VARIAS NOTICIAS!!!

miércoles, 24 de agosto de 2011

Hola amigas!
Como desde un inicio estuvieron conmigo en cada paso de mi carrera (hobbie) como escritora, quiero compartir con ustedes muchas novedades!

PRIMERA NOTICIA:
Se publicó mi 5to libro!!!
Título: Cumpliendo una promesa
Autor: Grace LLoper
Editorial: www.editoradigital.com
Género: contemporáneo - erótico
Páginas: 172
Fecha de publicación: 14/07/2011
Diseño de portada: Graziella

Metas a corto plazo:
Tener el mejor bronceado de la clase.
Pasar matemáticas... ¡lo odio!
Conseguir que LM me invite a la prom.

Metas a largo plazo:
Convertirme en psiquiatra.
Comprar mi propio departamento con consultorio privado.
Tener un hijo... sin marido.

La psiquiatra Cecilia Antúnez tenía una vida perfectamente organizada, exactamente como la había soñado. Había cumplido todas las metas que se había propuesto, menos una, y no se estaba haciendo precisamente más joven. Vio la oportunidad perfecta de tachar el último punto de su lista al reencontrarse con su amigo de la infancia Roberto Almirón, quien se había convertido en un respetable médico.
Hacía quince años él le había hecho una promesa... y las promesas debían ser cumplidas... ¿podría su amistad sobrevivir a la desmedida pasión que se desató entre ellos en las románticas playas del este donde llevaron a cabo su misión?


SEGUNDA NOTICIA:
Con el visto bueno de mi editora, mis libros ahora, además de estar en ED, también están en formato KINDLE EN AMAZON!!! 


TERCERA NOTICIA:
ESCRIBE ROMÁNTICA sacó un artículo sobre mi, espero que todas puedan leerlo y opinar!

CUARTA NOTICIA:
LIBROS CON SENTIMIENTOS y FALLEN ANGELS sacaron una crítica de mi novela Anna (Doncellas Coloniales 01), espero que todas puedan leerlo y opinar!


Si desean leer la REVISTA RED
tiene muchísimos artículos super interesantes, no se lo pierdan, ya salió la 4ta revista, pasen por EDITORA DIGITAL a bajarla!
Besooos a todas! Las quiero mucho...

