Aguas Bravas - Segundo día (Crucero Erótico 04)

martes, 26 de abril de 2016

Salvador, Bahía…
23 de Enero.

El primer oficial miraba el techo de su camarote en la penumbra y veía el reflejo del agua que entraba por el ojo de buey creando sombras móviles sobre la superficie del cielorraso.
Estaba amaneciendo y prácticamente no había dormido nada.
¡Por Dios Santo! Él no dormía con mujeres, las seducía, las amarraba si accedían, las follaba, las dejaba satisfechas y se iba. Y ahí tenía a su tormento, acurrucada contra su pecho de espaldas, ajena totalmente a su incomodidad.
Gruñó por lo bajo y se apartó un poco, pero al rato la sintió acercarse de nuevo en sueños. Suspiró y miró al costado, ya no tenía espacio para moverse a menos que deseara caer al piso.
Estaba duro como una roca y ella rozaba su entrepierna con su hermoso y redondeado trasero y hacía que su erección se volviera más plena e insoportable.
¿Por qué mierda había accedido? Ella le dejó muy claro que solo quería "dormir". Quizás porque vio desesperación en sus hermosos ojos azules al pedírselo:
—Please, Andrew —rogó.
—¿Quieres jugar, bebé? —preguntó él tocando sus brazos desnudos— ¿Ya te sientes mejor?
—Nooo, no es eso lo que quiero. Solo deseo tu compañía, no quiero estar sola y contigo me siento segora.
—¿Segura de qué? ¿Ocurre algo? Puedes confiar en mí, Tanya.
—Lo sé, Andrew… pero no estoy lista para hablar de eso.
—¿Quieres comer algo?
—No —no podría tragar bocado aunque quisiera.
—Aunque sea un té, Tanya. Debes hidratarte, estuviste vomitando.
—¿Puedo pedirlo aquí?
—¿Es que no piensas salir de esta habitación en toda la noche? Apenas son pasadas las nueve.
Podía ir a su habitación, pero se arriesgaba a que Bryan la buscara allí, en ese momento posiblemente ya supiera todas sus coordenadas. Era mejor quedarse con Andrés, no sabía que haría al día siguiente, tenía trabajo… debería salir de su encierro, pero no ahora… unas horas más de tranquilidad para pensar le vendrían muy bien.
—Vete tú, Andrew. Yo estaré bien si no te molesta que me quede aquí.
—Claro que no me molesta, pero iré a traerte algo, no puedes estar con el estómago vacío.
Cuando volvió, más de una hora después, luego de cenar y encargarse de un problema de última hora con uno de los tripulantes, la encontró dormida en su cama… con una camiseta suya puesta.
Y tuvo que acostarse a su lado, solo escuchando su respiración acompasada, mirando su suave cuello y oliendo su delicioso aroma a gardenias… sin poder hacer nada.
¡Insólito! Solo a él podía ocurrirle. Suspiró y se revolvió en la cama mirando hacia el ojo de buey desde donde entraba la luz del amanecer.
Al parecer Tanya lo sintió, porque gimió y movió una de sus piernas. La sábana se deslizó y la camiseta que se había puesto se arremolinó en su cintura. Su redondo y hermoso trasero quedó a la vista.
Como hipnotizado, Andrés no pudo evitar la tentación, pasó la palma de su mano por una de sus nalgas y volvió a suspirar al sentirla tan suave. Metió el dedo debajo de sus bragas y la levantó, haciendo que se metiera en su adorable culito.
¡Santo cielo! Era perfecta… sin poder contener la tentación, se deslizó hacia abajo y posó los labios en una de sus nalgas antes de acunar las desnudas y redondeadas elevaciones de carne entre sus ansiosos dedos.
Acariciaba y amasaba suavemente para no despertarla. Los dedos ligeramente apretados en los sensibles montes, abriéndolos, enviando arcos punzantes de sensaciones recorriendo la entrada escondida que la estrecha hendidura ocultaba.
Y Tanya gemía en sueños, sensación sobre sensación empezaron a atacarla, aumentando y ahogando sus sentidos con olas del éxtasis, inclinó sus caderas y elevó una de sus rodillas, dejando acceso total para que el hombre de su fantasía nocturna pudiera seguir haciendo su magia.
Su subconsciente se negaba a despertar, lo que estaba sintiendo era demasiado delicioso… y suave. Pero de repente, la sensación paró… y ella volvió a sumirse en la inconsciencia.
¡¿Qué rayos es esto?! Se preguntó Andrés al ver una pequeña raya que sobresalía debajo de la remera que llevaba. La levantó un poco y no pudo asimilar lo que vio. Parecía como si un rastrillo hubiera pasado por esa zona de su cuerpo. Tomó el borde y lo levantó completamente.
¡Maldición! Toda su espalda estaba surcada por finas cicatrices irregulares.
Tanya se quejó en sueños y él la tapó de nuevo, incluso con la sábana.
Se apoyó sobre la almohada y su erección bajó al instante, no pudiendo creer lo que había visto.
Tanya fue maltratada, pensó. Esas marcas solo podían haber sido hechas por un látigo.
Miles de imágenes pasaron por su cabeza en un instante. Recordó que varias veces se preguntó el motivo por el cual no usaba bikini, sino mallas enterizas en la playa, por qué nunca la había visto bañarse en el mar, sino que se quedaba a un costado, bajo la sombrilla leyendo un libro y siempre llevaba una camisa abierta sobre su malla. Incluso sus camisillas de gimnasia eran siempre cerradas por detrás.
Tenía un cuerpo espectacular, eso sin dudarlo, pero lo ocultaba. Toda su ropa estaba perfectamente diseñada para tapar esa zona en vez de mostrar.
Tampoco tenía ninguna duda de su rol dentro de una relación, era una sumisa nata; se notaba en sus gestos, su forma de caminar o de hablar con la vista baja… ¿sería posible que su pareja hubiera abusado de ella de esa forma?
Una cosa era ser dominante, pero otra muy distinta ser un maltratador. Él sabía perfectamente cuáles eran los límites, y hablaba de ellos con sus parejas ocasionales antes de embarcarse en una aventura. Incluso definían de antemano una palabra de seguridad para evitar traspasarlos.
Suspiró, sin saber qué hacer.
¿O estaba pensando pavadas? Quizás tuvo un accidente, a lo mejor cayó sobre un manojo de alambre de púas o algo así…
Pero si no fuera así, probablemente sus cicatrices traspasaran el umbral de lo físico, el daño más importante debía ser emocional. Sintió una pena muy grande al imaginar el sufrimiento que tuvo que haber pasado, y se preguntó: ¿de verdad quiero meterme en esto?
En ese momento, Tanya volteó y se acurrucó en su pecho, gimiendo. Andrés la acunó, la acomodó en sus brazos y la miró. Parecía un ángel.
No tuvo ninguna duda: Sí, sí quería.


