Cántame... una canción de amor

miércoles, 7 de octubre de 2015

Aclaración:
NO es parte de la bilogía Santuario de Colores, pero sí es una secuela independiente de esa serie, que cuenta la historia de dos protagonistas secundarios.


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SINOPSIS:
Ella…
Mi realidad era perfecta, una niña de familia con una vida maravillosa y planes bien delineados para el futuro. Tenía el mundo a mis pies, pero el destino siempre nos depara sorpresas. Lo aprendí de una forma trágica, vestida de blanco y esperando en el altar a un novio que nunca se presentó.
Me aferré a lo único que tenía a mano: mi sobrina recién nacida, huérfana de madre. Hice ese papel durante cinco años, hasta que mi hermano decidió quitármela. Y ahora… ¿qué será de mi vida? Solo veía una solución.
Decidí llevar a cabo mis planes…

Él…
Cantar es mi vida. Lo cual implica viajar, por eso nunca estoy en un mismo lugar más de una semana. Soy famoso, lo sé… y la gente suele suponer que eso es maravilloso. No es así, la soledad es espantosa, e intento sobrellevarla de la única forma que conozco: el sexo.
De gira por Sudamérica la vi sentada en la barra del bar de un hotel en Paraguay. Era preciosa, una de las mujeres más hermosas que había visto en mi vida. Y al parecer deseaba compañía… a mi juego me llamaron. Fui tras ella.
¡Já! En buen lío me metí…

RESEÑA:
Realizada por Bea Sylva, Editora.

Generalmente espero que Grace termine sus novelas para recién leerlas. Ya tengo demasiado con engancharme con novelitas coreanas como para sufrir la angustia de ver contarse una historia sin saber cómo seguirá y terminará. Acabo de terminar de leer “Cántame… una canción de amor” y espero que no sea la última después de “Dibújame” y “Píntame” y no puedo más que reafirmar lo que todo el mundo sabe: Grace sí que sabe cómo contar historias y tenernos sin respirar hasta el final.
Cántame es una delicia, y tan pegadiza como una canción de moda. No hablaré de la historia sino de Grace, la autora. He tenido el placer de leer todas sus novelas, todas, y esta última definitivamente muestra cuánto crece en cada una de ellas. Una trama sin fisuras, atrapante, tan bien tejida que no deja de sorprenderte. Creo que Cántame ha sabido mostrar un pico muy alto de madurez en su forma de escribir. Quizás lo que más llama mi atención en una trama tan compleja fueron las idas y venidas de Lucía y Jared. Cada encuentro es vibrante, emocional y realista. De pronto sufres con ellos, te sonríes y te preocupas como si fueran personas de carne y hueso, que lo son. Y si puedes sufrir y enojarte y llorar de alegría no es porque los personajes sean tan potentes, que lo son, sino porque no te queda más que pensar que es el puro talento de su autora. 
Conociéndome al leer Cántame pensé que odiaría a Jared, por qué no, eso hice con Phil y con Geraldine, sin embargo me dejé cautivar por este Jared tan generoso y encantador, que solo vive para y por su Luciérnaga. Es mérito de Grace el acompañarlos en este viaje de descubrimiento hacia la confianza, porque para mí este es el tema de Cántame: confianza. Confiar en alguien más, confiar en uno mismo, tan difícil como lo primero, confiar en el amor, confiar en que las cosas pueden suceder y confiar que el dolor y los errores del pasado pueden tener su redención.
Vi mucho de Grace en Lucía, ella es esta misma mujer que describe: vibrante y valiente, igual de tozuda y rebelde pero también leal con los que ama. Y es tan parecida que ni siquiera hizo que Jared cambiara a la mujer que amaba, solo la dejó ser. Lucía no se miente a sí misma, no se inventa pretextos, no se engaña, es directa frontal, abierta y ya lo dije: terriblemente tozuda, como Grace, igual que ella.
Amarán Cántame, así que no se la pierdan y mi querida Grace Lloper déjame decírtelo por escrito: eres una maravillosa escritora. Y ya estoy esperando que vuelvas muy pronto a sorprenderme.

Cántame... una canción de amor (Capítulo 05)

miércoles, 9 de septiembre de 2015

CANCIÓN 05

Lucía

Estaba paralizada. Mis piernas temblaban y recé para no desplomarme contra el suelo por culpa de las plataformas que llevaba. Nada me podía haber preparado para lo que acababa de pasar. Jared Moore me había besado… de nuevo. Bueno, no solo me había besado sino que me había arrastrado literalmente hasta el hall de acceso y me había arrollado allí mismo.
Los labios aún me hormigueaban debido a la sensual invasión. Me los acaricié apoyándome contra la puerta. Estaba mareada. Completamente borracha. Era como estar totalmente intoxicada. Colocada. Y no había bebido tanto, por lo que supe perfectamente bien que no estaba reaccionando al alcohol. Era a ÉL, simple y llanamente. Ese hombre era letal para mis sentidos.
¡Oh, por Dios! Le di un rodillazo… ¡en donde más podía dolerle! Me llevé las manos a la cabeza, ¿por qué había hecho eso? ¿Qué mierda estaba mal en mí? Podía simplemente haber entrado y dejarlo plantado. No tenía que golpearlo.
Suspiré.
Y su aroma llenó mis sentidos de nuevo.
¿Su aroma?
Oh, maldición… todavía llevaba puesta su chaqueta de cuero. Cerré mis ojos e inhalé su perfume. Tonta, tonta… tonta. Me la saqué de un tirón y la colgué en el perchero del acceso en el mismo momento en el que sentí los ruidos que mi familia hacía al ingresar a la casa por el costado de la cocina desde el garaje.
Tambaleante aún, fui en busca de mi bebé.
Estaba durmiendo en los brazos de mi madre. Ella no dijo nada, pero mis hermanas empezaron con las preguntas: «¿Dónde estabas?», «Desapareciste, me preocupé… ¿qué te pasó?». Puse los ojos en blanco, mi mamá también porque sabía que no les respondería. Levanté a Jamie, le agradecí y las dejé con las preguntas en el aire.
Cambié dormido a mi niño y lo acosté. Por suerte Alice había traído un corralito desarmable para acostar a Shirley a su lado, así que Jamie tenía la cuna para él solo. Sus primos dormían en las camas cuchetas a su lado. Luego fui a la habitación que compartía con mi madre, ella ya estaba en la cama.
Me cambié, apagué las luces y me acosté a su lado.
Estaba hipersensible, todo parecía quemarme, incluso las suaves sábanas de algodón. No encontraba acomodo, volteé y volteé de nuevo. Luego me quedé quieta porque no quería despertar a mi madre que roncaba a mi lado.
Si no fuera tan idiota podía estar en sus brazos ahora.
¿Eh? ¿Es que estaba loca? No debía pensar en esa posibilidad, ni en mil años. Agité mi cabeza y me abracé a mí misma.
Recordé nuestro encuentro hacía casi dos años, la forma en que me miró confundido cuando fingí el orgasmo contra la puerta, me había dicho que mi placer impulsaba el suyo, y yo quería que llegara, así, sin condón… como estaba.
Era un hombre sensible, sin duda alguna, estaba pendiente de cada una de mis reacciones. Quise engañarlo, pero no fue tan fácil como con otros.

