DISTINCIONES

viernes, 23 de diciembre de 2011

Diciembre 2011

Julio 2011

Lady in Red

martes, 20 de diciembre de 2011

Relato Corto
Llegaba tarde a la reunión de directorio ¡Corre, Camila, corre! Se instó a sí misma.
Mientras ingresaba al lujoso edificio de oficinas y se apresuraba para llegar al ascensor –a pesar de sus zapatos de tacones de aguja que estaban matándola–, gritaba al grupo de gente que estaba entrando para que la esperaran.
—¡Gracias, gracias! —dijo jadeando y ubicándose en el único espacio vacío que había en el abarrotado elevador.
Temiendo que su maquillaje se hubiera corrido por la carrera, buscó el pequeño espejo que llevaba siempre en su bolso y observó sus mejillas coloreadas. ¡Ufff, que desastre! Pensó y procedió a retocar sus labios con un suave brillo sabor a fresas.
—¿Frutillas, fresas o moras? —preguntó una seductora y grave voz en sus oídos, solo para que ella lo escuchara—. Daría mi brazo izquierdo por probarlo.
Camila levantó el espejo y observó los hermosos ojos grises que la observaban desde atrás.
—¿Tan poco valgo que solo darías el brazo izquierdo, Horacio? —retrucó siguiéndole el juego y estremeciéndose ante la cálida respiración tan cerca de su cuello.
—Soy zurdo, cariño —dijo, tapándole metafóricamente la boca con esa afirmación.
De todas formas ya no pudo contestarle. Al llegar a su piso, salió como alma que lleva el diablo y se apresuró a llegar a la sala de juntas, saludando cortésmente a todos los miembros y pidiendo disculpas por el atraso.
Horacio Laprida, que llegó detrás de ella, hizo lo mismo.
La reunión de ese día era la más aburrida del año. Se cerraba el presupuesto anual y se aprobaba el del año siguiente. Para tratar de despertarse, se sirvió café antes de sentarse y procedió a beber un sorbo mientras recorría la vista por el grupo de vejestorios que tenía delante de ella, saludó con una sonrisa a su mejor amiga Irene, la directora de marketing hasta llegar a Horacio.
¿Por qué tenía que ser tan jodidamente atractivo? Pensó mientras lo observaba. Él estaba conversando con el gerente de informática, por lo que pudo mirarlo a su antojo. Aparentemente se había cansado de perseguirla, porque hacía poco más de un mes que no trataba de seducirla. Iban a cumplirse dos años desde que se conocieron, cuando él llegó a la firma como abogado, y durante un año entero intentó por todos los medios intimar con ella. Pero él era justamente el tipo de hombre seductor y mujeriego que había rehuido desde una experiencia que tuvo con uno de similares características cuando apenas tenía poco más de veinte años.
Camila Zavala era una hermosa mujer de 35 años, extremadamente precavida, una ejecutiva de renombre que hacía doce años trabajaba en Masterson Corp. Había empezado como dibujante cuando estaba terminando sus estudios de diseño de interiores y escaló todas las posiciones hasta llegar a ser gerente del departamento creativo, solo una de las ramas de la inmensa corporación.
El zumbido del vibrador de su BlackBerry la sacó de sus pensamientos.
«Firefighter: Dime que no llevas bragas»
Camila sonrió pícaramente. Hacía un par de meses Irene le había mostrado como ingresar a una sala de chat para mayores de treinta años, y a pesar de que trató de no engancharse, ese lugar la tenía embobada. Más que el sitio, era el misterioso Firefighter quien la tenía cautivada.
«Lady in Red: Si mis asociados miraran en este momento debajo de la mesa, se sorprenderían»
«Firefighter: Abre tus piernas para que se airee tu hermoso coño»
«Lady in Red: ¿Cómo sabes que es hermoso?»
«Firefighter: La mente es el más poderoso de los afrodisiacos, amor»
—Señorita Zavala… ¿me está escuchando? —preguntó el presidente con el ceño fruncido.
—Oh perdón, señor Restrepo… —Camila estaba totalmente ruborizada— estaba distraída.
—Bien, le repito ¿cuáles son sus prioridades dentro del presupuesto de su departamento?
A partir de ahí dejó de lado el celular y se concentró en la reunión.
Apenas terminó, corrió a su despacho para poder leer tranquilamente lo que él le había escrito.
—¿Por qué tan apurada? —preguntó Irene siguiéndola.
—Tengo que contestar las locuras de cierto hombre misterioso que está licuando mi cerebro, Ire —dijo riendo.
—¿Todavía sigues con eso? Ya es hora de que se encuentren y apaguen el fuego que los está consumiendo, amiga, dile que haga honor a su nick.
Asintió sonriendo y se separaron en un pasillo. Había dos mensajes más:
«FF: En este momento me gustaría ser un lobo para escabullirme debajo de esa mesa y lamer tus fluidos con mi lengua… ¡qué deliciosa debes ser!»
Camila se estremeció involuntariamente y suspiró acomodándose en la silla giratoria de su despacho. Hacía tanto tiempo que no permitía que un hombre se acercase lo suficiente para llegar a "lamer sus fluidos" como él decía, que ya ni se acordaba de cómo se sentía. Como ella no le había contestado el último mensaje, debió suponer que no podía:
«FF: ¿Estás ocupada? Cuando puedas, cuéntame qué planes tienes para Navidad»
Le contestó desde la laptop, ya que era más cómodo escribir desde ahí:
«LIR: Navidad en familia, voy a casa de mis padres, ¿y tú?»
«FF: Le mandé una carta a Papá Noel pidiéndole tres deseos: follarte, follarte y follarte»
«LIR: ¿Y si cuando nos encontramos no te gusto o no me gustas?»
«FF: Sé que te gustaré y tú… ¿Cómo puedo no adorarte? Hace dos meses que hablamos a todas horas. Si no me has mentido, eres perfecta para mí, en edad y físico. Conozco tu alma, y eres preciosa, conozco tus gustos y coinciden con los míos… el resto es superfluo»
«LIR: Mmmm, dudo que sea tan sencillo como dices. Los sentidos juegan un papel importante en una relación, nosotros nunca nos vimos, no nos olimos, ni tocamos o escuchamos»
«FF: Si tienes miedo, encontrémonos en la oscuridad, solo sintiéndonos, nuestros corazones sabrán quiénes somos y se reconocerán»
«LIR: Eso es muy arriesgado, además de peligroso»
«FF: ¿Hace cuánto no corres un riesgo, amor?»
¿En el amor? Nunca, pensó.


Todos los años se hacían dos fiestas en la Corporación, una antes de Navidad para los ejecutivos y sus familiares, en las oficinas centrales, y otra de año nuevo en la fábrica, donde también agasajaban a los obreros. Camila estaba bebiendo champagne y riendo en el gran salón de eventos, cuando vio entrar a Horacio.
Lo miró, y como siempre sintió que su corazón daba un vuelco.
Un extraño sentimiento entre tristeza y ansiedad se apoderó de ella. Antes él aprovechaba cada ocasión que podía para acercarse a su oficina y hablarle, o encontrarse con ella cuando salía a almorzar. Siempre dejaba unas margaritas en su despacho porque sabía que le gustaban, o una tira de chocolates Ferrero Rocher, que adoraba. Y cada vez que podía la arrinconaba para tratar de robarle un beso, lo cual nunca había conseguido. Todo eso había terminado repentinamente.
—Deja de mirarlo como si quisieras comerlo —dijo Irene.
—¿Sabes que las mujeres somos idiotas, no? —Miró a su amiga—. Cuando me perseguía no le daba corte, sin embargo ahora que ya no me hace caso, suspiro por él como una colegiala.
—Cami, necesitas sexo urgente… —dijo su amiga riendo—, por cierto ¿con quién vino?
Camila volteó y lo miró de nuevo. Una espectacular rubia estaba colgada de su brazo.
—¿Te das cuenta del motivo por el cual nunca quise tener nada con él? —Sintió ganas de vomitar— ¡Por Dios! Esa chica no debe tener más de 20 años… viejo verde cholulo y mujeriego.
—Tampoco es tan viejo, amiga ¿Cuántos años tiene, 42?
Camila asintió con la cabeza y bebió hasta el fondo su copa de champagne.
Decidió divertirse, él tenía una nueva conquista… pero ella también. Frunció el ceño ¿Realmente la tenía? Se sintió miserable, ni siquiera sabía el nombre de Firefighter, solo que era un cuarentón divorciado con dos hijos universitarios. Pero no sabía cómo era físicamente –al margen de los pequeños detalles que le había dado–, o como caminaba, comía o dormía.
Tenía que conocerlo, tenía que arriesgarse. Tomó su BlackBerry, y escribió:
«LIR: Papá Noel te concedió los tres deseos. Hagámoslo»
«FF: No veo la hora, amor… ¿cuándo y dónde?»
«LIR: Después de Navidad, salgo de viaje a casa de mis padres mañana. Organízalo y avísame»
«FF: Yo también viajo con mis hijos y vuelvo el miércoles… ¿Qué tal el jueves?»
«LIR: Perfecto»
«FF: Te daré las coordenadas. Y soñaré contigo todos estos días hasta que pueda tenerte en mis brazos y follarte hasta caer desfallecidos. Te deseo, amor»
«LIR: Yo también, cielo, con locura»


