante me dijo:
 —¿Tereré, Karai?
Yo sonreí, asintiendo y bajamos.
Nos sentamos en la terraza a tomar esa infusión refrescante que tanto nos gustaba a ambos, por supuesto compartiendo la guampa y la bombilla. En ese momento recordé de nuevo a Geraldine… ¡cuándo no! Ella se había negado a probarlo por más que yo hubiera intentado persuadirla.
«De tu boca a mi boca, solo tu lengua, amorcito» fueron sus palabras.
¡Oh, mi emperatriz! La extrañaba horrores.
Pedro me estaba relatando las novedades que ocurrieron en mi ausencia, pero ni siquiera lo escuchaba, mis pensamientos y todo mi ser estaban a 200 metros de allí, en una mansión moderna, lujosa y de estilo minimalista, propiedad de mi tormento y la futura madre de mi hijo… o hija.
Miré la terraza y recordé el momento en que la conocí, cuando estaba corriendo por la playa y subió a hacerme su descabellada propuesta. Pedro se había tomado unos días de vacaciones con su señora, aprovechando mi presencia, y yo estaba limpiando la piscina. La vi frente a mí, sudada por el ejercicio, pero hermosa igual, tan segura de sí misma, tan desenfadada y descarada.
La deseé en el mismo momento en que la tuve enfrente.
Lastimosamente, también le mentí al instante.
Pero estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que me pidiera con tal de que me perdonara y pudiera formar parte de su vida y la de ese bebé en camino, incluso arrastrarme a sus pies.
Probablemente para conseguirlo tendría que dejar mi orgullo de lado. Sí, soy tan orgulloso como un pavo real, lo sé, y tengo una enorme necesidad de mandar y de ser amado por aquellos que me rodean. Me conozco, así como sé que secretamente temo al fracaso y al ridículo. Es una constante tortura interna, y la verdadera fuente de mi vanidad y de mi dignidad exagerada.
Sin embargo lo acontecido, una gran causa como esta que había ocurrido, logró conmover mi nobleza, y no tengo miedo de aceptarlo ni de enfrentarme a las consecuencias de mi propia estupidez. Ya hace tiempo, por todas las pruebas a la que la vida me había sometido, aprendí que la fuerza y el valor que he fingido poseer siempre, en realidad han estado presentes en mí durante todo el tiempo.
Y los usaría.
Como que me llamaba Philippe Logiudice Girardon, conseguiría que mi emperatriz me perdonara, porque estaba seguro que seguía amándome. Tenía poco más de seis meses para lograrlo, esperaba conseguirlo mucho antes.
Suspiré y acepté el tereré que Pedro me pasaba.
—¿Por si acaso sabes algo de la señora Vin Holden, nuestra vecina? —le pregunté.
—No, señor —me contestó—, pero seguro que Belén sí lo sabe, suele hablar con Consuelo, la señora que se encarga de su casa —asentí pensativo—. Yo la vi solo una vez caminando por la playa al atardecer.
—¿Caminando? ¿No estaba trotando? —indagué curioso.
—No, solo caminando… y del otro lado de la playa, no de esta. ¿Por qué?
—¿Estaba sola? —seguí averiguando sin responderle.
—S-sí… sola —dijo frunciendo el ceño. Estaba seguro que quería hacerme muchas preguntas, pero nuestra relación no era de ese tipo, así que se contuvo y se mordió la lengua antes de indagar más.
Asentí y me quedé pensativo mirando la playa.
Quizás podía encontrarla esta tardecita, si tenía suerte. Geraldine era muy costumbrista, y sus paseos por la playa al atardecer, ya sea trotando o caminando como ahora, eran algo usual en ella.
—¿Va a quedarse mucho tiempo otra vez, karai? —me preguntó Pedro.
—No tengo idea —y era la verdad.
Me quedaría todo el tiempo que fuera necesario.
Apenas había dormido en los cinco días pasados organizando mis cosas allá de modo a que todo siguiera funcionando a la perfección sin mí. Bueno, aunque no hubiera estado tan ocupado, igual no podía pegar un ojo pensando en ella.
La intensidad de la relación que habíamos tenido era abrumadora, en vez de poco más de dos meses, parecían dos años. Habíamos comido, reído, dormido, sufrido y respirado juntos, ahora tenía que volver a aprender a hacerlo todo solo… por segunda vez en mi vida. Y no estaba dispuesto a perderla. Ella estaba disponible, no me había dejado para siempre y en forma definitiva como Vanesa. Estaba viva, respiraba, y yo la necesitaba a mi lado día y noche, precisaba su cuerpo calentito rozando el mío, su delicioso olor, sus alegrías, sus penas, su fuerza y su entrega.
La conocía, tanto su exterior como su interior. Y a pesar de que ella le hacía creer al mundo entero que no era más que una egoísta sin sentimientos, yo sabía lo dulce y cálida que podía llegar a ser, lo vulnerable y delicado que era su espíritu. Y yo le había hecho daño… ¡mierda! Como si ya no tuviera suficientes problemas en su vida.
Una vez le había dicho que el amor era una decisión consciente, y estaba convencido de ello. Pues bien, conscientemente yo había decidido amarla. Si bien todavía la deseaba apasionadamente, como un adolescente enamorado, sabía que el amor nacía de la convivencia, de compartir, de dar y recibir, de intereses mutuos, de sueños compartidos. Ella me amaba, me lo dijo… y yo sabía que no se podía amar a alguien que no sintiera lo mismo por ti. El amor verdadero debía de ser recíproco, un recibir tanto como un dar.
Todo estaba a nuestro favor, solo me restaba convencerla.
Adelante, Phil… hazlo de una vez.
Pedro estaba contándome algo referente a la instalación eléctrica de la casa, pero como si no me estuviera diciendo nada, lo interrumpí:
— Pedro, voy a salir un rato —me levanté—, vuelvo enseguida.
Y lo dejé plantado, con la palabra en la boca.
Había tenido una idea y tenía que llevarla a cabo.
Fui hasta mi habitación y tomé el regalo que había traído para Geraldine. No quería que mi llegada fuera una sorpresa para ella porque no tenía noción de cuál sería su reacción al verme, o más bien, deseaba que se hiciera una idea de que yo estaba cerca, aunque no lo supiera con seguridad, así que la mejor forma era utilizar a alguien para que le entregara el obsequio.
¿Y quién mejor que Consuelo?
Luego de escribir una corta nota, bajé raudamente las escaleras hacia la playa bajo la atenta y estupefacta mirada de Pedro que estaba limpiando la piscina y fui caminando los 200 metros que me separaban de su casa.
Sabía que Geraldine no estaría a esa hora, apenas eran las tres de la tarde de un viernes, todavía se encontraba en su oficina. Subí las escaleras de dos en dos y vi a Consuelo limpiando la sala cuando llegué a la galería. Le di tres suaves toques a la vidriera para que no se asustara, aunque igual su reacción al verme fue de asombro e incredulidad.
—¡¡¡Phil, oh… Dios mío!!! —abrió las puertas corredizas de par en par— ¡Estás de vuelta! —y me abrazó.
Le devolví el abrazo, complacido de que por lo menos ella me recibiera con alegría, estaba seguro que sería la única. Era una mexicana cálida y simpática de mediana edad que se encargaba de mantener en orden la casa de Geraldine. Nos habíamos hecho amigos a lo largo del tiempo que frecuenté a su jefa, yo solía sentarme a esperar a mi emperatriz en el desayunador de la cocina cuando se retrasaba en llegar a la tarde y Consuelo y yo conversábamos mientras se encargaba de sus quehaceres.
Sabía que en ella tendría una aliada.
Después de ponernos rápidamente al día en referencia a cosas triviales como nuestra salud, sus hijos, su marido y otras tonterías, fui al grano:
—Consuelo, necesito tu ayuda.
—Lo que sea si no es un crimen —dijo riéndose—. Dime, Phil…
—Necesito que le entregues esto a Geraldine cuando llegue —y puse la caja frente a ella en la mesada de la cocina.
—Pero yo prácticamente ya no la veo, recuerda que me voy a las cinco, y ella volvió a su horario habitual en la galería, llega normalmente luego de las seis de la tarde, a veces recién a la noche.
¡Oh, mierda!
—Bueno, entonces simplemente lo dejaré aquí sobre la mesada. Mejor aún —dije razonando rápidamente.
No sabría cómo llegó allí ni su procedencia hasta que lo abriera, y probablemente se imaginara que era un regalo enviado por correo, o algo similar.
Saqué la nota que tenía en el bolsillo y la releí rápidamente.

