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martes, 23 de abril de 2013


Te amo, pero... (Mujeres Independientes 02)


Argumento:

Una mujer apasionada…
Kiara Safuán sabía lo que deseaba, encontrar a alguien con quien compartir su vida. Llevaba mucho tiempo buscando, desde que se había separado de su marido hacía más de diez años. En todo ese tiempo tuvo muchos ligues ocasionales y varias parejas, pero todavía no había logrado encontrar alguien que llenara sus expectativas. Mientras tanto, disfrutaba de sus muchos amigos y amigas ya que su hijo estudiaba en el extranjero y su familia vivía en otro país.
Un hombre solitario…
Cuando el viudo Gabriel Astabrugada apareció en su vida, ella supo con certeza que sería el siguiente en su cama. Pero él, a pesar de que salían constantemente no daba señales de avanzar en la relación. Era tan serio y formal que Kiara dudaba de que fuera lo que ella necesitaba, a pesar de todo, se adueñó de su corazón romántico.
¿Problemas?
Por supuesto, siempre los hay. Gabriel guarda un secreto que no quiere compartir… ¿qué había pasado en los cuatro años desde que murieron su esposa y su hijo para que esa situación repercutiera tan negativamente en la incipiente relación?
Tendremos que descubrirlo…


Reseña:

Realizada por Bea Sylva, editora.

Cuando te sientas a leer un libro con el sugestivo título de “Te amo, pero…” ya vislumbras algún problema como eje del relato, Grace Lloper sabe muy bien cómo llevar adelante una trama romántica que te obliga a leerla de un tirón por la simple y sencilla razón de que desesperas por saber cómo se resolverá ese bendito “pero”.
No voy a contar el argumento, eso ya lo resuelve la autora, pero… usado a propósito me detendré en esta reseña para hablar de algunas cosas que llamaron mi atención en este libro:
Empezando por la edad de los personajes, y no solo de esta novela, sino de la serie, al menos de la primera de las Mujeres Independientes. Si buscas un romance juvenil, olvídalo, busca otra serie. En este libro y en el anterior, las parejas son personas tan reales y maduras con los problemas que la edad, madurez y realidad se imponen. No hay histeriqueo femenino, no hay un galán hermoso y sin defectos, aunque de hecho su Gabriel si es hermoso, pero es un ser humano sobre todas las cosas y esta humanidad se transmite en sus dudas, sus temores, sus problemas. Lo mismo pasa con Kiara, no hay idas y vueltas basadas en malos entendidos, sino idas y vueltas basadas en defectos tan humanos como los personajes.
Es fácil imaginar a este atormentado Gabriel queriendo a su manera encontrar lo que alguna vez tuvo y perdió, dudando de sí mismo, intentando entender a una mujer tan diferente como Kiara. El dolor parece consumirlo, eso pensamos mientras vamos acompañándolos en el relato.
Kiara, es un canto a la vida, una mujer que ha sabido ponerse de pie y ser un ejemplo de esas mujeres independientes que intenta la autora reflejar. Ella ve las cosas de otra manera, las entiende porque en ella prima la humanidad. ¿Cómo no entender a Gabriel, si ella sabe lo que significa el dolor? Y por eso se esfuerza y por eso perdona. 
La novela nos termina enseñando que conocerse a sí mismo es anterior a conocer al hombre o la mujer de tus sueños, si quieres dar amor debes estar preparado para recibirlo de la misma manera.
Como bien dice Grace en su novela, a determinada edad “cada uno lleva más equipaje del que debería”. En una época dónde los hombres y mujeres de 40 o más, recorren caminos muy diferentes. Grace nos muestra cuan profundas son las diferencias entre ellos. Las mujeres a esa edad solo queremos alguien a quién amar, y con quién compartir nuestras vidas, y los hombres buscan ¿Cómo dice ella? “Carne fresca”, el último modelo de automóvil, ser un modelo metro sexual, y simplemente follar.
A partir de estas diferencias Grace Lloper construye una madura historia de amor y pasión. Con mucha maestría nos lleva a reflexionar sobre la manera en que nos relacionamos con el otro género, lo difícil que es a determinada edad cambiar, y mucho más volver a tener las ilusiones que teníamos de jóvenes, la certeza de que el amor existe y que podemos amar y ser amados. Los que ya han amado no la tienen fácil, ¿cómo recuperar lo que te hizo feliz, o cómo evitar lo que ya te dañó? Supongo que eso es vivir y arriesgarse.
Te recomiendo la lectura de las dos novelas de Mujeres independientes, son construcciones firmes, llenas de ese fuego que ella sabe darle a sus personajes. Grace Lloper se está superando como escritora, y eso es un riesgo doble, porque la obliga a mejorar en cada novela. 
“Te amo, pero…” es un relato moderno, actual y lleno de pasión, el perfecto acompañante de una taza de café en este próximo otoño.

PUNTOS DE VENTA:

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¡MI SEGUNDO LIBRO EN PAPEL!


List Price: $12.99 

Teresa

Serie Doncellas Coloniales 02


Authored by Grace Lloper 

Tres historias, tres amigas inseparables y su búsqueda del amor.

Remóntense a la época de la colonia, en alguna remota ciudad de Sudamérica, donde Anna, Teresa y Serena, totalmente diferentes en carácter y aspecto físico, inician su juventud y adquieren experiencia de vida.



Teresa Mercado, la morena terca y caprichosa…

Teresa está prometida a Daniel Lezcano hace casi dos años, pero ambos no pueden ser más diferentes, son polos opuestos: él es responsable, tranquilo y serio; ella es alegre, ansiosa y se llevaba todo por delante.

Al ver la relación que tiene su mejor amiga con su esposo, Teresa desea lo mismo. Quiere un matrimonio apasionado, y viendo lo frío que es Daniel, siente que él debe probar que podrá complacerla como hombre para seguir adelante. Ella, dentro de su inocencia, intenta seducirlo.
Pero él la sorprende aún más. Debajo de su exterior serio, hay un hombre apasionado y muy experimentado. ¿Dónde adquirió Daniel esa maestría? Teresa cree haber descubierto el secreto que él esconde y pone en peligro su relación, todo llevada por su ansia por conocer el mundo y explorarlo…


Publication Date:
Nov 16 2010
ISBN/EAN13:
1480047023 / 9781480047020
Page Count:
150
Binding Type:
US Trade Paper
Trim Size:
6" x 9"
Language:
Spanish; Castilian
Color:
Black and White
Related Categories:
Fiction / Romance / Historical


PUNTOS DE VENTA:
https://www.createspace.com/4016845
http://www.amazon.com/Teresa-Serie-Doncellas-Coloniales-Spanish/dp/1480047023

Te amo, pero... (Capítulo 07)

