Píntame (Santuario de colores #2) Capi 02

lunes, 29 de diciembre de 2014

Encendí mi iPhone en el camino a casa.
Y lo primero que hice fue llamar a Ximena.
—Ya estoy en Los Ángeles, Xime —le anuncié.
—¡Oh, Phil! Me alegro mucho —y escuché ruidos en el fondo—, te llamaré apenas me desocupe, me muero de ganas de saber qué harás.
—¿Qué haré? —dije alucinado— Esperaba que tú me dieras alguna idea… ¡mierda! Estoy perdido… lo más probable es que si me acerco a ella empiece a tirarme todos los objetos contundentes disponibles a su alrededor.
—Quizás lo hubiera hecho hace dos semanas, pero ya está mucho más tranquila y relajada… mmmm —pensó unos segundos—, eso creo. Te llamo luego, Phil… estoy con un paciente.
Nos despedimos justo en el momento en el que el taxi me dejaba frente a mi casa familiar en Malibú. Le pagué y bajé con mi maleta y mi equipaje de mano.
Suspiré y me quedé parado enfrente observando la casa. Mi padre la había comprado hacía 21 años atrás, como inversión. Él creía firmemente que el dinero invertido en bienes raíces era mucho más seguro que el depositado en un banco, así que todo el excedente que no iba a reinvertir en el negocio familiar, lo hacía comprando propiedades.
Había elegido Malibú por su clima, pensaba que era un hermoso lugar para pasar vacaciones familiares, y más adelante… su vejez junto con mi madre, un deseo que ya no iba a poder realizarse. Y no era la única propiedad que teníamos aquí, pero las demás –que estaban en Los Ángeles: departamentos, casas y salones comerciales– se encontraban alquiladas, y le daban a mi madre una renta excelente para vivir cómodamente el resto de sus días sin preocuparse por los desastres que su hijo o sus hijas cometían con el negocio familiar.
Era una excelente "jubilación privada", por llamarlo de alguna manera.
Abrí la puerta y entré. Aunque de estilo conservador, era una hermosa casa, amplia, de dos niveles y 4 dormitorios, con pisos de parqué y mobiliario clásico. Mi padre nunca quiso alquilarla porque era como nuestro refugio privado, el lugar donde pasamos hermosos veranos en familia cuando éramos niños y adolescentes, incluso navidades y años nuevos.
A pesar de que era de siesta, encendí las luces porque la casa estaba absolutamente cerrada y a oscuras. Me dirigí hasta las puertas vidrieras-persianas y las abrí, el resplandor entró de lleno. Vi al cuidador limpiando la terraza.
¡¡Mba’éichapa Karai!! —me saludó en guaraní cuando me vio.
Iporãnte, ¿Ha nde? —le dije. Al instante entró y se apoderó de mi maleta luego de saludarme con un apretón de manos.
Ha iporãnte avei —me respondió.
Pedro Infante era paraguayo, un hombre bajo, algo grueso, que rondaba los 60 años. Fue capataz de nuestra hacienda durante doce años antes de tener un grave accidente al montar un caballo, luego de eso ya no pudo ocuparse de sus obligaciones. Entonces mi padre tuvo la espectacular idea de traerlo a vivir a California, ya que no tenía familia alguna en el Paraguay. Hacía 18 años que residía en Malibú, había conocido a una colombiana aquí y se casaron siete años atrás, ambos vivían en las dependencias del servicio y cuidaban la casa, aunque tenían trabajos paralelos. Pedro limpiaba las piscinas de los vecinos y cuidaba sus jardines, y Belén se encargaba de la limpieza de varias casas de la zona.
Mi familia entera tenía residencia en los Estados Unidos, con pasaporte norteamericano, incluso Paloma y los hijos de mi hermana. Mi padre lo había tramitado luego de adquirir la casa, y lo había conseguido años después. Trajo a Pedro con Visa de trabajo, sin embargo él también había conseguido su Green Card recientemente, ya que su esposa la tenía, porque los hijos de ella, ya adultos ahora, habían nacido en los Estados Unidos.
Pedro nunca dejaba de agradecernos el hecho de haberlo traído a los Estados Unidos a vivir, se había convertido en un gringo cualquiera… un gringo que se negaba a aprender el idioma inglés. Hacía casi dos décadas que vivía allí y apenas sabía saludar y despedirse. Era terco, muy terco.
Lo primero que hice cuando dejó la maleta en mi habitación fue sacar sus regalos, le entregué un paquete de 10 Kg. de yerba mate, y el termo de tereré con el logo de la Agro-ganadera que le había prometido. Gritó de felicidad, porque la yerba era de la marca que a él prefería y aquí no encontraba. Al instante me dijo:
 —¿Tereré, Karai?
Yo sonreí, asintiendo y bajamos.
Nos sentamos en la terraza a tomar esa infusión refrescante que tanto nos gustaba a ambos, por supuesto compartiendo la guampa y la bombilla. En ese momento recordé de nuevo a Geraldine… ¡cuándo no! Ella se había negado a probarlo por más que yo hubiera intentado persuadirla.
«De tu boca a mi boca, solo tu lengua, amorcito» fueron sus palabras.
¡Oh, mi emperatriz! La extrañaba horrores.
Pedro me estaba relatando las novedades que ocurrieron en mi ausencia, pero ni siquiera lo escuchaba, mis pensamientos y todo mi ser estaban a 200 metros de allí, en una mansión moderna, lujosa y de estilo minimalista, propiedad de mi tormento y la futura madre de mi hijo… o hija.
Miré la terraza y recordé el momento en que la conocí, cuando estaba corriendo por la playa y subió a hacerme su descabellada propuesta. Pedro se había tomado unos días de vacaciones con su señora, aprovechando mi presencia, y yo estaba limpiando la piscina. La vi frente a mí, sudada por el ejercicio, pero hermosa igual, tan segura de sí misma, tan desenfadada y descarada.
La deseé en el mismo momento en que la tuve enfrente.
Lastimosamente, también le mentí al instante.
Pero estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que me pidiera con tal de que me perdonara y pudiera formar parte de su vida y la de ese bebé en camino, incluso arrastrarme a sus pies.
Probablemente para conseguirlo tendría que dejar mi orgullo de lado. Sí, soy tan orgulloso como un pavo real, lo sé, y tengo una enorme necesidad de mandar y de ser amado por aquellos que me rodean. Me conozco, así como sé que secretamente temo al fracaso y al ridículo. Es una constante tortura interna, y la verdadera fuente de mi vanidad y de mi dignidad exagerada.
Sin embargo lo acontecido, una gran causa como esta que había ocurrido, logró conmover mi nobleza, y no tengo miedo de aceptarlo ni de enfrentarme a las consecuencias de mi propia estupidez. Ya hace tiempo, por todas las pruebas a la que la vida me había sometido, aprendí que la fuerza y el valor que he fingido poseer siempre, en realidad han estado presentes en mí durante todo el tiempo.
Y los usaría.
Como que me llamaba Philippe Logiudice Girardon, conseguiría que mi emperatriz me perdonara, porque estaba seguro que seguía amándome. Tenía poco más de seis meses para lograrlo, esperaba conseguirlo mucho antes.
Suspiré y acepté el tereré que Pedro me pasaba.
—¿Por si acaso sabes algo de la señora Vin Holden, nuestra vecina? —le pregunté.
—No, señor —me contestó—, pero seguro que Belén sí lo sabe, suele hablar con Consuelo, la señora que se encarga de su casa —asentí pensativo—. Yo la vi solo una vez caminando por la playa al atardecer.
—¿Caminando? ¿No estaba trotando? —indagué curioso.
—No, solo caminando… y del otro lado de la playa, no de esta. ¿Por qué?
—¿Estaba sola? —seguí averiguando sin responderle.
—S-sí… sola —dijo frunciendo el ceño. Estaba seguro que quería hacerme muchas preguntas, pero nuestra relación no era de ese tipo, así que se contuvo y se mordió la lengua antes de indagar más.
Asentí y me quedé pensativo mirando la playa.
Quizás podía encontrarla esta tardecita, si tenía suerte. Geraldine era muy costumbrista, y sus paseos por la playa al atardecer, ya sea trotando o caminando como ahora, eran algo usual en ella.
—¿Va a quedarse mucho tiempo otra vez, karai? —me preguntó Pedro.
—No tengo idea —y era la verdad.
Me quedaría todo el tiempo que fuera necesario.
Apenas había dormido en los cinco días pasados organizando mis cosas allá de modo a que todo siguiera funcionando a la perfección sin mí. Bueno, aunque no hubiera estado tan ocupado, igual no podía pegar un ojo pensando en ella.
La intensidad de la relación que habíamos tenido era abrumadora, en vez de poco más de dos meses, parecían dos años. Habíamos comido, reído, dormido, sufrido y respirado juntos, ahora tenía que volver a aprender a hacerlo todo solo… por segunda vez en mi vida. Y no estaba dispuesto a perderla. Ella estaba disponible, no me había dejado para siempre y en forma definitiva como Vanesa. Estaba viva, respiraba, y yo la necesitaba a mi lado día y noche, precisaba su cuerpo calentito rozando el mío, su delicioso olor, sus alegrías, sus penas, su fuerza y su entrega.
La conocía, tanto su exterior como su interior. Y a pesar de que ella le hacía creer al mundo entero que no era más que una egoísta sin sentimientos, yo sabía lo dulce y cálida que podía llegar a ser, lo vulnerable y delicado que era su espíritu. Y yo le había hecho daño… ¡mierda! Como si ya no tuviera suficientes problemas en su vida.
Una vez le había dicho que el amor era una decisión consciente, y estaba convencido de ello. Pues bien, conscientemente yo había decidido amarla. Si bien todavía la deseaba apasionadamente, como un adolescente enamorado, sabía que el amor nacía de la convivencia, de compartir, de dar y recibir, de intereses mutuos, de sueños compartidos. Ella me amaba, me lo dijo… y yo sabía que no se podía amar a alguien que no sintiera lo mismo por ti. El amor verdadero debía de ser recíproco, un recibir tanto como un dar.
Todo estaba a nuestro favor, solo me restaba convencerla.
Adelante, Phil… hazlo de una vez.
Pedro estaba contándome algo referente a la instalación eléctrica de la casa, pero como si no me estuviera diciendo nada, lo interrumpí:
— Pedro, voy a salir un rato —me levanté—, vuelvo enseguida.
Y lo dejé plantado, con la palabra en la boca.
Había tenido una idea y tenía que llevarla a cabo.
Fui hasta mi habitación y tomé el regalo que había traído para Geraldine. No quería que mi llegada fuera una sorpresa para ella porque no tenía noción de cuál sería su reacción al verme, o más bien, deseaba que se hiciera una idea de que yo estaba cerca, aunque no lo supiera con seguridad, así que la mejor forma era utilizar a alguien para que le entregara el obsequio.
¿Y quién mejor que Consuelo?
Luego de escribir una corta nota, bajé raudamente las escaleras hacia la playa bajo la atenta y estupefacta mirada de Pedro que estaba limpiando la piscina y fui caminando los 200 metros que me separaban de su casa.
Sabía que Geraldine no estaría a esa hora, apenas eran las tres de la tarde de un viernes, todavía se encontraba en su oficina. Subí las escaleras de dos en dos y vi a Consuelo limpiando la sala cuando llegué a la galería. Le di tres suaves toques a la vidriera para que no se asustara, aunque igual su reacción al verme fue de asombro e incredulidad.
—¡¡¡Phil, oh… Dios mío!!! —abrió las puertas corredizas de par en par— ¡Estás de vuelta! —y me abrazó.
Le devolví el abrazo, complacido de que por lo menos ella me recibiera con alegría, estaba seguro que sería la única. Era una mexicana cálida y simpática de mediana edad que se encargaba de mantener en orden la casa de Geraldine. Nos habíamos hecho amigos a lo largo del tiempo que frecuenté a su jefa, yo solía sentarme a esperar a mi emperatriz en el desayunador de la cocina cuando se retrasaba en llegar a la tarde y Consuelo y yo conversábamos mientras se encargaba de sus quehaceres.
Sabía que en ella tendría una aliada.
Después de ponernos rápidamente al día en referencia a cosas triviales como nuestra salud, sus hijos, su marido y otras tonterías, fui al grano:
—Consuelo, necesito tu ayuda.
—Lo que sea si no es un crimen —dijo riéndose—. Dime, Phil…
—Necesito que le entregues esto a Geraldine cuando llegue —y puse la caja frente a ella en la mesada de la cocina.
—Pero yo prácticamente ya no la veo, recuerda que me voy a las cinco, y ella volvió a su horario habitual en la galería, llega normalmente luego de las seis de la tarde, a veces recién a la noche.
¡Oh, mierda!
—Bueno, entonces simplemente lo dejaré aquí sobre la mesada. Mejor aún —dije razonando rápidamente.
No sabría cómo llegó allí ni su procedencia hasta que lo abriera, y probablemente se imaginara que era un regalo enviado por correo, o algo similar.
Saqué la nota que tenía en el bolsillo y la releí rápidamente.

