Atrápame... si puedes (Mujeres Independientes 01)

jueves, 21 de junio de 2012

Argumento

Una mujer independiente…
La arquitecta Luana Moure sabía lo que NO quería: un hombre que pusiera su vida patas para arriba. Estaba contenta y feliz con su trabajo, sus amigos, su familia y su hijo adolescente a quien adoraba. Le gustaba hacer lo que quería, cuando quería y como quería. Había encontrado su equilibrio luego de una amarga experiencia, y se juró a si misma que nunca más permitiría sentirse emocionalmente dependiente de ningún hombre.

Un hombre decidido…
El millonario Patricio Dionich tenía otra idea, cuando conoció a Luana no le prestó mucha atención, pero bastó que ella abriera su preciosa boca y expresara algún pensamiento inteligente, para captar su interés. Pero su arquitecta fantasma era más escurridiza que una gata, y por más que intentaba, no lograba conquistarla.

¿Problemas?
Siempre los había, una ex esposa amargada, una hermana enojada, un cuñado traicionado, un hijo contrariado. Él sabía que podían resolverlo, pero ella seguía huyendo, y con su sonrisa permanente, pero su carácter fuerte, Luana siempre parecía burlarse diciéndole: Atrápame… si puedes.


Reseña de la Editora

Es interesante leer una novela que sale de los carriles normales y habituales del género romántico. Luana y Patricio ya no son jóvenes y tampoco están exentos de problemas. Ellos se conocen por casualidad e inician una relación que los llevará por muchas situaciones riesgosas. Digo riesgosas porque amar de por sí es todo un riesgo, y cuando la vida no te ha brindado experiencias "para siempre" toda nueva relación requiere mucha osadía y paciencia.
Luana pertenece a ese género de mujeres que dicen son las que más leen; profesionales, adultas y mayores de cuarenta. Tiene un hijo, al que adora, un trabajo creativo que también ama y una familia que cubre su cuota de amor. Conocer a Patricio en plan romántico no estaba en sus planes y aquí comienzan definitivamente los problemas de él.
Patricio es un divorciado, millonario, y muy seguro de sí mismo, con hijos, una ex y hasta un nieto. Se sabe enamorado de Luana y la convierte en su objetivo; uno muy escurridizo.
Grace Lloper es una maestra del romance erótico, sus novelas son diferentes: diálogos muy reales, calientes escenas de sexo, situaciones en las que cada mujer puede verse reflejada, y una protagonista que lo único que quiere es vivir en paz tal como vive.
¿Qué harías tú? ¿Meterías las manos en el fuego cuando ya has sido quemada? ¿Optarías por el amor? ¿El ser Mujer, independiente y profesional es preferible a ser mujer, dolida y dependiente? ¿O es que en realidad no hay antípodas excepto las cicatrices emocionales que llevamos y nadie ve?
De cualquier manera "Atrápame… si puedes" nos mostrará como a veces la vida pasa facturas y paga beneficios.

Beatriz Sylva
Editora

Aguas Turbias (Crucero Erótico 03)

Argumento

¿Recuerdan el Crucero del Amor de los '80? Lamento decirles que aparte del barco y los tripulantes, no hay otra coincidencia.
Si tienes ganas de vivir emociones fuertes, estás cordialmente invitado a pasar siete días en un crucero muy especial…

Un crucero de lujo y siete días para pasarlo bien. Un apuesto millonario, un barman delicioso que descubre su propia sexualidad, una bella policía y un misterio. El viaje esta iniciado.
Elías Carvalho inicia un camino sin retorno hacia lo que es: un hombre enamorado de otro hombre. Todas sus dudas son las certezas de César Andretti, el misterioso millonario que toma las riendas de su vida.
¿Hasta dónde se debe llegar para corresponder a la lealtad? ¿Cuánto se arriesga al confiar en otro? Elías aprenderá sobre confianza y amor en el largo trayecto que le permite conocer al verdadero hombre que ama. Un camino difícil donde el peligro no sólo es el presente sino también los ecos del pasado.
Una venganza planeada por años, una historia de amor imprevista, una investigación policial en marcha, encuentros y desencuentros, preguntas sin respuestas, y más preguntas; una historia de profecías, todo esto y mucho más constituyen el mundo que Grace Lloper nos invita a conocer en el tercer viaje de "Aguas Blancas", un crucero por las maravillosas costas de Brasil.
Amor, aventura, acción garantizada y mucho sexo de la mano de César y Elías. Debes conocerlos.

Castalia Cabott

Atrápame... si puedes - Capítulo 07

La inauguración

Luana estaba caminando por el departamento arriba del quincho. A pedido de Patricio se había encargado de fiscalizar la mudanza de los muebles de uno a otro departamento y quería darle un toque final.
Revisó que todo hubiera quedado como ella lo había previsto.
Y ubicó el pequeño regalo que le había llevado: un perfumador eléctrico, de esos que soltaban un delicioso aroma cuando pasabas frente a él, y que se programaba para que lo hiciera cada cierto tiempo. Era de cristal y tenía la forma de la Fontana di Trevi.
Patricio llegó en ese momento, y Susana, que estaba organizando la fiesta en la planta baja, le indicó que Luana estaba arriba.
Subió inmediatamente y la vio conectando el extraño aparato.
—Hola, arqui —la saludó con un beso en la mejilla—. Eso no forma parte de mi mobiliario original.
—Es un presente para ti —dijo sonriendo—, siempre le hago un regalo a mis clientes cuando termino una obra.
—Muy original, pero… ¿qué carajo es? —preguntó riendo. Ella se lo explicó y en ese momento la fuente lanzó un vapor perfumado— Hermoso, muchas gracias. Todo quedó precioso, Lua, estoy muy contento de haberte conocido.
—Yo también, Patricio —afirmó con la verdad.
—Lo llevaré a mi oficina, así cada vez que sienta este aroma, me acordaré de ti —dijo acercándose a ella.
—No es necesario, te traeré otro… ¿te gustaría la torre de Eiffel, la Estatua de la Libertad o el Arco del Triunfo?
—¿No hay uno de la Madonna desnuda? —preguntó pícaro— Así me imagino que eres tú quien está mirándome seductora desde una cama, esperándome.
Luana rió a carcajadas.
—No pierdes oportunidad. Mejor me fijo si no hay uno que simbolice el obelisco, algo muy alegórico al estado de tu entrepierna.
—Qué maldita eres —dijo en broma.
—"Maldita" es mi segundo nombre —afirmó alejándose.
Pero él no le dio tregua, la tomó del brazo y la estiró hacia su cuerpo, girándola contra la pared y aprisionándola.
—Sé lo que estás intentando hacer —dijo serio, mirándola.
—Por supuesto, estoy intentando zafarme. Y si no me sueltas —dijo bajando su mano y tomando su miembro entre sus dedos por arriba de sus pantalones—, voy a hacerte gritar pero no de placer, porque esta caricia se convertirá en una tortura.
Él la miraba embobado… ¡lo estaba tocando, allí!
—Mi amor, si sigues acariciándome así, me derretiré. No necesitarás zafarte —entonces, ella le apretó ligeramente las pelotas— ¡Oh, mierda! Nunca pensé decirte esto… pero suéltame, cariño.
Ella sonrió irónica.
—Déjame en paz, Patricio —dijo alejándose cuando él la liberó de su abrazo.
—No harás que me aparte de esa forma, Lua. Sé cuál es tu juego, durante dos semanas te comportaste como una desquiciada fastidiosa. Pero yo sé que tú no eres así, te conozco.
—Error, no me conoces en lo más mínimo —dijo señalándolo con el dedo—. Esta soy yo… si te gusta, me aceptas tal cual soy, sino… te vistes y te vas.
—Prefiero seguir desnudo —contestó riendo—, si tú también lo estás.
Luana dio vuelta la cara para no reír frente a él.
Es imposible, pensó.
—Si me vieras desnuda… huirías —dijo de espaldas a él.
—¿Por qué? ¿Por algunos kilos de más o alguna estría secuela de tu embarazo? ¿O quizás celulitis en la cola? —le dio un beso en la cabeza detrás de ella y le acarició los brazos—. Esas marcas solo te hacen más atractiva a mis ojos, porque son producto de tu experiencia y tus vivencias. ¿Acaso crees que yo soy un Adonis? Tengo miles de defectos igual que tú. Ninguno de los dos somos adolescentes, cariño… yo no espero que tengas el cuerpo perfecto y firme de una veinteañera. Me gustas tú, tal cual eres. Incluso… —y pasó las manos por delante posando las palmas sobre sus senos, pegándose a su espalda— si tus pechos vencieron la ley de la gravedad, los adoraré igual.
Y pasó los pulgares por las puntas, arriba de la camisa de seda que llevaba.
—¿Siempre tienes las palabras justas en el momento exacto, no? —dijo Luana apoyándose en su torso, rindiéndose a su toque juguetón.
—Santo cielo, caben tan bien en mis manos, Lua… yo solo digo lo que sient… —pero ella no le dio oportunidad de seguir, volteó hacia él, subió las manos detrás de su nuca y devoró su boca.
No había ninguna tímida pretensión implicada, jodió su boca directamente. La lengua de Luana entraba y salía mientras Patricio gemía desesperado al probar su sabor por primera vez.
—Maldición, te deseo con locura —dijo él y la estiró un poco más para que pudieran frotar sus cuerpos. Era como poner un fósforo en un saco de dinamita. Ambos jadeaban y empujaban sin dejar de besarse hasta casi perder el sentido.
Los dedos de Luana que habían estado vagando por todos lados, volvieron con desesperación a los suaves mechones del cabello de Patricio y su cuerpo se balanceó con las dulces y embriagadoras sensaciones que la estaban poseyendo; oscuras y arrebatadoras olas la inundaban cada vez que él deslizaba su lengua más dentro de ella y la abrasaba posesivamente, acariciándola también. Ella contuvo el aliento y se arqueó contra su boca. Comenzó a estremecerse, asombrada ante el tórrido arrebato de exquisito placer que le arañaba profundamente el vientre y entre las piernas. Quería más; un intenso deseo le hacía temblar las rodillas.
Patricio debió percibir su desesperación, porque suavizó el beso. No es el momento oportuno ni el lugar adecuado, pensó, dentro de la neblina del deseo que lo poseía.
En ese momento escucharon el grito de Susana desde la planta baja:
—¡Luaaaa, Patooo… bajeeeen, Kiara y Néstor acaban de llegar!
Él dejó de besarla y el abrazo se hizo menos apasionado, acarició su pelo, tratando de tranquilizarlos a los dos.
—Eres tan apasionada, mi arqui —le dijo al oído en un susurro—. Será un placer tenerte desnuda en mis brazos y hacerte el amor.
Luana casi se desmaya cuando la soltó, sus piernas apenas la sostuvieron.
—Dios mío —dijo en un susurro, asombrada por su propia reacción.
—Baja tú primera, amor —pidió Patricio con vez temblorosa—, yo… no estoy en condiciones todavía.
Luana se apoyó en la pared detrás de ella y lo observó. Vio pasión en sus ojos, tanto como ella sentía en los suyos al mirarlo.
Bajó la vista y sonrió pícaramente.
El frente de su pantalón parecía una tienda de campaña.