EXTRAÑAS REACCIONES

La comunicación definitivamente no era una de la virtudes que alguno de los dos fomentara. Él no volvió a tocar el tema, y ella tampoco.
Esa mañana al despertar, Kiara se levantó en silencio y bajó sin hacer ruido.
Pensaba tomar un taxi, pero encontró a Paulino desayunando a pesar de ser tan temprano. Con amabilidad, el secretario ofreció llevarla a su casa.
—¿El inge sigue durmiendo? —preguntó con una sonrisa pícara.
—S-sí, así es —respondió Kiara sin dar otra explicación. Al parecer el joven pensaba que había algo entre ellos, no lo desmintió, no tenía por qué hacerlo. Era un tema privado.
—¿Quiere desayunar, señora?
—No, gracias Paulino. Y por favor, llámame Kiara.
Motitas entró a la cocina en ese momento y la saludó con claras muestras de afecto, ella le correspondió, y riendo se despidió del cariñoso animal.
Subieron a la camioneta de Paulino y partieron hacia su casa.
—¿Hace mucho conoces a Gabriel? —preguntó Kiara para romper el hielo.
—Sí, solo tenía 12 años cuando lo conocí, y vivo en su casa desde esa época —al parecer el secretario era todo lo contrario a su jefe: muy comunicativo, porque no tuvo que preguntarle nada más, le contó todo lo que quería saber—, ahora tengo 22 años. Él se hizo cargo de mí, me obligó a terminar el colegio, y ahora estoy estudiando para ser ingeniero, como él. Voy lento… pero en algún momento lo terminaré.
—Lo aprecias mucho, por lo que veo.
—Es como un segundo padre para mí, señora. Le debo todo lo que soy, es una excelente persona, el mejor hombre que conozco. Yo provengo de una familia muy humilde, ellos no podían mantenerme… si no fuera por el ingeniero, no sé qué habría sido de mi vida. Él y su esposa me acogieron, me educaron, me dieron techo y comida. Y bueno, ahora trabajo para él. Incluso me paga… ¿qué más podría desear?
"Él y su esposa", pensó Kiara. Paulino podía ser una fuente inagotable de información si ella quisiera, pero no se aprovecharía de esa situación, sería muy desubicado de su parte.
—Me alegro por ti, Paulino.
—Y yo me alegro de que el ingeniero la haya conocido —dijo sonriendo—, estoy sorprendido y contento porque desde que la señora Lily y su hijo Tomás murieron él nunca había traído a nadie a su casa.
Kiara se tensó… ¡había tenido un hijo! Santo cielos, quería hacerle mil preguntas al secretario, pero no debía. Era algo que Gabriel tenía que contarle.
—Eso solo debe significar que usted es importante para él —continuó hablando Paulino—, y me pone muy feliz que por fin esté recuperándose. Ya llegamos, señora —anunció y estacionó el vehículo frente a su casa.
—Muchas gracias, fue un gusto conocerte.
—Igualmente, señora… que tenga un buen día.
Kiara fue directamente a su habitación, se desnudó, se puso una camiseta larga y se metió a la cama de nuevo. Normalmente dormía hasta tarde los sábados, y apenas eran las siete de la mañana. Encendió el televisor y empezó a hacer zapping.
Pero no veía nada, solo podía imaginar el dolor que Gabriel sintió al perder a su familia… ¡a su hijo! Esa tortura era un sentimiento que ningún padre debería pasar. Se estremeció de solo pensarlo.
¡Qué estúpidas somos las mujeres! Pensó… allí estaba, sufriendo por lo que él pudo haber pasado, deseando poder consolarlo y ayudarlo a sanar sus heridas. Se abrazó a su almohada y suspiró. ¿Por qué le afectaba tanto? ¿Se estaba enamorando de Gabriel? ¿Sería posible? Ni siquiera la había besado, y era tan serio e introvertido, tan diferente a ella.
Apenas podía descifrar algún que otro sentimiento en sus facciones. Recordó su sonrisa en contadas ocasiones, la forma en que la había afectado. Sus pequeños toques, cuando la había tomado de la mano o se había acercado a ella. Y anoche… cuando la había abrazado. Quizás si eso ocurría constantemente no se hubiera sentido tan afectada, pero con él hasta el más pequeño movimiento la emocionaba.
Parezco una adolescente enamorada, pensó.
Estaba a punto de dormirse de nuevo, cuando sintió el pitido de un mensaje de texto en su celular.
«Me hubiera gustado encontrarte a mi lado cuando desperté. ¿Cómo te fuiste?»
¡Oh, Gabriel! Tan dulce y tan parco a la vez.
«Paulino me trajo, no te preocupes», le contestó.
«Ok. Que tengas un buen día. Si necesitas movilidad, avísame»
«Gracias, me traen el auto al mediodía. Voy a dormir un poco más ahora»
«Feliz de ti. Dulces sueños»
Estaba a punto de ser osada y responderle: "Espero que el sueño sea tan húmedo como anoche, no fue una pesadilla…", pero no se animó. Borró el mensaje y solo escribió:
«Grax, hablamos»
Tiró su celular al otro lado de la cama y con el corazón palpitándole rápidamente escondió la cabeza debajo de la almohada, gritando su frustración.
¿Por qué no podía ser con él tan osada como solía serlo con otros? A su lado se sentía tímida y temerosa de meter la pata. ¡Mierda! No había otra explicación: estaba enamorándose de él… como una idiota adolescente.

—Les juro chicas que ya no sé más que hacer —se quejaba Kiara a sus amigas esa misma tarde cuando estaban merendando juntas.
No les contó lo que había pasado la noche anterior, ni tampoco la noche que pasaron en Piribebuy, le daba extrema vergüenza aceptar que había dormido con él dos veces… ¡y no había pasado nada!
—A mí me parece que Gabriel no es para ti, te soy sincera —dijo Lisette.
—¿Por qué lo dices?
—Porque tú eres… no sé, eres… apasionada, sin ser libertina eres una mujer muy liberal, te gusta el sexo… y él, que se yo… parece tan formal. Me da la impresión que a la larga te aburrirías. Creo que no pegan ni con cola sus personalidades.
—Los opuestos se atraen —dijo Luana—. Yo creo que pueden llegar a entenderse, que sea formal no significa que no pueda tocar una buena melodía con su instrumento, o que no sepa cómo afinar las cuerdas de otro.
Todas rieron con su ocurrencia.
—Mmmm, no sé —esta vez fue Sannie quien dio su opinión—, normalmente la personalidad viene atada a su desempeño. Si es tan serio… seguro arrastrará eso a la cama.
—Mi ex marido es muy serio —dijo Susana frunciendo el ceño—, y se desempeñaba muy bien en la cama, no creo que eso tenga nada que ver. Además de lo que dijo Luana, yo creo que los opuestos no solo se atraen, sino que también se complementan muy bien a veces.
—Dos a dos… no voy a ir a ningún lado si tienen opiniones tan divididas —respondió Kiara riendo—. La verdad es que ninguna de ustedes lo conoce bien, les puedo asegurar que es un tipazo. No sé si ya estaré vieja y me fijo en otras cosas que antes me pasaban desapercibidas, pero encuentro en él demasiadas cualidades que me gustan: es atento, caballeroso, es dulce aunque no lo parece, crió a un niño que no es su hijo, lo educó, le da un techo, comida, trabajo y estudios universitarios. Ahora ya tiene 22 años, pero vive con él.
—No sabía eso —dijo Luana.
—Bueno, yo solo me enteré ayer —contó Kiara—, y no solo eso, también me enteré que tuvo un hijo. Al parecer murió junto a su esposa.
—¡Kiara, eso es de público conocimiento! —respondió Lisette, que como siempre, estaba enterada de todos los chismes sociales.
—Pues yo no lo sabía —se defendió Kiara.
Las demás aceptaron que también desconocían esa situación.
—Se publicó en todos los periódicos —relató Lisette—, un borracho embistió con su camioneta el auto de Gabriel cerca de medianoche. Estaban los tres, el niño murió al instante, su señora falleció en el sanatorio dos o tres días después y él salió ileso. Lily era sobrina de la ex esposa de Alfredo, nosotros estábamos empezando a salir en esa época, no lo acompañé, pero él me contó todo.
—¡Qué terrible! —dijo Kiara tapándose la cara— No me puedo imaginar lo que habrá sufrido…
—…y lo culpable que se debe sentir —terminó la frase Lisette—, Gabriel manejaba el auto.
—Pero él no tuvo la culpa, el borracho… —dijo Luana defendiéndolo.
—¡Santo cielos! Esto es más complicado de lo que me gustaría —aceptó Kiara gimiendo—, a nuestra edad es evidente que cada uno de nosotros lleva más equipaje del que debería, pero el suyo debe ser muy, muy pesado… ¿en qué lio me metí? Y ya estoy involucrada hasta la coronilla.
—Las heridas sanan, Kiara —dijo Susana apoyando una mano sobre su hombro en señal de apoyo—. Y ya pasaron más de tres años, él debe haberlo superado, no te preocupes.
—¿Y si no lo hizo? ¿Si todavía está enamorado de su esposa muerta? —Kiara suspiró desesperada— Es más sencillo competir contra una mujer viva que contra recuerdos, más aún si son buenos. Cabe la posibilidad incluso que él haya creado un altar con la imagen de su esposa en su memoria.
—¿Conoces su casa? —preguntó Lisette— Hay hombres que no se deshacen de los recuerdos, esa sería una mala señal.
—Hace unos meses vendió la casa donde vivía con su ex, se mudó a un hermoso chalet nuevo en el barrio Mburucuyá. No vi nada que la recuerde, ni siquiera un marco con alguna foto.
—Bueno, esa es una buena referencia —dijo Sannie.
—Sí, me dijo que para cerrar definitivamente una etapa, debes deshacerte de todos los recuerdos anteriores.
—¡Bien por él! —contestó Lisette aplaudiendo—. Cuando murió César yo hice lo mismo —se refería a un ex novio que también había fallecido en un accidente automovilístico— si bien no vivíamos juntos por los motivos que ya conocen, mi departamento estaba lleno de recuerdos, así que lo primero que hice fue mudarme. Le tomó mucho más tiempo a Gabriel por lo que cuentas, pero es una excelente iniciativa para su proceso de curación.
—Tú… ¿te recuperaste totalmente? —preguntó dudando.
—Claro que sí, amiga —respondió tomándola de la mano—. Siempre lo recuerdo con cariño, pero ya es solo eso… un lindo recuerdo.
Luana se calló, pero pensó que no era lo mismo perder a un novio que a una familia, más aun a un hijo. No dijo nada, no quería echar más leña al fuego, y Kiara no necesitaba que le diera preocupaciones extras, ya estaba suficientemente confundida.
Por suerte, Susana cambió de tema, y al final de la tarde decidieron que esa sería una «noche de solteras». Aprovechando que el novio de Lisette –el más celoso entre todos– estaba de viaje, salieron todas juntas, fueron a cenar y luego a un pub, donde bebieron más de la cuenta, terminaron todas en una discoteca bailando entre ellas, divirtiéndose.
No vio a Gabriel en todo el fin de semana.