Emperatriz, el día que te atrevas a beber de esta guampa y esta bombilla conmigo, sabré que me has perdonado. Feliz cumpleaños, amor. Tuyo. Phil.

Puse la esquela dentro de la caja de cartón y observé el regalo. Era un kit de tereré recubierto en metal trabajado artesanalmente por orfebres paraguayos, con complicados diseños en bajo relieve que simulaban un encaje llamado ñandutí. Incluía la caja portadora, el termo, la guampa y la bombilla. Los tres primeros llevaban su nombre «Geraldine Vin Holden» grabado en una sugestiva y delicada fuente cursiva, como el cartel frente a su galería.
Suspiré y cerré la hermosa caja de regalo.
—Gracias, Consuelo —le dije sonriendo.
—De nada, muchacho —y me miró fijo—. Pensé que te habías ido a tu país.
—Y lo hice… pero volví —y cambié de conversación—. ¿Cómo está Geraldine?
—Yo… no sé mucho de ella, Phil —se encogió de hombros—. Ya sabes, casi no la veo, solo te puedo decir —y se acercó a mí como si fuera a hacerme una confesión— que creo que está un poco mal del estómago porque todos los días tengo que limpiar a fondo el inodoro de su baño, creo que suele vomitar bastante. A veces —puso una mano al costado de su boca—, ni siquiera llega al sanitario —dijo muy bajito.
—No le repitas eso a nadie, Consuelo —le dije suspirando—, por favor.
—¡Oh, por Dios! Claro que no, Phil —hizo la señal de la cruz—. Yo soy muy discreta. Te lo cuento a ti porque sé cómo la cuidaste cuando tuvo el accidente, y bueno... tienen una relación… ¿no?
—Mmmm, sí —acepté porque eso fue lo que ella presenció durante los más de dos meses que estuve aquí y Geraldine llegaba temprano a su casa—. Me tengo que ir. Por favor, deja el regalo aquí, quiero que sea una sorpresa para ella, y no cierres completamente las cortinas cuando te vayas, vendré más tarde a esperarla y me gustaría ver su expresión cuando lo encuentre.
—¡Oh, claro, así lo haré, y seguro será una sorpresa! Sobre todo el saber que has vuelto. Me imagino que estará contentísima.
Sonreí a pesar de lo dudosa de su afirmación, me despedí de ella con dos besos en las mejillas y volví a casa por la playa, pensando.
Yo había acompañado a mi esposa durante todo su embarazo, por supuesto, y sabía lo que eran las náuseas matinales, el vómito, los mareos, el sueño constante y todo el arsenal de cambios que el cuerpo de la mujer sufría en el primer trimestre o más. Geraldine todavía estaba dentro de ese periodo de tiempo, y yo quería ayudarla a sobrellevarlo, al fin y al cabo estaba así por mi culpa… o por mi ayuda, dependiendo cómo se mirara todo el asunto.
¡Ojalá me lo permitiera!
Miré mi reloj. Tenía tiempo de descansar un par de horas antes de volver, estaba exhausto por el viaje.
*****
Eran casi las seis de la tarde cuando regresé a la casa de Geraldine sin haber podido pegar un ojo. Todo estaba en silencio, ella todavía no había llegado. Me senté en el sofá de la galería a esperar, con el corazón en la boca.
Quería ver cuando revisara el obsequio, sin que ella supiera que yo la estaba observando. Sabía que lo primero que siempre hacía era acercarse al teléfono y revisar si tenía algún mensaje en el contestador, y el regalo estaba a un costado, así que sería lo primero que vería.
La espera fue un martirio, estaba nervioso y mis manos me sudaban. Pero cuarenta minutos después escuché el sonido de un vehículo entrar a la cochera y el ruido del portón cerrándose. Me levanté de un salto y me ubiqué al lado de la parrilla, donde la cortina estaba abierta y se veía perfectamente la cocina, aunque todo estaba a oscuras.
En ese mismo instante se encendió la luz, mi corazón empezó a latir descontrolado. Pero la sorpresa me la llevé yo al ver a un hombre impecablemente trajeado entrar antes que ella, apagar la alarma e inspeccionar atentamente el lugar con la mirada antes de que ella entrara a la casa.
¿Quién carajo era?
La rabia y los celos hicieron presa de mí en un microsegundo.
Como yo había previsto, Geraldine fue caminando directa hacia la mesada de la cocina mientras el hombre misterioso entraba y salía del cuarto de huéspedes y del escritorio.
Vi que ella fruncía el ceño al mirar la caja apoyada al lado del teléfono, así como noté que sus manos le temblaban ligeramente al dirigirse hacia la tapa. Cuando la estaba abriendo, el hombre que se acercaba a ella caminó raudo, como queriendo impedírselo, pero ya fue tarde, la tapa cayó al suelo en el momento en que él la empujó hacia un costado, como protegiéndola.
Si ese hombre pensaba que podía ser una bomba o algo parecido, no pasó nada, obviamente. El desconocido miró el contenido con cautela, se puso un guante de plástico y sacó la nota de adentro. La abrió y sin leerla la desplegó y se la mostró.
¿Qué mierda pasaba? Yo no entendía un comino.
Vi la sorpresa en el rostro de mi emperatriz al leerla.
Se llevó la mano a la boca y abrió los ojos como platos. Instintivamente miró hacia la galería, como buscándome y me vio allí parado.
—¡¡¡PHIL, NOOOOOOOOO!!! —gritó.
Pero ya era tarde.
Sentí un fuerte golpe en la nuca.
Luego… solo oscuridad.

Continuará...

Píntame (Santuario de colores #2) Capi 01

sábado, 27 de diciembre de 2014

Y empieza la cuenta regresiva para la publicación de "Píntame". Durante un tiempo iré subiendo aquí los primeros capítulos, hasta el día en el que se publique. Espero les guste.