—Vete al centro de la habitación y quédate de pie, Candy —fue su orden.
Tragué saliva y respiré hondo antes de hacer lo que me decía con tanta gracia como podía, decidida a estar serena y tranquila. Y segura de sí misma. Ese hombre me deseaba y ya era hora de que le diera lo que quería para yo obtener lo que ansiaba.
Caminé con los tacones repiqueteando en el suelo de madera, lo que contrastaba con el silencio que reinaba. Cuando llegué al centro de la habitación, me giré lentamente y vi que Jared estaba dirigiéndose hacia el sillón situado al lado del sofá de cuero.
Se hundió en el asiento y cruzó las piernas en una pose informal que indicaba lo relajado que se encontraba. Deseé poder decir lo mismo de mí, pero me sentía como si estuviera en una audición y me hubiera quedado en blanco ahí de pie frente a él mientras me devoraba con la mirada.
—Desvístete para mí —dijo con una voz que hizo vibrar todo mi cuerpo.
Le devolví la mirada con los ojos abiertos como platos mientras procesaba la orden que me había dado. Ok. Haría lo que fuera para cumplir mis objetivos.
Jared arqueó una ceja.
—¿Hetera?
Y amagué con quitarme los zapatos pero él me detuvo.
—Déjate los zapatos puestos. Solo los zapatos.
Entonces llevé mis manos a los tres botones delanteros del vestido y lentamente los desabroché. A continuación, lo deslicé por mis hombros y dejé que la prenda se resbalara por mi cuerpo hasta caer al suelo, quedándome únicamente en bragas y sujetador.
A Jared se le dilataron las pupilas, noté que un hambre primitiva prendió fuego en su interior y las facciones se le volvieron toscas. Un escalofrío incontrolable recorrió mi cuerpo y se endurecieron mis pezones que ahora presionaban la sedosa tela del sujetador. El hombre era devastador y esa mirada… era como estar siendo acariciada con fuego mientras me comía con los ojos.
—¿Las bragas o el sujetador primero? —le pregunté con voz ronca.
Jared sonrió.
—Vaya, muñequita. Te gusta provocar, ¿verdad? Las bragas primero.
Metí los pulgares por debajo de la cinturilla de encaje y lentamente fui bajándolas. Intentar cubrirme con las manos para conservar el poco pudor que me quedaba era casi instintivo, pero me obligué a dejar que el pequeño trozo de tela cayera hasta el suelo; entonces di un paso hacia el lado y las retiré con la punta del zapato.
A continuación desabroché el sujetador y las copas se aflojaron, dejando que los senos quedaran casi a la vista. Mi cabello cubrió parcialmente mi rostro.
—Échate el pelo hacia atrás —murmuró Jared.
Obedecí con una mano, mientras aguantaba el sujetador sobre los pechos con la otra. Después lo bajé con cuidado y dejé que los tirantes se deslizaran por mis brazos hasta que finalmente cayeron al suelo junto a las demás prendas.
—Preciosa —dijo con aprecio, su voz baja sonó más como un gruñido.
Me quedé ahí, de pie y vulnerable mientras esperaba la siguiente orden. Estaba claro que él no tenía ninguna prisa y que gozó con la intención de saborear el momento de verme desnuda.
Instintivamente llevé los brazos hasta la cintura y de ahí hasta mis pechos.
—No, no te escondas de mí —dijo con suavidad—. Ven aquí, Hetera.
Di un paso torpe hacia delante, y luego otro, y otro hasta que estuve apenas a unos pocos centímetros delante de él.
Jared bajó la pierna que tenía cruzada y abrió las rodillas para dejar un espacio vacío entre ambos. El bulto que tenía entre las piernas y que le oprimía la cremallera de sus pantalones de cuero era bastante evidente. No obstante, alargó su mano hacia mí y me animó a acercarme.
Avancé entre sus muslos y le tomé la mano, él tiró de mí hacia delante y me hizo señas para que me subiera a su regazo. Hinqué las rodillas a ambos lados de su cuerpo encajándolas perfectamente entre él y los reposabrazos del sillón, me senté sobre sus muslos y esperé. Sentía que no podía respirar y que tenía todos los músculos tensos y agarrotados mientras intentaba anticipar cuál sería su siguiente movimiento.
Al instante me sujetó por la nuca, me atrajo hacia él y estampó su boca en la mía, a pesar de mi pedido anterior. Sentía cómo la ardiente y acelerada respiración masculina me acariciaba el rostro, y cómo su mano se enredaba en mi cabello para tenerme sujeta contra él con mucha más fuerza.
No fue suave, más bien fue una advertencia: «Aquí se hará lo que yo diga».
Y entonces me separó de él tan rápido como antes. La mano aún la seguía teniendo hundida en mi cabello, el pecho le subía y le bajaba en un intento vano de recuperar el aliento y, además, los ojos le ardían y le brillaban llenos de lujuria. Esto último era más que suficiente como para hacer que yo temblara al sentir un calor primitivo emanando de él.
—Me pregunto si te haces una idea de lo mucho que te deseo ahora mismo —murmuró.
—Yo también te deseo —susurré.
—Me tendrás, muñequita. De todas las maneras imaginables.
La promesa que denotaban sus palabras, roncas y tan pecaminosamente sugerentes, me poseyó de forma sensual y seductora.
Me soltó el pelo y posó las manos en mi vientre para poder acariciar mi cuerpo antes de llegar a mis pechos. Con los senos en las manos, se inclinó hacia delante y metió un pezón en su boca.
Gemí y me estremecí de placer bajo sus caricias. Me sujeté a los reposabrazos del sillón y eché la cabeza hacia atrás mientras él pasaba la lengua por la rugosa aureola. Alternándose entre los dos montículos que tenía aún en las manos, me provocó y jugueteó conmigo. Chupó y succionó mis pezones a la vez que los mordía con suavidad hasta conseguir que estuvieran completamente enhiestos y pidiendo más de sus caricias.
Liberó uno de mis pechos que tenía agarrados y, pasándome las puntas de los dedos por las costillas y el vientre, se desplazó hacia abajo hasta llegar finalmente a la zona entre mis piernas. Sus manos se movían con delicadeza mientras ahondaba entre los rizos bien recortados de mi entrepierna y llegaba a la sensible carne. Me rozó el clítoris con uno de sus dedos y mi cuerpo entero se tensó a modo de respuesta.
Jugueteó con la húmeda entrada con un dedo mientras acariciaba con el pulgar todas las pequeñas terminaciones nerviosas concentradas ahí. Yo me sentía desfallecer. No había venido a esto, mis planes eran otros… no, no… debía resistir, tener el control. Él me lo estaba quitando.
—Jared —susurré. El nombre sonó más como un gemido.
Bajé la cabeza lo suficiente para poder mirarlo con los ojos entrecerrados. La imagen de su boca pegada a mi pecho succionándome el pezón era excitante y erótica a la vez que solo consiguió alimentar más mi ya descontrolado deseo.
Un dedo se deslizó dentro de mí y solté otro gemido. Él presionó el pulgar con mucha más fuerza a la vez que lo movía en círculos y hundía más profundamente el otro en mi interior. Y a continuación, mordió de nuevo mi pezón.
Apoyé las manos sobre sus hombros y me agarré a él con mucha más firmeza a la vez que hincaba los dedos en su piel. No paraba de revolverme mientras el orgasmo comenzaba a formarse bajo mi piel. Era imposible quedarme quieta, el cuerpo entero lo sentía tenso y la presión se estaba concentrando en mi bajo vientre.
No lo entendía, no… ¿cómo era posible?
—Déjate llevar, Hetera —dijo Jared—. Quiero sentir cómo te corres en mi mano.
Deslizó el dedo mucho más adentro en mi cuerpo, presionando justo un punto G que no sabía que tenía. Respiré entrecortadamente mientras él seguía acariciándome el clítoris y volvía a chuparme el pezón con la boca una vez más. Cerré los ojos y grité su nombre cuando la primera oleada de placer me atravesó de forma tumultuosa y abrumadora.
—Eso es. Mi nombre, muñequita. Dilo otra vez. Quiero escucharlo.
—Jared —susurré en un suspiro.
Me arqueé con frenesí mientras él empujaba el dedo dentro de mí sin descanso, llevándome mucho más al límite. Me revolví entre sus brazos y un momento después me desplomé sobre sus hombros y, agarrándome con fuerza, intenté recuperar el aliento.
Lentamente Jared retiró los dedos, me atrajo hasta la calidez de su cuerpo y me rodeó con los brazos. Posé la frente en su hombro y cerré los ojos, agotada por la intensidad del orgasmo. Él me pasó la mano suavemente por mi espalda desnuda varias veces en un intento de tranquilizarme y relajarme.

Todavía no lo entendía.
Casi dos años después era imposible para mí comprender cómo un perfecto desconocido consiguió descontrolarme tan fácilmente. Algo que nadie había podido lograr desde que… desde… bueno, no quería recordarlo.
Y me quedé dormida… a mitad de la noche.