Cumpliendo una Promesa - Capítulo 06

—Debes pensar que soy una persona horrible —dijo Cecilia cuando ya estaban en el aire—. Y así me siento, una miserable insensible.
—Ceci…
—No hace falta que digas nada —lo interrumpió—. No cambiará mis sentimientos, odio hacer daño a otra persona, y lo hago constantemente.
Él la estiró y la abrazó.
—Rob, temo hacerte daño a ti también —levantó la cabeza y lo miró con los ojos tristes—. Todo esto lo decidí pensando solo en mí. Quizás no sea buena idea después de todo.
—No te preocupes por mí, princesa. Yo entré en esto con los ojos abiertos, sé en qué me estoy metiendo, y acepté las reglas de juego. A menos que incumplas algunos de los acuerdos a los que llegamos, no tendré ninguna recriminación que hacerte.
—No te fallaré, Rob. Criaremos a este bebé juntos pero como padres separados, con respeto y amistad.
—Entonces estará todo bien —él sonrió—. No puedo creerlo, pero hasta estoy ilusionado al respecto. Una pequeña cosita que será parte de mí, y de ti, por supuesto.
Ella rió también y el ambiente se suavizó.
—Hay algo que estuve pensando —dijo ella preocupada—. Cuando sea más grande deberemos tener mucho cuidado en no involucrarlo con nuestras parejas ocasionales, para que no tenga un mal ejemplo, sea niña o varón.
—No había pensado en eso, pero tienes razón. Creo que hasta que tengamos una pareja seria, deberíamos mantenerlo al margen, ¿no?
—Así es.
—Eso es bueno, siempre estamos de acuerdo. E iremos resolviendo los demás conflictos que se presenten a medida que sucedan.
Ambos sonrieron.
En eso llegó la azafata y les ofreció bebidas.
Cecilia vio con sorpresa cómo la joven coqueteaba descaradamente con Roberto. Lo miró y sonrió, realmente era un hombre muy, muy apuesto. Cualquier mujer estaría orgullosa de que lo vieran a su lado. Y estaba con ella ahora.
El vuelo resultó tranquilo. 
Una vez que llegaron a Punta del Este, los organizadores del evento habían previsto que un remise los esperara en el aeropuerto, el cual los llevó directo al hotel.
—Me sorprende a mi misma haberte dejado que organizaras todo y no preguntarte nada, —sonrió relajada dentro del taxi—. ¿Qué sorpresa me tienes?
—¿A qué te refieres, princesa?
—Mmmm, ¿reservaste una habitación para mí?
Él la miró con el ceño fruncido.
—En realidad, los organizadores del evento hicieron mi reserva, está cubierta por dos días, luego corre por nuestra cuenta. Y no, doctora, no reservé ninguna habitación extra. El congreso es en el mismo hotel, dudo que haya habitaciones disponibles. Pensé… creí que…
Ella rió a carcajadas.
—Relájese, doctor. Está bien… no esperaba dormir sola de todas formas.
—Me asustaste, Ceci —contestó riendo también.
El hotel Conrad era precioso y estaba a orillas del mar.
Sonrió cuando en la recepción los habían registrado como el doctor y la doctora Almirón.
—Adelante, señora Almirón —dijo Roberto sonriendo cuando el botones los guió hacia la habitación.
Mientras él le daba la propina al joven, ella avanzó hasta las puertas-ventanas y las abrió.
Suspiró largamente. Apoyó ambas manos en las barandas del balcón y rió.
—¡Roberto! Esto es increíble. Ven, mira la vista.
Avanzó hasta ella y se puso detrás, apoyando sus manos al lado de las de ella, besando su nuca. Miró el paisaje y dijo:
—Es hermoso. Me alegro que nos hayan dado una habitación con vista al mar.
Cecilia se dio la vuelta y subió ambas manos hasta su cuello.
—Gracias por esta excelente idea, Rob. Necesitaba estas vacaciones.
—De nada, mañana tendrás que arreglártelas sin mí, princesa. Tengo que estar todo el día en el congreso. Voy a dar una conferencia a la mañana y otra a la noche, pero quiero asistir a varias que me interesan.
—No te preocupes, iré a la playa a la mañana, luego almorzaré por ahí, hasta que se haga lo suficientemente tarde para volver a tirarme al sol y achicharrarme.
—No juegues con eso, no quiero tener a una enferma de insolación los siguientes días.
—Traje protector solar, y además, iré en los horarios permitidos, no te preocupes.
—Buena niña. ¿Qué hacemos ahora? —preguntó besándole el cuello.
—Lo que quieras —contestó, acariciándole la nuca.
—No me tientes, vampiresa. Sabes que si fuera por mí, te desnudaría ahora mismo y te haría el amor hasta morir en el intento —la apretó contra él y le hizo sentir la erección que crecía en su entrepierna—. Pero acordamos ir lentamente, ¿no?
—¿Lentamente? —ella rió a carcajadas—. Creo que ese dedo que se metió hace unos días entre mis piernas no pensó lo mismo que tú.
—Mmmm, que dedo atrevido —bajó las manos desde su cintura hasta sus nalgas y las acarició sobre la tela del pantalón—. Todavía conservo en mi memoria tu dulce sabor. No te imaginas cuánto deseo probarte con mis labios.
Ella se estremeció, él la sintió y sonrió.
—Me cuesta creer que no te guste el sexo cuando te convulsionas así con unas simples palabras, princesa.
—No dejaste que termine la explicación, Rob.
—Cuéntame, me interesa mucho saber.
—Me encantan los juegos previos, los disfruto y participo activamente… pero cuando llega el momento, ya sabes…
—…de la penetración —terminó él.
—Sí. Bueno… no me gusta mucho esa parte.
Él no dijo nada durante unos segundos.
—No quiero ponerme a analizarte, no es mi rubro y me imagino que tú ya lo habrás hecho, pero se me ocurre, conociendo tu faceta feminista, que quizás tenga algo que ver con el hecho de que crees que el hombre toma el control total en ese momento y te sientes sometida… ¿puede ser?
—No lo sé, Rob, y te diré que es bastante difícil analizarse a uno mismo.
—Un gran porcentaje del acto en sí mismo es mental, ¿sabías, no? Si tu subconsciente se niega a sentir placer en ese momento, ni el más diestro de los amantes conseguirá provocarte un orgasmo.
—No creo haber tenido amantes tan diestros, ni siquiera fueron muchos. ¡Ay, Rob! Me da vergüenza, pensarás que soy un desastre.
—Pienso que eres adorable, y no te preocupes. Trata de no pensar es eso cuando estemos juntos, mientras más equipaje traigas a nuestra cama será más difícil disfrutarlo, princesa. Solo relájate.
—Trataré de hacerlo.
—Bien, después de esta conversación creo que necesito una ducha fría y salir a tomar aire, a menos que quieras que olvidemos nuestro acuerdo y pasemos a la acción inmediata.
Ella se separó riendo y corrió hacia adentro.
—¡Yo primeraaa! —gritó entrando al baño.
Cuando Cecilia terminó de bañarse y salió envuelta en el albornoz de toalla del hotel, lo encontró acomodando su ropa… ¡en boxer! Se quedó mirándolo con la boca abierta. Recordaba haberlo visto cientos de veces en malla de baño cuando eran adolescentes, pero no así, tan fuerte y macizo, aunque sin un gramo de grasa en su esculpido cuerpo. Tampoco recordaba el suave vello que cubría su cuerpo, que se hacía más espeso en su pecho. Era perfecto.
Él la pilló mirándolo embobada y sonrió.
—¿Descubriste algún nuevo planeta, princesa? —preguntó sin sentirse cohibido por su semi-desnudez.
—Eh… yo, yo no te recordaba así.
—¿Así, cómo? —Se acercó y ella reculó por instinto.
—Tan… masculino.
—Ya no soy un adolescente, Ceci —contestó sonriendo. Le dio un ligero beso y entró al baño…
Ella suspiró y se dispuso a vestirse.
El resto de la tarde y la noche la pasaron recorriendo el exclusivo balneario. Punta del Este no era una ciudad muy grande, y el centro de todo lo componía solo una calle de unas cuantas cuadras llamada Gorlero, donde se concentraban todas las actividades gastronómicas y las tiendas de compras.
El resto era muy residencial, con pintorescas casa de colores llamativos, hoteles y edificios de departamentos. Roberto alquiló un vehículo para que pudieran movilizarse toda la semana, porque según le explicó, las distancias entre las diferentes playas eran largas.
—¿Dónde queda nuestro hotel exactamente? —preguntó Cecilia cuando estaban caminando por la pintoresca calle Gorlero.
—En la zona de las playas mansas. Del otro lado de la península están las playas bravas. Te llevaré a conocerlas durante la semana.
Iban caminando de la mano, conversando y riendo, como si fueran una pareja normal de vacaciones. Cuando estaba oscureciendo, se sentaron en la terraza de un restaurante a cenar.
La conversación era fluida, Cecilia estaba maravillada por lo bien que se llevaban, como si el tiempo no hubiera pasado. Sentía entre ellos la misma conexión que tenían cuando adolescentes, la misma comunión de espíritus que compartieron siempre.
A él le ocurría lo mismo, aunque ninguno de ellos habló al respecto. No era necesario, el ambiente de alegría y camaradería lo decía todo.
Aunque había una ligera diferencia: ninguno de los dos trataba de esconder la atracción física que sentían. Se tocaban constantemente, caminaban tomados de la mano o abrazados, se daban pequeños besos de vez en cuando, sin motivo alguno, solo por la necesidad que tenían de tocarse.
—Tienes salsa ahí, princesa —dijo Roberto señalando la comisura de sus labios.
—¿Dónde? —Se pasó la lengua y el miembro de Roberto se tensó—. ¿Aquí?
—No. —Él se acercó y lamió la salsa de sus labios—. Ya está, qué delicia —dijo sonriendo y apretándola contra él.
Ella sonrió y abrió sus labios para que siguiera besándola, pasando la mano por su nuca y metiendo los dedos entre sus cabellos.
—¿Doctor Almirón? —Un hombre los interrumpió.
Roberto soltó suavemente a Cecilia, y todavía aturdido, saludó al recién llegado.
—¡Doctor Goldberg! Que sorpresa encontrarlo esta noche —le pasó la mano educadamente—. Pensé que lo vería recién mañana.
—En realidad llamé a su habitación esta tarde para invitarlo a cenar, pero ya había salido —dijo el pequeño pero robusto médico, que estaba acompañado por dos hombres y una mujer. —¿Interrumpimos?
—No, no… por favor, ¿quieren sentarse? —miró a Cecilia y dijo—: déjeme presentarle a la doctora Antúnez.
Se llevaron a cabo las presentaciones correspondientes, mientras acercaban más sillas. Los otros miembros del séquito resultaron ser también oradores del Congreso, invitados por el Dr. Goldberg, que era el organizador del evento.
—Dígame doctora Antúnez, ¿usted participará en el congreso también? —preguntó el Dr. Goldberg.
—No, yo en realidad soy psiquiatra, solo vine a acompañar a Roberto —contestó Cecilia—. Aunque me gustaría mucho asistir a su conferencia.
—Le dejaré una credencial en la recepción del hotel junto con los horarios de conferencias, doctora, con mucho gusto.
—Muchas gracias, doctor Goldberg. Y por favor, llámeme Cecilia, creo que este ambiente no da para tanta formalidad.
Todos estuvieron de acuerdo y aplaudieron la iniciativa, cada uno se presentó de nuevo con su nombre de pila y a partir de ahí se creó un ambiente más relajado. Cerca de medianoche, luego de varias botellas de vino y cervezas, ya nadie recordaba su título y reían a carcajadas de las ocurrencias de uno de los doctores más veteranos y sus divertidas anécdotas.
Nadie quería retirarse, aunque todos coincidieron que era prioritario hacerlo. Al día siguiente les esperaba actividades durante toda la mañana, tarde y noche.
—Creo que todos pensaron que éramos pareja, Rob —dijo Cecilia cuando llegaron al hotel y subían en el ascensor.
—Princesa, por ahora y hasta que demos por finalizada nuestra travesura, lo somos —la abrazó y se dirigieron hacia la habitación—. Algunos hasta pensaron que estábamos casados.
—Es una locura todo lo que estamos haciendo.
Ambos rieron a carcajadas y él la empujó suavemente dentro de la habitación.
—¿A quién le importa? A nadie más que a nosotros… —dijo Roberto, sacándose la camiseta que llevaba con naturalidad, como si desnudarse frente a ella fuera cosa de todos los días.
Cecilia no tenía ningún complejo en relación a su cuerpo, sabía que a los hombres les gustaba, que tenía todo en su lugar y bien formado, pero todavía no se atrevía a desvestirse frente a él, así que tomó su camisón y se metió al baño.
Cuando salió, él estaba tirado en la cama en boxer, manipulando el control de la televisión. La miró y silbó.
Cecilia se ruborizó y sonrió. Todos los camisones que había llevado estaban diseñados para la seducción. El que llevaba puesto era un camisolín de satén color melocotón con encaje al frente y unas cuantas finas tiritas que lo sostenían por sus hombros. Apenas le tapaba las bragas en juego y dejaba sus hermosas piernas al descubierto.
Se acercó a la cama rápidamente, se acostó y se tapó con las sábanas.
—Ce-Ceci… estás preciosa —dijo Roberto, casi tartamudeando—. Pero ¿por qué me haces esto hoy, princesa? Se suponía que iríamos despacio, ahora no podré mantener mis manos lejos de ti.
—Esto es lo más recatado que traje, Rob. Ya estoy tapada, olvídalo. Mira la tele.
—Como si pudiera —dijo levantándose. Se dirigió hasta el mini-bar, tomó una botellita de agua y la llevó hasta el balcón.
Cecilia lo miró y sonrió. La deseaba, se notaba que estaba tenso. Se tapó totalmente con la sábana y se acurrucó en la almohada de espaldas a él. Estaba tan cansada, que al rato se quedó dormida. Ni siquiera sintió cuando Roberto se acostó, todavía excitado al tenerla tan cerca y no permitirse tocarla todavía.