Emperatriz, el día que te atrevas a beber de esta guampa y esta bombilla conmigo, sabré que me has perdonado. Feliz cumpleaños, amor. Tuyo. Phil.

Puse la esquela dentro de la caja de cartón y observé el regalo. Era un kit de tereré recubierto en metal trabajado artesanalmente por orfebres paraguayos, con complicados diseños en bajo relieve que simulaban un encaje llamado ñandutí. Incluía la caja portadora, el termo, la guampa y la bombilla. Los tres primeros llevaban su nombre «Geraldine Vin Holden» grabado en una sugestiva y delicada fuente cursiva, como el cartel frente a su galería.
Suspiré y cerré la hermosa caja de regalo.
—Gracias, Consuelo —le dije sonriendo.
—De nada, muchacho —y me miró fijo—. Pensé que te habías ido a tu país.
—Y lo hice… pero volví —y cambié de conversación—. ¿Cómo está Geraldine?
—Yo… no sé mucho de ella, Phil —se encogió de hombros—. Ya sabes, casi no la veo, solo te puedo decir —y se acercó a mí como si fuera a hacerme una confesión— que creo que está un poco mal del estómago porque todos los días tengo que limpiar a fondo el inodoro de su baño, creo que suele vomitar bastante. A veces —puso una mano al costado de su boca—, ni siquiera llega al sanitario —dijo muy bajito.
—No le repitas eso a nadie, Consuelo —le dije suspirando—, por favor.
—¡Oh, por Dios! Claro que no, Phil —hizo la señal de la cruz—. Yo soy muy discreta. Te lo cuento a ti porque sé cómo la cuidaste cuando tuvo el accidente, y bueno... tienen una relación… ¿no?
—Mmmm, sí —acepté porque eso fue lo que ella presenció durante los más de dos meses que estuve aquí y Geraldine llegaba temprano a su casa—. Me tengo que ir. Por favor, deja el regalo aquí, quiero que sea una sorpresa para ella, y no cierres completamente las cortinas cuando te vayas, vendré más tarde a esperarla y me gustaría ver su expresión cuando lo encuentre.
—¡Oh, claro, así lo haré, y seguro será una sorpresa! Sobre todo el saber que has vuelto. Me imagino que estará contentísima.
Sonreí a pesar de lo dudosa de su afirmación, me despedí de ella con dos besos en las mejillas y volví a casa por la playa, pensando.
Yo había acompañado a mi esposa durante todo su embarazo, por supuesto, y sabía lo que eran las náuseas matinales, el vómito, los mareos, el sueño constante y todo el arsenal de cambios que el cuerpo de la mujer sufría en el primer trimestre o más. Geraldine todavía estaba dentro de ese periodo de tiempo, y yo quería ayudarla a sobrellevarlo, al fin y al cabo estaba así por mi culpa… o por mi ayuda, dependiendo cómo se mirara todo el asunto.
¡Ojalá me lo permitiera!
Miré mi reloj. Tenía tiempo de descansar un par de horas antes de volver, estaba exhausto por el viaje.
*****
Eran casi las seis de la tarde cuando regresé a la casa de Geraldine sin haber podido pegar un ojo. Todo estaba en silencio, ella todavía no había llegado. Me senté en el sofá de la galería a esperar, con el corazón en la boca.
Quería ver cuando revisara el obsequio, sin que ella supiera que yo la estaba observando. Sabía que lo primero que siempre hacía era acercarse al teléfono y revisar si tenía algún mensaje en el contestador, y el regalo estaba a un costado, así que sería lo primero que vería.
La espera fue un martirio, estaba nervioso y mis manos me sudaban. Pero cuarenta minutos después escuché el sonido de un vehículo entrar a la cochera y el ruido del portón cerrándose. Me levanté de un salto y me ubiqué al lado de la parrilla, donde la cortina estaba abierta y se veía perfectamente la cocina, aunque todo estaba a oscuras.
En ese mismo instante se encendió la luz, mi corazón empezó a latir descontrolado. Pero la sorpresa me la llevé yo al ver a un hombre impecablemente trajeado entrar antes que ella, apagar la alarma e inspeccionar atentamente el lugar con la mirada antes de que ella entrara a la casa.
¿Quién carajo era?
La rabia y los celos hicieron presa de mí en un microsegundo.
Como yo había previsto, Geraldine fue caminando directa hacia la mesada de la cocina mientras el hombre misterioso entraba y salía del cuarto de huéspedes y del escritorio.
Vi que ella fruncía el ceño al mirar la caja apoyada al lado del teléfono, así como noté que sus manos le temblaban ligeramente al dirigirse hacia la tapa. Cuando la estaba abriendo, el hombre que se acercaba a ella caminó raudo, como queriendo impedírselo, pero ya fue tarde, la tapa cayó al suelo en el momento en que él la empujó hacia un costado, como protegiéndola.
Si ese hombre pensaba que podía ser una bomba o algo parecido, no pasó nada, obviamente. El desconocido miró el contenido con cautela, se puso un guante de plástico y sacó la nota de adentro. La abrió y sin leerla la desplegó y se la mostró.
¿Qué mierda pasaba? Yo no entendía un comino.
Vi la sorpresa en el rostro de mi emperatriz al leerla.
Se llevó la mano a la boca y abrió los ojos como platos. Instintivamente miró hacia la galería, como buscándome y me vio allí parado.
—¡¡¡PHIL, NOOOOOOOOO!!! —gritó.
Pero ya era tarde.
Sentí un fuerte golpe en la nuca.
Luego… solo oscuridad.

Continuará...

Píntame (Santuario de colores #2) Capi 01

sábado, 27 de diciembre de 2014

Y empieza la cuenta regresiva para la publicación de "Píntame". Durante un tiempo iré subiendo aquí los primeros capítulos, hasta el día en el que se publique. Espero les guste.