Tanya entró en pánico cuando despertó y vio que Andrés no estaba en la habitación. Se levantó de un salto y fue hasta la puerta, la abrió muy despacio y asomó la cabeza. Miró a ambos costados del pasillo.
No vio a nadie.
En ese momento, Andrés salió del baño envuelto en una toalla. No la vio en la cama y frunció el ceño, miró hacia la puerta y sonrió al verla inclinada hacia afuera, con su hermoso trasero casi descubierto.
—¿Qué haces, Tanya? —preguntó divertido.
—¡Ohhhhh! —gritó y se volvió hacia él dando un portazo y estirando el borde de la remera hacia abajo—. Pensé… creí que… que te habías ido.
—¿Estás mejor?
—Yo… eh, sí —dijo poniendo los dedos en posición de "ok" y se acercó a la cama.
—¿Desayunamos juntos?
—¡Sí, sí! Me parece bien —y tomó su ropa de la silla, sintiendo alivio al saber que él la acompañaría—, voy a vestirme.
—Yo también —dijo Andrés y se despojó de la toalla tirándola al piso.
Tanya se quedó muda mirándolo, sin poder moverse.
Si bien ya estuvo desnudo frente a ella en el baño, no había podido verlo, pero en ese momento estando a una prudencial distancia, lo apreció en todo su esplendor… y era, era… perfecto. Su cuerpo era una oda a la perfección, sus sólidos músculos –sin ser exagerados– parecían esculpidos en piedra y su piel tostada… una sinfonía.
¡Oh! Su miembro, aún en reposo era formidable. En solo unos segundos se lo imaginó excitado y pensó que serían como 25 centímetros de pura carne enrojecida. ¡Veinticinco formas de llegar a lo más recóndito de su alma y azotarla!
¡Santo cielos! Hacía tanto tiempo que no estaba con un hombre. Un gemido lastimero se escuchó en la habitación, probablemente saliendo de la boca de ella pero ni se dio cuenta porque estaba tan aturdida mirándolo, que se quedó como en trance.
—¿Te gusta lo que ves, bebé? —preguntó él sacándola de su estado de contemplación, y la miró con una enigmática sonrisa mientras buscaba un bóxer de la cómoda.
Y Tanya huyó al baño apresurada, mientras él reía a carcajadas.
Cuando llegaron al comedor, el capitán estaba desayunando con su pequeña hija. Se acercaron a su mesa y los saludaron.
—Siéntense con nosotros —los invitó Leopoldo.
—¿Qué estás desayunando, Bruna? —preguntó Tanya sonriendo— Se ve delicioso.
—Mmmm… a-ve-na —contestó la niña mirando a su padre con el ceño fruncido y empujando su comida—. Quiero huevos y tocino como el señor de la mesa de al lado, papi… ¿síiiiiii?
—Esto es un desayuno saludable para una princesa como tú —dijo su padre volviendo a poner el bol frente a ella—. ¿No es cierto, Tanya?
—Claro, capitán —y mirando a Bruna, continuó—: Además, puedes tomar yogurt con frutas y cereales, que te hará muy bien y te dará energías. Un buen vaso de leche, tostadas con mermelada o queso… Mmmm ¿yummy, no?
La niña se cruzó de brazos e hizo un puchero con la boca.
Tanya tomó dos pedazos de pan integral, los untó con mantequilla, le puso dos rodajas de queso y con el cuchillo le dio forma de corazón.
—¿Qué te parece? —preguntó sonriendo— Quizás debamos ponerle dos ojitos, una nariz y una boquita…
Eso captó la atención de la niña, y mientras adornaban el sándwich improvisado, empezaron a reír. Al final, Bruna se lo comió todo.
—Ahora tienes que mandar todo eso al fundo de tu estómago, nada mejor que un vaso de diliciosa leche… ¿no crees?
—¿Por qué hablas tan gracioso? —preguntó inocentemente tomando la taza que ella le pasó.
—Tanya es norteamericana —le explicó su padre—. Viene de un país lejano, no es de aquí, princesa. Además, es nutricionista… así que sabe mucho de alimentos y lo que las niñas como tú deben desayunar para crecer fuertes.
—¿Nutri… qué? —pero se olvidó de todo cuando vio a su madre acercarse, se levantó de un salto y corrió hasta ella.
—Tenemos muchos problemas para hacerla comer —contó el capitán, algo resignado.
—Es solo una niña, es normal que quiera probar lo que los mayores comen —dijo Tanya y miró hacia Andrés, que se había servido de todo un poco y en abundancia—: colesterol puro, Andrew.
—Mmmm, pero rico —contestó riendo y siguió comiendo.
Yanela se acercó con su hija subida a sus caderas y saludó a todos.
—Yan, yo tengo que bajar a tierra por un par de horas, tengo una reunión —dijo Leopoldo mirándola—. ¿Puedes hacerte cargo de Bruna?
—¡Oh, Leo! Tengo miles de cosas que hacer… —se quejó—. ¿No puedes llevarla contigo?
El capitán negó con la cabeza.
—La dejaré en la nursery, allí…
—Yo puedo cuidarla —lo interrumpió Tanya—. Tengo una clase de aerobic y otra de baile. ¿Te gustaría darlas conmigo, Bruna? Puedo enseñarte unos pasos que te gustarán.
—¡Sí, sí, sí! ¿Puedo, mami? ¿Papi? —preguntó la niña entusiasmada.
—Claro que sí —dijo Yanela visiblemente aliviada—. Pero es muy escurridiza, tendrás que estar muy pendiente de ella, amiga. No sé si es mejor dejarla en la guardería…
—Me portaré bien, lo prometo —la interrumpió Bruna soltándose de su madre y tomando la mano de Tanya.
—Cuenten conmigo cuando lo necesiten —anunció la entrenadora—. Me encantan los niños, y no me molestará, al contrario. Me ayudará… ¿no es cierto, Bruna? —y la niña asintió, feliz.
En ese momento, Andrés terminó su desayuno y se levantó satisfecho, anunció que las acompañaría hasta el salón de baile, que quedaba de paso al puente de mando. Yanela suspiró cuando los vio alejarse y se sentó a la mesa con el ceño fruncido.
—¿Pasa algo, brujita? —preguntó el capitán sonriendo ligeramente. Conocía esa expresión de Yanela.
—No lo sé, Leo… a veces presiento cosas pero no puedo entenderlas.
—Yo no necesito ser vidente para darme cuenta que Andrés está tramando algo —dijo poniéndose serio.
—No me refiero a él, sino a Tanya. No sé si hicimos bien en dejar a Bruna con ella… no me siento cómoda. O sea, es una buena persona y la cuidará bien con seguridad. Pero siento peligro alrededor de ella, como si fuera el blanco de alguna maldad, no sé explicarlo —Leopoldo la miró fijamente—. Sin embargo, también siento que estará más segura con la niña. Es raro, ¿no?
—No sé qué decirte… tus visiones me perturban siempre.
—No me hagas caso, sé que estará bien, eso es lo importante —y se dispuso a desayunar.
—Me tengo que ir, brujita… —anunció Leo.
—No me llames br…
—Mmmm, ya lo sé —la interrumpió.
—Me paso el día entero diciéndote lo mismo —dijo casi enojada.
—Quizás si dejaras de hablar tanto —y se levantó despacio—, y actuaras más… —avanzó unos pasos y se puso detrás de ella, pasó su mano con descuido por sus hombros descubiertos— podría creer que no te gusta —acercó la boca a su oído y le dijo en un susurro—: Hay solo una forma que puedes hacerme callar… bru-ji-ta.
El corazón de Yanela en ese preciso momento estaba a punto de salírsele del pecho, pero cuando pudo asimilarlo y volteó para contestarle, él ya estaba caminando hacia la salida del salón.
En otro lado del crucero, Tanya, Andrés y una Bruna que hablaba hasta por los codos estaban llegando al salón de baile donde se impartían las clases, todavía faltaba media hora para que empezara la primera.
—¿Puedes poner las colchonetas en orden, Bruna? Quiero hablar con Andrés un momento… ¿sí? —y la niña corrió hacia su objetivo riendo.
—¿Pasa algo? —Y la tomó del hombro— ¿quieres despedirte de mí como corresponde? —preguntó besando su cuello suavemente.
Tanya suspiró y aceptó su caricia, le gustaba, era tierna y eso la ponía en alerta también. Andrés era un misterio para ella, por un lado era el prototipo de hombre del que estaba huyendo, y por otro era dulce, cariñoso y juguetón, todo lo contrario a lo que ella conocía. La desconcertaba, la ponía nerviosa, pero también le encantaba.
—Dime, bebé —dijo llegando a su oído y mordiéndole ligeramente el lóbulo de la oreja.
—Mmmm, no puedo así —respondió sonriendo y empujándolo. Él rio a carcajadas y se quedó frente a ella en posición de espera con los brazos cruzados—. ¿Puedes pasar por aquí de vez en cuando en el transcurso de la mañana, por favor? ¿Podemos almorzar juntos?
—Podemos hacer todo lo que quieras juntos, nena… —y frunció el ceño— pero debes explicarme… ¿por qué la urgencia de mi compañía de repente? ¿Qué es lo que pasa?
Tanya suspiró y vio que ya estaban llegando algunas personas.
—¿Lo hablamos después? Debo ordenar el salón y preparar la música.
Andrés asintió, le acarició la mejilla y se retiró a cumplir con sus obligaciones.