Al día siguiente cuando despertó, no lo encontró a su lado.
Se desperezó en la cama y se abrazó a si misma recordando las caricias de Roberto esa mañana temprano. No sabía en qué momento de la noche terminaron abrazados y enredados, no se entendía que pierna o brazo era de quién de lo juntos que estaban.
Roberto estaba duro como una piedra, y ella se apretó contra él, hundió su cara en su cuello y sintió su respiración caliente. Al cabo de un rato logró controlarse y disfrutar de su calidez, de tenerla abrazada tan íntimamente, de sentir sus senos apretados contra su pecho, con el ligero obstáculo que representaba la tela del camisón. 
Él bajó suavemente uno de los breteles y le dio ligeros besos al hombro y cuello, acariciando suavemente su estómago por arriba de la tela del camisón, y ella le correspondió de la misma forma, pasando las manos por su espalda, arañándolo suavemente.
Roberto encontró un espacio en el camisón para poder meter las manos y acariciar directamente la piel de su estómago, su cintura, sus caderas, lenta y suavemente, hasta llegar a sus nalgas.
—Tienes la piel como si fuera de seda —dijo en un susurro.
Luego encontró acceso en el escote abierto que el satén dejaba al descubierto y se apoderó de uno de sus senos. ¡Oh, Dios, que delicia! Cabía perfectamente en su mano, era suave y el pezón se sentía pequeño y excitado. Lo acarició con la punta de sus dedos, y ella gimió. Fue el sonido más hermoso que hubiera escuchado en su vida. Ella gemía por el placer que le daba. Sintió que iba a explotar. 
La caricia de Roberto en uno de sus senos estaba torturando a Cecilia, quien trató de corresponder tocándolo por cualquier lado que sus manos llegaran. Él presionó su erección contra sus partes íntimas y fue moviéndose lentamente, sin dejar de acariciarla en ningún momento, la mano que acariciaba su estómago fue bajando y subiendo lentamente, hasta solo bajar.
Cuando ella sintió que una de las manos de Roberto se dirigía directamente a su entrepierna, sonó el teléfono.
—¡Mierda! —despotricó Roberto, molesto.
Atendió, respondió con monosílabos y colgó, acostándose de espaldas en la cama, con una mano sobre sus ojos y la otra acomodando el bulto de su entrepierna.
—Era el servicio de despertador. Lo siento, princesa —dijo cuando estuvo más calmado.
—Lo entiendo, no te preocupes —contestó suspirando—. ¿A qué hora es tu conferencia?
—A las once —contestó levantándose y metiéndose al cuarto de baño.
Luego ya no sintió nada más, porque volvió a quedarse dormida.
Tenía casi un par de horas para tomar sol antes de la conferencia de Roberto. Se puso un biquini, una salida de baño y se dirigió caminando hasta la playa, dejando la llave del hotel en la recepción.
El mar estaba calmo en esa zona, así como Roberto le había dicho. No había mucha gente todavía, debido a la hora, pero el sol estaba radiante.
Se aplicó protector por todo el cuerpo y se recostó en la esterilla que había llevado, relajándose escuchando suavemente con los auriculares la música que había cargado en su I-pod.
Media hora antes de la conferencia, fue de nuevo hasta la habitación, se bañó, se puso un conjunto de pantalón y camisa de seda azul y bajó a escuchar a Roberto.
Estaban anunciándolo cuando llegó.
Se ubicó lo más cerca que le permitió la cantidad enorme de público que había.
Roberto era un orador magnífico.
Enseguida captó la atención del público, si bien la conferencia estaba dirigida a profesionales de ese rubro, y era muy técnica, ella captó la mayoría de lo que estaba hablando. De algo tenía que servirle los años de estudios de medicina que la carrera de psiquiatría exigía.
Habló sobre los avances de la cirugía en el campo de las operaciones realizadas con aparatos de rayos láser. Cecilia se enteró que Roberto había estado haciendo un máster en Washington D.C. sobre una nueva técnica quirúrgica que podría mejorar los resultados actuales de la cirugía moderna, además de ahorrar millones de dólares cada año en costes médicos.
—Este avance en la cirugía ha sido aplicado por primera vez en Wake Forest University Baptist Medical Center en Winston-Salem, Carolina del Norte —decía Roberto con voz ronca y modos seguros—. A través del uso de esta nueva tecnología se ha logrado realizar extirpaciones en la tráquea de un paciente. La nueva técnica permite que el cirujano practique la operación en su propia consulta, estando el paciente despierto y, al finalizar la cirugía, puede regresar a casa…
Acompañaba su exposición con imágenes relativas a la técnica quirúrgica, sincronizadas a la perfección con su disertación.
Cuarenta y cinco minutos después, toda la sala se puso de pie y aplaudió su conferencia. Se despidió educadamente y bajó a conversar con quienes quisieran hablar con él.
El doctor Goldberg subió al estrado e invitó a todos a pasar al comedor donde había bocaditos y bebidas para los participantes del congreso.
Se acercó para felicitarlo, pero le tomó cerca de diez minutos llegar hasta Roberto, cuando él la vio, la tomó de la mano y la acercó, pasándole un brazo por el hombro.
—Felicitaciones, doctor Almirón. Su conferencia estuvo magistral —le dijo Cecilia al oído.
—Gracias, princesa —contestó Roberto, pero siguió conversando con los interesados en el tema, manteniéndola en todo momento muy cerca de él.
Cuando pudieron, se escabulleron hasta el comedor a almorzar.
Él estaba espléndido, perfectamente trajeado y con corbata, como correspondía. Pero Cecilia lo único que podía ver en su imaginación eran los esculpidos músculos que el traje cubría. ¡Santo Cielos! Pensó, ¿Qué me pasa? Nunca antes se había sentido tan liberada y sexual. Le encantaba sentir los brazos de Roberto a su alrededor, protectores, como marcando su territorio.
—¿Te pasa algo, princesa? —preguntó Roberto—. Te ves acalorada.
—Eh…no. Debe ser el sol que tomé esta mañana.
—Qué envidia. Tú tirada al sol como un cangrejo y yo metido aquí, sofocándome. Ya puedo notar en tus mejillas un ligero bronceado. Estás preciosa.
—Gracias. Mañana podremos achicharrarnos al sol juntos, no te preocupes.
—Cariño —le dijo al oído—, no esperaré tanto, ésta noche prometo calcinarte yo mismo.
En eso llegó en doctor Goldberg, saludó a Cecilia con sinceras muestras de aprecio y felicitó a Roberto por la exposición. Ella sonrió y lo miró embelesada, sintiéndose satisfecha de ser la mujer que estaba a su lado en ese momento. Estaba eufórica y orgullosa de ver que el éxito de su… ¿Cómo llamarlo? ¿Amigo, amigovio, amante en ciernes? 
Cada vez estaba más confundida sobre la nueva situación creada entre ellos.
Luego del descanso que supuso el almuerzo, las conferencias empezaron de nuevo a media tarde. Cecilia se despidió prometiendo esperarlo esa noche cuando terminara el congreso.
La conferencia que daría esta noche era una repetición de la de ésta mañana, como había varias salas y diversos temas, todos los oradores repetían su disertación para que todos pudieran participar.
Cecilia fue directo a la habitación, descansó un rato y a las cuatro de la tarde volvió a la playa a tomar sol. Por suerte se bronceaba fácilmente y su piel, a pesar de ser bastante clara, no era muy delicada.
Cuando volvió a la habitación eran cerca de las ocho de la noche, se bañó, se vistió, tomó las llaves del vehículo alquilado que Roberto le había dejado y fue de nuevo hasta la calle Gorlero a cenar, que era el único lugar que conocía hasta ahora.
La sorprendió encontrar todas las tiendas abiertas a pesar del horario, pero entendió que debía ser el momento de mayor venta, ya que los turistas volvían de la playa. Se entretuvo mirando las vidrieras y comprando algunos recuerdos. 
No volvió al hotel hasta cerca de las once de la noche.
Tenía un mensaje de Roberto en la recepción. El doctor Goldberg los había invitado a cenar a todos los oradores, le dejaba el nombre del restaurante y la dirección, pero Cecilia estaba sumamente cansada y ya era tarde, así que decidió quedarse en el hotel.
Se cambió y se acostó. Prendió el televisor y se quedó dormida antes de poder ver el final de la película que había empezado.