La fiesta de inauguración del quincho estaba resultando todo un éxito. Había todo tipo de guarniciones, abundaba la bebida, el parrillero contratado era el mejor y la decoración que usó Susana era exquisita.
Solo estaban presentes los amigos más cercanos de Patricio, y sus clientes importantes. Eso sorprendió a Luana, porque esperaba encontrar a su familia, pero al parecer solo su hija estaba invitada, el resto brillaba por su ausencia.
Patricio le presentó a Tamara y enseguida congeniaron. La hermosa jovencita era toda sonrisas y simpatía, y se notaba que adoraba a su padre. Ángelo también estaba invitado, pero no pudo asistir porque tenía otra actividad.
—Mi papá habla de ti todo el tiempo —le dijo Tamara sonriendo cuando tuvieron la ocasión de hablar—. Está muy entusiasmado con los dúplexs que harán juntos, me mostró los dibujos.
—Eh… me alegro —contestó Luana sorprendida—. Yo también estoy contenta, creo que será un proyecto muy lucrativo para tu padre. Pero dime, Tammy… ¿dónde están tus hermanos? ¿No deberían haber venido también?
—Mmmm, ellos son muy complicados —dijo sin dar muchas explicaciones—, creo que no están de acuerdo con lo que papá está haciendo.
—¿Te refieres al proyecto de los dúplexs u otra cosa? —preguntó curiosa.
—Creo que… —pero no pudo terminar, porque su padre empezó a hacer ruidos con un tenedor golpeando una copa.
—Señores, señoras, señorita —dijo mirando a su hija y sonriendo—, solicito su atención, por favor —se acercó a Tamara y a Luana, poniéndose entre medio de las dos, abrazándolas a ambas—. Como bien saben, esta pequeña reunión entre amigos es para inaugurar este espacio tan magníficamente diseñado por la arquitecta Luana Moure, aquí presente —dijo y la miró, ella se ruborizó, algo poco usual en su persona—. La verdad es que no tenía intención de construirlo todavía, pero fue la única forma de tratar de conseguir un objetivo que tengo entre cejas.
Todos los que entendieron rieron y aplaudieron. Luana quería que la tragara la tierra, bajó la cabeza y se quedó seria. Iba a matarlo, lo despedazaría cuando quedaran solos.
—¡¿Y lograste tu objetivo?! —preguntó Néstor riendo a carcajadas desde el fondo del quincho.
—Todavía no, pero creo que voy por buen camino —contestó sonriendo, su hija lo abrazó y le dio un beso, en señal de apoyo—. Bueno, con este asado tan bien organizado por nuestra querida amiga Susana, doy por inaugurado nuestro espacio, y digo "nuestro" porque considero que será un lugar donde nos reuniremos seguido para divertirnos y pasar buenos ratos —soltando a las dos mujeres, levantó su copa—, brindemos por ello, amigos.
Todos levantaron sus copas en señal de brindis y se acercaron a felicitar tanto a Patricio, como a la arquitecta, quién estaba más callada de lo usual.
—Te voy a descuartizar —le dijo Luana al oído en un momento dado.
—Mientras lo hagas con tus dientes, puedes empezar esta misma noche si quieres —contestó sonriendo solo para que ella lo escuchara—. Podemos tener nuestra inauguración privada… ¿qué opinas?
—Prográmalo para el 31 de febrero —dijo alejándose de él.
Mierda… problemas de nuevo, pensó Patricio. ¿Qué habré hecho ahora?
Llegó un momento en el que Luana solo quería irse. Susana se dio cuenta y sonrió, aconsejándole que esperara un poco más, que no sería educado de su parte retirarse de una reunión en la que obviamente, era una de las homenajeadas.
Ella no pidió ese homenaje, no era más que un simple quincho por dios santo, pero como era usual en él, había tejido toda una telaraña alrededor que la mantenía cautiva. Lo había hecho a propósito, estaba segura.
Fastidiada, se quedó hasta el final. Ya eran más de las dos de la mañana cuando todos se retiraron.
—Una excelente velada ¿no crees? —preguntó Patricio abrazándola por detrás.
—Suéltame, por favor… ya me voy —dijo tomando su cartera—. Felicidades, Patricio.
—¿Hice algo malo, Lua? —preguntó siguiéndola hacia la salida.
—Noooo, que esperanza —contestó irónica, mirándolo fijamente—, solo anunciaste a viva voz tu deseo de follarme y organizaste todo esto de modo a que pareciera un homenaje a tu flamante arquitecta y nueva amante.
Él dio vuelta los ojos en señal de fastidio.
—¿Existe alguna forma de complacerte, Luana?
—Sí, la hay… ¡déjame en paz! —dijo categórica.
—Eso haré, puedes apostarlo —contestó enojado, dando media vuelta y entrando de nuevo a la casa.
Luana no sabía si lo que sentía al verlo alejarse era alivio, tristeza o decepción.

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Atrápame... si puedes - Capítulo 06

Una decisión… ¿irrevocable?

Luana estaba tirada en su cama con la notebook en la panza, como siempre a la noche, pero no podía concentrarse en lo que estaba haciendo. Como no ocurría hacía mucho tiempo, un hombre ocupaba sus pensamientos, y eso la fastidiaba hasta el punto de ponerla de mal humor.
Suspiró y despotricó contra Patricio por ser tan dulce y amable.
Se imaginaba lo que ocurriría si accedía a sus deseos y no le agradaba el panorama, una noche de sexo equivalía a dos opciones posteriores: él querría seguir frecuentándola y eso alteraría su ordenada y tranquila existencia teniendo que adecuarse a los horarios y gustos de otra persona; o él se sacaría las ganas que aparentemente tenía y cuando ya no la llamara ni la buscara, ella se haría el harakiri mental pensando en qué había hecho mal, y sería otra desilusión en su vida.
No estaba dispuesta a ninguna de las dos opciones.
No era ninguna mojigata, había tenido muchas relaciones en su vida, un par de ellas solo de una noche, las demás un poco más largas, aunque nunca había aguantado más de seis meses en pareja, sobre todo cuando el hombre empezaba con sus celos y exigencias. Solo en el caso de Luciano había durado dos años, pero a él lo había amado como a ninguno, y jamás intentó controlarla. Por supuesto que no, si ella hubiera hecho lo mismo, habría averiguado mucho antes que en realidad no estaba separado, como él le había dicho, sino que era casado.
No quería acordarse de eso, siempre la alteraba.
Lo que no podía dejar de recordar, era la ternura de Patricio al despedirse de ella cuando la dejó frente al portal del edificio donde vivía.
¡Mierda! ¿Por qué no era un bastardo desgraciado como todos los hombres? Sería mucho más fácil evitar caer en la tentación. A pesar de todo era una mujer, y él fue tremendamente dulce.
—Nunca antes te había visto con el pelo suelto —le dijo cuando le abrió la puerta del auto para que bajara— Me encanta, no me lo imaginaba tan largo.
Y tomó un mechón de su cabello, lo acercó a su cara y aspiró una bocanada de aire, suspirando. Luego le acarició la cabeza.
Ella casi se derrite, y en ese momento se olvidó de todo sus propósitos de alejarse de él.
Patricio cerró la puerta y se apoyó suavemente en Luana, presionándola contra su vehículo, bajó lentamente las manos de su cabeza, acarició sus brazos, sin dejar de mirarla en ningún momento. Entrelazó sus dedos con los de ella y apoyó su frente en la suya, haciendo que su nariz la acariciara.
Mientras le besaba suavemente un ojo, luego otro, ella podía sentir su aliento caliente y solo era consciente de su fuerte cuerpo apoyado en el suyo, de su potente erección presionando su entrepierna. Deseaba poder tocarlo, pero era tan agradable sentir sus dedos entrelazados, tan íntimo, que permaneció quieta, esperando algún otro movimiento de su parte.
Patricio subió las manos de Luana hasta su pecho y las apoyó allí, cubriéndolas con una de las suyas, mientras la otra le subía la barbilla para que lo mirase.
—Eres tan hermosa, Lua —dio suavemente.
Y acercó lentamente su boca a la suya.
Luana estaba a punto de explotar. Con el aliento entrecortado, esperó impaciente un apasionado beso… que nunca llegó.
Él solo apoyó los labios en la comisura de los suyos y le dio un dulce beso de despedida.
—Que descanses, cariño.
¡A la mierda Patricio! La dejó allí, temblorosa y deseosa de más. Una táctica espectacular de su parte. Podía haber hecho lo que quisiera en ese momento, ella no se lo hubiera impedido. Sin embargo, se retiró sin darle lo que ambos deseaban.
Era todo un seductor, uno muy peligroso.
Pero ella era muy inteligente, sabía cuál era su juego, y no estaba dispuesta a dejarse seducir. Tomó una decisión: evitarlo a toda costa. No iba a poder dejar de verlo, eso era imposible, pero de ahora en adelante no aceptaría salir de nuevo con él hasta el día que el infierno se congelara.

