SORTEO DÍA DE LOS ENAMORADOS

lunes, 19 de enero de 2015

Y por la publicación de "PÍNTAME"
(Santuario de colores #2) en nED:


Prepárate... el 14 de febrero se sortearán 4 (cuatro) ejemplares digitales de los siguientes libros:
* Dibújame (Santuario de colores #1) o
* Píntame (Santuario de colores #2)
Si ya leíste ambos, no importa... puedes elegir cualquiera de los 11 libros anteriormente publicados de Grace Lloper. Míralos aquí:
http://www.nuevaeditoradigital.com/#!grace-lloper/c1442

REGLAS:
1* Compartir la publicación de este sorteo en tu muro o en algún grupo de lectura desde la misma página "Los libros de Grace Lloper" (para poder verificar)...
2* Escribir "Participo" en este post.
3* Darle me gusta a estas dos páginas:
https://www.facebook.com/LosLibrosDeGraceLloper
https://www.facebook.com/editoradigital

Y si quieres seguirme aquí en mi blog, no me enojo ;-)

Es sencillo, con esto... ¡Ya estarás participando!
Se anunciarán los ganadores el 14 de febrero de 2.105 (Día de los enamorados) en esta página, el sorteo se realizará por medio de https://www.randompicker.com/ entre todos los que cumplan los requisitos.

¿Se lo van a perder?
¡Suerte, amig@s!

Píntame (Santuario de colores #2)

LINKS DE COMPRA:
En breve también en:
http://www.amazon.com/dp/B00K61QMLY
(Y en todos los demás Amazon, en e-Book y en papel)
(En Createspace en papel)
(Próximamente -sin fecha- en Smashwords, Barnes&Nobles e iTunes)

SINOPSIS:
Soy Phil Girardon. Un redomado imbécil, lo sé. En realidad mi nombre completo es Philippe Logiudice Girardon. Nací, me crie y viví toda mi vida en una pequeña ciudad de Latinoamérica que pocos conocen. Adoro mi país: Paraguay. No hay un mejor lugar en el mundo para vivir.
Las complicaciones de la vida me llevaron a tener que ocuparme de negocios que odiaba, pero por las personas que amaba tuve que hacerlo. Mi madre y mis hermanas me necesitaban, me había convertido en la cabeza de mi familia, y eso estaba resultando un hueso duro de roer para mí.
Conocí a Geraldine Vin Holden en Malibú una tarde, de pura casualidad, y mi mundo entero volteó de repente. Además de hermosa, rica, famosa y con una personalidad explosiva y envolvente, era la hija del hombre a quien yo me tenía que enfrentar.
Ajena totalmente a mi identidad, me propuso una locura, la acepté. Deseaba estar cerca de modo a obtener información de primera mano sobre su padre y sus intenciones. Pero la verdad, me salió el tiro por la culata, resultó que ella odiaba a su progenitor tanto como yo.
Y ahora ya era tarde… ¿qué podía decirle? ¿Te mentí pero estoy loco por ti? No quiero perderla, pero no tengo idea de cómo resolveré el lio en el que yo mismo me he metido.
¿Lo intentamos juntos?

RESEÑA DE LA EDITORA:
Por Bea Sylva.

Conozco a Grace desde sus primeros libros, he leído sus manuscritos y los hemos conversado supongo que podría decir que he sido parte de sus ingentes progresos en cuanto a maduración de su labor como escritora. En cada uno de ellos se ha ido superando a sí misma en una progresión geométrica que supongo no se detendrá con Píntame y eso me llena de orgullo, porque la quiero, es mi amiga y porque además tengo el honor de ser una de sus más fervientes lectoras y crítica.
Píntame es la segunda parte de Dibújame, y ya saben lo que dicen de las segundas partes. Bueno, siempre hay honrosas excepciones y Píntame es tan buena como la primera, diferente, muy diferente pero buena. Si en Dibújame lo sensorial era parte de la trama, en Píntame su eje se corre y se convierte en una novela de silencios. Supongo que quien haya leído a Dibújame lo que menos imagina es que Phil y Geraldine pueden estar callados en algún momento, pero así es. Píntame trata sobre el amor, no la pasión desbocada y desbordante del deslumbramiento, de la lujuria en expresión pura, sino sobre el amor, donde el otro es más importante que satisfacer sus propios deseos.
Contada desde la perspectiva de Phil, nos es difícil acompañar todas las decisiones que toma a partir de una sola consigna: Geraldine es la mujer que ama y por ella hará todo, y ese todo es aceptar que no siempre hablar es la mejor opción. Por eso la llamo la novela de silencios, aunque Phil y Geral se desvelen por revelarse todo. Lo que no se dice es lo que construye la novela, lo que no quiere decirse, lo que lastimará, lo que implicará una vuelta atrás, lo que puede significar el más mínimo atisbo de romper la frágil relación que los une, se callará, hasta que ese silencio se desborde por sí mismo. El amor es un acto de mutuo conocimiento, y se construye en la confianza y la aceptación de lo que somos, desnudos; esa misma desnudez que la desenfadada Geral nos mostraba en plenitud en Dibújame es la que ahora no quiere mostrar, quizás porque si lo hace deba aceptar que construir el amor es mostrarse tan íntimamente que no hay modo alguno, como la desnudez de esconder lo que realmente se es, ni de recibir sin ninguna protección las heridas que ese mismo amor trae consigo, ya saben no todo son rosas, hay espinas.
Píntame no se parece en nada a Dibújame, y eso es increíble. Phil está desesperado por recuperar su propia vida a través de Geral y ella desesperada por entender por qué ya no es la misma, y que el hombre que la volvió loca de pasión tampoco es el hombre que ella imaginó. Qué difícil será para ambos iniciar lo que no pudieron en Dibújame: conocerse. Y de este arduo camino trata la novela. Un largo viaje de un continente a otro para conocerse, toda una metáfora de viaje, ¿o acaso no es eso la vida? De California a Paraguay; de la riqueza y la vanidad al agobiante calor; del ego al descubrimiento; de la soledad emocional y existencial a la familia; de la desconfianza a su construcción, paso a paso. Todo esto pasa en Píntame. Personajes tan reales como la vida misma, esa adorable y comprensiva madre, Lucía, tan enigmática como dura, Paloma, la preciosa Paloma, la ternura y la inocencia y la sonrisa y en el medio, un personaje que no debería estar ahí, alguien que dio su vida por amor y aún desde el más allá sigue protegiendo lo que ama. No pude dejar de llorar al leer la carta que Vanesa le escribió a Geral. Sí, un toque paranormal, como para no hacer de Píntame algo tan diferente a su Dibújame.
Grace Lloper sabe moverse dentro de una trama compleja y a la vez simple, pero jamás aburrida. Le he dicho personalmente que es la primera vez que leo una novela suya y deseo pasar rápidamente sus escenas de sexo, porque la trama está tan interesante y vibrante que me molesta no poder seguirla. ¡Yo queriendo pasar por altos las escenas de sexo! Inaudito pero supongo que refleja el talento de Grace.
Eso sí, Píntame tiene dos lecturas, una siguiéndola desde Dibújame y otra sola. Espero que los lectores se tomen el trabajo de leerlas en orden, ganan mucho si lo hacen, pero si por casualidad llega a sus manos Píntame antes, no se preocupen la novela las atrapará sin retorno.
Y nos queda Lucía, por Dios, ¿es que acaso ella tendrá su libro? Vamos por más mi querida Grace.

TIPs de "Píntame" (Santuario de colores #2)

jueves, 15 de enero de 2015

¡PÍNTAME (Santuario de colores #2) YA TIENE FECHA DE PUBLICACIÓN! Saldrá a la luz el viernes 16 de enero... en nED mientras tanto les dejaré algunos TIPs importantes de la novela que estuve compartiendo en Facebook en cuenta regresiva. ¿Les gusta la idea? OK... empecemos:

KIT de tereré artesanal recubierto en metal con complicados diseños en relieve que simulan un encaje llamado ñandutí. Será un regalo de "alguien" para "alguien", cuando lleguen a esa parte y lo lean, ya sabrán de qué se trata y cómo luce el regalo...

Ya conocíamos a Geral y a Phil, pero... ¿y a la princesa Paloma? Aquí está... ¿no es bella?

¿Por qué solo conocer a los personajes principales? Hay algunos secundarios que son muy, muy interesantes, y que incluso se prestan para otra historia, ¿no creen? Aquí les presento al desenfadado Jared, la insoportable Lucía y al mujeriego mejor amigo de Phil: Aníbal.

Esta no es solo una travesía de conocimiento personal, sino también un viaje que nos lleva desde la glamorosa Malibú hasta la calurosa ciudad de Asunción... y para que se ubiquen dentro de lo que conocerán en "Píntame" les dejo algunas imágenes que corresponden al Centro histórico, con sus construcciones coloniales.

El viaje que Geraldine y Phil emprenden juntos, no solo los lleva a conocerse más profundamente, sino que también hacen muchos kilómetros en rutas nacionales y extranjeras... ¿quieres un recorrido rápido por la triple frontera? Solo tienes que esperar tres días. Y además de esa travesía también hay otras en esta novela... incluye un poco de Argentina y Uruguay. ¿Te lo perderás?

La mayoría de las veces una imagen vale más que mil palabras, y ese es el caso de las excavaciones que se están haciendo en el Chaco paraguayo. Cuando lleguen a esa parte, ya sabrán cómo es... y bueno, les presento además al villano que lidera ese proyecto, todas odiamos a Jesús Fontaine.

Mucho pasa en San Bernardino, con el gran Lago azul de Yapacaraí como testigo... ¿no es un lugar hermoso? Ya sé, no es Malibú... pero tiene su encanto, ¿no? Geral, Phil y Paloma pasan muchos fines de semanas allí... ¿Les gusta?

Y como último TIP, no menos importante... una música.
Es importante que conozcan esta melodía cuando lean "Píntame", porque los transportará en un momento dado a otra dimensión. Háganme caso, escúchenla. 

♪♫ Siempre le tuve miedo a la oscuridad
Pero me da más miedo no verte más
Entiendo que todo cumple un ciclo
pero mi corazón… tal vez necesite un tiempo más.

♪♫ Te prometo mañana dejarte ir
Te daré un beso y te dejaré partir
Pero no quiero estar solo en esta noche
Te pido un favor… necesito que duermas conmigo hoy.
Necesito que duermas conmigo hoy.