*****

Jared

—¿Te pasa algo, Rulitos? —preguntó mi madre esa mañana cuando estábamos desayunando.
¿Qué si me pasaba algo? ¿Cómo decirle…? «Sí, estoy nervioso, malhumorado. Una mujer me rechazó anoche de la peor forma posible, y si no me hubiera hecho la vasectomía años atrás, ella hubiera logrado que de hoy en más no pudiera tener descendencia».
¡Tuve que dormir con una bolsa de hielo en mis pelotas, por Dios!
—No, Caroline… todo bien —y probé las tortitas que había hecho—. Mmmm, esto está delicioso —me lamí los labios.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —Cambió de tema.
—Lo que quieras, madre… te llevaré donde desees ir siempre que no sea lejos, mañana es la boda.
—Quisiera ir a visitar a Marie y Jenny —¡Oh no! Volver a Compton… ¡odiaba eso!— Tengo unos regalos para ellas. Por cierto… —tomó una caja envuelta en papel— ¡Feliz Navidad, cariño! —me la entregó.
—Gracias, mamá. No debiste comprarme nada, que estés conmigo ya es un regalo suficiente —me movilicé detrás de la barra del desayunador y le di un gran abrazo, la estrujé, besé su cuello y la giré varias veces. Ella reía a carcajadas cuando le hacía cosquillas con mi boca.
—Yo también tengo algo para ti —dije bajándola al piso. Y saqué una cajita alargada del bolsillo trasero de mis jeans. Lo abrí frente a ella—. ¿Te gusta?
—¡Oh, Rulitos! —vi que sus ojos se pusieron vidriosos y posó sus dedos sobre la pulsera con reverencia.
—No te pongas a llorar —le advertí.
Odiaba que una mujer llorara, no podía resistirlo.
Saqué el brazalete de oro de la caja y se lo puse, le di una vueltitas en su muñeca y sonreí. ¿Cómo no iba a gustarle si de él colgaban todo lo que ella más valoraba? Había tomates, zanahorias, brócoli, berenjena y un montón de pequeñas verduritas en piedras de colores.
—Es lo más bello y original que vi en mi vida —dijo emocionada—. Gracias, cariño… gracias —repitió.
Y me dispuse a abrir el mío.
Era la representación completa en metal de la orquesta de un grupo como el mío, tenía guitarra eléctrica, batería, saxofón, amplificadores, micrófono y otras cosas más. Pero parecía tener otro fin. Sonreí y la miré interrogante.
—Es un perfumador de ambientes —explicó al verme tan perdido—. Lo pones en tu habitación, lo enchufas y cada vez que pasas frente a él, suelta un aroma maravilloso por el micrófono.
—Es genial… ¿cómo conseguiste justo una orquesta?
—Se hace a pedido —sonrió.
—Gracias, Caroline… —dejé el regalo sobre la mesada y volví a abrazarla, le besé la mejilla— me encanta —y era cierto.
—¡Es tan difícil regalarte a ti, cariño! —aceptó resignada.
Terminamos de desayunar y partimos hacia Compton.
Hicimos el trayecto de aproximadamente 40 millas en una hora porque no había mucho tráfico. Volver a mis raíces no era algo que a mí me gustara. En ese lugar pasé toda mi niñez y adolescencia, que no fue la mejor. Vivir en un barrio casi marginal, donde debías cuidar tu retaguardia a cada paso que dabas no era lo más recomendable para nadie, menos para un niño sensible y romántico como yo… que quería ser artista. Tuve que cubrirme de una coraza para poder sobrevivir.
Pero bueno, era parte de mi pasado y lo que me hizo ser la persona que soy en este momento, así que de alguna forma debía darle las gracias a esa realidad lejana.
Nos recibieron con bombos y platillos, como cada vez que íbamos.
La gente que vivía en la cuadra donde me crie parecía no avanzar en el tiempo. Las mismas caras, las mismas expresiones, los mismos diálogos, la misma tonada… visitarlos era como volver al pasado. Fuimos a la peluquería de la esquina a ver a Marie, una amiga de mi madre y luego a la panadería a media cuadra para ver a Jenny, que fue la jefa de Caroline durante años y ahora eran grandes amigas.
A pesar de que le avisé que nos esperaban en la casa de Geraldine, mi madre no pudo evitar que nos agasajaran con un almuerzo, así que tuve que llamar a mi amiga y avisarle que llegaríamos más tarde, para el postre.
Cuando lo hicimos, ya todos los integrantes de la familia Logiudice y demás estaban esparcidos por toda la planta baja tomando café, té o comiendo el postre. Caroline y Geraldine se saludaron con un enorme abrazo. Mi madre adoraba a mi amiga, y viceversa. Siempre pensó que terminaríamos juntos, pero ella y yo sabíamos que eso no ocurriría. Geraldine necesitaba otro tipo de hombre más casero, más permanente… como Phil, no un nómada como yo.
Mientras ellas se saludaban y Geraldine le presentaba a su suegra y cuñadas yo eché un vistazo al entorno buscando a… ¿a quién quería engañar? Buscando a la imbécil de Lucía. Y la vi sentada con las piernas cruzadas en el piso de la galería, estaba con Paloma y sus dos sobrinos jugando a algo que tenían esparcido alrededor.
Sentí que mi corazón se aceleró. Noté que ella estaba tensa, como si ya me hubiera visto pero estuviera simulando no mirarme. Se volteó un poco y quedó de espaldas.
La conversación a mi alrededor giraba en torno a la boda, por supuesto.
—¿Va a ser aquí? —preguntó mi madre.
—Sí, bueno… en la playa —respondió Geraldine señalando el horizonte—. Algo sencillo e íntimo al atardecer. La organizadora de eventos ya tiene todo listo, yo no tengo que preocuparme por nada. Ahora está armando la tarina y el camino en madera. Vendrá a primera hora de la mañana a decorar, incluso traerá el altar y las flores. Solo estaremos nosotros y una docena de amigos. Nadie más.
—Es lo mejor que pudieron haber hecho. Las bodas íntimas son las más hermosas. ¡Ay, mi bella Geral! Estoy tan contenta por ti —y le acarició la mejilla.
Mi amiga la tomó de la mano y sonrió emocionada.
—Yo estoy feliz, Caroline. Phil… —lo miró de reojo y sus ojos se aguaron— fue lo mejor que me pasó en mi vida.
—¡Oh, no llores pelirroja! —supliqué abrazándola— Sabes que no puedo resistirlo —y besé su frente.
—Voy a poner una orden de restricción contra ti, amigo —me regañó Phil bromeando y acercándose a nosotros—. Desde mañana y en adelante solo yo podré tocarla.
Todos reímos a carcajadas.
—¡Tío Jared! —gritó Paloma al darse cuenta que yo estaba. Se levantó de un salto, corrió hasta mí y se lanzó a mis brazos.
—¿Cómo está mi noviecita, la única, la más hermosa? —pregunté levantándola y llenándola de besos. Ella rio feliz y me abrazó muy fuerte— ¿Y la dinamita de tu hermano, mi ahijado… dónde está?
—Durmiendo la siesta, tío… con Jamie y Sheyla —levanté la ceja, no sabía quiénes eran.
—Los hijos de mis cuñadas, de la edad de Maurice —me explicó Geraldine.
—¡Ah, claro! —y ahí recordé que había visto un bebé en el aeropuerto— ¿Y tú por qué no duermes, princesa?
—Yo ya soy graaaaande, tío —anunció orgullosa.
Todos reímos a carcajadas.
En ese momento los primitos de su edad pasaron corriendo a nuestro lado y me pidió que la bajara. Fue detrás de ellos.
Mi madre se quedó conversando con Geral y Stella mientras Phil me llevaba hasta la mesada del desayunador porque quería mostrarme algo. Me entregaron una carpeta y entre él y Aníbal me explicaron a grandes rasgos un nuevo proyecto de inversión que incluía ejes de desarrollo para los dos países de Sudamérica que no tenían costas en el mar, o sea Bolivia y Paraguay y también se sumaba el norte de la Argentina. La idea era convertirlos en polos de desarrollos regionales para que esos dos países y parte del otro dejaran de ser observadores de productos que pasaban por sus tierras y se convirtieran en participantes útiles que intercambiaban cargas en puertos secos estratégicamente ubicados.
—Como siempre me preguntas en qué puedes invertir tu dinero, se me ocurrió que quizás podría interesarte este tema —dijo Phil—. No será solo un puerto seco, abarcan más de 100 hectáreas, digo… algo así como 250 acres de infraestructura de servicios de todo tipo.
—Bueno, tendría que conocer mejor el proyecto. Cómo surgió, quiénes lo manejarán, la parte económica, el retorno a largo, mediano o corto plazo… —los miré fijo— ¿ustedes van a invertir?
—Sin duda alguna —contestó Phil.
—Eso ya habla muy bien a favor del proyecto —aseguré—. ¿Cuándo podríamos conversar con más tranquilidad? Tú te vas de luna de miel mañana…
—¡Ah! Pero no soy yo el que conoce detalladamente el proyecto —miró hacia atrás mío— ¡Lucía! —la llamó.
Oh, mierda.
—¿Sí? —preguntó ella acercándose, sin saludarme.
—¿Recuerdas a mi hermana, no? —preguntó Phil completamente despistado.
—¿Cómo olvidarla? —dije con sorna— Todavía me debes un pantalón de cuero, Luciérnaga, esa mojada en la piscina fue épica —luego pensé: y un par de pelotas.
—Si no quieres que te empuje de nuevo y destruya otro de tus estrafalarios atuendos, deja de llamarme así —me retrucó enojada.
—Siempre tan cálida… —y miré a Phil— ¿con ella es con quién tengo que tratar el negocio? Empezamos mal, hermano —le dije.
Phil y Aníbal nos miraban con las bocas abiertas.
—Pero, eh… Lucía es el cerebro de esto —explicó Phil—. Fue la que contactó con los bolivianos en una Bienal de Negocios hace unos meses. Es la que está organizando todo en Asunción, está capacitada… tiene un Master en Negocios de la Universidad de Harvard.
—¡Basta, Phil! —dijo ella levantando la mano— No me interesa en lo más mínimo explicarle nada ni exponer lo idónea o no que soy para el puesto. Tenemos que buscar inversionistas serios —y me miró altanera—, no cantantes de pacotilla.
Mierda, eso fue suerte. Una daga directa al corazón.
—¡¡¡Lucía, por favor!!! —la regañó su hermano.
En ese momento escuchamos un llanto proveniente del monitor para bebés que estaba apoyado en la mesada.
—Es Sheyla —dijo la maldita mujer—, mejor haré algo más productivo, como atender a mi sobrina.
Se dio media vuelta y se fue hacia las escaleras seguida de la mamá de la niña.
Mientras yo la miraba embobado subir los peldaños contorneando las caderas, Phil intentaba por todos los medios disculpar a su maleducada hermana. Más bien… mal aprendida, porque estaba segura que su madre la educó muy bien.
Cuando desvié la vista vi que Caroline, Stella y Geraldine me miraban con el ceño fruncido y una expresión que reflejaba tres enormes signos de interrogación sobre sus cabezas.
—No te preocupes, Phil… —dije tranquilizándolo— hablaremos de esto cuando vuelvas de tu luna de miel. Yo confío en tu criterio, y si Geraldine y tú van a invertir, esa es suficiente carta de presentación para mí. Leeré este informe y tendré preparadas mis preguntas cuando vuelvas.
—Estaremos de vuelta antes de año nuevo, solo nos escaparemos cuatro días aprovechando que tenemos muchos niñeros y niñeras —sonreímos—. Hay un cd dentro, con explicaciones muy detalladas.
—Lo veré todo, me interesa —le sonreí y le palmeé la espalda—, no quiero hablar con tu hermana. Contigo es suficiente, y si necesito preguntar algo, tengo a Aníbal. ¿Te quedas hasta año nuevo, no?
—Sí, soy parte de los niñeros —todos reímos.
Al rato mi madre y yo nos despedimos y volvimos a mi casa.
Me juré a mí mismo que no volvería a mirar a esa mujer insoportable. Podía ser bella, más que eso… preciosa, pero su mal carácter la convertía en una espantosa bruja. ¿Un cantante de pacotilla? Eso dolió. Miré la enorme cantidad de discos de oro y platino que adornaban una de las paredes de mi casa y deseé que ella los hubiera visto. ¿No era esa una prueba de mi valía como cantante y compositor?
En todo caso… ¿por qué tenía que demostrarle algo a ella?
¡Que se fuera a la mierda!
—¿Qué quieres cenar esta noche, Rulitos? —Caroline me sacó de mi ensoñación.
Sí, ya era hora que dejara de pensar en esa… imbécil.
—Lo que tú quieras, mamá —le respondí como autómata—. Si no quieres cocinar, no lo hagas. Seguro habrá bocaditos en la fiesta que iremos más tarde.
—Ay, mi vida… sabes que amo cocinar, y darte el gusto es lo que más disfruto —me pasó la mano, se la tomé—. Ven conmigo. Tú te sientas en el desayunador mientras yo preparo la cena de esta noche, y de paso… me cuentas tus actividades —dijo mientras caminábamos.
Caroline adoraba mi cocina, yo nunca la usaba, pero la equipé con todo lo que a ella le gustaba a propósito, para que cuando me visitara, se sintiera cómoda y feliz. Sacó las verduras que necesitaría, el pescado para que se descongelara y empezó su romance con los cuchillos.
—Y dime, cariño… ¿qué pasó en la casa de Geral? Esa chica morena… ¿por qué discutieron? —y siguió cortando verduras a una velocidad alucinante.
—No preguntes, Caroline… al parecer esa mujer saca lo peor de mí, y yo de ella. No podemos estar cerca, somos como los imanes que tienen el mismo campo magnético… nos repelemos.
—¿O se atraen demasiado? —indagó levantando una ceja— Es bellísima, no puedo creer que no te guste.
—¡Ah, pero su belleza me atrae! Es una diosa… el problema es que "ella" no me gusta. Es una mujer insoportable, tiene un pésimo carácter.
—A veces hay que indagar un poco para saber el motivo, mi vida…
—¿Y tú lo hiciste? —pregunté asombrado. Mi madre era sumamente curiosa con los temas que le interesaban, sobre todo cuando se refería a su único hijo y la verdad, tenía un don especial para sonsacar información de las personas sin que siquiera se dieran cuenta.
—Le pregunté a Geral, al parecer tampoco se lleva bien con esa cuñada en particular. Ella cree que es así por una experiencia que tuvo cuando era más joven.
—¿Q-qué? ¿Qué le pasó? —balbuceé.
—En resumidas cuentas, su novio de la adolescencia la dejó plantada en el altar luego de estar comprometidos algo así como siete años.
Me quedé mirando fijamente a mi madre, sin saber qué decir.
Visualicé en mi mente a la hermosa Luciérnaga vestida toda de blanco, llena de sueños y planes para el futuro, parada frente a una iglesia, esperando…
Me olvidé de sus malos tratos, de su patada a mi mejor amigo, de todo. Mi estúpido y romántico corazón se ablandó de nuevo. Su actitud defensiva ante los hombres –aunque injustificable e intolerable– se volvió más comprensible para mí.
¿Cómo alguien pudo ser capaz de hacerle eso?

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Publicación: 26 de Setiembre de 2.015 (En todos los Amazon)

Cántame... una canción de amor (Capítulo 04)