—Dile a la arquitecta fantasma cuando llegue que quiero verla, que suba —le dijo Patricio a su secretaria, fastidiado.
—Sí, señor —contestó Marcela riendo interiormente.
Y yo pensé que había adelantado algo, se dijo Patricio a si mismo inclinándose en su sillón gerencial. Incluso que la había dejado con ganas de más cuando no le dio el beso que los dos esperaban. Porque sabía que ella lo había deseado, estaba seguro. Y esperaba que eso fuera el comienzo de algo, no el final.
El quincho ya estaba prácticamente terminado y no había logrado verla un solo día después de que cenaran juntos, era como si supiera cuando él no iba a estar para visitar la obra. Lo único que hacía era firmar cheques para ella y cuando hablaban por el celular, siempre estaba ocupada o había ruidos de sierras y golpes de martillo que impedía que hablaran con tranquilidad.
Intentó llamarla a la noche, pero desconectaba su celular y no tenía el número de la línea baja de su casa.
Levantó las hojas impresas del estudio de factibilidad que le había enviado unas semanas atrás y lo releyó. Impresionante, si los números eran ciertos, era un negocio redondo, muy lucrativo, y él tenía el dinero para llevarlo a cabo. Incrementar su capital no haciendo nada más que firmar un cheque quincenal era una idea atractiva, y ella había demostrado que era muy eficiente en lo que hacía, sin necesidad de que estuviera controlando su trabajo.
—Hola Patricio —dijo Luana apoyándose en la puerta de su despacho una hora después.
—Mira tú, mi arquitecta fantasma —contestó levantándose.
Ella sonrió y se acercó.
—¿Algún problema? ¿Tienes alguna queja? —preguntó apoyando su bolso sobre la silla.
—A ver… ¿por dónde empiezo? Tengo una amiga que huye de mí, solo puedo contactar con ella por correo electrónico, incluso me pregunto si realmente existe o si es producto de mi imaginación. Luego miro hacia el patio, veo su obra y me digo: No, ella es real…
—¿Estás conforme, no? —preguntó dudando.
—Por supuesto, cariño, el quincho quedó precioso. Pero no estoy hablando de eso, sino de nosotros…
—No existe un "nosotros", Patricio —afirmó cruzando sus brazos.
—Bueno, probablemente eso sea lo que me fastidia.
Luana suspiró, no quería hablar de ese tema.
—Lo siento, pero no tengo tiempo para hablar de eso ahora… ¿necesitas algo en relación a la obra? Estará terminada en una semana más.
—Sí, quiero hacer la inauguración oficial… ¿puedo programarla para el sábado siguiente a éste?
—Con seguridad —dijo asintiendo—, Susi es organizadora de eventos en su tiempo libre, si quieres puedes pedirle que te lo prepare.
—Buena idea, gracias —la tomó de la mano y la llevó hasta el sofá—. Siéntate, quiero hablar sobre los números que me enviaste.
Estuvieron conversando por más de veinte minutos sobre el proyecto que ella quería llevar a cabo. Él ya estaba convencido, pero disfrutó escuchándola.
—Este es el momento ideal para empezar, Patricio… al menos para mí. Nunca suelo aceptar más de dos obras grandes a la vez, conozco mis limitaciones, y los dúplexs del español se están terminando, el quincho también, así que me quedaré sin trabajo en breve —y con una sonrisa seductora, dijo—: Seré toda tuya.
—Ojalá eso fuera cierto —contestó pasando el brazo por su espalda y acercándola a él—, tenerte para mí solo es mi fantasía recurrente desde hace un tiempo —posó el labio en su cuello y le dio un beso debajo de la oreja.
—Patricio, estamos en tu oficina —dijo Luana tratando de zafarse.
—Si Marcela valora su trabajo, sabe que no tiene que interrumpirnos —la apoyó contra él y siguió prodigando pequeños besos en su cuello, estremeciéndola de la cabeza hasta los pies—, busca un buen terreno, arqui… porque haremos ese proyecto que tienes en mente.
—Ya… ya lo tengo —dijo acariciando su cuello, no podía resistirse.
—Entonces, cómpralo para mí —contestó sacándole el pinche del pelo. El cabello de Luana se deslizó como seda entre sus dedos, enardeciéndolo. Le levantó la barbilla y la miró—: no besarte la otra noche fue una de las cosas más difíciles que hice en mi vida, me moría de ganas, tú también lo deseabas… ¿no? Dime la verdad…
—Yo… eh, quédate quieto —dijo ella. Sus labios estaban tan juntos que podía sentir su respiración contra su boca—, no muevas un solo dedo. Ni siquiera respires, por favor.
—¿Para que puedas huir de nuevo? —preguntó rozando sus labios y pasándole ligeramente la lengua.
—Patricio… me siento como una prostituta, por favor, no sigas —pidió con voz entrecortada.
—¡¿Qué?!
Luana aprovechó su confusión para tomar distancia.
—Todo está demasiado mezclado —dijo confundida—, fíjate en lo que estamos haciendo, decidiendo un proyecto uno en brazos del otro. No quiero que pienses que utilizo la seducción para lograr conseguir este trabajo, me sentiría pésima si así fuera.
—¿Crees que soy tan estúpido como para decidir invertir en tu proyecto solo por calentura? Los números cierran, Luana… una cosa no tiene nada que ver con la otra. Ya te lo dije mil veces, no mezcles.
—¿No te das cuenta que eres tú el que está mezclando? —Y se levantó del sillón— No quiero este trabajo si existe la más mínima posibilidad de que tenga que pagar por él con mi cuerpo.
—Es espantoso lo que estás diciendo, Lua —dijo enojado.
—Quiero que las cosas queden claras. Piénsalo, Patricio —dijo tomando su bolso— Llámame cuando decidas algo. Tienes los datos del terreno en el análisis de factibilidad, incluso el plano de ubicación, puedes ir a visitarlo.
—Lo haré… ¿le das el número de teléfono de tu casa a Marcela, por favor? Varias veces intenté llamarte a la noche y apagas tu celular. Me gustaría poder ubicarte a cualquier hora.
Ella asintió y salió del despacho.

—Patricio me llamó para que organizara la inauguración de su quincho —dijo Susana del otro lado de la línea la noche siguiente.
—S-sí, le sugerí que lo hiciera —Luana estaba todavía fastidiada de cómo había resultado la última reunión, y se notaba.
—Gracias, nena… no es gran cosa, pero siempre ayuda. Me pasó la lista de invitados por correo y me dijo que hablara contigo para ponernos de acuerdo.
—¿Conmigo? —preguntó confundida— ¿Qué tengo que ver yo con eso? ¿No te habrá dicho que hablaras con Marcela, su secretaria?
—Nop, contigo —Luana bufó—. ¿Podemos reunirnos en su oficina mañana para ver el lugar?
—Claro, te avisaré a la hora que estaré en la zona… ¿por la tarde es mejor para ti, no?
—Sí, a la mañana estoy en la ganadera. Pero cuéntame, Lua… ¿cómo van las cosas con él?
—Más complicadas de lo que me gustaría —dijo suspirando—, al parecer el señor no entiende el concepto de lo que es un "no". Le presenté otro proyecto, similar al que estoy terminando para el español. Me dijo que va a comprar el terreno, pero yo no estoy tan segura de que querer seguir trabajando para él. Me mantiene constantemente tensa, no por el trabajo, sino porque insiste en que quiere tener algo conmigo, y no pierde oportunidad en demostrarlo.
—Que idiota eres, amiga. Deberías acceder, es un tipazo, y sabes que te mueres de ganas de acostarte con él.
—¿Qué crees que soy? ¿Una perra en celo o qué? —preguntó enojada— Solo porque me parezca atractivo no significa que tenga que ceder a mis bajos instintos. Si fuera cualquier otro hombre lo haría sin pensarlo, no lo dudes. No tengo pizca de mojigata, pero hacerlo con él complicaría nuestra relación comercial, y créeme, valoro más eso que una follada.
—Una buena follada, según las malas lenguas…
—¿Y tú como lo sabes? —preguntó asombrada.
—Las chicas hablan, y él es soltero sin compromisos… y no tiene vocación de sacerdote —dijo pícara.
—Cuéntame —pidió interesada— ¿conozco a alguna de ellas?
—¿Recuerdas a la prima de la esposa de Hugo? —se refería a un amigo en común de ellas— Esa que estaba de rojo el día de su casamiento…
Y empezaron a chismosear, como era usual. No quedó títere con cabeza.
Cuando cortó, Luana volvió a pensar en lo que estaba pasando con Patricio. Era un gran hombre, sin duda alguna, pero ella había conocido muchos buenos hombres en su vida, y al final todos estaban cortados por la misma tijera.
Meterse con él complicaría su existencia, y su trabajo.
Ella sabía manejar una situación complicada, haría que él mismo desistiera de su idea de seducirla.
Cuando quería ser fastidiosa, era la mejor.

Continuará...