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Cumpliendo una Promesa - Capítulo 05

Cecilia hizo lo mismo en su habitación, luego se cambió los pantalones y la camisa que se había puesto por algo más cómodo: un vestido corto de algodón con el que solía estar dentro de la casa.
Tomó el libro de psicología que estaba leyendo y se recostó en la cama, pero a mitad del capítulo, también se quedó dormida.
Un par de horas después, Roberto se despertó desorientado con dolor de cuello.
¿Dónde estoy? Fue lo primero que pensó.
Cuando le pasó el aturdimiento inicial, sonrió y miró a su alrededor. Todo estaba oscuro y frío, se fijó en la hora, apenas eran las cuatro de la tarde. Se levantó y fue a buscar a Cecilia.
La encontró en su habitación.
Estaba durmiendo de costado, de espaldas a él, con el velador encendido y un libro mal cerrado entre sus manos. Se acercó a ella y sonrió, porque ni siquiera se había sacado los anteojos de lectura.
Se veía adorable, parecía una niña indefensa. El vestido celeste que tenía puesto se pegaba tanto a sus formas y era tan fino que podía ver las curvas perfectas de sus nalgas y las costuras de sus bragas.
Le sacó suavemente las gafas y el libro, apagó la luz y se acostó detrás de ella. Como la habitación estaba helada por el aire acondicionado, tomó el edredón que estaba a sus pies y los tapó a ambos. Se acercó y la abrazó, ella se pegó a él suspirando suavemente.
Estoy en el paraíso, pensó Roberto y al rato volvió a quedarse dormido.
Una hora más tarde, Cecilia despertó lentamente, sintiendo una calidez inusual, alguien le hacía cosquillas en el cuello y le acariciaba el estómago. Era la gloria. Se estremeció y movió ligeramente su cuerpo para acercarse aún más a esa dureza deliciosa que sentía presionando sus nalgas.
Dio vuelta la cabeza y miró a Roberto con los ojos entornados.
—Buenas tardes, princesa —dijo suavemente, con un susurro ronco, sin dejar de acariciarla —qué hermoso despertar.
Ella dudaba de su capacidad de emitir sonido alguno.
—Mmmm, Rob —dijo con una voz tan profunda que la sorprendió, —¿cómo fue que terminaste en mi cama?
—Me desperté con el cuello duro y te vi tan cómoda que no pude resistirme. —Miró su reloj—. Hace más de una hora que estamos durmiendo juntos.
—No te recordaba tan atrevido.
—Son los años y la experiencia, cariño, la vida te enseña que si no haces lo que quieres, cuando quieres, puedes llegar a arrepentirte, y luego ya es tarde.
Ella se dio la vuelta y quedó recostada de espaldas contra la cama, bien pegada a él, que estaba de costado con una mano sosteniendo su cabeza y la otra sobre su estómago, trazando lentos círculos sobre el suave algodón.
Sin decir una palabra, solo mirándola intensamente, subió su mano lentamente, acariciando su cuerpo y llegó hasta su cara. Pasó un dedo suavemente desde sus cejas hasta su nariz, llegando a su boca, ella la abrió ligeramente y suspiró.
—Estás excitada, Ceci.
—¿Cómo lo sabes?
—Tus pezones se endurecieron —posó un dedo sobre uno de ellos e hizo un círculo a través del fino algodón, luego con el otro, ella gimió—. Se sienten tan bien, quisiera verlos.
—¡Oh, Santo Cielo, Rob! Esto es tan extraño.
Él abarcó uno de sus senos con la mano y lo acarició.
—Más vale que te vayas acostumbrando a mis manos y a mi boca, porque pienso tocar, besar y saborear todos los rincones de tu cuerpo, hasta los más ocultos —dijo en su oído, mordiéndolo.
—Rob, yo solo quiero que me dejes embarazada, no que te luzcas. No es necesario todo eso.
—Ahhh, no princesa, yo pretendo disfrutarlo, y quiero que tú también lo hagas.
—Yo… yo no… eh —odiaría que él se llevara una desilusión, y sabía que eso ocurriría, sería mejor que fuera sincera con él, al fin y al cabo eran amigos, lo entendería—. Yo no suelo disfrutarlo, Rob, me temo que te llevarás un chasco.
Roberto la miró estupefacto.
—¿Cómo dices?
—No soy una persona muy sexual, de hecho, no me gusta el sexo. —Bajó la cabeza y lo miró de soslayo—. Realmente no lo disfruto.
La mirada de él se endureció y frunció el ceño.
—¿Qué clase de imbéciles te tocaron, princesa? —preguntó visiblemente molesto—. Yo te siento muy abierta y receptiva y sin duda alguna excitada —con la desfachatez de un caradura, introdujo la mano bajo su falda y dentro de sus bragas.
Ella pegó un grito.
Él sonrió y metió un dedo en su interior, sin dejar de mirarla, convulsionándola.
—Estás húmeda y caliente, Ceci —dijo pasando la lengua por sus labios y trazando suaves círculos entre sus pliegues con los dedos—. Y definitivamente lo estás disfrutando.
—Mmmm, Rob… me expresé mal —contestó cerrando los ojos y estremeciéndose, moviendo las caderas para encontrarse con el empuje de sus dedos curiosos.
En ese momento sonó el localizador de Roberto.
—¡Maldición! —retiró el dedo de su centro, sacó el aparatito de su cintura y leyó el contenido, fastidiado. La miró culpable—. Es del hospital, tengo que irme, cariño… lo siento.
Ella suspiró y asintió, acomodándose el vestido.
Él levantó el dedo con el cual la había acariciado y lo metió en su boca, probando su sabor.
—¡Dios mío! Eres ambrosía pura.
Se levantó de un salto y acomodó su ropa, pasándole la mano para ayudarla a levantarse.
Como si no hubiera pasado nada, la tomó de la mano y la llevó hasta la sala. Levantó su mochila y se la puso al hombro, luego la miró y dijo:
—Princesa, probablemente no podré verte hasta que partamos el jueves, pero te llamaré. Y pasaré a buscarte al mediodía para ir al aeropuerto, ¿sí?
Ella asintió.
—Y seguiremos hablando de éste tema.
Volvió a asentir, él sonrió.
—Tengo algo que pedirte antes de irme —dijo Roberto.
—Dime.
—¿Sabes lo que es un "Telly Savalas"? —Ella negó con la cabeza, mirándolo interrogante —Bueno, averigua lo que es… y háztelo.
Posó una mano en su cuello y otra en la cintura y la estiró hacia él, besándola apasionadamente, antes de dar media vuelta y desaparecer por el pasillo, dejándola aturdida y deseosa de más.
¡Dios mío, es tan intenso! Pensó Cecilia.
—¿Qué cuernos es eso que me pidió? —preguntó en voz alta, frunciendo el ceño.