Ramiro, el hijo de Kiara, llegó el miércoles de la siguiente semana. Ella estaba feliz de recibirlo a pesar de que solo se quedaría diez días. Había venido para el cumpleaños de su padre, y al día siguiente de su llegada salieron a cenar entre los tres.
Adrián los invitó y fueron a un hermoso restaurante que estaba muy de moda. Estaban cenando, compartiendo anécdotas divertidas y riendo, cuando Kiara vio llegar a Gabriel al mismo restaurante.
Se le heló la sangre y todo rastro de sonrisa desapareció de su rostro.
—¿Te pasa algo, mamá? —preguntó Ramiro siguiendo el mismo rastro de la mirada de su madre.
—N-no, mi vida —dijo vacilante, desviando la vista.
Adrián hizo una mueca cínica con su boca, una media sonrisa ladeada, ya que había reconocido al supuesto novio de su ex esposa.
Gabriel pasó muy cerca de donde ellos estaban sin notar su presencia, ubicándose a tres mesas de distancia. Caballero como era, ayudó a sentarse a su acompañante… ¡una mujer! Mayor que él, pero bastante atractiva, por cierto. Y cuando se dirigió hacia su silla, vio a Kiara.
Sus miradas se encontraron. Se notó la sorpresa en su rostro, pero cambió de expresión al instante y sonrió educadamente saludándola con la cabeza. Le dijo algo a su acompañante y se dirigió hacia ella.
¡Dios Santo! Estaba caminando hacia su mesa.
Kiara se tensó.
¡No, no, no! No te acerques, quédate… sé maleducado por una sola vez en tu vida, pensó.
—Hola, Kiara —saludó con expresión indescifrable.
—¡Ah, hola Gabriel! —contestó sonriendo nerviosa y se incorporó para saludarlo con dos besos en las mejillas, como era usual.
Hubo un silencio incómodo en ese momento, pero ella reaccionó al instante, haciendo las presentaciones pertinentes.
—Un gusto conocerte, Ramiro… tu mamá me ha hablado mucho de ti.
—Un placer, señor —contestó el joven.
—Qué raro, Kiara nunca nos habló de ti… —mintió Adrián, especialista en crear situaciones complicadas, no tenía malas intenciones, pero se divertía tomándole el pelo a la gente— ¿de dónde se conocen?
—¡Adrián! Claro que lo mencioné, es un muy buen amigo —dijo Kiara tratando de arreglar la situación—, nos conocimos en casa de Patricio hace cuatro meses.
—Yo estoy viviendo en el extranjero la misma cantidad de tiempo —interrumpió Ramiro sonriendo—, así que quedo absuelto de todo.
—Espero que estés logrando éxitos en tus estudios —dijo Gabriel cambiando de tema, sin seguirle el juego a Adrián—, ahora me despido, solo vine a saludar.
—Muy educado de tu parte, gracias —contestó Adrián con expresión cínica.
Kiara le dio una patada a su ex marido bajo la mesa y sonrió nerviosa.
—Buenas noches Kiara… Ramiro, un placer conocerte —y miró a Adrián, a quien solo le hizo un ademán con la cabeza, despidiéndose.
—¡Ay, que educadito! —dijo Adrián burlándose cuando Gabriel se retiró.
—Eres un bastardo desgraciado, como siempre —contestó Kiara enojada.
Ramiro rió, porque sabía que su madre no lo decía en serio.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó el joven.
—Mmmm, ese es el nuevo novio de tu mamá —contó con una sonrisa pícara.
—¡No es mi novio! Ya te lo dije —contestó entre dientes—. No le creas nada, Ramiro… sabes cómo es tu padre.
—Te está metiendo los cuernos, Negra —dijo Adrián riéndose a carcajadas al ver que se sentaba en la misma mesa de una mujer.
—Deja de burlarte, papá —interrumpió el joven al ver lo turbada que estaba su madre—. Mejor sigamos con lo nuestro… ya les dije, quiero hacer ese curso, solo depende de ustedes… estaría un año más fuera.
Kiara delineó un «gracias» con sus labios a su hijo y siguieron conversando sobre sus planes de estudio; al fin y al cabo, para eso habían ido a cenar.
Hubo miradas solapadas entre ellos todo el resto de la noche.
Kiara llegó a su casa cerca de medianoche, se despidió de Ramiro que se metió a su habitación. Al cambiarse y revisar su celular encontró un mensaje de Gabriel, hacía quince minutos se lo había enviado:
«Estabas hermosa, pero fue una situación muy incómoda… ¿no crees?»
Ella todavía estaba molesta, ni siquiera sabía el motivo, porque él no debía justificarse, no tenían nada.
«Gracias, y sí… bastante», respondió parca.
Él: «Quiero que sepas que solo fue una cena de negocios para mí»
Ella: «No tienes que darme explicaciones, Gabriel»
Él: «Lo sé, pero quiero hacerlo»
¿Qué podía contestarle? Haberlo visto con otra fue muy fuerte para ella, se sintió mal el resto de la noche, como si él realmente le estuviera siendo infiel. Y no tenía ningún derecho a sentirse así.
Ella: «Gracias… eres muy atento, como siempre»
Él: «Pero… ¿es eso lo que necesitas? ¿Alguien atento y predecible?»
Por lo visto Gabriel también tenía sus dudas con respecto a ella, pensó.
Ella: «Tú no eres absolutamente predecible»
Él: «Me alegra saberlo, no quiero aburrirte»
Ella: «Nunca me a-burro contigo… siempre me a-caballo», bromeó para distender el ambiente.
Él: « Gracias por hacerme reír…. que duermas bien»
Sueña conmigo, pensó Kiara.
Ella: «Dulces sueños», escribió.
Se acomodó en la cama y suspiró. Gabriel se estaba soltando un poco más, pero como siempre solo por mensaje de texto.
Cuando estaba a punto de dormir, luego de más de media hora dando vueltas y vueltas en la cama, escuchó otro pitido en su celular:
«Me gustaría que estuvieras aquí, conmigo»
Estoy soñando de nuevo, pensó… y durmió con una sonrisa en la cara.