Atrápame... si puedes - Capítulo 05

Pato a la carta

Decidieron cenar en el restaurante del club, ya que la parrilla estaba abarrotada de gente. Siempre pasaba eso cuando había torneos deportivos. Además, Patricio pensó que si se quedaban allí se encontrarían con un montón de amigos en común, que probablemente quisieran sentarse en la misma mesa, y no tenía intención de compartirla, no esa noche que por fin había logrado convencerla.
—Tu hijo es muy agradable —dijo Patricio.
—Es un muchacho excelente, estoy muy orgullosa de él.
—¿Y no es celoso?
—La verdad es que la última vez que tuve la oportunidad de comprobarlo, no lo era. Ahora que está grande… no tengo idea cuál sería su reacción si llegara a tener una relación. Está muy acostumbrado a verme sola.
—¿Y hace mucho que lo estás?
—Sí, hace como seis años que no tengo una pareja estable… ¿y tú?
—Yo me divorcié hace ocho años.
—Eso no significa que hayas estado solo todo ese tiempo…
—No tuve ninguna relación de importancia, aunque no soy un monje.
—Ningún hombre lo es, no me sorprende —respondió sarcástica.
—No tienes muy buena opinión de los hombres en general, Lua.
—Ustedes no se esmeran en comportarse muy bien.
—¿Quieres dejar de meterme en el mismo saco? —preguntó fastidiado— Yo siempre he respetado a todas las mujeres con las que he salido. No puedes juzgarme por experiencias que tuviste con otros.
—Tienes razón, Patricio —contestó suspirando—. Es más fuerte que yo, pero no me baso solo en mis experiencias, sino en la de todas mis amigas, y mis primas, tengo un par de ellas que la pasaron muy mal.
—Una relación es de a dos, cariño —dijo tomándola de la mano y acariciándole los nudillos—, la responsabilidad siempre es compartida.
—Te pedí que no me llam…
—Déjame ser cariñoso —la interrumpió—, no te lo digo solo por decirlo, lo hago porque lo siento —ella suspiró, pero no dijo nada—. Me encantan tus ojos.
—Espero que sea la forma y no el color —dijo riendo—. Porque soy más miope que un topo, y uso lentes de contacto con graduación de color verde desde que tenía veinte años.
—Definitivamente es la expresión de tus ojos la que me atrae —contestó, siempre con la palabra justa—. Cuéntame por qué tu hijo lleva tu apellido y no el de su padre.
—Lleva el de su padre, pero en segundo lugar —contestó soltándose de su agarre, ya que el maître había llegado con la comida.
—Eso no es común.
—Cierto, no lo es… pero tuve una muy buena abogada —contestó sonriendo complacida—. En realidad es muy sencillo, cuando me quedé embarazada y se lo conté, desapareció. La decisión de tenerlo fue mía y asumí toda la responsabilidad, jamás esperé nada de él. A instancias mía, lo conoció cuando tenía dos meses de edad y se enamoró de su hijo, pero ya era tarde, estaba reconocido por mí. Luego, cuando me hizo el juicio de rectificación de nombre…
—¿Él te hizo un juicio? ¿No debería ser al revés? —la interrumpió sorprendido.
—Sí, así es… y Ángelo ya tenía cuatro años cuando lo hizo. Yo estaba preparada, apenas nació contacté con la mejor abogada del menor que existe, y ella me explicó que se había promulgado una nueva ley que me amparaba. Pues bien, él intentó adicionar y rectificar el orden de los apellidos sin mi consentimiento, pero la jueza me notificó, se lo envié por fax a mi abogada, que ya estaba preparada y lo resolvió en un abrir y cerrar de ojos. Le firmé un poder, y en mi nombre ella se allanó, aceptó la paternidad, pero se rehusó al cambio de apellido alegando esa nueva ley. Gané, por supuesto.
—¿Y tu hijo que opina al respecto?
—Es digno hijo de su madre, le importa un carajo —contestó riendo, Patricio negó con la cabeza sonriendo también—. Ángelo no quiere cambiar el orden de sus apellidos, está orgulloso de llevar el mío primero. Su padre, a pesar de que siempre formó parte de su vida, nunca aportó nada, no merece semejante regalo. Por supuesto, intentó convencerlo, pero cuando se dio cuenta que era inútil, decidió por fin cambiarle la cédula, eso ocurrió recién el año pasado.
—Que irresponsable, es terrible lo que me cuentas.
—Ni me lo digas, lo viví en carne propia. A pesar de todo Ángelo es un chico muy sano psicológicamente, yo jamás me opuse a que se relacionara con su papá, nunca me he metido en su relación ni tampoco le he hablado mal. Pero él no es tonto, y ahora se está dando cuenta de muchas cosas, su padre se ha encargado solito de mostrarse tal cual es. Yo siempre supe que eso ocurriría a la larga.
—Eres una mujer admirable, Luana… no me cansaré de repetirlo.
—Solo intenté hacer las cosas correctamente, Patricio. No me pongas en un pedestal, porque soy cualquier cosa menos altruista. La verdad es que soy muy egoísta, todo lo hice pensando en mí. Me parecía tremendamente injusto darle el regalo de un hijo gratis, sin hacerle pagar aunque sea un poco por su abandono, y no me refiero a mí, sino a su hijo. Y me salió muy bien, él es un hombre muy machista, y que su propio hijo lleve mi apellido en primer lugar es como una patada en el culo para él.
—"Hazme un favor, y te devolveré tres veces, hazme daño… y atájate" —repitió lo que ella le había dicho.
—Lo re-recordaste… —dijo Luana sorprendiéndose.
—Escucho todo lo que dices, cariño —contestó sonriendo.
—Eres un raro espécimen de hombre —aceptó mirándolo como si lo viera por primera vez.
—Me alegro que por fin te hayas dado cuenta.
Luana bajó la cabeza y se puso nerviosa. No iba a permitir que ese hombre penetrara su coraza, de ninguna manera. Ya había conocido a un hombre así antes, uno cuya conversación era deliciosa, que sabía exactamente qué decir para desarmarla. Un experto en la seducción, cuyo encanto residía en su trato, en su conversación inteligente y sobre todo en su sabiduría sobre la mente femenina, en su sensibilidad. Ningún hombre antes que él supo nunca lo que ella necesitaba como él lo sabía, aun sin pronunciar una sola palabra. Antes incluso que ella supiera, él ya cumplía sus deseos.
Se había enamorado de él por única vez en su vida. Y resultó ser un mentiroso, pero de los peores, porque aparentaba totalmente otra cosa.
Patricio parecía ser del mismo tipo. Dulce, complaciente, cariñoso, sensible, capaz de bajarle la luna si ella se lo pidiera.
Y eso era muy peligroso, tremendamente nocivo para su persona.
Pobre Patricio, sin querer había cavado su propia tumba.
Ella no se lo demostró, por supuesto, pero inconscientemente lo relegó más aún a la "zona amistosa", una región de su mente en la que él mismo le había dicho que no quería estar.
—Basta de hablar de mi —dijo Luana en un momento dado—, cuéntame sobre ti, sobre tus hijos… y tu nieto. Me parece increíble que ya seas abuelo, aunque tengo un hermano que también lo es, y solo tiene cuarenta y cinco años.
—Empezamos la producción muy pronto —dijo riendo—. Me imagino que debe ser la misma historia que la mía: la novia de la secundaria que se queda embarazada sin querer, la boda precipitada y el hijo no buscado, pero amado. Luego llegan los otros, y te ves envuelto en una telaraña de la que te es imposible escapar.
—Exactamente, eso le ocurrió a mi hermano. Pero él zafó… y tú también.
—Ella se encargó de eso, yo hubiera seguido casado si no me hubiese sido infiel. Pero ahora le agradezco que lo haya sido, mi vida cambió totalmente después de eso. Fue como si hubiera estado dormido durante dieciséis años, y de repente desperté en un mundo que me encantó.
—O sea, que la soltería te gusta.
—Lo que me gusta es la opción de poder elegir. Pero no soy el tipo de hombre que le guste estar solo, tampoco me gusta estar acompañado solo por soledad, pero lastimosamente no he encontrado alguien que me interese hasta el punto de perder de nuevo mi libertad —hasta ahora, pensó.
—En eso te comprendo perfectamente, no hay nada mejor que hacer lo que uno quiere, cuando quiere y como quiere…
—A menos que lo que uno quiera sea lo que el otro también desea. Entonces la ecuación cambia totalmente. Es hermoso compartir la vida con otra persona, Lua… si eso es lo que deseas hacer.
—Lo sé —dijo sin querer. Y al instante se arrepintió.
—Eso significa… que estuviste enamorada —afirmó.
—Mmmm. S-sí… una vez —aceptó a regañadientes—. Pero no quiero hablar de ese tema.
—¿Todavía duele? —preguntó muy interesado.
—Nooo, no… para nada —contestó muy segura—. Fue hace mucho tiempo.
—¿Dieciocho o seis años? —volvió a preguntar.
Ella lo miró sorprendida de nuevo. Volvió a hacerlo, la escuchó de nuevo. Y eso que ella hablaba hasta por los codos.
Ese hombre era peligroso, muy peligroso.
—Seis años —asintió, con una sonrisa nerviosa— ¿Y tú le fuiste fiel a tu ex? —preguntó para cambiar de tema.
—Todos y cada uno de los años que estuvimos juntos. Pero no la culpo, Lua. Como te dije, una relación es de a dos, ella solo buscó lo que yo no era capaz de darle: compañía. Estaba tan metido en mis negocios, en mantener a mi familia, en acumular dinero, que no presté atención a sus necesidades. Los dos tuvimos la culpa en partes iguales. Yo por abandonarla afectivamente y ella por no expresar lo sola que se sentía y buscar en otra persona lo que no pude darle. Fin de la historia, el divorcio fue terrible, por supuesto, pero ahora podemos estar uno frente al otro sin matarnos.
—Bueno, eso está muy bien. Yo todavía no logro estar frente al papá de Ángelo sin querer descuartizarlo —dijo riendo a carcajadas— es más, hace un tiempo que no hablo con él, desde que el cachorro se hizo lo suficientemente grande para tomar sus propias decisiones. En ese momento me abrí y dije: "Suficiente tortura, de ahora en más: paz y tranquilidad".
—Parece que los dos hemos pasado por muchas cosas, ojalá hayamos aprendido algo —y volvió a tomarla de la mano—. Quizás hasta podamos poner en práctica nuestras malas experiencias y sacar algo bueno… juntos.
—Pensé que solo querías calmar "cualquier tipo de sed" que tuviera —dijo sonriendo pícaramente—, al menos eso me dijiste en tu departamento.
—Y puedo hacerlo… eso incluye tener una relación si eso es lo que deseas, pero podemos empezar por donde quieras, cariño. Estoy abierto —acercó su mano y le besó los dedos, lo giró y besó su palma—, tú decides, yo me acoplo a tus deseos, al ritmo que quieras.
—Gracias por la oferta —dijo retirando su mano—, pero no estoy interesada. Mi sed actual solo incluye agua o un buen vino —y levantó su copa en señal de brindis.
—Por algo se empieza —contestó levantando también su copa—. Brindo por haber saciado tu sed esta noche, y por la esperanza de hacerte cambiar de opinión.
—¿Nunca te das por vencido?
—Por supuesto que sí, pero no tan rápido, Lua.
Chin chin.

Continuará...

