Dibújame (Santuario de colores #1) Capi 05

martes, 29 de abril de 2014

De nuevo desperté con dolor de cabeza y náuseas.
¡Mierda! Cuatro noches seguidas, la verdad era que me había superado a mí misma. Miré a mi costado buscando a Phil –por si acaso había pasado la noche conmigo–, pero no había rastros de él.
Intenté recordar.
Todo se veía borroso luego del espectacular orgasmo en la pista de baile. Levanté la sábana y vi que tenía puesto un camisón.
¿Cómo llegué a mi cama? Me encogí de hombros, indiferente. Lo importante era que estaba sana y salva, Phil seguro lo sabría.
Tomé mi iPhone que estaba apoyado en la mesita de luz y con sorpresa comprobé dos cosas: que ya eran casi las dos de la tarde y que ¡tenía un mensaje con el nombre de "Sudamericano" en mi Whatsapp! Lo leí:
     «¿Cómo amaneciste, bella durmiente?»
Lo había enviado al mediodía.
¿Cómo había llegado su número de celular a estar en mi directorio personal? Me pregunté asombrada, evidentemente yo lo había puesto allí en algún momento de la noche porque mi iPhone tenía código de acceso.
A pesar de que solo algunos privilegiados tenían acceso a mi número, no me molestó, me estaba haciendo adicta a ese sudamericano delicioso, incluso me alegró, porque así podía tenerlo siempre a mano, a mis pies. Le contesté sonriendo:
     «Con resaca. Phil, me muero por tu café misterioso y tu brebaje que sabe a mierda. ¿Me sacas de mi miseria? Veeeeen»
No recibí su respuesta inmediata, así que fui tambaleante hasta el baño, me lavé los dientes y me di una ducha. Cuando me estaba vistiendo, informalmente con un vestidito corto de algodón y unas sandalias planas, escuché el sonido característico de un mensaje en mi celular.
     «Estoy abajo, ya tengo listo tu pedido, emperatriz»
¿Emperatriz? ¿Estaba abajo? ¿En mi casa? Sonreí complacida, aunque intrigada. ¿Qué mierda había pasado? Tenía que averiguarlo.
Bajé rápidamente y lo encontré detrás de la barra de la cocina acomodando un mantel individual, un plato y cubiertos sobre la mesada del desayunador. Me acerqué y me senté en una butaca frente a él, del otro lado.
—Buen día, Phil.
—Buenas tardes, Geraldine… estás preciosa —y apoyó los codos sobre la mesada—. ¿Cómo te sientes?
—Mmmm, mareada —me quejé.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —y me pasó el brebaje infernal junto con dos pastillas analgésicas.
Déjà vu. Esta escena ya la había vivido… ayer, pero parecía muy lejana, como si conociera a Phil de toda la vida. Me sorprendía el grado de intimidad que habíamos logrado en tan poco tiempo… ¡y sin haber tenido sexo! Todavía.
—Gracias. Y sí, puedes… de ahí a que te responda, ya es otro cuento —metí las píldoras en mi boca y me bebí el líquido horroroso pero milagroso casi de una trago.
—¿Tienes problemas con la bebida? —preguntó muy dulcemente.
Me reí a carcajadas.
¡Era tan tierno! En realidad lo que quiso preguntar fue: «¿eres alcohólica?»
—¡Ay, Phil! Por supuesto que no —le tomé de la mano y se la apreté—. Pero gracias por preocuparte. La verdad es que fue una coincidencia, solo bebo en ocasiones sociales, y esta semana fue muy ajetreada. Para serte sincera, no tengo cultura alcohólica, soy un desastre.
Él sonrió, asintiendo. Retiró el vaso del brebaje y me pasó la taza de café.
Le di un trago.
—Mmmm, sabe a gloria —dije suspirando—. Tienes que contarme el secreto, Phil. Yo quiero un café así todas las mañanas.
—Vendré a preparártelo —prometió. Y vi en su mirada no solo la promesa de un café diferente, sino muchas otras.
Me estremecí inconscientemente.
Aparentemente indiferente a mis sentimientos, sonrió y puso un bol frente a mí.
Yo negué con la cabeza y empujé el recipiente hacia él. La verdad era que todavía sentía mi estómago revuelto.
—Tienes que comer, Geraldine —me regañó—. Es solo una ensalada ligera. Encontré un poco de pollo en tu heladera y lo mezclé con verduras, una lata de jardinera y mayonesa light. Te hará bien, asentará tu estómago y te dará fuerzas para salir a correr más tarde y quemar todas las toxinas del alcohol.
—Bien, doctor —y a pesar de tener el plato frente a mí, tomé el bol en mis manos, el tenedor y le hice una seña para que me siguiera.
Me senté en el sofá de la galería y di unos golpecitos a mi costado para que se sentara a mi lado. Lo hizo, se pegó a mí y pasó su brazo detrás mío. Apoyé mi cabeza en su hombro y metí un bocado de ensalada en mi boca.
Estuvimos unos minutos en silencio mientras yo comía despacio, disfrutando de nuestra proximidad y de la sensación de intimidad al estar un domingo juntos, abrazados y gozando de la paz del ambiente.
—Phil… ¿qué pasó anoche? —pregunté suavemente.
—¿No recuerdas? —parecía sorprendido.
—Después del baile caliente… —sonreí al rememorarlo, él suspiró— sé que nos sentamos a la mesa, los chicos estaban allí, conversamos, nos reímos, bebimos, y de repente ya no recuerdo nada —volteé mi cara y lo miré a los ojos—. Cuéntamelo paso a paso, por favor.
—No pasó nada extraño —me dio un beso en la frente antes de continuar—: Bailamos un poco más, nos divertimos, aunque me di cuenta que estabas mareada te comportaste bien, quise impedir que siguieras bebiendo… me puteaste obviamente —los dos reímos—. No querías volver, cuando decidimos hacerlo ya eran las cinco de la mañana, en el auto te quedaste dormida como un tronco. Cuando llegamos parecías una bolsa de papas, tuve que cargarte hasta tu dormitorio. Allí despertaste, te metiste tambaleando al baño, para mi desgracia te cambiaste allí porque saliste en camisón. Te arropé en la cama, yo pretendía contarte un cuento y darte las buenas noches como lo hace un buen padre, pero me metiste mano por todos lados, protestaste porque querías que te follara —nuestras carcajadas en ese momento fueron épicas—, te aclaré muy enojado que lo mío no era la necrofilia, te di un analgésico, mucha agua y cuando te quedaste dormida, me fui a casa.
Me miró a los ojos, sonriente.
—¿Nada más?
—Nada más —aceptó—. Come, Geraldine.
Lo hice, di cuenta de otro bocado.
—¿Cómo entraste hoy? —pregunté de repente.
—Me llevé tu auto a casa, espero que no te moleste —negué con la cabeza—. Bien, hace una hora volví preocupado porque no contestabas mi mensaje, metí el auto en el garaje y entré por la puerta del costado con la llave que tienes en el llavero de tu vehículo. Me imaginé que pronto despertarías, y el estado en el que estarías, así que fui precavido y te preparé lo que necesitarías.
—¿Y la alarma?
—¡Ahhh, eso ni idea! Quizás no la encendiste. Bueno, estoy seguro que no lo hiciste, ya que te dejé completamente dormida.
—Eres un sol, Phil… gracias —dije suavemente, y le di un beso en la mejilla.
Él sonrió y subió la mano libre hasta mi mejilla, acariciándola. Luego la bajó a mi cuello y me dio un dulce beso en los labios. ¡Oh, mi sudamericano! Sabía tan bien, a menta y especias. Seguimos besándonos de la misma forma unos minutos, nada sexual, eran besos tiernos y suaves, inclinando nuestras cabezas y buscando el ángulo perfecto para disfrutar de esa antesala de lo que ambos deseábamos, un despertar para lo que sabíamos que vendría.
Sin despegar sus labios de los míos, Phil me sacó el bol con la ensalada de las manos y lo apoyó en la mesita del centro, yo le acompañé en el movimiento mientras compartíamos nuestros alientos. Cuando volvimos a apoyarnos contra el respaldo del sillón yo tenía mis manos libres, una la metí entre el respaldo y su cintura y la otra alrededor de su cuello. Él me abrazó más fuerte y bajó la otra mano de mi mejilla, pasó por uno de mis senos y llegó hasta el borde de mi vestidito.
Metió la mano y acarició mi muslo y mi cadera hasta llegar a uno de mis glúteos, la introdujo dentro de mis bragas y manoseó mi nalga con devoción, apretándome los cachetes con fuerza. Yo estaba sin aliento, con el cuerpo dolorido y ardiendo de deseo, incapaz de centrarme en otra cosa que no fuera el placer que iba acrecentándose entre mis piernas.
—Eres preciosa, tu piel parece terciopelo —susurró contra mis labios.
—Phil —gemí—, tócame —imploré.
—Nada podrá impedirlo, emperatriz.
Yo ya tenía mi mano dentro de su remera a la altura de la cintura y acariciaba su espalda y todo lo que encontraba, bajé la otra de su cuello y la posé sobre su erección. Estaba duro y caliente. ¡Y era tan grande!
Mientras seguíamos asaltándonos la boca, metiendo nuestras lenguas y entrelazándolas vorazmente, gimiendo y contorneándonos, Phil movió la mano que estaba en mi trasero hasta que pudo deslizarla por debajo de mis bragas y bajarla hasta mi sexo… ¡Aleluya, por fin! Sus dedos juguetearon con mis pliegues, indagando sin ver, antes de empezar a acariciarme el clítoris.
Todo mi cuerpo estaba centrado en aquel hombre, en su mano, en sus ojos, en su erección, que seguía presionando contra mi mano. Cuando me humedeció los labios con su lengua, mi clítoris reaccionó al instante y palpitó con fuerza bajo sus dedos.
—Estás tan mojada, y eres tan sensible —susurró lamiendo mis labios y metiendo dos dedos dentro mío—. Te necesito, no hay nada en este mundo que desee más que follarte hasta morir.
—S-sí, Phil… hazlo, por favor —supliqué abriendo la cremallera de su bermuda y metiendo mi mano dentro, totalmente eufórica y ajena a cualquier cosa que no fuéramos nosotros.
Sentí en el fondo de mi conciencia dos sonidos lejanos, pero no le presté atención hasta que me di cuenta que Phil dejó de acariciarme y besarme. Todavía teníamos nuestros labios juntos, y nuestras manos en los sitios correctos, pero no había movimiento.
Y en ese momento lo percibí.
No solo mi celular estaba sonando, sino también el timbre de la puerta.
Me incorporé en el sillón soltando a Phil y haciendo que sus manos se deslizaran fuera de mis bragas. Vi en la pantalla de mi celular la foto de mi padre.
¡¡¡Mieeeeeeeeeeerda!!!
—Lo siento, Phil —dije pidiendo disculpas antes de contestar, él asintió—: Ho-hola, padre —balbuceé.
—Hace diez minutos estoy tocando el timbre de tu casa —dijo sin saludar y sin levantar la voz, pero con autoridad—. Sé que estás, vi tus autos… ¡ábreme!
¡Maldito portón minimalista!
—Dame dos minutos y te abro, estaba en la ducha —mentí arrugando la nariz, y colgué el celular.
Miré a Phil con tristeza.
Él me guiño un ojo, suspirando y entendiendo la situación.
—Ve a atenderlo, me iré a casa, llámame cuando quieras que vuelva.
—Tú no entiendes, esto no durará más de diez minutos —dije convencida—. No tienes que irte, quédate aquí, lo atenderé en el despacho, me gritará un rato y luego podrás tomar sol. Falta poco para las cuatro —me levanté—. Allí hay unas revistas —y señalé el mueble metálico al costado de la parrilla.
Phil asintió y lo dejé solo.
Me miré en el espejo del hall de acceso antes de abrir la puerta. Mi aspecto estaba bien, un poco sonrosada y con los labios magullados, quizás… pero aceptable.
—Buenas tardes, padre —saludé al abrirle, y lo invité a pasar.
Lo único que escuché fue un gruñido. Me hizo una seña y caminó directo hacia mi despacho. Nada raro, mi padre siempre necesitaba un lugar impersonal y con aspecto profesional cuando iba a negociar algo, y estaba segura que había muchas cosas que querría… no precisamente acordar, sino imponer.
—¿Qué haces en California? —pregunté tranquilamente apenas entramos— No sabía que estabas por aquí.
Miré los periódicos que tenía abrazados en su pecho y ya me imaginé lo que se venía a continuación. Los puso sobre el escritorio y se apoyó en él.
—Vine por unos negocios…
—…con Jesús —terminé la frase.
—Eso no viene al caso —esparció los periódicos para que los vea—. ¡Mira esto! ¿Ya los viste?
—¿Hay algo sobre mí? —pregunté haciéndome la tonta— No me interesa absolutamente lo que los periódicos sensacionalistas puedan publicar, ya deberías saberlo.
—¡Por Dios, Geral! Debería importarte, este es un momento crucial para mí, necesito tener un perfil alto en negocios y bajo en escándalos. ¡Y tú no me ayudas! Cada semana hay una foto nueva tuya con un hombre diferente. No te dije nada antes porque sé cómo reaccionas, y eran relativamente inofensivas, pero las de ayer… ¿es que no tienes la más mínima vergüenza?
—¿Acaso estaba desnuda en alguna? —le retruqué ya ligeramente alterada— ¿Me sacaron una foto en la cama con alguien? ¡Por favor! No tengo nada que avergonzarme. Soy soltera y sin compromisos, puedo salir con quien quiera, como bien le dije a tu títere ayer.
—¿Mi t-títere? —preguntó confundido.
—Jesús… seguro él te fue con el cuento.
Mi padre gruñó y yo me sentía incluso complacida por sacarlo de sus casillas, no era fácil lograr eso con el impasible señor Vin Holden.
Me acerqué al escritorio y hojeé los periódicos en silencio, mi padre seguía despotricando detrás de mí pero yo solo escuchaba: blá, blá, blá, blá… era una técnica que había desarrollado muchos años atrás y que todavía me funcionaba.
Suspiré al ver algunas fotos, no eran obscenas, obviamente. Pero exudaban sensualidad, intimidad y la idea de que "algo más" que una amistad había entre Phil y yo. Las de la pista de baile eran las peores –o las mejores, según cómo se las mire–, en todas se nos veía pegados el uno al otro como garrapatas, y hablándonos al oído, pero había mucha gente a nuestro alrededor bailando, eso atenuaba el efecto.
Cerré los periódicos y los amontoné.
Mi padre había dejado de hablar, quizás porque se dio cuenta que no lo estaba escuchando.
—Bien, padre… en definitiva ¿qué es lo que quieres? —pregunté seria— Porque me imagino que no viniste hasta aquí para regañarme, ya no tienes ese derecho, soy adulta y dueña de mis actos. Tampoco puedes decirme qué hacer o cómo comportarme, por la misma razón. No dependo de ti, por lo tanto tampoco puedes extorsionarme de esa forma. En síntesis… ¿qué buscas?
—Eres una maldita malagradecida —dijo perdiendo su habitual control—. Te guste o no te guste, soy tu padre y me debes respeto. Somos una familia, soy la única familia que tienes.
«Por desgracia», musité muy bajito.
—¡¿Qué dices?!
—Nada, padre… no creo haberte faltado el respeto nunca.
—Me faltas el respeto cada vez que te comportas como una casquivana, cada vez que apareces en la prensa colgada del cuello de un hombre que no es nada tuyo, cada vez que…
—Él no es un hombre cualquiera —lo interrumpí—, estamos saliendo, tenemos una relación —mentí asquerosamente, porque de verdad ya quería sacármelo de encima.
—¿Y quién carajo es? ¿Qué sabes de él? Seguro no es más que un pobretón de cuarta categoría que anda detrás de tu dinero, o de tu herencia.
—Ese es mi problema, no tuyo. Pero no te preocupes, no es nadie conocido, y además… es extranjero, no hay intereses ocultos de por medio. Ni siquiera vive aquí, solo está de paso. Quizás pronto me decida ir a vivir a otro país con él, eso te gustaría… ¿no, padre? Librarte de mí.
Seguí mintiendo a propósito, porque quería ver su reacción.
—No pongas palabras en mi boca, lo que desearía es que te casaras, que sentaras cabeza, que dejaras de la lado la vida frívola y que pintaras cosas bellas para que el apellido Vin Holden no siga llenándose de fango —la bilis subió a mi garganta al oír eso, una cosa era que criticara mi vida personal, pero otra muy diferente que lo hiciera con mi trabajo, del cual me sentía muy orgullosa—, porque esa es otra forma de faltarme al respeto, me siento humillado cada vez que veo algún cuadro tuyo con desnudos y pornografía barata en él…
—¡Momentito, padre! —reaccioné enojada— Eso es arte, no pornografía, estás confundiendo las cosas. Es triste comprobar que en vez de sentirte orgulloso de mí y mis logros, siempre tratas de rebajarlos… es tremendamente frustrante ver que nada de lo que yo hago te complace. Bien, ya lo sé… tengo el panorama claro, no soy la hija que hubieras deseado. Pero quiero que te quede clara una cosa… —y por primera vez en mi vida, le grité—: ¡¡¡Tú tampoco eres el padre que yo hubiera querido tener!!!
Me dio una bofetada tan fuerte que casi me parte la cara en dos, caí al frío suelo de mármol sin poder reaccionar.
—¡¡¡¡Te voy a desheredar!!!! —amenazó gritando antes de salir del despacho y cerrar la puerta de la calle de un portazo. El ruido retumbó en toda la casa.
Me quedé en el piso en cuclillas, deseosa de poder llorar, de poder sacar los sentimientos que tenía y gritarlos a los cuatro vientos. Pero era inútil, había dejado de hacerlo diez años atrás cuando mi madre murió. Ya no me quedaban lágrimas, estaba seca, por dentro y por fuera.
Phil debió escuchar el portazo, porque entró al despacho poco después y se arrodilló frente a mí, vi sus ojotas, y me imaginé su cara. No quería mirarlo, odiaba que tuvieran compasión de mí y estaba segura que sus ojos reflejarían eso. Mantuve la cabeza baja y no me levanté.
—Geraldine —dijo suavemente—, levántate, emperatriz.
«Emperatriz», pensé sonriendo triste. Solo él, en su bondad y simplicidad podía ver en mí a la máxima soberana de un imperio. Sácate la venda de los ojos, Phil… ¿no te das cuenta que no soy más que una mierda que ni su propio padre quiere?
No protesté cuando él me levantó en brazos, al contrario, lo abracé, y escondí mi cara en su cuello, mansamente. Él me besó varias veces en la frente hasta que llegamos al sillón de la sala y me sentó en él.
Levantó mi rostro, vi que su boca se fruncía en una sola línea y sus manos se cerraban en un puño, algo debió haber visto reflejado en mi cara, quizás la expresión física de la furia paterna, porque se levantó y fue hasta la cocina, sacó algo del refrigerador y volvió.
Se sentó a mi lado y me abrazó, yo me apoyé en él. Phil acercó un paquete de arvejas congeladas en mi rostro, justo donde mi padre me había abofeteado.
Me quejé suavemente.
—Un hombre nunca, jamás debe alzarle la mano a una mujer —dijo suspirando, como si recordara alguna enseñanza de su niñez o adolescencia—, aunque fuera su propia hija.
Ay, mi sudamericano… eres tan idealista.