—¡Papi, papi! Mira lo que hice.
—Déjame ver —tomé la hoja que me pasaba mientras ella se acomodaba en mi regazo—. Está precioso, princesita. ¿Esto es un avión? —le pregunté.
—Sí, es el avión en el que volviste a casa. Y este —me señaló un borrón inentendible—, eres tú bajando por la escalera.
Sonreí ante su imaginación, porque realmente nunca me había visto bajar por las escaleras. ¡Mi Palomita! Era tan inteligente. La llené de besos mientras ella reía feliz por los mimos que le hacía.
—Voy a hacer otro —se bajó de mi regazo y volteó a mirarme—. Uno en el que los dos estamos juntos en un avión y volamos. ¿Te gustaría?
—Me encantará —acepté sonriendo—. Recuerda incluir algunas maletas, así podemos comprar muchas cosas lindas para ti y meterlas allí.
—¡Sí, sí, sí! —gritó, fue corriendo hasta la mesita de la sala y se arrodilló en la alfombra para seguir dibujando, al instante agregó—: Y una jaula, para traer una jirafa.
La miré sonriendo ante su inocencia.
Mi Paloma era bella, tenía solo cuatro años, aunque cumpliría cinco el mes siguiente, era delgada, alta para su edad, preciosa, de enormes ojos verdes iguales a los míos y nariz respingada como su madre, de tez blanca, pelo rubio ceniza con bucles en las puntas. Su inteligencia a veces me asustaba, tenía una madurez muy superior a cualquier niño de su edad. En el colegio, aunque recién estaba en jardín de infantes, ya me habían llamado la atención en referencia a sus logros académicos, muy superiores a los de sus compañeros.
Yo estaba frente a mi notebook en la mesa del comedor, verificando una planilla en Excel que había hecho mi secretaria sobre los costos de producción de la moringa. Era un negocio paralelo que tenía con Aníbal Ferros, mi mejor amigo y socio en ese emprendimiento. Estaba poniéndome al día con todo lo que había dejado pendiente durante más de dos meses, mientras mi fiel amigo se ocupaba de todo.
Era domingo, una semana después de haber vuelto de los Estados Unidos, de ese viaje que me dejó destrozado en todos los aspectos posibles.
En referencia a los negocios, no pude lograr absolutamente nada de lo que había planeado a pesar de haber contratado al mejor abogado de California. Y en lo personal, conocí a una mujer fabulosa, hermosa, rica, famosa, con una personalidad explosiva y envolvente, disfruté de su compañía durante toda mi estadía, volteó mi mundo como solo lo había logrado una vez Vanesa, la madre de Paloma. Una triste enfermedad se habían encargado de arrebatar a mi esposa de mi lado, pero haber perdido a Geraldine fue absolutamente mi culpa, debido a mi propia estupidez.
Jamás me lo perdonaría a mí mismo.
Suspiré. Nada raro. Desde que la había dejado vivía con el corazón destrozado y suspirando por ella como un idiota.
A pesar que desde un principio supe que no había futuro para nosotros, con el correr del tiempo soñé con la posibilidad de conservarla a mi lado a pesar de estar consciente de que éramos de mundos diferentes y que una relación fundada en la mentira no podía prosperar.
Sí, le había mentido asquerosamente.
Me sentía la peor escoria del universo por haberlo hecho.
Yo solo había ido a California con la idea de poner en orden los negocios de mi familia allí luego de la muerte de mi padre, tomar unos cursos sobre la extracción del petróleo para estar más compenetrado con ese nuevo trato comercial en el que estábamos involucrados y seguir de cerca el proceso judicial que el abogado Sigrid Humeen llevaba en relación al contrato firmado por mi padre antes de morir.
Con el cual yo no estaba de acuerdo y había tratado de impugnarlo.
Pero una tarde cualquiera, una semana después de llegar, una preciosa mujer que estaba haciendo footing en la playa subió hasta la terraza de mi casa familiar en Malibú mientras yo estaba limpiando la piscina. Me llevé una sorpresa muy grande cuando me dijo su nombre: Geraldine Vin Holden. Era mi vecina, y la hija del hombre al cual yo había ido a enfrentarme, aquel a quien indirectamente culpaba por la muerte de mi padre. August Vin Holden era el responsable. Mi padre sufría del corazón, y tratar con un gigante como lo era la petrolera fue más de lo que su frágil órgano pudo soportar. Y era yo quien debía hacerme cargo de todo en ese momento. Por mi madre y mis tres hermanas lo hice.
Al parecer a Geraldine, que era una famosa artista plástica, le gustó mi cuerpo y quería plasmarlo en sus lienzos. Ella deseaba algo de mí, y yo, pensando en que podía obtener mucha información de ella, decidí aceptar su propuesta como un intercambio justo entre nosotros, a pesar de que ella no sabía quién era yo, pensaba que el cuidador de la casa.
No la saqué de su error… y ese fue el mío.
Poco después de conocerla me di cuenta que ella aborrecía a su padre tanto como yo. No iba a obtener de ella lo que pensaba, pero ya había conseguido mucho más de lo que me propuse. La tenía a ella, en cuerpo y alma.