—¿Qué te vas donde? —preguntó Sylvia del otro lado de la línea al día siguiente a la noche.
—A Punta del Eeesteee ¿acaso eres sorda? —contestó Cecilia, que estaba tirada en su cama con el televisor prendido a bajo volumen y el ordenador portátil a su lado.
—Ay, Ceci, que maravilla, ¡te envidio! ¿De vacaciones o por trabajo?
—Vacaciones.
—¿Sola?
—No preguntes tanto, Syl.
—¿Te arreglaste con Darío?
—Ni loca.
Silencio en la línea.
—Déjame entender. No te arreglaste con Darío, no vas con él...
—¡No! No voy con él. Has de cuenta que voy sola.
—Pero no vas sola.
No le contestó.
—Tengo algo que preguntarte —dijo Cecilia cambiando de tema.
—Dime.
—Hace horas que estoy tratando de averiguar en internet que es un Telly Savalas.
—No es un qué, es un quién. A papá le encantaba su serie, y varias veces lo vi imitándole con el chupetín en la boca, aunque yo jamás vi el programa.
—Bueno, tengo sus imágenes aquí en el ordenador. Miles de cabezas rapadas de un tal Kojak, pero sigo sin entender.
—Kojak era el detective de una serie televisiva de la década del setenta protagonizado por él, obviamente no es de nuestra época. Pero… ¿Qué es exactamente lo que quieres averiguar?
—No veo la relación.
—¿Relación de qué?
—Me pidieron que averigüe que es un Telly Savalas y me lo haga.
Luego de unos segundos, Sylvia empezó a reír a carcajadas.
—Yo estoy desesperada y tú te pones a reír —dijo Cecilia enojada.
—Para ser tan inteligente, a veces resultas sumamente tonta, Ceci… ¿Cómo dijiste que era exactamente la cabeza de Kojak?
—Rap… —Cecilia abrió los ojos como plato—. Ohhhhh… —Se puso roja como un tomate. Sin darse cuenta, había quedado en evidencia ante su amiga.
—¡Te vas con un hombre! Bandida… y uno que quiere verte totalmente depilada.
—Sylvia, por favor. No digas nada, te lo ruego —pidió suplicante.
—Lo publicaré mañana en el periódico si no me cuentas quién es.
—Prometo contarte todo a mi vuelta si mis planes resultan, te lo juro.
—¿Y qué planes son esos?
—Bueno, eso ya lo sabes… te lo dije miles de veces. Llegó la hora de llevarlo a cabo.
—Ceci… vas a… ¿vas a embarazarte? —preguntó preocupada.
—Lo intentaré, por supuesto.
—¿Y el candidato elegido lo sabe o lo llevas engañado?
—De hecho, él me lleva a mí. Lo sabe y está dispuesto a ayudarme, querida.
—Cada vez que te oía hablar sobre eso pensaba que eran fanfarronerías tuyas ¿Realmente lo vas a hacer?
—Como que me llamo María Cecilia Antúnez. Deséame suerte, Syl, si todo va bien, vas a ser tía el año que viene.