♪♫ Sé que al despertar nada será igual
Y que cuando te vayas no volverás
Por eso quiero verte dormir a mi lado por última vez
Y quién sabe qué traerá después…

♪♫ Te prometo mañana dejarte ir
Te daré un beso y te dejaré partir
Pero no quiero estar solo en esta noche
Te pido un favor… necesito que duermas conmigo hoy.
Necesito que duermas conmigo hoy.

♪♫ Quiero recordarte para siempre, sí
Y con tus ojitos cerrados soñaré
Despierto contigo a mi lado
que esta noche… nunca tenga fin.

♪♫ Te prometo mañana dejarte ir
Te daré un beso y te dejaré partir
Pero no quiero estar solo en esta noche
Te pido un favor… necesito que duermas conmigo hoy.
Necesito que duermas conmigo hoy.
Necesito que duermas conmigo hoy.

Píntame (Santuario de colores #2) Capi 06

lunes, 12 de enero de 2015

Eran casi las diez de la noche y yo estaba literalmente trepando las paredes.
¿Iba o no iba? ¡Mierda!
Al llegar a casa, cerca de las ocho había decidido no ir, mi estúpido orgullo leonino me susurraba al oído: «no te invitó, idiota». Estuve toda la tarde a su disposición, la ayudé con la organización de su fiesta y ni siquiera fue capaz de decirme: «te espero».
Igual me bañé y me vestí, esperando estúpidamente recibir algún mensaje de ella diciéndome por lo menos: «¿qué haces que no vienes?».
Bufé y golpeé la mesada de la cocina donde estaba preparándome un café, aunque lo que realmente necesitaba era un whisky doble bien fuerte. Era en esas ocasiones en las que dudaba violentamente de mi decisión de no beber más.
El sonido de mi celular me sacó de golpe de mis pensamientos.
«¿Dónde mierda estás, Phil?»
Me desinflé al ver que era de Ximena, le contesté:
«En casa… ¿y tú?»
Al instante me llegó su respuesta:
«¿Dónde crees? ¿Qué haces que no vienes? Te conviene estar aquí»
¡Oh, mi amiga! La única aliada que tenía, la llamé. Luego de los saludos pertinentes, volvió a preguntarme el motivo por el que no estaba en la reunión.
—Estuve toda la puta tarde en su casa y no se dignó a invitarme… —repliqué enojado— no pienso ir.
—¡Ay, Phil! Deja tus estúpidos escrúpulos de lado ¡y ven!
—¿Por qué dices que me conviene estar allí? ¿Qué pasa?
—Mueve el trasero hasta aquí y lo descubrirás.
—¿Tú recibiste invitación, Xime?
—Eh, yo… por supuesto.
—Pues yo no, y tuvo muchas oportunidades para hacerlo. No iré… bajo ningún punto de vista —fui categórico.
Ya me sentía mal por tener que estar arrastrándome a sus pies, sin contar que Geraldine no perdía oportunidad de insultarme. Una cosa era que lo hiciera en privado, pero llegar allí y no saber cómo reaccionaría ante mi presencia, o qué desplante me haría en público era otro cuento totalmente distinto. Mi temor al fracaso y al ridículo hizo acto de presencia al máximo de su potencial.
Ximena siguió intentando convencerme, y a pesar de no haberle explicado cómo me sentía al respecto, seguí negándome hasta que se dio por vencida con un sonoro:
—Bueno… ¡jódete! —y cortó sin despedirse.
Suspiré y tiré el resto del café en el lavadero.
Ya estaba frío, y además… tenía un nudo en el estómago.
Me disponía a sentarme en la sala y encender la televisión para intentar distraerme, cuando mi celular volvió a sonar.
¡Oh, por Dios! Era un mensaje de Geraldine.
Mi corazón empezó a bombear alocadamente.
«Vuelves a mi vida sin que te llame, te introduces en mi casa sin mi permiso, te metes en mi cama sin invitación y ahora ¿te haces rogar para venir? Pensé que tu presencia era un hecho, por eso no te dije nada. Deja de joder, sudamericano idiota y mueve tu culo 200 metros hasta aquí»
¡Qué hermosa invitación! Sonreí con sorna.
Evidentemente había hablado con Ximena, y bueno… era todo lo que necesitaba, aunque su exhortación estuviera pésimamente redactada.
No le respondí, simplemente me levanté de un salto y cerré toda la casa antes de cruzar la terraza y bajar a la playa. Desde lejos se escuchaba la música proveniente de su mansión, y se veían las luces, la gente y los adornos de su terraza.
Al llegar, subí las escaleras y saludé a Enzo con un apretón de manos. No me impidió el acceso, por suerte. Avancé hasta cruzar por el costado de la piscina, pero fui detenido por unos dedos que asieron mi brazo.
—¡Jared! Hola, amigo —le pasé la mano.
—¿Amigo? Eso lo veremos, imbécil —dijo acorralándome contra la barandilla de madera de la terraza. Colocó su mano en mi cuello.
Puse los ojos en blanco, y me resigné a lo que sea. No pensaba mover un solo dedo para evitar cualquier cosa que quisiera hacerme, Geraldine me mataría si llegaba a hacerle daño a su adorado amigo.
—Tranquilízate, Jared… no quieres armar un escándalo aquí, ¿no? —Y lo tomé de la muñeca—. Podemos conversar como personas civilizadas.
—Si no fuera el cumpleaños de mi pelirroja te molería a palos —dijo entre dientes. Me soltó— ¿Así que eres Philippe Logiudice Girardon? También me mentiste a mí, ¿sabes?
—Siento mucho si ligaste de rebote, pero no pienso justificarme ante ti —me hice a un lado—. Solo debes saber que estoy aquí, amigo… y créeme, haré todo lo posible porque Geraldine me perdone.
—Si no supiera todo lo que hiciste por ella ya estarías muerto, hijo de puta.
¡Otro más que me insultaba! Por lo visto Geraldine no iba a tener el monopolio. Y todavía faltaban Hugh, Truman y Susan… ¡la que me esperaba!
—Yo mismo me encargaré de tirarme del puente Vincent Thomas si llego a hacerle daño de nuevo —miré al costado y vi a mi emperatriz en la galería, conversando animadamente con un grupo de gente—. Fue solo una omisión estúpida que se convirtió en una bola de nieve. Estoy loco por ella, Jared. Volví a pesar de que me echó como un perro… ¿no te parece suficiente?
—Mmmm, te creo… —sorpresivamente pasó su brazo por mi hombro— los vi juntos y sé que la trataste muy bien. Pero lo que más aprecio fue lo que hiciste por ella aun en contra de tus principios. Recuerdo lo reacio que fuiste a prestarte a nuestro juego, sin embargo luego me la ofreciste, la compartiste conmigo solo para que pudiera seguir con su vida normal cuando tú no estuvieras. Eso no tiene precio, Phil.
—Me alegro de que por lo menos tú te des cuenta, ella… —suspiré negando con la cabeza— ella no parece ver nada de eso.
—La heriste, es obvio que esté cegada. Le mentiste, por lo tanto perdió la confianza que tenía en ti… —me miró con los ojos entornados— ¿por qué volviste?
—Eso es algo entre ella y yo, Jared… no voy a discutirlo contigo.
—Aquí hay gato encerrado —dijo frunciendo el ceño.
—¿Me acompañas a saludarla? —cambié de conversación.
Asintió, me soltó y ambos nos dirigimos hacia donde ella estaba.
Apreciaba a Jared, y mucho. Me gustaba su forma de ser desenfadada, tenía un carisma muy especial, era imposible no admirar su espontaneidad, su descaro y sobre todo su buen gusto en lo que a mujeres se refería. Su actitud de "soy el dueño del mundo y hago lo que se me antoja" contrastaba con la lealtad y el trato que tenía con sus amigas, sobre todo con Geraldine, a quien yo creía que amaba en secreto.
No conocía a las personas que estaban rodeando a mi emperatriz. Jared y yo saludamos a todos y ella se encargó de presentarme.
—Viniste —susurró cuando le di dos besos en las mejillas.
—No podía dejar de aceptar tan cálida invitación que me hiciste —le devolví el susurro sonriendo. Me acerqué más—. Estás preciosa —le dije al oído.
Y realmente lo estaba, se veía mucho mejor que el día anterior. La observé, llevaba un enterizo blanco de un extraño material brilloso con un complicado drapeado en el frente, si bien era completamente cerrado y con mangas hasta los codos, se veía extremadamente sexy y deseable, porque marcaba su esbelta figura. No había rastro visible de su embarazo aún, quizás debido al peso que había perdido.
Un camarero se acercó en ese momento al grupo y ofreció bebidas.
Geraldine tomó una copa de champagne, disimuladamente se la saqué de la mano y la cambié por el jugo que yo tenía en la mía. Abrió los ojos como platos y me miró con cara de culpabilidad, no se quejó. Observé de reojo que Jared frunció el ceño, nadie más notó el intercambio, o por lo menos no les interesó.
Cuando la agasajada se movilizó hacia otro grupo, Jared me guio hacia su mesa, en la que estaban… ¡todos! Ximena se levantó de un salto y me abrazó, le di dos besos en las mejillas. Increíblemente ni Hugh ni Truman me dijeron nada malo, se comportaron amablemente y me saludaron con un apretón de manos, aunque el escritor susurró en mi oído: «contigo tengo que hablar después». Le sonreí asintiendo. A Sarah, la esposa de Hugh y a Susan las saludé con dos besos, la última estaba acompañada de Mike y a pesar de no ser santo de mi devoción, le estreché la mano cordialmente.
Y la payasada comenzó.
Yo no me sentía a gusto, obviamente. Mi lugar desde que conocí a toda esta gente siempre estuvo al lado de Geraldine, los dos pegados uno al otro como lapa y sentirme relegado a ser "un invitado más del montón" no me ayudaba en lo absoluto.
Ximena, que estaba sentada a mi lado, trataba de relajarme con conversación interesante y Jared, fiel a su estilo… me pasó un vaso de whisky.
—Creo que lo necesitas, amigo —dijo con una sonrisa ladeada.
Lo acepté, porque tenía razón. Me lo tomé casi de un trago y a punto estuve de toser al sentir cómo me quemaba la garganta. Susan y Mike fueron a bailar en ese momento y Hugh aprovechó la ausencia del novio de Susan para soltar su diatriba:
—¿Recuerdas, mi querido Phil que cuando te conocí te advertí que si le hacías daño a mi zanahoria te rompería el culo?
Escuché dos «¡¡¡Hugh!!!» al unísono provenientes de Sarah y de Ximena. Jared rio a carcajadas y Truman puso los ojos en blanco, al igual que yo.
—Bien, aquí estoy —dije bufando—, dispuesto a que me tiren a la hoguera. Digan todo lo que tengan que decir de una vez.
—¿Sabes por qué te perdonaré, miserable sudamericano? —Esperé su concesión— Porque ella misma me dijo que si no fuera por ti que estuviste a su lado y la ayudaste mucho, lo que había vivido sería un cuento de terror.
—Bueno, me alegro que tú también tengas en cuenta eso, aunque no lo hice con el propósito de ser perdonado, sino porque quería ayudarla simplemente.
—¿Por qué mierda tuviste que mentirle? —preguntó enojado.
—Basta, Hugh —intervino Sarah—, eso no es problema tuyo.
—Todo lo que tenga que ver con Geral es problema mío —y miró al resto de sus amigos—, nuestro en realidad. Ella estaría absolutamente sola en este mundo si no fuera por nosotros…
—Como le dije a Jared, no voy a justificarme ante nadie más que no sea ella. Todos cometemos errores en nuestras vidas, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero volví… estoy aquí para tratar de que me perdone… ¿no creen que eso es suficiente?
—Yo creo que es un buen primer paso, Phil —dijo Truman siempre tan humano y comprensivo—, y espero que tus intenciones sean buenas. Te voy a dar el beneficio de la duda, porque tienes razón… todos cometimos errores alguna vez, solo espero que no vuelvas a provocarle ningún daño, porque si lo haces —sonrió con sorna—, con silla de ruedas y todo iré por ti.
Asentí con la cabeza, suspirando.
—Pienso que es maravilloso que hayas vuelto, Phil —dijo Ximena apoyando su brazo en mi espalda—. Yo sé, estoy segura de lo mucho que la quieres.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Susan volviendo de la pista. Me imagino que ver la cara de culo de todos espoleó su curiosidad.
Empezaron a inventar cualquier cosa, porque estaba Mike de por medio, y el pobre hombre todavía no había logrado ganarse el afecto de ese grupo tan selecto a pesar de que ambos ingresamos en la nómina casi en el mismo momento. En ese aspecto me sentía un triunfador, porque sabía que a mí me apreciaban a pesar de todo lo que había pasado.
No tenía idea de qué es lo que cada uno sabía en realidad. Me imaginaba que al ser el idiota de Jesús quien se lo había contado a Susan y ella a los demás, lo único que tenían certeza era que mi apellido no era solo Girardon y que resulté ser el socio comercial de Geraldine. Intuía que Ximena era la que más sabía, aunque presentía que Susan ya estaba enterada de todo, incluso del embarazo, era su mejor amiga, imposible que no lo supiera.
Busqué a mi emperatriz con la mirada y la encontré parada en la galería conversando con un hombre. Fruncí el ceño porque me tenía cara ligeramente conocida… ¿quién mierda era? Se lo pregunté a Ximena.