El bar al costado de la piscina estaba tranquilo. El barman Elías Carvalho, un joven gay de 25 años amable y simpático a quién todos apreciaban –y que manejaba las copas y botellas con la maestría de un malabarista– estaba atendiendo la barra. No era su horario habitual, pero como era el jefe de cantineros había reorganizado los horarios a su antojo para poder encargarse de la atención diurna.
Normalmente atendía en el horario nocturno, pero desde que se había puesto de novio en el viaje anterior con el apuesto millonario César Andretti, prefería estar ocupado durante el día y disfrutar de su relación a la noche, ya que el potentado decidió acompañarlo en sus viajes para poder estar juntos. La realidad era que su pareja no deseaba que siguiera trabajando, pero Elías decidió cumplir con su contrato esa temporada y luego dedicarse a lo que más le gustaba: escribir.
—¿A qué hora te desocupas, Winnie? —preguntó César sentado en la barra frente a él y terminando el sándwich que estaba comiendo.
—Amor, apenas es mediodía —respondió Elías sonriendo y acomodando unas copas—. Estaré aquí toda la tarde… hasta las 6:00.
—Bien, yo iré a descansar un rato y luego volveré a disfrutar de la piscina —le tocó los nudillos de su mano y le guiño un ojo—, pórtate bien y no me extrañes tanto.
Elías se sonrojó y sonrió. Todavía no podía acostumbrarse a sus demostraciones de afecto en público, aunque fueran mínimas.
Cuando César salía del bar, se cruzó con Yanela y Sebastián que se dirigían hacia la barra. Se sentaron, saludaron a Elías y se pusieron a conversar sobre los problemas recientes:
—Tendré que bajar a tierra, Yan… un análisis de sangre a un pasajero —dijo el médico frunciendo el ceño.
—¿Su situación es grave? —preguntó Yanela.
—No sé muy bien, no habla mucho. Le recomendé reposo, no sé si me hará caso.
—¿Qué quieren tomar? —preguntó Elías. Ambos hicieron su pedido, un jugo y una soda— ¿Pasa algo, problemas con algún pasajero?
—Sí, un hombre se desmayó y empezó a convulsionar en la cubierta azul esta mañana —relató el médico.
—¿Piensas que debe abandonar el crucero? —se interesó Yanela.
—No lo sé, tendré los resultados cuando vuelva y ya te contaré —dijo Sebastián suspirando.
—¿Sabes algo de Luz? —preguntó Elías cambiando de conversación. Se refería a la novia del médico, una hermosa japonesa que había conocido en el primer viaje de esa temporada y de la cual se había enamorado. Mantenían una relación a distancia desde hacía un par de meses, ya que ella vivía en Paraguay con su padre diplomático y familia.
—Vendrá a visitarme la semana que viene, cuando termine esta travesía —contó con una amplia sonrisa en la boca—, quizás la traiga conmigo en el siguiente viaje y espero convencerla para que se quede definitivamente. Es muy duro estar separado de ella. Hablar por Skype o Whatsapp no es suficiente, y el ir y venir cada tanto no es una opción viable a largo plazo.
—Me alegro por ti —respondió Yanela—, pero…
En ese momento entró el capitán al bar y los saludó a los tres, interrumpiéndolos.
—¿Acabas de llegar? —preguntó Yanela.
—Sí, se complicaron mis gestiones, pero ya lo he resuelto.
—¿Y Bruna? —insistió la madre.
—Eso iba a preguntarte a ti —respondió Leopoldo—. Pasé por el gimnasio a buscarla pero ya no había nadie.
—Deben estar almorzando —dijo el médico—. Bueno, yo me despido. Vuelvo en un par de horas.
Sebastián partió hacia cubierta para bajar en Salvador, mientras Yanela y Leopoldo luego de despedirse de Elías se encaminaron hacia el comedor en busca de su pequeña hija.
La encontraron almorzando junto a Andrés y Tanya.
La niña ni bien se sentaron a la mesa, empezó a contarles a sus padres todo lo que había hecho y lo mucho que se había divertido en las clases de baile. Hablaba hasta por los codos, y todos reían de sus ocurrencias.
—Te gradezco mucho que te hayas encargado de Bruna, Tanya —dijo Yanela sonriendo—. Espero que se haya portado bien.
—Es un sol, me ayudó con las clases y se portó como toda una señorita —respondió Tanya acariciándole el pelo—. Además, comió muy bien, tomó una riquísima sopa de verduras, luego risotto de pollo.
Andrés, que también había terminado de almorzar algo ligero, observaba en silencio a Tanya mientras hablaba, y cada palabra salida de su boca le parecía música a sus oídos, cada gesto suave y femenino… una caricia a su alma solitaria. No sabía a ciencia cierta qué tenía esa mujer que lo conmovía tanto, pero lo lograba, y eso lo asustaba, aunque no lo iba a hacer retroceder.
Tenía que conseguirla, conocerla más… someterla. Quizás de esa forma se sacaba de encima esa obsesión que tenía.
Se movió nervioso en su asiento, porque el solo pensar en todo lo que podían hacer juntos, lo dejó tan duro que tuvo que pensar en "bueyes perdidos" para lograr que su erección dejara de presionar sus bermudas.
Suspiró y cerró los ojos, tratando de tranquilizarse.
—¡Andrew! —Tanya lo zarandeó ligeramente para que reaccionara.
—¿Eh, qué? —preguntó aturdido. Yanela sonrió con la boca ladeada—. Lo siento, estaba pensando en otra cosa… ¿qué pasa?
—Ya me voy… —dijo Tanya, y agregó dudosa—: eh, tengo algo que mostrarte.
—Vamos —respondió levantándose y como buen caballero, corrió la silla de ella hacia atrás para que hiciera lo mismo.
Se despidieron y dirigieron hacia la salida.
—¿Qué quieres mostrarme? —preguntó Andrés apoyando su mano en la cintura de Tanya y acercándola a él mientras caminaban.
—En realidad nada, solo fue una… eh, una ex… excosa —y miró en su entorno buscando los cabellos de plata.
Andrés frunció el ceño.
—¿Una excusa?
—Mmmm, yeah… eso —ella seguía mirando a los costados.
Él la volteó y la presionó contra la pared. Estaban en la escalera, cerca del acceso al pasillo donde estaban las habitaciones de la tripulación. Tanya abrió los ojos, asustada. Él sonrió.
—¿Una excusa para estar solos? Espero que sea eso, bebé.
—En realidad solo fue para que me acompañaras hasta mi habitación —respondió con la cabeza baja.
—Mejor vamos a la mía a hacer la siesta —subió ambas manos a su cuello y con los pulgares le levantó la barbilla—. Apenas pude dormir anoche al tener tu hermoso cuerpo presionando el mío —acercó su boca peligrosamente a la de Tanya y respiró sobre ella—, como ahora —se restregó contra ella—. ¿Lo sientes? ¿Me sientes?
Tanya estaba paralizada, no sabía qué hacer. Tenía ganas de tocarlo, de deslizar sus manos por ese pecho musculoso y entrelazarlas detrás de su cuello para acercarlo más si era posible. Pero el miedo de que a él no le gustara, la dejó inmóvil.
Bryan nunca me permitía hacerle nada sin ordenármelo antes, pensó. Y Andrés al parecer estaba cortado por la misma tijera, tenía terror de que reaccionara mal.
Él acercó más los labios y se los mordió, luego deslizó la lengua y los abrió. Ella inspiró fuerte, craso error… él pudo entrar. Y todo control se esfumó como por arte de magia.
Ella sabía tan bien, a frutas y condimentos.
Bajó las manos por sobre sus pechos y la abrazó muy fuerte, profundizando el beso. El Dom en él se preguntaba cuán rápidamente podría romper ese férreo control para liberar a la mujer debajo. Amarrarla, tomarla un poco por el pelo, observarla luchando para no ceder a su necesidad y... mierda, hacerla suya por fin.
Girando por el pasillo, besándose y enardecidos, Andrés logró llevarla hasta su habitación. Ni siquiera despegó sus labios de los de ella… mientras abría la puerta con una mano, con la otra la empujó dentro.
Y en apenas un segundo que la soltó para llavear la puerta, ella lo sorprendió cayendo arrodillada en el suelo, sentándose sobre sus talones y bajando la cabeza.
Andrés frunció el ceño y la miró sin entender.
—¿Qué haces, Tanya? ¿Es así como quieres jugar? —preguntó desorientado.
Las manos de ella temblaban ligeramente apoyadas sobre sus muslos.
Está nerviosa, pensó él. Quizás no era buena idea precipitar algo sin saber qué esperaban el uno del otro. Era un juego consensuado… y no lo habían hablado.
—Ven aquí, nena —y le tendió la mano.
Estaba duro, caliente y deseoso, pero no era un animal, podían conversar un poco antes… solo un poco. La llevó de la mano a la cama y la sentó.
—Mírame —ordenó arrodillándose frente a ella y le levantó la barbilla.
—¿Hice algo malo? ¿Me vas a castigar? —preguntó Tanya asustada y… ¿deseosa?
—¿Quieres que te castigue? —respondió con otra pregunta, con un brillo malicioso y travieso en los ojos.
Sí, sí quería. Había sido mala, se lo merecía. Todo lo había hecho mal, su vida era un desastre, necesitaba sentir la mano dura de alguien…
Sin embargo, negó con la cabeza.
—Entonces no lo haré, bebé.
—Quiero bañarme, Andrew. Estuve haciendo gimnasia toda la mañana.
El primer oficial suspiró y le señaló la puerta del baño con una mano, con cara de fastidio. Estaba seguro que no le permitiría entrar con ella.
—Hay una bata colgada en la puerta, puedes usarla —dijo levantándose—. Luego hablaremos… ¿ok?
Ella asintió con la cabeza y entró silenciosa.
Andrés se desvistió, y solo con el bóxer puesto, se acostó en la cama a esperarla. Trató de analizar la situación, de lo único que estaba seguro es que se estaba metiendo en camisa de once varas. Pero bueno… él tampoco era un dechado de virtudes con un pasado impecable. Estaba cansado, cerró los ojos y se dispuso a pensar en ella, pero se quedó dormido escuchando el sonido de la ducha antes de poder sacar ninguna conclusión.
Cuando Tanya salió del baño envuelta en la enorme bata de Andrés, lo vio dormido y sonrió.
Se sentó en la silla al costado de la cama, apoyó las plantas de sus pies sobre el somier y lo observó dormir. Se veía tan tranquilo y sereno, tan diferente a como era en realidad: brusco, dominante y autoritario… tan parecido a Bryan que la asustaba.
Pero sin embargo, había ternura en él. Bueno, Bryan también era así al comienzo de su relación, eso no era nada raro. "Deja ya de compararlos", se dijo a sí misma, y recordó las palabras de su terapeuta: «No hay un solo ser humano igual a otro, si quieres exorcizar tus demonios interiores debes enfrentar tus miedos, no huir de ellos».
Y miró la puerta. Detrás estaba el mundo exterior… y quizás Bryan. Había corrido mucha agua bajo el puente desde que ella lo dejara ocho meses atrás, ¿qué podría hacerle dentro del crucero? ¿Tirarla por la borda por tener la osadía de abandonarlo?
Quizás se lo merecía…
¡NOOO! No lo merecía. Esa es otra de las cosas que aprendió en el grupo de apoyo al que asistía: «Soy una persona valiosa, no merezco que me traten mal». Quizás si lo repetía cien veces al día llegaría a creerlo alguna vez.
Suspiró y se levantó.
Era hora de enfrentar su vida sola. Ella lo había decidido así… no podía depender de la protección de su "Thunder", lo estaba utilizando y eso no era correcto. Se vistió rápidamente sin hacer ruido y lo dejó durmiendo.
Fue hasta su habitación al final del pasillo y se cambió de ropa.
Su próxima clase era en un par de horas. Tiempo suficiente para recorrer el barco, caminar un poco, disfrutar del sol de la tarde y exorcizar sus demonios, o sea… encontrarlo… a él.
Se estremeció sin querer y sintió nauseas.