—¡Papi, papi! Mira lo que hice.
—Déjame ver —tomé la hoja que me pasaba mientras ella se acomodaba en mi regazo—. Está precioso, princesita. ¿Esto es un avión? —le pregunté.
—Sí, es el avión en el que volviste a casa. Y este —me señaló un borrón inentendible—, eres tú bajando por la escalera.
Sonreí ante su imaginación, porque realmente nunca me había visto bajar por las escaleras. ¡Mi Palomita! Era tan inteligente. La llené de besos mientras ella reía feliz por los mimos que le hacía.
—Voy a hacer otro —se bajó de mi regazo y volteó a mirarme—. Uno en el que los dos estamos juntos en un avión y volamos. ¿Te gustaría?
—Me encantará —acepté sonriendo—. Recuerda incluir algunas maletas, así podemos comprar muchas cosas lindas para ti y meterlas allí.
—¡Sí, sí, sí! —gritó, fue corriendo hasta la mesita de la sala y se arrodilló en la alfombra para seguir dibujando, al instante agregó—: Y una jaula, para traer una jirafa.
La miré sonriendo ante su inocencia.
Mi Paloma era bella, tenía solo cuatro años, aunque cumpliría cinco el mes siguiente, era delgada, alta para su edad, preciosa, de enormes ojos verdes iguales a los míos y nariz respingada como su madre, de tez blanca, pelo rubio ceniza con bucles en las puntas. Su inteligencia a veces me asustaba, tenía una madurez muy superior a cualquier niño de su edad. En el colegio, aunque recién estaba en jardín de infantes, ya me habían llamado la atención en referencia a sus logros académicos, muy superiores a los de sus compañeros.
Yo estaba frente a mi notebook en la mesa del comedor, verificando una planilla en Excel que había hecho mi secretaria sobre los costos de producción de la moringa. Era un negocio paralelo que tenía con Aníbal Ferros, mi mejor amigo y socio en ese emprendimiento. Estaba poniéndome al día con todo lo que había dejado pendiente durante más de dos meses, mientras mi fiel amigo se ocupaba de todo.
Era domingo, una semana después de haber vuelto de los Estados Unidos, de ese viaje que me dejó destrozado en todos los aspectos posibles.
En referencia a los negocios, no pude lograr absolutamente nada de lo que había planeado a pesar de haber contratado al mejor abogado de California. Y en lo personal, conocí a una mujer fabulosa, hermosa, rica, famosa, con una personalidad explosiva y envolvente, disfruté de su compañía durante toda mi estadía, volteó mi mundo como solo lo había logrado una vez Vanesa, la madre de Paloma. Una triste enfermedad se habían encargado de arrebatar a mi esposa de mi lado, pero haber perdido a Geraldine fue absolutamente mi culpa, debido a mi propia estupidez.
Jamás me lo perdonaría a mí mismo.
Suspiré. Nada raro. Desde que la había dejado vivía con el corazón destrozado y suspirando por ella como un idiota.
A pesar que desde un principio supe que no había futuro para nosotros, con el correr del tiempo soñé con la posibilidad de conservarla a mi lado a pesar de estar consciente de que éramos de mundos diferentes y que una relación fundada en la mentira no podía prosperar.
Sí, le había mentido asquerosamente.
Me sentía la peor escoria del universo por haberlo hecho.
Yo solo había ido a California con la idea de poner en orden los negocios de mi familia allí luego de la muerte de mi padre, tomar unos cursos sobre la extracción del petróleo para estar más compenetrado con ese nuevo trato comercial en el que estábamos involucrados y seguir de cerca el proceso judicial que el abogado Sigrid Humeen llevaba en relación al contrato firmado por mi padre antes de morir.
Con el cual yo no estaba de acuerdo y había tratado de impugnarlo.
Pero una tarde cualquiera, una semana después de llegar, una preciosa mujer que estaba haciendo footing en la playa subió hasta la terraza de mi casa familiar en Malibú mientras yo estaba limpiando la piscina. Me llevé una sorpresa muy grande cuando me dijo su nombre: Geraldine Vin Holden. Era mi vecina, y la hija del hombre al cual yo había ido a enfrentarme, aquel a quien indirectamente culpaba por la muerte de mi padre. August Vin Holden era el responsable. Mi padre sufría del corazón, y tratar con un gigante como lo era la petrolera fue más de lo que su frágil órgano pudo soportar. Y era yo quien debía hacerme cargo de todo en ese momento. Por mi madre y mis tres hermanas lo hice.
Al parecer a Geraldine, que era una famosa artista plástica, le gustó mi cuerpo y quería plasmarlo en sus lienzos. Ella deseaba algo de mí, y yo, pensando en que podía obtener mucha información de ella, decidí aceptar su propuesta como un intercambio justo entre nosotros, a pesar de que ella no sabía quién era yo, pensaba que el cuidador de la casa.
No la saqué de su error… y ese fue el mío.
Poco después de conocerla me di cuenta que ella aborrecía a su padre tanto como yo. No iba a obtener de ella lo que pensaba, pero ya había conseguido mucho más de lo que me propuse. La tenía a ella, en cuerpo y alma.
Le había mentido, era cierto. No tenía justificación alguna, me sentía una mierda por eso. Sin embargo ya era tarde para decirle la verdad, el pequeño engaño inicial se había convertido en una gran bola de nieve. Decidí que ambos disfrutáramos de nuestra relación, que no tenía nada que ver con su padre.
Y nos fuimos involucrando más y más cada día.
Yo esperaba que si algún día llegaba a enterarse de la verdad, recordara todas las cosas buenas que había hecho por ella, y me perdonara. La traté como una reina, no… como una emperatriz, y era así como la llamaba.
Mi emperatriz, mi monita a la que le gustaba trepar mis caderas a horcajadas y dormir liada a mí como una hiedra… mi amor.
Sí, la amaba… pero jamás lo admití frente a ella. Ella sí lo hizo, mi valiente Geraldine. Pero… ¿qué objeto tenía aceptar nuestro amor? Ambos sabíamos que no teníamos ningún futuro juntos. Mi vida estaba aquí, en Paraguay, mis obligaciones, mi trabajo, mi familia, mi hija. Y no podía pedirle a ella que dejara su amada California por mí, además de todas las obligaciones que tenía, estaba seguro que su espíritu se marchitaría en un lugar tan alejado y lejano al glamour que a ella tanto le gustaba.
Ahora ya era tarde, el idiota de Jesús Fontaine se había encargado de que ella se enterase de la verdad. Y me odiaba con toda su alma, me echó de su lado como si fuera un perro. No la culpo, aunque me sentí muy desilusionado porque ella solo vio las mentiras, y no todo lo que yo había hecho para ayudarla.
Pero no podía echarle en cara eso, si no supo apreciarlo, no iba a ser yo quien se lo recordara. Lo que hice, lo hice porque quise, sin esperar nada a cambio.
La realidad, no me arrepentía de nada. Si la historia volviera a repetirse y yo obtendría lo mismo de ella, lo haría de nuevo.
Solo por el placer de tenerla otra vez, solo por amarla como lo hice.
Cuando me enteré que estaba embarazada, por un instante me quedé mudo y después, a pesar del susto inicial… me alegré, porque era una forma de seguir conectados, de lograr que algún día pudiera perdonarme.
Pero el hijo que esperaba no era mío.
Ximena se encargó de demostrarlo.
Tomé en mis manos el celular que había traído de los Estados Unidos y lo observé. Lo había apagado en el avión a la vuelta y no lo había encendido más. Dudaba que tuviera señal aquí, pero por la conexión del Wi-Fi de mi casa podía conectarme al Whatsapp de ese número y saber algo de ella, aunque sea a través de Ximena.
Lo encendí.
—¡Mira papi! Lo terminé… —Paloma interrumpió mi abstracción mostrándome orgullosa el nuevo garabato que había hecho.
—Princesita, cada día te salen mejor tus dibujos —la subí a mi regazo—. Este soy yo, pero… ¿y tú… dónde estás?
—Aquí estoy yo, papi… en tu maleta ¿ves mi cabeza? —y rio a carcajadas— Me escondí ahí para que la próxima vez que te vayas, me lleves contigo.
—¡Oh, mi palomita! —la abracé muy fuerte, ella se prendió a mi cuello.
—Te extrañé, papilindo —me llenó de besos—, no te vayas más.
—No me voy a ir, princesita… —le dije convencido de que eso era lo que ocurriría—. Me quedaré contigo «Hasta el infinito... ¡y más allá!» —e imité a Buzz Lightyear, uno de sus personajes favoritos de Toy Story.
En ese momento, mi iPhone, que había captado el Wi-Fi de mi casa, empezó a pitar como loco. Llegaron un mensaje tras otro del Whatsapp conectado a mi número de Los Ángeles, mi corazón empezó a latir con rapidez.
—Hola hijo —saludó mi madre entrando a casa—. Veo que se están mimando.
—¡Abu, Lala! —gritó Paloma y saltó de mi regazo al piso— Mira los dibujos que le hice a papi.
—Hola mamá —me levanté y le di un beso en la frente.
—Me llevo a Paloma al shopping a merendar con tu hermana y los niños… ¿quieres venir? —me preguntó.
—No, tengo muchas cosas que hacer —le dije con el iPhone en la mano. Me quemaban las ganas de revisarlo—. Mándale saludos a Karen y a los peques.
Me despedí de las dos y salí a la galería a mirarlas mientras se dirigían caminando tomadas de la mano hacia la vivienda de mi madre. Todos teníamos una casa en un condominio privado que ocupaba la mitad de una manzana. La principal dominaba el terreno, y era la de mis padres. Luego había cuatro casas más sobre la calle, y entre ellas estaba la entrada al condominio. Los patios traseros de todas daban hacia el interior del espacioso terreno desde donde se veía la mansión Logiudice, donde había pasado toda mi niñez y adolescencia.
Las tres casas de mis hermanas estaban alquiladas, yo ocupaba la mía con Paloma y su niñera, que los domingos tenía libre. Mi hermana Lucía, que aún estaba soltera, vivía con mi madre. Karen, la mayor, con su esposo Orlando y sus dos hijos en Areguá, una ciudad cercana a la capital, y Alice, la menor, con Peter en los Estados Unidos.
Apenas mi madre y Paloma desaparecieron de mi vista revisé mi teléfono.
Suspiré al ver que casi todos los mensajes eran de Jared y Ximena, los amigos de Geraldine, pero ninguno de ella. Jared me mandaba literalmente a la puta por lo que le había hecho a su adorada amiga, no le respondí. Pero Ximena fue más sutil:
      Phil, necesito comunicarme contigo urgente. ¿Puedes llamarme?
Era del lunes anterior. Le contesté:
     Hola Xime, ¿cómo estás? Volví a Paraguay. Acabo de encender este teléfono, no había visto tu mensaje antes. Lo siento.
Al instante me contestó:
      ¿Tienes Skype, Phil? Conéctate en dos horas. Estaré esperándote.
Y me daba las coordenadas para encontrarla. Le respondí:
      Allí estaré. Bs.
La busqué en el Skype y la adherí a mi lista de amigos.
No me quedó otra que esperar a que se conectara. Fueron las dos horas más largas de mi vida. Necesitaba saber de Geraldine, ella seguro me informaría. Seguí trabajando y revisando documentos, hasta que sonó la llamada que estaba esperando.
Nos saludamos cordialmente a través de los monitores de nuestras laptops, hablamos de tonterías. «¿Estás en tu casa?» «Sí, ¿y tú?» «También, ¿cómo estás?» «Muy bien, Phil… ¿y tú?» «Sobreviviendo». Le expliqué el motivo por el cual no le había contestado antes y le pedí que anotara el número de mi celular en Paraguay. Lo hizo. Hasta que ya no nos quedó nada más que hablar, sino lo realmente importante:
—¿Cómo está ella, Xime?
—Bueno, amigo… sobre eso quería hablarte. Como su doctora puedo decirte que está bien, pero como amiga la noto destrozada. No dijo ni una sola palabra sobre lo que ocurrió entre ustedes, pero a Jesús y su lengua larga se le escapó algo cuando habló con Susan, ella me contó a mí… y ya sabes. Nos enteramos todos —asentí con la cabeza—. No voy a juzgarte, Phil. Ni voy a pedirte explicaciones porque a mí no me corresponde hacerlo. Solo necesito aclararte algo que al parecer se malentendió ese día que nos encontramos en el sanatorio.
—Te escucho… dime.
—Geral estaba convencida de que el hijo que espera no es tuyo.
—Bueno, yo también creo eso, Ximena. Tú dijiste que ella estaba de 11 semanas, y nosotros… nos conocimos después.
—Bien, hubo una mala interpretación de parte de ustedes, se lo expliqué a ella y te lo repetiré a ti: el embarazo completo lleva 40 semanas de gestación, normalmente no se sabe el día exacto de la concepción, por eso las 40 semanas empiezan a contarse desde la última menstruación. En el caso de Geral fue el 13 de agosto. Suma entre 13 a 15 días más, y dime… ¿qué estaban haciendo ustedes dos esos días? ¿Ya se conocían?