*****
—¡Phil, ya son más de las cuatro! —levanté mi cabeza de su pecho asustada al comprobar el horario—. ¡Tu bronceado!
Habíamos estado mucho tiempo acurrucados en el sillón, yo perdida en mis pensamientos y en mi furia. Él no dijo una sola palabra, yo tampoco. Solo levantaba las arvejas congeladas de vez en cuando y la giraba al otro lado o las movía. Agradecí interiormente que no me preguntara nada, no tenía ganas de hablar de mi padre, me sentía sumamente avergonzada. Y ya era suficiente de auto-compasión por un día.
—No importa el bronceado ahora, Geraldine.
—A mí sí me importa, es mi trabajo —me levanté y me alisé la falda—. Mueve ese culo, voy en busca del acelerador.
Cuando volví, Phil ya estaba desnudo acostado en una reposera de la terraza, boca abajo. Me senté a su lado y empecé el mismo proceso del día anterior. Con una gran diferencia, lo hice mecánicamente. Disfruté tocarlo, obviamente, pero no tenía deseos de jugar a nada, así que cuando terminé solo limpié mis manos, acerqué mi cara a su rostro y le dije al oído:
—Eres hermoso, me encanta tocarte, Phil —y le di un beso en la mejilla.
—Y yo adoro que lo hagas —respondió somnoliento.
Lo dejé solo.
Subí hasta mi estudio en el tercer nivel y comprobé que estuviera bien provisto. Hice una lista en mi iPhone de todo lo que me faltaba y se la envié por mail a Thomas para que al día siguiente se encargara de la compra. No iba a necesitarlo inmediatamente, porque primero haría los bocetos y para eso solo necesitaba papel y lápiz.
Bajé, fui hasta el despacho y tomé los periódicos y revistas que mi padre había dejado allí. Luego fui a la cocina, me serví un café maravilloso hecho por Phil y otro para él, llevé las tazas hasta la galería.
—Despierta, bello durmiente —dije suavemente—, debes voltear.
Él se giró lentamente y yo volví a quedarme sin respiración.
¡Oh, Don Perfecto!
Me miró mientras se aplicaba el gel en el frente de su cuerpo.
—Deberías seguir poniéndote hielo si no quieres parecer un sapo, Geraldine —me aconsejó, tan naturalmente como si estuviera completamente vestido.
—Eh… no te preocupes, me pondré una crema antiinflamatoria más tarde, y mañana me cubriré con base si queda algún hematoma —Phil asintió—. ¿Quieres café? —y le mostré la taza, evitando mirar su entrepierna.
—Estoy tomando tereré, gracias —dijo señalando el termo a su costado.
Asentí y me senté en el sofá a mirar las fotos y leer todas las mentiras que la prensa había inventado. No pude evitar reír a carcajadas con algunas.
—¿De qué te ríes? —preguntó Phil curioso.
Me puse un gorro con visera y me acerqué a él, me senté sobre el deck de madera a su lado y empecé a mostrarle las fotos que nos habían sacado y leerle las idioteces que habían escrito.
—¡Ay, por favor Phil! Escucha esto: «Se vio a la espectacular artista plástica Geraldine Vin Holden muy bien acompañada del brazo de un desconocido y apuesto caballero en el evento de Runway Magazine, no pudimos sonsacarle información alguna sobre su pareja, pero se los vio muy acaramelados y enamorados. Las malas lenguas dicen que quizás la heredera del imperio Vin Holden por fin ha encontrado a su media naranja y que este misterioso hombre es un exitoso magnate proveniente de algún lejano país europeo».
Ambos reímos a carcajadas.
—Mira la foto —levanté el periódico y se lo mostré. Era una en la que estábamos en la pista de baile abrazados y él me susurraba al oído.
—Mmmm, me gusta… —me guiñó un ojo—, sobre todo esa mano que tengo tan cerca de tu trasero y la otra en tu espalda desnuda, recuerdo lo que pasó en ese momento —empujó el diario—. No me muestres más, que Don Perfecto se despertará.
Miré al susodicho y sonreí. No podía haberle puesto un mejor nombre, el chico travieso me saludó ligeramente con un respingo antes de que yo me levantara del suelo riendo y anunciara que subiría a cambiarme para ir a hacer footing.
—¿Corres conmigo, Phil?
—Claro, emperatriz —y me guiñó un ojo—. Te voy a hacer correr mucho, te lo prometo.
Mmmm, las delicias del doble sentido. Todavía reía a carcajadas cuando subía las escaleras para cambiarme. Phil era maravilloso. Además de apuesto y con un físico privilegiado, tenía sentido del humor, era dulce, atento y caballeroso.
Me gustaba, me gustaba mucho.
Cuando bajé, ya con mis calzas, remera y zapatillas de deporte encontré una nota de Phil sobre la mesa de la galería:
Me sorprendió su letra, perfecta y en imprenta, del estilo que usan los arquitectos, artistas y diseñadores. ¡Santo cielos! ¿Había algo en este hombre que no me gustara?
Troté hasta la casa que estaba a su cuidado y él ya estaba esperándome sentado en la escalera vestido como todo un atleta.
Se levantó al verme y se unió a mí.
Sonreímos y seguimos trotando y conversando de vez en cuando.
Hicimos tres kilómetros cuando decidimos volver reanudando el camino ya andado. Cuando llegamos frente a su casa de nuevo, paré y me relajé, agachándome un poco y apoyando mis manos sobre mis rodillas. Él siguió saltando en su sitio, como si solo hubiéramos caminado una cuadra.
—¿Todavía tienes las batería cargada? —pregunté suspirando.
—Soy como un Duracell —replicó sonriendo. Reí a carcajadas—. Te acompañaré hasta tu casa, emperatriz. Luego volveré a bañarme.
—Pero, no hace f…
—Ni una palabra más —me interrumpió—. Corre… ya falta poco.
—Ya no puedo más —acepté cansada.
—Entonces vamos caminando —dijo, y tomó mi mano.
Hicimos el trayecto de 200 metros hasta mi hogar con las manos entrelazadas, conversando sobre tonterías. Cuando llegamos hasta la escalera que daba a mi terraza, subí un escalón y volteé. Nuestros rostros quedaron a la misma altura.
—Gracias por todo, Phil Girardon —y subí ambas manos a sus hombros—. Fuiste de mucha ayuda hoy.
—No hice nada, Geraldine —respondió casi avergonzado.
—Eso es lo que tú crees —y suspiré—. Eres un buen amigo, creo que uno de los mejores que conocí.
Vi el ceño fruncido de mi sudamericano al decirle eso.
—¡Por Dios! No me encasilles en la zona amistosa ahora —dijo molesto—. Quiero que te quede claro que el último papel que quiero hacer contigo es el de un soso amigo.
Sonreí traviesa.
—Me gusta jugar con mis amigos, Phil… —él se relajó visiblemente.
—Me alegro entonces, porque deseo jugar contigo —y me dio un casto beso en los labios—. Creo que nunca deseé algo tanto como eso en toda mi vida.
—Y lo haremos —suspiré, cansada—, solo que no hoy.
—No, por supuesto que no —me contestó. Mi sudamericano entendía mi estado de ánimo—. Buenas noches, emperatriz. Ten sueños húmedos… conmigo.
—Tú tamb… —y ya no pude seguir porque me besó, no solo una vez, sino una docena de besos dulces y tiernos. Nos abrazamos, sin que nos importara el sudor que cubría nuestros cuerpos.
Luego se despidió y se fue trotando.
Apoyé mis brazos en la barandilla de la escalera y mi cara encima, y me quedé mirándolo hasta que llegó a su casa.
Mientras subía los escalones de la mía, pensaba:
«Audrey, ¡auxilio! Necesito hablar contigo...»