—Por eso quería que vinieras, Phil… ese hombre está tras Geraldine, se llama Lucius Arconde, es…
—Lo recuerdo —la interrumpí—, estaba en la fiesta que dio Jared.
—Así es… y no dejó de invitarla a salir desde entonces.
—¿Y ella aceptó? —pregunté anonadado— Está embarazada, por Dios —le susurré al oído con los dientes apretados.
—No es una inválida, cariño…
¡Oh, mierda! Yo había arrebatado a Geraldine de las garras de ese hombre tres semanas atrás, pero dudaba que ahora se dejara arrastrar con tanta docilidad como esa vez, probablemente me haría un escándalo, yo saldría perdiendo y haría el ridículo.
Serénate, Phil.
Pero un calor muy potente subió desde mi estómago cuando vi que él se acercó, le dijo algo al oído y ella rio al parecer muy contenta por las estupideces que seguramente le decía ese… pájaro de mal agüero.
«Tengo que hacer algo»
Al parecer lo dije en voz alta porque todos miraron hacia donde apuntaban mis ojos y empezaron a reír y a burlarse de mí. «Dale, macho sudamericano… marca tu territorio», «Orina encima de ella ¿Sabías que eso hacen los perros?», «Tu cara parece un tomate». Me toqué las mejillas riendo y disimulando mi rabia.
Por suerte en ese momento empezaron a servir la cena, y la conversación se diluyó hacia otros temas. Suponía y esperaba que Geraldine ocupara el lugar vacío que quedaba en nuestra mesa al fin y al cabo allí estaban sus amigos más queridos, pero no lo hizo, se sentó en otra alejada… ¡con el pájaro canoso! Si hasta parecía Cody Maverick, el pingüino de penacho amarillo de la película animada "Surf's Up" que tanto le gustaba a Paloma.
Relájate Phil, me insté a mí mismo, porque por lo que podía vislumbrar esta iba a ser una noche de mierda. Pero era el cumpleaños de mi emperatriz, no haría nada que pudiera arruinarla.
—¿Por qué no se sienta aquí? —le pregunté a Ximena. Ella se encogió de hombros, pero Susan, que estaba a su lado escuchó mi pregunta.
—Creo que ocupaste su lugar —contestó—. Se suponía que quedarían dos espacios vacíos, para ella y Lucius.
—¡Oh, mierda! ¿Quién carajo es ese tipo? —pregunté.
—¿Lucius Arconde? Un hombre con el que estuvimos haciendo negocios —Susan siguió explicando—, Geraldine le compró las obras de arte de una casa que había heredado de su abuela materna.
—¿Y qué hace con ella?
—Creo, mi amigo —dijo Truman— que están saliendo.
—¡Ja! Sobre mi cadáver —murmuré.
Y abrí mis ojos como platos al ver que el pájaro de mal agüero acercaba su silla y ponía el brazo sobre el respaldo de la de ella y le hablaba al oído. Noté una cierta tensión en mi emperatriz, más aún cuando nuestros ojos se encontraron a la distancia, negó con la cabeza y su pecho subió y bajó como si estuviera respirando con dificultad. Los celos hicieron acto de presencia y me incorporé de un salto, en ese momento no me importó nada, estaba dispuesto a cualquier cosa con tal que ese idiota le sacara las manos de encima. Pero Ximena y Jared me estiraron del brazo al unísono e hicieron que me volviera a sentar. A punto estuve de romper la silla.
Fue una cena de mierda, ni siquiera pude tragar la comida, el primer bocado se me quedó atorado en la garganta. ¿Bocado de qué? No me enteré. Tomé más whisky para que el alimento bajara a mi estómago, luego para que asentara, después para evitar levantarme, por último solo bebí por despecho.
Nadie decía una palabra al respecto en la mesa, aunque todos me miraban de soslayo dispuestos a volver a ponerme en mi lugar si intentaba de nuevo levantarme.
—Deja de beber, Phil —me aconsejó Ximena.
—Si no bebo, lo mato —le respondí— ¿Qué prefieres?
—Bebe, idiota —me dijo Jared y me sirvió más whisky—, creo que puedo cargarte por lo menos hasta mi casa si terminas tan borracho como una cuba.
—Para que eso suceda necesito al menos dos botellas —le contesté.
Y era cierto, que no bebiera no significaba que no tuviera cultura alcohólica. La tenía y mucho, necesitaba algo más que dos o tres míseras rayas de whisky para marearme. Aunque no conté con el hecho de que la pérdida de la costumbre y el no haber podido comer nada hicieran mella en mí al quinto vaso.
Para Phil, me insté a mí mismo.
Cuando se estaba sirviendo el postre Geraldine empezó a recorrer las mesas departiendo con los invitados y llegó a la nuestra. Yo no emití sonido alguno.
Como lo que era, una emperatriz, saludó, bromeo y conversó con todos sin sentarse, ubicada detrás de Truman y Hugh. Luego el fotógrafo nos solicitó a Ximena y a mí que nos ubicáramos al lado de ella para sacar una foto del conjunto.
Me levanté. ¡Oh, mierda! Estaba más mareado de lo que pensaba. Traté de disimularlo, y como un gentleman me puse a su lado, pasé mi mano por su cintura y la apreté contra mí.
Como por arte de magia, todo se esfumó al sentirla.
—Si dejas que ese hombre vuelva a tocarte soy capaz de matarlo, amor —le susurré al oído.
—No hagas un escándalo o yo te mato a ti —me respondió entre dientes, aunque sonriendo a la cámara.
El fotógrafo apagó las luces y aproveché para alejarla de la mesa, llevándola a un costado cerca de la barandilla de madera.
—No me busques, no despiertes al león en mí —dije mirándola a los ojos.
—Y tú no vuelvas a pisar la cola de este escorpión porque sabrás de mi veneno —gruñó enojada.
—Estoy inmunizado —la apreté contra la baranda y le mordí la oreja, sentí su capitulación cuando suspiró—, tu ponzoña no puede hacerme daño.
—P-Phil —ronroneó.
Me sorprendió, porque lo dijo con esa vocecita dulce y pegajosa que yo adoraba y que usaba cuando quería conseguir algo de mí.
—¿Sí, amor? —susurré rindiéndome a su encanto.
—Me muero de sueño —musitó apoyando su frente en mi pecho. Estaba seguro que lo único que deseaba era saltar sobre mí a horcajadas.
—Oh, mi monita —la abracé muy fuerte y la apreté contra mí, ella metió sus brazos dentro de mi saco sport y lio sus manos en mi cintura—, te dije que durmieras la siesta… ¿recuerdas? Sabía que esto pasaría.
—Mmmm, no me regañes —murmuró apoyando su cabeza en mi hombro y ubicando su rostro en mi cuello—. Qué lindo olor tienes, a pinos del bosque.
Mi sonrisa ladeaba era de total satisfacción.
Observé hacia donde estaba el pájaro canoso y mi regocijo fue aún mayor al verlo fruncir el ceño mientras nos contemplaba. Estaba seguro que se acordaba perfectamente de mí y era preciso que se diera cuenta de mi posición.
—Tú hueles como un jardín de margaritas —le dije al oído.
—Te odio, Phil.
Sonreí.
—Lo sé, amor… igual te haré dormir —respondí besando su pelo.
—¿Te quedarás conmigo? —preguntó dudosa.
—Fusilaré a quien intente impedírmelo —respondí triunfante.
—Tengo, eh… —se separó un poco— que seguir circulando —y me miró.
—¿Quieres que te acompañe? —negó con la cabeza— Bien, pero… ¿puedo pedirte algo? —volvió a negar. Bufé, pero no me callé—: Que ese energúmeno no vuelva a tocarte, o juro que será el primer fusilado esta noche.
—Eres un cromañón —aunque se notaba que eso la divertía.
—Sí, lo soy… ya me conoces —se separó de mí— ¿aguantarás?
—No me queda otra —suspiró—, pero mis ojos se cierran.
—Te estaré observando —le dije acariciando su mejilla con mi mano—. Solo hazme una señal e iré a tu lado al instante.
Asintió con la cabeza, y sonriendo caminó hacia la mesa de al lado.
Mi cara de satisfacción debió ser espectacular, porque cuando volví a sentarme a la mesa no hubo uno solo de ellos que no se burlara. Bueno, a excepción de Mike que solo rio de las tonterías que los demás decían.
Más le valía que no dijera nada, porque terminaría sin un par de dientes. Una cosa era que los amigos de Geraldine, a quienes apreciaba y consideraba también míos rieran a costa de alguna de mis estupideces, y otra muy distinta que ese mequetrefe de cuarta categoría lo hiciera. No lo tragaba, sabía por su propia boca que estuvo con mi emperatriz antes que yo la conociera, incluso llegué a sospechar que el hijo que ella esperaba era de él.
¡Menos mal que no fue así!
El renacuajo era mío, y estaba tan orgulloso de ello que no cabía en mí mismo.
A partir de ese momento mi actitud cambió. Ya no bebí, porque tenía que estar lúcido para ayudarla cuando me lo pidiera. ¡Y mierda, ahora me moría de hambre! Así que me comí todo el trozo de torta que tenía enfrente, incluso el de Ximena y lo que dejó Jared en su plato, sin dejar de observar a mi emperatriz en todo momento.
Una hora después vi que el pájaro canoso se estaba despidiendo. Me sentí estúpidamente feliz de que se fuera… al infierno. Y más contento aun cuando vi que ella solo le ofrecía la mejilla al despedirse.
En ese preciso instante, la fiesta mejoró a mi entender.
Aunque a ella la veía cada vez más agotada.
—Geraldine está por desmayarse de sueño —le dije a Ximena cuando ya eran más de las dos de la mañana y la mayoría de los ocupantes de nuestra mesa estaban bailando.
Susan me escuchó, porque ambas voltearon la cara y la miraron. Mi emperatriz disimuló un bostezo con la mano justo en ese momento.
—Es comprensible —dijo Ximena.
—Haz algo, al fin y al cabo, tienes la culpa —susurró Susan frunciendo el ceño.
—Lo sabes… ¿no? —le pregunté.
—¡Por supuesto que lo sé! —respondió como si estuviera loco por insinuar lo contrario.
Vi que Geraldine tambaleó ligeramente mientras conversaba con unas personas, luego miró hacia donde yo estaba y me hizo una señal con la cabeza, cerrando y abriendo los ojos varias veces.
—Voy a ayudarla —me levanté—. Alguien tendrá que hacer de anfitriona, porque me la llevo para arriba.
—No te preocupes, nos encargaremos —dijo Susan.
—Ve, ve —me instó Ximena agitando una mano.
Me acerqué hasta donde estaba y la abracé por detrás, entrelazando mis manos en su cintura. Ella sonrió, me miró de soslayo y se apoyó en mi pecho.
Luego de las presentaciones de rigor, las cuales ni me enteré, les dije:
—¿Me permiten? —la pareja que estaba hablando con ella sonrió— Se las voy a robar un momento.
La llevé hacia la galería.
—Dios mío, Phil… no siento mis piernas —susurró.
—Tranquila —tenía ganas de levantarla y llevarla en brazos, pero no quería que los invitados que quedaban se preocuparan ni se dieran cuenta de nada, así que disimuladamente la ayudé a caminar hasta Bruno que estaba parado en la puerta vidriera de acceso a la sala—. La señora no se siente bien —le dije en voz baja—, Ximena y Susan —las señalé con el dedo— quedarán a cargo.
—Sí, señor —dijo el hombre muy serio.
Como el interior de la casa estaba casi a oscuras, al llegar a la base de la escalera la levanté, ella llevó las manos a mi cuello y apoyó la cabeza en mi hombro.
—Odio presentarte como Philippe Logiudice —me dijo.
—Solo soy Phil para ti, amor —dije besando su frente—. El mismo de siempre.
—Sí, el mismo "mentiroso" de siempre —murmuró entre dientes.
Suspiré, resignado.
—El que viste y calza —bufé, llegando a su habitación—, abre la puerta.
Lo hizo. La bajé frente al tocador, abrió uno de los cajones y sacó… ¡otro pijama igual de horripilante que el anterior! Aunque esta vez al menos era a rayas, y no tenía dibujitos.
—¿Puedes sola? —le pregunté bajando la cremallera de su enterizo.
—Mmmm, sí —dijo descalzándose, eso al parecer la estabilizó un poco más, porque fue hasta el baño lentamente, pero sin tambalearse.
Cuando volvió, ya con la prenda de dormir puesta y sin maquillaje, se quedó mirándome embobada. Yo estaba sentado en la cama solo en bóxer y camisilla.
—Deberías dejar unos pijamas aquí si piensas hacer de Morfeo todos los días.
—Sabes que no uso nada de eso —le dije—. Ven aquí, amor.
No me hizo caso, rodeó la cama y se metió debajo del edredón desde el otro lado del somier.
—Oh, sí —susurró extasiada, abrazando a Philddy.
Puse los ojos en blanco, apagué la luz, me acosté y no me acerqué a ella. Ya vendría a mi cuando me necesitara.
—¿Tomaste tus vitaminas esta noche? —le pregunté.
—Sí, señor—respondió.
No dijimos nada más, pero no pasaron ni dos minutos cuando sentí su aliento en mi cuello.
Sonreí.
Bajé a Philddy a la altura de Don Perfecto, que ya estaba dando saltitos dentro de su confinamiento y la abracé. La apreté contra mí y llené su cara de besos tiernos, ella no lo impidió, hasta emitió pequeños gemidos que me volvieron loco.
—Duerme, amor… —le susurré— duerme aquí en mis brazos, donde perteneces.
Al rato sentí que estaba totalmente entregada al sueño.
¡Dios mío, que tortura!