Me quedé mudo mirando la pantalla embobado.
—La p-playa —balbuceé.
—Acabas de tener la misma reacción que ella tuvo. Lo cual me confirma y ratifica, que ese bebé que lleva dentro… ¡es tuyo! Y fue concebido, según pude entrever, entre las olas del océano Pacífico el miércoles 27 de agosto, una noche en la cual la calentura les hizo olvidar que debían usar preservativo… ¿estoy en lo cierto?
—S-sí —murmuré anonadado.
—¿Vas a quedarte balbuceando como un idiota o vas a hacer algo? Es tu hijo, Phil… con seguridad. Nacerá cualquier día a partir del 20 de mayo…
—No esperaré tanto, te lo aseguro —dije con convicción.
—Confiaba en que me dirías eso. Encontrarás mucha resistencia de su parte, está decidida a asumir la responsabilidad ella sola y no quiere ni siquiera oír tu nombre. Pero yo sé cómo la cuidaste cuando tuvo el accidente, y lo mucho que la apoyaste después. Estoy segura que ese mismo espíritu guiará tus acciones.
—Ella no parece ver nada de eso, Ximena. Solo el hecho de que le oculté mi verdadera identidad. Fui un idiota, lo sé… y estoy tan arrepentido que apenas puedo dormir o comer. Me siento una mierda, la peor escoria del planeta.
—Phil, si tú dejas la auto-compasión, mueves tu culo, lo subes a un avión y no la abandonas, yo te ayudaré a que ella lo entienda.
—Veré que puedo hacer, te lo prometo —dije suspirando—. Estaremos en contacto, Ximena. Muchas gracias por contármelo. De verdad te lo agradezco mucho.
—Quiero que sepas que ella no sabe que yo estoy hablando contigo.
—No diré nada.
—Su cumpleaños es el sábado, Phil.
—¡¡¡Papi, papiii!!! —nos interrumpió Paloma entrando a casa como una tromba y subiéndose a mi regazo— Ya llegué, mira… abu me compró gomas para el pelo —y me las mostró.
—¿P-papi? —esta vez le tocó a Ximena balbucear.
—Qué hermoso, princesita —dije sonriendo.
Ximena observaba la escena alucinada.
—Hola —saludó Paloma en español, mirando el monitor— ¿quién eres?
—Ximena, ella es mi hija Paloma —hablé en inglés—. Princesita, ella es Ximena, una amiga de papi que vive muy lejos.
—¿Eres la novia de mi papi? —preguntó inocentemente, también en inglés. Iba a un colegio bilingüe desde los dos años en jardín maternal y dominaba ambos idiomas, como todos en mi familia.
—Hola Paloma, encantada de conocerte. Y no, no soy la novia de tu papi —dijo riendo—, solo su amiga.
A partir de ese momento y durante los cinco minutos siguientes fue una confusión de voces y caras frente al monitor. Mi madre también se acercó y tuve que presentarla, estuvieron conversando un rato y luego le pedí que distrajera a Paloma mientras yo me despedía de Ximena.
Por fin nos dejaron solos de nuevo.
—Lo siento, Xime. Mi familia es muy sociable.
—No sabía que tenías una hija —dijo anonadada—, espero que no haya también una esposa de por medio o sino sí va a darme un infarto.
—No, Ximena, no tengo esposa —y suspiré, porque no me gustaba hablar de eso, pero no tuve opción—. Soy viudo, hace cinco años… bueno, cuatro y algo.
—Phil, lo sien…
—No hace falta que digas nada al respecto —la interrumpí—. Volviendo al tema que nos compete, esto que me contaste pone mi vida entera patas para arriba, quiero que comprendas que tengo miles de cosas que solucionar antes de dar un paso definitivo, pero lo haré. No la dejaré sola, te lo prometo.
—No esperaba menos de ti —respondió.
Estuvimos conversando un rato más, pero al parecer se dio cuenta de que estaba absolutamente conmocionado. Me pidió que la mantuviera informada de lo que haría y nos despedimos.
Cerré la tapa de la notebook y me quedé mirando la nada durante varios segundos. Suspiré y me pasé las manos por la cara en un intento de despejar mi desconcierto, algo casi imposible.
Apoyé mis codos en la mesa del comedor y sostuve mi cabeza.
¡Era mío! ¡El bebé que Geraldine estaba esperando… era mío! Iba a ser padre de nuevo. No podía creerlo. Tenía tal confusión de sentimientos dentro de mí que ni siquiera podía pensar coherentemente.
—¿Te pasa algo, hijo? —preguntó mi madre acercándose a mí.
La miré. Ella estaba al tanto de lo que había pasado en Los Ángeles, Alice se había encargado de contarle luego de que Geraldine y yo la hubiéramos visitado en su cumpleaños. Pocas cosas se podían mantener en secreto en mi familia, y menos algo que se refería a mí, la única espina entre tantas rosas.
—M-mamá —balbuceé mirándola con los ojos vidriosos—. No hay ninguna forma de suavizar esta noticia, así que te la diré simplemente… sin anestesia —suspiré entrecortado—. Acabo de enterarme que vas a ser abuela de nuevo y tengo que volver a Los Ángeles a recuperar a Geraldine. Necesito tu ayuda con Paloma, de nuevo.
*****
Todo resultó relativamente fácil, menos Paloma. Mi hija, a pesar de su corta edad era tremendamente terca y memoriosa. Cuando le conté que tenía que volver a viajar se puso a llorar como una condenada a muerte y me sacó en cara lo que le había dicho el domingo anterior:
—Me dijiste que te quedarías conmigo «hasta el infinito... ¡y más allá!», me lo prometiste, papilindo —y siguió llorando—. ¡Ya no te quiero…! —concluyó y se levantó de mi cama donde estábamos acostados viendo la tele y fue a su habitación corriendo, haciendo gala del más puro estilo "culebrón mexicano".
Me levanté yo también y la seguí, suspirando.
Al parecer mi destino inmediato sería perseguir mujeres enojadas conmigo, aunque estaba seguro que a esa mujercita sería más fácil de convencer que a la otra que no me esperaba en California.
Me miró sollozando y enfurruñada con su linda boquita haciendo un mohín de disgusto cuando entré. Estaba escondida en el fondo de su habitación dentro del castillo de sábanas que habíamos hecho para sus muñecas, acuartelada con todos sus peluches alrededor.
Me metí dentro como pude, porque el espacio era mínimo.
—Palomita, debes entender que hay cosas de adultos que papi debe resolver, es algo que no tenía previsto —siempre trataba de explicarle las cosas con hechos que ella conocía—. ¿Recuerdas cuando en la película de Barbie ella tuvo que dejar a su hermanita al cuidado de su tía porque tenía que ir a rescatar a Ken de las garras del malvado fotógrafo?
—Mmmm, s-sí —sollozó limpiándose los mocos con el dorso de la mano.
—Bueno, papi tiene que hacer algo parecido —le limpié la nariz con una toallita que encontré a un costado—. Tengo que rescatar a una princesa que me gusta mucho.
—¡Yo soy tu princesa! —me regañó.
—Es cierto, en realidad esta señorita a quien tengo que rescatar es una emperatriz, y si puedo la traeré conmigo para que la conozcas… ¿te gustaría? —Negó con la cabeza— Ella vive en un hermoso castillo a orillas del océano… ¡como el de la pequeña sirenita cuando Ariel la rescata de las manos de la hermana de Úrsula y Tritón hace desaparecer las murallas! Pero mucho más moderno.
Paloma asintió. Me acosté a su lado con nuestras cabezas juntas y observamos las estrellas que colgaban desde el centro del techo de sábanas donde estábamos.
—¿Tiene un tridente como su abuelo? —preguntó entusiasmada con el relato.
—Tiene algo mejor que eso… —dije imaginándome el "Santuario de colores"— posee muchas alfombras mágicas, de todas las formas y grosores. Y pinceles, también pinturas de todos los colores y muchos, muchísimos lienzos para dibujar.
—¿Y no puedo ir contigo a rescatar a la emperatriz? —preguntó ansiosa— Ya no tengo que ir al cole, papi. Estoy de vacaciones.
—No, princesita. Esta vez no… quizás la próxima te lleve conmigo, la emperatriz ahora está un poco enojada, entonces tengo que lograr que a ella le pase su enojo y quiera que yo sea el emperador de su castillo con ella… ¿lo entiendes?
—¿En su castillo hay dragones? —indagó entusiasmada.
—¡Oh, sí! Hay un dragón horrendo que merodea su castillo —me reí pensando en Jesús—, y debo impedir que pueda entrar.
—Llévate la espada mágica, papilindo… —se incorporó y me pasó la suya de juguete, volvió a acurrucarse a mi lado— no quiero que te pase nada.
—Ahora sí estoy protegido —tomé la espada con una mano y la abracé muy fuerte con la otra—. ¿Puedo irme tranquilo sabiendo que dejo a mi princesa contenta con su abuela y su tía? Sabes que hablaremos todos los días por la compu, Palomita… así como lo hicimos la vez anterior que estuve lejos.
—S-sí, papi —contestó ya sin llorar, aunque su naricita estaba roja—. Pero vuelve pronto a nuestro castillo, tu princesa también te estará esperando.
—¡Oh, claro que sí, mi vida! Volveré lo antes posible, prometido —y levanté mi palma— ¿Hi-5?
—¡Hi-5! —contestó riendo y chocando mi mano con la suya.
Esa noche dormimos abrazados en la alfombra de su habitación dentro de su castillo de juguete, entre peluches y muñecas. No era la primera vez que lo hacíamos, y como era de prever, amanecí totalmente adolorido, pero feliz de haberla persuadido.
Mi socio fue el más sencillo de convencer de todos, estaba hasta complacido de que volviera, porque había traído conmigo muchos contactos que había conseguido por intermedio de Sigrid Humeen para iniciar la exportación de la hoja de moringa como materia prima, algo que habíamos vislumbrado, pero ni siquiera soñábamos con realizar a tan corto plazo.
Hice dos viajes al campo durante mi corta estadía de doce días en Paraguay, y allí no encontré ningún problema. El capataz, Don Alfonso, se encargaba de todo como siempre lo hizo, aun cuando mi padre vivía. Los animales estaban bien cuidados y los campos a punto para la siembra. Paloma y su niñera me acompañaron, porque no quedaba muy lejos de la capital y a la niña le encantaba pasar el día sobre el caballo conmigo y recorrer la hacienda. Hasta tenía un poni para ella sola, que solo le permitía montar por los alrededores de la casa patronal cuando yo estaba con ella.
Mis hermanas, que se encargaban de la oficina de la agro-ganadera pusieron mala cara, pero cuando Karen se enteró del motivo inmediatamente estuvo de acuerdo en que me fuera, ella tenía dos hijos, lo entendía. Lucía era soltera y la verdad, la más difícil de todas. La quería, porque era mi hermana, pero no nos entendíamos demasiado. Era muy estricta, muy dura y además… la mejor amiga de mi esposa fallecida. Al enterarse de que iba en pos de otra mujer, a quien había dejado embarazada, dio media vuelta y me dejó hablando solo.
«Haz lo que se te antoje, al fin y al cabo siempre hiciste lo que quisiste», fueron sus últimas palabras.
Pero adoraba a Paloma, y la niña a ella. Y a pesar de todo yo sabía que dejaba a mi hija en buenas manos a su lado… y con mi madre.
Mi santa madre, era una luchadora y una gran mujer. No había miseria humana que ella no comprendiera y aceptara, aunque me regañó por cómo me comporté con "¿su futura nuera?", como ya la llamaba. Estaba feliz con la noticia, hasta me propuso acompañarme junto con Paloma. Pero le dije que no era recomendable. Conocía a Geraldine, y sabía que sería una batalla campal convencerla, necesitaba concentrar todas mis energías en ella en ese momento, y la niña sería una distracción permanente para mí. Le prometí que si todo se arreglaba, le enviaría los pasajes para que volaran a encontrarse conmigo y conocer a la futura madre de mi hijo, o hija.
Cuando se lo conté a Alice vía Skype saltó y gritó de felicidad como una posesa. Su alegría se centró en la idea de que ¡ambos íbamos a ser padres casi en simultáneo! Pero un par de días después volvimos a conversar y estaba desanimada y deprimida, porque había llamado a Geraldine varias veces y nunca respondió el celular, tampoco contestó sus mensajes.
«Seguro está enojada conmigo también. Por tu culpa debe pensar que soy una maldita mentirosa», me dijo triste. «Lo arreglaré, conejita… te lo prometo», le dije suspirando.
Y en eso me centré.
*****
Era viernes y ya estaba en el avión, rumbo a Los Ángeles.
Apenas bajé y puse el pie en suelo californiano, sentí el peso del mundo entero sobre mis hombros.
¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar?
No tenía la más mínima idea… lo resolvería sobre la marcha.
Pero de algo estaba seguro: Geraldine me necesitaba, y aquí estaría para ella, quisiera o no mi compañía.
Me subí a un taxi y partí rumbo a Malibú.