Andrés se despertó sobresaltado al escuchar la sirena del barco llamando a los pasajeros que habían bajado a tierra.
¡Santo Cielos! Pensó… había dormido como tres horas, profundamente.
—¿Tanya? —la llamó. Pero solo el silencio contestó.
Se levantó, se vistió y malhumorado por su estupidez fue corriendo hasta el puesto de mando y a su trabajo que había dejado abandonado por culpa de una noche sin dormir.
Tanya, sin embargo, estaba feliz.
Había recorrido con cautela todas las áreas sociales del barco de punta a punta y no vio señal alguna de su tormento, incluso revisó la lista de pasajeros y su nombre no figuraba. ¿Había sido solo una alucinación producto de sus temores? Se preguntó.
Es lo más probable, se contestó a sí misma. Y se dirigió a la cubierta frente a la piscina, donde iba a dar una clase de aerobic esa tarde. Luego le tocaba spinning en el salón de baile y más tarde solo tenía que hacer de entrenadora personal para un par de señoras en clases particulares de gimnasia localizada que habían pagado.
Y fue así como la encontró Andrés cuando terminó con sus obligaciones de esa tarde, se cambió y fue hasta el gimnasio. Ella estaba ayudando en sus ejercicios a una pasajera, se acercó para saludarla.
¡Oh, mierda!
Era la señora de un famoso senador, que hacía la misma travesía todos los años… y en la misma proporción se divertían juntos.
—Hi, Andrew —saludó Tanya.
—Eh… hola Tanya —y miró a la hermosa mujer a su lado, una cuarentona de aspecto impecable que cuidaba mucho su aspecto físico—, señora Da Cunha… ¿cómo está?
—Hola Andrés… tanto tiempo —la mujer se levantó con un coqueto movimiento, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla aleteando los ojos y pasando las manos por su pecho—. ¿Por qué tan formal?
Andrés sonrió y seductor como era pronunció su nombre:
—Gianna, un placer verte de nuevo.
—¿Viniste a hacer tus ejercicios? —preguntó Tanya frunciendo el ceño, sin poder entender los sentimientos que le provocó el coqueteo de su alumna con Andrés, aunque no dijo nada al respecto.
—Mmmm, sí —y tomó las manos de la adinerada señora, sacándolas de su pecho—. Avísame cuando termines… bebé —le dijo a Tanya guiñándole un ojo y dejando en claro su objetivo en ese viaje, concluyó—: Gianna, espero que tengas unas excelentes vacaciones —girando, se dirigió hacia la estación de ejercicios con pesas, en el fondo del recinto.
Tanya sonrió como una tonta complacida, aunque no terminó de gustarle el hecho de que marcara su territorio de esa forma. La mujer intentó conversar con Tanya sobre Andrés, pero ella muy diplomáticamente evitó responderle.
Cuando terminó la clase, la pasajera se dirigió hacia Andrés y le dijo algo al oído. Mientras acomodaba las colchonetas, la profesora observó de reojo viendo cómo la señora Da Cunha introdujo algo en el bolsillo del short del primer oficial, luego se despidió de ambos y abandonó el gimnasio con pasos felinos y una sonrisa.
—Ven aquí, profe… ayúdame con este ejercicio y ya termino —le dijo Andrés llamándola con el dedo índice.
Tengo que ver qué hay en ese bolsillo, pensó Tanya… y se acercó.
Andrés la tomó de la cintura y la ubicó entre sus piernas abiertas, se recostó en el banco acolchado y le dio las indicaciones:
—Cada vez que subo las pesas, me ayudas a…
—Sé lo que tengo que hacer, señor —lo interrumpió sonriendo.
Y empezaron.
Tanya lo miraba embobada, las venas de su cuello y brazo se marcaban con el esfuerzo, y los músculos se hinchaban y daban la sensación de que iban a explotar. Era un placer observar la expresión de su cara al llegar al límite de su fuerza, oírlo quejarse con un rugido cuando apoyaba las pesas ayudado por ella. El sudor que caía desde su frente hasta el cuello y bajaba por su pecho hasta perderse dentro de la camisilla, la excitaba.
Suspiró y cerró los ojos.
¡Santo cielos! Lo deseaba… desde la primera vez que lo vio le gustó y trató de huir de él, pero ahora que lo conocía más, ese sentimiento había aumentado. Andrés tenía todo lo que le gustaba en un hombre, pero también se ajustaba perfectamente al perfil de macho cabrío que deseaba evitar.
¿Qué iba a hacer? No tenía idea…
—¡Tanya! —se quejó Andrés por tercera vez— ¿Estás dormida o qué, bebé? ¡Auxilio…!
—¡Oh, perdón! —dijo ella saliendo de su trance y ayudándolo.
Apenas apoyaron las pesas, él se incorporó en el asiento acolchonado, metió una de sus rodillas entre las piernas de Tanya, las abrió y tomándola de la cintura la sentó a horcajadas en sus piernas.
Ella rio y se prendió de su cuello para no caer.
—¡Andrew! ¿Qué haces? —se quejó, aunque él sabía perfectamente el tenor de ese lamento— Estoy sodada.
—Yo estoy sudado, tú tienes un olor increíble —dijo tomando sus manos y llevándolas a su espalda, aprisionándolas allí. Con la otra mano la estiró por la cintura y restregó la cara húmeda contra su cuello. La suave piel de Tanya fue raspada con la barba incipiente del primer oficial, produciéndole escalofríos en todo el cuerpo, la sensación era maravillosa, tanto que ella misma se acercó más y se apretó contra el fuerte cuerpo que la cobijaba.
Andrés se recostó en el banco y la llevó con él. Ella tenía las puntas de sus pies apoyados en el piso, pero solo eso… el resto de su cuerpo se encontraba asentado sobre el de él a horcajadas, incluso podía sentir su erección presionando entre sus piernas.
—Bésame —ordenó el primer oficial contra su boca, y la tomó de la cola de caballo con una mano mientras la otra seguía aprisionando sus brazos por detrás.
Ella intentó hacerlo, pero cada vez que se acercaba, él le estiraba del pelo, impidiéndoselo. Tanya gimió enojada y el rio a carcajadas.
—Hazlo, nena —insistió.
Y ella volvió a acercarse con los labios entreabiertos, pero él la atajó sosteniéndola por el pelo, solo dejando que roce sus labios. Respiró en ella, le pasó la lengua y le mordió el labio inferior. Tanya gimoteó suavemente pidiendo más, pero él no se lo dio.
—Mereces un castigo por dejarme abandonado con el ejercicio —dijo contra su boca soltando sus manos y dándole una fuerte palmada en el trasero.
—¡Oh, sí! —gimió ella tratando de acercarse más a sus labios, sin lograrlo ya que él seguía estirando su cola de caballo. Apoyó las manos en su pecho y lo acarició.
—Sí, bebé… tócame —y le dio otra palmada más fuerte—, ¿te gusta esto?
—¡Ahhh, sí, sí! —gritó ella.
En ese momento, al oírla gritar, él se percató del lugar donde estaban, y de que cualquiera podía entrar. No es que le importara mucho, pero siendo quién era y estando en su lugar de trabajo, podría tener problemas.
Se incorporó en el banco, soltó su coleta y la abrazó, suspirando y maldiciendo por lo bajo. La acomodó mejor sobre sus muslos, sentándola con ambas piernas a un costado por si alguien entraba. No avanzaría más, pero no tenía por qué dejar de saborearla.
La luz del gimnasio jugaba sobre su barba ensombreciéndole la mandíbula. Las líneas resplandecían en las esquinas de sus ojos, arrugándose cuando ella lo miraba. Su erección presionaba contra la unión de sus piernas, la única barrera eran sus delgadas ropas de gimnasia.
Cuando ella extendió las manos sobre su pecho, se maravilló de los duros músculos como piedras debajo. Presionarse contra su enorme cuerpo, la hacía sentirse suave, femenina y muy tentada.
―¿Y mi beso? ―preguntó coqueta.
Él sonrió e inclinó la cabeza hacia la curva donde su cuello se encontraba con su hombro. El excitante contraste de sus aterciopelados labios contra la rugosidad de su mejilla despertaba una agitación profunda en su vientre. Con sus manos apretó sus anchos hombros, no sabiendo si empujarlo lejos o atraerlo más cerca. Las dudas volvieron a azotar su mente, no debería estar haciendo eso.
Él resolvió el problema acercándose a su boca, retumbando de risa cuando ella la mantuvo cerrada. Un fuerte mordisco sobre su labio inferior la hizo gritar por el asombro, y su lengua se zambulló adentro. Su beso era habilidoso, experimentado... y abrumador.
El exigente empuje de su lengua la hacía pensar en otros lugares donde podría estar empujando. Cada vez que se movía, su polla chocaba entre sus piernas por detrás, cada toque era como una chispa de sensación. Ella apretó sus dedos sobre sus hombros mientras trataba de encontrar su deteriorado equilibrio.
La mano de él subió por su cintura y le acarició un pecho sobre la camisilla de algodón, su palma era tan grande que podía sostenerlo plenamente. Cuando él succionaba su lengua dentro de su boca, un dolor de necesidad ardía a través del cuerpo de ella. Lenta, minuciosamente, la besó sin límites, saboreándola por completo y en el momento en que él levantó la vista, ella tenía los dedos enterrados en su cabello.
Andrés encontró el pezón endurecido por sobre la remera, y lo presionó con los dedos, Tanya gimió fuerte y bajó los brazos por su pecho hasta llegar a sus caderas, hurgó a sus costados.
Ya que no podía confiar en su sentido común, porque simplemente no lo tenía en lo que a Andrés se refería, podría encontrar una excusa para poder negarse a la demanda implícita que le hacía.
Pero… él se dio cuenta:
―Mete las manos ―dijo risueño, refiriéndose a sus bolsillos.
Tanya se sonrojó completamente y bajó la cabeza, avergonzada.
―Oh, lo sient…
―Estoy seguro que encontrarás algo que te gustará ―la interrumpió―, y no será precisamente lo que estás buscando.
Ella se levantó de un salto de su regazo.
―No sé qué decirte, yo no…
―Estás celosa ―afirmó con una sonrisa pícara.
Ella lo miró con la boca abierta.
―¿Celosa? Estás loco…
―¿Es esto lo que buscas, nena? ―preguntó haciendo una maniobra extraña y sacando un pedazo de plástico de la oreja de Tanya con la pericia de un mago experimentado. Riendo, lo giró en sus dedos y se lo mostró.
Era la llave electrónica de una habitación de la cubierta amarilla, evidentemente, la señora Da Cunha tenía planes específicos con él. Tanya se sintió perdida, porque no sabía qué hacer… ¿estaba intentando seducirla a ella y tenía una cita con una mujer? ¿Es que estaba loco? Bueno, era Andrés… y al parecer todo lo que su compañera de piso le contó sobre él era cierto.
―Eh… creo que… me voy ―dijo moviendo graciosamente sus manos. No era la primera vez que lo hacía, cuando se ponía nerviosa siempre gesticulaba.
Él sonrió. ¡Dios, esa sonrisa ladeada, medio pícara, medio burlona la volvía loca! Podía postrarla a sus pies con solo sonreírle.
Se acercó a ella, Tanya reculó.
―Puedes impedir que use esta llave, bebé ―dijo guiñándole un ojo y girando el plástico una y otra vez.
―¿Ah, sí? ¿Cómo? ―preguntó altanera.
―Sé mía esta noche ―se acercó más, como un león en busca de su presa―, deja que te adore ―le pasó un dedo por sus labios, abriéndolos ligeramente y mojándolos con su lengua― Ocupa mi tiempo para que no piense en hacer tonterías.
―¿Quieres decir que si me quedo contigo no irás a tu cita? ¿Y que si no accedo no importa porque ya tienes otra opción? ―Él frunció el ceño― ¿Qué eres? ¿Un adolescente con exceso de testosterona?
―Tanya, yo estab…
―¡Fuck you, Andrew! ―gritó enojada― Vete a tu cita… ¡y espero lo disfrutes!
Lo empujó, se dio media vuelta y lo dejó plantado.