Lo primero que Kiara hizo al despertar el día siguiente fue revisar su celular, había tenido un sueño… ¿o realmente ocurrió?
Rió a carcajadas cuando leyó el último SMS.
No fue un sueño… él le había enviado un mensaje cerca de la una de la madrugada, por lo visto también tenía problemas para dormir. ¡Y estaba pensando en ella! Le dio a entender que la quería… en su cama, porque se suponía que era allí donde estaba a esa hora.
Se abrazó a la almohada y suspiró, feliz.
No sabía que contestarle, así que decidió hacerlo en la oficina, ya que se le había hecho tarde.
Se bañó, se vistió, desayunó a las apuradas y fue directo al trabajo.
Su jefe había estado de viaje, pero ese día volvió y estaba particularmente irritable, no le dio tiempo para hacer nada más que ir de un lado a otro resolviendo todos los conflictos que el "mandamás" le puso en su camino.
Y por si eso fuera poco, pasando el mediodía –todavía sin haber podido probar bocado– la llamó María, su empleada doméstica, anunciándole que una ambulancia estaba llevando a su hijo al sanatorio con terribles dolores de estómago.
Pidió permiso y literalmente "voló" hasta el hospital.
Llamó a Adrián y le comunicó lo que estaba pasando: a Ramiro tenían que operarlo de apendicitis aguda.
—Me duele, mamá —dijo el joven quejándose.
—Ya te sedaron, mi vida… te pasará pronto —contestó tomándolo de la mano—. Te operarán y estarás bien, menos mal que te pasó aquí y no en Venezuela, así podremos cuidarte.
Mientras todo esto ocurría, Gabriel estaba pensativo en su oficina. Tomó el sándwich que su secretaria le había traído y giró su sillón gerencial hacia la ventana, dándole un mordisco.
No me contestó, pensó.
La noche anterior no le había preocupado eso, porque se imaginó que estaría dormida, pero había tenido casi todo el día para responder su mensaje y no lo hizo. Miró su celular y el SMS estaba marcado como "recibido".
Él no era una persona tímida; era serio, cierto… pero nunca tuvo problemas para relacionarse con las mujeres. Cuando la conoció le gustó, pero por las experiencias que había tenido esos últimos años desde que su esposa murió –situaciones terribles que lo marcaron a fuego–, decidió que iría despacio con ella. Luego se presentó otro problema que no había previsto, y extendió aún más el tiempo de "conocimiento" que él mismo se había impuesto.
Pero creía que ya había llegado el momento de hacer algún movimiento.
Había dado un primer paso… en varias ocasiones, algunas solapadas, pero ella no parecía especialmente interesada. Incluso a veces aparentaba estar sobresaltada o nerviosa, como esa noche cuando la abrazó en la cama… no pareció disfrutarlo, estuvo muy tensa.
Pero cabía tan bien en sus brazos, sus cuerpos se acoplaban a la perfección. Sería maravilloso sentirla, su aroma lo volvía loco, su alegría de vivir hacía que su gris existencia se tornara de todos los colores. Era extrovertida y estaba siempre rodeada de amigos, todo lo contrario a él. Todo lo contrario a Lily también.
Suspiró al recordarla, porque hacerlo siempre estaba ligado a otro recuerdo: Tomás. No fue fácil recuperarse de la pérdida de su esposa, aunque lo hizo y hoy no era más que un hermoso recuerdo; pero era imposible reponerse de la muerte de su hijo. Tendría que vivir toda la vida con ese dolor, que ya era parte de él, se había acostumbrado.
Pero… ¿qué iba a hacer con Kiara? Cuando la vio con su ex marido se sintió desorientado por los sentimientos irreconocibles que experimentó. Algo extraño, que nunca le había pasado. Él no era celoso, sin embargo con ella se sentía posesivo; y al parecer su ex también.
Kiara le había dejado claro que ya no había nada entre ellos, pero que se llevaban muy bien. Admiraba a las personas que podían ser tan maduras como para relacionarse bien con sus ex parejas, y podía entender que saliera a cenar con su ex y su hijo. Fue la reacción de Adrián la que lo inquietó, trató de rebajar su amistad… a nada importante.
Frunció el ceño, suspiró y el teléfono sonando en ese momento lo sacó de su concentración. Cuando colgó pensó: dejaré que ella dé el siguiente paso, no quiero ser pesado.
Pero Kiara estaba demasiado liada como para hacerlo, recién cerca de medianoche, cuando su hijo ya estaba operado y dormido en la habitación del sanatorio se acordó de Gabriel.
¡Santo cielos! Pensó. Lo dejé colgado con ese hermoso mensaje.
Y le escribió:
«Disculpa que no te haya respondido. Estoy en el sanatorio, Ramiro se operó de urgencia: apendicitis aguda»
«¿Puedo llamarte?», respondió al instante.
«Claro, salgo al pasillo»
Y conversaron, pero no tocaron el tema del mensaje. Ella le contó lo que había pasado, y le explicó que estaría complicada hasta que su hijo se recuperara y se fuera.
—Es totalmente comprensible —respondió Gabriel.
—Menos mal que le ocurrió aquí, imagínate si le hubiera pasado estando solo en Venezuela.
—Un infortunio con suerte… ¿dormirás en el sanatorio?
—Sí, hay una cama para visitantes. No es muy grande ni cómoda, pero servirá, no quiero dejarlo solo a pesar de que está muy bien.
—Me parece correcto, debes acompañarlo… ¿Crees que de este sábado en ocho días ya estará bien?
—¡Claro que sí! Incluso ya estará de vuelta en Venezuela. No es nada grave, fue por laparoscopía, mañana ya le dan de alta… ¿por qué?
—La hija de mi socio se casa… ¿me acompañarías a la boda, Kiara?
—Con mucho gusto, Gabriel —contestó sonriendo de oreja a oreja.

Poco y nada pudieron verse hasta el día de la boda, pero hablaron por teléfono en varias ocasiones. El fin de semana antes del casamiento fue el cumpleaños de Adrián y ella se ofreció a apoyarlo con los preparativos. Susana, que era organizadora de eventos en su tiempo libre también la ayudó.
Los siguientes días dedicó todas las tardes a disfrutar de Ramiro, porque a la noche él no se quedaba en la casa, aprovechaba para salir con sus amigos y divertirse.
Solo una noche salieron a cenar comida tailandesa y cuando Gabriel la estaba dejando, Ramiro estaba llegando. Antes de que su madre bajara del vehículo, su hijo ya le estaba abriendo la puerta de la casa. Saludó al acompañante de Kiara con la mano y no se movió de allí hasta que su madre entró.
—Parece que papá tenía razón… ¿es tu novio? —preguntó sonriendo.
—Todavía no, mi vida… —respondió guiñándole un ojo— pero si me lo pide, no lo pensaría dos veces para aceptarlo.
—¡Ay, mamá! Esas cosas no se piden… —dijo poniendo los ojos en blanco.
Ella rió a carcajadas.
Kiara tenía una excelente relación con Ramiro. Él la acompañó hasta su habitación, curioso por saber más, y mientras su madre se cambiaba, conversaron. Luego se acostó a su lado y vieron la televisión abrazados, hasta que se quedaron dormidos.
Pero la felicidad no dura eternamente, su hijo volvió a Venezuela y a sus estudios la semana siguiente, justo un día antes de la boda a la que tenía que acompañar a Gabriel.
Kiara ya estaba preparada para ese acontecimiento, tenía un hermoso vestido de noche de raso color amarillo-dorado que se había mandado hacer imitando el modelo de Kate Hudson en la película How to lose a guy in 10 days. Solo lo había usado una vez, y él no lo había visto.
Se había ido a la peluquería, donde le hicieron un complicado y hermoso recogido que dejaba mechones de pelo sueltos en el frente, pero la espalda totalmente descubierta, ya que el escote trasero era pronunciado. La maquillaron con maestría. Completó su atuendo con unos zapatos dorados en juego con un pequeño bolso y una gargantilla de oro con pendientes.
Todavía conservaba parte del bronceado del verano, por lo tanto su piel oscura contrastaba con el color claro del vestido, estaba preciosa.
Gabriel casi se desmaya de impresión cuando la vio.
—¡Dios mío, Kiara! Es-estás… deslumbrante.
Ella sonrió pícara y se colgó de su brazo.
—Tú también estás guapísimo —dijo pasando la mano por la solapa de su impecable traje negro—. Parece que nos hubiéramos puesto de acuerdo, tu camisa amarilla y corbata dorada hacen juego con mi vestido.
Y sonriendo, batió las pestañas postizas ante sus ojos en un gesto coqueto… Gabriel la miraba hipnotizado con la boca abierta.
La ayudó a ponerse la suave estola de piel y caminaron hasta el vehículo.
—Me hubiera gustado tener un auto más acorde a tu elegancia esta noche —dijo avergonzado mirando su utilitario nuevo—. Un BMW Z4, por ejemplo.
—Tu camioneta es hermosa… no digas tonterías —contestó pasándole la mano para que la ayudara a subir, ya que era una Dodge RAM bordó de lujo doble cabina, bastante alta.
—Por lo menos la mandé lavar —dijo sonriendo cuando subió a su lado.
Tuvieron que repetir el proceso de subir y bajar varias veces, ya que primero fueron a la iglesia, y luego a la fiesta que se realizaba en la casa de los padres del novio. Bajarla de la camioneta era lo que más disfrutaba el ingeniero, ya que lo hacía tomándola de la cintura, rozando sus cuerpos en el proceso. Ella apoyaba las manos en sus hombros y los bajaba lentamente, acariciándole en el proceso.
Cuando Gabriel estaba firmando el acta de matrimonio como testigo en un apartado de la fiesta acondicionado especialmente para el acontecimiento, Adrián se acercó a ella –que estaba observando el solemne acto– y le dio un beso en el cuello, ella giró la cabeza asustada pero se tranquilizó cuando vio que era él. Kiara sabía que estaría allí, era muy amigo del padre del novio y estaba invitado.
—Estás preciosa, Negra —dijo susurrando en su oído.
—Me asustaste, Flaco —respondió alejándose un poco.
—Así qué… tu novio es testigo —dijo mirando el escritorio bellamente decorado donde Gabriel estaba firmando el libro.
—Sí, la novia es hija de su socio. Y ya te dije que no…
—…que no es tu novio —la interrumpió—. No es lo que parece, no se aparta de ti ni a sol ni a sombra.
Kiara frunció el ceño. Eso era cierto, esa noche Gabriel estaba muy protector, apoyaba la mano de ella en su brazo cuando caminaban, o la sostenía de la cintura cuando conversaban con otras personas.
—Eso se llama caballerosidad… y es algo que a él le sobra.
—Estás con la soga al cuello… ¿eh? —dijo riendo.
—¿Habría algún problema si fuera así? —preguntó mirándolo a los ojos.
—Ninguno, Negra. Me alegro que seas feliz, y el tipo me gusta, por lo menos parece un hombre serio… investigaré sobre él ―anunció con la seguridad de un abogado criminalista.
—No te metas, Flaco y deja de tomarle el pelo —pidió encarecidamente.
—Buenas noches, Adrián —saludó Gabriel llegando hasta ellos.
—Buenas, amigo —respondió más informalmente, estrechándole la mano extendida—. Hola y hasta luego, me esperan en la mesa —y miró a Kiara—. Estás hermosa, Negra —le dio un beso en la mejilla y se alejó.
—¿Negra? —preguntó Gabriel frunciendo el ceño.
—Siempre me llamó así —contestó Kiara sonriendo y colgándose de su brazo—. Creo que ya servirán la cena… ¿nos sentamos?
—Primero pondrán el vals, tengo que sacar a bailar a la novia… ¿me concede una pieza después, hermosa dama? —preguntó sonriendo.
—Por supuesto, caballero —contestó devolviéndole la sonrisa.
Ella no podía dejar de mirarlo cuando sacó a bailar a la hermosa jovencita, no duró ni un minuto, porque enseguida fue relevado por otro hombre, pero estuvo fantástico, y se movía con una gracia innata por la pista.
El corazón de Kiara latía descontrolado cuando se acercó con la mano extendida para que bailara con él. Se movieron por la pista como si estuvieran flotando, y los observadores no sabían si quién llamaba más la atención… o los novios, o ellos. Hacían una pareja espectacular.
Pero la magia se rompió cuando una mujer muy llamativa vestida de rojo se acercó y solicitó bailar con Gabriel. Era normal que los novios cambiaran de pareja varias veces durante el vals nupcial, pero totalmente inusual que una mujer hiciera esa petición a un hombre cualquiera en la pista.
Kiara se quedó parada mirándolos, y Gabriel no sabía qué hacer. Por primera vez lo veía sorprendido y desorientado.
—Disculpa, Analía —dijo él enseguida—, no creo que esto sea apropiado.
Pero Adrián vino a su rescate, solicitando bailar con Kiara.
—No te preocupes, Gabriel… hazlo —dijo sonriendo—, bailaré con Adrián.
Y su ex marido fue quien la hizo girar por la pista en ese momento.
—¡Oh, gracias! —dijo ella visiblemente relajada, luego se tensó—: ¿Quién mierda es esa mujer? ¿La mandaste tú para joderme? —preguntó frunciendo el ceño mientras bailaban. Sería algo muy propio de su ex.
—No, Negra… yo no me relaciono con putas de esa calaña —respondió con el ceño fruncido—, solo estoy rescatándote.
—¿Quién es? —insistió.
—Lía Serafini, la más bandida y promiscua mujer que conozco.
—Llévame a mi mesa, Adrián —pidió nerviosa.
—Sigue la comedia, Negra. Te acompañaré cuando termine el vals.
Una vez que estuvo sentada, observó el ambiente, buscando a Gabriel. Lo vio a un costado de la pista, bastante alejado de donde ella estaba, hablando con la mujer de rojo. No podía ver bien sus facciones, pero por su expresión corporal no parecía estar contento, tenía los brazos cruzados y las piernas ligeramente abiertas mientras escuchaba a la misteriosa mujer.
Ya estaban empezando a servir la cena cuando Gabriel volvió.
—Disculpa, Kiara… no tenía idea que…
—No te preocupes —lo interrumpió—, no es tu culpa.
—Fue totalmente inapropiado, se lo dije.
—Relájate, Gabriel —respondió tocándole el brazo y sonriendo— ¿es alguna antigua novia? —se moría de ganas de averiguar.
Él la miró fijamente.
—Nooo, por supuesto que no —respondió categórico—. Yo… yo nunca tuve otra novia que no sea mi esposa antes de casarnos, Kiara.
—¿Quieres decir que… solo estuviste con una mujer? —eso no podía ser cierto. Se arrepintió apenas hizo la pregunta.
—Mmmm, no… o sea, sí… estuve con otras mujeres… por supuesto; antes de Lily y después —aceptó renuente—, pero ninguna relación fue tan seria como para darle un título así.
En ese momento los interrumpieron cuando el mozo sirvió la cena en su mesa, depositando los platos de comida frente a ellos.
Kiara lo tomó de la mano y se la apretó en señal de comprensión. Él la levantó y le dio un suave beso en el dorso de la palma, soltándola inmediatamente, ya que los demás comensales fueron sentándose a la mesa.
Gabriel no era muy demostrativo, menos aún en público. Sin embargo varias de sus reacciones de un tiempo a esta parte la sorprendieron. Se dio perfectamente cuenta que no le gustaba la amistad que ella tenía con Adrián, pero era educado y no decía nada, tampoco tenía ningún derecho a protestar.
Y ella tampoco podía reaccionar por lo que había pasado con la mujer de rojo, aunque se moría de ganas de saber qué tipo de relación había tenido con su platónico amigo.
Suspiró y se relajó, mirando su apetitoso plato. Tenía hambre, en ese momento decidió que no había nada que ella pudiera hacer, solo divertirse y pasarla bien esa noche.
Y eso haría.