Continuará...

Sorteo de Navidad y Año Nuevo

jueves, 11 de diciembre de 2014

Para mis apreciados lectores...
¡Un sorteo por Navidad y Año Nuevo!


REGLAS:
1* Debes darle "Me gusta" a la página de Facebook "Los libros de Grace Lloper": https://www.facebook.com/LosLibrosDeGraceLloper
2* Tienes que compartir la publicación de este sorteo en tu muro de Facebook o en algún grupo de lectura desde la misma página "Los libros de Grace Lloper" (para poder verificar)... 
Es sencillo, con esto... ¡Ya estarás participando!
Si quieres seguirme además aquí en el blog... estaré encantada ;-)

PREMIOS:
Habrá 6 (seis) ganadores, que podrán elegir entre tres premios,
1* El libro "Dibújame" (Santuario de colores #1) de 450 páginas.
2* La serie "Crucero erótico" (3 libros, aprox. 500 páginas)
3* La serie "Mujeres Independientes" (3 libros, aprox. 600 páginas)

FECHA:
Se anunciarán los ganadores el día de Reyes, el sorteo se realizará por medio de https://www.randompicker.com/ entre todos los que cumplan los requisitos.

¿Te lo vas a perder?
¡¡¡FELICES FIESTAS, AMIG@S!!!
Y prepárense para la publicación de "Píntame" (Santuario de colores #2) a inicios del 2.015... 



Dibújame (Santuario de colores #1)

domingo, 4 de mayo de 2014


LINKS DE COMPRA:
http://www.blomming.com/mm/gracelloper/items
http://www.amazon.com/dp/B00K61QMLY
(Y en todos los demás Amazon, en e-Book y en papel)
(Próximamente -sin fecha- en Smashwords, Barnes&Nobles e iTunes)

SINOPSIS:
Me llamo Geraldine, hija única y heredera de August Vin Holden un conocido petrolero, soy artista y poseo todo lo que cualquier mujer desea: belleza, glamour, poder, fama y fortuna. Formo parte del exclusivo jet-set de Los Ángeles, pero… ¿soy feliz? No lo sé, lo dudo. Mi equipaje es muy pesado.
Phil Girardon llegó a mi vida como un soplo de aire fresco, lo conocí una tarde mientras corría por la playa, él estaba limpiando la piscina de una de las mansiones de la costa de Malibú donde tengo mi residencia.
Yo necesitaba un modelo para mi siguiente colección de pinturas, lo encaré y él se prestó al juego bajo ciertas condiciones. Las acepté. Me encantaba jugar, y ese trato prometía deliciosas tardes fuera de lo común en mi estudio, o como yo lo llamaba: mi "Santuario de colores".
A partir de ese momento y sin buscarlo, los lazos entre nosotros se volvieron cada vez más fuertes y estrechos. Al parecer Phil tenía la extraña cualidad de brindarme lo que yo emocionalmente necesitaba en el momento preciso, sin necesidad de pedírselo.
Pero… ¿qué sabía realmente de él? Solo que estaba cuidando la casa donde vivía, que era un hermoso, dulce y apetitoso sudamericano de algún país que pocos conocen y al cual pronto volvería.
Mientras tanto, fiel a mi forma de ver la vida, disfrutaré de él, aunque me gustaría descubrir más…
¿Me acompañas?

RESEÑA DE LA EDITORA:
Por Bea Sylva.

Es extraño, comienzas a leer y aceptas que Geraldine se come al mundo, ella lo gobierna, lo arma y lo desarma, decide y actúa, y todo lo que la rodea lo acepta y hace su voluntad y lentamente sin siquiera ser consciente de ello, terminas comprendiendo que esa vida vertiginosa es tan solo un escudo protector que Geral usa para vivir cada día.
Dibújame es un novela intensa con muchas capas. Comencé a leerla y me dije: otra novela erótica, fresca, simpática, atractiva y las hojas pasan frente a mis ojos y voy cambiando esta manera de mirarla. De odiar a Geraldine comienzas a apreciarla, dejas de cuestionar sus actos, su personalidad tan superficial y hedonista y lentamente vas visualizando esas capas que llegan hacia ese secreto que ha vaciado sus ojos. Y la novela cambia, yo como lectora cambié y de pronto sientes el dolor de su protagonista como propio y sabes que habrá más porque Grace Lloper ha ido lentamente tejiendo en finos hilos de palabras más y más sorpresas. Tú las ves, las presientes, las esperas… y las hojas siguen avanzando frente a tu azorada mirada.
Dibújame bien podría ser una novela erótica más, pero la historia de Geral y Phil es tan poderosa que descubres que estás frente a una gran novela.
Dibújame es sensorial, todo en ella afecta tus sentidos, desconozco, pero se lo preguntaré si hubo en ella un proceso consciente de creación de esta novela puramente sensorial; los detalles, esos miles de detalles lo prueban: olores, sonidos, sabores, colores, luces y sombras, desde lo que comen o beben o escuchan. Todo hasta la forma en que hacen el amor (demasiado sexo Grace Lloper, demasiado sexo, pero con toda honestidad creo que las escenas son increíbles), los pequeños obsequios, la pulsera con sus dijes llenos de manifiesto simbolismo, el amor es un capullo que se convierte en flor, las alianzas de sus padres… podría llenar una carilla con esos pequeños detalles tan, tan significativos y no olvidemos las mariposas, las fotos, los cuadros, dejémoslo ahí.
Esta novela me ha fascinado y ya me siento repetitiva. Grace Lloper no me sorprende tu talento, siempre he sido una admiradora tuya, pero no puedo dejar de pensar cuán madura y profunda es esta historia.