Y llegó el día "D".
A pesar de la tensión y la preocupación por lo que iba a hacer, había pasado una Navidad hermosa junto a su familia. Y Firefighter no dejó de comunicarse con ella un solo día, sus mensajes eran una rara mezcla de palabras obscenas preparando el ambiente para cuando se encontraran y de ternura tratando de tranquilizar sus temores por el inminente encuentro.
Y allí estaba, sola en la suite de un hotel de lujo, con todas las cortinas completamente corridas.
Todavía no podía calmarse, a pesar de haber seguido todas las instrucciones que él le había dejado anotadas en un papel:
1. El camisón es para ti… póntelo.
2. No abras las cortinas.
3. Bebe el champagne.
4. No te asustes cuando las luces se apaguen.
5. Confía en mí.
La nota olía a jazmín. La acercó a su nariz y absorbió el aroma.
Y se tensó completamente cuando la habitación quedó a oscuras. Pegó un gritito ahogado y estrujó el papel en sus manos, acercándose a tientas hasta el dosel de la cama, apoyándose en él.
¡Dios Santo, Dios Santo! ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Y si es un asesino en serie? ¿Y si es un loco? Miles de imágenes pasaron por su cabeza en unos pocos segundos.
—Cambié de opinión ¡quiero verte! —casi gritó— Enciende las luces, por favor.
—Tranquila, amor —dijo el desconocido susurrando y apoyando las manos en sus brazos desde atrás—. No te haré daño, no soy ningún psicópata y sabes lo mucho que te deseo. Ésta es la mejor forma de conocernos ahora, deja que nuestros corazones se encuentren antes que los otros sentidos.
—Tienes una hermosa voz —susurró Camila.
—Tú también, amor —y deslizó las manos por sus brazos— y tu piel parece terciopelo.
Le besó el hombro y el cuello, ligeros toques como si de una pluma se tratara. Ella se relajó, apoyó la espalda en su torso y giró la cabeza. Sus bocas se encontraron, él movió los labios sobre los suyos, entreabriéndolos ligeramente, lo bastante para que ella pudiera detectar la humedad de su boca. Camila enterró los dedos en su pelo y él le besó la barbilla, las mejillas, los párpados cerrados, las sienes, muy suavemente, con ternura. Y después regresó a su boca para lamerle los labios con la punta de la lengua, que desplazó de comisura a comisura.
Él tenía razón, era mucho mejor de esta forma, podía concentrarse solo en su toque y no distraerse con mirarlo, ya tendría tiempo para eso.
Camila volteó y absorbió su aroma varonil. Recorrió su cara con las manos, tocó su nariz y su boca, bajó por su cuello y su pecho. Los suaves vellos acariciaron la yema de sus dedos. Él dejó que lo conociera en la oscuridad, sin hacer nada, solo gemía y acariciaba sus brazos.
—Eres alto, y… estás desnudo —dijo cuando llegó a sus nalgas.
—Igual que tú —contestó bajando los breteles del camisón hasta que la prenda cayó al suelo formando una cascada de encajes a sus pies.
Camila aspiró con fuerza y una poderosa sensación que se originó en su garganta le recorrió el cuerpo, pasando por el pecho y deteniéndose en la entrepierna, donde le provocó un repentino hormigueo. Reconoció al instante lo que era: deseo sexual puro y duro.
Y ya no hubo ningún tipo de contención cuando ella soltó las riendas.
Cayeron en la cama entrelazados y volvió a besarla. En esa ocasión separó los labios  y cuando le introdujo la lengua, ella la succionó con fuerza antes de acariciársela con los dientes. Su premio fue un gemido muy ronco.
Una de esas manos fuertes, cálidas y de dedos ágiles, comenzó a explorar su cuerpo. Se detuvo en sus pechos y los pellizcó con delicadeza con el pulgar y el índice, aumentando la presión poco a poco, intensificando el deseo. Luego se llevó un pezón a la boca, lo succionó, lo mordisqueó y lo rodeó con la lengua, logrando que le enterrara las manos en el pelo y se aferrara a él con fuerza.
Camila se incorporó hasta colocarse de costado y pasó una pierna sobre las de su amante y empezó a frotarse contra su cuerpo, rotando las caderas. Cuando vio que se alejaba de su pecho para frotarle el cuello con la nariz, tomó su erección en la mano y se dispuso a acariciarlo con suavidad. En cuanto intensificó las caricias, oyó cómo él emitía un gemido que más bien le pareció un gruñido.
Él no se quedó atrás. La mano con la que le había acariciado los pezones se introdujo entre sus muslos para explorar entre sus pliegues hasta que notó que uno de sus dedos la penetraba.
Estaba húmeda. Sentía la humedad de su cuerpo y también oía el sonido que producía. El deseo se transformó en pura agonía. En un abrir y cerrar de ojos, su amante la instó a tumbarse de espaldas y se colocó sobre ella. Era grande y pesado.
Extraordinariamente grande.
Maravillosamente pesado.
Él le apartó los muslos con las rodillas hasta que separó las piernas al máximo. Las dobló, y lo rodeó con ellas mientras la aferraba por las nalgas para levantarle las caderas. Y entonces se hundió en ella con una poderosa y certera embestida.
Fue tan inesperado que Camila tomó aire con fuerza y no fue capaz de soltarlo.
Él se mantuvo inmóvil mientras apartaba las manos, que hasta ese instante tenía bajo sus nalgas, y ella aprovechó para afianzar la postura de sus piernas, buscando el ángulo más cómodo para relajarse. Tensó los músculos en torno a su miembro y notó que estaba muy duro.
En esa ocasión fue él quien aspiró el aire con brusquedad, antes de empezar a moverse.
Lo que siguió fue placer carnal, puro y absoluto. Cada envite, cada movimiento, aliviaba y a la vez espoleaba el deseo. Cada embestida era más profunda que la anterior. Ansiaba que ese momento durara eternamente, ese deleite sensual que superaba todas sus expectativas. Pero no podía durar, estaba claro. Y al final se alegró de que así fuera. Porque tenía la sospecha de que se habría vuelto loca si no hubiera sentido esa sensación que los invadió de forma inexorable y que se extendió por sus cuerpos hasta dejarlos exhaustos, temblorosos y saciados de una forma que desafiaba cualquier descripción.
—Por fin, amor —ella escuchó el susurro ya adormilada.