martes, 8 de septiembre de 2015

CANCIÓN 04

Lucía

¿En qué momento llegó el semental a la casa de Phil? Yo no lo había visto entrar.
Bueno, hacía más de media hora que estábamos hablando con Aníbal y no presté atención a nada más que a él. De repente me estremecí y mi amigo me preguntó si tenía frío. ¡Por supuesto que sí! Solo llevaba un pulóver fino de lanilla, mi campera estaba al lado del bolso de Jamie en el dormitorio de huéspedes donde mi bebé estaba durmiendo junto con Sheyla, su primita, esperando que lo lleváramos a casa cuando volviéramos.
Entonces Aníbal me abrazó para que entrara en calor.
Y allí lo vi. A Jared. Me miró ceñudo.
Me apreté más a mi amigo y simulé que estaba riendo, totalmente ajena a su presencia. Sin embargo mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho. Pero yo era una experta actriz, sabía disimular muy bien mis sentimientos. Adquirí esa habilidad muchos años antes, cuando… cuando… bueno, no quería recordarlo.
Aníbal pasó sus manos por mis brazos varias veces, como para que entrara en calor mientras seguíamos conversando, pero debió haber visto algo en mi mirada, porque volteó y vio al famoso cantante.
—¡Hey, mira, llegó Jared! —anunció contento.
—Ve a saludarlo —dije con una sonrisita falsa.
—Vamos —me tomó de la mano.
—Ve tú —lo empujé con cierta delicadeza, aunque con firmeza—, voy a fumar un cigarrillo —y busqué en mi bolsito.
Rogué por tener uno, porque aunque no era asidua fumadora, necesitaba huir en este momento. ¡Bingo! Lo encontré. Mientras Aníbal se alejaba seguí hurgando en mi carterita en busca de un encendedor.
Vi que Phil salió a la galería en ese momento.
—¿Qué haces, sis? ¿No tienes frío? —preguntó.
—Un poco, pero se aguanta —me acerqué a él—. ¿Tienes fuego?
—No… no fumo, ya lo sabes. Deberías dejar esa mierda —me reprendió.
—¡Ay, bro! Lo hago cada muerte de un obispo… no te preocupes —miré hacia la playa, llegar a casa era más cerca por ahí… podía escabullirme sin que nadie se diera cuenta—. Phil, voy a caminar un poco. Si no vuelvo, ¿puedes enviar a Jamie con mamá o Karen?
—¡No puedes irte a casa por la playa de noche! —Me regañó— Yo te acompañaré.
—Vamos, macho cabrío… —lo empujé y cayó sentado en el sofá— soy lo suficientemente adulta para saber cuidarme sola. No jodas, nada me pasará. Hay luces en la playa.
—Muy pocas. Lucy, por favor…
—Está bien, solo iré a fumar cerca de la escalera —mantuve mis dos manos en sus hombros—. ¿Ok?
—Bien, pero no bajes sola a la playa… ¿me lo prometes?
Sonreí como tonta, sin contestarle.
Pasé cerca del grandulón guardaespaldas y recordé que lo había visto fumar más temprano. Le pedí fuego, y continué hacia la escalera.
Phil estaba observándome, así que me quedé apoyada en la barandilla que daba al océano, mirando hacia la casa. Di unas cuantas pitadas lentas, de modo que mi querido hermano se cansara de controlarme y entrara. Cuando eso ocurrió tiré el cigarrillo y me escabullí tan rápido hacia la escalera, que estaba segura que ni el guardaespaldas tuvo tiempo de darse cuenta.
Pero al pisar la arena, vi que un cuatriciclón avanzaba despacio en línea recta por la mitad de la playa, venía hacia la casa. ¿Sería realmente peligroso, como Phil decía? No tenía idea, pero por cualquier cosa, me escondí detrás de uno de los pilares estructurales que sostenían la terraza de mi cuñada.
Esperé a que los motoqueiros nocturnos en cuatro ruedas pasaran de largo. ¡Oh, mierda! Era la policía de la playa… y después Phil se quejaba de la inseguridad. Bufé y salí de mi escondite justo en el mismo momento en el que un hombre bajaba apresurado las escaleras de la casa de Phil. Volví a mi lugar detrás del pilar cuando lo vi tropezar y blasfemar.
¡Maldición, era Jared! Me escondí más aún.
Primeramente pensé que había bajado a buscarme, pero su actitud me sorprendió, porque de repente lo vi como asustado, perdido. Estaba a solo dos metros de mí, pero no parecía verme, y actuaba como un sonámbulo, levantando ambas manos frente a él, como buscando apoyo… ¿qué le pasaba?
Me asusté.
—Jared… ¿te pasa algo? —indagué alarmada, saliendo de mi escondite.
—¿ Luciérnaga? —preguntó mirando hacia donde venía mi voz, pero no parecía poder enfocar su vista en mí.
Era la primera vez que no me importaba que me llamara así.
—S-sí… soy yo… —me acerqué y le tomé la mano. Evidentemente algo malo le pasaba, o era un gran actor— ¿qué ocurre?
—No… no tengo… puestas mis gafas nocturnas… —me buscó desesperado, sentí perfectamente que no había atisbos de segundas intenciones en su toque, estaba claramente asustado— lo siento, necesito que me ayudes.
—Cla-claro —y me metí debajo de su axila, pasándole un brazo por la cintura y con el otro asiéndole la mano.
—Llévame a casa, por favor —pidió.
Caminamos lentamente los pocos metros que separaban la casa de Geral de la suya, cuando llegamos a la escalera le di las indicaciones y subimos sin problema. Avanzamos por la terraza sin que nadie nos viera desde la casa de mi hermano y llegamos a la galería de su casa. Lo acerqué al sofá y se dejó caer en él.
Suspiró, llevó ambas manos a sus ojos, tapándolos y apoyó los codos en sus rodillas.
—¿Podrías, eh… encender alguna luz, por favor? —me pidió.
Busqué el interruptor de la galería y lo hice.
Tardó un par de minutos en ir despejando las manos de sus ojos, lo hizo paulatinamente, como para no dañar su vista, al menos eso suponía yo.
¿Qué mierda le pasaba?
—Hola, Luciérnaga —saludó desenfadado cuando me miró.
Yo estaba parada frente a él, fruncí el ceño, abrí los brazos y le hice un gesto con las manos como diciéndole: «¿Y? ¿Qué fue todo eso?».
—Gracias por la ayuda, olvidé mis gafas en casa —y sonrió pícaro— ¿Quieres sentarte? ¿Te sirvo un trago?
—No, ya me voy —dije estremeciéndome por la brisa nocturna.
Se sacó su campera de cuero, se levantó y me la puso en el hombro.
—Por favor, déjame servirte algo fuerte para que puedas entrar en calor —y sin esperar mi respuesta, abrió la puerta vidriera y entró a su sala.
Yo ya estaba absolutamente intoxicada por el olor que despedía la suave prenda de piel que me cubría. Un aroma inconfundible, a él… a Jared. Suspiré, metí mis manos en las mangas y me abracé a mí misma. Por supuesto, era gigante, yo flotaba dentro, pero de todas formas era maravilloso sentirme cobijada por su ropa, como si fuera él quién me estuviera abrazando.
¿Cómo si fuera él? Bufé.
Al rato volvió y puso una bandeja frente a nosotros en la mesita. Me tendió una copa pequeña, parecía licor.
—Ten, te hará entrar en calor —anunció.
—Gracias… ¿qué es? —pregunté.
—Un apricot de almendras, Amaretto Di Saronno —y él se lo tomó de un trago, hizo un ruido ronco, de satisfacción—. Vamos, pruébalo.
Y lo hice, de un trago, como él.
Primero fue como si me quemara la garganta. Sacudí mi cabeza, y cerré fuerte mis ojos porque sentí el calor propagarse por todos lados. Él sonrió satisfecho. Al final resultó ser dulce y delicioso.
—¿Más? —y no esperó a que le respondiera, me sirvió otro trago.
—¿Qué te pasó en la playa, Jared? —le pregunté realmente interesada, dando un pequeño sorbo a la bebida.
—Tengo un problema en la vista. No te voy a dar el nombre científico, pero se le conoce como ceguera nocturna, o lo que es lo mismo, una lenta capacidad para que mis ojos se adapten a oscuridad.
Abrí los ojos como platos.
—¿Te vas a quedar, eh… ciego? —pregunté desesperada.
Él rio a carcajadas.
—No, claro que no. No es progresiva, y es congénita, por lo tanto… estacionaria. Solo me afecta cuando no hay suficiente luz. Por eso casi no manejo a la noche, y cuando lo hago, debo llevar unas gafas especiales.
—Y eso… ¿es hereditario? —indagué aún más interesada.
Me miró de forma rara, como preguntándose «¿Y a esta eso qué le importa?».
—Pues creo que sí… pero solo le afecta a los varones, es mucho más común en hombres que en mujeres.
Mi corazón dio un vuelco. ¡Jamie! ¡Jamie!
Volví a beber el licor de un solo trago. Mi pobre bebé, podía tener "eso" y yo ni estaba enterada. Debió ver mi cara de angustia, porque preguntó:
—¿Qué te pasa, Luciérnaga?
—Nada —me levanté de un salto—. Me voy —anuncié.
—Espera, busco mis gafas y te acompaño.
—No es necesario.
—Claro que sí —y se puso de pie.
—¿Qué mierda les pasa a los hombres? —pregunté enfadada— ¿Acaso piensan que las mujeres somos idiotas y necesitamos un caballero de armadura dorada para hacer unos escasos 200 metros a pie?
—¿Qué carajo te pasa a ti, Lucía? —contestó más enfadado aún— ¡Solo quiero ser amable, y siempre me saltas con tus garras de gata! ¿Eres así con todos los hombres en general o conmigo en particular? Si es lo segundo… ¡¿qué coño te hice?!
—¡No tengo que darte ninguna explicación!
Y volteé como para irme hacia la playa, pero en ese preciso momento sentí una sacudida en mi brazo. Jared me estiró y me empujó hacia adentro. ¡Qué mieeeer…! Trastrabillé y casi me caí de bruces al suelo, si no fuera por sus firmes brazos, que me tomaron de la cintura y me metieron a la casa.
Cerró la puerta vidriada, la llaveó y volvió a empujarme más adentro.
—¡¿Qué carajo te pasa, idiota?! —le pregunté altanera, gritándole.
—¡Shhhh, silencio… mi madre duerme en la habitación de huéspedes! —y me señaló un pasillo al costado.
Llevé mis manos a la boca y asentí, avergonzada.
Él tomó sus gafas de la mesita del palier, se puso una campera que colgaba al costado en un mueble, abrió la puerta de acceso y esta vez me empujó hacia afuera.
—Te mereces unos buenos azotes —avanzó refunfuñando.
Y siguió blasfemando una cantidad infinita de cosas que no podía entender bien, algo así como castigarme con unos varazos, colgarme del techo, o esposarme a una cruz… ¿acaso de repente se había vuelto religioso? Mmmm, todo eso mientras me estiraba de la mano y prácticamente me arrastraba hacia mi casa.
Al parecer estaba realmente enojado.
¡Que se fuera a la China!