Dibújame (Santuario de colores #1) Capi 06

jueves, 1 de mayo de 2014

Al día siguiente desperté muy temprano, bueno… eran las ocho y media de la mañana, pero según mi horario, de madrugada. Mi trabajo requería mucha vida social y conexiones, así que normalmente mi día empezaba cerca del mediodía y terminaba mucho después de medianoche.
No me costaba dormir, porque tenía pastillas que me ayudaban.
Pero si decidía no tomarlas o me olvidaba de hacerlo, mi sueño era inquieto e interrumpido. Eso me había creado muchos problemas en años anteriores, porque mi falta de sueño repercutía en mis actividades diarias y no podía permitirlo. Cuando bebía no las necesitaba, el alcohol tenía el mismo efecto en mí que las pastillas sedantes.
Gracias al descanso me levanté con buen ánimo a pesar de lo que había vivido el día anterior. Fui directa al baño y observé mi mejilla.
Fruncí el ceño.
Merced a todo el hielo que Phil me puso y a la crema antiinflamatoria que me apliqué después no estaba muy hinchada, pero tenía un buen moretón. Presioné con dos dedos la zona y me quejé. Mmmm, dolía.
Pero el dolor físico no era nada en comparación con el emocional.
Decidí bloquearlo, era experta en hacerlo.
Me di una larga ducha bien caliente, me lavé el pelo, estaba secándolo cuando sentí la urgencia de un buen café, me acordé de Phil y su promesa.
Tomé mi iPhone y le envié un mensaje:
     «¿Y mi café? ;-)»
Me contestó al instante:
     «¿Se cayó de la cama, señora Vin Holden?»
Sonreí, porque hacía tan poco que nos conocíamos y al parecer ya sabía mi rutina, le respondí:
     «Menos cháchara y más acción»
Ni siquiera pude bajar el celular en la mesada, cuando llegó su respuesta:
     «Dame 10 minutos y estoy allí. Ábreme la vidriera, iré por la playa»
Me puse un vestido tipo solera, blanco con detalles estampados rojos muy suaves, lo complementé con un cinto ancho de cuero rojo con hebilla dorada, me calcé unas elegantes sandalias de tacón alto, por supuesto del mismo color y con la cartera a juego.
Me miré al espejo de mi vestidor y aprobé mi imagen.
Ahora solo necesitaba tapar el hematoma que tenía en la cara. Me puse una base del color de mi piel con polvo compacto encima, me apliqué un poco de rímel en los ojos y brillo en los labios, nada más. No me puse rubor porque quería evitar llamar la atención en mis pómulos.
Estaba lista, bajé y vi que Phil estaba caminando en la galería ida y vuelta, hablando por su celular. Me sorprendió verlo tan elegante, llevaba puesto un vaquero negro, una camisa blanca y un saco sport gris oscuro, aunque sus zapatos eran deportivos, quizás porque vino caminando por la playa.
Fui a abrirle la puerta para que pudiera entrar, desplacé una de las hojas de la gran vidriera y la dejé abierta para que entrara cuando terminara de hablar. Le hice un gesto de saludo con la mano, que él devolvió con un guiño, y volví adentro. Busqué el periódico en el buzón de mi puerta de acceso y me senté en la mesada del desayunador a leerlo mientras cortaba la mitad de un melón en rodajas.
Al rato sentí una suave caricia en mi cuello.
—Buen día, emperatriz —saludó Phil besándome en la nuca.
—Mmmm, buen día sudamericano… —y lo miré a los ojos— estás muy elegante hoy. ¿A qué se debe?
—Tengo que hacer algunos recados —contestó encogiéndose de hombros y se metió a la cocina para preparar la cafetera.
—Quizás debas contarme cuál es el ingrediente secreto de tu delicioso café, así no tengo que molestarte cada mañana, Phil.
Cuando terminó de meter el café y su o sus componentes misteriosos y encendió la máquina, se dio la vuelta y se apoyó en la mesada con los codos y la cabeza apoyada en sus manos entrelazadas.
—Es un placer para mi preparártelo —me hizo una seña sexy con el dedo— quiero hacerlo, acércate.
Ni corta, ni perezosa, lo hice. Casi me trepo sobre la mesada de un salto.
Nos encontramos a mitad de camino. Me tomó del cuello, inclinó su cabeza a un costado y me besó en los labios, primero suavemente, luego me devoró, yo metí mi lengua dentro y le recorrí los dientes, él entrelazó la suya con la mía durante un instante y paró.
Los dos teníamos la respiración irregular, sonreímos.
—Sabes a menta, fresca y refrescante —dijo contra mi boca.
—Y tú a eucalipto, dulce y picante —suspiré.
—Estás hermosa, emperatriz —él también suspiró—, me dejas sin respiración cada vez que te veo, pero hoy en especial, te noto muy elegante y sofisticada.
—Gracias, Phil… tú estás muy elegante también.
Sonrió y acarició suavemente mi mejilla.
—¿Base? —preguntó.
Asentí con la cabeza y volví a sentarme bien en la butaca. En ese momento sonaron los tres pitidos que indicaban que el café estaba listo.
Phil puso dos tazas sobre la mesada y lo sirvió.
Suspiré de placer al tomar el primer trago, lamí mis labios de gusto y volví a beberlo, gemí y exageré mi reacción, como si en ese momento hubiera tenido un orgasmo.
Mi sudamericano rio a carcajadas. ¡Mierda! Me embobaba su risa. Y esa barba de un día, que estaba tan de moda me volvía loca.
—¿Ya desayunaste? —le pregunté.
—Sí, hace rato —contestó, también bebiendo su café—. Me desperté muy temprano. ¿Eso es todo lo que vas a comer? —preguntó con el ceño fruncido.
—Más que suficiente —respondí metiendo un trozo de melón en mi boca.
Puso los ojos en blanco y salió de la cocina.
—Tengo que irme, Geraldine —caminó hasta ponerse a mi lado.
—Mmmm —traté de tragar el bocado antes de preguntarle—: ¿Quieres que te acerque a algún lado? Yo también ya salgo.
—No, gracias. En la casa hay un vehículo —se acercó a mí, pasó la lengua por la comisura de mi boca y lamió el jugo del melón que por lo visto se escurrió de mis labios, me estremecí—, no es un Lamborghini Reventón —sonrió—, pero sirve para desplazarme.
Asentí, y me sorprendió la sensación de desilusión que sentí al saber que no iría conmigo. Lo atribuí a nuestra cercanía durante todo el fin de semana, restándole importancia.
—¿Nos encontramos a las cuatro? —pregunté.
—Estaré aquí, firme y al pie del cañón —dijo guiñándome un ojo.
—No tan firme, señor —le respondí pícaramente.
—Eso no puedo prometértelo —me dio un suave beso sujetándome de la barbilla y mirándome a los ojos—. Nos vemos, Geraldine, que tengas un buen día.
—Igual para ti, Phil —mis huesos se habían derretido con esa "no" promesa.
Salió por la galería, cruzó la terraza y lo perdí de vista al bajar la escalera. Suspiré como una tonta y miré lo que restaba de mi desayuno.
Ohhh, mierda… había perdido el apetito.
*****
Llegué a la oficina poco después de las diez de la mañana y me encontré con un sinfín de problemas. La mayoría de ellos podían solucionarlo Thomas o Susan, pero con la exposición en puerta estaban saturados de trabajo, así que traté de organizarnos para que cada uno de nosotros se ocupara de ciertas cosas, incluso les asigné tareas a las vendedoras.
Recién a la siesta pudimos bajar un poco el ritmo, le pedí a Thomas que trajera algo para comer y nos sentamos en la mesa de reuniones entre los tres para decidir nuestros siguientes pasos mientras almorzábamos.
—¡Hora de almuerzo aquí arriba! —le anunció Thomas a la recepcionista desde la barandilla del entrepiso. Eso significaba que teníamos 60 minutos de paz, sin que nos pasaran llamadas.
—Mmmm, por fin —dijo Susan dejándose caer en una de las sillas—. Hoy es un día de locos. ¿A qué se debe que hayas llegado antes del mediodía?
—Dormí temprano —respondí sentándome frente a ella y abriendo la cajita con mi almuerzo, que consistía en ensalada mixta con pescado grillé—. De hecho, chicos, cambiaré mi horario. A partir de hoy y hasta que termine mi nueva colección, vendré y me iré antes.
—¿Por qué motivo? —preguntó Thomas.
—Trabajaré desde casa en esta nueva serie de cuadros, así que solo estaré hasta las tres de la tarde aquí. Te envié el listado de todo lo que necesito por e-mail, Tom… ¿lo recibiste?
—Sí, jefa… ya hice el pedido, pero no cambies de tema —y dio tres golpes en la mesa con el tenedor—. ¿No vamos a saber quién es?
—Esta vez no —fui categórica.
—¿No será ese Mike que me llamó hoy? —continuó mi lindo asistente.
Puse los ojos en blanco.
—Mmmm, yo creo saber quién es —anunció Susan—. Mister toquete ¿no?
Thomas y yo la miramos interrogantes, con el ceño fruncido.
—¡El divino que te acompañó a la fiesta de Runway! ¿Es él, no? —continuó.
Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia y cambié de tema:
—¿Qué día lo citaste a Mike?
—El jueves a las tres, pero veo que tendré que cambiar el horario. ¿Te parece bien a las dos o antes del mediodía?
—No, mantén la cita, yo lo saludaré, miraré rápidamente su material y lo dejaré en tus manos, Susan. Si su trabajo tiene potencial, lo sabrás mejor que yo. Confío en tu criterio.
Susan asintió.
—Bien, pero volviendo al tema, Geral —dijo Thomas—, tengo que preparar el contrato para tu nuevo modelo, tendrás que darme sus datos.
—No firmará ningún contrato —le anuncié.
—Pero… eso no es normal —dijo Susan, preocupada—. ¿Y si decide dejarte plantada a mitad del trabajo? ¿Qué harás?
—No puedo hacerle firmar un contrato a alguien que no quiere cobrar nada, Susy —y suspiré—. Tendré que arriesgarme.
—¿Quién en su sano juicio trabaja gratis en estos días? —preguntó mi fiel asistente, maravillado.
—Alguien que cobrará en especies, obviamente —dijo Susan riéndose a carcajadas y contagiando a Thomas. Yo solo sonreí y seguí comiendo.
Susan estaba inquieta, la conocía y sabía que había algo que quería preguntarme, pero no se animaba por la presencia de Thomas, así que apenas nos quedamos solas, me lanzó su dardo:
—¿Qué te pasó en la cara, Yeya? —ella solo me llamaba así, con el apodo que usábamos de niñas, cuando estábamos solas y entrábamos en la dimensión "amigas del alma que guardan secretos".
—¡Oh, Dios Santo! ¿Se nota? —pregunté preocupada tocándome la mejilla.