Al final, debido a complicaciones en el hospital, Cecilia y Roberto decidieron encontrarse directamente en el aeropuerto. Ella iba rumbo al mismo en un taxi, nerviosa.
Hacía tanto que no salía de vacaciones que le costó un poco organizar su consultorio. Derivó los pacientes urgentes a una colega amiga suya con todo el historial y el resto los pasó a la semana en la que volvía. Por suerte ya había terminado su trabajo anual en el neuro-psiquiátrico, de eso no tendría que preocuparse hasta dentro de seis meses.
Llamó a sus padres y a Ramiro para despedirse, sin darles muchos detalles sobre el viaje. Su hermano, por supuesto, la atosigó a preguntas, que ella sorteó magistralmente. También fue de compras con Sylvia y adquirió preciosos conjuntos para la playa, ropa casual y hermosos vestidos para la noche, zapatos, cremas, maquillajes y todo lo que podría necesitar.
Estaba preparada. 
Suspiró mirando el paisaje y vio que estaban llegando al aeropuerto.
Se puso más nerviosa cuando entró y no vio por ningún lado a Roberto, él se había encargado de retirar los tickets y toda la documentación necesaria de la agencia de viajes.
Ni siquiera sé a qué hotel vamos, pensó. Eso no era propio de ella.
Llegó hasta la zona de embarque y observó hacia todos lados. Entró en pánico, miró su reloj y vio que tenían tiempo de sobra. Relájate, Ceci, se ordenó a sí misma, te vas de vacaciones, a disfrutar, no a ponerte nerviosa, olvida el control, olvida todo a lo que estás acostumbrada, déjate llevar.
Durante los siguientes diez minutos se puso cada vez más nerviosa.
—No te comas las uñas, pareces una niñita asustada —dijo una profunda voz detrás de ella.
Se giró y sonrió.
Ni siquiera se dio cuenta que estaba mordiéndose las uñas hasta que él se lo dijo.
Roberto la saludó, le dio un beso en la mejilla y la ayudó a llevar su valija hasta el mostrador de registro y embarque.
Quince minutos después ya estaban listos y registrados, cada uno solo con un pequeño bolso de mano, a la espera de ser embarcados.
—Todavía tenemos más de media hora para subir al avión, ¿te gustaría entrar ya a la zona de espera o vamos al bar a tomar un café?
—Tomemos un café.
Él le tomó la mano y caminaron por el aeropuerto como si de una pareja normal se tratara.
Luego de retirar su pedido, se sentaron en el bar, con vista a la pista de aterrizaje.
—Estás tan tensa como la cuerda de una guitarra, relájate princesa —pidió Roberto.
—Es que estoy nerviosa.
—Lo sé, yo también lo estoy, pero ya estamos en el baile… —le miró intensamente y continuó—: dancemos.
—No pareces nervioso.
—Créeme, lo estoy —Tomó su mano y se la besó—. Dos semanas atrás ni me imaginaba que iba a estar haciendo esto, menos aún pensar en la posibilidad de tener un hijo. Tú te preparaste toda la vida para esto, para mí es totalmente nuevo.
Ella rió, nerviosa.
—Te metí en un lio, ¿no?
—Un delicioso lío, sí. Relajémonos, princesa. Será lo que tenga que ser, creo que debemos pensar en disfrutar de este viaje, en conocer a los adultos en quienes nos convertimos y sacar el mejor provecho a esta situación ¿no crees?
—Estoy totalmente de acuerdo, Rob —acercó su rostro al de él y le dio un suave beso en los labios—. Disfrutemos.
—Mmmm, me gusta esta forma de disfrutar —dijo contra su boca, presionó sus labios contra los de ella y profundizó el beso.
Ninguno de los dos se dio cuenta que a cierta distancia, desde la zona de desembarque, un par de ojos negros como la noche, los observaba furioso.
Darío estaba llegando de su viaje cuando los vio, y como alma en pena, arrastrando su equipaje, se acercó inmediatamente hasta donde estaban. Ninguno de los dos lo vio hasta que dijo:
—Que rápido te consuelas, Cecilia.
Ella levantó la mirada y soltó la mano de Roberto, asustada.
—¡Darío! ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella nerviosa.
—Estoy llegando de mi viaje, y tú estás partiendo muy bien acompañada, por lo que veo —miró a Roberto con rabia—. Ni siquiera esperas a que el cadáver se enfríe en la tumba, cuando ya estás en búsqueda de la siguiente víctima, ¿no?
—No te lo permito, "Poletti" —dijo Roberto levantándose—. Trátala con respeto, como se merece.
—¡¿Respeto?! ¿Qué respeto? —preguntó Darío indignado—. No esperó ni un mes para pasar de calentar mi cama a la tuya y me hablas de respeto…
—Darío, por favor… estás haciendo una escena —dijo Cecilia suavemente—. Tranquilízate.
Él la miró como queriendo asesinarla.
—¿Qué me tranquilice? Encuentro a mi novia aquí, besuqueándose en público con otro ¿y quieres que me tranquilice?
—Yo no soy tu novia, Darío. Entiéndelo de una vez por todas, lo nuestro terminó, te lo repetí como una docena de veces.
—Tuvimos una pelea, Cecilia. Eso no significa que todo esté terminado entre nosotros.
Roberto se mantenía al margen, escuchando atentamente.
—Lo está, lo siento. Te lo dije antes y te lo repito ahora.
—¿Podemos hablar a solas? —preguntó Darío, molesto.
Cecilia miró a Roberto y él le hizo una seña indicándole que tenían que embarcar.
—Te prometí que hablaríamos a mi vuelta, Darío. Yo… yo tengo que tomar el avión ahora, lo siento, no puedo.
Darío la tomó del brazo y la apartó un poco.
—¿Te vas con él, no?
—Vamos a un congreso, te lo dije.
—¡¿Un congreso?! Estabas besándolo, maldita seas. Se suponía que era tu amigo de la infancia.
—Lo que yo haga con mi vida ya no es de tu incumbencia. Entiéndelo, por favor —Ella intentó zafarse de su agarre, pero no pudo—. Me estás lastimando, Darío.
—Y tú a mí. ¿Cómo puedes hacerme esto?
—Lo siento, de veras —dijo Cecilia con los ojos nublados—. Tengo que irme, por favor suéltame si no quieres que me ponga a gritar.
Él la soltó.
—Gracias —lo miró con tristeza—. Siento haberte causado daño, Darío, en serio. No fue mi intención —Miró hacia donde estaba Roberto, y suspiró—. Me voy… es hora de embarcar.
Él no dijo nada más, solo la miró intensamente, con desprecio.
Cecilia dio media vuelta y caminó hacia Roberto, quién la esperaba pacientemente, atento a cualquier problema que pudiera surgir.
Darío los miró con furia contenida hasta que desaparecieron de su vista.
Recién cuando estuvieron dentro de la sala de espera, frente al portón de embarque, Roberto se permitió abrazarla, consolándola en silencio. Y la mantuvo abrazada sin decirle nada hasta que estuvieron cómodamente sentados en el avión.
¿En qué lio me he metido?, pensó Roberto. Realmente esperaba que valiera la pena.
Quizás se precipitaron, quizás debieron esperar un tiempo prudencial hasta que los sentimientos de Darío se calmaran un poco. Pero ahora ya era tarde, el daño estaba hecho.
Ninguno de los dos podía haber previsto la presencia de él en el aeropuerto. Se puso en su lugar y se sintió mal anímicamente. Lamentaba formar parte de ese triángulo, de ser el causante del dolor de otra persona, pero no podía hacer nada. Solo tener cuidado y protegerse a sí mismo.
La joven que él conoció era una buena persona, pero no conocía bien a la mujer en la que se había convertido. Si no tenía cuidado podía ocurrirle lo mismo que a Darío. Se repitió a si mismo que tomara este viaje como lo que era: una aventura pasajera, que tendría consecuencias, pero en la cual no tendría que involucrar su corazón, para nada.
Lo que alguna vez sintió por ella estaba en el pasado. La apreciaba, era su amiga, y la deseaba como mujer. Pero ahí debía terminar todo. Disfrutarían de sus días juntos, la ayudaría a cumplir su sueño y luego criarían a ese niño juntos, pero separados. Todo estaría bien… mientras no se involucrara. 
Perfecto.

Continuará...

Cumpliendo una Promesa - Capítulo 04

Ella no pudo contestar, el maître llegó con la cuenta.
Darío pagó y salieron a la calle. Era una hermosa noche de verano y estaban frente a una plaza, en pleno centro de la ciudad. Todo estaba iluminado e invitaba a dar un paseo a la luz de la luna y los faroles.
—¿Damos una vuelta, Rob?
—Claro. —Roberto la tomó del codo y cruzaron juntos la calle.
Cuando llegaron a la plaza, él apoyó su brazo sobre los hombros de Cecilia y caminaron lentamente, muy juntos.
—No respondiste a mi pregunta, princesa.
—Todavía estoy asimilando toda esta nueva idea. Tú tuviste cuatro días para pensar, me siento abrumada en este momento.
—Pensé que esto era lo que querías, te lo estoy sirviendo en bandeja.
—Sí, pero es totalmente diferente a como pensaba que sería.
—¿Confías en mi?
—Por supuesto, Rob. —No tuvo que pensarlo dos veces—. No te hubiera pedido esto si no confiara plenamente en ti. Ningún candidato puede ser más perfecto a mis ojos, es más, no se me ocurre a nadie más, y no deseo recurrir a un banco de semen.
—Bien, ya tienes lo que querías. Todo depende de ti, Ceci. Solo avísame con tiempo para las reservas de los pasajes de avión.
Él le dio un beso en la frente y ella pasó su brazo por la cintura de Roberto, apretándose contra él. Se sentía tan bien, tan cómoda y segura, como antes, cuando era una adolescente enamorada del compañero de su hermano. ¡Oh, sí! Creyó haber estado loca de amor por él en esa época, aunque nunca lo admitió abiertamente. No sabía si fue la fantasía de un amor infantil o si realmente estuvo enamorada, pero todos los siguientes de su lista sufrieron la comparación, y salieron perdiendo.
Y ahora podría tener un hijo de su primer amor.
¿Necesitaba pensarlo más? Santo Cielos, era lo que siempre había deseado.
—Quiero hacerlo —dijo de repente.
Ambos se miraron y sonrieron.
—¿Estás segura?
—Completamente. —Cecilia sacó la mano de la cintura de Roberto y se la pasó—. Sellemos este trato como lo hicimos con la promesa hace quince años.
—Ya no somos adolescentes, princesa —levantó su mano y se la llevó a los labios—. Este trato debe ser sellado de otra forma.
—¿Quieres decir, con un abogado?
—No, así —contestó. 
Y entonces… la besó.
Inclinó la cabeza lentamente para buscar sus labios, apenas rozándola. Pero el ligero toque era más sensual que un beso. Mordió su labio inferior, seguía acariciando sus labios sin besarla del todo y las sensaciones parecían envolverla, haciéndola perder la cabeza. El sonido ronco de su respiración, su aliento, el roce de sus labios…
Por fin, cuando estaba a punto de derretirse, le entreabrió sus labios con la lengua y ella probó por primera vez su sabor. Sabía a vino y a algo muy masculino, muy excitante. Su cuerpo estaba encendido, sus pechos hinchados. Deseaba que la tocase. 
Imposible, pensó. Aquello no podía estar pasando. ¡Era Roberto, su amigo, quien la estaba besando! Estaba segura de que aquello no era real. Pero no quería despertar. Si de verdad era un sueño, quería seguir dormida, no quería saber nada, solo quería sentir lo que estaba pasando.
Con las manos de él sujetando su cara y su cuerpo apretándose contra ella, se entregó por completo a aquel beso, contestando cada gemido, cada suspiro.
Y se sintió más viva que nunca.
Roberto tampoco podía pensar. Por el momento, lo único que parecía capaz de hacer era besar a Cecilia, acariciarla. La atracción existió desde el primer momento, de modo que no lo sorprendía. Lo que le llamaba la atención era la intensidad, el ansia abrumadora que lo consumía por hacerla suya.
El cuerpo de Cecilia apretado al suyo, sus senos comprimidos contra su pecho, hacían que le hirviera la sangre y sus gemidos lo volvían loco. Se había dicho a sí mismo que debía ir lentamente, mantener las distancias porque sabía que ocurriría algo así.
Con las mejillas rojas, los labios húmedos y un poco hinchados, era irresistible. Cuando abrió los ojos vio deseo en ellos, el mismo que sentía él. Entonces, ¿cuál era el problema? Los dos sabían lo que pasaba en un dormitorio entre un hombre y una mujer.
Solo sería sexo entre dos adultos, con consecuencias. Todo estaría bien.
Dejó de besarla por temor a perder el control, pero siguió abrazándola. Cuando recuperó parte de su aliento, dijo con voz ronca:
—Bueno, princesa… parece que la pasaremos realmente bien.
Ella no podía hablar, apenas podía sostenerse en pie, pero logró decir:
—S-sí, eso parece.