*****

Jared

¡Mujer insoportable!
Eso es lo que era Lucía, sin duda alguna.
¿Y por qué entonces lo único que deseaba era tomarla en mis brazos y besarla hasta que me suplicara que la follara duro contra una pared? Fruncí el ceño… ¿tenía condones? Me toqué el bolsillo trasero de mis vaqueros en busca de mi billetera.
Bien, ahí estaba… por si acaso.
—¡Jared, más despacio! —se quejaba detrás de mí— No puedo seguirte el ritmo, llevo tacones —no le hacía caso—. ¡¿Eres imbécil o algo así?! —me gritaba, en su voz se notaba el esfuerzo que hacía por avanzar a mi ritmo—. ¡Suéltame, estúpido! —e intentaba zafarse de mi agarre.
Cuando llegamos frente a su casa aminoré el paso y la empujé frente a mí. La metí en el porche –que parecía como la entrada a una gruta–, no había luz directa, pero dos faroles franqueaban la entrada.
—¡No tengo llave desde aquí! —me increpó— Yo había pensado entrar desde la terraza, dejé una de las puer…
Tecleé el código de acceso. La puerta se abrió.
—¿Có-cómo es que tú…?
—Soy un buen vecino —me encogí de hombros—. Tu hermano también tiene el código de mi casa, y yo las de él… nos cuidamos —y le guiñé un ojo.
—Bu-bueno… gra-gracias —balbuceó, y amagó con entrar.
La estiré del brazo en el mismo momento en el que guardé mis gafas en el bolsillo de mi chaqueta.
—¿Por qué eres tan desagradable conmigo? ¿Qué te hice, Luciérnaga? —le pregunté realmente interesado.
—No lo tomes como algo personal —respondió con altanería—, no significas nada para mí… ¿por qué tendría que tratarte de forma diferente?
—¿Significa eso que te comportas con todos los hombres de la misma forma? —asintió con el mentón levantado y el ceño fruncido— No es eso lo que vi con Aníbal…
—Él es como mi hermano —se defendió.
—No te miraba como un hermano —abrió sus ojos como platos.
—¡Eres un imbécil! Quieres hacerme dudar del único hombre en el cuál confío… eres un desgraciado hijo de…
—¡No lo digas! —la interrumpí enojado— No metas a mi madre en esto.
Y la empujé contra la pared.
Tomé sus manos y se las levanté arriba de la cabeza sosteniéndolas firmemente con una de las mías. Anclé su cuerpo con el mío y entrelacé nuestras piernas. La otra mano la puse en su cuello e hice que me mirara. Noté que su respiración se aceleró, yo sabía que le gustaba el juego rudo. Me miró con sus ojazos verdes, sin atisbo alguno de temor, al contrario… estaba excitada.
Sonreí, pícaro.
—Eres una muñequita preciosa —le susurré al oído—, lástima que seas como un cactus y tengas tantas espinas —mordí el lóbulo de su oreja. Oí un gemido suave, casi lastimero.
Mi cerebro se desconectó en ese momento, lo único que podía hacer y lo hice, fue… sentir. La besé como si estuviera hambriento de ella, como si la hubieran mantenido separado de mí y por fin me la devolvieran. Era la clase de beso que ocurría solo en mis fantasías. Y ella me respondió de una forma tal, que más tarde llegué a la conclusión de que nadie me había hecho sentir tan… devorado, nunca.
Mantenerla con las manos asidas no era simplemente una muestra de dominación de mi parte. Era una súplica para que se rindiera. Yo la quería, en mi cama, entre mis brazos y le estaba demostrando exactamente cuánto. Si antes había alguna duda respecto a si realmente la deseaba o si solamente estaba aburrido y por eso buscaba nuevos retos, ya no. Estaba seguro que ahora tenía pleno convencimiento.
Mi mano se apartó de su rostro mientras solté sus brazos que se agarraron de mis hombros y el mío se enroscó alrededor de ella, la envolví con determinación y la estreché con fuerza contra mí. Mi brazo parecía una banda de acero adherida a su espalda.
Con seguridad podía sentir mi erección contra su vientre. Estaba rígido y duro como una roca, presionando contra los caros pantalones que llevaba puestos. Mi respiración la golpeó en la cara cuando rompí el contacto y ambos jadeamos en busca de aire.
Sus ojos brillaban mientras me miraba fijamente.
—¿Lo sientes, no? Dime que te das cuenta de la poderosa atracción que hay entre nosotros… —suspiró entrecortada y gimió.
No le di tregua, ni siquiera tiempo de responderme.
La poseí con otro beso. En ese pequeño período de tiempo Lucía me perteneció por completo, estaba seguro que cualquier otro hombre que la hubiera besado se había quedado inevitablemente entre las sombras.
Ella volvió a suspirar y se permitió derretirse por entero entre mis brazos. De repente no sentía ninguna estructura ósea en su cuerpo, y buscaba más. Más. Más de mí. Más de mi calor, de mis caricias y de mi boca pecaminosa. Le estaba dando todo lo que ella hubiera soñado alguna vez y más. Y sabía que sus fantasías e imaginación no eran nada en comparación con la realidad.
Le rocé los labios con los dientes y los mordí con ganas. Se quejó, la punzada de dolor que sintió era suficiente como para hacerle entender quién era el que estaba a cargo de la situación. Pero entonces suavicé mis movimientos y reemplacé sensualmente los dientes por la lengua, a lo que le siguieron pequeños y suaves besos sobre todo el arco de su boca.
—Luciérnaga… —susurré.
En ese momento una potente luz nos alumbró y giró.
Ambos volvimos a la realidad bruscamente, la camioneta de la familia de Lucía estaba entrando en la cochera.
La miré y sonreí.
—Ven conmigo a casa —susurré, casi fue como un ruego.
Yo supliqué…
Y ella me lo cobró…
De repente vi que su ceño se frunció.
Luego sentí un punzante dolor entre mis piernas.
Caí al piso del palier de acceso gimiendo y quejándome de dolor intenso con las manos cubriendo a mi mejor amigo, aquél que había sufrido el peor de los males: un potente rodillazo.
No podía pensar, ni siquiera abrir los ojos.
Escuché el ruido de una puerta cerrarse con fuerza, y las luces de la entrada apagarse. Luego nada. 
Oscuridad, silencio… y dolor.
¡Perra de mierda! Me las pagaría…

Continuará...

Cántame... una canción de amor (Capítulo 03)

viernes, 4 de septiembre de 2015

CANCIÓN 03

Lucía

El día siguiente amaneció fabuloso.
Nos habíamos despertado temprano, y aunque nuestros relojes internos nos indicasen que ya era cerca del mediodía, en California no eran más de las ocho de la mañana. Estaba famélica.
Karen entró a la habitación que yo compartía con mi madre y me invitó:
—¿Qué tal un paseo por la playa?
—¿Hace frío? —pregunté curiosa, para saber cómo vestir a Jamie.
—No. Se supone que estamos en la más cruda etapa del invierno norteamericano pero hace más de 16 grados, es un día increíble. Mateo y Lucas ya están jugando fútbol en la playa con Orlando.
—Perfecto, termino de vestir a mi precioso —le hice cosquillitas en la pancita, el rio feliz—, desayunamos y podemos salir a pasear.
—Pasaremos por la casa de Geral y Phil para ver si ya despertaron —le dio un beso en la frente a mi bebé—, los espero abajo.
Asentí y abrigué a Jamie.
Mami, tete —me pidió con impaciencia, quería su leche.
—¡Claro! Arriba, campeón —le dije. Él me extendió sus bracitos, sonriendo.
Mamá ya estaba en la cocina preparando el desayuno. Por suerte Phil había llenado la heladera, así que no teníamos que ir al supermercado, por lo menos por unos días.
—¿A qué hora llega Alice? —pregunté sentándome en el desayunador para darle el desayuno a Jamie.
Mi hermana venía de Utah con su marido Peter y la pequeña Sheyla de 20 meses. Estábamos llenos de bebés en nuestra familia, al parecer todos nos habíamos divertido casi al mismo tiempo. Maurice tenía 19 meses y Jamie 15.
Habíamos dejado vacía la habitación de planta baja para ellos. Los tres dormitorios de planta alta los ocupábamos: mamá y yo, Karen y su marido, y el último todos los niños, incluyendo a Jamie, porque había varias camas cuchetas y una cuna, que probablemente tuviera que compartir con su prima.
Era la primera vez en años que esa casa estaba tan llena.
—Me imagino que habrán salido bien temprano, así que llegarán cerca del mediodía— contestó mi madre, y me sirvió gofres.
Gozamos de una preciosa mañana al aire libre.
La primera vez que pasamos frente a la casa de Geral y Phil un taciturno guardaespaldas nos informó que todavía no habían bajado de los dormitorios, así que seguimos caminando. Cuando volvimos de nuestro paseo una hora después, la familia entera estaba desayunando.
Disfrutamos del encuentro entre los dos primitos. Los sentamos en la alfombra de la sala con algunos juguetes, y fue fantástico verlos reconocerse, tocarse las caritas y balbucear incoherencias entre ellos, como si de verdad tuvieran una conversación de adultos. Eso duró exactamente cinco minutos, porque a continuación empezaron a pelear y a lloriquear por un dinosaurio que los dos querían.
Yo estaba deleitándome con mi princesa, hacía meses que no la veía. Nos sentamos en el sofá frente a los niños, ella en mi regazo, y abrazadas conversamos sobre todo lo que había hecho. Paloma iba a un colegio especial en California, para estudiantes con "altas capacidades", era algo así como una niña genio. Inteligentísima.
Phil tuvo que intervenir en la segunda pelea entre los dos bebés. Se sentó en la alfombra con ellos y con dulzura, palabras simples y suaves los regañó por pelear. Jamie lo miraba con sus ojazos pardos abiertos como platos, ya que no estaba acostumbrado a la autoridad masculina. Maurice al instante se subió a su regazo.
Tento, papi —se disculpó.
Aparentemente Jamie no quiso quedarse atrás.
Papi —anunció él también y se subió a la otra pierna de mi hermano, quién lo acogió con ternura y lo llenó de besos.
Me paralicé. Nunca, nunca antes había dicho esa palabra.
¡Papi mííío! —se enojó Maurice.
—Vamos, Mauri… no seas malo con tu primo —lo regañó Phil—. Papi tiene un corazón muy grande —le dio un beso ruidoso en su cuello—, y los ama a tooooodos por igual —anunció besando de la misma forma a Jamie, que rio feliz.
¡Papi! —anunció de nuevo mi bebé abrazando a mi hermano.
De repente toda la atención estaba fija en mí. Llevé mi mano a la boca. Sentía que mis ojos me pesaban, que estaba a punto de llorar, pero yo no hacía eso, no lloraba frente a mi familia… nunca. Me levanté, y disimuladamente salí a la galería. Si alguien se dio cuenta, no dijo nada… ni siquiera me siguieron, menos mal.
Caminé hacia la piscina, y lagrimeando me apoyé en la barandilla de madera mirando hacia el horizonte. Suspiré, pensando en que tenía que idear una historia verosímil que contarle a mi niño sobre su padre, quizás pronto empezaría a hacer preguntas… y yo aún no tenía respuestas.
Un ruido llamó mi atención al costado.
Miré hacia la casa del vecino y vi salir a un hombre al balcón, solo vestía un bóxer blanco de algodón ajustado al cuerpo. Me quedé muda e inmóvil.
¡Por Dios, era Jared! ¿Jared era vecino de Phil?
Ni siquiera me di cuenta que lo miraba embobada, se desperezó sin pudor alguno y bostezó. Luego miró su reloj y abrió enormemente sus ojos, al parecer asustado por la hora. Sin percatarse de mi presencia, volvió a entrar a la habitación corriendo y lo perdí de vista.
Recién ahí pude reaccionar, pero en vez de entrar a la casa caminé apresurada hacia la escalera que daba a la playa y me senté allí. Estaba demasiado alterada como para ver a mi familia en ese momento. Mi hijo acababa de llamar «papi» a mi hermano y el «papi» de mi hijo hizo su aparición segundos después como por arte de magia… ¿no era eso algún tipo de advertencia del destino?
Cerré mis ojos, y como la idiota que era, volví a recordarlo desperezándose en el balcón, con su tatuaje moviéndose junto con los músculos de su pecho, en perfecta sincronía. ¡Oh, Santo Cielo! Tenía un físico perfecto. Era alto y delgado, pero totalmente esculpido, como si fuera de mármol. Esa imagen se mezcló de repente con otras del pasado, y por primera vez desde nuestro encuentro hacía dos años, me permití rememorar lo que había pasado:

«No me beses», empecé con exigencias. Frunció el ceño.
«Fóllame duro y rápido», seguí con mis exigencias. Al parecer esta última le había gustado. Me levantó del piso y salió del ascensor riendo y casi embistiendo a una pareja que iba a entrar. Si no hubiera estado tan nerviosa, habría incluso disfrutado de su apuro.
—Hola, Hetera —saludó al entrar a la habitación—. ¿Estás lista?
—Ho-hola… —balbuceé— lista y…
No me dejó continuar, simplemente me tomó en sus brazos, cerró la puerta con uno de sus pies y me empujó contra ella. Me aferré a sus hombros con las mismas ansias y correspondí a su pasión, metiendo una de mis manos entre las suaves hebras de su pelo y con la otra le acariciaba la espalda sobre la camisa.
Él levantó mi falda y bajó mis bragas, hundiendo sus dedos dentro de mi calor, uno, luego otro, sacando y metiendo, excitándome, comprobando que estuviera preparada.
—Ay nena, estás tan mojada y caliente. Déjame tomarte ahora.
—Por favor, hazlo… no puedo aguantar más —mentí.
¿Iba a ser tan fácil? Apuro = olvido = no condón. Sonreí feliz.
No necesité pedírselo dos veces, sacó su duro miembro y se introdujo en mí con un solo movimiento rápido y certero. Entonces empujó profundamente sin que en ningún momento sus manos dejaran de tocar mis pliegues. Yo grité contra su cuello mientras un profundo gemido escapaba de él.
Me tenía atrapada contra la puerta de acceso, y nos movíamos al unísono, levanté una de mis piernas para darle mayor acceso y lo apreté contra mí con el talón, mientras metía las manos dentro de su camisa, acariciaba la piel de su espalda y lo arañaba con mis uñas.
La lengua de él recorría mi cuello y mi oreja, sus dientes me mordisqueaban y sus manos se movían apretando, acariciando mis pechos sobre el vestido y alrededor de mi cintura. Me arqueé contra él, había logrado que incluso mis muslos se mojaran. ¿Cómo lo hizo? Negué con la cabeza, porque las sensaciones eran extrañas para mí. Él empujó hacia arriba, y yo gemí cuando me elevó contra la puerta. El pulso palpitante entre mis piernas se intensificó, ahogándose con el latido de mi corazón.
¿Qué mierda ocurría?
Sus ojos me miraron sonrientes, y ardieron en los míos, él empujó otra vez, acariciando con sus dedos mi pequeño capullo de nervios. Mi cuerpo entero comenzó a sacudirse y abrirse. Sentí que todo dentro de mí iba a romperse.
Me asusté.