Más tarde en la cena, las miradas entre Andrés y Tanya eran recurrentes, pero ni él ni ella se acercaron. Él ya estaba sentado en la mesa del capitán cuando Tanya llegó al comedor bañada, perfumada y vestida con una hermosa solera corta azul de algodón que contrastaba con su piel blanca. Esperó al lado de Yanela en la entrada porque no quería acercarse, pero cuando la asistente de la anfitriona se ocupó de recibir a los comensales, ella misma la estiró hacia la mesa del capitán. Tanya se sentó en el extremo opuesto, bien lejos de Andrés.
―¿Qué pasó con tu paciente, Sebastián? ―preguntó Yanela, preocupada mientras cenaban.
―Por ética no puedo dar detalles al respecto, Yan ―respondió el doctor con el ceño fruncido―. Pero no comprendo el motivo por el cual una persona decide hacer un viaje en su estado. Logré controlar sus dolores, y le pedí que reposara por lo menos hasta mañana, veremos si me hace caso.
―¿No deberíamos solicitarle amablemente que desembarque y tener lista una ambulancia para él? ―preguntó el capitán.
―No quiere hacerlo, Leo… ya se lo sugerí ―respondió negando con la cabeza―. Dice que aunque lo echemos, no irá a un hospital, se niega a volver a uno.
Tanya apenas escuchaba la conversación, comió lo que su estómago le permitió –porque parecía tener un nudo en el esófago– y cuando terminó, le dijo algo al oído a la anfitriona y se despidió de todos con una sonrisa fingida.
Andrés la observó alejarse con los dientes apretados.
Tanya todavía no tenía sueño, apenas eran las diez de la noche, así que fue hasta la cubierta de la piscina por si encontraba a Elías en el bar.
Pero el alegre cantinero no estaba, hizo el pedido de un trago primavera y fue hasta el extremo del barco, se apoyó en la baranda y tomó un trago de su bebida ricamente adornada con una rodaja de piña, una cereza cherry y una sombrilla multicolor.
Se negaba a pensar en lo que haría Andrés esa noche con la invitación implícita en esa llave que tenía, ni siquiera comprendía el motivo por el cuál eso le preocupaba. Bueno, sí lo sabía, él tenía razón… estaba celosa, y no tenía derecho a estarlo, pero le gustaba a pesar de que intentó por todos los medios no sentir eso desde la primera vez que lo vio. Le encantaba su forma de tratarla, tan descaradamente, pero a la vez dulce y tierna.
Adoraba su olor… su aroma le llegaba incluso con la brisa del océano, hasta parecía estar oliéndolo en ese momento.
Suspiró y se sobresaltó cuando sintió que unos brazos la envolvían, casi tiró la bebida por la borda, si no fuera por esas manos que también la sostuvieron.
―Tranquila, soy yo ―dijo Andrés en su oído.
Tanya volteó y lo miró a los ojos.
―Me asustaste… ―y frunció el ceño― ¿no tenías una cita?
―Estoy aquí, ¿no?
―¿Por qué? Ella es fácil, y está disponible, te está esperando… yo soy complicada y no quiero esto… ¿por qué insistes?
―Sé sincera contigo misma, Tanya… ¿no quieres o tienes miedo porque lo deseas demasiado?
―Sea lo que fuera, no me convienes… vete con ella, Andrew ―pidió resignada. Intentó apartarse, pero él se lo impidió.
―Tanya, bebé… yo solo estaba bromeando esta tarde ―dijo abrazándola más fuerte―, a pesar de lo que creas que soy, me gustan las relaciones de a dos ―y como para distender el ambiente dijo―: a menos que sea un trío consensuado ―y rio a carcajadas.
Ella no pudo evitar sonreír también con la broma.
―Estás preciosa ―dijo alejándola un poco y mirándola de pies a cabeza.
―Gracias, Andrew. Tú… tú estás… ―lo miró también― muy guapo.
―Bien, tenemos claro que los dos nos encontramos atractivos… ¡punto a nuestro favor! ―la tomó del hombro y la estiró hacia él― ¿Qué te parece si damos un paseo y conversamos?
―¿Sobre qué?
―Sobre lo que esperamos en uno del otro, bebé, sobre tus miedos ―la llevaba caminando lentamente por la cubierta―, lo que buscas, deseas, anhelas, ansías, ambicionas… de lo que quieras hablar.
―¿Y qué hay de ti?
―Yo soy muy lineal, nena… solo te deseo a ti. No tengo miedo de esto y no busco nada más que tenerte solo para mí.
―Soy casada, Andrew.
Andrés apretó los dientes ante esa información que ya sabía, no porque le molestara, sino por el daño que el imbécil de su marido pudo haberle hecho, si es que fue él quien la marcó de esa forma.
―¿Crees que eso me importa? ¿Dónde está él? ¿Por qué no está contigo? En todo caso… estás separada.
―Todo es tan simple para ti… ―Tanya suspiró porque él le apretó la mano y le acarició con los dedos suavemente.
―La mayoría de las cosas de la vida cotidiana son simples, nosotros las complicamos con dudas, remordimientos, culpas y demás tonterías. Todo siempre es más sencillo de lo que parece, bebé… deja de enredarte ―la volteó hacia él y la apretó contra la barandilla―. Dime qué deseas y yo te lo daré.
¡Qué obtuso es! Pensó en su interior.
―Estás a años luz de poder darme lo que yo necesito, Andrew.
―Pruébame ―la desafió.
Tanya sonrió y le acarició el rostro.
―No quiero ofenderte, de verdad… pero eres muy superficial ―Andrés frunció el ceño―. Yo no busco solo alguien que me folle, cro-magnon .
―¿Cómo me has llamado?
―Admítelo, eres un hombre de las cavernas ―y rio tratando de zafarse―. ¿Vas a castigarme por esto?
―¿Castigarte? ¿Te das cuenta cómo me buscas? Y después huyes de mi… si yo soy un cromañón, tú eres la Gata Flora  ―bromeó.
―Me perdí… ¿debo ofenderme?
―No, mi pequeña gatita… solo no me arañes, ¿sí? ―se acercó más y le dio un beso en el cuello―, sigamos caminando.
¡Demonios! Solo le estaba tomando de la mano y ya se sentía desfallecer y ardía por dentro. Si seguía así, duplicaría el torrente de agua del mar con el flujo que sentía en su entrepierna.
Se dejó llevar, maravillada al ver sus manos entrelazadas. Para ella, que estaba acostumbrada a juegos rudos y poco romanticismo, el hecho de estar tomados de la mano y caminar lentamente, sin apuro, solo conversando era todo un descubrimiento.
Pasearon a lo largo de la cubierta y él volvió a sorprenderle con una conversación ligera, pero madura, con constantes toques de humor y picardía. En ocasiones cuando se cruzaban con un grupo de gente y no tenían espacio le soltaba la mano y la tomaba del hombro o la cintura, acercándola a él y depositando un suave beso en su mejilla o su frente.
Se sorprendieron al darse cuenta que estaban llegando de nuevo a la cubierta de la piscina.
―Dimos vuelta el barco ―dijo ella riendo.
―¿Quieres tomar algo más?
―No, Andrew… ya es tarde, mañana tenemos que trabajar ―y bostezó sin querer―. Oh, lo siento.
―Bien, vamos ―y volvió a tomarla de la mano rumbo hacia la zona de los camarotes de los tripulantes―. ¿Vas a quedarte conmigo otra vez?
―No, no es necesario.
―¿Y por qué anoche lo era y hoy no? ―al ver que ella no respondía y se encerraba en sí misma, insistió―: ¿Qué pasó ayer, bebé? Cuéntame… ―Tanya suspiró y gesticuló con las manos sin decir nada―. ¡Mierda! Entra un rato, tenemos que hablar ―dijo abriendo la puerta de su camarote y empujándola dentro.
―¿No hablamos suficiente hoy?
―No, hay cosas que necesito saber y no te vas a ir de aquí sin responderme ―se sacó los zapatos y se recostó contra el respaldo de la cama señalándole el lugar contiguo con dos palmaditas de su mano―. Ven a mi lado ―al ver que ella se quedaba parada y no se acercaba, insistió―: No voy a lanzarme sobre ti, ven aquí.
Tanya se descalzó y se sentó a su lado.
―Uno ―dijo él levantando un dedo―, ¿qué pasó anoche? Dos ―le mostró dos dedos, luego dudó―. Mmmm, te lo preguntaré después…
―Eh… creí ver a alguien… ―y se calló, estaba nerviosa, se notaba al estrujar sus manos una contra otra en su regazo.
―Con cuentagotas no, Tanya… cuéntamelo, me hiciste partícipe al pedirme ayuda, lo menos que me debes es una explicación.
Bryan no estaba allí, lo había comprobado, no podía hacerle daño a nadie, y Andrés tenía razón, la había ayudado…
―Creí ver a… a… mi esposo… él es una persona muy violenta, y yo… hui de él ―Tanya temblaba, Andrés la abrazó―, tengo miedo… tengo mucho miedo de lo que pueda hacerme si me encuentra, Andrew ―una lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.
―Tranquila, bebé ―Tanya se apretó contra él y hundió la cara en su pecho―, él no podrá hacerte nada dentro del barco, si es que está aquí.
―Yo… verifiqué, su nombre no está en la lista de pasajeros, pero creí verlo ayer y entré en pánico… oh, Dios.
―¿Fue él quién te hizo esas marcas en la espalda, nena? ―Oh, santo cielos, «bocón» pensó al instante de hacer esa pregunta.
Tanya se incorporó de un salto y lo miró con los ojos abiertos como platos, las lágrimas todavía corrían por sus mejillas.
―¿Có-cómo sabes de esas marcas?
―Las vi anoche cuando estabas durmiendo, la camiseta se te subió… ¿qué importancia tiene eso, bebé? Las vi y ya… y odié a la persona que te hizo eso. No por las marcas físicas que te dejó, sino por el daño emocional que pudo haberte causado.
―¿Y aún después de verlas… quieres…?
―Mira esto ―le dijo, se levantó de la cama y se sacó el pantalón, quedando solo con el bóxer y la camisa. Subió una de sus piernas a la cama y le mostró una enorme cicatriz que tenía en el muslo interno que iba desde cerca de la rodilla hasta casi la entrepierna―. Me la hice en uno de los viajes alrededor del mundo cuando mi padre todavía vivía, casi quedo sin descendencia ―dijo riendo y distendiendo el ambiente―. Todos tenemos cicatrices, bebé. Y las físicas son las menos importantes, quizás si me cuentas puedo ayudarte a sanar un poco tus heridas emocionales, que al fin y al cabo son las que más duelen.
Andrés se acomodó de nuevo en la cama y la abrazó.
―Él es… es como tú, le gustan las mismas cosas. Siempre me llevaba al límite, pero nunca me había dejado marcas permanentes. Una vez discutimos, creo que se daba cuenta que lo nuestro ya no funcionaba, y cuando… ya sabes, cuando estábamos… jugando… creo que se emocionó, no sé qué pasó. Me había puesto las… Ball Gags… ―y le hizo un gesto con las manos.
―¿El bocado con bola? ¿La mordaza? ―ella asintió con la cabeza.
―Y bueno, yo no podía hablar, tampoco moverme porque me había atado de pies y manos… y él tenía el látigo, y… me castigó por haberlo desafiado, y… ―Tanya empezó a llorar desconsolada.
―Tranquila, bebé… todo estará bien.
Eso era justamente lo que él quería, que se desahogara. La dejó llorar, porque simplemente no tenía argumentos para ayudarla… ¿qué sabía él de consolar mujeres? Nada… pero por instinto estaba seguro que su apoyo sería importante. Era lo que su padre –el capitán Serrano– le había dado a él, ahora tenía la oportunidad de hacer lo mismo por otra persona.
La acomodó mejor en sus brazos y los tapó a ambos, dejando que el llanto se convirtiera en sollozos, y luego en suspiros, hasta que se tranquilizó y su respiración se hizo más regular.
Se había quedado dormida.

En breve saldrá publicado...

Aguas Bravas - Primer día (Crucero Erótico 04)

En el Mar…
22 de Enero.

¿Papá? Mierda, mierda… pensaba Andrés caminando hacia el puente de mando. ¿Había mantenido a raya sus ganas de abordar a Tanya por la "estúpida regla" del capitán y ni el mismo que las imponía la cumplía?
¡Tenía una hija con Yanela, por dios santo!
La tripulación superior completa había quedado congelada cuando escucharon a la niña llamar "papá" al capitán.
—¿El capitán y Yanela? Insólito —dijo Pablo que caminaba a su lado.
Andrés se paró en seco y lo volteó hacia él.
—¿Te das cuenta de lo que eso significa? —preguntó con el ceño fruncido y visiblemente enojado— Ni siquiera el capitán respeta su propia regla.
—Bueno, quizás no tengan una relación —argumentó Pablo.
—¡Tienen una hija! —contestó casi gritando— Eso ya es una relación.
—Pero evidentemente no están juntos, y además, se llevan muy bien. Esa situación no altera el funcionamiento del crucero, Andrés.
—¿De qué lado estás, "amigo"?
—De ningún lado. No lo tomes como algo personal, solo te estoy dando otro punto de vista. Te conozco tanto que me estoy imaginando todo lo que pasa por tu cabeza, creo que…
—Oh, te aseguro que no tienes idea —dijo volteando y dejándolo con la palabra en la boca.
Pablo suspiró y lo siguió, apurando el paso ya que Andrés era más alto que él y al parecer estaba muy apurado.
¿Alto? Medía casi dos metros.
Andrés era un hombre muy grande, no era delgado, aunque no tenía un gramo de más en todo el cuerpo, era puro músculos, y dedicaba religiosamente una hora al día a ejercitarlos, generalmente cuando terminaba sus actividades a la noche.
Ingresó a la marina de pura casualidad, escapando de su padre en el Uruguay. Debido a su altura y porte, se coló con mentiras en un buque mercante brasileño como grumete cuando apenas tenía quince años. El capitán, al darse cuenta de su error luego de ocho meses de navegar por el mundo, lo tomó bajo su tutela, arregló sus papeles y de él aprendió todo lo que sabía.
En su interior Andrés siempre se refería al capitán Serrano como su "Ángel de la Guarda" y sabía que todo lo que había logrado en la vida se lo debía a él, incluso había adoptado su apellido.
Nadie en el crucero sabía su historia real, ni siquiera Pablo su mejor amigo, solo conocían el relato de su vida a partir de haber conocido al capitán Serrano, a quién llamaba "su padre", porque era así como lo sentía.
Seis años atrás, su mentor había fallecido de un cáncer fulminante, y era exactamente ese tiempo que él se había unido a "Aguas Blancas". Ya no quería recorrer el mundo, sino asentarse en un solo lugar y formar una familia… aunque realmente no entendía muy bien ese concepto, ya que nunca tuvo una normal, pero quería descubrirlo.
Era un desarraigado tratando de arraigarse a algo, a una ilusión.
Pero esa no era exactamente la imagen que proyectaba. Era altanero y se llevaba todo por delante, se había hecho la fama de "excéntrico", sobre todo por sus tendencias sexuales. Era un hombre muy dominante y no perdía la oportunidad de conocer íntimamente a una mujer cuando ésta demostraba claramente su disposición de complacerlo.
Le gustaban sumisas y claramente experimentadas, huía de las mojigatas como si fueran las plagas bíblicas de Egipto. Se sabía atractivo, con buen físico, y se aprovechaba de ello. Nunca le faltaba acompañante femenina en el barco… y siempre se despedía de ellas al terminar el viaje.
Hasta hace un mes. ¡Mierda! Eso lo tenía realmente fastidiado.
Conocerla había sido su perdición, aún recordaba el primer día que la había visto al lado de Yanela en la cubierta dos viajes anteriores a éste:

Estaba hablando con Pablo y como si se hubieran puesto de acuerdo, se acercaron a la baranda metálica de la cubierta, observando hacia abajo. Les encantaba ver a los visitantes ingresar al barco.
—Yanela ya está recibiendo a los primeros huéspedes —dijo sonriendo.
—¿Ya conociste a la nueva profesora de gimnasia, Andrés? —preguntó el contramaestre.
—No, ¿y tú? —contestó intrigado.
—Ufff, síii, la conocí ayer cuando Yanela la llevó a recorrer el barco. Se esmeraron esta vez, es preciosa. La anterior tenía un buen lomo, pero era necesario taparle la cara con una almohada.
Andrés rió a carcajadas por la salida del simpático oficial.
—Mmmm, habría que verla… ¿tu amiga ya embarcó? —preguntó cambiando de tema.
—Son dos… —y Pablo le habló de las dos chicas que se quedarían en su camarote en ese viaje. Rieron a carcajadas y Andrés lanzó una cantidad inmensa de insultos contra su amigo y su suerte, dándole un puñetazo fingido en su estómago. El contramaestre lo tomó del cuello y empezaron una pelea ficticia, hasta que Pablo se quedó quieto… mirando hacia abajo.
—¿Qu-qué? —preguntó Andrés intrigado al ver que su amigo no le seguía el juego, como era usual.
Pablo se irguió lentamente y observó extasiado hacia abajo.
Andrés dirigió la vista hacia donde su amigo miraba y se quedó quieto también.
—La puta madre que la parió… —dijo el primer oficial embobado.
Parecían dos idiotas con las bocas abiertas.
—Acabo de conocer a la futura señora Gonzaga —dijo Pablo suavemente luego de unos segundos, como en trance…
¡Y qué razón había tenido!
La nuez de Adán de Andrés bajó y subió antes de contestar:
—Yo también… a la mía.
Se miraron con el ceño fruncido.
—¿A cuál te refieres? —preguntó Pablo temiendo que les hubiera llamado la atención la misma mujer.
—A la escultural rubia que está al lado de Yanela.
—Esa es Tanya Aniston, la nueva profesora de gimnasia, idiota —informó Pablo suspirando aliviado .
Y allí estaba su rubia obsesión, parada en la cubierta de acceso, con su escultural cuerpo tentándolo, su piel de alabastro, su hermoso cabello rubio rebajado en capas con algunos mechones ondeando al viento, sus preciosos ojos azules de mirada desconfiada… y su tatuaje… que lo atraía como el polen a una abeja.
¡Vaya a la mierda el capitán y su estúpida regla! Se dijo a sí mismo. No perdería un solo día más en respetarla.
Y se sumergió en su trabajo.