Fecha de publcación: 16/01/15
Pueden encontrarlo aquí: nED

Píntame (Santuario de colores #2) Capi 05

viernes, 9 de enero de 2015

Cuando verifiqué que hubiera tomado el desayuno y sus vitaminas, le anuncié:
—Voy a casa a bañarme y cambiarme. ¿Vas a estar bien?
—¿Por qué motivo no lo estaría? —dijo aparentemente indiferente.
—¿Porque vas a extrañarme? —indagué.
—Presumido y arrogante… —bufó— ¡piérdete!
No le hice el más mínimo caso. Estaba convencido que a las mujeres no había que temerles cuando gritaban, sino cuando estaban en silencio, observándote fijamente sin decir nada.
Tomé la bandeja y me dirigí hacia la puerta.
—Amor, debes comer un poquito a cada rato, cada una o dos horas… solo un poco cada vez: un yogurt, una fruta, apio, nueces, galletas, queso, un vaso de leche, cualquiera de esas cosas. Y mucha agua… ¿ok?
—Mmmm, sí —dijo recostándose en la cama, dispuesta a leer el periódico.
—Volveré enseguida, emperatriz.
—¿Puedo impedirlo? —preguntó mirándome a los ojos, algo raro.
—No.
—Entonces… ¿para qué me lo cuentas? —se encogió de hombros.
—Para que le digas a esos matones quién soy yo y no me impidan el paso. A Enzo ya lo conocí y me presenté, pero a Bruno no… espero que…
—No me des órdenes, miserable petulante —me interrumpió.
Suspiré y puse los ojos en blanco.
—¿Almorzamos juntos? —indagué cambiando la conversación.
—Ya tengo planes —y arrugó la nariz.
—Estás mintiendo —dije riendo, al ver su tic. ¡Era tan transparente!—. Yo cocinaré… algo liviano y que tu estómago podrá retener… ¿está bien?
Volvió a encogerse de hombros, sin mirarme.
Me fui de allí.
Le daría espacio, tampoco quería que se sintiera acorralada.
Lo sabía, estaba siendo terriblemente caradura al meterme en su casa y en su cama sin invitación, pero no tenía otra opción, mi misión era cuidarla, lograr su amistad de nuevo y su perdón. Ella ya no confiaba en mí, y no la culpaba por eso… intentaría revertir ese problema con hechos, no con palabras.
¿Pero acaso ayudarla a superar sus fobias no fueron actos comprobados de mi parte en nuestra relación anterior? Y Geraldine no los tuvo en cuenta al decidir echarme a patadas de su lado.
Olvídalo, Phil… esto es un nuevo comienzo.
No vi a Enzo al bajar, me dirigía hacia la terraza cuando oí ruidos en la puerta de entrada. Volteé y observé el cambio de guardia, llegaba Bruno para quedarse. ¿Cuáles serían sus horarios? Lo averiguaría después, y me encaminé hacia la escalera.
Me ahorraba casi una cuadra de caminata ir a mi casa por la playa, así que prefería hacerlo por allí. Además, me gustaba observar el mar, a los niños jugando y a la gente tomando sol, aunque ahora no hubiera nadie ya que estábamos a final del otoño y era muy temprano.
Me relajaba, y me ayudaba a pensar…
¿Podría acostumbrarme alguna vez a vivir aquí?
Y lo que era peor de todo… ¿tendría que hacerlo?
Adoraba viajar, me gustaba Malibú por los recuerdos familiares que tenía en este lugar y por su clima suave y homogéneo durante todo el año. Pero una cosa era venir de vacaciones y otra muy diferente hacer de los Estados Unidos mi hogar.
¿Criar a Paloma en un ambiente tan diferente al mío y al de su madre? Tan falto de calidez humana y tan… mmmm… cosmopolita y acelerado. ¿Criar al bebé en camino en un mundo que no tenía nada que ver conmigo pero sí con su madre?
¡¿Dejar mi adorado Paraguay?! Mi gente, mi familia, mi trabajo, mis amigos…
¿Empezar de nuevo? ¡Por Dios! Era impensable…
En buen lío me había metido, pero decidí no abrir el paraguas antes de que lloviera, todo tenía su curso… y el destino se encargaría de poner las cosas en orden, aún si nosotros nos empeñábamos en desorganizarlo.
Subí las escaleras de mi terraza de dos en dos, saludé a Pedro que estaba barriendo, atravesé el deck, y fui directo hacia mi habitación a bañarme y cambiarme.
Mi iPhone se había quedado sin batería, lo dejé cargándose mientras me duchaba, cuando salí del baño me vestí informalmente con un jean, una camisa y lo encendí. Al instante empezaron a llegar los mensajes en el Whatsapp, la mayoría de parte de Paloma desde el teléfono de Lucía, mi hermana.
Cuando empezaba a ver progresión aritmética de dibujitos y su nombre escrito ya sabía que era ella ansiosa por hablar conmigo. Sonreí y encendí mi notebook, era mediodía en Asunción, seguro estarían conectadas esperando que las contactara.
—Te extraño, papilindo —fue lo primero que me dijo al tenerla frente a mí en la pantalla del ordenador. Su hermosa boquita esta fruncida en un mohín de disgusto.
—Yo también, mi princesita… ¿qué estabas haciendo?
Y empezamos a conversar sobre sus actividades, sus muñecas, sus juegos, la película que había visto antes de dormir.
—Tía Lucy dejó que durmiera con ella —me informó—, porque había un bicho raro en mi ventana que me dio miedo.
—¿Un bicho raro? ¿Dónde está tu tía? —le pregunté.
—Aquí estoy —dijo mi hermana ubicándose detrás de Paloma para que la viera—, solo era un murciélago, estaba muerto cuando lo encontramos.
—Ahhh, ok. No dejes su ventana abierta de noche, ya sabes que esos bichos vuelan a ciegas, pueden meterse en la habitación y asustarla —ella asintió—. ¿Cómo está todo, Lucy?
—Bien por aquí… ¿y tú? ¿Ya lograste rescatar a la emperatriz, como dice Paloma? —preguntó con… ¿sorna?
—No te pases de lista, hermanita… —puse los ojos en blanco— será una dura lucha, te lo aseguro.
Se encogió de hombros, como si no le importase.
Al rato de conversar, se acercó mi madre y se sumó al chat. Luego los dos hijos de Karen, mi otra hermana, que estaban pasando el día allí. Al final fue un total descontrol, mis sobrinos pidiéndome que les comprara juegos para su playstation, Paloma intentando llamar mi atención, mi madre tratando de indagar lo que pasaba con Geraldine y Lucía riéndose a carcajada de todos.
—¡¡¡Ya, ya, yaaaaa!!! Me aturden —dije riéndome yo también—. Mamá, volveré a comunicarme mañana a la misma hora, gracias por cuidar a Paloma. Chicos, no sé cuándo volveré, pero les prometo llevarles los juegos que quieran… Palomita, no te pongas triste, mi princesita, papi hará todo lo posible por volver pronto. Y Lucy, gracias por todo, sis… sé que mi princesa está en buenas manos contigo.
—No lo dudes, bro —y me tiró un beso.
Todos lo hicieron. Y Paloma se prendió al cuello de Lucía y escondió la cabeza allí. ¡Oh, mierda! Estaba llorando. Apagué el Skype antes de que la angustia me hiciera tomar el teléfono y solicitar una reserva inmediata para marcharme de nuevo a consolar a mi preciosa niña.
Me pregunté si a Geraldine le importaría saber todo lo que estaba sacrificando por ella… lo dudaba. Uno de sus defectos más visibles para mí siempre fue el hecho de estar muy encerrada en sí misma, por no decir "egoísta", pero no la culpaba… ella era así, producto de su niñez como hija única y heredera del imperio Vin Holden.
Tenía que lograr llevarla a mi país, a mi casa, aunque sea de visita, estaba seguro que su visión de lo que es una familia cambiaría cuando conociera a la mía, ella en realidad nunca tuvo una y creí firmemente que podría cambiar su actitud. Podían ser un grano en el culo a veces, la mayoría de las veces, pero lo eran todo para mí.
Los amaba, a todos y cada uno de ellos.
Suspiré, cerré la notebook y miré la hora. Ya pasaban de las diez, decidí ir al supermercado, surtir mi heladera y comprar todo lo que necesitaría para meter un poco de carne en el cuerpo delgado de mi emperatriz… ¡con urgencia!
Cuando llegué, estacioné frente a su casa y bajé con la bolsa de compras, dejando el resto en el vehículo. Me quedé parado con el ceño fruncido al ver las puertas de acceso abiertas de par en par.
¿Qué mierda pasa aquí? Avancé…
Me quedé embobado en el palier viendo a una mujer joven que no conocía impartiendo órdenes a un pequeño ejército de ayudantes que estaban decorando la casa con globos y telas de colores.
¿Geraldine iba a hacer una fiesta?