Dibújame (Santuario de colores #1) Capi 04

lunes, 28 de abril de 2014

Me quedé muda.
Mis ojos lo recorrieron lentamente desde su pie hasta el rostro y de vuelta hasta la mitad de su cuerpo, deleitándome con su masculinidad en reposo, que aun así tenía un tamaño peligrosamente… grande.
No podía dejar de acompañar con la mirada el movimiento de sus manos que oscilaban desde el brazo hasta su torso, aplicándose indiferente el gel protector.
No parecía darse cuenta del efecto que tenía en mí.
¿O sí?
—¿Geraldine? —preguntó con aparente inocencia— ¿Te pasa algo?
Recién ahí pude mirarlo a los ojos.
—Eres… asquerosamente… her-mo-so —balbuceé como una idiota.
Phil ladeó su boca en una sonrisa, aparentemente muy complacido por mis palabras.
—Vas a hacer que me sonroje, y eso no es algo a lo que estoy acostumbrado —se sentó en la reposera y continuó la aplicación por sus piernas—. Los hombres no somos hermosos… ¡Por Dios! —se quejó.
¡Mierda, qué calor! Tomé una revista de la mesita frente a mí y me abaniqué.
Phil rio sin emitir sonido, mirándome por el rabillo del ojo.
—Me alegro que no estés circuncidado —dije lo primero que se me ocurrió.
Y sigue sin haber separación entre lo que pienso y lo que sale de mi boca.
Por suerte, Phil hizo caso omiso de mi comentario y cambió de tema:
—Cuéntame cómo serán tus cuadros.
—¿Qué quieres saber?
—Tu técnica, lo que quieres lograr, la esencia de tu arte… todo lo que desees compartir conmigo.
—En general no tengo una técnica definida, más bien es mixta. Mezclo óleo con acuarela y a veces hasta acrílico. Incluso en algunos lienzos llegué a darle forma a los dibujos con crayones, grafitos o lápices de colores. Siempre empiezo y termino una serie de entre 10 a 15 cuadros, y nunca más vuelvo a hacer nada similar. En una de ellas, inclusive usé texturas de encaje que pinté con aerógrafo. Si siento que debo tomar un pedazo de cartón y pegarlo sobre el lienzo, lo hago. Todo vale para mí, lo único importante es trasmitir lo que siento.
En ese momento Phil se acostó en la reposera, no me miraba, supuse que para evitar que su cuerpo reaccionara, cambió la botella y empezó a aplicarse el aceite acelerador en la zona donde debía broncearse. Su pene dio un ligero brinco en ese momento.
Tragué saliva.
 —Sigue contándome —me pidió amablemente, ajeno totalmente a mi… ¿calentura?
—Eh… sí. Bueno, esta vez… —pensé en que me moría de ganas de tocarlo— voy a usar —y levanté los brazos, estirándome en el sillón, como si estuviera desperezándome—. Voy a usar la técnica de…
Y sonó el teléfono.
¡Oh, un respiro!
Corrí hasta la sala y tomé el inalámbrico.
Normalmente dejaba que sonara y que saltara el contestador, pero necesitaba una excusa para alejarme de él en ese momento.
Tenía calor, mucho calor.
—Hola, Susy.
—Tienes tu celular apagado —dijo con tono de enojada.
—Eh… no me di cuenta. Me habré quedado sin batería.
—Menos mal que estás en tu casa. Tengo algo que contarte.
Susan era una de mis mejores amigas, además de trabajar para mí, así que me preparé a escuchar una de sus múltiples historias de decepciones amorosas. Me apoyé en el respaldo del sofá y miré hacia afuera.
¡Craso error! Volvió mi taquicardia.
Me concentré en mi amiga, que ya había empezado a hablar y no pude entender absolutamente nada de lo que dijo.
—…y tienes que ir acompañada, ni se te ocurra ir sola.
—Disculpa, no escuché la primera parte.
—¡Esta noche, Geral! Me enteré que Jesús estará en la recepción a la que estamos invitadas.
—¿Jesús? ¿Cuál Jesús?
—Tu Jesús, idiota —casi se me para el corazón. ¿Qué hacía Jesús en L.A.?
—Todavía no miré las invitaciones que tenemos para esta noche… ¿me iluminas? —y fui hasta el acceso a revisar los sobres.
—¿Runway Magazine te dice algo?
—¡Mierda! No puedo faltar a esa fiesta… —caminé de nuevo hasta la sala con la invitación en la mano— gracias por hacerme acordar.
—Ya lo sé… ¿qué harás al respecto? Según tengo entendido, él irá con la rubia platinada.
Miré hacia la terraza.
—Creo que puedo hacer algo para solucionarlo —dije curvando mis labios en una sonrisa traviesa—. Por cierto, Susy… avísale a Tom que no se preocupe en buscarme otro modelo. Ya lo encontré. Nos vemos esta noche.
Nos despedimos y colgué sin dar más explicaciones.
Susy me odiaba por eso, siempre le hacía lo mismo. Ella quería hablar y yo quería colgar.
Pobre amiga mía.
Me dirigí de nuevo hasta mi sudamericano y me senté en el sillón de la galería, aunque evité mirar ciertas zonas de su cuerpo.
—¿Tienes un esmoquin, Phil? —pregunté de repente.
Volteó su cabeza y me miró somnoliento, al parecer se había quedado dormido.
—Sí, Geraldine… viajo con un esmoquin, son altamente útiles para toda ocasión —dijo burlándose de mí.
—No te pases de listo —contesté sonriendo. Miré mi reloj—, en cuarenta minutos termina tu sesión de sol por hoy, nos vamos de compras. Quiero que me acompañes a una fiesta esta noche.