—¿Estás bien, cielo?
—¡Oh! —me sobresalté y casi me resbalé del escalón donde estaba sentada—. Aníbal, me asustaste —lo regañé.
Suspiré y cerré mis ojos, porque todavía estaba excitada solo con recordar esa noche hacía dos años. Mi amigo se sentó a mi lado y me abrazó, apoyé la cabeza en su hombro y volví a suspirar.
Aníbal era el mejor amigo de Phil, y siempre fue mío también, incluso cuando éramos niños. Pero desde que mi hermano se había trasladado a los Estados Unidos a vivir y él se hizo cargo de suplirlo en la agro-ganadera fuimos estrechando aún más nuestra amistad, hasta llegar al punto de ser la única persona a la que permitía ciertas libertades como opinar sobre mis decisiones –aunque no le hiciera caso– o… tocarme.
—¿Te sorprendió, no?
—¿Qu-quién? —balbuceé, creyendo que hablaba de Jared.
—Jamie, al decirle «papi» a Phil.
—Mmmm, en teoría debería estar preparada, pero sí… me tomó de sorpresa —él besó mi pelo, cerca de mi frente—. No sé qué voy a hacer el día que tenga que enfrentarme a sus preguntas.
—Ya sabes mi parecer al respecto.
Sí, lo sabía… él quería que le contara la verdad, incluso al donador de esperma.
Su opinión era importante para mí, porque era el único amigo varón que tenía. Pero no estaba de acuerdo, así que me levanté de un salto y caminé hacia la casa. Me volteé para ver si me seguía y no reconocí la expresión de su mirada. ¿Acaso era… reproche? ¿Crítica?
Me encogí de hombros. Como siempre, no tomaba en cuenta la opinión de los demás, así que… ¡que se fuera al infierno!
Yo sabía lo que tenía que hacer.
Meta a corto y largo plazo: evitar la casa de Geral y Phil, en lo posible.

*****

Jared

¡Oh, por Dios! Caroline era divertidísima.
Luego de una espectacular cena temprana en casa, preparada por ella, la llevé a una fiesta en la casa de un amigo. Una de esas reuniones llenas de glamour y sofisticación, repleta de estrellas de Hollywood y otros rostros anónimos pero con tanta influencia y poder, que uno solo de sus movimientos o palabras podían hundir a más de un ilustre astro del firmamento hasta convertirlo en… estrellado.
¿Y qué hizo ella? Los tuvo comiendo de su mano toda la noche… con su gracia, simpatía y desenfado.
Podía haber llevado a Caroline a la casa de Geral, ellos festejaban lo que Phil llamaba la "Nochebuena", al parecer era una costumbre sudamericana cenar esperando la medianoche. Incluso creo que uno de ellos se disfrazaba de Papá Noel para entregarles los regalos a los niños. Preferí dejar que los Logiudice disfrutaran de su intimidad.
La verdad, me hubiera gustado estar allí, la calidez de esa familia me hacía sentir bien, como si fuera uno de ellos. Pero yo tenía un efecto negativo en Lucía –no sabía el motivo–, y no quería incomodarla, no cuando era tan poco lo que se veían, dos o tres veces al año.
—Jared… estoy cansada —dijo mi madre en mi oído—. Si deseas quedarte yo tomaré un taxi.
—Pensé que te estabas divirtiendo —retruqué abrazándola.
—Claro que sí, cariño… pero fue un día agotador —me miró sonriente—, ya no tengo tu edad, dame un respiro —acarició mi mejilla.
—Te llevo, Caroline…
—No hace falt….
—Te llevo y punto —la interrumpí mirándola muy serio.
Bien. Se calló. Menos mal, me conocía.
Hicimos en trayecto desde Hollywood Hills hasta Malibú casi en silencio, escuchando la suave melodía de Queens de fondo. Primero nos reímos del despiste de muchos, que creyeron que ella y yo éramos pareja y comentamos que no sería la primera vez que sacaran una foto nuestra en los periódicos o revistas publicando estupideces como: «La nueva conquista "antigua" de Jared Moore», o… «¿A Jared Moore le gustan las maduritas?». Luego Caroline bostezó y se quedó callada, entramos al garaje con ella cabeceando de sueño.
Vi al llegar a mi casa que la de Geral y Phil estaba todavía completamente iluminada. Uno de sus mastodontes estaba en la puerta, y suponía que el otro en la terraza, esperaba que no me prohibiera la entrada, porque iría a saludarlos.
Despedí a mi somnolienta madre con un beso y salí a la calle, sentía mi corazón latir descontrolado al acercarme. ¿Por qué? No tenía idea, pero una imagen apareció en mi subconsciente: Lucía. Cuando llegué a la puerta de entrada vi que era Enzo el que estaba allí. Todo bien, era el guardaespaldas más accesible. Lo saludé, le deseé feliz Navidad y entré.
Geraldine –que estaba sentada en una butaca del desayunador al lado de Phil– pegó un gritito, se levantó y corrió hacia mí cuando me vio. La recibí gustoso en mis brazos, se colgó de mi cuello y me abrazó, riendo le di una vuelta entera y la bajé al piso.
—¡Feliz Nochebuena, mi pelirroja!
Y empecé a saludar a todos, la familia en pleno estaba allí, menos los niños, supuse que ya habían ido todos a dormir. Algunos de los adultos estaban sentados en la sala, otros en la galería y los demás conversando en la terraza. Fruncí el ceño. La que estaba en la terraza era Lucía, muy cerca de… de… enfoqué la vista para ver bien… ¿Aníbal? ¿Era él quién la estaba abrazando?
Lo admito, verla tan cerca de otro hombre aunque fuera su supuesto "casi hermano" me cayó mal, muy mal. ¿Por qué? No reconocí el sentimiento y tampoco quería hacerme esas preguntas, porque nada referente a ella tenía coherencia para mí. Era una harpía, insoportable, desagradable, con un pésimo carácter. La antítesis de lo que a mí me gustaba en una mujer, sin embargo… me atraía como una flor a una abeja.
Resistí la tentación de acercarme a ella.
Después de saludar a Geral, a Phil, a Karen y su esposo Orlando continué hacia la sala para hacer lo mismo con la madre de mi tormento.
—¡Stella! Que gusto verte… —la abracé fuerte y le llené de besos. Adoraba a la mamá de Phil, era una mujer madura, hermosa, de carácter fuerte pero a la vez amorosa. Una madre moderna que supo educar a sus hijos. La había conocido dos años atrás cuando fui de gira a su país. Y nos habíamos visto un par de veces más aquí en California cuando vino a visitar a sus hijos y nietos.
Su hija menor, Alice, estaba con ella junto a su esposo Peter. También los saludé a ambos y me senté al lado de ella para conversar.
—¿Cómo estás, cariño? —preguntó acariciándome la mejilla— ¿Cómo te trata la música? ¿Siempre triunfador?
—Eso espero —y sonreí—, te mandé unos discos compactos... ¿los escuchaste?
—¡Ahhh, claro que sí! Me sé las letras de memoria… ¿quieres que te las cante? —y empezó a tararear La muchacha de ojos grises, una de las melodías, la que le había hecho a Geral hacía unos años. Era una de las más lentas que tenía y la preferida de las mujeres.
Todos reímos a carcajadas.
—Mi madre está aquí, Stella… —le conté— mañana te la presentaré. Bueno, hoy —dije mirando mi reloj. Ya era más de las una de la madrugada—, cuando se despierte. Estaba muy cansada por el viaje, y además la llevé a una fiesta. Así que… se fue a la cama apenas llegamos.
—¡Ah, qué bueno! Geral habla maravillas de ella… me encantaría conocerla.
—Estoy seguro que se llevarán muy bien.
Y seguimos conversando entre todos. Geral se acercó en ese momento y se sentó a mi lado, la abracé también a ella y empezamos a bromear.
Pero mis ojos se disparaban a cada rato hacia la terraza. ¡Idiota! Lucía seguía allí conversando íntimamente con Aníbal. Al parecer no me había visto todavía. Suspiré al verla tan relajada, incluso sonriente. ¿Por qué no podía conseguir que se sintiera así conmigo? Yo era un tipo alegre, simpático, las mujeres por lo general caían rendidas a mis pies.
Menos ella. Mierda.
En ese momento mandó su cabeza hacia atrás y rio a carcajadas. Observé embobado su cuello de cisne y recordé otro momento y otro lugar en el cuál ella hizo lo mismo, aunque sin reír.

Yo la tenía apretada entre mi cuerpo y la puerta de acceso a la habitación del hotel, envolviéndola con uno de mis brazos en su cintura y con la otra mano acariciaba su clítoris mientras mi polla entraba y salía de ella a un ritmo frenético. Una de sus piernas me envolvía, apretándome las nalgas sobre el pantalón.
—¡Oh, Jared… sí, sí…! —y envió su cabeza hacia atrás.
Vi su precioso cuello rogándome que la besara y no pude resistirlo, pasé mi lengua a lo largo y la llevé hasta su oreja, mordí su lóbulo y respiré en ella, susurrándole suaves palabras al oído.
—Eres tan hermosa, tan cálida, tan apretada. Córrete para mí, quiero verte. Necesito tu placer, que será el mío.
En ese momento me miró confundida y gimió, se balanceó, tembló e hizo todo lo correcto, menos lo que realmente debía hacer.
¿Acaso pensaba que yo era un idiota?