Atrápame... si puedes - Capítulo 04

El que no corre… vuela

—¿A qué hora viene que nunca la encuentro? —preguntó Patricio a su secretaria casi un mes después, refiriéndose a la arquitecta.
La obra había empezado quince días atrás y él no había logrado verla un solo día. Todas las comunicaciones las hacía por correo electrónico.
—Normalmente dos veces al día, señor, una a la mañana y otra a la tarde. Va directo al patio, termina de fiscalizar el trabajo de su gente y se retira, ni se la siente. Incluso toda la provisión de materiales se hace por un hueco que abrió en la pared del garaje que está conectado al dormitorio de servicio, para no molestarnos. Me dijo que luego lo cerraría.
—Sí, lo vi… parece un fantasma —dijo su jefe fastidiado.
—Pero está quedando muy lindo el espacio, y ella es muy agradable —informó Marcela sonriendo, como dándole el visto bueno a su jefe.
—Mmmm, si la interceptas dile que quiero verla… o avísame cuando está aquí para ir a hablar con ella.
—Lo haré, señor… permiso —y se retiró.
Pero volvió al instante.
—Señor Dionich, la arquitecta está en el patio —informó con una sonrisa.
Patricio asintió sin poder disimular su entusiasmo.
Luana estaba complacida por cómo estaba quedando el proyecto. Los espacios eran generosos y la estructura se había hecho con paredes portantes y un sistema rápido de lista-losa, por lo tanto ya se estaba empezando a techar, al ritmo que llevaba estaría terminado en menos de un mes.
Los detalles, como siempre, eran lo que más tiempo llevaban y entrarían en esa etapa una vez terminada la cobertura y los revoques. Patricio había aprobado por correo electrónico la idea general, pero necesitaba su visto bueno en relación a muchos puntos. Había logrado sortearlo hasta ahora, pero tendría que verlo en algún momento.
—Hola arqui —saludó su nuevo cliente.
—¡Hola Patricio! ¿Cómo estás? —dijo sorprendida— Justo estaba pensando en ti.
—¿En serio? —se acercó y le dio un beso en la mejilla— Me sorprendes, creía que estabas eludiéndome.
—Para nada —contestó riendo—, solo que no quiero molestarte por tonterías, se supone que se contrata un arquitecto para evitar los dolores de cabeza de una construcción. Pero esta vez tendrás que dar tu visto bueno para los detalles, esperaba encontrarte.
—Pues aquí estoy, y tengo tiempo… dime.
—¡González! —dijo llamando a su maestro de obra y dándole la llave de su camioneta— ¿Me traes por favor la caja que está en la valijera? —Y mirándolo de nuevo, lo invitó, burlándose de ella misma—: ¿Pasas a mi oficina?
Lo que ella llamaba su "oficina" no era más que un tablón de madera con un banco largo del mismo material ubicado a un costado de la obra, en un obrador improvisado y desmontable. Allí estaban apoyados varios planos, había reglas, lápices de carpintero y otros materiales.
—Estás avanzando muy rápido —dijo Patricio sentándose en el banco al lado de ella—, me sorprendes.
—Una vez terminamos una casa de dos dormitorios de una sola planta en un mes y medio, esto deberíamos poder acabarlo antes —informó, y le pidió a su ayudante que apoyara la caja en la mesa.
Sacó varias muestras de pisos, azulejos y guardas, así como un muestrario de colores de pintura para que Patricio los aprobara. Estuvieron discutiendo durante media hora sobre las diferentes opciones, hasta que entre los dos decidieron cuál era la mejor combinación.
—Bueno, ya está todo aprobado —dijo Patricio complacido—, me gusta mucho lo que has elegido.
—Gracias —contestó sonriendo—, eres un buen cliente. Normalmente tengo más problemas para complacerlos, algunos son terribles.
—Y tú una excelente profesional —respondió, no pudiendo evitar posar la mano por su espalda y acariciarla. Luana se sobresaltó, él se dio cuenta, pero no dijo nada, ni siquiera dejó de tocarla—. Me gustaría que almorzáramos juntos… ¿puedes?
—Esta vez me toca a mí invitarte, Patricio… ¿recuerdas?
—Jamás lo permitiré —dijo categórico—, no me vuelvas loco, arqui. Sé que te pareceré retrógrado, pero no puedo permitir que una mujer pague, me sentiría un inútil. No me hagas eso, por favor.
Típico, pensó sonriendo.
—De todas formas no puedo, pero gracias por la invitación —y llamó a su ayudante para que llevara de vuelta la caja a su vehículo.
—¿Estás evitándome en serio, no? —preguntó casi malhumorado.
—Sabes lo que opino al respecto.
—Pero ni siquiera me das la opción de ser tu amigo —dijo suspirando—, bueno, aprovechemos este momento entonces. Caminemos por el patio —y la tomó del brazo, estirándola—. Cuéntame que tal van tus otras obras.
—Maravillosamente bien —contestó Luana, y se le iluminó el rostro cuando se lo contaba—, ya conoces el proyecto de los cinco dúplexs que estoy construyendo cerca de aquí —él asintió con la cabeza—. Pues bien, ya se vendieron tres de ellos y todavía no están acabados. Mi cliente español está muy complacido, la obra incluso se terminará con el dinero de las señas de trato. A este paso, tendrá una ganancia de más del 50% de su inversión, en menos de ocho meses.
—Esa es una excelente renta —dijo sorprendido—. Me gustaría ver números al respecto… ¿puedes prepararme un informe?
—Por supuesto —dijo Luana sonriendo y caminando lentamente a su lado—. Y no te sorprendas, el negocio inmobiliario siempre es lucrativo si se analiza bien el mercado. Solo hay que saber elegir la ubicación del terreno y que sea barato, eso es primordial. Y el proyecto debe ajustarse a la idiosincrasia de la gente a la que va dirigida.
—Tienes mucha visión.
—Es mi negocio, Patricio. Pero… ¿tú de verdad estás interesado en esto?
—Depende de los números, arqui… puede llegar a interesarme. ¿Por qué no? Yo creo que no hay que meter todos los huevos en una misma canasta. Y si tengo una asesora de tu calibre, creo que podemos hacer buenos negocios juntos… ¿no crees?
—Te haré un análisis de factibilidad, con mucho gusto. Podemos empezar con dúplexs, y si el negocio es lucrativo para ti, quizás extendernos a condominios o edificios —dijo bajando la vista. Su mirada estaba quemándola por dentro—. Volviendo al quincho, Patricio… ¿quieres presentar los planos de esta obra a la Municipalidad? No hablamos sobre eso…
Y así estuvieron otros quince minutos conversando, hasta que ella informó que tenía que irse.
—¿Cuándo cenarás conmigo? —preguntó Patricio antes de dejarla ir.
Luana lo miró y frunció el labio, suspirando.
—Te llamaré algún día cuando llegue la noche y no caiga desfallecida de cansancio…
—Eso suena a "nunca".
Ella solo sonrió.

Dos semanas después Patricio estaba jugando básquetbol mixto en su club social a la noche, y cuando terminó el partido se acercó a conversar con Susana, su compañera de equipo y amiga.
—Buen juego —dijo.
—¡S-sí, ganamos! A este paso nos llevaremos la copa —contestó riendo—. Ven, Pato… siéntate a mi lado, hace mucho no conversamos, me contó Lua que está haciendo una obra para ti.
—Sí, estoy muy contento con su trabajo, es excelente en lo que hace.
—Lo sé, y muy profesional. Una vez reorganizó las oficinas de la ganadera de mi tío, donde yo trabajo y lo decoró muy bien. Pero cuéntame, sabes que soy una chusma… ¿ella te gusta?
—Mmmm, curiosa —contestó sonriendo—. Eso es algo entre ella y yo.
—Dudo que haya algo que contar de todas formas, no creo que te haga el más mínimo caso.
—¿Dudas de mis dotes de seducción? —preguntó levantando las cejas— No creo ser un partido despreciable, solo dame tiempo.
—No dudo de ti… pero la conozco.
—Y yo a medida que lo hago, la comprendo menos, Susi… —Patricio suspiró— ¿por qué se encierra en sí misma? Es una mujer increíble, pero al parecer no se da cuenta de eso. No sé si tiene algún trauma, si cree que es poca cosa o qué mierda le pasa…
—No tiene nada que ver con eso, Pato. Ella tiene un amor propio enorme, creo que demasiado grande. Te diría que es todo lo contrario, se siente tan bien consigo misma que no necesita otra compañía. Creo que lo que teme es perder su independencia si deja que alguien entre en su vida.
—Llevo más de un mes detrás de ella, ya no sé qué hacer. Hasta estoy invirtiendo una suma astronómica en ese maldito quincho para poder verla y ni siquiera accedió a salir conmigo. Solo logré que almorzáramos juntos una vez… —Patricio la miró y frunció el ceño— ¿Vas a comentarle sobre esta conversación, no? Mejor me callo…
Susana rió a carcajadas.
—No seas tonto, tú eres tan amigo mío como ella, lo que haré será intentar ayudarlos… dime qué quieres que haga.
—¿Puedes conseguir que salga conmigo? —preguntó esperanzado.
—Ni siquiera logro que salga conmigo a menos que sea un almuerzo y esté por mi zona al mediodía. O un café a la tarde a veces, no sale mucho de noche —Y de repente se le iluminó el rostro—. ¿Hoy no es la final de fútbol juvenil?
—Creo que sí… ¿por qué?
—Su hijo juega en el equipo "Octopus", seguro está viendo el partido.
Patricio miró hacia las canchas de fútbol y sonrió.
—Gracias, cariño… si la encuentro, te debo una.
Le dio un beso, tomó su mochila y se dirigió hacia su objetivo.
Y allí estaba su arquitecta, sentada con otras dos mujeres y un hombre, observando el partido. Sin que lo viera, preguntó a unos observadores por el avance de juego y le informaron que estaba en el minuto diez del segundo tiempo. Podía darse una ducha antes de verla, y se dirigió a los vestuarios.
Cuando volvió, Luana se había levantado y estaba apoyada en un árbol a un costado de la cancha… ¿fumando?
Se acercó por el costado.
—No deberías fumar —le dijo en su oído—, hace mal a la salud.
No se sobresaltó, simplemente giró su cabeza y le dijo:
—Seguro lo dejo, solo porque tú me lo aconsejas —contestó irónica.
—Hola mi arqui preferida —y le pasó un brazo por el hombro.
—Hola jefe… ¿tienes otra arqui? No sabía que me estabas metiendo los cuernos. Pensé que era un arquitecto y que tú le metías los cuernos conmigo.
—Así que ya estás enterada —aprovechando que no le pidió que la soltara, siguió abrazándola amistosamente.
—¿Hay algo que en esta ciudad no se sepa? Si estornudamos, sale publicado en la revista del club.
—¿Cuál es tu hijo? —preguntó Patricio mirando hacia la cancha.
—El número diez, el más guapo de todos —contestó riendo.
—Lleva tu apellido —dijo mirando las letras inscriptas en la camiseta que llevaba puesta.
—Por supuesto, yo lo reconocí primero… el que llega último, queda en segundo lugar.
—¿Por qué será que no me sorprende? —dijo él mirándola a los ojos—. Estás muy hermosa hoy, Lua.
—Mentiroso, y tú hueles demasiado bien para mi gusto, así que aléjate de mí —pidió riendo, y separándose de él.
Pero Patricio no le dio tregua:
—No puedes decirme eso y alejarte —la abrazó por detrás y la acercó a su cuerpo, haciéndole cosquillas en el cuello con su aliento—. Tú hueles maravillosamente bien también.
—Te vi jugando —dijo apoyándose en él. Patricio no podía creer que se dejara abrazar—, ¿ganaron?
—Por supuesto… y ahora vine a reclamar mi premio.
—¿Qué es…?
—Una cena contigo, por supuesto.
Luana suspiró, y él aumentó ligeramente la presión de sus brazos alrededor de su cintura y le dio un beso en el hombro. Ella sintió su aliento caliente y se estremeció involuntariamente. No era más que un abrazo amistoso, se dijo a sí misma, pero en su interior sabía lo mucho que lo estaba disfrutando. Hacía un siglo que no se dejaba mimar por un hombre, y se sentía tan bien.
—Deja que le entregue las llaves del auto a mi hijo cuando termine su partido —dijo soltándose y mirándolo—: luego tendrás que llevarme a mi casa… temprano.
—Será todo un placer.