*****
Lo sé, no le di ninguna ocasión de elegir. Pobre sudamericano, no tiene ninguna posibilidad contra mi cabezonería.
El hombre protestó, se quejó, hizo pucheros, se paseó desnudo por mi terraza maldiciendo mientras yo lo miraba embobada, y aquí lo tengo, metido en mi Lamborghini Reventón, rumbo a comprarle un esmoquin para esta noche.
—No te enojes conmigo —le dije con dulzura fingida—. Te necesito.
—¿Es que no tienes a nadie más a quién invitar?
—Nadie nuevo… —acepté, era verdad.
—¿Así que soy una mercancía de estreno para ti? —y miró a su alrededor— Este auto es fascinante —dijo cambiando de tema, como si recién descubriera dónde estaba metido.
—Te dejaré conducirlo si me haces este favor.
Se iluminó su cara. ¡Qué fáciles son los hombres!
—Trato hecho —aceptó con una sonrisa—, pero no tienes que comprarme un esmoquin, Geraldine. Es un gasto innecesario, podemos rentar uno.
—Puedo permitírmelo, además… ¡no voy a ir del brazo de un hombre que tiene puesto un esmoquin alquilado, Phil! ¿Es que te volviste loco?
—¿Y cuál es la diferencia?
Puse los ojos en blanco.
—La diferencia es la calidad, y además… ¡yo lo sabré!, punto y aparte —giré en una bocacalle—. Hay una multitienda cerca con un local de Hugo Boss, no tendremos que ir hasta L.A.
Estacionamos y nos bajamos. Lo tomé del brazo y lo estiré directamente hasta la exclusiva sastrería.
Dejé a Phil en manos de unos de los vendedores mientras me sentaba a esperar que eligieran algunas opciones. Conecté mi iPhone a un cargador portátil y esperé a que se encendiera.
Encontré llamadas perdidas de Susy y un mensaje de Thomas:
     «¿Cómo es eso que ya encontraste modelo?»
Le contesté:
     «Busqué en desesperada.com ;-)»
No recibí su respuesta inmediata, así que le mandé un mensaje a Susy:
     «Ya tengo acompañante, un avión de estreno… nop, ¡un Jet! ¡Un Concord!»
Me contestó al instante:
    «¿Cómo mierda haces? Dame tu receta»
Le contesté lo mismo que a Thomas:
     «Lo saqué de desesperada.com ;-)»
En ese momento se acercaron a mí el vendedor y Phil con tres esmóquines negros diferentes.
—Me gusta este, pruébatelo —dije tocando la tela del traje—. ¡Ah!, señor… —miré el nombre del vendedor en su solapa— Macías… lo quiero con los accesorios azules, por favor. También un par de zapatos y medias negras.
Y seguí mi amorío con el iPhone hasta que vi en el piso frente a mí unos impecables zapatos negros de cuero con charol. Levanté la vista y me quedé sin respiración al mirarlo.
—P-P-Phil —tartamudeé.
Él se alejó un poco, dio suavemente una vuelta completa sobre sí mismo y se quedó parado frente a mí con pose de modelo de revista tocando las solapas de raso del esmoquin.
—¿Te gusta? —preguntó sonriendo.
Me levanté de un salto y me puse a su lado, los dos quedamos frente al espejo, observé el resultado.
—Me veo patética ahora, pero imagíname con un deslumbrante vestido azul como los accesorios que llevas, y —me levanté en puntillas, porque en ojotas solo le llegaba a la barbilla— con tacones altos. Guau, seremos la envidia de la noche.
—¿Y eso es importante para ti? —preguntó mirándome a los ojos.
—Por supuesto, Geraldine Vin Holden siempre llama la atención. Y tú, mi amigo… estás despampanante. Creo que si no estuviéramos en público te comería pedacito por pe-da-ci-to.
Phil giró y me volteó hacia él.
—¿Siempre eres tan descarada?
—Yo lo llamo sinceridad —dije sin inmutarme.
Él tomó mi cara entre sus manos y la levantó.
Va a besarme… ¡mierda, sí! Y me preparé para el primer encuentro de nuestros labios, el primero de muchos, esperaba. Mi corazón latía desenfrenado.
Bajó la cabeza y acercó sus labios, muy suavemente.
Y me besó… en la frente.
—Gracias por el regalo, Geraldine —me soltó, y fue a cambiarse.
Me quedé parada en el mismo lugar. No podía creer lo que había sucedido. Nunca… jamás ningún hombre me había besado en la frente. ¿Qué rayos creía que era yo? ¿Una niñita de diez años, acaso?
Y así me sentía, porque ese beso aún me quemaba.
Me llevé la mano a la sien y suspiré.
En ese momento se acercó el vendedor y le pasé mi tarjeta American Express Platinum para que me cobrase.
Cuando salimos de la tienda ya me había recobrado de la desilusión, así que cumplí mi promesa. Le tiré las llaves del Lamborghini para que lo condujera. Realmente fue un placer verlo al volante. Parecía un niño con juguete nuevo. No recuerdo que yo hubiera disfrutado tanto alguna vez de mi auto como él.
Y conducía muy bien.
—Puedes tomar la avenida de la costa y dar un paseo si quieres, Phil. Así podrás acelerar un poco más.
Asintió feliz y tomó el rumbo que le indiqué.
Antes de que aumentara la velocidad se me ocurrió subir la capota.
Y Phil gritó feliz cuando lo hice.
Yo reí a carcajadas y lo imité.
Cuando llegamos hasta el frente de mi casa, media hora después de dejar el centro comercial, lo detuve antes de entrar al garaje.
—Llévate el auto, Phil… y ven a buscarme a las 21:00 hs.
Me miró desconcertado.
—Jugaremos a que esta es una cita… ¿quieres? —le dije guiñándole un ojo.
Y me bajé.
Contoneé las caderas hasta llegar a la puerta, estaba segura que a pesar de solo llevar un simple pantaloncito corto y ojotas, me miraba embobado.

*****
Apenas llegué me metí al jacuzzi durante media hora, me relajé, lavé mi pelo y cuando sentí que empezaba a arrugarme, salí disparada.
Me sequé el cabello, y luego de pasarme la planchita, como siempre… quedó impecable. Parecía de peluquería.
Como soy artista, maquillarme es un juego divertido para mí, por lo tanto delineé mis ojos para hacerlos más rasgados aún, me apliqué una suave sombra dorada, me puse un poco de rímel, rubor para mis pómulos y brillo de labios dorado. Todo muy natural, haciendo resaltar mis ojos.
Metí el brillo, el rubor y el delineador en mi carterita negra, así como mi iPhone, mi carnet de conducir, un poco de efectivo y una de mis tarjetas de crédito.
Estaba en braguitas, solo me faltaba ponerme el vestido y los zapatos.
Recorrí mi vestidor buscando la prenda perfecta, una de color azul que adoraba y que solo había usado en una ocasión en un viaje a Nueva York. Era muy similar al que usó Kate Hudson en la película How to lose a guy in 10 days, aunque de otro color, por supuesto.
En ese momento, sonó el timbre.
A pesar de que él llegó puntual, le abrí la puerta con el portero eléctrico y lo hice esperar quince minutos antes de bajar.
Lo encontré apoyado en el respaldo del sofá frente a la escalera ensimismado en su celular, escribiendo sin parar. Supuse que estaba conversando con alguien por Whatsapp.
Me quedé en el rellano mirándolo embobada, estaba impecable, pero con un estilo desenfadado. Se había afeitado, pero su bronceado y su cabello indomable lo hacían lucir… peligroso. Carraspeé para que notara mi presencia.
Levantó la vista, y esta vez fue él el sorprendido.
Se quedó con la boca abierta mirándome mientras bajaba los siguientes escalones. Cuando se percató de su falta de caballerosidad, corrió hasta el inicio de la escalera y me tendió su mano.
—Estás bellísima, Geraldine —dijo depositando un beso en mis manos.
—Tú también, Phil —y sonreí—, te dije que haríamos una pareja espectacular.
—¿La bella y la bestia?
—No me tientes, porque en ese caso competiríamos por quién sería la bestia.
Ambos reíamos todavía cuando llegamos al auto.
Phil me abrió la puerta del acompañante y me ayudó a ajustarme el cinturón de seguridad. Sentí su aroma, era delicioso.
Cuando tomó asiento en el lado del conductor le pregunté:
—¿Qué perfume llevas?
—No tengo idea. Me regalaron una muestra gratis en la tienda hoy, debe ser Hugo Boss, me imagino.
—Delicioso.
—El tuyo también lo es —y nos miramos fijamente, hasta que él reaccionó—. ¿Dónde vamos, Geraldine?
—A Runway Magazine, llega hasta Sunset Boulevard en Beverly Hills y yo te indicaré.
Él asintió y encendió el motor.
Yo puse música suave. Estuvimos un largo rato en silencio.
—¿No crees que debería saber algo de ti antes de llegar, Phil?
—Pensé que tu prioridad era verme desnudo —dijo riendo— ¿Qué te gustaría saber?
—Tu apellido, por ejemplo —contesté sonriendo.
—Girardon —contestó sin vacilar.
—¿Francés? —pregunté.
—Sí, mis abuelos eran franceses.
—¿Y tú… de dónde eres?
—Ni siquiera sabrás donde queda —respondió sonriendo—. Cada vez que me preguntan de dónde soy aquí, solo veo un gran signo de interrogación sobre las cabezas de los curiosos.
—¿Tan inculto somos?
—No sé si llamarlos incultos, creo que simplemente no les interesa mucho el resto del mundo a menos que puedan sacar provecho. Pero está en Sudamérica. Adivina —me retó—, demuéstrame tu cultura.
Y traté de recordar los países que había leído en Wikipedia… ¡mierda!
—¿Argentina? —fue lo primero que recordé.
—Muy caliente… previsible —me respondió— pero no.
—Mmmm, del Brasil no eres porque te oí hablar en español con tu jefe —¿qué países eran limítrofes con Argentina para que sea "muy caliente" la opción?
—Jamás lo adivinarás —rio.
En ese momento recordé lo que había leído: "bebida de amplio consumo en…"
—¡Paraguay! —solté.
Phil me miró como si me hubieran salido dos cuernos.
—¿Cómo lo hiciste?
—Mmmm, soy culta —respondí pícara mientras bajaba visor del vehículo y me retocaba el brillo de los labios.
—Bien, mi culta Geraldine, cuéntame... ¿qué papel quieres que haga esta noche?
—¿A ti también te gusta jugar? —le pregunté asombrada.
—¿Jugar? No entiendo…
—Olvídalo —y volteé la vista, mirando la costa—. No tienes que fingir nada, Phil… solo eres mi acompañante.
Y al parecer, el captó lo que antes quise decirle.
—Puedo jugar, Geral… ¿quién quieres que sea esta noche?
—Es la primera vez que me llamas así —dije mirándolo. ¡Oh, Dios! Tenía un perfil maravilloso. Y esa sonrisa ladeada era… alucinante.
—Me gusta más tu nombre completo, es precioso —y puso una de sus manos sobre mi muslo, casi se me fue la respiración, estaba caliente… y me abarcaba casi completamente. Sentí fuego en mis venas—. Contéstame… ¿quién quieres que sea? ¿Un amigo cariñoso? ¿Un pretendiente perdidamente enamorado? ¿Tu novio? ¿Tu prometido? ¿Tu esposo? Cualquiera de las opciones será buena para mí, siempre que pueda tocarte a mi antojo.
—Nadie creerá que eres mi esposo —dije riendo—. Y todos saben que no estoy comprometida ni tengo novio, así que cualquiera de las otras dos opciones me gustará.
—¿Y vas a devolver mis atenciones?
—Dobla aquí, Phil y luego a la derecha —dije antes de contestar—: Devolveré lo recibido con creces… cariño.