Roberto le explicó que al día siguiente entraba como supervisor de turno hasta el día antes de su viaje. Según le contó, era más bien como una "Guardia fuera del hospital". Pero tenía que estar disponible en todo momento para cualquier urgencia que precisara un médico cirujano.
Si bien se comunicaron todos los días por teléfono, no pudieron verse.
Era domingo a la mañana y estaba trotando en el parque cerca del edificio donde vivía, cuando sonó el móvil que estaba apoyado en su cintura. Agotada, decidió atender la llamada. Como tenía los auriculares puestos, apretó el botón de "atender" y contestó.
El "Hola" le salió tan cortado por el agotamiento, que el interlocutor pretendió hacer una broma que no le salió muy bien:
—O acabas de correr una maratón o estás teniendo el sexo más agotador de tu existencia.
—Es-es-toy en el par-que… y si estuviera teniendo sexo agotador tampoco debería importarte, Darío —contestó suspirando entrecortadamente.
Hubo un silencio en la línea.
—Me gustaría hablar contigo, Ceci. 
—No hay nada más que tengamos que decirnos —tomó un largo trago de agua para recuperarse.
—¿Podemos almorzar juntos? —preguntó Darío.
—Tengo un compromiso —mintió.
—Quiero devolverte tu llave, cielo.
—Puedes dejarle al portero, él ya tiene la tuya para devolvértela.
—Ceci, hablemos… por favor. Necesito verte.
—¿Con qué fin, Darío? Lo nuestro se acabó. Quizás más adelante podamos ser amigos, pero ahora creo que deberíamos dejar de vernos un tiempo.
Otro silencio incómodo.
—Te extraño, Ceci —dijo Darío finalmente.
—Con más razón no deberíamos vernos.
—Lamento mucho todo lo que te dije.
—Estoy segura de que lo haces. No te preocupes, no guardo ningún resentimiento.
—Mañana viajo, no vuelvo hasta el fin de semana. Por favor, cena conmigo el viernes.
—No estaré el fin de semana. Yo también viajo.
—¿Cuándo? ¿Dónde?
—El jueves, me voy a Uruguay.
—¿Para qué?
No sabía que decirle, sin tener que mentir. Le dijo una verdad a medias.
—A un Congreso. De hecho, me tomaré diez días de vacaciones, las necesito. Creo que hace como tres años que no descanso.
—Teníamos planes para viajar juntos.
—Es cierto, pero ya no lo haremos.
—Puedo ir junto a ti, cielo.
—Darío, por favor, basta. Quiero estar sola, necesito estar sola. —Para deshacerse de él, le prometió—: Hablaremos a mi vuelta, te lo prometo.
—No quiero colgar, me da la impresión de que sería como perderte para siempre.
—Lo siento, pero… —no sabía que decir sin herir sus sentimientos—, lo nuestro terminó. Debes aceptarlo y seguir adelante con tu vida.
—No hagas de terapeuta conmigo, Ceci.
—No lo hago, solo… —Y recordó lo que Roberto le había dicho—: solo estoy tratando de ayudar a un amigo en un momento difícil de su vida, nada más.
—No voy a darme por vencido.
—Que tengas un buen viaje, Darío.
—Gracias, igualmente —contestó frustrado—, te llamaré cuando regreses.
Cecilia se sentó en un banco y descansó un rato, pensando en la conversación. Luego se levantó y siguió trotando por media hora más.
Al llegar a su departamento, cansada de tanto ejercicio físico, se encontró con un enorme y precioso jarrón de rosas rojas que el portero llevó hasta su piso.
Revisó la tarjeta.

Perdonar es mirar al futuro sin guardar recuerdos del pasado.
Lo siento. 
D.

Acercó su rostro a las rosas, las olió y suspiró. Odiaba los finales de una relación, siempre eran iguales, primero las recriminaciones, luego el arrepentimiento, el proceso de duelo y la aceptación. Esperaba que Darío pasara rápido por todas las etapas, aborrecía hacerlo sufrir.
Y se sentía peor aún porque ella ya estaba haciendo planes para su futuro.
Un futuro que no incluía ningún hombre a su lado. Solo un bebé.
Le mandó un mensaje de texto a su celular agradeciéndole las flores y deseándole de nuevo buen viaje, pero cuando él le contestó, ella no continuó el diálogo.
Se estaba terminando de bañar cuando sonó el teléfono.
No reconoció el número.
—Hola.
—Doctora Antúnez —dijo una voz ronca del otro lado de la línea—, le hablo del hospital neuro-siquiátrico, tenemos aquí un loco que no deja de repetir su nombre y afirma que si no almuerza con él se suicidará.
Cecilia rió a carcajadas.
—Hola Rob.
—Hola princesa, por fin tengo un momento de descanso.
—Que bueno, pregúntale a ese loco si le gustaría que prepare algunas de mis exquisiteces culinarias.
—Sería lo ideal, porque si me llaman, tengo que salir corriendo.
—No hablaba de ti —dijo bromeando.
—Muy graciosa.
—Tenía pensado preparar cerdo agridulce ¿te gusta la idea?
—Me encanta, princesa. No te prometo llegar a una hora exacta, pero entre las doce y la una trataré de escaparme.
—No te preocupes, lo pondré a fuego lento, y cuando llegues, subiré la temperatura.
—No solo del cerdo, espero.
Ella sonrió por el juego de palabras con doble intención.
—Dejaré en tus manos subir cualquier otro tipo de temperatura, creo que eres experto en eso.
—Buena jugada ¿y si te pidiera que tomes la iniciativa, lo harías?
—¿Todavía estamos hablando del cerdo, doctor?
—De éste cerdo que tiene tantas fantasías asquerosas en su cabeza con respecto a una adorable gacela de ojos pardos, sí.
—Ay, Rob, siempre me haces reír.
Escuchó en el fondo que lo llamaban por el altavoz.
—Tengo que dejarte, princesa. Me llaman, no vemos más tarde.
—Te espero.
Colgó el teléfono sonriendo. Más aún, no pudo dejar de sonreír como una tonta toda la mañana mientras preparaba la comida. Estaba ansiosa de verlo de nuevo.