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Te amo, pero... (Capítulo 06)

SEGUNDA OPORTUNIDAD

Kiara estaba al día siguiente en su oficina, una mañana tranquila en la que su jefe había viajado, buscando en la computadora entre los expedientes de las empresas proveedoras de Yacyretá, esperando encontrar lo que buscaba.
¿Cómo mierda me dijo que se llamaba su empresa? Pensó frunciendo el ceño.
Tecleó su nombre, probablemente lo encontrara como representante.
¡Aquí está! Y sonrió complacida. Ingeniería A.N.S.A. Revisó el historial, ella tenía casi el mismo nivel de acceso que su jefe, como asistente personal del director general. No podía modificar datos, pero sí revisarlos.
¡Santo cielo! Le debían un montón de dinero. El contrato era millonario, la obra ya estaba terminada, fiscalizada y aprobada. Y su último cheque, que correspondía a casi el 40% del valor, en el limbo.
Llamó a la sección de facturación. Esperaba no meterse en problemas por esto, pero quería ayudar a Gabriel.
—¡Hola Lucy! ¿Cómo estás, querida? —saludó a la jefa de la parte contable, la conocía y se llevaban muy bien. Lucy aprovechó y le habló durante un buen rato, de diversos temas, hasta que le preguntó en qué podía ayudarla.
—El jefe quiere que se apresure el pago de una obra —mintió—, dice que son órdenes superiores. Se supone que ya debían haberle pagado hace más de tres meses, y políticamente no les conviene estar mal con el dueño de esa empresa, es algo así como el sobrino, del amigo, del padre de qué se yo… tú sabes, de alguien importante. Así que te agradecería que hagas algo… —y le dio todos los datos técnicos del contrato.
—Será un placer, amiga —respondió riendo, ya que era del partido político contrario a su jefe—. Este hijo de puta del director nuevo se está aprovechando de su puesto, y cagarle es uno de mis objetivos. Ya tuvimos otros pedidos similares, al parecer está reteniendo todos los cheques de quienes no quieren adherirse a su sistema. Yo misma me encargaré.
—¡Eres un sol! —Y se despidió prometiéndole que en la siguiente obra, trataría de que incluyeran el cambio del piso del living de su casa en el presupuesto, pedido que hizo en forma solapada, como era usual.
¿Quién dijo que las cosas no se podían resolver en escalones inferiores? Se preguntó, y sonrió.
Se olvidó del tema y siguió trabajando.

—Ingeniero, acaban de llamar de Yacyretá —anunció la secretaria de Gabriel unos días después—. Dicen que hay un cheque para nosotros, que podemos pasar a cobrar.
—¿Estás segura, Celia? —preguntó asombrado.
La secretaria asintió, sonriendo. Sabía lo preocupado que estaba su jefe por ese cobro, porque los proveedores estaban todo el día encima de ella preguntando cuándo iban a cobrar ellos también.
—Sí, ingeniero, lo verifiqué por el número de expediente.
—¡Llama a Paulino! Que vaya inmediatamente con el recibo legal —ordenó. Su semblante había cambiado totalmente.
Se recostó en su sillón giratorio y no daba crédito a lo que había escuchado. No cantaría victoria hasta tener el cheque depositado en el banco, obviamente. Pero pensó que había un gato encerrado en toda esa historia.
Llamó a su contacto, que desde el nombramiento del nuevo director estaba totalmente en el freezer .
—¿Cómo lograste que pudiera cobrar, Julio? Me acaban de avisar que el cheque está listo —preguntó todavía sorprendido.
Su amigo negó cualquier participación en el hecho, sorprendido también. Entre los dos trataron de obtener respuestas a sus cuestionamientos, pero ninguno pudo encontrarlas. Gabriel se encogió de hombros, lo importante en ese momento era cobrar, luego ya se enteraría de quién los ayudó, en algún momento saltaría la verdad. Había tocado ya tantas puertas y hecho lobby tantas veces, que podían ser muchas las posibles almas caritativas que se apiadaron de él.
Suspiró y se relajó.
Lo primero que pensó fue en que luego de depositar ese cheque estaría más calmado y podría invitar a Kiara a cenar. No la veía desde el viaje que habían hecho a Piribebuy. Toda la semana fue un caos para él y solo habían hablado por teléfono en una ocasión, aunque le había enviado mensajes de texto todos los días, por lo menos para saludarla.
¡Kiara! De repente se le prendió la lamparita… ella no pudo haber sido, nunca le había hablado de ese problema, no quería que se sintiera utilizada. Si bien cuando Patricio los presentó, fue debido a ese inconveniente, él jamás se lo mencionó. Desde un comienzo supo que no era ese el tipo de relación que quería con ella.
Llamó a Paulino y le encomendó la tarea de averiguar cómo había salido ese expediente del cajón donde estaba acumulando telarañas. Su asistente era especialista en sonsacarle información a la gente, sobre todo a las empleadas de las empresas públicas, que babeaban por el joven alto, moreno, pelilargo y de labia encantadora.