*****
Cuando llegamos y Phil le dio la llave del vehículo al aparca-coches, me abrió la puerta y me bajé como toda una diva. Primero una pierna, luego la otra. Al instante empezaron los flashes, fotos aquí, fotos allá, preguntas respondidas, otras sin contestar. Los periodistas querían saber el nombre de mi acompañante, nosotros solo sonreíamos. No podía prestarle mucha atención a mi sudamericano, pero me di cuenta que en un comienzo se sorprendió, aunque enseguida se adaptó maravillosamente.
En ningún momento soltó mi cintura y en la mayoría de las fotos salimos mirándonos a la cara como dos idiotas enamorados. La alfombra de acceso al salón no tenía más de diez metros de largo, pero como si fueran cien… tardamos casi media hora en poder entrar.
—¡Dios mío, Geraldine! Esto parece la entrega de los premios Oscar… —dijo Phil en mi oído cuando ingresamos al salón—. ¿Eres tan popular?
—No soy popular, sino famosa. En realidad es una mezcla de muchas cosas, fama, fortuna, conexiones… —suspiré y lo miré— a veces es duro ser quien soy.
Phil subió una mano y acarició mi mejilla con el pulgar, sentí como si cientos de hormiguitas caminaran por donde él me tocaba y bajaran por mi cuello, de repente el mundo entero se esfumó y solo éramos él y yo en la entrada del salón, sentí que su otra mano se entrelazaba con la mía. No podía dejar de mirarlo, esos ojazos verdes me hipnotizaron. Suspiré, y no sé si alguien me empujó al pasar, o yo misma decidí pegarme a él, pero ahí estábamos, mirándonos a los ojos, embelesados…
—¡¡¡Geral, estás preciosa!!!
Thomas nos sacó de golpe de la burbuja sensual en la que nos encontrábamos, Phil carraspeó llevándose a la boca la mano que tenía en mi mejilla, pero no me soltó la otra. Yo cerré los ojos unos segundos para recuperarme y suspiré.
—Hola Tom —lo saludé con dos besos al aire, como era la costumbre—, gracias. Tú estás fabuloso también. Te presento a Phil Girardon —y miré a mi sudamericano—. Phil, él es Thomas Schmidt, mi fabuloso y lindo asistente.
En un segundo, Thomas lo miró de arriba abajo, y también se fijó en nuestras manos entrelazadas, sonriendo pícaramente. Se saludaron con un apretón de manos.
—Pero cuéntame, Geral… ¿cómo mierda hiciste para conseguir un reemplazo del modelo tan rápido? Y sobre todo… ¡¿Quién coño es?!
Sentí que Phil apretaba mi mano, entendí su mensaje, le sonreí y le guiñé un ojo.
—Ay, cariño… ya debes saber que yo siempre tengo un as en mi manga —dije sonriendo traviesa—. No lo conoces, y lo único que puedo decirte es: está mil veces mejor que el que se rompió la pierna.
—No sé por qué me haces sufrir si igual lo conoceré el lunes… ¡maldita!
—Quizás esta vez lo conserve solo para mí, capullito.
—¡¿Quéeee?!
En ese momento llegó Susan y nos interrumpió.
—Hola chicos —se acercó a mi oído y me susurró—: ya llegó, está al fondo del salón. Con la platinada.
Asentí con la cabeza, sonriendo. Y me sorprendió el hecho de que no me importara. Jesús Fontaine era el vice-presidente de Petrolera Vin Holden, además de la mano derecha y asesor de mi padre y durante dos años tuvimos una relación. Fue la más larga de mi vida, quizás debido a que no vivíamos en el mismo estado, y cada vez que nos encontrábamos, dos o tres veces por mes era solo una explosión pasional.
Aclaro, no me molestaba encontrarlo, pero sí me importaba todo lo que había vivido con él. Era otra de las grandes cuentas pendientes que tenía en mi vida, empezando por mi padre.
Realmente no sabía a cuál de los dos odiaba más.
Hice las presentaciones correspondientes y avanzamos entre los cuatro hacia nuestra mesa, la cual Thomas ya había identificado. En ella estaba sentada una pareja amiga, además del novio de mi lindo asistente y el amigo con derecho a roce de Susan.
Nos saludamos y les presenté a mi acompañante. Nos sentamos.
Phil estiró mi silla y la pegó a la suya, pegué un gritito porque no me lo esperaba.
—¿Así que soy tu segunda opción? —preguntó mi sudamericano al oído pasando la mano por el respaldo de mi silla.
Sonreí porque eso sí lo veía venir.
—¿No oíste lo que dije después? —le susurré— Phil, no eres mi segunda opción… eres la última opción de una larga lista. Pero de todas formas… el elegido, amorcito —dije mimosa.
—¿Alguna vez te dijeron que tú les haces sentir a los hombres como objetos? —no había reproche en su tono, solo curiosidad.
—¿No es eso lo que todos hacen? Es una simple conjugación de verbos: yo uso, tú usas, él usa, ella usa… es un intercambio justo, creo.
Sentí compasión en su mirada, y eso no me gustó. Normalmente no me importaría; lo que la gente opinara de mí me tenía sin cuidado. Pero Phil, a pesar de ser un simple piletero de alguna perdida ciudad que nadie recordaba, tenía una seguridad y una confianza en sí mismo que imponían respeto.
La verdad es que me intrigaba, era muy culto y refinado para ser un pobre trabajador temporal. Quizás como muchos que venían por el sueño americano, sufrió algún revés económico en su país y enviaba plata desde aquí para que su familia pudiera sobrevivir. Era una posibilidad.
—Eres muy cínica para ser tan joven —dijo Phil sacándome de mi ensoñación.
—Y tú eres demasiado idealista para ser tan viejo, cariño.
—Solo tengo 33 años, Geraldine —¡por fin! Otra información.
—Por eso, los ideales mueren una década antes, como mínimo.
—Contigo no hay forma de poder ganar, ¿no?
—Todavía estamos compitiendo, y me dejaré ganar esta noche, sudamericano —contesté apoyando mi mano sobre su muslo y metiendo los dedos entre sus dos piernas, muy cerca de la fuente de mi deseo. Nadie podía ver, el mantel de la mesa no lo permitía—. Estoy deseando jugar en serio contigo —le susurré al oído.
Él volteó la cara y me miró con los ojos entornados llenos de lujuria, acariciando suavemente mi brazo y hombro con la mano que tenía apoyada en el respaldo de mi silla. Yo le devolví la mirada, desafiante, con una media sonrisa sensual y presioné ligeramente su muslo. Sentí la reacción de su cuerpo y eso me puso más eufórica.
—¿Qué es lo que ustedes están cuchicheando? —preguntó Susan rompiendo el hechizo.
No saqué mi mano, él tampoco dejó de acariciar mi brazo. Sin embargo, bajó su otra mano de la mesa y la posó encima de la mía, supongo que para dar la impresión que estábamos tomados de la mano, y no de que yo tenía la mía peligrosamente cerca de su entrepierna.
—Hablábamos del tiempo… —contesté tomando un poco de vino.
—¿Del tiempo que falta para que puedan hacer cochinadas? —preguntó Thomas pícaramente—. Chicos, dejen de toquetearse… esto es una mesa —y dio tres golpes en ella—, no un somier.
Todos reímos a carcajadas, menos Phil. Solo sonrió mientras evitaba que el mesero le sirviera vino, lo miré de soslayo y vi que tenía la mandíbula apretada y una vena en su cuello palpitaba de forma inusual.
¡Oh, mierda! Qué ganas tenía de morder ese cuello.
Y bebí de nuevo de la copa que el mesero acababa de llenar, consciente –pero sin importarme– de que mi cultura alcohólica dejaba mucho que desear, más aún cuando bebía con el estómago vacío. Pero estaba inquieta, solo quería levantarme, estirar a Phil del moño de su esmoquin y llevármelo a un lugar oscuro e íntimo para probar las delicias de su cuerpo.
Saber que eso tendría que esperar no ayudaba a mi ansiedad.
La música suave cesó en ese momento y la presentación del nuevo formato de la revista Runway comenzó. Como todo espectáculo digno de Hollywood, fue glamoroso, sofisticado y elegante.
Cuando tuve que aplaudir, recién saqué mi mano de entre sus piernas.
Él suspiró, como si todo ese tiempo hubiera estado conteniendo la respiración.
Inmediatamente después de terminar la presentación un batallón de meseros entró al salón sirviendo la cena, la entrada era bruschetta serrana, una mezcla de jamón crudo, cebollas caramelizadas y queso crema. Estaba delicioso, a pesar de que la comida agridulce no era mi preferida.
El vino era ligero, pero estructurado, un Pinot Noir que no reconocí la marca porque cada vez que me lo servían estaba cubierto con una servilleta. Pero lo mejor de todo era el apricot de almendras que cada tanto me ponían enfrente, al parecer Di Saronno era uno de los auspiciantes del evento, porque así como el amaretto se acababa, volvían a reponerlo.
Phil se negó a que le sirvieran, pero le di un codazo y aceptó, me tomé el de él también, mi sudamericano se quejó de que estuviera bebiendo tanto, y sobre todo mezclando. Pero… ¿qué importancia tenía? Si él era el que tenía el control del vehículo esa noche.
Phil se acabó completamente el plato principal, que consistía en Goulash de ternera al vino con papas al limón. A la mitad del mío yo ya no podía probar bocado. Mi sudamericano se quejó en mi oído de que las comidas elegantes lo dejaban con hambre. Disimuladamente intercambiamos los platos riendo y también acabó con mi ración.
La conversación era amena y divertida, plagada de dobles sentidos. Susan no dejaba de hacerse arrumacos con su amigovio y yo tocaba a Phil siempre que podía, él tampoco se reprimía. Thomas me miraba extrañado, porque normalmente yo no era tan demostrativa en público, pero esta vez tenía un objetivo y el juego había empezado en el viaje de ida desde Malibú.
El postre era elegante y exquisito, un Moelleux de chocolate y frambuesa que era para chuparse los dedos, pero lo mejor fue la forma de degustarlo, yo le daba a Phil con la cucharita directo en su boca y él me lo daba a mí. La verdad, parecíamos dos idiotas enamorados.
A esa altura de la noche yo ya estaba un poco mareada, por eso ni me sorprendió ni me importó cuando escuché una voz en mi espalda:
—Hola, Geral.
Aunque casi le meto la cucharita a Phil por la nariz.
Volteé.
—¡Hola, Jesús! Tanto tiempo sin verte… —dije con gracia.
Él saludó al resto de los comensales, a quienes conocía y se detuvo en Phil, esperando que se lo presentara. Lo hice sin dar ninguna información: «Phil, Jesús Fontaine. Jesús, Phil Girardon». Los dos hombres se dieron la mano.
—¿Puedo hablar contigo? —me preguntó.
—Mmmm —fingí pensar—, no —respondí de lo más campante.
Phil enarcó una ceja. Jesús me tomó del brazo y me estiró, no pude hacer otra cosa que ponerme de pie. Inmediatamente Phil se levantó también. Probablemente Jesús se hubiera sentido intimidado por la altura y el porte de mi sudamericano, pero tenía a sus matones vigilando. Podía ver a los mellizos Austin y Tyler cerca, uno de ellos acercándose a la mesa al ver el movimiento inusual.
—Creo que escuché a la señora decirle que no quería hablar con usted —dijo Phil educada, pero firmemente.
—No se meta en esto, Girardon —respondió secamente Jesús.
—El que se está metiendo donde nadie lo ha llamado es usted, Fontaine. Suéltela, por favor —retrucó Phil.
—¿O sino… qué? —preguntó Jesús altanero, riéndose irónicamente.
Yo observé a uno y otro indistintamente y me desesperé al ver las miradas asesinas en ambos. Pensé que a pesar de las ganas que tenía que Phil le asestara una buena trompada, la única que podía solucionar eso sin llegar a los golpes era yo.
—Phil, tranquilo… —dije tomando una de sus manos que estaba cerrada en un puño. Me acerqué y le dije al oído—: voy a hablar con él, no podemos provocar un escándalo aquí.
—¿Estás segura? —Asentí con la cabeza— No te alejes, Geraldine.
Di media vuelta y me dirigí –seguida por Jesús– hacia una larga mesa al costado, donde había una estatua, frutas y chocolates decorados con maestría.
Mi estómago estaba lleno a rebosar, pero como necesitaba ocupar mis manos, tomé una trufa de chocolate y le di un pequeño mordisco, apoyándome en el borde de la gran mesa.
—¿Qué quieres, Jesús?
—A tu padre no va a gustarle esto, Geral —fruncí el ceño—. Estás haciendo el ridículo… ¿es que no te das cuenta?
—¿Di-disculpa? —casi me atoro con el bocadito— ¿De qué estás hablando?
—De toda esa pantomima del novio enamorado, te están sacando fotos cada minuto. Mañana aparecerán estampadas en todos los periódicos y revistas sensacionalistas. ¿Es que no te importa tu reputación ni la de tu padre? Cada semana apareces retratada con un hombre diferente.
—Mira, Jesús… soy una mujer joven y soltera. Si quiero salir con alguien o manosearme con quien se me antoje en público, estoy en todo mi derecho y tú no tienes nada que opinar al respecto, tampoco mi padre. Que yo sepa, ni uno ni otro me da de comer, así que no me interesan sus opiniones. Y lo que publique la prensa me tiene sin cuidado hace muchos años, así que te sugiero que des media vuelta y me dejes vivir en paz… ¿oíste?
Justo en ese momento, las luces del salón bajaron de intensidad, y la orquesta empezó a tocar una melodía retro. La gente empezó a levantarse y yo miré hacia nuestra mesa. Phil estaba observándome atentamente.