Alguien me sacudió. Me sobresalté.
—¡Jared! Estás en la luna —dijo Geral riendo y volteó a observar hacia donde yo aparentemente estaba mirando. Frunció el ceño.
—Lo siento… —carraspeé— ¿qué decías, pelirroja?
Vi que Lucía también nos miró desde la terraza. Parecía sorprendida. Aníbal también volteó hacia donde estábamos y sonrió, le dijo algo a su amiga, ella negó y lo empujó, como mandándolo hacia donde yo estaba.
Mientras Aníbal se acercaba, me levanté del sofá para saludarlo.
Nos dimos un gran abrazo, el mejor amigo de Phil me caía muy bien. Habíamos viajado juntos dos años atrás y varias veces se coló conmigo en alguna fiesta que me invitaron durante la gira, él estaba con su novia de turno y yo solo. Geraldine y Phil cuidaban a Paloma, así que no podían salir con nosotros, pero recuerdo una o dos locuras que llegamos a hacer juntos, incluso compartir a su amiga colorida, que si mal no recuerdo se llamaba, mmmm…
—¿Qué tal, amigo? ¿Y… eh, Macarena? —menos mal que recordé su nombre.
—Bien, todo bien. Maca también, aunque jugando a "tener novio" —lo enfatizó con los dedos—, nos vemos menos que antes… ¿y tú?
Seguimos conversando mientras yo no perdía de vista a Lucía. La vi caminar disimuladamente hacia Phil que había salido a la terraza y decirle algo al oído. Su hermano lo negó, ella se resistió ceñuda, le puso las manos en los hombros y lo hizo sentarse en el sofá de la galería. ¡Oh, esa mujer sí tenía carácter!
Se acercó hacia la baranda de madera del lado opuesto a donde anteriormente estaba y le pidió fuego al guardaespaldas. Encendió un cigarrillo y se alejó de él.
La gente a mi alrededor hablaba… ¡quién sabe de qué! Yo solo sonreía sin escuchar, asentía como idiota y no dejaba de mirar de soslayo a esa diosa vestida con jeans ajustados que avanzaba despacio hacia las escaleras.
Aunque disimuladamente… ¡se iba!
Tardó unos diez minutos –lo que le duró el cigarrillo– para decidirse a bajar las escaleras. Y la perdí de vista.
Me excusé rápidamente con todos alegando cansancio, le prometí a Geral pasar al día siguiente para darles los regalos a la princesa y a mi ahijado, y prácticamente corrí hacia la playa.
Eran 200 metros hasta su casa, así que no debía estar lejos.
Bajé las escaleras tan rápidamente que casi tropecé, por suerte eran los últimos escalones, salté, me arrodillé y me así de la baranda. Al instante me puse de pie y la seguí.
¡Oh, mierda… yo y mi ceguera nocturna!
No veía un carajo.

Continuará...

Cántame... una canción de amor (Capítulo 02)

miércoles, 2 de septiembre de 2015

CANCIÓN 02


Lucía

Miré a mi bebé con ternura.
Hacía horas que estaba durmiendo en mis brazos. En California podía ser solo las 20:00 hs. pero para nosotros ya era más de medianoche. Miré a mi familia desperezándose, algunos se habían quedado dormidos y despertaron cuando la azafata anunció que estábamos aterrizando.
—Arriba, hija —dijo mi madre sonriendo.
—Mmmm, sí —acepté y me levanté para tomar el bolso de bebé que estaba guardado en el maletero arriba nuestro. Era lo único que había subido a la cabina, le pasé a mi madre su cartera. Jamie ni se inmutó con el movimiento, siguió durmiendo de lo más campante en el morral para bebés sobre mi pecho.
Luego de hacer los trámites de aduana mi cuñado recogió todos nuestros tiquetes de las maletas y fue en busca de ellas.
—Vayan, chicas… seguro Geral y Phil están esperando afuera. Yo me encargo —dijo el buenazo de Orlando, marido de Karen. Aníbal lo acompañó.
Ok. A veces… y solo a veces… los hombres podían servir para algo. Lucas y Mateo, sus hijos, nos siguieron, se los veía somnolientos y malhumorados.
Karen pegó un gritito y se escabulló a un costado en un free shop. Sonreí y la seguí, sabía perfectamente qué era lo que había encontrado. Se volvía loca por los caramelos Jelly Belly Dr. Pepper que en Paraguay no llegaban. Mientras los estaba comprando miré hacia la puerta de salida y vi a lo lejos a Phil y a Geral con Maurice en brazos… ¿y mi princesa dónde estaba?
Me quedé muda y estática, como si por mi cuerpo hubiera circulado un frío polar que me dejó helada. Las puertas corredizas se cerraron detrás de mi madre y mis sobrinos, pero la imagen de ÉL… –sí, era él con Paloma sobre sus hombros– todavía perduraba en mi retina.
Cuando pude recuperarme del susto solo atiné a desatar a mi bebé de mi pecho.
—Karen, por favor… toma a Jamie —se lo di temblando, él siguió durmiendo como si nada—, voy al baño.
Y me escabullí bajo la mirada atónita de mi hermana.
Llegué al sanitario como una autómata, creo que hasta tropecé con dos maletas, no lo recuerdo. Entré a un box y me apoyé en la mampara respirando entrecortada.
Sabía que volvería a verlo alguna vez, y estaba segura que estaría en el casamiento, pero no me imaginaba que el encuentro sería tan rápido, apenas al llegar. ¡Oh, Dios Santo! No estaba preparada.
No sé cuánto tiempo estuve dentro del box, pero me obligué a salir.
Me miré en el espejo.
Madre Santa, parecía un cadáver, estaba blanca pálida, sin nada de color en mis mejillas… probablemente del susto. Me salpiqué un poco de agua en la cara, me sequé con las toallitas de papel y busqué mi lápiz de labios en el bolso de Jamie. Me los pinté… ¡oh, era peor! El rojo de mis labios hacía que mi piel pareciera más pálida aún. Me pasé el papel en los labios y lo esparcí por mis mejillas.
Quedó mejor.
Pero… ¿qué mierda estaba haciendo? ¿Arreglándome para quién? ¿Es que de repente me había vuelto loca? Bufé y salí del baño enojada conmigo misma. Ese sentimiento reemplazó a mi desconcierto, por suerte.
Caminé más segura de mí misma.
Nada pasaría, nada… era imposible.
No vi a nadie al salir, todos se habían ido… ¿eh? ¿Se olvidaron de mí? Caminé hacia la salida, pero en ese momento Lucas me estiró del pantalón.
—Te estamos esperando afuera, tía —dijo mi precioso sobrino de 10 años.
Le di la mano sonriendo y me llevó hacia donde estaban tres camionetas estacionadas. Paloma bajó de una de ellas y corrió hacia mí gritando:
—¡Me voy con tía Lucy! —saltó encima mío y se prendió de mi cuello.
Luego de llenarla de besos, me acerqué a la primera camioneta y saludé a Phil, a Geral, vi a Aníbal y a Maurice a punto de dormirse en la sillita pata bebés. Con el guardaespaldas no había lugar, estaba llena. Fui a la segunda y también estaba llena, vi a mi bebé en brazos de Karen. Perfecto, allí estaría mejor.
¡Y ocurrió lo que me temía! Miré con los ojos entornados al tercer vehículo de la fila y vi que ÉL se bajó y me abrió la puerta del acompañante sonriendo con cara de pícaro. Típico.
—Bienvenida, Luciérnaga… su carruaje las espera, princesas.
Y nos hizo una reverencia exagerada.
Paloma aplaudió contenta y seguida de Lucas subieron detrás, no pude evitar ocupar el asiento del acompañante. Si me negaba solo pasaría por una maleducada y además le daría demasiada transcendencia al asunto.
Jared me tomó de la mano para que pudiera subir, sentí una corriente eléctrica solo con ese ligero toque. Por lo visto, él también lo percibió, porque me apretó los dedos y sonrió complacido. Luego llevó mi mano a su boca y la besó.
Ok. Me mojé, lo sentí… percibí el flujo entre mis piernas… ¿qué mierda tenía este hombre que podía lograr ese efecto instantáneo en mí?
Miedo, me dije a mi misma. No, en realidad era terror, ese era el poder que Jared Moore tenía sobre mí. Me aterrorizaba. Pero él no lo sabía, y no permitiría que lo supiera, no podía dejar que tuviera ese poder sobre mí.
Suspiré y cerré los ojos.
De repente sentí que me sacudían ligeramente.
—¿Dónde estás, en la luna? —preguntó Jared— Ponte el cinturón, Luciérnaga.
Lucas y Paloma rieron detrás al escuchar el apodo.
—No me llames así —le ordené altanera.
Los chicos empezaron a conversar y a reír. Mi niña me hizo preguntas, estuvimos hablando un rato, y de repente nos quedamos en silencio. Podía escuchar susurros y risitas detrás, pero nada más.
Jared conducía en silencio. Aproveché para mirarlo de reojo.
Se había sacado el gorro con el cuál pretendía pasar desapercibido en el aeropuerto y tenía su cabello recogido en una coleta baja. ¡Y llevaba gafas! Incluso con ellas y su nariz aguileña, su perfil era perfecto… sin duda alguna era un hombre muy atractivo sin ser excesivamente guapo. Podía ver una porción del tatuaje de su pecho debajo de la camisa semi abierta. Nunca me gustaron los tatuajes, pero el suyo era especial, lo recordaba perfectamente.
Cerré mis ojos y pensé en la única vez que estuvimos juntos, la sensualidad al recorrer los dibujos de su cuerpo con mis manos, sus gemidos cuando lo rocé con la lengua, sus suspiros cuando mis uñas lo acariciaron. El extraño tatuaje le cubría uno de los pechos, un brazo hasta cerca de la muñeca y la mitad de su espalda. Era un intrincado dibujo arabesco, creí ver un nombre escrito en él, pero no recuerdo bien.
Agité mi cabeza y suspiré.
—¿Te pasa algo? —preguntó.
—No —y miré hacia atrás—. Mmmm, se durmieron —dije observando a los niños y sonriendo con ternura.
—Tienes una sonrisa preciosa… ¿por qué será que solo la he visto cuando miras a tu sobrina?
—Ella es mi sol —susurré y cambié de tema—. ¿Falta mucho para llegar?
—¿Acaso no conoces Los Ángeles? —preguntó asombrado.
—Hace como 9 años que no vengo… ya ni me acuerdo —me encogí de hombros.
—El Aeropuerto está en Inglewood, son cerca de 30 millas hasta Malibú, no hay mucho tráfico… en media hora llegamos.
A partir de ahí el pobre hombre intentó conversar, realmente hizo el esfuerzo pero mis respuestas eran monosilábicas. A los diez minutos se cansó y se quedó en silencio. Puso una suave música de fondo.
Cuando llegamos frente a casa Phil y Geral solo estaban esperando a Paloma para irse. La levantaron dormida y se despidieron. Todos ya habían entrado, incluso mi hermana con Jamie. ¡Bendición! Orlando levantó a Lucas en brazos y lo llevó dentro.
—Eh, bueno… —amagué con entrar— gracias por traernos.
Me tomó de la mano para evitar que me moviera mientras se sacaba las gafas y las guardaba en el bolsillo de su camisa. ¡Oh, no! De vuelta la corriente eléctrica. Balbuceé algo… ¡quién sabe qué! Mi corazón se paralizó. Cuando me di cuenta, estaba a dos centímetros de su cuerpo. ¿Cómo llegué allí?
—Parece que hay sobre población en tu casa… —acarició las palmas de mis manos con sus pulgares— ¿habrá lugar para ti?
¿Eh? Oh… no… sí… qué se yo… ¡auxilio!
—¿Te comió la lengua el gato? —acercó su cara y me susurró al oído— En mi casa hay lugar de sobra, tengo una cama muy amplia. ¿Te imaginas la fabulosa semana que podríamos pasar juntos? —mordió mi oreja. Casi me derrito— ¿Alguna vez piensas en nuestra noche juntos, Candy? —y subió sus manos por mis brazos.
Candy. Todas las alarmas se encendieron.
Yo respiraba agitada, pero tomé aire y lo empujé con todas mis fuerzas.
—Ve a masturbarte solo en tu amplia cama —me alejé de él—. Y nunca, nunca más vuelvas a tocarme… ¡¿escuchaste?!
Di media vuelta y me metí a la casa.
Antes de cerrar la puerta en sus narices lo vi apoyado sobre su camioneta con las manos cruzadas, y sonriendo… ¡sonriendo!