Si hubiera podido negarse, Camila no habría asistido al día siguiente a la fiesta de fin de año en la fábrica. Estaba terriblemente enojada. Le habían mentido y usado de la forma más vil posible.
En todo el día no contestó ni un solo mensaje de su amante. No podía, no sabía que decirle.
Miró hacia la entrada y vio a Horacio llegar. Frunció el ceño.
De nuevo lo acompañaba la hermosa niña-mujer que había estado con él en la fiesta anterior, se colgaba de su brazo y le sonreía… y él le devolvía la sonrisa con adoración.
¡Lo único que faltaba! Pensó conteniendo las ganas de vomitar.
Él la vio y sonrió. Ella lo miró con asco y sin poder contenerse se dirigió hacia la terraza del salón. Necesitaba aire, apenas podía respirar de la rabia que sentía. Se apoyó en uno de los pilares y trató de calmarse, hasta que sintió una presencia detrás de ella y se tensó.
—Camila… estás preciosa —dijo Horacio.
—¡Maldito bastardo desgraciado! —le gritó exasperada, volteándose para mirarlo— ¿Cómo te atreves a hablarme luego de haberme engañado de la forma que lo hiciste? ¿Sabías que era yo, no? Tú si lo sabías… admítelo.
—Podría habértelo explicado si te hubieras quedado a mi lado anoche, sin escabullirte a hurtadillas mientras dormía —dijo serenamente—, o si hubieras atendido mis llamadas o contestado mis mensajes durante todo el día.
—¡Ahhh, tienes una explicación! Increíble, no sé qué podrías inventar para que perdonara la forma que me engañaste, pero me gustaría escucharte.
Horacio suspiró.
—Hace un año que intento llamar tu atención, Camila… de todas las formas posibles, tú sabes eso. Y ninguno de mis intentos dio fruto, al contrario, sentía que cada día me alejabas más. Un día, hace dos meses, cuando entré a dejar unas flores en tu escritorio vi en tu laptop el chat en el que entrabas y me colé yo también. Sé que hice mal en no decirte quién era, pero solo lo hice porque estaba desesperado —dijo Horacio con tristeza—. Si era la forma de llegar a ti, a mi me parecía válida… ya sabes… en la guerra y el amor, todo vale.
—¿Amor? Esta es la razón más importante por la que huí de ti todo este tiempo, porque eres un miserable mujeriego sin escrúpulos… ¿Tú me hablas de amor cuando vienes por segunda vez acompañado por esa jovencita despampanante? A solo unas horas de calentar mi cama… ¡por Dios!
Horacio la miró desorientado, hasta que sonrió, ladeando la boca.
—¿Estás celosa, Camila?
—¿Ce…celosa? ¿Por qué lo dices?
Se acercó a ella… muy cerca.
Camila reculó y su espalda se apoyó contra una de las paredes de la galería. Las manos de él se posaron a ambos lados del cuerpo de ella, sobre la pared, sin tocarla, pero acorralándola.
—Por tu reacción, amor —dijo contra su boca. Ella podía sentir su aliento caliente, podía oler el sabor dulce de algún licor en sus labios, quería saborear ese aroma—. Dime que estás celosa, —Y la abrazó, posando sus manos inquietas por su espalda. —¡Dímelo!
—¡Lo estoy! —Dijo casi gritando, y bajó la voz—: Muero de celos… es un infierno para mí verte con ella. —Hundió la cara en su pecho, tomándolo de las solapas de su traje.
—Mi amor… —levantó su cara y se apoderó de su boca con un gruñido sordo.
Atrapó sus labios con un beso ansioso que a Camila le quitó la razón. Antes de poder protestar por la invasión, su cuerpo ya estaba entregado al frenesí de la pasión y se apretaba contra el pecho de Horacio, mientras él la sujetaba por la nuca besándola sin respiro.
Al darse cuenta del lugar donde estaban, y que cualquiera podía verlos, Horacio respiró hondo cerca de su boca y trató de tranquilizarse. Apoyó su frente contra la de ella y deslizó sus manos en la cintura de Camila, separándolos un poco, pero manteniéndola cerca.
—¿Significa esto lo que creo, mi dama de rojo? —preguntó, ansioso de obtener confirmación.
—Horacio, yo… ¿qué es exactamente lo que crees que significa?
—Te lo haré fácil, y lo diré por única vez si no soy correspondido: —Él suspiró y acariciándole el pelo, dijo—: Te amo, Camila… desde hace un año estoy enamorado de ti ¿Tú que sientes por mí?
Ella lo miró, aunque asustada, sonrió.
—Yo… —Pero cuando Camila estaba por responder, fueron interrumpidos:
—¡Por fin te encuentro, papá!
Camila se hizo a un lado, asustada, pero Horacio no la dejó alejarse mucho y miró a la jovencita que había llegado.
—Jess… —dijo Horacio, fastidiado por la interrupción, y sin soltar a Camila.
¡¿Papá?! Ella no entendía nada, los miraba a ambos indistintamente, confundida…
—Disculpen, mis queridas damas. Camila, ella es mi hija Jessica, Jess, ella es la señorita Camila Zavala, de quien tanto te he hablado.
—Ehh… mucho gusto, Jessica —dijo Camila, todavía turbada por el descubrimiento. La jovencita que lo acompañaba… ¡era su hija, por Dios!
—El gusto es mío —dijo Jessica sonriendo—, y por favor, dígame que ha sacado a mi padre de la miseria y lo ha aceptado por fin.
Camila lo miró sonriendo.
—Sí, lo hice —dijo delineando un «Te amo» con los labios mientras él reía feliz.
El deseo de Navidad de Horacio fue concedido y… ¡año nuevo, vida nueva!