Jesús negó con su cabeza y puso los ojos en blanco, como resignándose.
—¿Te puedo pedir un favor? —me preguntó ya más calmadamente.
—Dudo que te lo conceda, pero dime…
—Deja que Austin te acompañe, tu padre está muy angustiado por tu seguridad. Desde que…
—¿Mi padre angustiado? —lo interrumpí y reí a carcajadas— ¡Por favor, Jesús! Al señor Vin Holden solo le preocupa dónde podrá obtener más petróleo cuando sus reservas se acaben.
—De hecho ese es un tema vidrioso para él en este momento. Hay muchos intereses en juego y teme por tu seguridad. Pueden intentar cualquier cosa contigo solo para llegar a él. Debes dejar que Austin te proteja. Por favor, Geral… no seas cabezota.
—Lee mis labios: «N-i-.-l-o-c-a». Hace un año me libré de todos sus secuaces y estoy bien, sé protegerme. ¡No pienso volver a tener un niñero en mi vida!
—Aquí no importa lo que tú pienses o quieras, sino lo que debes hacer… ¡te llevarás a Austin! Y tema finiquitado —dijo con altanería.
Lo miré a los ojos con odio, y cerré tan fuerte mis puños que los nudillos me quedaron blancos.
—¡Mataré de un tiro a Austin, o cualquiera de tus matones que se me acerque! —dije muy enojada— ¿Está claro? Ahora… ¡déjame en paz!
Di media vuelta y me encaminé a la mesa, aturdida y nerviosa.
Phil se levantó para recibirme, y me quedé parada frente a él con los ojos vidriosos y los puños todavía apretados. Él tomó mis manos, por lo visto sintió algo, porque abrió mi puño derecho y levantó la vista, interrogante.
—Tru-trufa de chocolate —balbuceé en un susurro.
Ni siquiera me había dado cuenta que la estaba estrujando.
—Ven, vamos a limpiarte —dijo dulcemente, y tomándome por el hombro me llevó hacia el sanitario.
Los baños sexados estaban copados de gente. Phil le preguntó a un mesero si sabía de otro lugar donde pudiera limpiarme, y él le indicó que había otro pequeño sanitario al final del pasillo que daba a la cocina.
Fuimos hasta allí y nos metimos juntos. Phil llaveó la puerta presionando el botón del pomo.
—¿Estás bien, Geraldine? —preguntó suavemente mientras me sacaba el chocolate embadurnado en mi mano con un pedazo de papel higiénico.
—S-sí, claro —balbuceé—. Es que… ese hombre siempre me altera.
—Me di cuenta, tranquilízate —y levantó mi mano, tomó un dedo y lo metió dentro de su boca, chupándolo lentamente—. Mmmm, delicioso.
¡Santo cielos! Toda mi rabia se desbarató al instante como si fuera un castillo de naipes que se derrumbaba.
Mi coño se tensó con cada lenta lamida, mientras mi cuerpo se ponía rígido. Hinqué las uñas de mi otra mano en la mesada del baño, como si pudieran traspasar el mármol. Mi clítoris palpitó de forma espasmódica, y latigazos de puro placer me recorrieron todo el cuerpo.
Me quedé sin aliento, y me humedecí los labios con la lengua.
Luego de chupar todos y cada uno de mis dedos, metió mi mano bajo el grifo y me lavó, pero ni eso hizo que el fuego de mi cuerpo se apaciguara.
Me secó y tiró la toallita sobre la mesada, nos miramos fijamente hasta que él levantó ambas manos y las posó en mi cuello, con los pulgares fue recorriendo esa zona y parte de mi mejilla.
Y acercó su cara, mi corazón palpitó. Estaba tan excitada, que sentía que mis bragas se mojaban más y más cada segundo.
Se acercó lentamente, como pidiendo permiso y me besó la mandíbula, descendió por mi cuello hasta llegar al punto que me había acariciado con el pulgar. El corazón se me aceleró aún más, y me pregunté si notaba bajo sus labios el torrente de sangre que corría por mis venas.
Suspiré de placer al sentir que su mano bajaba desde mi cuello hasta mi seno, y tuve que inhalar con fuerza cuando me acarició el pezón con el pulgar. Después de pellizcarlo un poco por encima de la ropa, posó la palma abierta sobre él. Tenía una mano sobre mi corazón y la boca sobre el pulso que latía en mi cuello, así que podía sentir en dos lugares cómo el torrente de mi sangre fluía.
—Me volviste loco toda la noche con este vestido —susurró en mi oído—, saber que estás desnuda debajo, sin más prendas que una braguita me está matando.
Phil se refería obviamente a que mi vestido, ampliamente escotado por detrás, no permitía que usara sostén. Y mis pezones, deseosos de su contacto, se tensaron aún más.
Y él les prestó la atención debida mientras salpicaba mi rostro de besos... frente, ojos, la punta de mi nariz, mejillas, mandíbula y barbilla... me besó en la boca, pero de una forma casi casta, con un roce de labios contra labios que duró un instante.
Y nos miramos, ambos con las respiraciones agitadas.
Fui yo la que lo atacó primero, y él dejó que llevara la iniciativa. Lo devoré, instándole a que abriera la boca, y metí la lengua para saborearlo. Después de hacer que colocara de nuevo las manos sobre mis senos, metí la mía bajo el saco del esmoquin y acaricié su espalda.
Susurró mi nombre contra mi boca, y volvió a acariciarme un pezón con un pulgar mientras bajaba la otra mano hasta mí trasero para acercarme más. Me rozó la lengua con la suya, nuestros dientes se entrechocaron mientras nuestros labios se movían y nuestras manos acariciaban con una avidez creciente todo aquello que teníamos a mano.
Dejó de besarme la boca para seguir con mi cuello. Yo apoyé las manos en la mesada y dejé caer mi cabeza hacia atrás para darle acceso total, pero él siguió bajando, y sus dedos también, sus manos recorrieron cada centímetro de mi cuerpo sobre el vestido hasta llegar a mis piernas, bajé la vista y lo vi arrodillado en el piso.
Metió las manos dentro del tajo de mi falda y las subió hasta mis caderas apoderándose del borde de mis bragas, la fue bajando lentamente. Nos miramos cada segundo del proceso.
Levanté un pie, luego otro. Me la sacó, la guardó en el bolsillo del esmoquin y se acercó hasta mí, abrazándome a la altura del trasero. Metió la cara entre mis piernas, sobre el vestido y aspiró profundamente.
—Tienes un olor delicioso —susurró, presionando su nariz en mi entrepierna.
—P-Phil… —gemí, no pudiendo creer que los dos siguiéramos totalmente vestidos.
En ese momento, ambos volteamos nuestras cabezas y miramos embobados el picaporte de la puerta que giraba de un lado a otro.
—¡¿Hay alguien ahí?! —preguntó un hombre desde el exterior.
¡Oh, maldición!
Phil blasfemó en español, reconocí algunas palabras porque algo entiendo. Se levantó del piso y respondió:
—¡Ya salimos!
Yo seguía completamente aturdida y con el corazón palpitando descontrolado.
Me tomó la mano y me estiró.
—¡Phil, mis brag…! —Pero él ya había abierto la puerta.
Le dimos una tonta explicación al hombre –que aparentemente era el cocinero– sobre el motivo por el que estábamos ocupando un baño privado y nos escabullimos de nuevo en el salón.
—Ponte delante de mí —me solicitó.
El ambiente reinante era totalmente diferente a como lo dejamos, las luces de colores oscilaban de un lado a otro, la música de la orquesta a todo volumen invitaba al baile, y de hecho la pista estaba llena.
Phil me empujó suavemente hasta allí, me volteó y me tomó en sus brazos, me apretó fuerte contra su cuerpo. Sentí su erección plena aún, y entendí el motivo por el cual quería que lo tapara.
—Parece que "Don Perfecto" quiere seguir jugando, no se da por vencido —dije subiendo las manos por su pecho y entrelazándolas en su cuello.
—¿Don Perfecto? —me miró con el ceño fruncido.
Yo restregué mi entrepierna contra su tiesa polla para que comprendiera.
—¿Le pusiste ese nombre? —preguntó estupefacto y rio a carcajadas— ¡Por Dios! Llámalo el increíble Hulk, Hércules, Mister Big, o Thor el Poderoso, pero… ¡no Don Perfecto! —exigió riendo y acariciando suave y tiernamente mi espalda desnuda en el proceso.
—Es que es perfecto, nunca vi uno tan lindo —dije melosa, y acerqué mi boca a su oído—, me muero de ganas de jugar con él.
—Eres una descarada —contestó en mi oído también—. Él se muere por jugar con tu precioso coño también. Y yo deliro con la idea… ¡Mierda, Geraldine! Así no lograré que se tranquilice.
Yo reí y me restregué más contra él.
—¿Cómo sabes que es precioso? Todavía no lo viste.
—Me lo imagino. Tengo tu olor todavía adherido a mis fosas nasales y me muero por probarlo con mis labios y mi lengua —mordió ligeramente el lóbulo de mi oreja, luego lo sopló. Yo me estremecí, no tanto por su toque como por sus palabras.
—Sabes que no llevo puesto nada ahora, mis bragas están en tu bolsillo y eso me incomoda, pero también me excita. Cuéntame más… ¿cómo lo imaginas?
—Mmmm —lo pensó un par de segundos—, rosadito, depilado, suave y liso como un melocotón. Bien abierto para mí, con tus pliegues carnosos y tu clítoris hinchado esperando mis atenciones. Dulce y sabroso por fuera, y por dentro… apretado y caliente, deseoso de absorber a Don Perfecto como una boca erótica.
Me pegué más a él, metí mi rostro en su cuello y crucé completamente mis brazos alrededor de sus hombros.
—M-más… —rogué en un susurro— ¿qué deseas hacerme?
Y me complació, siguió contándome al oído, lenta y suavemente, con esa voz de chocolate derretido que tenía:
—Quiero pellizcar tus pechos y morderlos, deseo recorrer cada centímetro de tu blanca piel con mis labios y mi lengua, necesito saborearte entera, lamerte desde la punta de tus pies hasta el lóbulo de tu oreja, sin dejar un solo espacio sin explorar. Muero por adorar tu coño y hundir mi boca en él, meterte la lengua hasta el fondo y lamerte con decadencia, necesito beber tus fluidos y saciar la sed que tengo de ti.
¡Maldición, era un experto! Tenía que luchar por quedarme quieta, y la tensión que iba acumulándose era tan grande, que el cuerpo me temblaba. Este acto furtivo era nuevo para mí, nunca había hecho algo así en público, y el calor dentro de mí estaba creciendo casi en contra de mi voluntad. Los recuerdos que tenía de él desnudo y sus calientes palabras se estaban sumando para lograr que mi cuerpo ardiera con unas llamas que sólo podían sofocarse con un orgasmo.
—Necesito rendir culto a tu cuerpo —continuó relatando en mi oído—, y cuando ya no puedas más y grites de placer en mis brazos, hundir a Don Perfecto en esa preciosa cueva caliente, resbaladiza y mojada y follarte duro, atravesarte con mil estocadas hasta llegar a tu útero y estremecerlo —una gota de sudor empezó a bajarme por la espalda, y acabó deslizándose entre mis nalgas, Aquella sensación, aquel pequeño cosquilleo parecido al roce de una lengua, fue el empujón final de sus palabras—: hasta que olvides quién eres, pero no quién soy yo, hasta que no puedas ni siquiera pronunciar tu nombre, pero grites el mío.
»Solos tú… y yo…
No precisé más. Mi coño se tensó mientras mi cuerpo se ponía rígido. Hinqué las uñas en su pelo y los dientes en su cuello. Mi clítoris palpitó de forma espasmódica, y latigazos de puro placer me recorrieron todo el cuerpo. Todo mi ser se estremeció, y él lo notó. Menos mal que estábamos bailando, porque el movimiento de mi cuerpo hubiera llamado la atención en cualquier otra situación. Me apretó más fuerte y esperó a que me calmara antes de preguntarme asombrado al oído:
—¿Acabas de tener un orgasmo? —estaba estupefacto.
—Mmmm —gemí, asintiendo con la cabeza. No podría hablar aunque quisiera y creo que si él no hubiera estado sosteniéndome, me habría desplomado al suelo.
Así de potente era mi dicha.
—¡Dios Santo! Eres un violín bien afinado —susurró con admiración, apretándome más y girando por la pista.
—Un violín que desea con ansias tocar la melodía que a usted se le antoje, señor Garrett.
Phil suspiró y siguió el ritmo cadencioso de la melodía, tratando de calmarse. Todavía lo sentía duro como una barra de hierro contra mi entrepierna. ¡Pobre mi sudamericano!
—¿Te gusta David Garrett? —me preguntó, obviamente intentando cambiar de tema para poder tranquilizarse.
Y continuamos hablando de la música de ese famoso violinista y modelo alemán, el cual al parecer nos gustaba a ambos. De nuevo me sorprendió con sus amplios conocimientos sobre el tema, y su sabiduría en relación a los clásicos.
Mi sudamericano era realmente una persona sorprendente y muy culta.
Algo no cuajaba en toda esta ecuación.
Pero como eran otras cosas las que me importaban en ese momento, y seamos sinceros… soy yo, tengo que convivir diariamente con mi falta de interés hacia cualquier tema que no fuera mi persona. Indagar en él y sus contradicciones no estaba en mi lista de prioridades en ese momento. Sí lo eran conocer el pleno funcionamiento de su polla, sus manos, su boca y su lengua… en mi cuerpo, era todo lo que necesitaba.
Precisaba sus caricias y… ¡un vasito de ese delicioso amaretto de almendras!
Se lo arrebaté a un mesero que pasaba y lo bebí de un trago.
Y luego otro… y otro más.