Bruno me detuvo cuando estaba por entrar.
—Hola, amigo —le dije con desenfado— ¿me recuerdas?
—Necesito registrarlo antes de entrar —contestó muy serio.
—¿Es-estás bromeando? —balbuceé, me asió del brazo— ¡Suéltame!
—¿Qué tiene en esa bolsa? —preguntó.
—Solo comestibles… déjame entrar —miré alrededor intentando zafarme de su agarre— ¡Geraldine! —la llamé a gritos.
—Señor… solo hago mi trabajo, por favor…
—¡Suéltame, carajo! ¡¡¡Geraldine!!! —grité más fuerte.
Oí una risita a mi costado.
—Bruno, déjalo ya —dijo mi emperatriz riendo recostada contra la puerta de su despacho al costado del acceso.
El susodicho me soltó al instante y se quedó parado al lado mío con cara de pocos amigos.
—¿Te parece gracioso? —le pregunté, ella solo rio más— ¿Qué ocurre aquí?
—Es obvio… ¿no? Habrá una celebración… —y avanzó hacia la sala. La seguí.
Ni preguntaría si estaba invitado.
—¿Comiste algo, emperatriz?
—No.
—Toma esto —y saqué un yogurt de la bolsa.
—Es entero —se quejó.
—Geraldine, tómalo… —dejé la bolsa encima de la mesada del desayunador—. No habrá productos dietéticos para ti hasta que subas esos kilos que perdiste… estás demasiado delgada.
Suspiró y me lo sacó de la mano, lo abrió y tomó un sorbo.
Me acerqué y le di un beso en la mejilla, noté que se tensó.
—Hola de nuevo —le susurré en su oído.
Usé esa voz aterciopelada que ella definía como "de chocolate derretido", y otras veces como "de manteca de maní". Sabía que le gustaba y sentí su estremecimiento. También otra cosa… su rendición, apoyó su mejilla en la mía rozándola, y por un par de segundos pensé que se acurrucaría en mis brazos, lo esperé… pero no lo hizo.
Levantó la mirada hacia mis ojos y suspiró, aparentemente confundida. Se sentó en la butaca y siguió tomando el yogurt, observando a los trabajadores.
Desilusionado, entré a la cocina y me dediqué a preparar el almuerzo.
Cuando terminé de cocinar, sin que me hubiera prestado la más mínima atención, la gente que estaba decorando la casa se había retirado a almorzar. Encontré a Geraldine en la galería sentada en el sofá leyendo. Bueno, leer es un decir… tenía la mirada fija en el horizonte hacia la playa, y el libro abierto en su regazo.
—Un dólar por tus pensamientos —le dije.
Se sobresaltó.
—Valen más que eso, créeme —me respondió enigmática.
—No dudo que me harás pagar mucho más —le tendí la mano—. Ya está la comida, emperatriz… ven.
Se levantó y me dejó con la mano tendida.
Me insté a mí mismo a asumir que esa sería su actitud hacia mí, porque de lo contrario me pasaría los días enteros sintiendo que me clavaba una y otra puñalada en el corazón. No podía culparla, yo le había hecho más daño aún, solo estaba devolviéndomelo.
Era una escorpiana de pura cepa. «El veneno está en la cola», y yo se la había pisado… no se conformaría con un solo coletazo.
Nos sentamos en el desayunador uno frente al otro, e informalmente le serví los espaguetis en salsa boloñesa con champiñones que había preparado. Vi en la galería al matón que la seguía a sol y a sombra, así que serví otro plato más.
—¡Bruno, ven! —lo llamé.
El guardaespaldas se acercó, sonreí al ver a tremendo hombre recorrer con su ávida mirada el plato repleto de pasta y abundante queso rallado que le entregué, le pasé los cubiertos y el individual, me retribuyó murmurando un «gracias, señor» apenas audible. Hasta parecía tímido.
—Buen provecho, amigo —le dije.
Inclinó la cabeza y se fue a almorzar a la galería.
—Ya te lo ganaste —dijo Geraldine burlona.
—Dicen que a los hombres se los conquista por el estómago… ¿no lo sabías?
—Pues pierden el tiempo conmigo si es así —bufó.
—No necesitas conquistar a nadie, ya me tienes babeando a tus pies —me miró a los ojos—, yo cocinaré para ti, amor… me encanta hacerlo.
—Phil… contén tu labia, no te creo nada —y le dio una probada a la comida—. Mmmm, tengo admitirlo, está delicioso.
—Come despacio, emperatriz.
*****
—Creo que ahora deberías hacer una siesta —le sugerí cuando terminamos de almorzar.
—Jamás duermo de día —contestó frunciendo el ceño.
—Eso era antes… si esta noche vas a trasnochar, te recomiendo que…
—¿Acaso pedí tu opinión? —me interrumpió— No necesito un niñero, Phil. Ya tengo que soportar que dos matones invadan mi privacidad, ¿también tendré que aguantar que me des órdenes? ¿Quién te crees que eres?
—Bien, haz lo que quieras… —suspiré— ¿por qué "tienes" —enfaticé esa palabra con mis dedos— que soportar a los guardaespaldas ahora? ¿Acaso tuviste algún problema?
—No, pero fue la recomendación de una persona a quién aprecio mucho y que me está ayudando con los temas de la petrolera —me miró y se encogió de hombros, como diciendo: "Bien, se lo contaré"—. Se llama Archivald Hamilton, y es un señor muy amable, asesor de mi padre desde que yo era niña. Él cree que el hecho de haber heredado toda esa fortuna me hace un blanco fácil para cualquier atentado, un secuestro, por ejemplo.
—¿Y a quién se supone que los secuestradores exigirán el dinero?
—Es increíble… fue lo mismo que yo le pregunté. A la petrolera, obviamente. Yo no le he cedido el poder a nadie todavía, no les conviene que yo muera, no tengo herederos directos… aún —en ese momento sonrió pícara, ¡qué preciosa era!—, y mis bienes se congelarían hasta que una corte decidiera cuáles de mis parientes lejanos con quienes ni siquiera tengo trato, se quedaría con todo.
—Gracias por contármelo, emperatriz.
—¿Acaso no te afectaría a ti también? —me miró con los ojos entornados— Eres mi socio ahora… ¡por Dios! Vaya sorpresa —refunfuñó.
—Todo eso no tiene nada que ver con nosotros, amor… para mí solo eres Geraldine, la mujer… —me acerqué a ella— que me vuelve loco, que me hizo cruzar todo un continente porque no puedo vivir sin ella.
—Mentiroso de cuarta categoría… —gruñó— tú solo viniste porque crees que el renacuajo es tuyo. Pues entérate de una buena vez… ¡no lo es! ¿Qué mierda esperas obtener de todo esto?
—Es tu cumpleaños, emperatriz… mejor dejamos esta conversación para otro día, no quiero que te alteres.
Justo en ese momento nos interrumpió la organizadora solicitándole a Geraldine que decidiera sobre unos detalles de la decoración. Una cosa llevó a la otra, dejamos de conversar para dedicarnos a ayudar a la mujer, que tuvo un problema de personal y no creía poder terminar con los centros de mesa.
Nos sentamos en la galería con los arreglos de flores secas y empezamos a armarlos de acuerdo a las indicaciones de la organizadora, que se llamaba Sharon. Era un trabajo relajado, Geraldine demostró ser muy buena en manualidades, pero mi mano –al parecer muy grande para esos menesteres– se trababa a cada rato entre tanta cinta y moño, así que decidí ayudar a la muchacha a colgar los globos y las telas.
Más tarde fui a retirar la torta a una repostaría en Santa Mónica, cuando volví ya estaba anocheciendo. Dejé la caja sobre la mesada de la cocina –esta vez sin que nadie me impidiera el paso– y le pregunté a Geraldine si necesitaba algo más.
—No, muchas gracias por tu ayuda —me respondió.
—¿Vendrá mucha gente?
—Mmmm, no… unas 40 personas.
¿Y yo? Quise preguntarle, pero el idiota orgullo me lo impidió. Ni siquiera me miraba, estaba ubicando pequeños bombones dentro de unas coquetas cajitas.
¿De verdad no pensaba invitarme?
—Me voy a casa, amor… a bañarme.
—Ya deja de llam… —y bufó, probablemente al recordar lo que le había dicho antes— nadie te detiene, Phil —terminó diciendo.
Me acerqué y le di un beso en el cuello, no podía ver su rostro, pero noté que se tensó, le acaricié los brazos desde atrás.
—Vete ya —dijo altanera, moviendo sus brazos.
Suspiré fastidiado, iba a tomar rumbo hacia la playa cuando recordé que tenía mi vehículo estacionado enfrente de la casa. Di media vuelta y me fui sin decirle nada, a unos metros volteé la cara para mirarla y por un microsegundo vi que me estaba observando antes de volcarse de nuevo a sus quehaceres.