Era vienes y Kiara estaba llegando a su casa del gimnasio a la tardecita, cuando sonó su celular, era Gabriel. Sonrió complacida, pero no le atendió porque estaba manejando.
Esperó llegar, bajar las bolsas del supermercado, organizar con María –su empleada– los horarios y recién ahí, cuando estaba relajada en la tina de su baño, le mandó un mensaje:
«No podía atenderte, estaba manejando. Llámame a casa»
Respuesta inmediata: «llego a la mía y te llamo»
Apoyó su celular y el inalámbrico de línea baja cerca de ella, para atenderlo cuando llamara y se relajó en el agua llena de burbujas y sales.
Se lavó el pelo, se enjabonó y estaba pasándose la esponjosa luffa por todo el cuerpo, gimiendo y fantaseando que eran las manos de Gabriel las que la estaban recorriendo, cuando alguien carraspeó apoyado en la puerta.
—¡Mierda, Adrián! Me asustaste —gritó bastante enojada y cubriéndose los pechos con las manos, el resto no se veía debido a la espuma.
—¿Desde cuándo acostumbras taparte en mi presencia? —preguntó irónico— Conozco tu cuerpo mejor que tú, Negra.
—¡Vete al carajo! —dijo y le tiró la luffa, que fue a parar a cualquier lado menos a su objetivo—. Espérame fuera, ya salgo.
—¿No quieres que continúe con el trabajito que empezaste? —preguntó insinuante— Masturbarse es delicioso, pero que yo te lo haga será mucho más satisfactorio, bebé.
Y se acercó con paso felino hasta donde ella estaba, al borde de la tina, tomó la toalla y la extendió de borde a borde para que saliera.
Kiara suspiró resignada. Era inútil pretender que él hiciera algo que le dijera, siempre fue así. Se levantó y desnuda, le dio la espalda para que la cubriera.
No tenía absolutamente vergüenza de él, Adrián fue su marido durante más de diez años y su amante durante varios años después. No era un hombre apuesto, no en el sentido usual de la palabra. Era… ¿cómo explicarlo? Macho. Eso lo definía a la perfección. Alto, esbelto y elegante, con una verba interesante que seducía a la más reacia de las mujeres. Y para qué negarlo, cada vez que los dos coincidían y ella estaba sin pareja, él la buscaba para satisfacerse mutuamente.
Y Kiara, que era una mujer muy sensual, y adoraba el sexo, se dejaba llevar. Porque no había nadie mejor que él para saber lo que a ella le gustaba, era cómodo, conocido, no le creaba conflictos, no la celaba, le daba placer a raudales, luego se vestía y se iba.
Pero… hacía más de un año que no tenían nada.
Adrián la envolvió con la toalla, la abrazó, y presionó los labios contra su cuello, lamiéndola, besándola, provocándole un cúmulo de sensaciones tan poderosas que ella se apoyó en su torso y lo dejó seguir, gimiendo.
—Siempre tan sensible —dijo él en su oído.
¡Demonios! ¿Qué estaba haciendo? Pensó Kiara al escucharlo. Ella estaba saliendo con Gabriel, no podía… ¡mierda! No salía con él. No tenían nada, solo eran amigos. Podía aprovechar… y necesitaba tanto… hacía tanto tiempo…
Adrián la apretó contra la pared, levantó sus dos manos y las inmovilizó contra el muro. La toalla se deslizó al piso y él se pegó a su espalda. Los azulejos fríos contra su cuerpo caliente por el baño hicieron que todos los vellos de su piel se erizaran.
—Adrián… para… —dijo casi en un susurro.
—Siempre dices lo mismo y luego te derrites como una gata en celos —respondió él recorriendo el hombro con sus labios, tentándola, confundiéndola.
—Estoy saliendo con alguien… —mintió.
—Lo sé…
—Por favor…
—Claro que sí…
—Habíamos quedado que…
—Mmmmm…
Todo eso dicho en susurros, Kiara debatiéndose entre lo que creía que debía hacer y sus deseos insatisfechos. Las manos de Adrián estaban por todos lados, y ella no podía pararlo. Quería… pero no podía.
En ese momento, sonó el teléfono.
Y fue como un balde de agua fría. Kiara inmediatamente se deshizo de su abrazo, tomó el tubo, la toalla y salió del baño.
—Ho-hola —apenas podía hablar. Era su tormento—. ¿Puedo llamarte en cinco minutos, Gabriel? Estoy en la ducha.
—¿Gabriel, eh? —preguntó Adrián cuando ella cortó.
Kiara se puso una bata rápidamente y lo encaró.
—Sí, Gabriel… ¿algún problema?
—Ninguno, Negra.
—¿Para qué viniste? ¿Cómo entraste? Ya te dije mil veces que no uses más tu llave. Voy a cambiar la cerradura.
Él se tiró en la cama y encendió el televisor.
—Te recuerdo que es también la casa de mi hijo —contestó sonriendo—. Mi camioneta se descompuso aquí cerca, les pedí a los del taller que me dejaran aquí. Necesito que me prestes tu vehículo.
—¿Eso es todo? —Tomó su cartera y le tiró las llaves del auto—. No la necesitaré hasta mañana al mediodía. Ahora vete, por favor.
—Estás muy arisca hoy, lo de este tipo… mmm, Gabriel… ¿va en serio? —Kiara suspiró— Ven aquí, Negra —y golpeó la cama a su lado—. Sabes que puedes contármelo todo.
Kiara se acostó a su lado y apoyó la cabeza en su hombro. Adrián era lo más parecido a un confidente masculino que tenía. Fue su marido, pero también era su amigo, se llevaban muy bien. Se querían, se respetaban, pero ya no se amaban. Incluso así, ella sabía que podía contar con él.
—Gracias, Flaco… lo sé —le contestó.
—¿Estás enamorada de él?
—Es muy pronto para saberlo.
—Te enamoraste de mí al instante —recordó sonriendo.
—¡Ay, dios mío! No compares, era una nena de 17 años cuando te conocí, estaba caliente, no enamorada —respondió riendo a carcajadas.
—Asumo entonces que ahora estás caliente también. ¿Todo bien con él?
—Mmmm, síp —mintió.
—Siempre serás mi Negra… lo sabes, ¿no? —afirmó mirándola con ternura.
—Y tú siempre serás mi Flaco… —Kiara le devolvió la mirada y él le dio un ligero beso en los labios, nada sexual.
—Ahora me tengo que ir —dijo levantándose de un salto y rompiendo la dulce atmósfera de camaradería que había.
—No te olvides que Ramiro —se refería al hijo de ambos— vuelve la semana que viene —le recordó.
—Sí, te traigo el auto mañana. Chauuu —y se fue.
Kiara suspiró y pensó que siempre sería igual, Adrián la llevaba de un estado emocional a otro en dos segundos. Estar cerca de él era como subir a una montaña rusa que nunca paraba. Quizás por eso le gustaba tanto Gabriel, era tan diferente a su ex marido como el día y la noche. Tan tranquilo, serio y centrado. Y eso era justamente lo que quería… ¿pero era lo que necesitaba? ¿Y si se comportaba de la misma forma en la cama? Se preguntó. Negó con la cabeza. Esperaba que en ese aspecto se desinhibiera un poco.
Se acostó de nuevo y lo llamó.
—Hola, Kiara —contestó enseguida.
—¿Qué tal? ¿Cómo estás?
—La verdad es que muy bien —dijo contento— ¿y tú?
—También… ¿a qué se debe tu alegría? —Kiara ya lo sabía. Lucy le había contado que esa mañana Gabriel había cobrado su cheque.
—Un ángel de la guarda se apiadó de mí... y me preguntaba si tú sabías algo al respecto.
—No sé de qué me estás hablando —respondió sonriendo, y cambió de tema—: ¿qué vas a hacer?
—Fue una semana complicada, esperaba poder descansar, hacer algo tranquilo… ¿y tú… qué planes tienes?
—Yo también estoy muy cansada, me invitaron a un cumpleaños, pero la verdad es que no tengo ni pizca de ganas.
—¿Y qué tal pizza y alguna película?
—O comida china y una buena película —retrucó ella.
—Me parece perfecto. Tengo la última de Meryl Streep, acabo de alquilarla.
—¡Sí, sí, sí! Me encanta la idea.
—Es un blu-ray, Kiara… ¿tienes el lector?
—Mmmm, no… todavía estoy en el viejazo. Solo tengo un equipo de DVD.
—Esta es una buena ocasión para invitarte a conocer mi casa, entonces —dijo contento.
—¡Ay, Gabriel! Me encantaría… pero estoy sin vehículo. Mi ex marido tuvo un inconveniente con su camioneta aquí cerca y me pidió prestado el auto, acaba de irse.