Parte de la Antología relatos de Amor MR
Navidad 2011 - Año Nuevo 2012

Fantasías en un elevador

Relato Corto
—¡Pare el ascensor, por favor! —pidió Rebecca saludando con la mano al portero y corriendo por el palier de entrada del lujoso edificio de departamentos donde vivía en el piso 13.
¿Número 13? ¿Mala suerte? 
No era una mujer supersticiosa, pero sí muy precavida, y a sus treinta y cuatro años de vida ordenada, estaba harta de serlo.
Cuando se acercó al ascensor, se dio cuenta de quién sostenía la puerta: era su cuarentón y apuesto vecino, cuyo poder de mojar su entrepierna con solo verlo, era alarmante.
—Buenas noches, señor Gianni —saludó con una sonrisa— gracias por esperarme.
—Señorita Vasconcelos, ¿cómo está? —contestó con una sonrisa— No tiene nada que agradecer, con el otro ascensor en mantenimiento, no podía permitir que esperara de vuelta éste, menos aún mojada como se encuentra y a ésta hora de la madrugada.
Los ojos del señor Gianni vagaron desde su cara hasta su torso.
Rebecca bajó la vista y se dio cuenta que su camisa blanca de seda estaba empapada por la lluvia y las aureolas de sus pezones excitados por el agua y el fresco de la noche, podían verse claramente debajo del corpiño de encaje del mismo color.
—El 13, por favor, —dijo ruborizándose ligeramente y apartando la tela de sus exuberantes senos— y llámeme Rebecca, hace años que somos vecinos, creo que corresponde.
—Mi nombre es Ángelo —contestó, oprimiendo los botones— y sé perfectamente cuál es su piso. De hecho, sé muchas cosas sobre ti... Re-be-cca —pronunció su nombre como en un susurro.
Ella lo miró sorprendida, pero se recompuso enseguida.
¿Estaba flirteando con ella? 
—No me sorprende, uno percibe mucho sobre los vecinos, con solo observar sus hábitos —contestó pícaramente— yo también aprendí muchas cosas sobre ti a lo largo de estos años… Án-ge-lo —lo dijo con el mismo tono de voz sensual que él había utilizado, poniendo énfasis en el "ge" de su nombre, que se pronunciaba "ye".
A través del vidrio transparente del ascensor panorámico, vieron las luces de un relámpago y dos segundos después escucharon un trueno muy fuerte. Las luces parpadearon y Rebecca se alarmó, dando un pequeño salto hacia la puerta, alejándose del vidrio.
En ese momento, se apagaron las luces y el elevador paró estrepitosamente, arrojándola en brazos de su apuesto vecino, quién la atrajo hacia su cuerpo; tomando posesivamente su cintura con las manos como si estuvieran hechas a medida para encajar con sus curvas, y su muslo se deslizó entre los de ella. Aquellos puntos de contacto la centraron, la mantuvieron anclada, el miedo se esfumó.
El ritmo de los latidos de su corazón iba acompasado con el que retumbaba en la boca de su estómago, en la garganta, en las muñecas, en la entrepierna. Se escuchó otro trueno y él la presionó aún más contra su creciente erección, podía sentirlo.
Se quedaron muy quietos, y sin poder evitarlo, la mano de ella se deslizó por el hombro hasta llegar a su nuca, haciéndole una invitación silenciosa. Su pelo oscuro le hizo cosquillas en los nudillos, y el calor de su mano pareció quemarle a través de la suave seda de su camisa. Su estómago se inundó de calor mientras se restregaba contra su entrepierna.
Ángelo alzó una mano hasta su pelo, y la instó a que echara la cabeza hacia atrás. Cuando deslizó los labios por su cuello desnudo, Rebecca soltó un jadeo. La acercó más hacia su cuerpo, y ella se rindió totalmente a sus deseos.
Llevaba años añorando sentirlo así, y sabía que él también. Lo había visto en sus ojos cuando la miraba con lujuria, lo había sentido en sus manos las veces que la había tocado en ocasiones sociales.
Todo estaba a oscuras, solo se filtraban en la cabina cerrada los relámpagos del exterior y las luces de la ciudad a lo lejos. El acompasado y rápido latido de sus corazones, contrarrestaba el monótono ruido de la lluvia al chocar contra el vidrio.
—¡Santo Cielos! —dijo él mientras lamía su cuello y bajaba hasta su hombro— no te imaginas las veces que he soñado con tenerte así en mis brazos.
—Lo sé… no hables más, solo hazlo.
Ángelo no desaprovechó un solo momento y tomó posesión de sus labios, aflojándola y reclamándola, y ella hizo lo mismo. Cuando se encontraron lo sintió hacer una rápida inspiración, y sacó la lengua para lamérselos por encima. Blandos, dóciles, dispuestos. Se besaron más profundamente.
Por fin, cuando estaba a punto de derretirse, le entreabrió sus labios con la lengua y ella probó su sabor. Sabía a vino y a algo muy masculino, muy excitante. Su cuerpo estaba encendido, sus pechos hinchados. Deseaba que la tocase.
Con las manos de él sujetándola y su cuerpo apretándose contra ella, se entregó por completo a aquel beso, contestando cada gemido, cada suspiro. Y se sintió más viva que nunca.
Ángelo tampoco podía pensar. Por el momento, lo único que parecía capaz de hacer era besarla, acariciarla. La atracción existió desde el primer momento, de modo que no lo sorprendía. Lo que le llamaba la atención era la intensidad, el ansia abrumadora que lo consumía por hacerla suya.
El cuerpo de ella apretado al suyo, sus senos comprimidos contra su pecho, hacían que le hirviera la sangre y sus gemidos lo volvían loco.
Ah, sí, sus manos estaban ahí, en sus hombros, en sus brazos, en sus pechos, rozándole suavemente los pezones, endureciéndolos hasta dejarlos en punta. Su boca, cálida, ansiosa, le acarició un hombro, mientras sus manos casi desgarraron la camisa, hicieron a un lado el obstáculo que representaba el corpiño de encajes y luego sus labios se cerraron reverentes sobre un pezón. Un suave tirón, otro, y luego uno largo con succión, caliente, mojado, cerrando la boca alrededor.
Las manos de ella tampoco estaban quietas, vagaban por sus hombros, desprendieron los botones de su camisa y sus dedos ansiosos recorrieron sus duros pectorales cubiertos de espeso vello oscuro.
Él levantó su falda y bajó sus bragas, hundiendo sus dedos dentro de su calor, un dedo, luego otro, sacando y metiendo, comprobando que estuviera preparada.
—Estás tan mojada y caliente —dijo él, ansioso.
—Por favor, hazlo… no puedo aguantar más —respondió ella, metiendo la mano entre ellos y abriendo la cremallera de sus pantalones para liberar su duro y caliente miembro, abarcándolo con las manos, acariciándolo mientras él gemía.
Ángelo no necesitó que se lo dijera dos veces, ayudado por las expertas manos de esa cálida mujer, se introdujo en su apretado interior con un solo movimiento rápido y certero. Entonces empujó profundamente dentro de ella, y por un increíble y desgarrador momento, Rebecca no se preocupó. Sus ojos se abrieron de repente, y gritó contra su boca mientras un profundo gemido escapaba de él.
Una vez que estuvo completamente dentro, se apretó contra ella y acarició sus senos, los abarcó totalmente y comenzó a juguetear con sus pezones mientras iniciaba la danza de empuje y retroceso.
La tenía atrapada contra la dura pared del ascensor, y se movían al unísono, como locos enajenados, ella levantó una de sus piernas para darle mayor acceso y lo apretó contra sí con el talón, mientras acariciaba la piel de su espalda que quedaba expuesta y lo arañaba con sus uñas.
La lengua de él se hundía repetidamente para encontrarse con la suya, y sus manos se movían apretando, acariciando sus pechos y alrededor de su cintura. Ella se arqueó contra él. Sus muslos estaban mojados.
Él empujó hacia arriba, y Rebecca gimió cuando la elevó contra la pared. El pulso palpitante entre sus piernas se intensificó, ahogándose con el latido de su corazón.
Rebecca no sabía de que agarrarse para no caerse, mientras la follaba con ímpetu. Él sacó las manos de dentro de su camisa, se incorporó y empezó a masajearle las nalgas con una mano mientras con el pulgar le acariciaba detrás, metiendo y sacando su intruso dedo, acompañando los movimientos de su pelvis, volviéndola loca.
Sus ojos ardieron en los suyos y empujó otra vez. 
—Esto es lo que necesitas —susurró él—. Necesitas ser follada —la embistió—. Y follar.
¡Sí! Era verdad. Ella jadeó con cada embestida, la presión creciendo dentro de su cuerpo, mientras él parecía estar siempre empujando, nunca retirándose.
—Tómame dentro de ti, bebé —gimió él, embistiéndola otra vez.
El cuerpo entero de Rebecca comenzó a sacudirse y abrirse. Sintió que todo dentro de ella iba a romperse. Y lo deseaba.
—Tómame todo. Ábrete para mí.
Y él empujó con tanta fuerza contra ella y llegó con tanta ferocidad que Rebecca estalló. La liberación fue rápida y explosiva. Él gruñó descontrolado y ella gritó. Ángelo se corrió y se corrió, bañando su interior con la caliente lava de su semen.
—No te muevas, Rebecca —dijo mientras salía de su centro y metía dos dedos dentro de ella, observándola extasiado justo cuando un relámpago iluminó la cabina. —Me gusta sentir en mis manos tus últimos estremecimientos. —Ella presionó sus dedos con los músculos vaginales y él gimió—. Mmmm, maravilloso.
Rebecca suspiró y se apoyó en su torso, lamiéndole el cuello.
Sacó los dedos de su interior, y metiéndolos en su boca, dijo:
—Dulce como el néctar… quisiera probarte con mis labios, lamerte entera, meter mi lengua en tu suave coño y beber de ti hasta saciarme.
Ella rió y lo miró a los ojos, poniendo distancia entre ellos y tratando de recomponer su aspecto.
—Lo harás, te lo prometo —dijo suavemente.
Él acomodó su ropa, levantó una perilla y las luces se encendieron, luego giró una llave y el ascensor cobró vida de nuevo.
Bien jugado, pensó al darse cuenta que en ningún momento se fue realmente la luz.
Ángelo le hizo un guiño travieso al ser descubierto, y con galantería, le cedió el paso para salir del elevador, siguiéndola de cerca, observándola contornear sus caderas.
Rebecca abrió la puerta de su departamento y entró, encendiendo las luces.
—Hola, Lucía ¿Cómo se portaron los niños?
—Muy bien, señora —contestó la niñera somnolienta, levantándose del sofá de la sala— A Maia le costó dormir, pero Lucas y Fabri están en cama hace horas… ¿lo pasaron bien durante la cena?
Mejor dicho "después de la cena", pensó él.
—Muy bien, gracias, Lucía —contestó Ángelo, sacando su billetera y pagando sus servicios.
Una vez solos, Ángelo estiró a su mujer hacia él y le dijo:
—Lo de hoy estuvo excelente, amor… ¿Cuál es tu siguiente fantasía?
Rebecca se acercó a él, pensando en lo maravilloso y sano que era hacer realidad pequeñas fantasías para reavivar el amor y escapar de la realidad cotidiana.
Ronroneando como una gatita, contestó:
—Lo que tú quieras, adorado esposo mío —se pegó a su torso y le dio un dulce beso en los labios, diciendo—: Te amo.
—Ditto , mi amor…

Parte de la Antología relatos de Amor MR 2011
Julio de 2.011

Aguas Claras - Segundo día (Crucero Erótico 02)

domingo, 27 de noviembre de 2011

Salvador, Bahía…
31 de Diciembre.