—No, nena… bueno, deberías retocarte un poco el maquillaje, porque solo hace un rato me di cuenta. Empecé a sospechar que algo pasaba cuando te vi con tanta base, normalmente solo te delineas los ojos —suspiré y me recosté en la silla—. ¿Fue el tío August, no? Me enteré por los periódicos que está por aquí.
Ella lo llama tío –aunque en realidad no somos parientes–, porque su madre era la mejor amiga de la mía, y nos criamos prácticamente juntas. Fuimos a los mismos colegios, tuvimos siempre el mismo grupo de amigos, incluso en época de facultad fuimos a la misma universidad, aunque en diferentes carreras. Nuestras vidas siempre corrieron paralelas.
Asentí a su pregunta, Susan sabía todo sobre mí, y aunque no lo supiera, lo adivinaba. Le conté todo lo que había pasado sin muchos detalles, me hizo bien hablarlo, incluso platicamos sobre la conversación que había tenido con Jesús la noche de la fiesta.
—Bueno, Susu… eso es básicamente todo, y ahora —dije levantándome de la mesa de reunión—, debemos volver al trabajo. Ya nos pasamos la hora del almuerzo.
—¿No vas a contarme quién es tu modelo misterioso? —insistió tomándome del brazo— ¿Es Phil, no?
Pensé en que mi sudamericano nunca me había pedido que mantuviera oculta su identidad, solo me había dicho que no quería que su rostro fuera visible. De todos modos no se lo contaría a nadie, y "nadie" en mi vida no solía incluir a Susan. Además, estábamos en la dimensión "Yeya y Susu".
—Claro que es Phil —dije sonriendo.
—¡Lo sabía! —dijo levantando un puño y bajándolo en señal de victoria— ¿Dónde lo conociste?
—Vive cerca de casa, a unos 200 metros —no le di más información.
—¡Ahhh, un millonario extranjero! Con razón no desea cobrar.
Dejé que Susan creyera eso, porque la verdad, me avergonzaba un poco admitir la realidad de Phil.
¡Qué estupidez de mi parte!
*****
Llegué a mi casa esa tarde con quince minutos de retraso porque pasé antes por una confitería. Le avisé a Phil por mensaje:
     «Buscando algo que necesito, me retrasaré un poco»
Me contestó al instante:
     «Te espero en la terraza de tu casa»
Cuando llegué, efectivamente, allí estaba sentado en el sofá con su ya famoso termo de tereré y escribiendo en su celular. ¿Con quién se comunicaría tanto? Me pregunté, pero siendo las nuevas tecnologías tan globales y accesibles, supuse que lo hacía con los parientes y amigos de su país.
Me encontré con la señora Consuelo al entrar, y la mujer –muy preocupada– me explicó la presencia del "intruso" en la terraza.
—No lo dejé entrar, señora —dijo la fiel cuidadora de mi casa—, porque usted no me avisó nada, pero hace diez minutos la está esperando, y tiene una cosa muy rara en su mano que chupa a cada rato.
Sonreí con su comentario respecto al tereré, pero no le di explicaciones al respecto.
—No hay problema, Consuelo… me olvidé completamente que estarías, o si no te hubiera llamado a avisar. Ven, te lo presentaré. Él vive a unas casas de aquí, sobre la playa y vamos a trabajar juntos un tiempo, es de confianza.
Abrí la vidriera, nos saludamos y lo invité a entrar.
Le presenté a mi ama de llaves, se saludaron muy cordialmente y le expliqué a Consuelo que estaríamos en el estudio.
—¿Va a necesitar algo señora Geral?
—No, Consuelo, gracias. Cuando termines tus quehaceres puedes retirarte, pero no enciendas la alarma —y mirando a Phil, anuncié sin vueltas—: Vamos a mi estudio —volví a cerrar el acceso desde la terraza y lo tomé de la mano. Estaba fría, un poco sudada. Al parecer mi sudamericano estaba nervioso.
Yo también lo estaba, había hecho esto cientos de veces con hombres y mujeres, o ambos, pero nunca había tenido un trato íntimo con ninguno. Los modelos posaban, a veces en mi estudio de la galería, a veces aquí, terminaban su trabajo cobraban lo estipulado y nos despedíamos sin que existiera el más mínimo trato personal entre nosotros.
Esta vez era totalmente diferente.
Con mi cartera colgada del hombro, la bolsa que había comprado en la confitería en un brazo y la mano de Phil en la otra, subimos al tercer nivel en silencio.
Llegamos hasta una puerta blanca de dos hojas.
—Bienvenido a mi "Santuario de colores" —anuncié antes de dejarlo pasar.
Phil me soltó la mano y entró girando lentamente sobre sí mismo para abarcar todo el ambiente de una sola vez. Su cara era un verdadero poema, lo noté extrañamente conmovido, como si ingresar a ese espacio hubiera sido el sueño de toda su vida, y yo se lo hubiera cumplido.
Era un amplio salón rectangular donde todas las paredes eran blancas, así como el piso, que estaba plastificado. El gran ventanal existente estaba ligeramente inclinado hacia adentro y dejaba ver el paisaje impresionante de la playa, el mar, el horizonte interminable y el cielo.
No había ningún orden en mi santuario, aunque todo estuviera inmaculadamente ordenado. En él estaban diseminados muebles y accesorios de todo tipo y colores, todos móviles, de modo a ser llevados de un lado a otro, o donde yo quisiera dependiendo de la luz. Había un sofá de tres cuerpos tipo Chesterfield y otros dos individuales de estilo clásico, varias sillas victorianas e isabelinas con y sin posabrazos, y otras más modernas, un chaise lounge Le Corbusier de cuero negro con niquelado, pufs de todo tipo y un par de mesas de diferentes estilos y tamaños.
En un costado había varias alfombras, apiladas una encima de otra, desde clásicas hasta las de piel de diversos animales. La pared que daba en la zona de la puerta de acceso era el único lugar donde estaban los muebles fijos, y allí predominaba una gran cama con dosel, que quizás era lo único que nunca se había movido de lugar y estaba cubierta con sábanas de seda. Allí estaba instalado un mueble empotrado donde guardaba todos mis elementos de trabajo y que tenía una enorme pantalla plana y un equipo de sonido ultra moderno.
También había un caño niquelado que iba desde el piso hasta el techo. Un elemento bastante… inútil, la verdad. Y varias columnas de diferentes estilos, dórica, jónica y corintia, que no tenían ningún fin estructural, pero sí estético. Y telas, había mucha tela por todos lados, colgando del techo, apoyadas en los muebles, apiladas a un costado, de todos los tamaños, texturas y colores.
Básicamente era todo eso lo que Phil estaba mirando embobado.
—De verdad que entiendo el motivo por el cual la gente quiere desnudarse en este lugar —dijo sacándose la americana que llevaba puesta—. Es maravilloso, emperatriz —me tomó la cintura, me acercó y me dio un beso en la comisura de los labios.
—Me alegro que te guste, Phil. Voy a bajar unos minutos a refrescarme y vuelvo… ¿sí? Ponte cómodo.
No necesité pedírselo dos veces… él ya estaba caminando hasta el centro de la habitación dejando prendas tiradas por el piso.
Cuando volví, luego de una ducha rápida, Phil estaba parado frente al equipo de sonido tocando todos los botones, tratando de encenderlo… totalmente desnudo.
Todo lo acumulado en mi estómago durante el día dio tres volteretas dentro de mí. Era demasiado hermoso para que fuera real. Me acerqué, él volteó la cara, me miró y frunció el ceño.
—No cumpliste, Geraldine —dijo molesto.
Sabía a qué se refería. Sonreí.
—Estoy desnuda, Phil… enseguida me quito la bata, todavía no empezamos.
—¿Y qué estás esperando? —parecía realmente ansioso.
Me acerqué al equipo de sonido, tomé el control remoto y lo encendí. Presioné unos cuantos botones, y el maravilloso bolero de Ravel empezó a sonar muy despacio, como era usual, el volumen subiría con el avance de la melodía.
—Primero quiero explicarte todo, no seas ansioso —él asintió, resignado—. Deseo que te sientas cómodo aquí, que te pasees por donde quieras, que te sientes en el sofá, en la silla, que te tires al piso o te acuestes en la cama, que cambies de lugar hasta que te sientas a tus anchas, en síntesis, haz lo que se te dé la regalada gana… ¿ok? Yo te diré cuando me gusta lo que haces.
Me miró como si me hubieran salido dos cuernos.
—Pero, yo… yo no sé hacer eso —dijo desesperado—, no soy modelo, nunca en mi vida posé más que para fotos familiares, no sabría dónde mierda poner mis manos, o mis piernas. Geraldine, debes indicarme lo que quieres, o sino esto no va a funcionar.
—Solo debes hacer lo que se te antoje, Phil.
—Emperatriz, lo que se me antoja es follarte… ¿eso entra en el conjunto?
Reí a carcajadas.
¡Oh, Dios! Qué sinfonía inconclusa la que vivimos hasta ahora… bajé la vista y noté que su instrumento ya estaba más que preparado… y eran como 25 centímetros de pura carne enrojecida, ¡veinticinco maneras de llegar a mi alma y azotarla!
Tragué saliva y me alejé un poco para poder pensar, yo no podía siquiera razonar cuando lo veía así. Y si Phil no se relajaba, iba a ser imposible trabajar con él.
¡Vaya excusa! Me reí de mí misma. Si ya lo tenía todo planeado.
El juego estaba por comenzar.
—Phil, quiero que te acuestes… —fui a buscar la colchoneta de plástico y la puse en el medio de la habitación— aquí —le indiqué.
Él lo hizo, se acostó de costado, apoyado en un codo. Me miró y levantó las cejas, como solicitando más directivas.
Me di media vuelta y fui hasta mi mesada de trabajo. Saqué el pote que estaba dentro de la bolsa que había traído, tomé un pincel nuevo, lo desenvolví y lo metí dentro. Abrí mi bata y de espaldas a él, pinté mis pezones y mi pubis con el líquido amarronado. Me observé y sonreí. Un triángulo y dos círculos, esperaba que ese body art le gustara a mi sudamericano.
La diversión había empezado.
Volteé de nuevo hacia él, dejé caer la bata, me descalcé y me acerqué desnuda, caminando lentamente. Algunas gotas caían en el piso y encima de mi cuerpo, manchándolo, pero no me importó.
Phil me miraba con una mezcla de rabia y lujuria, su expresión era verdaderamente extraña.
—Esto no era lo que acordamos.
—Estoy desnuda, Phil —repliqué con inocencia.