—¿Qué es lo que te pasa, Tanya? —preguntó Yanela al ver que se había quedado blanca como un papel.
Habían terminado la clase de aerobic y estaban dirigiéndose cada una a su camarote para darse una ducha cuando la profesora bajó la cabeza y disimuladamente se escondió un poco detrás de ella en actitud nerviosa, casi de pánico.
—Eh… nada, Yan —dijo aturdida—. Creí ver a alguien conocido, pero es imposible —terminó casi en un susurro.
Y Yanela la tomó del brazo estirándola hacia un costado.
Asió sus manos y la miró fijamente, entrando en un estado de trance que Tanya ya había presenciado en otra ocasión, pero nunca había entendido. Las pupilas de la anfitriona se dilataron, los orificios nasales se agrandaron y su respiración se ralentizó.
—Tanya… nubes negras se ciernen sobre ti en este momento —dijo suavemente—, una tormenta se eleva amenazadora, pero los rayos serán tu refugio. Siempre que escuches el trueno antes, estarás a salvo —y le apretó los dedos—. No te apartes de él… sabrá protegerte.
—¿What? I mean… ¿Qué dices? —preguntó Tanya atontada— Yo… no comprendo— dijo con su extraño acento.
—Yo tampoco, lo siento —dijo Yanela sacudiendo la cabeza, como queriendo apartar las visiones de su mente, y siguieron caminando—. Es una extraña sensación, no quiero alarmarte, no me hagas caso. Quizás mi cerebro haya hecho cortocircuito después de toda esta semana tan tensa que pasé.
—¿Nadie sabía que tenías una hija con el capitán, no es así? —preguntó Tanya cambiando de tema, ya que no comprendía nada lo que le había dicho.
—Mmmm, no… pero no quiero hablar de eso —contestó tratando de zafar—. Ahora ya es de público conocimiento, tuve que traerla porque mi madre, que la cuida cuando estoy de viaje, tuvo un esguince de tobillo. Leo me dijo que se hará cargo de ella, solo espero que Bruna se porte bien, porque es terriblemente inquieta. Hiperactiva, diría yo.
—Es una hermosa niña, y seguro su padre sabrá cuidarla —dijo intentando tranquilizarla—. Ok, aquí me quedo —anunció cuando llegaron frente a la habitación que compartía con la encargada de eventos del crucero.
—Cuídate, amiga —fue todo lo que dijo la anfitriona antes de seguir camino hacia su propio camarote.
Tanya entró a la habitación y se apoyó en la puerta suspirando.
No puede ser él, pensó. Son los nervios, es solo eso. No pudo haberme encontrado, imposible.
Negó con la cabeza, tranquilizándose a sí misma y entró al baño a ducharse. Dejó que el agua aliviara su tensión, escurriéndose por su cuerpo, como deseando que limpiara todas las cicatrices físicas y emocionales que tenía, pero sabía que eso no era posible.
Se secó dentro del baño, como siempre lo hacía para evitar que su compañera de habitación la viera sin ropa si llegaba de improviso, se puso las bragas y una camisilla ajustada de yérsey de algodón antes de salir y trenzar su cabello rápidamente… sin mirarse al espejo.
Mientras terminaba de vestirse con un cómodo pantalón holgado de gimnasia en juego con la camisilla y unos zapatos de deporte, intentaba no rememorar lo que había creído ver. Muchas personas tienen el cabello tan rubio que parece blanco, pensó y sacudió la cabeza como queriendo deshacerse de esa idea.
Tomó su bolso y salió de la habitación.
Era hora de cenar, pero no tenía hambre, solo un nudo en el estómago que estaba segura impediría que pudiera digerir cualquier bocado que llevara a su boca. Ya había terminado todas sus actividades del día y a pesar de haber dado dos clases de aeróbics y una de salsa, normalmente no acompañaba todos los movimientos, solo daba las indicaciones y luego iba recorriendo y corrigiendo posturas al ritmo de la música. Pero eso no era suficiente, no había hecho gimnasia localizada como era usual en ella.
Se dirigió al gimnasio por el camino más largo mirando a los costados en todo momento tratando de ver de nuevo los cabellos de oro que tanto temía. En dos ocasiones se tensó y paralizó de miedo, pero resultaron ser falsas expectativas, por suerte.
No fue más que una alucinación producto de mis antiguos temores, pensó. Y se tranquilizó.
Al llegar se puso las pequeñas pesas en los tobillos y las muñecas, encendió su iPod y procedió a realizar su rutina, sumida en la hermosa melodía instrumental clásica.
El gimnasio fue quedándose casi desierto cuando Andrés entró y la vio.
Sabía que estaría allí, era su horario habitual. Él había dejado de ir a esa hora para no encontrarse de nuevo con ella, para esquivar la tentación, pero ahora sabía que ya no quería seguir evitándola… quería consumirla, hasta la última gota.
Se apoyó contra el equipo de gimnasia al costado de ella y la observó. Su piel era tan blanca que parecía alabastro cristalino, estaba de espaldas ejercitando sus hermosos glúteos cuando ella miró al piso y vio sus pies descalzos.
Lo reconoció por el pequeño dragón tatuado en uno de sus tobillos.
—Hi, Andrew —dijo sonriendo sin mirarlo.
—Hola, bebé —contestó susurrante y apretó sus pantorrillas para ayudarla a mantener el ritmo— ¿no hiciste ya suficiente ejercicio hoy?
—Esta es mi rotina, la hago todos los días —respondió bajando los auriculares sin dejar de contar mentalmente.
—Lo sé, y se dice rutina —la corrigió—, yo te ayudo tú me ayudas… ¿qué te parece la idea?
—Creo que ya hablamos sobre eso una vez —contestó incorporándose y secándose el cuello con una pequeña toalla—, además estoy a punto de terminar.
—Deberías esperar, así terminamos juntos —dijo en doble sentido, pegándose a ella por detrás y atrayéndola contra su cuerpo. Una mano se apoyó en su estómago, entre la camisilla y el borde del pantalón acariciándola y la otra se apoderó de su cuello manteniéndola cautiva mientras pasaba la lengua por ese sitio, lamiéndola.
—¡Andrew! Estoy toda sodorosa… suéltame —protestó.
—Me encanta cuando inventas las palabras —rió contra su cuello—, adoro tu acento, me vuelves loco —y giró rápidamente su cuello para que sus miradas se enfrentaran—, ya deja de luchar contra esto.
—No me toques por favor, soy una mujer casada —dijo Tanya nerviosa, pero sin intentar zafarse.
—¿Y dónde está tu marido? —preguntó risueño— ¿Recuerdas que sé dónde vives y con quién? —Andrés se refería a que compartía departamento en Río de Janeiro con una de las chicas ayudantes de cocina.
—Pronto vendrá de Estados Unidos —se defendió.
—No te creo, Tanya —y sopló su cuello, exactamente sobre el tatuaje que tanto lo enardecía, prueba evidente de su estilo de vida—. El tipo de hombre que a ti te gusta jamás dejaría sola a su mujer a menos que hubieran terminado la relación. Puede que estés casada, bebé… o no, no lo sé ni me importa. Lo que estoy seguro es que ya no le perteneces. Yo nunca te dejaría si fueras mía —dijo besando el triskel y acariciando su estómago, introduciendo los dedos debajo de su holgado pantalón hasta tocar el inicio de sus pequeñas bragas.
—Yo… yo no quiero… es-esto —susurró.
—Patrañas, lo deseas con cada fibra de tu ser, bebé… o ya te hubieras zafado. Eres una mujer muy complaciente, lo sé, te reconozco.
—Y tú… tú eres exactamente el tipo de hombre del que vengo hoyendo —aceptó sin querer, estremeciéndose.
—¿Oyendo? ¿No será huyendo? —Andrew la volteó y le tomó la cara con ambas manos— ¿Por qué huyes? ¿Alguien te hizo daño?
—Please, Andrew… suéltame —suplicó bajando la vista.
—Mírame, bebé —ordenó con dulzura, y recién allí Tanya levantó la vista—, eres una sumisa deliciosa, lo sabes y te encanta serlo. Ni siquiera osas mirarme a menos que yo te lo pida. Te reconozco… deseo que me complazcas. Y yo deseo complacerte…
Tanya se estremeció al oír esa afirmación. Deseaba complacerla, eso era nuevo para ella. No le creía, no debería creerle, todos los hombres eran iguales. Decían una cosa y hacían otra, prometían el cielo y las estrellas y la llevaban al infierno en un abrir y cerrar de ojos.
—Stop, Andrew —contestó cerrando los ojos y tomando su mano para evitar que continuara—. Ya hablamos sobre esto, al capitán no le gostará.
Se soltó de su agarre y retrocedió.
—¡Al diablo con el capitán! Has lo que yo digo pero no lo que hago… ¿no te das cuenta que ni él mismo respeta su regla?
—¿De qué hablas? —preguntó confundida.
—De que tenemos carta libre, bebé… el capitán no puede cuestionar nuestra relación, él mismo tiene una con Yanela.
—Ellos no están juntos… y nosotros no tenemos ninguna relación —afirmó Tanya bajando la vista.
—Eso puede cambiar ahora mismo —dijo sonriendo pícaro—, ¿quieres acompañarme a mi camarote?
—Me voy al mío… alone, sola —contestó tomando la toalla y acomodando sus cosas. Dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
Andrés la siguió. No iba a darse por vencido, no tan fácilmente.
—¿Quieres chocolates y flores, bebé? —preguntó bromeando detrás de ella mientras llegaban al área de la tripulación. No era su estilo en absoluto, pero por ella era capaz de hacerlo. Se puso delante y caminando de espaldas simuló entregarle un ramo de flores y abrir una caja de chocolates, ella rió con su ocurrencia y lo empujó por el pecho para que la dejara pasar.
Estaban jugando y tonteando camino a sus habitaciones, cuando Tanya volvió a ver los cabellos de oro por sobre el hombro del primer oficial.
Se paralizó por un instante.
Del susto pegó su cuerpo al de Andrés y lo estiró hacia el pasillo donde estaban sus habitaciones.
El primer oficial estaba fascinado, al parecer su tormento había cambiado de opinión, ella se colgó de su cuello y miró sobre sus hombros mientras él la arrastraba hacia su camarote.
—¿Cambiaste de opinión, bebé? —preguntó besando su cuello mientras abría la puerta, ajeno totalmente al pánico que ella estaba sintiendo.
Tanya asintió con la cabeza, mintiendo… su habitación estaba al final del pasillo pero no iba a ir sola hasta allí, no con ese hombre siguiéndola. Ni loca.
Pero cuando entraron, y él dejó sus cosas tiradas en el piso para abrazarla, vio tanto pánico en su mirada que se quedó de piedra frente a ella.
Tanya se apoyó en la puerta y muy despacio fue bajando a lo largo de su espalda hasta quedar sentada con las rodillas encogidas en su pecho, abrazándolas. Bajó la cabeza y ante la absoluta sorpresa de Andrés, empezó a sollozar como una niña.
¡Mierda! Pensó el hombre, totalmente descolocado… y ahora ¿qué ocurre? Se acercó hasta ella y se arrodilló a su lado.
—Tanya, bebé… ¿qué te pasa? —preguntó confundido.
Ella negó con la cabeza.
Él se acercó e intentó abrazarla.
—Don't touch me, please  —contestó en un susurro desesperado.
—No lo haré, Tanya… solo quiero que estés más cómoda —¿De dónde me sale esta ternura? Pensó al decirlo—. Levántate por favor.
—De-déjame sola un rato, p-por favor —pidió sollozando.
Andrés no entendía lo que pasaba, pero sintió un ligero alivio ante el pedido… ¿qué sabía él de consolar mujeres? Absolutamente nada. Se levantó despacio y fue hasta la puerta del baño, la miró y sintió que su corazón se desgarraba al verla así. Era un sentimiento nuevo para él, y no lo comprendió.
Agitó la cabeza y entró al cuarto de baño, el único lugar donde podía ir mientras Tanya se calmaba… y necesitaba una ducha.
Se desnudó y se metió bajo el chorro templado, manipuló los grifos hasta que solo salió agua fría y se quedó largo rato sin hacer nada más que sentir el agua helada escurriéndose por su cuerpo. Le gustaba esa mujer, la deseaba con locura… pero lo que vio en sus ojos al mirarla lo asustó. Era la misma mirada de terror que recordaba haber visto en su madre cuando su propio padre la maltrataba siendo él solo un niño… y no podía hacer nada.
Fue la misma mirada horrorizada y sin vida que vio en su madre cuando –teniendo solo doce años– la encontró en el piso de su destartalada vivienda, muerta. Nunca podría olvidar ese día. Andrés siempre supo que su padre fue el responsable, pero la policía no pudo culparlo sin pruebas, y tenía una coartada.
Mientras Andrés se bañaba, Tanya todavía estaba sentada en el piso frente a la puerta en la misma posición, aunque los sollozos estaban cesando. Esta vez estaba segura de que era él. No pudo verle los ojos porque llevaba lentes de sol, pero el cabello era igual, aunque más largo. Y al parecer se había afeitado la barba y el bigote.
¡Era él! ¡Era Bryan! ¿Qué iba a hacer? La había encontrado. Le aseguró que si alguna vez lo dejaba movería cielo y tierra hasta localizarla… y lo había hecho. Estos seis meses que había pasado sin él desde que lo había abandonado fueron todo un descubrimiento para ella, una liberación. El solo pensar en tener que volver a su vida pasada le dio arcadas y lo poco que había comido en el almuerzo regurgitó desde su estómago.
Se levantó tambaleante cubriéndose la boca con la mano y fue hasta el baño corriendo, prácticamente se dejó caer en el piso sobre el inodoro y vomitó. Andrés la sintió en ese momento y corrió la mampara del baño mirando atónito el espectáculo. En ese momento volvieron las arcadas y siguió vomitando hasta que no le quedó nada en el estómago.
El primer oficial salió rápidamente del box, tomó una pequeña toalla de mano, la mojó en la ducha y la acercó a su cara. Tanya suspiró, y agotada por el esfuerzo apoyó la cara en la pierna desnuda de Andrés, que se había arrodillado a su lado y se dejó limpiar y refrescar.
—¿Te sientes mejor, bebé? —preguntó con ternura.
—S-sí —asintió en un susurro, y levantó la vista. Pero lo único que vio fue piel desnuda, suave, lampiña y bronceada—, e-estás desnudo —dijo.
—No me diste tiempo de vestirme —contestó sonriendo.
Solo podía ver sus piernas dobladas, pero al levantar un poco más la vista observó algo que llamó su atención. Andrés tenía otro tatuaje a la altura de la cadera: un trío de relámpagos.
Entonces recordó las recientes palabras de Yanela: «Una tormenta se cierne amenazadora, pero los rayos serán tu refugio. Siempre que escuches el trueno antes, estarás a salvo». Levantó la mano y acarició suavemente el tatuaje con los dedos.
—Thunder —dijo en un susurro.
—No es aconsejable que me toques ahora, bebé —dijo Andrés suspirando ante la caricia—. Déjame ayudarte a que te levantes y te meterás en la ducha. Tu remera está cubierta de vómito.
—Lo siento —respondió pasándole la mano.
—A cualquiera puede pasarle —le restó importancia—. ¿Comiste algo que te hizo mal? —preguntó levantándose con ella y limpiando el inodoro con la toalla mojada para que pudiera sentarse.
—N-no… creo que… no —dijo suavemente. Andrés la sentó y procedió a quitarle las zapatillas de deporte y las medias. Ahora sí podía verlo mejor, arrodillado frente a ella, desnudo, parecía un Dios griego. Su cuerpo estaba como esculpido en piedra, y su piel bronceada carecía absolutamente de vellos, como si se los depilara periódicamente. El único lugar donde al parecer lo tenía era en la entrepierna, pero se negaba a mirar.
Tanya se estremeció y levantó la vista cerrando los ojos. Estaba acostumbrada a que la cuidaran y la trataran como una niña indefensa, por lo tanto no le resultó extraño que la ayudara.
Él se puso de pie, y tomándola de las axilas la incorporó también.
—Levanta las manos —ordenó. Sonó más autoritario de lo que pretendió.
Recién entonces Tanya se dio cuenta de lo que él pretendía hacer.
—¡No! —negó categórica— Yo… puedo sola.
—¿Estás segura que no vas a caerte en la ducha? —preguntó frunciendo el ceño— No voy a follarte ahora, bebé… no soy tan desalmado.
—Te prometo… puedo bañarme sola —repitió.
Andrés asintió con la cabeza, suspirando.
—Voy a vestirme y a pedirle a Yanela que te traiga una muda de ropa para que puedas cambiarte. Cualquier cosa me llamas… dejaré la puerta entornada… ¿sí?
—Ok, Andrew… thanks —respondió sin mirarlo mientras él tomaba una toalla y se cubría de la cadera para abajo.