Le había mentido, era cierto. No tenía justificación alguna, me sentía una mierda por eso. Sin embargo ya era tarde para decirle la verdad, el pequeño engaño inicial se había convertido en una gran bola de nieve. Decidí que ambos disfrutáramos de nuestra relación, que no tenía nada que ver con su padre.
Y nos fuimos involucrando más y más cada día.
Yo esperaba que si algún día llegaba a enterarse de la verdad, recordara todas las cosas buenas que había hecho por ella, y me perdonara. La traté como una reina, no… como una emperatriz, y era así como la llamaba.
Mi emperatriz, mi monita a la que le gustaba trepar mis caderas a horcajadas y dormir liada a mí como una hiedra… mi amor.
Sí, la amaba… pero jamás lo admití frente a ella. Ella sí lo hizo, mi valiente Geraldine. Pero… ¿qué objeto tenía aceptar nuestro amor? Ambos sabíamos que no teníamos ningún futuro juntos. Mi vida estaba aquí, en Paraguay, mis obligaciones, mi trabajo, mi familia, mi hija. Y no podía pedirle a ella que dejara su amada California por mí, además de todas las obligaciones que tenía, estaba seguro que su espíritu se marchitaría en un lugar tan alejado y lejano al glamour que a ella tanto le gustaba.
Ahora ya era tarde, el idiota de Jesús Fontaine se había encargado de que ella se enterase de la verdad. Y me odiaba con toda su alma, me echó de su lado como si fuera un perro. No la culpo, aunque me sentí muy desilusionado porque ella solo vio las mentiras, y no todo lo que yo había hecho para ayudarla.
Pero no podía echarle en cara eso, si no supo apreciarlo, no iba a ser yo quien se lo recordara. Lo que hice, lo hice porque quise, sin esperar nada a cambio.
La realidad, no me arrepentía de nada. Si la historia volviera a repetirse y yo obtendría lo mismo de ella, lo haría de nuevo.
Solo por el placer de tenerla otra vez, solo por amarla como lo hice.
Cuando me enteré que estaba embarazada, por un instante me quedé mudo y después, a pesar del susto inicial… me alegré, porque era una forma de seguir conectados, de lograr que algún día pudiera perdonarme.
Pero el hijo que esperaba no era mío.
Ximena se encargó de demostrarlo.
Tomé en mis manos el celular que había traído de los Estados Unidos y lo observé. Lo había apagado en el avión a la vuelta y no lo había encendido más. Dudaba que tuviera señal aquí, pero por la conexión del Wi-Fi de mi casa podía conectarme al Whatsapp de ese número y saber algo de ella, aunque sea a través de Ximena.
Lo encendí.
—¡Mira papi! Lo terminé… —Paloma interrumpió mi abstracción mostrándome orgullosa el nuevo garabato que había hecho.
—Princesita, cada día te salen mejor tus dibujos —la subí a mi regazo—. Este soy yo, pero… ¿y tú… dónde estás?
—Aquí estoy yo, papi… en tu maleta ¿ves mi cabeza? —y rio a carcajadas— Me escondí ahí para que la próxima vez que te vayas, me lleves contigo.
—¡Oh, mi palomita! —la abracé muy fuerte, ella se prendió a mi cuello.
—Te extrañé, papilindo —me llenó de besos—, no te vayas más.
—No me voy a ir, princesita… —le dije convencido de que eso era lo que ocurriría—. Me quedaré contigo «Hasta el infinito... ¡y más allá!» —e imité a Buzz Lightyear, uno de sus personajes favoritos de Toy Story.
En ese momento, mi iPhone, que había captado el Wi-Fi de mi casa, empezó a pitar como loco. Llegaron un mensaje tras otro del Whatsapp conectado a mi número de Los Ángeles, mi corazón empezó a latir con rapidez.
—Hola hijo —saludó mi madre entrando a casa—. Veo que se están mimando.
—¡Abu, Lala! —gritó Paloma y saltó de mi regazo al piso— Mira los dibujos que le hice a papi.
—Hola mamá —me levanté y le di un beso en la frente.
—Me llevo a Paloma al shopping a merendar con tu hermana y los niños… ¿quieres venir? —me preguntó.
—No, tengo muchas cosas que hacer —le dije con el iPhone en la mano. Me quemaban las ganas de revisarlo—. Mándale saludos a Karen y a los peques.
Me despedí de las dos y salí a la galería a mirarlas mientras se dirigían caminando tomadas de la mano hacia la vivienda de mi madre. Todos teníamos una casa en un condominio privado que ocupaba la mitad de una manzana. La principal dominaba el terreno, y era la de mis padres. Luego había cuatro casas más sobre la calle, y entre ellas estaba la entrada al condominio. Los patios traseros de todas daban hacia el interior del espacioso terreno desde donde se veía la mansión Logiudice, donde había pasado toda mi niñez y adolescencia.
Las tres casas de mis hermanas estaban alquiladas, yo ocupaba la mía con Paloma y su niñera, que los domingos tenía libre. Mi hermana Lucía, que aún estaba soltera, vivía con mi madre. Karen, la mayor, con su esposo Orlando y sus dos hijos en Areguá, una ciudad cercana a la capital, y Alice, la menor, con Peter en los Estados Unidos.
Apenas mi madre y Paloma desaparecieron de mi vista revisé mi teléfono.