Pablo despertó temprano, a pesar de haber dormido tan tarde. Él no estaba de vacaciones, así que tenía que levantarse a trabajar.
Miró a Karina acurrucada en su costado y sonrió.
Un rato más, pensó y la apretó contra él en posición "cucharita", Miró sobre su hombro y vio que Julia esta desperezándose ligeramente. La sábana se había deslizado hacia abajo. Podía ver de costado las curvas de sus perfectos senos delineados por la camiseta ajustada que llevaba y también se veían sus bragas de algodón amarillas que se habían metido dentro de su hermoso culito.
Su miembro despertó de nuevo.
Tenía en brazos a una hermosa y cálida mujer y deseaba a otra fría y huidiza. Qué ironía, pensó suspirando.
Julia se giró hacia ellos y abrió los ojos lentamente.
Se miraron sin decir nada, serios.
Por más que su cerebro le decía, no la mires, levántate y ve a trabajar, no podía hacerlo. Bajó la vista desde sus ojos hasta sus senos, se podían vislumbrar ligeramente sus aureolas más oscuras a través de la ligera camisilla que llevaba puesta… y no se cubrió. Parecía no importarle que la mirara. Siguió bajando la vista y se topó con… la sábana ¡Maldición! 
Necesitaba comprobar si su segunda teoría era cierta.
—Buen día, gacela —dijo suavemente.
—Mmmm, buen día… es temprano —contestó desperezándose.
—Para ti si… yo debo ir a trabajar —dijo suspirando— dime, nena… ¿te gustó lo que viste anoche?
Julia sonrió y se ruborizó.
—Se veían muy bien juntos —fue toda la respuesta que obtuvo.
—¿Te calentaste, gacela? —ella lo miró como horrorizada— No lo niegues… acepta por lo menos esa verdad ¿Te gusta observar? —preguntó curioso.
—En realidad… es la primera vez que lo hago.
De repente se le ocurrió otra cosa. Y con su total falta de diplomacia, la pregunta no se atragantó en su boca:
—¿No serás virgen, no?
—¿Siempre eres tan atrevido? —preguntó sonriendo— Esa es una pregunta personal, creo.
—Solo contesta y sácame de la miseria… —rogó con cara de ángel.
—No, no lo soy —dijo con seguridad.
—Bien, muy bien… ¿te gusta cómo nos vemos juntos? —preguntó y levantó la sábana, destapándolos.
Julia tragó saliva, observándolos.
Y él empezó a juguetear con uno de los pezones de Karina, que gimió.
—Los dos son hermosos —contestó en un susurro.
—Tú también eres hermosa, gacela. Juega conmigo… acaríciate también, como no me dejas tocarte, piensa por lo menos que son mis manos las que están haciéndolo. Así, mira… —y procedió a mostrarle lo que quería hacerle tocando a su amiga, que gemía y se contorneaba ligeramente entre sus abrazos.
—¿Me estás usando como muestrario? —preguntó Karina despertando, aún somnolienta.
—Shhh, silencio, monita… disfrútalo —dijo acariciando sus pezones con los dedos, estirándolos y dándole ligeros besos a su cuello desde atrás. Luego metió una de sus piernas entre las de ella y las abrió, bajando una de sus manos y acariciando sus pliegues ya húmedos, sin dejar de tocar su pezón con la otra. Miró a Julia para ver su reacción—: ¿Te gusta, gacela?
Julia gimió.
—Oh, Dios… —dijo en un susurro, sus labios temblaban ligeramente.
—Tócate, nena… quiero ver al menos eso. Tócate así —y metió uno de sus dedos dentro del palpitante coño de Karina, quien gimió y se retorció extasiada, aparentemente muy feliz por lo que le estaba haciendo.
Julia se sentó en su cama y tomó el borde de su camisilla de dormir, como para quitársela, cuando…
Riiiing, Riiiiiiing…
¡Noooo, eso no podía ser cierto! Pensó Pablo desesperado.
Estiró una de sus manos y tomó el tubo:
—¡Hola! —saludó contrariado.
Gruñó varias veces, escuchando las instrucciones y luego colgó diciendo:
—Sí, sí… voy para allá.
Y las miró con cara de carnero degollado.
—¿No pensarás dejarme así, campeón? —preguntó Karina sonriendo por su expresión— ni Julia ni yo somos tortilleras … ¿qué haremos sin ti?
—¿Y qué hay de mi? —se levantó de un salto de la cama— Miren como estoy… más duro que asta de bandera. Podría cargar una bandeja de desayuno fácilmente con mi polla.
Las dos lo miraron y rieron a carcajadas.
—Búrlense… búrlense nomás —dijo dirigiéndose al baño, una vez dentro dejó la puerta abierta y siguió hablando—: ¡Y prepárense para esta noche, porque continuaremos lo que empezamos!
Julia se estremeció.
Karina se dio cuenta y le guiñó un ojo.
Mientras se duchaba Pablo pensó en que Karina acababa de confirmarle que Julia no era lesbiana, tampoco era virgen, se lo dijo ella. Y era la primera vez que había observado a una pareja hacer el amor… no era voyeurista.
Entonces… ¿cuál coños es su problema? Se preguntó.
Tendría que poner más empeño en descubrirlo, porque por lo que se había dado cuenta ninguna de las dos iba a darle siquiera una pista sobre eso.



—Tú confías en Pablo, por lo que veo —dijo Julia mirando a Kari. Estaban sentadas al borde de la piscina en las reposeras, disfrutando del sol de la media mañana.
—Ciegamente… ¿acaso no es adorable? —preguntó.
—Sí, lo es… pero me pone muy nerviosa.
—Eso es porque te gusta, Juli, y te da miedo abrirte a él. Quizás deberías ser sincera, a lo mejor puede ayudarte. No existe nadie mejor que él para hacerlo, te lo aseguro.
Julia suspiró.
—Él tiene mucho entusiasmo, pero con eso no se resuelve un problema psicológico profundo, Kari. Ya pasé por una media docena de psicólogos y psiquiatras a lo largo de seis años y ninguno pudo ayudarme… ni siquiera yo, con todo lo que he leído ¿qué puede hacer él? Pobre tipo… no lo involucres en mis cosas.
—Bueno, amiga… los psicólogos tienen la teoría, pero quizás es hora de que enfrentes tus miedos en la práctica.
—Sabía que dirías eso —dijo con una sonrisa triste— pero sería muy egoísta de mi parte involucrar a alguien con mis problemas. Lo intenté, te lo juro… un par de veces traté, pero fue espantoso… terrible —Julia escondió la cara entre sus manos al recordar.
Karina se levantó de la reposera, se acercó a su amiga y la abrazó.
—Lo sé, cariño… no me hagas caso. Quizás lo que debamos hacer es relajarnos… liberarnos juntas, a lo mejor es un paso importante para ti.
Julia la miró intrigada.
—¿Qué propones?
—Una playa nudista —dijo con picardía.
Los ojos de Julia se abrieron como platos y rió a carcajadas.
—Ay Kari, me diviertes, eres lo máximo —dijo abrazándola— te quiero amiga, pero sabes que no tengo ningún complejo con mi cuerpo, puedo desnudarme aquí mismo y no me importaría. Esa no es ninguna terapia que me sirva, aunque sería una experiencia diferente.
—Hagámoslo. Preguntémosle a Tanya donde hay una de esas playas en Bahía, creo que llegaremos al mediodía.
—Tanya acaba de llegar de Estados Unidos, no tendrá idea.
—¿Y esa señora… Yanela?
—No la conocemos de nada…
—Bueno, Pablo entonces.
—Mejor busquemos en internet —dijo frunciendo el ceño.
Se levantaron de un salto, se pusieron los pareos y como rayo se dirigieron hacia el ciber-café.
Pablo justo iba a saludarlas cuando las vio cuchichear entre ellas y correr riendo a carcajadas. Algo estaban tramando. Las siguió.
Se sentaron frente al ordenador con dos enormes vasos de café frappé  y teclearon "playa nudista salvador bahía" en Google.
«En Bahía a unos 50 kilómetros de Salvador y muy cerca de otros lugares excepcionalmente bellos, se encuentra la playa nudista de Massarandupió sobre la Costa dos Coqueiros».
Volvieron a teclear "Playa Massarandupió" y llegaron a una página interesante con la foto de una playa desierta:
«Tomando ventaja de su aislamiento, esta playa desierta se convirtió en la primera categoría del nudismo en la región. El paisaje incluye arenas blancas, caracoles, un mar de olas pequeñas, rodeada de cocoteros y exuberantes dunas. Esta tranquilidad lo convierte en uno de los lugares favoritos de las tortugas marinas para anidar. La infraestructura sigue siendo mínima, con algunas tiendas de campaña cerca de la aldea y una hermosa zona de camping, situado en torno a una laguna detrás de las dunas».
—Lo encontramos —dijo Karina orgullosa.
—Ahora solo tenemos que averiguar cómo llegar —dijo Julia sonriendo.
—Me imagino que no se les ocurrirá ir solas a ese lugar ¿no? —dijo Pablo con el semblante serio detrás de ellas.
Ambas gritaron asustadas.
—¡Palitooo! Casi nos das un infarto —dijo Karina golpeándole el pecho con el puño.
—¡Qué concentración! —comentó todavía serio.
—No puedes hacer nada al respecto, cariño… somos adultas y sabemos cuidarnos solas.
Julia se mantenía callada.
—Tecleen "Seguridad en Salvador Bahía" y verán a lo que se enfrentan. ¡Por Dios, chicas! —dijo enojado— Bahía es considerada la metrópoli con el mayor porcentaje de afro-americanos localizada fuera de África. Si bien la mayoría son muy buena gente, algunos dejan mucho que desear… ¿no querrán ser violadas en su supuesta aventura, no?
Julia se puso blanca como un papel y se tensó.
—Tranquila, cariño —dijo Karina abrazándola y mirando a Pablo con el ceño fruncido.
Pablo no entendía nada, él solo trataba de ayudar y lo miraban con asco.
¡Mujeres!
—Bueno, chicas… —dijo temiendo haber metido la pata— si tanto quieren conocer ese lugar, yo las llevaré. Le pediré a Andrés que me releve y podrán asolearse en cueros, como quieren. Prepárense, desembarcaremos después de almorzar.
Dio media vuelta y se fue, sin esperar respuesta.
Ni siquiera quería saber lo que pensaban… iba sonriendo de oreja a oreja. ¡Vería a su tormento desnuda! ¡Por fin!
—¿Y esa cara de felicidad, Pablo? —preguntó Andrés cuando lo encontró.
—Necesito tu ayuda, zoquete  —suplicó levantando ambas manos en señal de oración— juro que podrás pedirme lo que quieras, pero déjame bajar a Bahía esta tarde… ¡por favor! Reemplázame, Jaime te ayudará, él conoce todas mis obligaciones.
—¿Para qué? —preguntó intrigado.
—Eso no puedo decírtelo —dijo sonriendo pícaramente.
—Entonces no hay trato —contestó haciéndose rogar.
—Mierda, Andrés… las chicas quieren ir a un lugar peligroso, no puedo dejarlas que lo hagan solas.
—¿Qué tan peligroso? —preguntó con sorna.
Pablo suspiró, sabía que no iba a ceder a menos que le dijera la verdad.
—Massarandupió —dijo finalmente, resignado.
Y empezaron los insultos, uno más obsceno que el otro.
Por supuesto, lo reemplazó, incluso lo ayudó a alquilar un vehículo todoterreno que los esperaría en el puerto a la hora que tenían previsto llegar.
Y no dejó de recordarle:
—Me debes una, paragua .