Continuará...

Píntame (Santuario de colores #2) Capi 04

miércoles, 7 de enero de 2015

Pensé en verificar que durmiera tranquila y volver a casa, al fin y al cabo, no me había invitado a quedarme.
Pero al igual que los primeros días en los que estuvimos juntos, cuando se quedó dormida empezó a moverse en la cama, a agitar sus pies, a quejarse en voz baja y gemir. ¿Cómo podía descansar realmente en esa forma? Me acerqué a ella y toqué su frente. Se calmó un poco, por lo menos se quedó quieta, pero siguió gimoteando.
Philddy. ¿Dónde mierda estaba el oso-almohada que yo le había regalado la primera semana de conocernos? Tenía mi camiseta, y mi olor… eso a ella siempre le tranquilizó, quizás funcionara.
Miré por todos lados. Nada.
Y era extraño, porque siempre lo tenía en su cama.
En ese momento se sobresaltó se incorporó en el somier, y respirando en forma irregular abrió los ojos, asustada, se llevó la mano al pecho y gimió.
—¿Estás bien? —le pregunté preocupado.
Miró el reloj de la mesita de luz y suspiró entrecortada. Solo había dormido poco más de una hora.
—¿Dónde está Philddy, emperatriz? —indagué.
—Ca-castigado —balbuceó. Y señaló hacia el vestidor.
Fui hasta allí y entré. Lo busqué con la mirada, hasta que lo vi en uno de los costados, donde había dejado antes de irme el esmoquin y la ropa que ella me había comprado. Todo estaba allí, como si se tratara de un altar hacia mi persona: el traje, las camisas, los pantalones, incluso los zapatos.
Y otra cosa.
Estaba el cuadro que yo le había regalado, volteado hacia la pared.
Castigado también, pensé sonriendo tristemente.
Tomé a Philddy y volví a la habitación. Ella estaba en el centro de la cama, tapada con los ojos cerrados y acurrucada como un ovillo, de costado. Levanté su brazo y puse al oso a su lado, lo abrazó y presionó su cara contra la camiseta.
—Ya casi no tiene olor —susurró.
Me saqué rápidamente el suéter que llevaba puesto, luego la camisa, hasta llegar a la camisilla. Tomé a Philddy y reemplacé la camiseta que llevaba puesta por la mía. Geraldine me miraba atentamente con los ojos entornados, volví a acomodar el oso entre sus brazos.
—¿Ahora está mejor? —pregunté sentándome en el borde de la cama.
—Mmmm —suspiró, lo abrazó y al rato estaba dormida de nuevo.
Volví al sofá y a la película que estaba viendo, de la cual no me había enterado casi nada porque todos mis pensamientos y mi atención estaban en ella. Me puse de nuevo la camisa sin abotonar, porque ya hacía fresco y miré la pantalla y los subtítulos que había activado para no tener que subir el volumen.
Al rato volvió a inquietarse.
¿Cómo mierda iba a descansar bien así? Con razón estaba con ojeras y se veía cansada… ¡si dormía mal y sobresaltándose a cada rato! Con el control remoto del televisor en mi mano, me acerqué de nuevo a mirarla y me senté en el borde del somier.
Imaginé lo que pasaría si me acostaba a su lado y dejaba que me abrazara a mí y no a Philddy. No me preocupé tanto de su reacción –lo máximo que podría hacer sería empujarme, tirarme al piso y mandarme al carajo–, sino de la mía, o mejor dicho de Don Perfecto, como ella lo llamaba. Seguro el muy caradura, cansado de la abstinencia de más de dos semanas despertaría de su letargo al sentirla y querría acción. De solo pensarlo ya sentí que se agitaba dentro de mis pantalones.
Sin duda alguna tenía mente propia.
Tranquilo, idiota… no vinimos aquí para satisfacer tus más bajos instintos, sino a ayudarla. Al parecer le importaba muy poco mi opinión, siguió creciendo. Geraldine me sacó de golpe de mi abstracción al patearme el muslo sin querer.
Algo tenía que hacer para que durmiera tranquila, y sabía cómo lograrlo. Bien, que sea lo que tenga que ser… apagué el televisor. Todo quedó a oscuras, dejé pasar unos segundos y me acosté muy suavemente a su lado de modo a no despertarla, dejando a Philddy entre nosotros.
Al instante su mano calentita se apoyó en mi frío pecho desnudo. ¡Oh, mierda, había olvidado abotonarme la camisa! La diferencia de temperatura seguro la despertaría. Estiré muy suavemente el edredón y me tapé para entrar en calor.
Debí haber estado cansado yo también, porque ya no recuerdo nada más.
Me quedé dormido.
*****
Desperté sintiendo un aliento caliente en mi cuello.
¡Oh, era la gloria! Las manos de mi emperatriz estaban tocándome, una apoyada en mi pecho y la otra rodeando mi cintura. Y su nariz traviesa me hacía cosquillas en la oreja. Con los ojos entornados volteé la cara y la miré.
Todavía estaba dormida, apaciblemente dormida.
Miré hacia la amplia puerta-ventana vidriada y vi que el sol de la mañana entraba por un hueco de la cortina cerrada. Sonreí y suspiré, contento de haber logrado que descansara toda la noche sin sobresaltarse ni una sola vez.
Y menos mal que Philddy estaba entre nosotros, estratégicamente ubicado en mi entrepierna, porque Don Perfecto estaba despierto y en su máximo tamaño de rebeldía, preparado para cualquier eventualidad. Nada raro, siempre estaba así en las mañanas.
La apreté más contra mi cuerpo y sentí sus firmes senos apoyados en mi pecho con solo el obstáculo del suave pijama de seda. Reprimí el deseo de abarcarlos completamente con mis manos, de sentir de nuevo sus pequeños pezones en mis dedos, de adorarlos con mi boca y con mi lengua. Suspiré otra vez, sintiendo que estaba a punto de explotar.
Cabras, rinocerontes, almejas… ¡babosas! Intenté pensar en cualquier cosa que no fuera su suave cuerpo apoyado en el mío.
¡Está tan delgada, Dios Santo!
Podía sentir los huesos de sus costillas en mis manos.
«Phil», susurró muy bajito. La miré. Seguía dormida. «Phil», volvió a decir y bajó la cabeza, apoyando su mejilla en mi pecho exactamente sobre mi corazón.
Estaba latiendo a ritmo desenfrenado. Cálmate, cálmate, le insté.
No quería que despertara, deseaba que durmiera toda la mañana si era posible. Pero no tuve tanta suerte, sentí por el roce sobre los vellos de mi pecho que sus pestañas se abrieron y se cerraron varias veces, oí un suspiro y noté la tensión de su cuerpo al darse cuenta de dónde estaba y con quién.
Levantó la cabeza lentamente y me miró.
—Buen día, emperatriz… feliz cumpleaños —susurré.
—Mmmm, gr-gracias —titubeó.
No parecía enojada, ni siquiera molesta. Se incorporó un poco más y miró el reloj que estaba detrás de mí sobre la mesita de luz.
—¡Las 8:12! —dijo estupefacta— ¿Dormí diez horas?
—En realidad… ocho —respondí sonriendo—. Las dos primeras no creo que hayas descansado mucho, parecías una karateca combatiendo en posición horizontal.
—¡Da igual! ¿Sabes hace cuánto que no duermo más de dos horas seguidas? ¡¡¡¿Lo sabes?!!! —se separó de mí y se desperezó en la cama— ¡¡¡Esto es… genial!!! —gritó contenta.
Tenía una ligera idea… exactamente los días que no estuvimos juntos, pero no se lo dije, sería muy presuntuoso de mi parte.
—¿Te sientes mejor, amor? —pregunté con dulzura.
—Me siento de maravillas —suspiró contenta y abrazando a Philddy volvió a taparse, mirándome por el rabillo del ojo.
La verdad, se veía mucho mejor, sus ojeras habían desaparecido.
—No quiero que te muevas hasta haber comido por lo menos un par de galletitas de agua… te las traeré —me levanté—. Eso asentará tu estómago… ¿me prometes no levantarte?
Asintió con la cabeza.
Me metí al baño y comprobé asombrado que el cepillo de dientes y las toallitas bordadas con la inscripción "Él" y "Ella" todavía estaban allí. Habían pasado dos semanas y seguía conservándolas… ¡eso debía significar algo!
Hice mis necesidades, me lavé los dientes y haciéndole un guiño al salir bajé a buscar las galletitas, descalzo, en pantalón y con la camisa desabrochada, exactamente como me había levantado de la cama. Estaba tan acostumbrado a bajar incluso solo en bóxers, que ni siquiera recordé que ahora había otra persona en la casa.
Vi a Enzo en la galería leyendo el periódico, él me miró e hizo una inclinación con la cabeza, como saludo. Se la devolví. Tomé un paquete de la cocina y subí la escalera de dos en dos para llevársela.
Se la entregué, ella estaba acostada todavía con la televisión encendida viendo las noticias de la mañana.
—Come un par… despacio —le dije. Ella asintió—. Voy a preparar el desayuno. No te levantes.