Suspiré al ver que casi todos los mensajes eran de Jared y Ximena, los amigos de Geraldine, pero ninguno de ella. Jared me mandaba literalmente a la puta por lo que le había hecho a su adorada amiga, no le respondí. Pero Ximena fue más sutil:
      Phil, necesito comunicarme contigo urgente. ¿Puedes llamarme?
Era del lunes anterior. Le contesté:
     Hola Xime, ¿cómo estás? Volví a Paraguay. Acabo de encender este teléfono, no había visto tu mensaje antes. Lo siento.
Al instante me contestó:
      ¿Tienes Skype, Phil? Conéctate en dos horas. Estaré esperándote.
Y me daba las coordenadas para encontrarla. Le respondí:
      Allí estaré. Bs.
La busqué en el Skype y la adherí a mi lista de amigos.
No me quedó otra que esperar a que se conectara. Fueron las dos horas más largas de mi vida. Necesitaba saber de Geraldine, ella seguro me informaría. Seguí trabajando y revisando documentos, hasta que sonó la llamada que estaba esperando.
Nos saludamos cordialmente a través de los monitores de nuestras laptops, hablamos de tonterías. «¿Estás en tu casa?» «Sí, ¿y tú?» «También, ¿cómo estás?» «Muy bien, Phil… ¿y tú?» «Sobreviviendo». Le expliqué el motivo por el cual no le había contestado antes y le pedí que anotara el número de mi celular en Paraguay. Lo hizo. Hasta que ya no nos quedó nada más que hablar, sino lo realmente importante:
—¿Cómo está ella, Xime?
—Bueno, amigo… sobre eso quería hablarte. Como su doctora puedo decirte que está bien, pero como amiga la noto destrozada. No dijo ni una sola palabra sobre lo que ocurrió entre ustedes, pero a Jesús y su lengua larga se le escapó algo cuando habló con Susan, ella me contó a mí… y ya sabes. Nos enteramos todos —asentí con la cabeza—. No voy a juzgarte, Phil. Ni voy a pedirte explicaciones porque a mí no me corresponde hacerlo. Solo necesito aclararte algo que al parecer se malentendió ese día que nos encontramos en el sanatorio.
—Te escucho… dime.
—Geral estaba convencida de que el hijo que espera no es tuyo.
—Bueno, yo también creo eso, Ximena. Tú dijiste que ella estaba de 11 semanas, y nosotros… nos conocimos después.
—Bien, hubo una mala interpretación de parte de ustedes, se lo expliqué a ella y te lo repetiré a ti: el embarazo completo lleva 40 semanas de gestación, normalmente no se sabe el día exacto de la concepción, por eso las 40 semanas empiezan a contarse desde la última menstruación. En el caso de Geral fue el 13 de agosto. Suma entre 13 a 15 días más, y dime… ¿qué estaban haciendo ustedes dos esos días? ¿Ya se conocían?
Me quedé mudo mirando la pantalla embobado.
—La p-playa —balbuceé.
—Acabas de tener la misma reacción que ella tuvo. Lo cual me confirma y ratifica, que ese bebé que lleva dentro… ¡es tuyo! Y fue concebido, según pude entrever, entre las olas del océano Pacífico el miércoles 27 de agosto, una noche en la cual la calentura les hizo olvidar que debían usar preservativo… ¿estoy en lo cierto?
—S-sí —murmuré anonadado.
—¿Vas a quedarte balbuceando como un idiota o vas a hacer algo? Es tu hijo, Phil… con seguridad. Nacerá cualquier día a partir del 20 de mayo…
—No esperaré tanto, te lo aseguro —dije con convicción.
—Confiaba en que me dirías eso. Encontrarás mucha resistencia de su parte, está decidida a asumir la responsabilidad ella sola y no quiere ni siquiera oír tu nombre. Pero yo sé cómo la cuidaste cuando tuvo el accidente, y lo mucho que la apoyaste después. Estoy segura que ese mismo espíritu guiará tus acciones.
—Ella no parece ver nada de eso, Ximena. Solo el hecho de que le oculté mi verdadera identidad. Fui un idiota, lo sé… y estoy tan arrepentido que apenas puedo dormir o comer. Me siento una mierda, la peor escoria del planeta.
—Phil, si tú dejas la auto-compasión, mueves tu culo, lo subes a un avión y no la abandonas, yo te ayudaré a que ella lo entienda.
—Veré que puedo hacer, te lo prometo —dije suspirando—. Estaremos en contacto, Ximena. Muchas gracias por contármelo. De verdad te lo agradezco mucho.
—Quiero que sepas que ella no sabe que yo estoy hablando contigo.
—No diré nada.
—Su cumpleaños es el sábado, Phil.
—¡¡¡Papi, papiii!!! —nos interrumpió Paloma entrando a casa como una tromba y subiéndose a mi regazo— Ya llegué, mira… abu me compró gomas para el pelo —y me las mostró.
—¿P-papi? —esta vez le tocó a Ximena balbucear.
—Qué hermoso, princesita —dije sonriendo.
Ximena observaba la escena alucinada.
—Hola —saludó Paloma en español, mirando el monitor— ¿quién eres?
—Ximena, ella es mi hija Paloma —hablé en inglés—. Princesita, ella es Ximena, una amiga de papi que vive muy lejos.
—¿Eres la novia de mi papi? —preguntó inocentemente, también en inglés. Iba a un colegio bilingüe desde los dos años en jardín maternal y dominaba ambos idiomas, como todos en mi familia.
—Hola Paloma, encantada de conocerte. Y no, no soy la novia de tu papi —dijo riendo—, solo su amiga.