Luego de almorzar juntos, bajaron a Salvador y el vehículo los estaba esperando en el puerto.
—Guauu, Palito… te esmeraste.
—Todo sea por complacer a mis chicas —dijo orgulloso subiendo al asiento del conductor.
—Gracias, Pablo… es muy dulce de tu parte —dijo Julia subiendo detrás. Karina se ubicó en el asiento del copiloto—: por supuesto, compartiremos los gastos.
—No es necesario, Julia —dijo Pablo sabiendo que si tuvieran el dinero suficiente, no estarían apretujadas en su camarote.
Y emprendieron el viaje.
Como era muy temprano para tomar sol y el viaje les llevaría menos de una hora, primero les hizo un recorrido por la ciudad para que la conocieran. Hicieron un tour por el Centro Histórico de Salvador, llamado Pelourinho, que es el mayor conjunto arquitectónico de estilo colonial barroco de Latinoamérica de los siglos XVI y XVII.
El entusiasmo de las chicas era contagiante.
Era muy fácil conducir en Salvador, se caracteriza por sus anchas avenidas y tránsito eficiente, con fácil acceso a los principales puntos turísticos. Cuando se dispuso a iniciar el viaje hacia la playa, lo hizo por la ruta que bordea la costa, para que pudieran observar todas las playas.
Pablo, que ya había ido a esa playa un par de veces, conocía un acceso donde podían entrar con el todoterreno hasta casi la arena. Condujo entre dunas hasta que llegaron, alrededor de las tres de la tarde.
Entre todos ayudaron a bajar lo que habían traído hasta la playa: toallas, sillitas de lona, sombrillas, incluso Pablo hizo preparar una conservadora con sándwiches y bebidas frías.
Él sabía que normalmente no había mucha gente en esa playa, pero siendo día entre semana, la playa estaba realmente desierta, sobre todo en esa zona que él había elegido.
A lo lejos se veían unas cuantas sombrillas, pero todas esparcidas y alejadas unas de otras.
Sólo podía esperar que su cuerpo cooperara y no sustentara una erección notablemente grande y dolorosa con tan solo ver desnuda a su obsesión, porque en éste caso no podría ocultarlo. Suspiró, notando con triste resignación que su pene ya se estaba poniendo tan duro como una barra de hierro con solo pensarlo.
Él simuló concentración al preparar la sombrilla y acomodar las pequeñas sillas y toallas, dejando a las chicas que hicieran lo que quisieran y se maravillaran con el lugar.
Cuando las miró, ninguna de las dos se había sacado su biquini todavía.
Ladeó las cejas y preguntó:
—¿Y? ¿Qué esperan?
Ambas se miraron y rieron pícaramente.
—Tú primero —dijo Julia.
—Ningún problema, chicas… ya me vieron en pelotas de todas formas, pero les aviso que el solo imaginar sus hermosos cuerpos desnudos al sol, el fiel amigo que nunca me abandona ha estado inquieto desde que llegó, así que sabrán perdonarlo si no deja de saludarlas toda la tarde.
Rieron a carcajadas con la ocurrencia mientras él se sacaba la remera y bajaba sus bermudas, quedando desnudo y totalmente excitado.
Les hizo una seña con la cabeza, instándolas a que lo imitaran, poniendo sus manos en la cintura, en posición de espera.
En menos de cinco segundos estuvieron las dos desnudas también, y él por fin pudo conocerla. Karina saltó y se ubicó a su lado, tomándolo por la cintura.
—¿No es hermosa? —preguntó observando su reacción.
—Las dos parecen ninfas marinas —dijo con la verdad, pero no podía apartar sus ojos de Julia, quién se había ruborizado completamente.
Cerró sus ojos y negó con la cabeza, resignado.
—Esto va a resultar más duro de lo que me imaginaba —dijo sinceramente, suspirando— chicas, voy al mar a refrescarme.
Dio media vuelta y se alejó refunfuñando.
¡Mierda! Se había depilado completamente su hermoso coño, pudo ver su preciosa rajita ligeramente abierta, y sus senos, redondos, firmes y de tamaño perfecto, con pezones pequeños y excitados casi lo volvieron loco. No tenía una sola marca en todo el cuerpo, como si tomar sol desnuda fuera usual.
No sabía cómo iba a hacer para resistir y no tirarse encima de ella en toda la tarde.
Cuando volvió, al cabo de media hora de nadar en el mar tranquilo, tratando de calmar su excitación con ejercicio físico, las encontró tiradas en la arena, sobre las toallas con los ojos cerrados.
Karina estaba tomando sol de espaldas, pero Julia… ¡Dios Santo! Lo hacía de frente… y parecía dormida.
Se acercó, sin poder creer que él, Pablo Gonzaga, cayera sobre sus rodillas y mirara libidinosamente el cuerpo desnudo de su tormento tan de cerca. Miró a su alrededor, sintiendo pánico por un momento de que lo avergonzara frente a alguien gritándole que se alejara. Respiró con alivio al comprobar de nuevo que estaban totalmente solos en ese pedazo de la playa, y que sus gritos sólo servirían para humillarlo frente a Karina. No es que ese panorama fuera mucho mejor.
Los ojos de Pablo cayeron hasta su cara, notando enseguida que estaba profundamente dormida, luego encontraron sus senos, y su pene volvió a endurecerse al mirarla, el deseo lo abarcó dura y rápidamente. Sus aureolas, eran de color rosa claro y un poco acolchadas debido al calor. Sus pequeños pezones sobresalían de una suave y aterciopelada base.
Respiró hondo, con una erección salvaje, mientras su mirada se paseaba más abajo y se posaba sobre su acolchonado coñito. Sus piernas estaban ligeramente abiertas y una de sus rodillas levemente doblada, lo cual no ponía ningún impedimento a que él viera cómo se veía su carne por dentro al estar totalmente afeitada, pensó en cuánto le gustaría pasar su lengua por todos los suaves pliegues debajo.
Pablo miró su raja, queriendo chuparla, queriendo montarla… queriéndola y punto. Como si la durmiente joven pudiera leer sus pensamientos y quisiera alentarlos, la carne entre sus piernas se humedeció un poco delante de sus ojos y una gota de flujo se dejó ver en su abertura.
Sus ojos se dispararon a sus senos. Estaban más duros que antes, tanto que parecía doloroso. Tan duros que se imaginó llevándoselos a la boca y…
Ella se dio cuenta.
Avergonzado al haber sido pescado mirando sin reparos su cuerpo desnudo, Pablo alzó la mirada y chocó con la de Julia, bien despierta.
—Eres hermosa —es lo único que atinó a decir, con voz ronca.
No parecía asustada, ni siquiera enojada. Levantó su torso y se apoyó en sus codos, diciendo:
—Gracias, Pablo… tú también eres un hombre magnífico.
Se acostó a su lado en otra toalla y mandó la cabeza para atrás, suspirando resignado. Tomó una revista y la puso sobre su erección.
Quedó como una tienda de campaña.
Ella rió a carcajadas, despertando a Karina, que se incorporó y observando a su amigo, la acompañó.
—Ustedes me van a matar —dijo gruñendo, se levantó y de nuevo fue hacia el mar.
—Creo que tendré que ayudarlo —dijo Karina pícaramente y lo siguió.
Julia los observó y suspiró.
Pensó que si fuera una mujer normal, le hubiera gustado tener relaciones íntimas con ese hombre tan desenfadado y extrovertido. Era alegre, sincero, directo y extremadamente apuesto.
Estiró las rodillas y escondió la cabeza en ellas, abrazando sus piernas.
Soy una maldita psicótica disfuncional, pensó. ¿Quién querría a su lado a una mujer así?
Sabía que llamaba la atención de los hombres. Lo supo apenas cumplió doce años y empezó a desarrollarse tempranamente. El perder a su madre a los diez años, su única familia conocida, no la había ayudado a crecer con normalidad.
No quiso seguir recordando, levantó la vista y miró hacia el mar.
Y allí estaban… besándose dentro del agua.
Sintió algo extraño, que nunca antes había experimentado. No supo reconocerlo… ¿envidia? ¿celos? Cualquiera sea el sentimiento, no le gustaba. Se imaginó que era ella en brazos de Pablo, y no Karina… eso la hizo sentir mejor, pero la realidad era otra: era Karina quien disfrutaba de sus atenciones.
Se sintió miserable.
Mientras tanto, en el mar con el agua cubriéndolos hasta la cintura, Karina estaba montada a horcajadas en las caderas de Pablo y él la sostenía de por las nalgas, besándose, cuando le dijo contra su boca:
—Monita, te adoro, lo sabes… pero también sabes que esta erección permanente no es por ti, ¿no? No quisiera ser tan hijo de perra y usarte para descargarme cuando no es en ti en quien estoy pensando.
—Siempre tan sincero, amorcito —dijo abrazándolo— esa es una de las virtudes que más admiro en ti… ¿crees que soy tonta y no me di cuenta? No voy a follar contigo aquí de todas formas, no tenemos protección.
—¿Y eso cuándo fue un problema para ti, cariño? —preguntó riendo— tomas la píldora desde los catorce años y sabes que estoy sano.
—En realidad es otro el problema —él la miró interrogante—, descubrí a la vejez viruela que tengo algunos escrúpulos —dijo riendo.
—Ay, sí… pobre viejita decrépita.
—Tengo algo que contarte, cariño…
—¿No me va a gustar? —preguntó al ver su semblante serio.
—No lo sé… —dijo haciendo pie en el fondo del mar— creo que si realmente me quieres, te pondrás contento.
—Entonces con seguridad me gustará, porque te quiero con todo mi corazón —dijo dándole un suave beso en la nariz.
—Yo… voy a casarme, Palito.
El corazón de Pablo empezó a latir con fuerza y su erección bajó notablemente en escasos segundos.
—No puede ser… —contestó anonadado.
—¿Arruiné nuestras vacaciones con la noticia? —se dio la vuelta y golpeó el agua con las manos— ¡Mierda! Sabía que debía callarlo hasta despedirnos.
—No, no… nooo, cariño —dijo volteándola de nuevo— si lo amas, me alegro mucho por ti, en serio.
—Lo amo tanto, Pablo… —dijo emocionada— Joaquín es responsable y serio, todo lo que yo no soy. Es médico y nos conocimos en el hospital, es una persona increíble. A pesar de su seriedad y su aire de niño bueno, es un espíritu libre como yo. No se hace dramas por nada, es complaciente y sincero. Lo probé de todas las formas posibles, ya te lo imaginarás… y siempre parece superarme, incluso sin proponérselo.
Pablo sonrió.
—Parece ser ideal para ti… siento envidia.
—¿Y eso por qué? —preguntó ladeando la ceja.
—No sé, quizás porque nuestra relación siempre fue muy especial y sin embargo nunca pudiste enamorarte así de mí.
—Tú tampoco te enamoraste de mí. Ambos supimos siempre que era imposible que estuviéramos juntos más de quince días… nos mataríamos.
—Lo sé… —Pablo no comprendía sus sentimientos—, estoy confundido, monita… por un lado estoy triste, porque es como si se cerrara una etapa en nuestras vidas. Y por otro lado, estoy muy contento de que hayas encontrado a una persona especial con quien compartir la tuya.
—Me gustaría que tú también la encontraras —dijo sinceramente.
—¿Por eso me trajiste este regalo? —preguntó mirando hacia la costa.
Ella sonrió.
—Ojalá hubiera sido tan altruista, pero la verdad es que la traje pensando que quizás juntos podríamos ayudarla.
—Eso es lo que todavía no comprendo, ¿qué carajo le pasa? Es una hermosa mujer, no tiene dramas con su cuerpo por lo que veo, es dulce y muy agradable cuando quiere serlo… ¿cuál es su problema?
—Solo ella puede contarte eso, Pablo… pero te diré lo que pienso: vas por muy buen camino, campeón.
Pablo suspiró.
—¿Me ayudarás? —preguntó.
—Con seguridad —contestó— y en el proceso ella será beneficiada, aunque al final le rompas el corazón.
—¿Y por qué crees que se lo romperé?
—Amorcito… ojalá estuviera equivocada, pero soy de la opinión que nunca te casarás, eres demasiado mujeriego.
—Yo creía eso de ti, cariño… sin embargo me acabas de tirar el balde de agua fría. Por cierto… ¿qué opina tu novio de este viaje?
—Él sabe de ti, Palito… aunque esta vez solo le dije que viajaba con Julia, creo que se imaginó que me encontraría contigo. No dijo nada… en realidad me propuso casamiento, pero todavía no lo he aceptado, lo haré a mi vuelta. Deseo estar con él para siempre, es mi alma gemela.
—¿Eso existe? —preguntó incrédulo.
—Por lo menos yo lo he encontrado.
—Me alegro por ti, cariño… pero me siento triste porque voy a perderte para siempre. Qué egoísta soy, ¿no?
—No me perderás, seguiremos en contacto… eres mi mejor amigo —dijo posando un suave beso en sus labios.
—En éste momento siento como si besara a mi hermana.
—Aggg, que asco —dijo ella metiendo dos dedos en su boca simulando ganas de vomitar.
Ambos rieron y caminaron hacia la costa tomados de la mano.
El resto de la tarde lo pasaron tomando sol y disfrutando de la playa, Pablo trataba de no mirar a Julia para evitar excitarse, pero de todos modos se pasó la mitad del tiempo en apuros.
Las dos no dejaban de hacerle bromas al respecto, y él solo se defendía diciendo con cara de ángel:
—Solo soy un pobre hombre, compréndame.