—¿Qué le pasó? —preguntó Yanela cuando llegó. Ella tenía la llave maestra de todas las habitaciones del barco, así que pudo entrar al camarote de Tanya sin problemas.
—Tú eres la médium-loca, esperaba que me lo explicaras —contestó sonriendo y al ver que fruncía el ceño, prosiguió—: No tengo idea, Yan. Mejor pásale la muda que trajiste, a ti no te echará del baño.
—Tanya, tengo tu ropa —dijo golpeando suavemente la puerta.
—Gracias, Yan —contestó asomando la cabeza y tomando la bolsa de plástico que le ofreció—. Siento mucho… eh… causarles tantos problemas.
—No te hagas dramas, amiga. Espero que ya te sientas mejor.
—S-sí. Mucho mejor —contestó y cerró la puerta.
—¿No sería mejor que la viera Sebastián? —preguntó Yanela preocupada.
—No te preocupes, yo me encargo de llamarlo si ella quiere. Vuelve a tus actividades —dijo Andrés—. Yo la cuido.
—Me da la impresión que eso te encanta —contestó haciendo una mueca.
—Por algo te llaman la «Bruja de Aguas Blancas» —dijo él riendo.
—No te aproveches de ella, Andrés.
—Vamos, Yanela… los dos somos adultos. No voy a hacer nada que Tanya no quiera y acceda de buena gana.
—Eso espero —contestó… y se fue, frunciendo el ceño.
Apreciaba a Andrés, y sabía que detrás de ese aspecto duro y carente aparentemente de sentimientos existía un hombre bueno, aunque muy dañado. Su aura era oscura, pero ella lo conocía… y confiaba que por lo menos en este viaje, Tanya estaría mejor a su lado. Todavía no tenía claro el motivo.
Andrés se tiró a la cama y encendió el televisor, hizo zapping hasta que ella salió del baño tímidamente, vestida con una calza y una remera.
—¿Te sientes mejor? —preguntó incorporándose.
—Sí, Andrew… muchas gracias por todo —contestó acercándose a él.
—Quizás deberías ver a Sebastián.
—¡No! —Y bajó la voz al darse cuenta del énfasis que puso en su respuesta— Eh… estaré bien, solo fueron los nervios.
—¿Y estás nerviosa por…?
—Prefiero no hablar de eso —dijo suspirando— Yo… lo siento, pero usé tu… eh… toothbrush.
—Mi cepillo de dientes —dijo riendo—, mmmm… eso es íntimo, ya compartimos algo más que solo el aire.
La tomó de la mano y la sentó en la cama al lado de él.
—Quiero pedirte un favor, Andrew.
—El que quieras, bebé.
—¿Puedo… quedarme en tu camarote esta noche?
Andrés casi se cae de culo.

Aguas Bravas - Partida (Crucero Erótico 04)

Partida
Puerto de Río de Janeiro
22 de Enero

El caos a bordo del "Aguas Blancas" era usual durante la partida.
El crucero, que navegaba por las costas del Brasil desde Río de Janeiro hasta el nordeste, estaba a punto de iniciar su recorrido e iba recibiendo lentamente a los visitantes de todo tipo de nacionalidades.
"Aguas Blancas" era una máquina bien aceitada, muy organizada, todos los miembros del personal conocían sus obligaciones y la realizaban con los ojos cerrados. Los tripulantes estaban en sus puestos, o movilizándose de un lado a otro supervisando que todo estuviera en orden mientras los pasajeros embarcaban en fila desordenada.
Andrés Serrano, el primer oficial de a bordo, un hombre agradable, reservado aunque amigable y con mucho carácter, recorría la cubierta superior de acceso rumbo hacia la torre de mando cuando vio a su tormento y se acercó a la baranda para observarla.
Tanya Aniston –su rubia obsesión desde dos viajes anteriores cuando se unió a la tripulación como instructora de gimnasia y profesora de baile– estaba ocupando el puesto de Yanela Araújo, la anfitriona del crucero, ayudando a recibir a los pasajeros.
Recordó la primera vez que la vio en ese mismo lugar hacía aproximadamente un mes atrás, desde esa vez lo cautivó, al verla sintió como un flechazo directo a todas las terminales nerviosas de su cuerpo, especialmente a su entrepierna.
Tenía treinta y cinco años y nunca en su vida había sentido algo así.
El capitán del crucero, Leopoldo Butteler –un hombre excesivamente serio que imponía mucho respeto, un cuarentón de aspecto impecable que hacía suspirar a más de una mujer a su alrededor, pero que no prestaba atención a ninguna–, no perdía oportunidad para recordarles a todos que las relaciones románticas entre la tripulación no eran bien vistas por los directivos, y que solo creaban problemas.
¡Maldita y estúpida regla no escrita! Pensó malhumorado.
Sabía que no era una imposición y que muchos no la tomaban en cuenta, sobre todo los miembros de menor rango que se apareaban como conejos, pero él era el primer oficial, el segundo de mando dentro del crucero después del capitán, tenía que dar el ejemplo.
Solo eso lo detenía en su avance.
Aunque ya había hecho algunos movimientos, pero al parecer su rubia obsesión no estaba interesada en él, al menos en apariencia. Pero había notado cómo lo miraba cuando creía que no la observaba.
Y ese emblema identificador… ¡Santo cielos! Solo ver tatuado el Triskel en la base de su cuello encendía su lívido. En ese mismo momento tenía el cabello recogido con una peineta, y podía verlo.
Era como un imán.
Andrés suspiró y se pasó el dorso de la mano por la frente.
—¿A qué se debe ese suspiro? —preguntó Pablo Gonzaga acercándose, era su subalterno inmediato, con el cargo de segundo oficial—. ¡Já! No hace falta que me lo digas —se contestó él mismo mirando hacia la cubierta de acceso y viendo a Tanya.
—Ni una palabra más, zoquete. Te conozco, y sé que me saldrás con alguna de tus bromas pesadas. No estoy de humor.
Pablo era un joven simpático a quien todos los tripulantes adoraban, siempre estaba burlándose y divirtiendo a todos con sus ocurrencias. Recientemente se había puesto de novio contra todo pronóstico, ya que era un picaflor reconocido. Su novia lo esperaba en Recife, donde vivía su padre y volvía con él a Río de Janeiro desde allí, convivían hasta que zarpaba de nuevo.
—Uhhh, Andrés… deberías hacer algo al respecto. Si sigues así nadie podrá acercarse a ti a menos que quisiera recibir una mordida —dijo con informalidad, porque a pesar de ser su superior, eran amigos y se trataban como tal, sin ninguna ceremonia.
—Cállate, paragua  —contestó amagando con irse.
—¿Qué hace Tanya en el puesto de Yanela? —preguntó el contramaestre sin prestar atención a la orden de su amigo.
—Al parecer nuestra anfitriona tenía un problema familiar por eso se retrasó, pero debe estar por llegar.
—Yanela me intriga —dijo Pablo frunciendo el ceño— ¿Te diste cuenta que sabe todo sobre nosotros, aún sin que se lo digamos? Y no creo que sepamos nada de ella en realidad.
Pablo se refería a que la anfitriona, una preciosa y exótica morena de treinta y ocho años –aunque aparentaba mucho menos–, tenía un don desconcertante, una forma peculiar de magia blanca, que manejaba con tal pericia que hasta parecía autentica brujería. Era un aparato humano de rayos X, y todos odiaban cuando los escaneaba, pero también esperaban impacientes sus visiones, y rara vez se equivocaba. Entre la tripulación a nadie le sorprendía. A veces decía cosas que parecían sin sentido, pero con el tiempo te dabas cuenta que si hubieras entendido y seguido su consejo, todo hubiera salido mejor.
—Mmmm, ahora que lo dices, te doy la razón —contestó Andrés intrigado—. Ni siquiera sé si es casada, o qué hace cuando no está en el crucero. Algo debe ocultar, es una mujer muy hermosa.
—Yo nunca pude descubrirlo, y no creas que no he intentado —dijo Pablo riendo—, pero cambia de tema sin que te des cuenta, es imposible sonsacarle ninguna información sobre su vida privada.
—Ahí está llegando —dijo Andrés observando hacia la explanada del puerto.
—¿Con una niña…? —preguntó Pablo al ver a Yanela con una hermosa jovencita de la mano y una pequeña maleta en la otra.
—Qué raro… y es muy parecida a ella —dijo Andrés con el ceño fruncido—. Vamos a averiguar quién es.
Y ambos bajaron a la cubierta de acceso, intrigados.
Cuando llegaron, vieron que Yanela se acercaba a Tanya y a Sebastián Pardo, el médico de a bordo, un romántico enamorado de una hermosa japonesa que había conocido en el primer crucero de esa temporada.
—¡Hola Yanela! —dijo Sebastián sonriendo, y mirando a la niña aferrada a su mano.
Hi, Yan —saludó Tanya en su idioma, ya que era norteamericana—, hola hermosa —le dijo a la niña, mirándola.
Yanela parecía nerviosa, algo no muy usual en ella. Miró a los costados y vio llegar a los oficiales.
—Hola chicos, gracias por cubrirme, Tanya —saludó suspirando—, qué bueno que estén casi todos. Aprovecharé para hacer una sola presentación —dijo con una sonrisa ladeada.
—¿Quién es esta hermosa niña? —preguntó Pablo arrodillándose frente a ella y tocando su mejilla.
—Se parece mucho a ti, Yan —dijo Andrés.
—Por supuesto —contestó Yanela tocando orgullosa el pelo oscuro de la niña—, les presento a Bruna… mi hija. Nos acompañará en este viaje.
Todos la miraron sorprendidos y la niña sonrió sin ninguna timidez, mostrando ampliamente su dentadura, a la que le faltaba un diente. Yanela los presentó a todos por su nombre de pila.
—Hola tripulación —dijo Bruna con soltura—, estoy encantada de conocerlos. Mi mamá siempre me habla de ustedes, tenía muchas ganas de venir. Yo también voy a trabajar en el barco cuando sea grande.
Todos rieron y la saludaron con alegría, se notaba que era una niña muy bien educada y extremadamente sociable.
—¿Cuántos años tienes, Bruna? —preguntó Sebastián.
—Tengo ocho años —contestó levantando sus dos palmas y mostrando la exacta cantidad de dedos—, acabo de cumplirlos. Y mi papá me regaló una bicicleta —contó orgullosa.
¿Su papá? Pablo y Andrés se miraron risueños, recordando lo que habían hablado unos minutos antes.
Yanela estaba visiblemente incómoda.
—Tu papá debe ser un gran hombre —dijo Tanya sonriendo.
—Es el mejor —contestó Bruna, con una altivez casi vanidosa— ¿Dónde está, mami?
Yanela se quedó callada, mirando a todos a la vez.
—¿Quién, cariño? —preguntó Pablo.
—El "Capitán" —contestó con los ojos muy abiertos, como diciéndole: "¿A quién crees que quiero ver, a ti, un simple oficial?"
—Debe estar en el puesto de mando —contestó Sebastián—, ¿te gustaría que te llevara a conocerlo?
Pero no hizo falta, el capitán bajaba la escalera en ese momento, con una amplia sonrisa en su cara, algo muy poco común en él siempre tan serio y taciturno.
La niña al verlo dio un salto y con un grito de alegría se desprendió de la mano de su madre, corrió hacia el capitán lanzándose a sus brazos y rodeándole la cadera con las piernas.
Y Leopoldo la recibió gustoso, correspondiendo a su abrazo y besándole en la mejilla, sin dejar de sonreír.
La expresión en la cara de los miembros de la tripulación era indescifrable, nadie entendía nada. Ni siquiera Sebastián, que era el amigo más cercano de Leopoldo.
Yanela suspiró y bajó la cabeza.
Tanya solo sonrió, no conocía demasiado a ninguno de ellos como para sentir la tensión en el ambiente, ni el motivo.
El médico probablemente era el más sorprendido, y se reflejaba en su expresión de desconcierto.
Pablo y Andrés se miraron, frunciendo el ceño y levantando los hombros en señal de incredulidad.
Hasta que Bruna, después de llenar de besos al capitán, los sacó a todos de la duda, diciendo:
—¡Te extrañé mucho, "papá"!
Y sonó la alarma de partida… estaban zarpando.

CLTTR

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