A partir de ese momento y durante los cinco minutos siguientes fue una confusión de voces y caras frente al monitor. Mi madre también se acercó y tuve que presentarla, estuvieron conversando un rato y luego le pedí que distrajera a Paloma mientras yo me despedía de Ximena.
Por fin nos dejaron solos de nuevo.
—Lo siento, Xime. Mi familia es muy sociable.
—No sabía que tenías una hija —dijo anonadada—, espero que no haya también una esposa de por medio o sino sí va a darme un infarto.
—No, Ximena, no tengo esposa —y suspiré, porque no me gustaba hablar de eso, pero no tuve opción—. Soy viudo, hace cinco años… bueno, cuatro y algo.
—Phil, lo sien…
—No hace falta que digas nada al respecto —la interrumpí—. Volviendo al tema que nos compete, esto que me contaste pone mi vida entera patas para arriba, quiero que comprendas que tengo miles de cosas que solucionar antes de dar un paso definitivo, pero lo haré. No la dejaré sola, te lo prometo.
—No esperaba menos de ti —respondió.
Estuvimos conversando un rato más, pero al parecer se dio cuenta de que estaba absolutamente conmocionado. Me pidió que la mantuviera informada de lo que haría y nos despedimos.
Cerré la tapa de la notebook y me quedé mirando la nada durante varios segundos. Suspiré y me pasé las manos por la cara en un intento de despejar mi desconcierto, algo casi imposible.
Apoyé mis codos en la mesa del comedor y sostuve mi cabeza.
¡Era mío! ¡El bebé que Geraldine estaba esperando… era mío! Iba a ser padre de nuevo. No podía creerlo. Tenía tal confusión de sentimientos dentro de mí que ni siquiera podía pensar coherentemente.
—¿Te pasa algo, hijo? —preguntó mi madre acercándose a mí.
La miré. Ella estaba al tanto de lo que había pasado en Los Ángeles, Alice se había encargado de contarle luego de que Geraldine y yo la hubiéramos visitado en su cumpleaños. Pocas cosas se podían mantener en secreto en mi familia, y menos algo que se refería a mí, la única espina entre tantas rosas.
—M-mamá —balbuceé mirándola con los ojos vidriosos—. No hay ninguna forma de suavizar esta noticia, así que te la diré simplemente… sin anestesia —suspiré entrecortado—. Acabo de enterarme que vas a ser abuela de nuevo y tengo que volver a Los Ángeles a recuperar a Geraldine. Necesito tu ayuda con Paloma, de nuevo.
*****
Todo resultó relativamente fácil, menos Paloma. Mi hija, a pesar de su corta edad era tremendamente terca y memoriosa. Cuando le conté que tenía que volver a viajar se puso a llorar como una condenada a muerte y me sacó en cara lo que le había dicho el domingo anterior:
—Me dijiste que te quedarías conmigo «hasta el infinito... ¡y más allá!», me lo prometiste, papilindo —y siguió llorando—. ¡Ya no te quiero…! —concluyó y se levantó de mi cama donde estábamos acostados viendo la tele y fue a su habitación corriendo, haciendo gala del más puro estilo "culebrón mexicano".
Me levanté yo también y la seguí, suspirando.
Al parecer mi destino inmediato sería perseguir mujeres enojadas conmigo, aunque estaba seguro que a esa mujercita sería más fácil de convencer que a la otra que no me esperaba en California.
Me miró sollozando y enfurruñada con su linda boquita haciendo un mohín de disgusto cuando entré. Estaba escondida en el fondo de su habitación dentro del castillo de sábanas que habíamos hecho para sus muñecas, acuartelada con todos sus peluches alrededor.
Me metí dentro como pude, porque el espacio era mínimo.
—Palomita, debes entender que hay cosas de adultos que papi debe resolver, es algo que no tenía previsto —siempre trataba de explicarle las cosas con hechos que ella conocía—. ¿Recuerdas cuando en la película de Barbie ella tuvo que dejar a su hermanita al cuidado de su tía porque tenía que ir a rescatar a Ken de las garras del malvado fotógrafo?
—Mmmm, s-sí —sollozó limpiándose los mocos con el dorso de la mano.
—Bueno, papi tiene que hacer algo parecido —le limpié la nariz con una toallita que encontré a un costado—. Tengo que rescatar a una princesa que me gusta mucho.
—¡Yo soy tu princesa! —me regañó.
—Es cierto, en realidad esta señorita a quien tengo que rescatar es una emperatriz, y si puedo la traeré conmigo para que la conozcas… ¿te gustaría? —Negó con la cabeza— Ella vive en un hermoso castillo a orillas del océano… ¡como el de la pequeña sirenita cuando Ariel la rescata de las manos de la hermana de Úrsula y Tritón hace desaparecer las murallas! Pero mucho más moderno.
Paloma asintió. Me acosté a su lado con nuestras cabezas juntas y observamos las estrellas que colgaban desde el centro del techo de sábanas donde estábamos.
—¿Tiene un tridente como su abuelo? —preguntó entusiasmada con el relato.
—Tiene algo mejor que eso… —dije imaginándome el "Santuario de colores"— posee muchas alfombras mágicas, de todas las formas y grosores. Y pinceles, también pinturas de todos los colores y muchos, muchísimos lienzos para dibujar.