Roberto llegó pasadas las doce del mediodía. Todavía llevaba la bata blanca del hospital y una mochila en el hombro. Tenía ojeras, la barba ligeramente crecida y el pelo revuelto.
—¡Dios Santo, Rob! Parece que te hubiera pasado un tren encima.
—Así es como me siento —le dio un beso en la mejilla y entró a su departamento. Miró a su alrededor y sonrió—. Tienes un hermoso hogar, princesa. Muy "a lo Ceci".
—¿A qué te refieres?
—Todo muy limpio, ordenado, femenino, clásico, pero con un toque de locura —dijo señalando un extraño cuadro abstracto que colgaba sobre la chimenea.
—Me lo regaló un paciente.
—Lo sé, conozco el pseudónimo, a mí también me regaló uno, "Carlomagno" pinta muy bien, pero su vida personal es un desastre. Intentó suicidarse varias veces, eso ya lo debes saber, una de ellas se tiró desde un balcón y me tocó operarlo.
—Sí, lo sé, pobre hombre. Está mucho mejor ahora, por suerte. Pero sigue en terapia, aunque creo que deberé trasladarlo con algún colega, un hombre si es posible. Creo que tiene algún tipo de enamoramiento conmigo y eso me preocupa.
Él la miró y sonrió.
—¿Cómo estás, Ceci?
—Muy bien ¿y tú?
—Muerto de cansancio, vine directo del hospital. Hubo un accidente múltiple en la autopista esta madrugada y desde ese momento hasta ahora no paré. ¿Te importaría que me diera una ducha?
—Estás en tu casa, ven, te mostraré donde está el cuarto de baño y las toallas. Mientras tú te aseas yo me encargo de la comida.
Cuando entraron a su habitación, él miró la cama y sonrió pícaramente. Ella se sonrojó, y al mostrarle donde estaban las toallas, él le cerró paso.
—¿Necesita algo más doctor?
—Me encantaría comerte a besos, pero me conformaré con uno pequeño hasta que esté presentable de nuevo.
Ella se paró en puntas de pie y se lo dio.
—Mmmm, maravilloso. Prepara el resto para el postre —y la despidió con una suave nalgada.
Sonriendo por la extraña camaradería que tan pronto se había creado entre ellos luego de tantos años sin verse, fue a la cocina a darle los últimos toques a la comida.
Estaba rociando el cerdo con el resto de la salsa agridulce, cuando sintió unas manos en su cintura y un aliento caliente en su nuca.
—Huele delicioso.
—Es el romero —dijo Cecilia sonriendo.
—Me refería a ti, princesa.
Se dio la vuelta y vio que sus ojos estaban mirando el jarrón de flores. Cecilia no tenía donde ponerlo, así que lo escondió en la cocina. Esperaba que él no entrara allí, pero no tuvo tanta suerte, en la media hora desde que llegó ya había entrado a su habitación, usado su baño, invadido su cocina y todo el resto del departamento.
Era tan intenso, que si no tenía cuidado, pronto invadiría hasta sus sueños.
—Un extraño lugar para un jarrón de flores ¿no debería estar en la sala?
—No sabía qué hacer con él.
—Te lo mandó Darío, ¿no?
Ella asintió con la cabeza, avergonzada.
—Adivino: está arrepentido de haberte perdido y quiere que vuelvas con él.
Otra vez ella asintió.
—¿Tiene alguna posibilidad de éxito?
—¿Bromeas? —negó con la cabeza—. Lo nuestro terminó para siempre.
—¿Estás segura, princesa? Sería fatal que te dieras cuenta que lo amas luego de quedar embarazada de otro hombre.
—Estoy muy segura, Rob. —Y para cambiar de tema preguntó—: ¿Almorzamos?
—Por favor, estoy hambriento —dijo mirándola lascivamente.
Ella sonrió. Nunca sabía realmente a qué se refería.
Durante todo el almuerzo conversaron animadamente de diversos temas, sobre todo de sus trabajos y de lo que habían hecho durante los quince años que prácticamente no se vieron. Él le acariciaba las manos las veces que tenía ocasión y le sonreía constantemente. Esa sonrisa pícara y desvergonzada que a ella tanto le gustaba, que la derretía por dentro.
—Todo estuvo delicioso, eres una cocinera maravillosa, Ceci —dijo Roberto cuando terminaron. Se tocó la panza y suspiró—. Creo que no podré levantarme.
—No exageres, Rob. Ven, vamos al sofá y tomaremos el postre allí.
Llevaron sus compoteras hasta la sala y él se la sacó de la mano y las apoyó en la mesita. Se sentó y la estiró hasta él. Ella cayó aparatosamente en su regazo, riendo.
—¿Qué haceeees?
—¿Qué pasaría si yo quisiera que tú fueras el postre? —preguntó apretándola contra él.
Cecilia no hizo el menor ademán de levantarse; se quedó donde estaba, muy quieta, mirándolo con intensidad.
Por fin, cedió a la tentación y la besó. Sabía dulce, cálida y tan suave que inmediatamente sintió que la sangre le ardía. La besó con más apasionamiento y la atrajo hacia sí, abrazándola con fuerza. Ella echó la cabeza hacia atrás, con un gemido, y se dejó llevar sin ninguna resistencia.
Cuando la lengua de Roberto penetró su boca y notó el sabor agridulce de la comida, sintió un escalofrío de placer. Le sorprendía tener sensaciones tan intensas solo con un beso. Cuando él la envolvió con sus brazos y la apretó contra su cuerpo, ella casi se derrite. La invasión a su boca fue sensual, sin prisas, hecho para tentar y despertar cada una de las partes de su ser.
Luego la besó más profundamente, más minuciosa y apasionadamente. Una parte de ella quería apartarse, asustada por el impactante deseo, pero era imposible resistir el asalto sensual a la que estaba sometida. Así que dejó que la besara. Y disfrutó del beso, entonces él cambió el ritmo y su lengua jugó con la de ella.
La besó con suavidad pero a fondo, explorando toda su boca. Y cuando ella le rodeó el cuello con sus brazos y arqueó su cuerpo contra el de él, Roberto se sintió consumido por el deseo. Nunca había sentido tantas ganas de devorar a alguien.
Momentos más tarde, con un gemido, dejó de besarla, pero siguió acariciando su boca con sus labios.
—Eres dulce, princesa… y hermosa en todos los sentidos, siempre lo fuiste —susurró en su oído, hundiendo la cara en el cuello suave y femenino y dándole un beso allí.
Su piropo le llegó al alma. Nadie le había dicho nunca nada así.
—Gracias, Rob.
—Pero va a ser mejor que paremos si no queremos terminar en el dormitorio, en tu cama, enredados, acelerando lo que debería ser un proceso más lento de reconocimiento mutuo.
—De todos modos no serviría de nada, no estoy en mi período fértil.
Él frunció el ceño, por un momento olvidó el motivo por el cual estaban haciendo eso.
—Tienes razón —dijo sintiéndose molesto por el balde de agua fría que había recibido.
Ella se incorporó y arreglando su ropa, todavía aturdida, se dirigió a la cocina.
—Voy a levantar la mesa y estoy contigo enseguida. ¿Quieres encender el televisor?
—Te ayudo, princesa.
—No, Rob… no es necesario, es muy poco lo que hay que hacer, lo meto en el lavavajillas. Tú descansa, te ves agotado.
—Esa no es precisamente la respuesta que esperaba de "Ceci la Feminista", que no levantaba un plato a menos que los hombres también lo hicieran.
Ella rió a carcajadas.
—No juegue con su suerte, doctor. Es solo por esta vez, no se malacostumbre —le guiñó un ojo—. Te veo muy cansado Rob, relájate, ¿sí?
—Gracias, princesa.
Y realmente lo estaba, porque cuando encendió el televisor y se acomodó en el sofá, se quedó dormido en cuestión de minutos.
Cuando Cecilia terminó de limpiar y volvió trayendo café, sonrió con ternura al verlo despatarrado en el sillón de su sala.
Se veía tan cómodo y vulnerable que cerró la ventana y las cortinas, prendió el aire acondicionado y lo dejó dormir.

Continuará...

CLTTR

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