—Eso no es problema, yo te busco. —Y sin darle tiempo de responder, continuó—: Estoy allí en una hora.
Cuando llegó, fueron a retirar la comida china que él ya había ordenado por teléfono y la llevó a su casa.
Era un chalet precioso, muy acogedor, ubicado en un hermoso barrio residencial. A Kiara le gustó el ambiente, él lo había decorado rústicamente con muebles de madera y hierro forjado.
—Es hermosa, Gabriel —dijo sinceramente luego de que le mostró toda la planta baja—. Pero… es una casa nueva.
—Sí, claro. Hace menos de cuatro meses que vivo aquí.
—No sé por qué pensé que vivirías en… —iba a referirse a la casa donde vivía con su esposa, pero se calló—. Olvídalo.
—¿Te refieres a mi casa matrimonial? —Kiara asintió— A veces cuando quieres cerrar definitivamente una etapa, debes deshacerte de todos los recuerdos que te unen a ella… ¿no crees?
—Sí, probablemente —nunca podía identificar ningún sentimiento en sus facciones cuando se refería a esa etapa de su vida. Gabriel era un misterio para ella, o por lo menos su pasado.
—¿Quieres que cenemos en el desayunador de la cocina o prefieres hacerlo más formal en el comedor? —preguntó cambiando de tema.
—En el desayunador será perfecto —dijo sonriendo.
Él le cedió el paso.
—Kiara, quiero presentarte a Paulino Ramírez —dijo cuando entraron a la cocina—. Vive conmigo, y no sé qué sería de mí sin su ayuda. Paulino, ella es la señora Safuán.
—Hola Paulino, encantada de conocerte. Gabriel me ha contado muchas cosas sobre ti —dijo amablemente pasándole la mano.
—Señora Safuán, el placer es todo mío, por fin la conozco —dijo el asistente de Gabriel besando su mano en vez de estrechársela.
—Mmmm, ya veo por qué dices que las mujeres comen de su palma —bromeó Kiara mirando a Gabriel.
—Es un seductor —afirmó bufando y entregándole un paquete con comida china que había comprado para él—. ¿Terminaste todo lo que te pedí?
—Sí, inge. Todo está listo, mañana no tiene que madrugar, yo me encargo —dijo guiñándoles un ojo y aceptando la comida—. Gracias. Y ahora si me permiten, me retiro. Señora, un gusto —dijo mirando a Kiara.
—Es un personaje —afirmó Kiara cuando se retiró el secretario.
—Puedes apostarlo. Siéntate —la invitó.
Estuvieron disfrutando de la comida y un buen vino mientras conversaban de las actividades que hicieron durante la semana, hasta que él le dijo:
—Kiara, hoy cobré por fin un contrato que había terminado hace más de cuatro meses para una obra de Yacyretá, por eso estoy tan contento.
—¡Felicidades! Pero cuatro meses es mucho tiempo… —dijo Kiara.
—Lo sé… y ese retraso me trajo muchos conflictos.
—Nunca me hablaste de eso.
—No lo hice porque no quería que pensaras que te invitaba a salir para conseguir algo de ti… ¿comprendes? No porque no quisiera habértelo dicho, ni menos aún porque no te tuviera confianza.
—Lo entiendo, y es una actitud muy noble de tu parte.
—El hecho, Kiara es que Paulino averiguó que la orden vino directo de la dirección general —y sonrió dulcemente—. Sé que tú me ayudaste, no conozco a nadie más ahí. Así que… gracias —y puso un sobre frente a ella.
—No, no, no —dijo Kiara asustada, empujando el sobre hacia él—. No lo hice para recibir nada a cambio, Gabriel. Por favor, no quiero nada.
—Pero… Kiara, te lo mereces.
—Yo no, si quieres agradecerle a alguien, es a Lucy, la jefa de contabilidad. Ella fue la que se encargó de todo, no voy a aceptarlo.
Gabriel suspiró.
—¿Te ofendí? —preguntó retirando el sobre.
—Nooo, Gabriel. Sé perfectamente que lo que tú estás haciendo no es más que cumplir un "código de comportamiento" usual en estos casos. Tienes años trabajando como contratista del estado, eso es a lo que estás acostumbrado. Pero a mí no me debes nada, tú te pasas gastando dinero en mí, no me dejas pagar nada. Créeme, soy yo la que me siento en deuda contigo.
—Kiara, para mí es un placer hacerlo, y no lo hago por ti, sino por mí. Si dejara que pagaras, me sentiría un idiota —dijo sonriendo—, uno muy poco caballeroso.
—Eso es del siglo pasado, Gabriel.
—Bueno, a lo mejor estoy chapado a la antigua.
—Definitivamente lo estás… todo estuvo riquísimo, gracias —dijo cambiando de tema—. ¿Vemos la película?
—Hay algo que no te dije —comentó con expresión avergonzada.
—¿Sí? Dime…
—El lector de blu-ray está conectado al home theater que tengo en mi habitación.
—¡Qué bien! Conoceré también tus dominios privados —contestó con más desenfado del que sentía y salió de la cocina rumbo hacia la escalera, seguida de Gabriel que llevaba el vino y dos copas.
En ese momento escucharon ruidos en las puertas vidriadas que daban al patio, Kiara se giró a mirar.
—¡Motitas! —dijo riendo.
El hermoso perro estaba parado sobre la vidriera, arañándola, solicitando desesperado la atención de su dueño. Gabriel corrió el panel de vidrio a un costado y el animal entró inmediatamente, saltando y moviendo la cola fue directo hasta Kiara, casi tirándola al suelo.
Fue amor a primera vista.
Ella se arrodilló en el piso y empezó a acariciarlo, mientras Motitas le llenaba la cara de lamidas cariñosas.
—¡Es un encanto! —dijo Kiara feliz, ya que le encantaban los perros.
—No suele ser tan cariñoso con los extraños, al comienzo es mucho más desconfiado, me alegro que te guste.
Al rato, Gabriel volvió a sacar al patio al reacio animal que quería seguir jugando y le indicó a Kiara que subiera.
—¡Ay, que frío hace aquí! —dijo ella entrando a la habitación que él le indicó. El dormitorio era grande, pero sencillo, con un enorme somier, dos mesitas de luz, un cuadro y una cómoda como único mobiliario. Había dos puertas, una suponía que era el vestidor y la otra el baño. Lo impresionante era la tecnología existente frente a su cama, encabezado por una enorme pantalla plana.
—Dejé encendido el aire acondicionado —comentó—. Ponte cómoda, Kiara, ubícate donde quieras.
—¿Puedo taparme? Soy muy friolenta —Kiara se sacó los zapatos y subió la cama, bastante nerviosa y expectante de lo que pudiera suceder allí.
—Claro que sí, haz lo que desees, estás en tu casa —Gabriel se acercó al equipo, lo encendió, se acostó a su lado en la cama y apagó la luz.
La película empezó, y él le pasó la copa de vino.
Kiara se acomodó mejor contra las almohadas para poder beber y se acercó más a Gabriel. Estaban uno al lado del otro, aunque sin tocarse, pero podía sentirlo. ¡Santo cielos! Era tremendamente consciente de su presencia.
Y a él le ocurría lo mismo, pero pensaba que si antes no había hecho ningún movimiento, esa ocasión no era la más propicia. Acababa de meter la pata con ella al ofrecerle una recompensa monetaria por su ayuda y no deseaba que se hiciera una idea equivocada de sus intenciones.
Luego de un buen rato de haber empezado la película recién Kiara pudo relajarse al darse cuenta que él, como siempre, no pensaba aprovechar la situación. Suspiró y se acomodó mejor tapándose con el edredón.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—Sí, gracias.
—Cualquier cosa que necesites, solo pídeme.
Fóllame, pensó, por supuesto no lo dijo.
—Lo haré, gracias —y a pesar de la frustración de ella, continuaron viendo la película.
Cuando estaban por un poco más de la mitad, Kiara empezó a cabecear de sueño, y sin darse cuenta se quedó dormida deslizándose lentamente y sin querer hacia su ocasional acompañante de cama. Su cabeza quedó apoyada en su brazo, cerca del hombro.
Gabriel sonrió, y como él también estaba muy cansado apagó la película, se ubicó mejor de modo a que ella estuviera más cómoda y se durmió, suspirando.