Dibújame (Santuario de colores #1) Capi 03

domingo, 27 de abril de 2014

Casi me caigo de la cama ese sábado cuando mi teléfono sonó.
Miré el reloj, era cerca de mediodía. Y el sonido era el timbre de la puerta, levanté el tubo del intercomunicador y somnolienta contesté:
—Hola, Phil —lo veía por la pantalla—, entra por favor —y le abrí la puerta apretando el botoncito correspondiente— ¡Phil! —lo llamé antes de que saliera de mi campo de visión.
—¿Sí, señora?
—¿Puedes encender la cafetera, por favor? Y si quieres almorzar, hay comida en el refrigerador. Bajo enseguida.
Él asintió y desapareció de mi vista.
Me levanté, apagué la alarma y fui hasta el baño a asearme, me di una ducha rápida mientras pensaba en la locura que estaba haciendo: dejar entrar a un desconocido a mi casa. Pero ese hombre tenía una mirada franca y amistosa, yo siempre supe reconocer el carácter de una persona, además… si mi nuevo vecino le confiaba su casa, tenía que ser una buena persona, con excelentes referencias.
Si quería robar algo, lo haría aunque yo no le abriera la puerta, además… las cosas materiales carecían de importancia para mí. Eran solo posesiones, que se podían reemplazar. Ya había perdido demasiadas cosas importantes en mi vida como para preocuparme por un adorno de plata o un electrodoméstico que desapareciera.
Me puse lo primero que encontré, un short blanco, una camisilla roja y unas ojotas y bajé al encuentro de mi hermoso "casi" modelo sudamericano.
Percibí el olor apenas llegar al primer rellano de la escalera. El fabuloso aroma al café recién hecho, mi estómago rugió, aunque lo sentía revuelto.
—Hola, Phil —saludé acercándome a la mesada del desayunador.
Él estaba sirviendo el café, y se veía asquerosamente guapo. No era justo para la humanidad que alguien fuera tan perfecto. Volteó y me miró con esos increíbles ojos verdes que parecían desnudar mi alma cuando se posaban en mí.
—Buen día… o buenas tardes, señora Geraldine —y frunció el ceño—, aquí tiene su café —me pasó una taza.
—¡Oh, bendición! —le di un trago y casi tuve un orgasmo— ¿Le pusiste algo?
—Sí.
—¿Qué?
No me contestó.
—¿Le pasa algo? Se ve… Mmmm, digamos que no se ve muy bien.
—¡Gracias! Eso sí me levanta el ánimo —y reí antes de dar otro trago a mi café, tenía que averiguar el ingrediente secreto, estaba buenísimo.
—¿Tuvo una noche muy ajetreada?
—¡Puedes apostarlo! Llegué a casa a las seis de la mañana. Necesito un analgésico, está detrás de ti en el estante de arriba… ¿me lo pasas?
Lo hizo sin protestar.
—Creo que tiene resaca. Voy a prepararle algo que le hará pasar el malestar en un instante, pero vaya afuera a tomar el café, señora —y me sirvió un poco más—. Encenderé la licuadora, estoy seguro que eso no le ayudará a su dolor de cabeza.
Sin dudarlo, me alejé de la cocina.
Fui a la terraza y me tumbé en el sillón bajo la galería techada, con una pierna arriba y otra apoyada en el piso. El sol estaba en su punto culminante, así que tomé un cojín y me lo puse sobre los ojos.
Me sentía pésima. Y me odié por ser tan sociable, la noche anterior me hubiera quedado en casa tranquilamente, pero no… a las diez trepaba las paredes, ni un buen libro, ni la mejor película de la tele pudieron evitar que me vistiera y saliera a divertirme.
Era una maldición el no poder estar más de dos horas conmigo misma.
Suspiré al escuchar los ruidos que hacía Phil dentro. Luego sentí sus pasos.
—¿Enjoy Cock? —dijo riéndose.
—¿Pe-perdón? —y me saqué el cojín de la cara— ¿Tu remedio para la resaca es una Coca-Cola?
—No, me refiero a su camiseta —y apuntó hacia mi pecho.
(Para que entiendan, jajaja)