—No lo haré. Gracias —susurró.
Bajé las escaleras frunciendo el ceño, estaba muy sumisa… ¿qué se traía entre manos? Todavía no había escuchado ningún insulto esa mañana… rarísimo. Me encogí de hombros y me metí en la cocina a preparar el desayuno. El aroma del café recién hecho debió llamar la atención del guardaespaldas.
—Buen día, señor —dijo entrando y sentándose en una butaca frente al desayunador. Apoyó el periódico encima.
—Buen día —le pasé la mano—. Soy Philippe Logiudice, creo que no nos presentaron adecuadamente.
—Enzo Lugano —me devolvió el apretón con firmeza—. Yo, eh… quería disculparme por lo que pasó ayer… no sabía quién era usted y…
—No te preocupes, Enzo —negué con la cabeza, sonriendo—. Estabas haciendo tu trabajo. Por cierto… ¡buen golpe! Debes enseñarme esa técnica.
Eso relajó el ambiente. Los dos reímos.
—¿Ya desayunaste? —le puse una taza de café frente a él.
—No, señor… gracias —dijo aceptándola. Le dio un sorbo—. Mmmm, este café está delicioso.
—Mi especialidad. Aquí tienes gofres, miel —se los puse enfrente—, tostadas y queso. Espero que sea suficiente.
—¡Un lujo! Normalmente solo tomo café, la señora… eh… —se quedó callado.
—Lo sé, la señora no entra a la cocina —y reí—. ¿Hace cuánto que la están vigilando?
—Una semana, señor —contestó.
—Llámame Phil, por favor… eso de "señor" me hace sentir viejo —empecé a preparar la bandeja—. Y dime… ¿por qué exactamente tienen que hacerlo? ¿Fue amenazada o algo similar?
—No estoy autorizado a hablar de eso —respondió.
Asentí.
—¿Ya sabes quién soy, no? —le pregunté.
—Lo investigué anoche. Vi decenas de fotos de ustedes dos juntos en internet, pero en ninguna decía su nombre. Esperaba que la señora nos aclarase la situación, pero entiendo que es… ¿su novio?
—Si lo quieres etiquetar de alguna forma… bien —me encogí de hombros—. No necesitas investigar, puedo responder a todas tus preguntas para que te quedes tranquilo. Pero luego… —levanté la bandeja— la emperatriz debe desayunar ahora —bromeé—. A pesar de nuestro inicio… encantado de conocerte, Enzo… y me alegro que alguien la cuide cuando yo no estoy con ella.
—Gracias por el desayuno, Phil.
—Me llevo el periódico —anuncié—. Me verás mucho aquí… más vale que te acostumbres. Avísale a tu compañero.
—Sí, señ… digo, Phil.
Subí las escaleras sonriendo, complacido de haber dejado clara mi posición en la casa, esperaba que Geraldine no me desautorizara.
Fruncí el ceño cuando entré y no la vi. Dejé la bandejita con patas en la cama apenas escuché los ruidos en el baño. ¡Oh, mierda! Estaba vomitando. Corrí hasta ahí y la vi sentada en el piso frente al inodoro. Despejé su cara levantándole el cabello y esperé que se sintiera mejor, dándole suaves masajes en la espalda mientras descargaba el contenido de su estómago.
Las arcadas volvían una y otra vez, pero ya no tenía nada que vomitar. Era desesperante escucharla esforzarse por descargar algo que no existía. Me imaginaba el dolor que sentiría, su garganta inflamada, su estómago revuelto. Quería matarme por hacerle eso, al fin y al cabo era culpa mía.
—Tranquila, emperatriz… tranquila —susurré.
Gimió y apoyó su espalda en mi pecho y su cabeza en mi hombro.
Besé su pelo y pasé mi mano por su frente. La ayudé a levantarse, la sostuve a mi costado mientras mojaba una toallita y se la pasaba por la cara y los labios. Le di un poco de agua y le pedí que la escupiera. Lo hizo.
Sentí que sus piernas apenas la sostenían, así que la levanté en brazos y la llevé hasta la cama. Me senté en el somier con ella en mi regazo como si fuera un bebé, iba a seguir refrescando su rostro con la toallita cuando escondió su cabeza en mi cuello y me abrazó, acurrucándose encima de mí.
Escuché que sollozaba.
Abrí los ojos como platos… ¿acaso estaba llorando?
Intenté mirarla, pero no me lo permitió, me abrazó más fuerte y siguió gimoteando, tratando de ocultarse de mí. Algo imposible, porque sentía los espasmos de su pecho en el mío.
—¿Es-estás llorando, amor? —pregunté asombrado.
—Al parecer… ¡es mi condición natural ahora! —dijo y siguió sollozando.
Estaba estupefacto, porque ella me había contado que desde la muerte de su madre nunca más había llorado, y que Audrey, su terapeuta, le había dicho que probablemente volviera a hacerlo el día que sintiera tanto o más dolor que esa vez.
Indagaría sobre eso después… no era el momento.
—P-Phil… —susurró entrecortada.
—¿Qué te pasa? Dímelo.
—Voy… voy a ser… —sollozó más fuerte— ¡voy a ser una pésima madre! —y empezó a llorar desconsolada.
—¿Por qué dices eso? —y traté de que me mirara. No me lo permitió.
—¿No te das cuenta? —dijo entre lágrimas— ¡Ni siquiera puedo alimentar al renacuajo! ¿Cómo va a crecer si no retengo nada en el estómago?
No pude evitarlo… me reí.
—¡¿Te estás riendo de mí?! —preguntó enojada. Recién ahí levantó la cabeza. Me miró con el ceño fruncido, la nariz roja y los ojos llenos de lágrimas.
Estaba preciosa.
—El renacuajo está bien —le besé la frente, luego las mejillas sobre sus saladas lágrimas—. ¿Tomas tus vitaminas, no? —asintió sorbiendo la nariz. Me hizo acordar de Paloma, le limpié con la toallita—. ¿Y retuviste lo que cenaste anoche hasta ahora, no? —volvió a asentir—. ¿Ves? Ya le pasaste todos los nutrientes que necesita… y tú, amor… estarás bien también, porque en un par de semanas más se acabarán las náuseas y los vómitos como por arte de magia, te lo prometo. Estás de 13 semanas ahora, y en muy pocos casos dura más de 15 o 16, así que tranquila… se acabarán muy pronto. ¿Acaso no pasaste por lo mismo en tu embarazo anterior?
—N-no —dijo titubeando, ya más tranquila—, si vomité un par de veces o tres, fue mucho… esta vez es totalmente distinto —se quedó pensativa—, el renacuajo debe ser varón.
—Va a ser igualito a mí… —dije orgulloso.
—¡Maldito cerdo petulante! —me regañó soltándose de mi agarre y subiendo a la cama— ¡No es tuyo! ¿En qué idioma tengo que decírtelo?
—Mmmm, cierto… —y sonreí— no es mío. ¿Te sientes mejor? —Asintió con la cabeza—. Bien, come emperatriz.
Sus ojos se dispararon hacia la caja que estaba apoyada en el sofá.
—¿Quieres ver tu regalo antes? —pregunté.
—S-sí —susurró.
Me levanté y se lo di, diciendo:
—Feliz cumpleaños, amor.
—Mmmm, gracias. Soy dos años mayor que tú ahora —dijo abriendo la caja—. Y a los mayores hay que respetarlos y obedecerlos… ¿no? Más vale que lo hagas —refunfuñó.
—Haré lo que quiera, anciana… —dije riendo— soy su esclavo.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó sacando de la caja el porta-tereré delicadamente ornamentado. Levantó la guampa— ¡Qué delicia de trabajo de orfebrería! —expresó y tomó la bombilla de plata en su otra mano—, es… perfecto… y tiene mi nombre grabado —volvió a ponerlo en su lugar, sus ojos estaban vidriosos de nuevo. Levantó el termo y lo observó, suspiró—. No es igual al tuyo.
—No, emperatriz… el mío es de cuero normal y corriente, este es especial. Es un trabajo artesanal hecho por la familia de un artista paraguayo ya fallecido, el trabajo de relieve que ves es un símil del encaje ñandutí, otra de las artesanías de mi país. Todo lo que hacen es maravilloso y único, a pedido… lo hice hacer para ti.
—Gra-gracias. Es… precioso. No es posible que quieras que use esto, Phil… es un adorno exquisito, no es igual a lo que tú utilizas diariamente.
—Se puede usar, emperatriz, no es un adorno… pero lo estrenaremos juntos —la miré y le levanté la barbilla— el día que me perdones, como dice la nota.
¡Oh, oh! Su rostro cambió totalmente de expresión.
—Entonces… ¡quedarán sin uso! —dijo categórica—. Porque nunca… ¡jamás te perdonaré, Phil!
Me miró desafiante, rechinando los dientes. Cruzó las piernas, los brazos y se acuarteló contra el respaldo de su cama. Sonreí con tristeza en el mismo momento en el que un brillo en sus piernas llamó mi atención. Levanté el borde de su pijama.
La tobillera de oro con las dos rosas y los dos pimpollos, que simbolizaban dos meses y dos semanas, el final de nuestro tiempo juntos… estaban allí.
Tampoco se los había sacado.
Con tantos mensajes subliminales… ¿cómo podía no dudar de lo que me afirmaba con tanto empeño?
Pateó mi mano y ocultó sus piernas debajo del edredón.
No dije nada al respecto…
—Desayuna, emperatriz.