*****

Jared

¡Oh, mierda! Esa mujer era fascinante.
Se hubiera derretido en mis brazos si no cometía la estupidez de pronunciar ese nombre ficticio con el que se presentó la noche que nos conocimos.
Suspiré y pensé en ella durante el camino hasta casa.
Y seguí pensando en ella mientras me desnudaba para acostarme.
Mi capricho con Lucía no era solo por el hecho de haberme rechazado. No era la primera que lo hacía, y no sería la última, aunque tampoco fueron muchas. En definitiva no era solo «algo que no podía conseguir», sino que era algo que ya había conseguido y deseaba más… no podía entender por qué no quería volver a experimentar lo mismo siendo que nuestra noche juntos fue realmente fabulosa, memorable… inolvidable.
No era fácil que una mujer o una situación me sorprendieran, había vivido tantas experiencias y tan diferentes que ya todo me sabía igual. Y ella tampoco lo hizo… no me sorprendió, pero sí me conmovió profundamente. ¿Por qué? Porque vi una mezcla increíble de antípodas en ella. Por un lado tenía una técnica impecable como si hubiera estudiado sus movimientos, sin embargo en ciertas situaciones la noté casi… inocente. Parecía como si quisiera empezar y terminar rápido, pero cuando logré descontrolarla –algo que no fue fácil– fue como si me hubiera entregado su alma entera en cada gemido, cada suspiro, cada beso… que en un principio –hace ya casi dos años– me negó.

—¡No lo hagas!
—¿Q-qué? —le pregunté confundido en el ascensor camino a mi habitación.
Estábamos solos, y la tenía apoyada contra el espejo, con mi cuerpo entero cubriéndola como un manto.
—No me beses —susurró volteando la cara.
—Bien, sin besos —acepté frunciendo el ceño.
Y le recorrí el cuello con mi boca hasta llegar a su oreja, sentí su estremecimiento al respirar en su oído y mordisquearle el lóbulo. Subió las manos por mis hombros y me abrazó, la envolví en mis brazos completamente y la levanté ligeramente del piso presionándola contra la pared, haciendo que mi entrepierna coincidiera con la suya, restregándome contra ella.
La otra mano la subí por su pierna hasta llegar a sus nalgas, la metí dentro de sus pequeñas bragas y acaricié esos dos perfectos y firmes montículos. Luego las deslicé hacia adelante y llegué a los suaves pliegues de su sexo. Estaba mojada, no… estaba empapada, sus jugos humedecieron mis dedos mientras dos de ellos se introducían dentro con una facilidad espantosa.
—¡Demonios…! Estás tan caliente y húmeda —le susurré en el oído. La miré, saqué mis dedos de su centro y los metí en mi boca, chupándolos—. Y tienes un sabor increíble, eres como el rocío de primavera.
—Qué romántico —¿se burló?—. No necesitas seducirme con frases bonitas, Jared… ya me tienes, necesito que me folles —se restregó contra mí—. Duro y rápido.
Oh, mierda… ¡sí!
Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento.
La levanté del piso y bajo la mirada atónita de una pareja que iba a entrar salí riendo de allí con ella en brazos.
¡Duro, duro, duro! Era todo lo que podía procesar mi mente, como un eco.
Mi especialidad.

Debí haberme quedado dormido apenas me acosté en la cama, porque ya no recuerdo nada más, solo la molesta erección que me provoca rememorar lo vivido con esa insoportable y preciosa mujer a la que no podía encasillar en ninguna categoría.
Ok, sí. Para mí había tres categorías de mujeres.
Uno. Las que respetar, en ella estaban mi madre y mis amigas. Y no tenía muchas: Geraldine y Ximena. Quizás también podía incluir a Susan, la socia de Geral. Y a Sarah, la esposa de Hugh, un amigo muy querido. ¡Ahhh! Y otras tres amigas con las que normalmente tenía sexo: Kim, Anne y Megan. Ese círculo era muy, muy pequeño.
Dos. Las follables, cualquier mujer de más de 18 años que no fuera mi amiga y que lograba despertar mis instintos animales, pero que una vez cumplido el objetivo pasaban a la categoría siguiente.
Tres. Las descartables, cualquiera que no me interesara.
¿Dónde mierda meto a la Luciérnaga?
No era mi amiga, así que en la categoría uno no entraba. Ya la había follado, pero quería volver a hacerlo, así que en la dos tampoco encajada. Y no era descartable, sin duda alguna.
Acaricié mi erección gimiendo y suspirando.
Necesitaba una mujer… ¡urgente!
Mmmm, tenía unos días de vacaciones, pero algo había olvidado, con seguridad… ¿qué era? Normalmente tenía un séquito de personas detrás de mí recordándome mis obligaciones, así que no había desarrollado esa cualidad. Me desperecé en la cama pensando, luego mi mejor amigo me recordó que tenía que complacerlo… ¿a quién llamar? En otra época la respuesta hubiera sido clara, pero desde que Phil apareció en la vida de mi pelirroja muchas cosas cambiaron, empezando porque ella dejó de lado los servicios de plomería que solía brindarle. Y Ximena, bueno… a ella le gustaban los juegos de a tres, normalmente con Geraldine, así que de vuelta Phil me cagó el expediente.
Pero todo bien, era parte de la vida y sus cambios impredecibles. Y si mi pelirroja era feliz, yo también lo era. Abrí los ojos y me levanté, tambaleante salí al balcón de mi habitación. Me volví a desperezar y estiré los brazos bostezando. Pude ver que el sol ya estaba bastante alto en el horizonte.
¡Oh, por Dios! Sol, día, cielo, avión… ¡buscar a Caroline!
Miré la hora. Ya eran más de las diez de la mañana. Corrí hacia la ducha. ¡Mi madre llegaba al mediodía!
Apenas llegué a tiempo al aeropuerto.
Ella ya estaba esperando en la vereda de la entrada de la terminal aérea repiqueteando sus tacones de aguja con plataformas al lado de una impecable maleta con rueditas fucsia fosforescente. Toda vestida de rosado, estaba seguro que no era por querer llamar la atención, ¿o sí?
Sí, sin duda alguna… Caroline Moore era muy especial.
Me miró con los ojos entornados, frunciendo el ceño y negando con la cabeza cuando estacioné frente a ella. Su cabello platinado ondeaba al viento. Mi madre tenía 52 años, y no los aparenta. Yo fui un desliz adolescente en su vida, me tuvo con apenas 17 años. Nunca supe quién fue mi padre, no me lo dijo y tampoco me interesó saberlo… ¿para qué? No creo en la paternidad solo por haber proveído un poco de semen en un momento de calentura, para mí un padre es aquel que cría un niño, se preocupa por él y le provee todo lo necesario para que crezca sano y feliz. Mi madre había hecho todo eso, ella era mi padre también.
—Lo siento, mamá… perdona la tardanza —me excusé bajando de la camioneta.
—Caroline, mi nombre es Caroline —recalcó ofreciéndome su mejilla.
Ok, era mi madre y padre… aunque ella lo negara.
¿Quién creería que soy su hijo, de todas formas?
Sonreí y le di un beso. Más que eso, la abracé, la levanté del piso, le di una vuelta entera y la besuqueé por todos lados. Recién ahí, riendo los dos, la ayudé a subir a la camioneta.
Llegamos a casa después de las cuatro de la tarde. ¿Por qué? Fácil… mi madre es chef y bajo la excusa de que estoy muy delgado me hizo desviar a una pescadería –donde según ella los frutos del mar eran más frescos–, luego a un mercado callejero donde vendían especias raras y por último terminamos en un hipermercado donde tardamos exactamente dos horas en hacer las compras para cuatro días de estadía, ella volvía a Nueva York el día después de la boda.
¿Por qué vivimos tan lejos uno del otro?
Porque en el mismo momento en el que empecé a tener éxito en mi carrera y compré la casa en Malibú, ella también despegó en la suya, le ofrecieron ser el jefe de cocina de un carísimo y renombrado restaurant en Soho. Sin dudarlo aceptó la propuesta, y desde entonces vivíamos separados.
Nos veíamos cuatro o cinco veces al año. Pero hablábamos casi todos los días, aunque sea un «hola y chau, estoy ocupado», o un «hola, te llamo luego». Los dos teníamos un temperamento muy especial, éramos bastante… desamorados, por decirlo de alguna forma.
La adoraba, amaba a mi madre con todo mi corazón, pero no la necesitaba permanentemente en mi vida, y eso me ocurría con todos los que me rodeaban. Nunca me aferré a nadie ni a nada, mi desarraigo es lo único estable de mi existencia. Mi casa en Malibú es todo lo que tengo además de mi camioneta, ni siquiera sé qué mierda hacer con todo el dinero que gano. Allí está, en un banco, acumulando intereses… esperando algún día encontrar "algo" en qué invertir que no implique demasiado riesgo y que me guste.
Ya había hablado con Phil al respecto. Él era un excelente hombre de negocios, al parecer todo lo que tocaba lo convertía en oro, me ofreció varias alternativas que implicaban invertir en los rubros que él manejaba bien: la carne, la soja y la hoja de moringa. O bien, me sugirió el negocio inmobiliario que también era uno de los rubros en los que su familia confiaba. Todavía estaba pensándolo.
—Caroline —le dije a mi madre de repente cuando estábamos llegando a casa— deberíamos hacer algo juntos…
—¿Algo como qué, Rulitos?
Oh, Rulitos… solo a ella le permitía llamarme así. Lo hizo siempre, desde que era un bebé lleno de rizos incontrolables.
—Poner un restaurante, o una confitería, una rotisería, lo que quieras… yo invierto, tú lo administras. Quizás con el tiempo podamos hacer del nombre de nuestro negocio una franquicia famosa y tener una cadena completa de locales en todo los Estados Unidos.
—¡Ay, mi amor! Ya te dije que no sé nada de administrar cosas… a mí solo me gusta cocinar —se quejó.
Y de nuevo el asunto quedó en la nada.
—Es que… necesito encontrar algo que hacer cuando me retire —metí el vehículo en mi cochera y cerré el portón—, algún día me haré viejo, mamá.
—Mmmm, Caroline —se quejó.
—Estamos solos, Caroline —le dije fastidiado, y reímos.
—Lo encontrarás, Rulitos… —me abrazó— pero debe ser algo que a ti te guste, que te apasione… no invertir en tu madre, porque eso es lo que realmente quieres, asegurar mi futuro, ¿no?
—Tú me diste tu juventud entera, mamá… ¿por qué no invertir en algo que a ti te haría feliz? Tengo el dinero para hacerlo…
—Yo soy feliz, te tengo a ti —me dio un beso y se bajó de la camioneta.
Hice lo mismo, tomando su maleta de la valijera, y cuando estaba por seguirla, se volteó y me dijo:
—Hay algo que me haría muy feliz —me miró pícaramente.
—¿Q-qué? —balbuceé expectante.
—Quiero un nieto… —y rio— pero por favor, seré la tía Caro.
Dio media vuelta y se metió a la casa.
¡Oh, mierda!
Lo único que me pidió en toda su vida y no podría complacerla.
¿Cómo explicarle a mi madre que en un momento de locura hacía 6 años atrás me había hecho la vasectomía?

Continuará...

CLTTR

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