A mitad de la noche Kiara sintió mucho calor, era raro, porque estaba con el aire acondicionado encendido. Estiró el edredón hacia abajo y se dio cuenta que estaba totalmente vestida, y que el calor extremo que sentía no era sino un cuerpo caliente adherido a su espalda, abrazándola.
Suspiró y se apoyó en él.
Gabriel aumentó la presión de sus brazos rodeándola, pegándola completamente contra su cuerpo y apoyando la boca en su cuello. Ella podía sentir su aliento caliente respirando en su oreja y se estremeció.
Volteó la cara y lo miró. Él estaba despertando también, y la jadeante expresión de sus ojos le decía que percibía tan bien como ella la atracción que había surgido. ¡Fantástico! Porque la lujuria entre ambos era tan intensa que se preguntaban si podrían llegar a saciar en algún momento aquel repentino deseo; desde luego, no en una noche.
Kiara suspiró, giró su cuerpo para quedar de frente, le deslizó la mano debajo de la camiseta y le arañó suavemente la parte inferior de la espalda, excitándolo tanto que pareció que en su interior estallaban fuegos artificiales.
La necesidad de tocarla, de acariciarla y complacerla atravesó a Gabriel. Deslizó la boca abierta por su cuello, casi como si estuviera lamiéndolo, casi como si estuviera besándola allí, pero sin llegar a hacerlo. Ella contuvo la respiración y ladeó la cabeza, ofreciéndole la garganta. Una señal de rendición que hizo que su pene palpitara y se humedeciera.
Con un gruñido, él apretó la erección contra su sexo, aun vestidos. Ella presionó su cuerpo en respuesta mientras separaba los labios en un gemido.
—Me gustaría verte desnuda. Jadeante. Mojada. Ansiosa. Sólo de pensarlo me excito más de lo que puedas imaginar… ¿puedo desnudarte? —preguntó susurrando.
—Quizá... si tú también lo haces, y admites que te duele la polla sólo de verme —respondió osadamente… ¿realmente era ella quien había dicho eso?
—Oh, no te haces una idea —sintió que sonreía contra su cuello mientras le pasaba los pulgares sobre los pezones arriba del vestido—. Pero no te preocupes, te lo demostraré.
Gabriel la tomó de la muñeca y la llevó hacia el frente, poniendo la mano sobre su erección. Lo que ella llevaba sospechando durante mucho tiempo se vio confirmado al instante. Tenía un miembro de considerable tamaño y estaba muy duro... sobrepasaba todas sus expectativas. Albergar cada centímetro sería maravilloso, y Kiara tenía tantas ganas de tenerlo dentro, que estaba incluso dispuesta a implorar.
Notó la opresión en el vientre. Él era bueno. Realmente bueno. ¿Había deseado tanto algo alguna vez? Y eso que Gabriel ni siquiera la había besado.
Kiara gimió.
Antes de que ella pudiera discutir su petulante afirmación anterior, él le cubrió los labios en un beso duro, no había una pizca de ternura en esa caricia, simplemente devoró su boca, su lengua la atravesó y bebió de ella con hambre, con sed, como si hubiera estado perdido en el desierto durante días y ella fuera el oasis que tanto esperó encontrar. Le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él como si le fuera la vida en ello.
Kiara sintió la palma de una mano en el estómago y se sobresaltó. ¿En qué momento la había desnudado? No tenía idea, solo sabía que no tenía puesta nada más que las bragas.
—Déjame saborear esas deliciosas tetas —pidió suplicante, llevando la mano hacia uno de los pechos de Kiara y apoyándose en el codo para acercarse más—. Sabes genial.
Gabriel le lamió un rastro hasta el pezón, y ella se acomodó en la cama, intentando relajarse. Estaba casi desnuda y él estaba allí... al instante, sintió en la oscuridad que el colchón se hundía a sus pies y que unas cálidas manos deslizaban las bragas por sus piernas. Después, él curvó los dedos alrededor de los tobillos y los separó.
Notó una presión en el estómago y el corazón desbocado. No se resistió cuando se colocó de rodillas entre sus muslos y sopló sobre los resbaladizos pliegues.
Cuando le rozó el clítoris con el pulgar, contuvo la respiración y se aferró a las sábanas. Gabriel interpretó su reacción como una señal para subir sobre ella y succionarle el pezón; antes de que ella pudiera digerir la sensación y el áspero roce de sus dientes, introdujo dos dedos en el anegado canal y presionó hasta el fondo. Casi al instante, él encontró un lugar mágico y sensible y comenzó a frotarlo. La excitación se incrementó cada vez más. Ella comenzó a empaparle los dedos; gritó, separó más las piernas y arqueó las caderas en una súplica silenciosa.
¿Cómo podía hacer tantas cosas a la vez? Pensó dentro de la inconsciencia de la pasión. Parecía estar por todos lados… en sus pechos, entre sus piernas, y era delicioso…
Kiara gemía y gemía sin poder contenerse, mientras escuchaba una voz lejana llamándola: «¡Kiara, Kiara!».
Se sobresaltó.
—¡Kiara! ¿Estás bien? —preguntó Gabriel preocupado, zarandeándola suavemente.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —dijo jadeante, todavía excitada por lo ocurrido.
Pero… ¿había ocurrido en realidad?
—No lo sé, dímelo tú… —respondió Gabriel— parecía que estabas teniendo una pesadilla… ¿estás bien?
¡Mierda! No, no estaba bien, estaba ardiendo. Sentía su entrepierna totalmente mojada y palpitando aún más rápido que su corazón. ¡Todo no había sido más que un sueño! No podía creerlo…
Se incorporó en la cama y se pasó la mano por la frente, estaba sudada. Se levantó de un salto sin contestarle, fue tambaleante hasta el baño y se encerró allí.
Se apoyó contra el lavabo y gimió, mirándose al espejo. Seguía tan excitada, que se reflejaba en cada poro de su piel. Abrió el grifo y dejó correr el agua, esperando que el sonido la calmara. Luego mojó el borde de una toalla con agua fría y se la pasó por la cara y el cuello.
Cerró la tapa del inodoro, se sentó y suspiró.
Me voy a volver loca, pensó. Si esto sigue así voy a terminar en el manicomio de la calentura… ¿existe eso?
Se sobresaltó de nuevo cuando escuchó un suave llamado en la puerta.
—Kiara… ¿estás bien? —preguntó él suavemente del otro lado de la puerta.
—S-sí, Gabriel —respondió carraspeando—. Salgo enseguida.
Una vez que se hubo tranquilizado, luego de más de diez minutos dentro del baño, Kiara salió y lo miró, avergonzada.
Él le hizo una seña para que se acostara a su lado.
—¿Qué hora es? —preguntó acercándose.
—Tres menos cuarto.
—Eh… me da pena pedírtelo, Gabriel… pero… ¿me llevas a casa?
Ella ya estaba parada a su lado en la cama.
—Claro que te llevaré —dijo tomándola de la mano y estirándola—, pero después que descansemos. Ven, tuviste una pesadilla y lo menos que necesitas en este momento es estar sola.
La guió al lado de él en la cama y la hizo acostarse.
Y por primera vez desde que se conocieron, la abrazó sin motivo alguno.
No voy a poder soportarlo, pensó ella tensándose. No después de lo que acabo de sentir.
—¿Estás bien, Kiara? —preguntó sintiendo su resistencia. Ella asintió con la cabeza— Me diste un susto de muerte.
—¿Qu-qué dije?
—No dijiste nada, pero gemías y te movías como si alguien hubiera estado haciéndote daño… ¿quieres hablar sobre eso?
Kiara suspiró y negó con la cabeza. ¡Qué errado estaba! Pero era mejor que pensara eso.
Él apagó la luz y la amoldó mejor entre sus brazos, le dio un suave beso en la frente y le acarició el cabello.
—Relájate —pidió suavemente.
Y recién en ese momento Kiara se dio cuenta que estaba rígida como un palo. Suspiró y se acomodó en sus brazos apoyando la cabeza sobre su pecho, aflojándose completamente, mientras él le acariciaba el pelo con suavidad.
Era una escena tan dulce, tan tierna, que Kiara no tuvo más remedio que abandonarse en sus brazos y disfrutarla.
A los dos les costó, pero volvieron a quedarse dormidos.

Continuará...

CLTTR

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