Miré lo que llevaba puesto y reí a carcajadas. ¡Oh, cielos! La cabeza casi me explota. Era una remera que ni recordaba que tenía, con las letras características de esa famosa bebida y la ola blanca debajo, pero no decía precisamente "Enjoy Coke". Y para rematar, debajo se leía: X-Large.
—Me puse lo primero que encontré —dije sin vergüenza alguna—. Pero no estaría mal seguir su consejo, sobre todo en lo del tamaño.
—¿Y qué diría el señor Van Helsing ante esa idea? —preguntó muy serio pasándome el extraño brebaje que tenía en sus manos.
—¿El señor Van Helsing? —indagué confundida y tomé un sorbo de esa bebida tan extraña que me había pasado, que parecía la cima de un cráter volcánico en erupción, hasta burbujeaba.
—¿Geraldine… eh, Van Helsing?
Escupí sin querer lo que había tomado, y reí a carcajadas. Por suerte, no lo hice en su cara. ¡Mierda, mi cabeza!
—Ay, Phil… eres muy gracioso —me miró confundido—. Soy Geraldine ¡Vin Holden! Tú sí que eres experto en rebajar el ego de una persona… ¿eh?
—Lo siento —parecía realmente avergonzado.
—No importa, te perdono porque eres extranjero. Y aparte de mi padre, no hay ningún señor Vin Holden, nunca me casé.
—¿Y por qué se presenta como "señora"?
—Porque no creo que necesite un anillo en el dedo para tener ese título, un hombre no va a hacer de mí una señora, sino mi experiencia, mis vivencias y mi edad… ¿no te parece?
—Buen punto… "señora". ¿Y qué edad tiene?
—La misma que tú.
—Yo no le dije mi edad.
—Yo tampoco —contesté enigmática y fui directo al grano—: ¿Vas a aceptar? —estaba ansiosa por saberlo, pero sin demostrarlo exteriormente.
—Solo si toma todo lo que le preparé.
—¿Qué mierda es? Sabe a cloaca.
—¿Y cómo sabe qué sabor tiene una cloaca, señora?
—Buen punto… "señor" —si supiera toda la mierda que tuve que tragar tantos años—. Tomaré esta bebida infernal hasta la última gota. Y luego… —sonreí traviesa e hice una pausa prolongada— te desnudarás para mí.
Él me miró impasible.
—Me desnudaré para usted, señora…
Sonreí, no aparté la mirada. Me tomé todo el brebaje horroroso casi de un trago.
—…pero tengo condiciones —dijo cuando terminé.
—Ya cu-cumplí —tosí de asco y me dieron arcadas— …tu condición.
—Solo una… tengo tres.
Ladeé una ceja, estaba acostumbrada a negociar, pero no creía poder ofrecerle mejores condiciones de trabajo. ¡Por Dios! Si era un… ¡limpia-piscinas!
Mmmm, qué bien se sentía ese brebaje infernal en mi estómago, a pesar del sabor amargo que había dejado en mi boca.
—¿Y cuáles son? —la incertidumbre estaba matándome.
Phil se acomodó mejor en el sofá y me miró fijamente.
—No quiero que mi rostro sea visible.
—Es una serie de cuerpos, Phil… se llamará "Man’s body", jamás pensé pintar tu hermosa carita. Esa condición la acepto, sin problemas. ¿Cuál es la última?
—No quiero su dinero, deberá pagarme de otra forma.
¿Qué es lo que este hombre quería? Me pregunté. ¿Qué le pagara con sexo? Si será idiota. Con lo bien que está puede conseguir eso y además cobrar.
—Te escucho —y esperé la propuesta indecente, no me tomaría por sorpresa. Obviamente la rechazaría y lo mandaría al carajo. Si alguien debía decidir con quién me acostaba era yo, no él.
—Usted también deberá hacerlo.
—¿Per-perdón? —dije desconcertada— ¿A qué te refieres?
—Deberá pintarme… desnuda.
—¿So-solo eso? —pregunté asombrada por la simplicidad de su propuesta.
—Nada más —su tranquilidad era abrumadora.
Un calor subió desde mi estómago y me estremecí al visualizar la imagen. Nunca antes lo había hecho, y la idea era sumamente atractiva y erótica. Demasiado.
—Pues levanta ese culo y ve a tostarlo, Phil… porque tenemos un trato.
Le pasé la mano y me la estrechó firme, sonriendo y observándome con los ojos entrecerrados.
¡Santo cielo! Me encantaba su mirada.
*****
No podía concentrarme en el libro que tenía enfrente. Solo podía pensar en Phil y en que esa tarde vendría a utilizar mi azotea para tomar sol en cueros. No quiso hacerlo al mediodía argumentando que el sol de la tarde era menos nocivo.
Buen punto.
Pero malo para mi ritmo cardíaco.
También me dijo que él podía encargarse solo de emparejar su diferencia de color, pero ¡Dios se apiade de mí! Yo quería participar. Así que le informé que la casa de su jefe tenía techo inclinado de pizarra, por lo tanto no podía subir a tomar sol allí. La mía tenía una azotea alrededor del lucernario central, y era un lugar íntimo e ideal para hacerlo sin que algún vecino se espantara y llamara a la policía.
Accedió frunciendo el ceño.
Y en ese instante, muy puntual, lo vi subir las escaleras de mi terraza desde la playa y caminar hacia mí. El corazón se me detuvo por unos segundos, y empezó a bombear como loco después. Me gustaba la belleza, y él… ¡era tan hermoso y masculino!
No me reconocía a mí misma.
¡Geraldine Vin Holden babeando por un hombre!
Pasé los dedos por las comisuras de mis labios, por si acaso esa idea pudiera ser cierta y no dejé de admirarlo.
—Hola, guapo.
—Buenas tardes, señora —y se paró frente a mí. Llevaba un extraño termo en las manos.
—Creo que deberíamos prescindir del "señora" de ahora en más, Phil —me levanté y me paré enfrente—. Llámame Geral.
Él asintió, serio.
—¿Sabes? Estaba pensando que en realidad no es necesario que subas a la azotea. Mi deck es muy amplio, la piscina cubre todo el frente, y está a cuatro metros sobre el nivel de la playa. La casa de al lado —y señalé a mi derecha— es de Jared Moore, y él está de gira, no hay nadie. Y la otra casa no tiene vista a mi terraza, así que si te ubicas aquí —le mostré la zona con las manos—, puedes tomar sol sin que nadie te vea.
Se encogió de hombros y asintió.
—No hablas mucho, ¿eh?
—Solo lo necesario.
—Bien, desnúdate y acomódate, voy a traer el bronceador —y me dirigí hacia el interior.
Cuando volví casi me caigo de espaldas.
El bello sudamericano estaba tirado en una de las reposeras boca abajo, con la cabeza apoyada en los brazos, y ¡completamente desnudo!
Era una visión espectacular.
Tragué saliva, me acerqué y me senté al costado de su reposera, lo moví ligeramente para que despertara de su letargo.
Él abrió los ojos y me miró mansamente.
—Voy a ponerte acelerador en los glúteos y protector en el resto… ¿ok?
Asintió y cerró los ojos, suspirando.
Empecé abriendo la botella y tirando el aceite en sus nalgas, me moría de ganas de tocarlo y del dicho al hecho, solo había un pequeño trecho… de dos segundos. Posé mi mano en uno de sus cachetes y esparcí el líquido, deleitándome con la suavidad de su piel y la firmeza de sus glúteos.
Observé que estaba cubierto de unas pequeñas pelusillas muy claras, y se sentía estupendamente bien bajo mis manos. Lo acaricié sin pudor alguno, por todos lados desde el inicio de sus nalgas cerca de las caderas hasta la mitad de su muslo donde empezaba el bronceado, incluso metí osadamente mis dedos entre sus glúteos por un par de segundos.
Sentí que se sobresaltó.
—¿Eres gay, Phil? —pregunté curiosa mientras seguía acariciándolo.
—No preguntarías eso si vieras el estado en el que me ha dejado tu mano, Geraldine —respondió suavemente, suspirando y acomodándose mejor en la reposera.
Sonreí complacida.
—Yo te necesito en reposo. Si no eres gay y quieres que yo esté tan desnuda como tú cuando te pinte… ¿cómo evitarás tu reacción?
—Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.
—Me parece bien… ¿tienes un buen tamaño?
Él abrió los ojos y me observó.
—¿Lo necesitas muy grande?
—Puedo jugar con eso… —dije creyendo haberlo ofendido— no te preocupes, solo necesito ver la forma, con las sombras y los colores que crea en tu cuerpo, puedo agrandarlo si es necesario.
—Creo que estaré a la altura de las circunstancias —contestó volviendo a cerrar los ojos.
Suspiró cuando dejé de acariciarlo.
Maldiciendo porque tenía que dejar de tocarle esa zona, me limpié las manos con la toalla, cambié la botella de aceite acelerador por el de gel protector SPF 50 y empecé mi recorrido por sus fuertes piernas cubiertas de suave vello oscuro.
Cuando llegué a su espalda, lo hice con ambas manos, esparciendo el gel en forma conjunta por los costados, hombros y brazos. Sus músculos parecían esculpidos en hierro, era duro y fuerte por donde lo tocaba.
—¿Qué es eso que tienes al costado? —pregunté de repente cuando vi el termo de forma extraña en el piso de madera.
—Es una bebida refrescante —y levantó su torso apoyándose en los codos—, si ya terminaste de torturarme, te la haré probar.
—Mmmm, sí… creo que ya es suficiente —dije tomando la toalla y limpiándome las manos. No me moví de su lado, ya que no le daba sombra.
—Bien, esto es un termo, esto se llama guampa —y me mostró un vaso en forma de cuerno ahuecado con base recta—, y esta es la bombilla para tomar el líquido que se derrama sobre la yerba que hay dentro.
—¿Y qué hay en el termo? —pregunté curiosa.
—Agua con hielo. Todo el conjunto se llama tereré, en mi país le ponemos hierbas medicinales y refrescantes al agua, pero aquí difícilmente se consiguen. Así que yo suelo ponerle limón u hojas de menta, me gusta el sabor que le impregna.
—Interesante.
Él sirvió un poco y lo tomó, lo hizo tres veces antes de ofrecerme.
—¿Quieres probar? Ya le saqué el mal gusto de la yerba seca.
Negué con mi cabeza, sonriendo. De tu boca a mi boca, solo la lengua.
Se encogió de hombros y volvió a recostarse. A regañadientes, me levanté de su lado y fui a sentarme cerca, en el sillón frente a él, dentro de la galería.
En vez de volver a mi libro, tomé mi iPhone y tecleé en Google: «tereré».
La primera opción que salió fue Wikipedia, decía: «El tereré (palabra de origen guaraní) es una bebida tradicional oriunda de la cultura guaraní, de amplio consumo en Paraguay, el Noreste argentino, en el este y norte de Bolivia y en algunos estados brasileños».
Mierda, podía ser de cualquiera de esos países.
No le di mayor importancia, en algún momento me lo contaría, dejé mi iPhone a un costado y volví a mi libro.
Ya lo había mirado a placer, tocado, retocado y toqueteado por todos lados, por lo menos por detrás, así que por fin pude concentrarme un poco en mi lectura. Contaba con una hora para el siguiente asalto… y la visión plena de su cuerpo. El sudamericano se estaba haciendo rogar.
—¿Tú no tomas sol? —preguntó mi bello modelo de repente, luego de diez minutos de silencio.
—No, jamás… no es bueno para mi piel.
—Lo suponía, tu piel es tan blanca que parece transparente.
Asentí.
—¿Qué estás leyendo? —al parecer Phil estaba aburrido y quería conversar.
—Orgullo y Prejuicio —dije mostrándole la tapa.
—Jane Austen, jamás me hubiera imaginado que te gustaran los clásicos.
—Soy una mujer que sorprende, Phil —dije guiñándole un ojo.
—No lo dudo. ¿En qué parte del libro estás?
Me encantaban los libros de Jane Austen, tenía su colección entera y los había leído más de una vez. Eran un soplo de aire fresco dentro de tanta hipocresía en el ambiente en el que yo me movía. Pero… ¿Acaso el sudamericano había leído el libro? Bueno, veamos…
—«Me pregunto quién sería el primero en descubrir la eficacia de la poesía para acabar con el amor» —cité textualmente.
—«Yo siempre he considerado que la poesía es el alimento del amor» —respondió con las exactas palabras del libro.
Abrí mis ojos como platos, él sonrió al darse cuenta de mi sorpresa.
—«De un gran amor, sólido y fuerte, puede. Todo nutre a lo que ya es fuerte de por sí. Pero si es solo una inclinación ligera, sin ninguna base, un buen soneto la acabaría matando de hambre» —continué, para ver qué me decía.
—¿Sabes, Geraldine? Nunca estuve de acuerdo con esas líneas del libro. Pienso que un "buen" soneto nunca podría matar el amor, aunque fuera una inclinación ligera. Un "mal" soneto, obviamente sí. Creo que o bien la escritora se equivocó en las palabras o la transcripción del original fue pésima.
Me reí al escucharlo, porque era exactamente lo mismo que yo pensé al leer por primera vez esa frase.
—Sí, tienes toda la razón. Entonces… —y se me antojó hacerle una zancadilla— «¿Qué recomienda usted para enardecer el afecto?».
—Esa frase no es la continuación de esa conversación en el libro, Geraldine, pero si citara la respuesta del guion cinematográfico, sería: «Bailar, incluso si la pareja de uno es apenas tolerable».
Sonreí complacida por su respuesta.
—Y ese fue el momento en que el señor Darcy se enamora como un idiota de la señorita Bennet —concluí suspirando.
—Yo diría que ese es el momento en el que Lizzy le mete a Darcy su idiota orgullo por el… ya sabes dónde, por primera vez.
Ambos reímos a carcajadas.
—¿Cómo es que sabes tanto sobre Jane Austen? No es común que un hombre lea este tipo de libros.
—En realidad solo leí Orgullo y Prejuicio, y vi la película, una docena de veces. Es que… a una persona importante para mi le gustaba mucho.
—¿Una mujer? —pregunté curiosa.
Asintió con la cabeza, y cerró los ojos. Me di cuenta que no quería seguir hablando de ella.
Continuamos conversando sobre libros. Al parecer Phil había leído mucho, incluso discutimos acaloradamente sobre una escena de "La Divina Comedia" de Dante Alighieri, y aunque no nos pusimos de acuerdo, fue bueno poder hablar con alguien sobre algo que no fuera el clima, restaurantes, discotecas o tragos.
Tenía que reconocerlo, mi círculo de amigos era bastante superficial.
Al cabo de un rato, miré mi reloj.
—Creo que es hora que te des la vuelta, Phil. O no vas a poder sentarte esta noche, recuerda que te puse acelerador —y me levanté.
—Siéntate, yo puedo con el frente, Geraldine —dijo levantando su mano.
Hice un puchero.
—¿Acaso vas a privarme de la diversión? ¡Esta es la mejor parte! —y me reí de mi propia ocurrencia.
—Si quieres que te tire al piso de esta terraza y te folle hasta que no puedas respirar, entonces ven… tócame por delante —me amenazó, de una forma muy dulce.
Sentí una convulsión en la base del estómago.
Esa era una idea muy tentadora, la verdad.
Pero sabiendo que tendríamos que trabajar codo a codo durante por lo menos un mes, o más… volví a sentarme. No tenía ninguna norma al respecto de mezclar el trabajo con el placer, pero me conocía, sabía cuáles eran las reglas de esos juegos. Y a Phil todavía no lo conocía bien, por lo que acababa de descubrir sobre sus gustos literarios, lo notaba mucho más sensible que los mundanos hombres a los que yo estaba acostumbrada.
Lo dejaría respirar… por ahora.
Él se había puesto de pie, su altura y porte eran tan impresionantes que se me hacía agua en la boca sin querer. Estaba aplicándose el gel por los brazos, pero me daba la espalda.
Observé sus nalgas tensarse y bufé, ansiosa.
Sí. Lo dejaría respirar… pero solo un poco.
—Phil… ¿puedes voltear?
Y el sudamericano… me complació.

CLTTR

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