Continuará...

Atrápame... si puedes - Capítulo 03

El "bulín"

—Estás increíblemente dispersa, Lua… tú no eres así.
—Ay, Sannie... es que el almuerzo con ese tipo ayer me dejó en la luna, y todavía me dura.
Sannie Rotela era su amiga desde hacía aproximadamente diez años. Se habían conocido en el colegio donde estudiaban los hijos de ambas, los dos varones y de la misma edad, compañeros de clases. La mayoría de las madres del grado eran casadas y no tenían nada en común con ellas, por lo tanto cuando se conocieron congeniaron al instante, ya que ella en ese momento estaba en proceso de divorcio.
Una actividad llevó a otra, hasta que sin necesidad de cita previa, tomaban un capuccino en una de sus cafeterías preferidas dentro de un conocido shopping por lo menos una vez a la semana. Normalmente era Luana la que la llamaba cuando terminaba de hacer el recorrido por las obras o de mostrar alguna propiedad a algún cliente a la tarde, y Sannie se acoplaba si no tenía alguna clase en ese momento.
Era una hermosa y famosa bailarina y coreógrafa, tenía una conocida academia de baile y un spa exitoso. Era pequeña, esbelta a base de comer solo lechugas y pollo hervido, pero con curvas en los lugares estratégicos.
Siempre tenía alguna historia picante que contar, o algún lio en el cual se había metido, normalmente sin querer, a veces incluso inventado por la prensa amarillista.
—Debe ser un gran tipo para haberte dejado así… a ti, la mujer "que-me-importan-los-hombres,-que-se-pudran".
Luana rió, dándole un sorbo a su capuccino.
—No es lo que piensas, en realidad me confundió. Yo pensé que me había llamado solo por trabajo, pero luego me invitó a almorzar… y no sé muy bien lo que pasó, pero el proyecto quedó relegado a su oficina, el almuerzo fue algo totalmente personal, me intriga lo que quiere de mí y eso me altera.
—Eres demasiado controladora… ¿Por qué no te dejas llevar? ¿Qué pierdes?
—Ya pasé por esto miles de veces en mi vida, Sannie… no quiero más líos de pantalones, ya tuve muchos y solo traen sufrimientos, me dejan un sabor amargo en la boca y alteran mi vida ordenada. ¿Qué pierdo? Mi cordura… mi paz y mi tranquilidad.
—Mmmm, nada mejor que un buen polvo para quedar suuuper tranquila y relajada —dijo pícaramente.
Ambas rieron a carcajadas.
—Definitivamente, no tienes arreglo… ¿Y los muchachos? —preguntó Luana cambiando de tema.
—Los viejos, querrás decir —se refería a un grupo de señores que todos los días hacían su after hour en esa cafetería del shopping—. Seguro llegarán en cualquier momento, ya es su horario.
Sannie era menor que Luana, tenía treinta y ocho años, pero sus gustos en hombres eran muy especiales, si tenían más de treinta años ya eran ancianos para ella. Le gustaban jóvenes, musculados, potentes y si eran rubios, mejor. Siempre se burlaba de la edad de los amigos que Luana le había presentado, pero disfrutaba de la atención que ellos le daban, todos babeaban por la exótica y famosa bailarina.
El grupo se armó sin querer, un día Luana se encontró con que Julio y Néstor, dos de sus mejores amigos formaban parte, y cuando llegaron a tomar el capuccino acostumbrado, las invitaron a unirse a ellos. Actualmente, si se encontraban no necesitaban invitación, simplemente se sentaban en la misma mesa. A veces incluso se reunían en la casa de alguno de ellos, hacían un asado o cantaban karaoke, actividad que a Luana le encantaba.
Normalmente eran ellas las únicas dos mujeres, pero a veces –cuando su novio lo permitía–, se unía Lisette, otra amiga de Luana, de Julio y de Néstor. Una divorciada atractiva de su misma edad con tres hijos varones, alta, exuberante e interesante, con una lengua mordaz que a veces dejaba descolocado hasta al más intrépido de los varones.
—Hablando de Roma… —dijo Luana al ver a uno de sus amigos acercarse.
—…el burro se asoma —terminó la frase Sannie, sonriendo.
Detrás de él llegaron otros dos señores, incluyendo uno particularmente interesado en Luana. Por supuesto, ella no le daba el más mínimo trato especial, pero él no perdía la oportunidad de demostrarle lo mucho que le gustaba.
El grupo fue ampliándose y estaban conversando de cualquier tontería, tomándose el pelo entre ellos o burlándose de las desgracias ajenas, cuando una voz profunda la saludó desde atrás.
—Hola arqui, que sorpresa encontrarte aquí.
Luana se giró sorprendida.
—¡Patricio! —se levantó y casi tira la silla al suelo— ¿Qué haces aquí?
—Tengo una reunión con el gerente del shopping… ¿y tú? —preguntó mirando a todos los ocupantes de la mesa y saludándolos con un gesto de la cabeza— Hola Néstor ¿cómo estás? —dijo reconociendo a uno de ellos.
Luana aprovechó y le presentó a todo el grupo, luego él se la llevó a un costado.
—¿Vas a estar aquí cuando termine mi reunión? —preguntó esperanzado— Me gustaría tomar un café contigo… ¿puede ser?
—No lo sé… estoy esperando la llamada de mi hijo para buscarlo de la casa de un amigo. Luego tengo que ir a trabajar en el proyecto del bulín para un importante cliente nuevo —y sonrió, mirándolo pícaramente.
—Espero que no te refieras a mí, porque estarías malinterpretando mis intenciones con ese proyecto —dijo frunciendo el ceño.
—Es una broma, Patricio —dijo ella, creyendo haber metido la pata.
—Espérame… ¿sí? —ordenó él.
—Haré todo lo posible —contestó Luana.
Y se despidió de todos los presentes con un gesto de la mano.
—¿Es él? —preguntó Sannie en su oído.
—Mmmm, síp —contestó Luana asintiendo con la cabeza— ¿Qué te parece?
—Mega híper viejo, por supuesto —dijo soltando una carcajada—, pero parece interesante, se ven muy bien juntos.
—No empieces tú también. Susi está tratando de hacer de casamentera desde que lo conocí en su cumpleaños.
Por supuesto, cuando Patricio terminó su reunión, cuarenta minutos después, y fue hasta la cafetería para encontrarse con Luana, ella ya no estaba.
La llamó a su celular, pero no contestó, tampoco le devolvió la llamada en todo el fin de semana.

El anteproyecto que le había enviado Luana a su correo electrónico el lunes estaba perfecto, lo imprimió, lo estudió, y encontró que aparte de unos pequeños arreglos de ubicación de muebles en el departamento, no tenía mucho más que objetarle, había captado su idea de forma magistral.
Estaba todo impecablemente detallado, incluso le había enviado un costo aproximado por metro cuadrado de construcción, que estaba por debajo de lo último que su cuñado le había presupuestado, y un costo de honorarios profesionales de anteproyecto en caso de que la obra no se llevara a cabo.
Patricio suspiró y se acomodó en su sillón gerencial mirando el dibujo. Realmente ella tenía razón, no necesitaba venir a explicárselo, hacerlo hubiera sido perder el tiempo, y la señora arquitecta sabía sobre eso, pero igual hubiera querido verla.
Marcó su número de celular, esta vez sí contestó con un «hola».
—Hola, Luana.
—¿Quién habla? —preguntó desorientada.
—Patricio Dionich —dijo, fastidiado.
—¡Ahh, hola Patricio! Lo siento, no te tenía entre mis contactos todavía —contestó justificándose—, pero ahora mismo guardo tu número, la siguiente vez ya te reconoceré.
¿Por qué no le sorprendió? Era como si hubiera estado esperando eso de ella.
—He recibido tu correo —contestó.
—¿Y, qué te parece?
—Está muy bien, captaste perfectamente la idea. Los muebles ya los tengo, solo hay que reubicarlos de acuerdo a su tamaño, pero me gustaría un prepuesto final para poder empezar la obra.
—Con mucho gusto, lo tendrás en una semana —contestó con eficiencia—. Eso llevará más tiempo porque tengo que hacer cómputo y análisis de precios.
—¿Quieres pasar por mi depart… mmmm, "bulín" actual para tomar las medidas de los muebles para ubicarlos en el proyecto? —preguntó risueño.
—Claro, cuando quieras.
—Mañana viajo, pero vuelvo el jueves… ¿te parece bien el viernes después del trabajo?
—No necesito que estés presente, Patricio, puede abrirme tu secretaria o puedes dejarme la llave en la portería de tu edificio, no te molestes.
—No es molestia, y prefiero estar allí.
—Bien, mándame la dirección por mensaje de texto o e-mail, y la hora de la cita… ¿sí? —y se escucharon ruidos detrás de la línea, como los de una sierra en funcionamiento— Lo siento, apenas te escucho.
—Bien, nos vemos el viernes.
Y cortó la comunicación.
No estaba acostumbrado a esa total falta de interés de parte de una mujer, ni siquiera le había preguntado donde iba, tampoco le había deseado buen viaje. Incluso parecía divertirle que quisiera un "bulín", como ella llamaba al proyecto. Esa arquitecta era un extraño espécimen femenino.
Él tenía una hermosa casa en un condominio privado fuera de la ciudad, su lugar apartado del mundo donde se relajaba y estaba en paz con la naturaleza circundante. Ese departamento lo necesitaba solo en caso de urgencia: cuando necesitaba una ducha, una siesta, o un lugar improvisado para dormir una noche. Incluso un sitio para ofrecer a sus clientes extranjeros en caso de necesidad, por eso alquilaba uno.
No tenía pensado construirlo inmediatamente, pero al parecer sería la única forma de conocerla más.
Manos a la obra.