—¿Y no puedo ir contigo a rescatar a la emperatriz? —preguntó ansiosa— Ya no tengo que ir al cole, papi. Estoy de vacaciones.
—No, princesita. Esta vez no… quizás la próxima te lleve conmigo, la emperatriz ahora está un poco enojada, entonces tengo que lograr que a ella le pase su enojo y quiera que yo sea el emperador de su castillo con ella… ¿lo entiendes?
—¿En su castillo hay dragones? —indagó entusiasmada.
—¡Oh, sí! Hay un dragón horrendo que merodea su castillo —me reí pensando en Jesús—, y debo impedir que pueda entrar.
—Llévate la espada mágica, papilindo… —se incorporó y me pasó la suya de juguete, volvió a acurrucarse a mi lado— no quiero que te pase nada.
—Ahora sí estoy protegido —tomé la espada con una mano y la abracé muy fuerte con la otra—. ¿Puedo irme tranquilo sabiendo que dejo a mi princesa contenta con su abuela y su tía? Sabes que hablaremos todos los días por la compu, Palomita… así como lo hicimos la vez anterior que estuve lejos.
—S-sí, papi —contestó ya sin llorar, aunque su naricita estaba roja—. Pero vuelve pronto a nuestro castillo, tu princesa también te estará esperando.
—¡Oh, claro que sí, mi vida! Volveré lo antes posible, prometido —y levanté mi palma— ¿Hi-5?
—¡Hi-5! —contestó riendo y chocando mi mano con la suya.
Esa noche dormimos abrazados en la alfombra de su habitación dentro de su castillo de juguete, entre peluches y muñecas. No era la primera vez que lo hacíamos, y como era de prever, amanecí totalmente adolorido, pero feliz de haberla persuadido.
Mi socio fue el más sencillo de convencer de todos, estaba hasta complacido de que volviera, porque había traído conmigo muchos contactos que había conseguido por intermedio de Sigrid Humeen para iniciar la exportación de la hoja de moringa como materia prima, algo que habíamos vislumbrado, pero ni siquiera soñábamos con realizar a tan corto plazo.
Hice dos viajes al campo durante mi corta estadía de doce días en Paraguay, y allí no encontré ningún problema. El capataz, Don Alfonso, se encargaba de todo como siempre lo hizo, aun cuando mi padre vivía. Los animales estaban bien cuidados y los campos a punto para la siembra. Paloma y su niñera me acompañaron, porque no quedaba muy lejos de la capital y a la niña le encantaba pasar el día sobre el caballo conmigo y recorrer la hacienda. Hasta tenía un poni para ella sola, que solo le permitía montar por los alrededores de la casa patronal cuando yo estaba con ella.
Mis hermanas, que se encargaban de la oficina de la agro-ganadera pusieron mala cara, pero cuando Karen se enteró del motivo inmediatamente estuvo de acuerdo en que me fuera, ella tenía dos hijos, lo entendía. Lucía era soltera y la verdad, la más difícil de todas. La quería, porque era mi hermana, pero no nos entendíamos demasiado. Era muy estricta, muy dura y además… la mejor amiga de mi esposa fallecida. Al enterarse de que iba en pos de otra mujer, a quien había dejado embarazada, dio media vuelta y me dejó hablando solo.
«Haz lo que se te antoje, al fin y al cabo siempre hiciste lo que quisiste», fueron sus últimas palabras.
Pero adoraba a Paloma, y la niña a ella. Y a pesar de todo yo sabía que dejaba a mi hija en buenas manos a su lado… y con mi madre.
Mi santa madre, era una luchadora y una gran mujer. No había miseria humana que ella no comprendiera y aceptara, aunque me regañó por cómo me comporté con "¿su futura nuera?", como ya la llamaba. Estaba feliz con la noticia, hasta me propuso acompañarme junto con Paloma. Pero le dije que no era recomendable. Conocía a Geraldine, y sabía que sería una batalla campal convencerla, necesitaba concentrar todas mis energías en ella en ese momento, y la niña sería una distracción permanente para mí. Le prometí que si todo se arreglaba, le enviaría los pasajes para que volaran a encontrarse conmigo y conocer a la futura madre de mi hijo, o hija.
Cuando se lo conté a Alice vía Skype saltó y gritó de felicidad como una posesa. Su alegría se centró en la idea de que ¡ambos íbamos a ser padres casi en simultáneo! Pero un par de días después volvimos a conversar y estaba desanimada y deprimida, porque había llamado a Geraldine varias veces y nunca respondió el celular, tampoco contestó sus mensajes.
«Seguro está enojada conmigo también. Por tu culpa debe pensar que soy una maldita mentirosa», me dijo triste. «Lo arreglaré, conejita… te lo prometo», le dije suspirando.
Y en eso me centré.
*****
Era viernes y ya estaba en el avión, rumbo a Los Ángeles.
Apenas bajé y puse el pie en suelo californiano, sentí el peso del mundo entero sobre mis hombros.
¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar?
No tenía la más mínima idea… lo resolvería sobre la marcha.
Pero de algo estaba seguro: Geraldine me necesitaba, y aquí estaría para ella, quisiera o no mi compañía.
Me subí a un taxi y partí rumbo a Malibú.