—¡Te pusiste pintura en las partes más interesantes! —Y sonrió— Igual noto la forma de tus pezones, y veo… otras cosas. Estás depilada, como a mí me gusta —su nuez de Adán subió y bajó, como si le costara tragar su propia saliva.
—Bueno, ahora dejemos de hablar y centrémonos en el trabajo —dije aparentemente enojada y muy profesional—. Ya que no sabes qué hacer con tu cuerpo, yo creo que…
—Yo sé muy bien qué hacer con mi cuerpo, emperatriz… —me interrumpió— solo depende de las circunstan…
—¡Silencio, Phil! —ordené simulando enojo y me acerqué a él— Sube este brazo —tomé su mano y la envié hacia atrás, dejando que uno de mis pezones quedara flotando encima de su rostro, una gota de líquido marrón cayó cerca de su boca y se desplazó hacia dentro.
Él trató de escupir, hasta que se dio cuenta de su error y sonrió.
Sacó su lengua y lamió sus labios.
Mi clítoris palpitó en el mismo instante en el que él volvió a sacar su lengua y la pasó alrededor de uno de mis pezones.
—Que delicia —dijo antes de apoderarse completamente de la cima de mi pecho y chupar ansioso el chocolate derretido que había en él, comenzó a jugar con mi pezón sin piedad, y aunque lo esperaba y deseaba que lo hiciera, me sorprendió y me obligó a jadear—. Precioso —murmuró con voz tensa cuando dejó mi pecho al descubierto, totalmente sin rastro de chocolate—. Tienes unos senos hermosos y unos pezones pequeños, perfectos para chupar.
Apreté mis muslos con fuerza y expulsé mi aliento. Su boca estaba tan cerca que podía sentir su aliento cálido en ellos.
—Gr-gracias —fue todo lo que pude decir, en un murmullo.
—El otro, ponlo en mi boca —solicitó gimiendo. Lo hice, y Phil fue turnándose entre mis pechos, lamiendo lentamente la aureola de cada pezón para luego chupar la punta con toda la boca y morderla suavemente.
Lloriqueé, sentía debilidad en mis piernas, como si fuesen de mantequilla. Él endureció la lengua alrededor de mi pezón izquierdo y lo atrajo al calor de su boca. Gemí suavemente cuando sus labios lo apresaron, y cuando comenzó a succionar no pude evitar hundir instintivamente las uñas en la colchoneta.
Phil pasó los cinco minutos siguientes colmando mis senos de atenciones. Chupó un pezón durante unos largos segundos, después cambió al otro e hizo lo mismo. Luego repitió el proceso una y otra vez, y una vez más hasta que me aferré a él sin aliento.
Recostó la cabeza en la colchoneta, con los párpados entornados.
—Ahora el resto —murmuró posesivamente—. Enséñame ese maravilloso coño, emperatriz. Deseo conocerlo y saborear el delicioso chocolate que hay en él.
No perdí un segundo en complacerlo, me giré, metí las rodillas debajo de sus hombros, abrí las piernas y acerqué mi centro palpitante a su boca, sin pudor alguno. Phil lamió todo el chocolate primero, un lengüetazo aquí, otro allá, otro más allá. No dejó un solo centímetro de mi coño sin lamer.
Entonces, para sorpresa mía, cuando estaba limpia de cualquier rastro dulce, besó mi sexo con suavidad, con ternura. Inhalé con tanta fuerza al sentir que su boca se posaba sobre mi piel y mis pliegues, que me dolió el pecho. Volvió a besarme, y no hizo nada más.
Volví a sentir su boca... otro beso. Como estaba depilada, el contacto con mi piel era directo y potente. Cuando me besó el clítoris, mis dedos se apretaron en un puño, y grité de placer cuando usó la lengua por primera vez en él. Mis caderas se arquearon, y me puse la otra mano sobre el estómago.
Levantó sus brazos, y sus dedos trazaron los contornos de mi cintura y mis glúteos mientras me besaba y me chupaba el clítoris. Era una sensación fantástica, como si estuvieran recorriéndome relámpagos de placer. Sus caricias eran tiernas pero experimentadas, y su boca emulaba casi a la perfección los movimientos que yo solía hacer al masturbarme. Su lengua era como un reguero de agua que fluía sobre mi piel sin prisa, sin nada que pudiera desviarme del placer que iba creciendo en mi interior.
Estuve a punto de perder el control al oírlo gemir.
Me llevó hasta el borde del orgasmo, y me mantuvo allí. Aquella cima parecía diferente, llegar hasta allí así no era igual. Era como si en vez de caer estuviera a punto de echar a volar.
Más que correrme, sentí que me liberaba, que me desataba. Siempre había pensado que un orgasmo era como un muelle que se tensaba más y más hasta que saltaba, pero aquella vez el clímax me recorrió como las ondas que se extienden por la superficie del agua. Sentí cada espasmo, y el corazón me martilleaba en las orejas. No exploté, sino que me derretí. Me licué, me convertí en un charco de placer.
Y caí rendida sobre él, con mi cabeza sobre su estómago.
Al cabo de un momento, cuando me di cuenta de que estaba respirando de nuevo, Phil me movió a un costado, se giró y me abrazó mientras me miraba a los ojos con admiración.
—Quiero hacer el amor contigo, emperatriz —susurró.
—Sí, Phil... por favor.
Me aferré a su cuello y me levantó de la colchoneta, le rodeé las caderas con mis piernas, y así a horcajadas, acariciándome la espalda y las nalgas, me llevó hasta la gran cama con dosel. Me apoyó en ella, con su cuerpo encima y me besó, no… no me besó, devoró mi boca, su lengua entraba y salía mientras recorría mi interior, me mordisqueaba, y lamía.
Cuando sentí que me asfixiaba por su peso, desenrosqué mis piernas de su cintura, hice un movimiento rápido y lo volteé, ahí recién pude respirar otra vez. Me senté a horcajadas sobre su estómago y él empezó a juguetear con mis pezones, los pellizcó y con sus manos sopesó el generoso volumen de mis pechos.
Veía fuego en su mirada, eso me alentaba.
Acerqué mi boca y esta vez fui yo la que lo besó y devoró, pero él volvió a voltearme, cubriéndome completamente con su cuerpo, empezó a besar mi cuello y a recorrer mi piel con sus manos, y comencé a asfixiarme de nuevo, me faltaba el aire, no podía respirar.
¡Auxilio! Lo volteé de nuevo, pero él hizo lo mismo.
Choque de voluntades.
Lo empujé y quedó de espaldas en la cama.
—¿Qu-qué pasa? —preguntó confundido.
—Nada, Phil… ¿tienes condón? —pregunté sentándome a horcajadas encima de él y acariciando a Don Perfecto, conociendo su textura por primera vez.
Phil me tomó de la cintura y me levantó, sentándome a un costado. Me miró confundido, como si no captara bien lo que estaba pasando entre nosotros. Se levantó y fue hasta su saco, buscó algo y volvió.
Tiró la caja de condones sobre la cama.
—¿No vas a ponértelo? —pregunté.
—¿No vas a ponérmelo? —atacó.
—¿Te pasa algo, Phil?
—Dímelo tú, al parecer tienes el control de todo —dijo aparentemente muy molesto—, desde la posición en la que debo chupar tus pechos o tu clítoris, hasta cómo debo follarte. ¡Ah, no, perdón! ¡Cómo debes follarme tú!
Yo estaba sentada en cuclillas en la cama, y no entendía nada.
¿Qué mierda importaba cómo lo hacíamos? La cuestión era hacerlo… ¡y ya!
—¿Tienes algún problema con lo que estábamos haciendo? —le pregunté.
Phil se sentó en la cama y bufó, de espaldas a mí.
Lo abracé y restregué mi nariz contra su cuello. Pasé las piernas por sus costados y rodeé su cintura desde atrás, pegándome completamente a él.
—¿Lo tienes, Phil? —insistí.
Mi sudamericano suspiró.
—No, emperatriz… —dijo aparentemente resignado— no tengo ningún problema.
—Entonces… ¿cuál es el drama?
Volteó, yo me moví y él se acostó en la cama de nuevo.
—Ninguno. Móntame, nena —dijo con una sonrisa ladeada.
¡Oh, mi potro!
Encantada por su capitulación, me senté a horcajadas y empecé a acariciar su pecho, él me miraba fijamente mientras pasaba sus manos por mi cintura y amasaba mis pechos.
Me desplacé hacia atrás y miré a Don Perfecto, se me hizo agua en la boca. Lo toqué, y Phil gimió, lo recorrí desde la base hasta la punta y él se estremeció.
Mi clítoris palpitaba por más, deseaba con desesperación tenerlo dentro.
Saqué un condón del envoltorio y fui poniéndoselo lentamente.
Él estiró la mano y la metió entre mis piernas, acarició suavemente mis pliegues e introdujo dos dedos dentro. Gemí y me estremecí, agitando mis caderas por más. Ya no podía resistirlo.
Levanté mi pelvis, tomé su polla en mis manos y acerqué mi entrada a su miembro. Fui bajando lentamente, y gimiendo en todo momento, hasta que estuvo tan dentro mío como era posible. ¡Por fin! Apoyé las manos sobre su pecho y empecé a moverme.
Primero lo hice lentamente luego fui por más.
Phil soltó un gemido, y hundió los dedos en mis caderas. Mis movimientos fueron ganando intensidad, y mi sudamericano me acompañaba desde abajo con fuerza. Los dos estábamos a punto, podía sentirlo.
Seguimos así durante unos minutos más, pero perdí la noción del tiempo. Todo se centró en el placer que crecía entre mis piernas, en las imágenes de mi mente, en los sonidos, en los olores, en el sexo.
Ambos nos movimos con más fuerza, más rápido, mientras piel se restregaba contra piel. Él gimió, yo solté un grito ahogado. Phil dijo algo, pero estaba tan inmersa en lo que estaba sucediendo que no me importó. Luego escuché:
—Voy a correrme... —con un jadeo. Lo miré, tomó mi cintura, me empujó con más fuerza hacia abajo, cerró los ojos, y echó la cabeza hacia atrás. Contemplé como hechizada la línea de su cuello.
—Córrete conmigo. Vamos, déjate llevar —me dijo Phil.
Lo habría hecho de todos modos, pero oír su pedido me dio el último empujón. Por un instante, el universo se convirtió en un puño gigante que se cerró de golpe, y cuando se abrió y lanzó las estrellas y las lunas, los planetas y los cometas, me uní a la vorágine y sentí que el cosmos me rodeaba. Me inundó un placer tan avasallador, que arqueé la espalda y oí mi propio grito ronco.
Luego no sentí nada más, solo el pecho de Phil, los latidos de su corazón en mi oreja. Estaba tan cansada, que los ojos se me cerraban, en el fondo de mi inconsciencia escuché:
«¿Realmente me necesitabas emperatriz? Tú podrías lograr esto sola»
¿Qué mierda significaba eso?
Me dormí.

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