Al día siguiente era Año Nuevo. Y esa noche, por supuesto, había una celebración a lo grande en el barco. No zarparían hasta la mañana, para permitir que los que quisieran rindieran tributo a Yemanjá .
—¿Tributo, cómo es? —preguntó Julia ya en el camarote cuando se estaban bañando y cambiando para la cena.
—Los fieles se reúnen en la orilla del mar y realizan una gran cantidad de ofrendas que son lanzadas al agua, como flores blancas, alhajas, frutas y todo aquello que Yemanjá recibe con placer por parte de sus seguidores. Como retribución, ella brinda protección y prosperidad para cada nuevo año que comienza. Lo más tradicional es ingresar al mar con dos copas de vino, una bandeja y velas, pero a mí me divierte más entregarle flores blancas, pedir tres deseos y saltar las olas mientras lo hago.
—Pues eso haremos entonces —dijo Karina sonriendo.
—¿Qué van a ponerse? —preguntó Pablo.
—Vestiremos de blanco, por supuesto —dijo Julia— vinimos preparadas, ya le habías advertido a Kari sobre eso.
—Bien, pero también tienen que estrenar ropa interior blanca, chicas —dijo y sacó dos paquetes del pequeño ropero— aquí tienen, lamento informarles que me tomé el atrevimiento de revisar que tipo de bragas usan para comprarles esto.
—Ohhh, Palitooo… ¡eres un sol! —gritó Karina colgándose de su cuello y besándolo apasionadamente.
Julia se quedó parada con el regalo en la mano sin saber qué hacer.
Él la miró y sonrió.
—Bastará con que me des las gracias, gacela… no espero que te tires a mi cuello ni me beses —bromeó.
—Gracias, Pablo… —dijo emocionada— es… es un detalle muy hermoso.
—Tú lo mereces —contestó sonriendo— ahora las dejo solas para que se preparen. Iré a verificar que todo esté en orden y las espero en el bar para tomar una copa antes de la cena.
—¿No vas a ver cómo nos queda tu regalo? —preguntó Karina.
—Se los arrancaré con mis dientes esta madrugada —dijo seductoramente, guiñándoles un ojo.
Primero se reunió con el capitán y con Andrés en el puesto de mando, obviamente tuvo que soportar preguntas y bromas de Andrés respecto a su ajetreada tarde en la playa nudista.
Luego de terminar con todos los detalles laborales, el oficial decidió acompañar a Pablo al bar para esperar a las chicas y conocerlas.
Se acercaron hasta la barra y saludaron al barman Elías Carvalho, un simpático joven brasileño de veinticinco años que manejaba las copas y las botellas con la maestría de un malabarista.
—¿Qué van a tomar, amigos? —preguntó risueño.
—Whisky —dijeron al unísono. 
Puso dos vasos frente a ellos, una pequeña hielera y les sirvió.
—Conocí a tus amigas, Pablo —informó el barman— son estupendas. A Karina le gusta la piña colada y a Julia el daiquiri de frutilla, prefieren maní que almendras y se parecen a dos cangrejos de panza al sol todo el día.
—Les encanta tomar sol —confirmó Pablo sonriendo.
—Tienes una vista privilegiada desde esta barra, amigo. No sabes cómo te envidio —dijo Andrés y luego informó—: Está llegando tu futura esposa y su amiga, Pablo.
—Acompañada de la tuya —dijo Pablo sonriendo.
—¿Futuras esposas? ¿Acaso se va a acabar el mundo? ¿Es el apocalipsis? —preguntó Elías riendo.
—Es solo una broma entre nosotros —explicó Andrés— Dios mío, son una visión… las tres —aseguró mirándolas embobado.
Luego de las presentaciones, se quedaron conversando en el bar, riendo y divirtiéndose. Era un grupo muy homogéneo y se llevaban bien, a pesar de las diferentes nacionalidades de todos, eso incluso enriquecía la conversación.
Al llegar al comedor, las chicas quedaron alucinadas con el lujo del gran salón, parecía otro mundo. Lleno de globos blancos y dorados, telas blancas por doquier y enormes bolas vidriadas que giraban y daban al ambiente un espectáculo de luces impresionante.
Las mesas del buffet estaban adornadas con grandes estatuas de hielo, de todo tipo y la cantidad y variedad de alimentos era enorme.
—Nunca en mi vida vi tanto lujo y sofisticación —dijo Karina.
—Todo esto se lo debemos a Yanela y su perfecta organización —comentó Pablo cuando llegaron hasta ella, depositando dos besos en las mejillas de su amiga— Feliz Año Nuevo, por si no nos vemos más tarde, Yan.
—¡Feliz Año para todos! Espero que se cumplan sus deseos más íntimos y queridos —les deseó Yanela al grupo entero— por cierto, amigos… preparé una mesa especial con arreglos de flores blancas —y les señaló el lugar— para Yemanjá, espero que se las hagan llegar.
Todos prometieron hacerlo, por supuesto.
El barco seguía anclado, para que todos los que desearan, pudieran cumplir con el rito.
El grupo entero estaba invitado a cenar a la mesa del capitán esa noche. Luego de las presentaciones de rigor, disfrutaron de la cena en un ambiente alegre y bullicioso. Incluso Yanela, que nunca sabían a qué hora cenaba o dónde lo hacía, se sentó a la mesa con ellos, a la derecha del capitán, como buena anfitriona, dejando a su ayudante a cargo de la entrada.
Pablo estuvo pendiente toda la noche de sus dos amigas y fue objeto de  bromas en todo momento. Normalmente el que se burlaba de todos era él, el resto comentó que era refrescante poder devolverle el gesto.
Después de cenar y de disfrutar de postres exquisitos, Yanela anunció:
—Es hora de rendirle culto a nuestra diosa… tienen que caminar un poco para llegar a la playa, así que mejor lo hacen ahora. Los fuegos artificiales empezarán en breve.
Y todos los que quisieron, emprendieron camino a la playa cercana al puerto. Al llegar se descalzaron y avanzaron por la arena con sus zapatos en una mano y rosas blancas en la otra.
La playa estaba llena de gente y se veía a lo largo de toda la costa la cantidad inmensa de personas que se congregaban a rendir tributo a la bondadosa madre de los Orixás, esperando que les cumpliera todos sus deseos.
Dejaron los zapatos al cuidado de Tanya, que decidió no entrar al mar porque llevaba un vestido largo. Pablo se arremangó los pantalones y tomó a Karina de la mano para avanzar.
—Vamos, gacela —le dijo a Julia.
Y ella lo sorprendió ofreciéndole la mano también.
—¡Salten, lancen la rosa y pidan su primer deseo! —dijo Pablo cuando la primera ola barrió sus tobillos en la costa. Los tres lo hicieron y lanzaron la primera rosa, riendo. Avanzaron un poco más y volvieron a hacer lo mismo —¡Ahora!— Estaban apenas en la costa, el agua les llegaba a mitad de pierna.
Reían a carcajadas, cuando los fuegos artificiales se intensificaron y toda la muchedumbre empezó a contar de atrás para adelante.
—…quatro, três, dois, um...
Los gritos eran ensordecedores, la alegría, la fiesta. Los fuegos artificiales se veían en el cielo a lo largo de toda la playa.
Karina se colgó de su cuello, y le dio un dulce beso en los labios.
—¡Feliz Año Nuevo, amorcito!
—Que todas tus ilusiones y metas se cumplan en el nuevo año, monita, pero si parte de tu felicidad depende de mi amistad, considérate la persona más feliz del mundo, porque te adoro —le dijo Pablo al oído.
Karina lo abrazó más fuerte y se puso a llorar, emocionada al pensar que quizás era el último año que pasaba con él.
—¿Qué te pasa, cariño? Tú no lloras —le dijo Pablo, quien la sostenía con una mano y con la otra no soltaba la de Julia.
No pudieron seguir hablando, porque sus amigos empezaron a felicitarles y hacerles partícipes de sus buenos deseos.
Apenas pudo, miró a Julia, quien estaba aparentemente muy feliz.
—¡Feliz Año nuevo, Pablo! —dijo riendo.
La apartó un poco del gentío y aprovechó que le permitiera tomarle las manos, levantando ambas hasta posarlas en su pecho:
—Cierra los ojos, piensa en todo lo que te hizo sonreír en el año que termina y olvídate de lo demás... y que esas sonrisas se multipliquen por cien —dijo muy cerca de su rostro—. Y si la vida te da mil razones para llorar, demuestra que tienes mil y una para soñar. Haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad, gacela…
—Me vas a hacer llorar a mí también —dijo emocionada.
Él le sonrió, y esa expresión llegó al alma de Julia. Ese hombre tenía un poder extraordinario sobre ella, era un seductor nato.
—Todavía me debes algo, nena… —dijo suavemente.
Y ella, sin poder contenerse más, a pesar de todos sus miedos e inseguridades, pagó su deuda.
Acercó su rostro lentamente al de él. No esperaba una agresión, pero los labios de Pablo resultaron inesperadamente dulces, y suavemente móviles. No fue un beso estático y repulsivo, sus labios danzaron sobre los de ella, probándola y saboreándola, tentándola y confundiéndola. Solo tenían dos puntos de contacto y mientras proseguía con la lenta y suave exploración de su boca, ella se estremeció al sentir el roce de la lengua contra ellos.
Y se tensó.
Él lo sintió y con un suspiro, puso fin al beso. No quería asustarla.
La miró y sonrió, diciéndole:
—Eres un manjar, gacela, espero ser uno de tus deseos este año nuevo.
—Mi deseo es que el tuyo se haga realidad —dijo cerca de sus labios.
—Entonces estamos por buen camino —contestó feliz.
Porque tú eres lo que yo deseo, pensó, pero no lo dijo.
Karina los miró y sonrió complacida, pensando:
Ese desgraciado va a conseguir lo que quiere, como siempre.

¡Faltan cinco días!
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