—¿Te parece un buen precio por mi casa, Lua? —preguntó Kiara por el celular unos días después.
—No creo que consigas una oferta mejor, amiga. Tu casa lleva en el mercado mucho tiempo y hasta ahora nadie te había hecho una propuesta tan generosa. Incluso tendrás un departamento para ti cuando el edificio que van a construir allí se termine, y a precio de costo… ¿qué más quieres? Es una empresa constructora seria, y te darán dinero en efectivo como seña de trato. Puedes invertirlo, comprar un dúplex pequeño para vivir mientras el proyecto se concrete. Luego puedes alquilar uno de los dos y tienes una renta mensual, me parece ideal.
—¿Qué haría sin ti? —preguntó suspirando— Bien, lo aceptaré.
—¿Tienes que compartir las ganancias con tu ex?
—No, la casa está a nombre de Ramiro y él está de acuerdo —se refería a su hijo—, y tengo el usufructo vitalicio. Son términos del divorcio.
—Tuviste suerte, mira el caso de Lisette, que luego de quince años de matrimonio y tres hijos, salió de su casa con lo que llevaba puesto.
—Sí, terrible. Pero hablando de llevar algo puesto… ¿qué te pondrás para tu encuentro esta tarde?
—Ya estoy vestida y no volveré a casa… ¿tengo que ponerme algo especial? —preguntó asustada— Solo voy a tomar algunas medidas.
—¿Y piensas tomar la medida de su polla por si acaso?
—¡No seas atrevida! —contestó riendo a carcajadas— En todo caso si tengo que tomar alguna medida privada, será la de su lengua… o pensándolo mejor, la de su cuenta bancaria. Habría que ver hasta qué punto podemos extender la generosidad del potentado.
—Suerte, querida… ojalá que puedas conocer el tamaño de algo armado, pero que no tenga nada que ver con el hormigón.
Se despidieron riendo y Luana, que estaba terminando de mostrar una casa en ese momento, subió a su vehículo y se dirigió hacia el departamento de Patricio, no sin antes enviarle un mensaje de texto diciendo: «estoy camino a tu depto».
Él le respondió inmediatamente: «llego en 10».
De nuevo Luana se sorprendió. No sabía lo que esperaba encontrar, quizás un departamento híper moderno tipo loft, enorme y lujoso. Sin embargo, era un edificio pequeño, muy familiar y el departamento era cálido y confortable, pero nada ostentoso y se encontraba solo a unas cuadras de su oficina. Si bien tenía dos dormitorios, uno de ellos estaba equipado como escritorio, el otro tenía una cama de doble plaza.
Él la dejó sola para que tomara las medidas que quisiera mientras se dirigía a la pequeña cocina.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó entrando al dormitorio donde ella se encontraba en ese momento.
—No, puedo sola… tengo el metro rígido —dijo.
Patricio sonrió pensando en una parte de su anatomía que estaba poniéndose de la misma forma al verla descalzarse y subirse a la cama para tomar las medidas del cuadro que estaba sobre la cabecera.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó.
—Sí, por favor… tengo mucha sed.
—¿Agua, gaseosa, café, vino —preguntó tomándola de la mano y ayudándole a bajarse de la cama— …o yo?
Estaba demasiado cerca, y Luana, que estaba descalza, lo miró a los ojos. Ella era bastante alta, por lo que le sorprendió tener que levantar tanto la cabeza para poder verlo sin llevar tacones.
—¿Te estás ofreciendo como bebida? —preguntó frunciendo el ceño.
—Puedo calmar cualquier tipo de sed que tengas, cariño —dijo insinuante.
—Primero que nada, Patricio —contestó posando la mano sobre su pecho y empujándolo suavemente—, no soy tu "cariño". Segundo, solo estoy sedienta de agua, pura y cristalina, por lo tanto es todo lo que necesito que calmes. Cualquier otra sed la tengo cubierta, gracias… no necesito tus servicios.
Se calzó rápidamente los zapatos y salió de la habitación.
Metí la pata, pensó Patricio.
Fue de nuevo hasta la cocina y volvió con un vaso con agua.
Ella lo estaba esperando parada en la mitad de la sala con los brazos cruzados y una mirada desafiante. Si conocía algo de expresión corporal, Patricio sabía que estaba en problemas.
Extendió el vaso hacia ella.
—Gracias… eh, creo que antes de continuar tenemos que hablar —dijo Luana aceptando la bebida.
—Dime… —contestó expectante.
—¿Estoy loca o estás tratando de ligar conmigo? —preguntó directamente.
Él sonrió y suspiró.
—De cualquier otra mujer me sorprendería esa pregunta, pero viniendo de ti me parece hasta previsible. No nos conocemos mucho, Luana… pero me gustaría hacerlo. No te lo voy a negar, me gustas como mujer y te admiro como profesional. Quizás actué precipitadamente, lo siento, pero mis intenciones no son solo "ligar" contigo, quiero conocerte.
—Puedes conocerme sin intentar otra cosa. Podemos ser amigos, yo no estoy interesada en nada más, quiero que eso te quede claro.
—Si vamos a ser sinceros, Lua —era la primera vez que él la llamaba así, y sonó tremendamente íntimo debido a lo cerca que estaba—, quiero que sepas que valoraré tu amistad, pero no quiero me encasilles en esa zona para siempre. No tengo intención de ser solo tu amigo, creo que los dos somos adultos y podemos ser claros al respecto.
—Patricio, yo no quiero tener nada contigo, ni con nadie. No es nada personal, te lo juro… es una decisión personal.
—¿Me estás diciendo que decidiste convertirte en monja a los cuarenta años? —preguntó frunciendo el ceño.
—Tengo cuarenta y tres años. Y no, solo decidí que no quiero más complicaciones en mi vida —dijo moviéndose por la sala, acariciando una estatua con los dedos, alejándose—. Vivo tranquila y feliz desde que opté por no relacionarme sentimentalmente con nadie más, y quiero seguir así. Si esto altera de alguna forma nuestro trato de negocios quiero que me lo digas ahora y terminamos con esto de una vez, no me hagas perder el tiempo.
Y lo miró a los ojos, fijamente. Estaba demasiado lejos para su gusto. Esto no estaba saliendo como él se había imaginado. Esa mujer era un enigma demasiado grande, y él nunca pudo resistir un reto.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra, Lua —aceptó siendo sincero y acercándose de nuevo a ella—, no mezcles.
—No… eres tú el que está mezclando las cosas —contestó topándose con el respaldo del sofá detrás de ella—. El sexo ¿porque eso es a lo que quieres llegar, no? …siempre arruina todo.
—¿Quién te hizo tanto daño? —preguntó dulcemente, tocándole la mejilla con los dedos.
Ella rió a carcajadas y él frunció el ceño.
—Típica pregunta —dijo irónica, apartando sus dedos—. Nadie me hizo daño, Patricio… no soy tan vulnerable. No justifiques una decisión personal como consecuencia de algo que me hayan hecho. Es una opción de vida, que debes respetar si quieres que continúe trabajando para ti.
—Bien, bien… —contestó suspirando—, pero no esperes que aplauda tu decisión ni que me someta a ella, no soy del tipo sumiso. Me gustas, ya te lo dije claramente… y normalmente consigo lo que quiero. Toma las medidas, arqui… el trabajo sigue en pie.

Continuará...

Atrápame... si puedes - Capítulo 02

Una idea muy cara

—Marcela —dijo Patricio a su secretaria el lunes de mañana— ¿Hay algo que necesite los servicios de un arquitecto aquí? ¿Algún baño que modernizar? ¿Un espacio que ampliar?
—No que yo sepa, señor, hace un año su cuñado hizo las últimas reformas.
—Mmmm… necesito encontrar algo —dijo pensativo.
—Quizás quiera hacer por fin el proyecto del quincho en el patio del cual me habló hace un tiempo —respondió su secretaria no entendiendo el apuro.
—Eres una genia, Marcela —sacó una hoja y escribió un nombre y un número—. Llama a esta arquitecta y cítala cuando mi horario me lo permita. Lo antes posible.
—Tiene totalmente ocupado hasta el miércoles, señor —contestó su secretaria sonriendo interiormente, conocía tan bien a su jefe, que ya se imaginaba que esa arquitecta era alguien que le interesaba.
—Bien, tú sabrás organizarlo. Trata de que coincida con mi horario de almuerzo.
No fue difícil localizar su número, ella le había dado el nombre de su inmobiliaria virtual, solo necesitó un click en google para obtenerlo. Le pudo haber preguntado a Susana, pero no quería que empezaran los cotilleos entre amigas.
Estuvo observando su página web y además de las propiedades que ofrecía de terceros, había fotos de sus obras. Estaba asombrado. Y su curriculum, si era cierto lo que había puesto en internet, era impresionante. Había trabajado durante quince años como directora del departamento técnico de una de las constructoras más importantes del país, que por el nombre de la empresa parecía ser de algún pariente suyo, quizás su padre.
Todos los proyectos de esa constructora a partir de cierta fecha eran suyos y él conocía varios de esos edificios. Había empezado como dibujante técnico cuando era estudiante y fue ascendiendo con los años hasta que decidió independizarse. A partir de ahí ya no tenía proyectos de edificios, pero las casas y los dúplexs que había construido eran hermosos.
Una mujer completa, pensó. Y a cada minuto que pasaba, y cada pequeño detalle que descubría sobre sus logros, le gustaba más. Lastimosamente no había ninguna información sobre su vida privada en la red.
El jueves… la veré el jueves.
Y sonrió complacido.