Continuará...

Sorteo de Navidad y Año Nuevo

jueves, 11 de diciembre de 2014

Para mis apreciados lectores...
¡Un sorteo por Navidad y Año Nuevo!


REGLAS:
1* Debes darle "Me gusta" a la página de Facebook "Los libros de Grace Lloper": https://www.facebook.com/LosLibrosDeGraceLloper
2* Tienes que compartir la publicación de este sorteo en tu muro de Facebook o en algún grupo de lectura desde la misma página "Los libros de Grace Lloper" (para poder verificar)... 
Es sencillo, con esto... ¡Ya estarás participando!
Si quieres seguirme además aquí en el blog... estaré encantada ;-)

PREMIOS:
Habrá 6 (seis) ganadores, que podrán elegir entre tres premios,
1* El libro "Dibújame" (Santuario de colores #1) de 450 páginas.
2* La serie "Crucero erótico" (3 libros, aprox. 500 páginas)
3* La serie "Mujeres Independientes" (3 libros, aprox. 600 páginas)

FECHA:
Se anunciarán los ganadores el día de Reyes, el sorteo se realizará por medio de https://www.randompicker.com/ entre todos los que cumplan los requisitos.

¿Te lo vas a perder?
¡¡¡FELICES FIESTAS, AMIG@S!!!
Y prepárense para la publicación de "Píntame" (Santuario de colores #2) a inicios del 2.015... 



CLTTR

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