—¿Qué te llamó quién? —preguntó Susana al teléfono.
—La secretaria de tu amigooo, el que estaba en tu cumpleaños, Patricio no-se-qué —respondió Luana.
—¡Patricio Dionich! No puedo cre-er-lo… ¿y qué quería?
—Un proyecto para su oficina, me citó hoy.
—Eso me suena a otra cosa… quizás le gustaste.
—No seas romántica, Susi… ¿qué otra cosa puede querer de mi? Me hice muy buena propaganda en tu cumple, y está necesitando un proyecto, eso es todo.
—Pero él… él ya tiene un arquitecto. Su cuñado lo es, el marido de su hermana Claudia, que era compañera mía en el colegio.
Silencio en la línea.
—No sé, amiga… ya me enteraré.
—Sigue sonándome a otra cosa…
—No seas ilusa, es un maldito millonario al que seguramente las mujeres más bellas se le ofrecen en bandeja de plata… ¿cómo podría estar interesado en una cerda cuarentona y maniática como yo? Ya sabes, por regla general los hombres de cuarenta, cincuenta y más, las prefieren de veinte. Nosotras somos invisibles para los hombres de nuestra edad, o sea… para todos los hombres.
—Estás siendo injusta contigo y tremendamente cínica, no es taaaan así.
—Cínica es mi segundo nombre, o más bien realista —dijo riendo.
—Él es un buen tipo, Lua… y nunca lo vi acompañado de ninguna chiquilina. Su hija menor tiene alrededor de veinte años, sus dos hijos varones son mayores, no creo que se arriesgue a salir con una jovencita. ¡Incluso ya es abuelo! Uno de sus hijos se casó el año pasado y tiene un bebé.
—Que bien, feliz de él… yo iré a la cita, por supuesto. Haré mi trabajo y daré media vuelta con una sonrisa, como siempre.
—Bueno, luego me cuentas… llámame.
—Claro, lo haré.
Se despidieron, y Luana se preparó para acudir a la oficina del potentado misterioso. De repente se quedó parada frente al espejo mirándose.
¿Soy una idiota o qué? Pensó, nunca se maquillaba, pero ahí estaba, poniéndose rímel en las pestañas como si fuera una cita romántica, dejó tirado el cosmético sobre la mesada de su baño privado, recogió su cartera, la carpeta rígida con suficiente papel, verificó que tuviera la cinta métrica y el lápiz en su bolso y subió al auto.
El despacho de Patricio quedaba en la otra punta de la ciudad, por lo que salió con el tiempo suficiente para llegar puntual. Era cerca de mediodía y el tráfico era infernal, cruzar la ciudad en ese horario era caótico.
Se sorprendió al llegar y ver que su oficina estaba en un barrio residencial y era una enorme vivienda reciclada en una zona tranquila y apenas tenía un pequeño letrero en bronce que lo identificaba como PADISA.
La recepcionista le pidió que subiera al segundo piso, y la secretaria privada que ocupaba la antesala la llevó inmediatamente hasta el despacho del gran jefe, que estaba al teléfono y le hizo una seña para que entrara y se sentara.
Estaba hablando en inglés y no parecía absolutamente contento con la persona con la que estaba conversando, pero dentro de su enojo le guiñó un ojo y le sonrió, como tranquilizándola.
Luana le devolvió la sonrisa pero no se sentó, dejó sus materiales de trabajo y su bolso sobre la silla y recorrió el despacho viendo las fotografías enmarcadas mientras él hablaba. Luego se acercó al gran ventanal a mirar el patio.
Hasta que sintió un susurro en su oído:
—Hola, arqui —Luana se sobresaltó y dio un paso al costado—. Disculpa, no quería asustarte.
—No te preocupes —dijo con la voz entrecortada—. Hola Patricio, ¿o debo decir señor Dionich?
—Ni se te ocurra —contestó riendo—, el señor Dionich era mi padre. Puedes llamarme Patricio, Patric o Pato, como más te guste.
—¿Pato? —preguntó con una mueca burlona.
—Así me llamaban en el colegio, mi familia y mis amigos de esa época todavía lo hacen… ¿tú tienes algún apodo?
—Luana está bien, arqui o Lua, como quieras —contestó risueña—. Me imaginé que tendrías tus oficinas en un gran edificio corporativo a la vista de todos, me sorprendió encontrar una casa reciclada en un barrio residencial tranquilo.
—Mis oficinas privadas no necesitan presencia corporativa, Luana. Los productos sí, pero para eso usamos la publicidad y tenemos una pequeña sala de exhibición en la planta baja. Somos representantes, importadores o exportadores, o sea mayoristas. Son los minoristas los que necesitan exponer los productos.
—Entiendo, pero dime, Patricio… ¿en qué puedo ayudarte?
Quiero probar tus labios, y saber si son iguales de dulces que tu sonrisa, pensó en su interior, pero por supuesto, no lo dijo. Todavía no.
—Directo al grano, bien… ¿ves la piscina que está al fondo? —Y le señaló con el dedo hacia el patio a través del ventanal— Quiero tirar ese simulacro de quincho que existe y construir un espacio amplio de reuniones sociales, con una parrilla, una cocina, baños sexados y un pequeño y cómodo departamento tipo loft arriba para uso personal. Ven, recorramos el patio y luego te mostraré los planos de la casa y el terreno.
Al volver del jardín se sentaron en el sofá de la pequeña sala de estar uno al lado del otro y él le expuso su idea y necesidades claramente. Era directo y sabía lo que quería, el ideal de cliente que todo profesional desea.
—Entiendo perfectamente… —dijo Luana cerrando su carpeta donde había tomado notas— ¿Puedo quedarme con este plano?
—Esta copia la hice para ti —contestó sonriendo.
—Muy eficiente, gracias —y le devolvió la sonrisa—. Tendré una primera idea para el lunes… ¿te parece bien?
—Me parece perfecto.
—¿Me das tu tarjeta y te la envío por correo electrónico?
La mirada de Patricio la estaba perturbando y su sonrisa le aceleraba el pulso, pero esta vez creyó ver un atisbo de desilusión en su rostro, incluso frunció el ceño.
—Te doy mi tarjeta, por supuesto —dijo entregándole una en la cual anotó su número de celular privado—, pero definitivamente prefiero que me visites y me lo expliques personalmente.
—No creo que sea necesario, pero ya veremos.
Luana estaba recogiendo sus cosas para marcharse cuando él dijo:
—Es hora de almorzar… ¿te gustaría acompañarme? —Ella lo miró desorientada, al verla dudar, continuó—: Porque me imagino que almuerzas, ¿no?
—¿Te parezco la clase de persona que se salta alguna comida? —contestó riendo y dándose unas palmadas en las caderas.
—No hay nada mejor que una mujer con un buen apetito, vamos —dijo y la estiró del brazo evitando así que se negara.
Decidieron ir en dos vehículos, así que se encontraron en la puerta del restaurante diez minutos después.
Les trajeron una entrada que consistía en tostadas, palitos de queso, manteca, paté y salsa tártara, y luego de que ordenaron las comidas y las bebidas, él se quedó observándola fijamente unos segundos.
—¿Por qué me miras así? —preguntó Luana ligeramente alterada—. ¿Tengo salsa en la cara o qué?
—No —contestó pícaramente—, solo estaba preguntándome qué hay detrás de esa sonrisa permanente tuya… ¿siempre estás de buen humor?
—Para nada, soy una histérica, y además escorpiana… ¿sabes? El veneno está en la cola. Mientras no me la pises, seré todo sonrisas. Hazme un favor, y te devolveré por triplicado, hazme daño… y atájate.
—¿Eres vengativa?
—Yo lo llamo justicia… ¿y tú, de qué signo eres?
—Soy de Leo, mi cumpleaños fue a inicios de este mes.
—¡Felicidades! El Rey… interesante, «Ráscame la panza y seré todo tuyo».
—Gracias, pero… ¿qué significa eso? —preguntó desorientado.
—Generalmente el León es demasiado cómodo para andar a la caza de caras bonitas, una vez que ha encontrado una leona que lo mime y sea capaz de manejar bien su reino se quedará tranquilo mientras dormita placenteramente en una hamaca.
—No sé si eso fue un cumplido o un reproche… ¿me estás llamando haragán abiertamente? —preguntó frunciendo el ceño.
Luana rió a carcajadas, y él no pudo evitar hacer lo mismo.
Básicamente todo el almuerzo fue un tête à tête de ese tipo, indirectas en doble sentido, preguntas crudas, respuestas solapadas, humor ingenioso, casi picante… y muchas insinuaciones por parte de Patricio.
Luana estaba intrigada. Ese delicioso ejemplar de hombre al parecer estaba interesado en ella, no podía creerlo. En un momento dado estuvo a punto de preguntárselo directamente, pero se calló al recordar el consejo de Kiara: «Los hombres te tienen miedo porque no te callas nada, tu personalidad es muy fuerte para alguno de ellos, se sienten amenazados en su hombría».
—Planeta tierra a Luana —dijo Patricio haciendo un ruido de interferencia.
—Disculpa, me puse a pensar en otra cosa.
—¿En un hombre? —Patricio no podía dejar pasar la oportunidad de averiguar lo que más quería saber.
Luana casi se atora con su bebida.
—Nooo, para nada. Lamento decirte esto, Patricio, pero los hombres ocupan un espacio ínfimo en mis pensamientos —Mierda, lo había hecho de vuelta. Piensa antes de decir las cosas, idiota, se dijo a sí misma.
Esta vez fue Patricio quien se quedó mirándola sorprendido.
—¿Eres… eh, eres lesbiana?
Luana volvió a reír a carcajadas, negando con la cabeza.
—No, ojalá fuera tan simple como eso. Soy una feminista recalcitrante, y me enferma ver cómo los hombres maltratan a las de mi género, en todos los sentidos. No pienso mucho en ustedes, ya pasé esa etapa.
—Pasaste esa etapa… —repitió pensativo— ¿Eso incluye a tu marido, tu novio, tu ex o lo que fuera?
—No tengo marido, nunca me casé.
—Pero tienes un hijo, hablaste de él en el asado.
—Sí, Ángelo… tiene dieciocho años y es el mejor proyecto de mi vida, lo adoro —Patricio sonrió al ver cómo se iluminaba su rostro al hablar de él—, tú tienes tres hijos, me lo contó Susi, debes saber lo que significa.
—Claro, incluso ya soy abuelo —dijo con evidente orgullo.
—Un abuelo muuuy joven —y miró su reloj— ¡Santo cielo! Ya son más de las dos de la tarde. Tengo que estar en media hora en la otra punta de la ciudad. Por favor, pide la cuenta.
—Si tienes que irte, hazlo… —contestó tomándola de la mano y acariciándosela— yo me encargo.
—Pero… la cuenta… —dijo Luana sintiendo una corriente eléctrica que le traspasó los dedos y corrió por su cuerpo hasta alojarse en su entrepierna.
—Ni se te ocurra pedirme que la dividamos «feminista recalcitrante», yo te invité, me corresponde.
—Gracias, Patricio —dijo sonriendo—. Si hay una próxima vez, yo invito. Ahora me voy… hablamos el lunes.
Y le tiró un beso al aire antes de desaparecer por la puerta del restaurante.
Patricio se recostó contra el asiento y suspiró.
Ni siquiera se había dado cuenta de que llevaban casi dos horas allí, para él fueron como diez minutos. Pensó en la inmensa satisfacción que sintió al pasar el rato con esa mujer, era increíblemente sagaz en sus comentarios, rápida y directa en sus respuestas, y sus preguntas incluso lo descolocaron, algo poco usual en él.
Sería un placer volver a verla, y gastar lo que fuera necesario para hacer un "puto quincho" que no necesitaba con ninguna urgencia, solo por el placer de tenerla rondando a su alrededor.
Sonrió complacido.

Continuará...

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