Continuará...

Píntame (Santuario de colores #2) Capi 03

sábado, 3 de enero de 2015

Escuchaba voces alrededor mío, pero no podía abrir los ojos.
«Despierta, Phil»
«Solo está inconsciente, señora… es un desmayo»
«Trae agua y un trapo limpio, Bruno… por favor. Y el botiquín de primeros auxilios que está en la cocina»
«Sí, señora»
«¡¿Qué mierda le hiciste, Enzo?!»
«Señora, estoy aquí para protegerla y él estaba…»
«¡No estaba haciendo nada malo! Lo conozco, es mi vecino»
«Pero yo no lo sabía… solo le di un golpe en la arteria carótida para dejarlo inconsciente un momento, enseguida volverá en sí, señora… lo siento»
«¿Y qué es toda esta sangre, entonces?»
«Creo que se golpeó la cabeza contra la parrilla al caer al piso»
Abrí ligeramente los ojos y volví a cerrarlos.
—¡Oh, Dios mío! Phil… —sentí que me tocaba la cara— despierta, por favor.
—Ge… Ge… Ge-ral —balbuceé.
—Abre los ojos, sudamericano idiota —me regañó.
—¿Q-qué p-pasó? —pregunté aturdido, entornándolos.
—Recibiste la justa recompensa por andar fisgoneando donde nadie te ha invitado —dijo aparentemente enojada, pero sus manos en mi cara y las caricias de sus dedos en mi cabello me daban un mensaje completamente diferente— ¿Estás bien? —preguntó preocupada.
Intenté incorporarme, pero todo me dio vuelta y caí de nuevo en la cama.
¿En la cama?
Miré alrededor y vi que estaba acostado en el somier de la habitación de huéspedes de la planta baja, y Geraldine estaba sentada a mi lado.
—Gracias, Bruno —dijo ella tomando la toallita que le tendía uno de los hombres—. Deja el resto sobre la mesita de luz y déjennos solos.
—Señora… —se quejó el otro.
—¡Es inofensivo, por Dios! Lo conozco… váyanse de aquí, hagan su trabajo —les ordenó—, no los necesito.
Ambos hombres se miraron, asintieron y se retiraron en silencio.
—¿Quiénes son? —pregunté cuando salieron de la habitación.
—Enzo y Bruno, mis guardaespaldas… a esta hora revisan todo y hacen cambio de guard… —se calló y me miró con el ceño fruncido, pasándome la toalla mojada por la frente— ¿Por qué mierda tengo que darte explicaciones? Cállate, te limpiaré esta sangre, te pondré una venda adhesiva y te largarás de aquí inmediatamente… para siempre.
—¿Por qué necesitas guardaespaldas?
No recibí respuesta.
—Emperatriz… ¿estás en peligro?
Siguió con la limpieza de mi frente, sin decir nada. Muy seria.
—Amor, respóndeme…
Suspiró fuerte y bufó después.
—No me llames así, bastardo mentiroso y embustero —dijo entre dientes, y empezó a rechinarlos entre sí, como siempre hacía cuando se ponía nerviosa.
—No te alteres, Geraldine… —y apoyé mi mano sobre la suya que estaba al costado de mi cuello— lo último que quiero hacer es ponerte nerviosa.
Me incorporé un poco y apoyé la espalda en la cabecera de la cama sin soltar su mano, aunque ella la estiró en ese momento y se zafó.
—Entonces… ¿por qué volviste? Tu sola presencia me altera.
—Porque me necesitas, emperatriz —susurré.
Se levantó de un salto y caminó unos pasos frente a mí.
¡Oh, Dios mío! La observé atentamente por primera vez desde que volví a verla… ¡que delgada estaba!
—¡Qué caradurez la tuya! Maldito hipócrita…
No me importaban en absoluto sus insultos, sabía que habrían muchos, y los esperaba. Me dediqué a mirarla a fondo. Sus ojos estaban hundidos y tenía profundas sombras oscuras debajo de ellos, que intentaba tapar con maquillaje.
—¿Quién mierda te crees que eres para presentarte aquí y declarar que yo te necesito? —siguió con su perorata.
Su ropa le quedaba holgada… ¿cuántos putos kilos había bajado? Por lo menos tres o cuatro, y eso era muchísimo para un cuerpo de por sí delgado como el suyo.
¡Oh, mierda! ¿Qué le había hecho?
—¡Me mentiste, hijo de puta desgraciado! ¿Y ahora te presentas ante mí con esos aires de grandeza y declaras… ¡que te necesito!?
Se veía cansada, a pesar de que intentaba disimularlo. Hasta su cabello había perdido su resplandor habitual. Toda ella estaba opaca y sin brillo.
—¡¡¡Tú debes estar loco!!!
Me levanté de la cama rápidamente y a pesar del mareo la volteé hacia mí y la arrinconé contra el tocador.
—¡Sí, emperatriz… estoy loco… loco por ti! —intentó zafarse, no se lo permití, la presioné contra el mueble con mi cuerpo y le sujeté las manos con las mías— Y más vale que entiendas una cosa de ahora en más: vine para cuidarte, y no me iré de tu lado, me perdones o no. Cuanto antes lo entiendas, antes podremos continuar con nuestras vidas… —la miré a los ojos, fijamente, ella me devolvió la mirada desafiante—. Puedes gritarme, puedes quejarte, insultarme, incluso abofetearme… me lo merezco. Sí, soy una mierda. Sí… soy un mentiroso, embustero, bastardo desgraciado y todo lo que quieras llamarme, que me lo digas no me hará huir dejándote sola.
—¿Por qué? —preguntó en un susurro.
—Porque quiero... —le contesté soltándola de mi agarre, tomándole de la cara y besándole la frente— porque puedo y porque me da la gana.
—Todavía es-estás sangrando —murmuró bajito con los ojos entornados, como si se hubiera quedado sin fuerzas.
—Soy todo tuyo —le dije sentándome en la cama, como para que me curara.
Se acercó en silencio y se ubicó entre mis piernas. Siguió con su labor de enfermera sin decir una sola palabra. ¡Mierda! Ojalá supiera lo que estaba pensando.
Sus pechos estaban a la altura de mis ojos, y a pesar de su extrema delgadez, se veían más plenos debajo de la camisa. Sin pensar en lo que hacía, llevé una mano a su panza antes completamente plana. Me percaté que estaba muy dura y también noté una ligera curva que hacía un mes no existía.
—No me toques —murmuró entre dientes.
Alejé mis manos suspirando.
Por ahora era preferible que le hiciera caso.
—¿Cómo estás, amor? —pregunté con ternura.
—Deja tus apelativos cariñosos de lado, farsante —dijo terminando de curar mi herida. Dio unos pasos hacia atrás.
—¿Cómo estás, amor? —insistí.
Puso los ojos en blanco y suspiró. No me respondió.
—Te veo desmejorada, muy delgada, cansada y con ojeras… ¿todavía tienes malestares estomacales? ¿No puedes dormir bien?
Siguió en silencio, con los puños apretados, noté un ligero temblor en sus labios.
—El que calla, otorga —me respondí a mí mismo.
—¿Qué puede importarte a ti? —preguntó al final.
—Todo lo que se refiera a ti… —suspiré— y a nuestro hijo, me importa.
Abrió los ojos como dos huevos fritos.
—¿Es por eso que volviste? —indagó asombrada— ¿Crees que…? ¡¡¡No es tu hijo!!! —aseguró gritando, enojada y bufando.
¿Qué me importaba que ella lo negara? Yo sabía que era mío.
—Bien, entonces… todo lo que se refiera a ti y a ese bebé que llevas en tu vientre… me importa.
Caminó apresurada hacia la puerta, la abrió y salió.
La seguí.
—Voy a llamar a Enzo —dijo mirando alrededor de la sala—, y haré que te eche de aquí a patadas… ¿dónde mierda está?
Lo vi parado en la galería, observándonos atentamente.
Me molestaba su presencia, era algo que no había previsto. No estaba acostumbrado a que mis movimientos fueran analizados paso a paso, pero si Geraldine los había contratado era por algo, tendría que aguantarlo.
—Hazlo… le diré mi verdad. Que estás embarazada, que soy el padre de tu hijo y que vine a cuidarte… —estaba seguro que ella no se lo había contado a nadie, tenía un as en mi manga—. ¿Te gustaría?
—¿Además de mentiroso ahora eres chantajista? —preguntó con el ceño fruncido— ¡No es tu hijo! —insistió.
—¿Ya cenaste, emperatriz? —le pregunté cambiando de tema.
—¡¡¡¿Cenar?!!! ¿Quieres que cene? —interrogó asombrada levantando las manos— Tengo un puto nudo en el estómago debido a tu presencia, estoy a punto de vomitar lo poco que pude comer hoy y tu… ¡¿quieres que cene?!
—Emperatriz… —me acerqué— amor… —la tomé de las manos—, vas a tener que tomar una decisión importante —intentó soltarse, no se lo permití, de hecho parecía tan derrotada y sin fuerzas que me dio lástima—. No voy a pedirte que vuelvas conmigo, ni siquiera que me perdones… pero por tu salud mental y la paz durante tu embarazo, deberás aprender a soportarme sin alterarte —la estiré hacia mí—, porque permaneceré a tu lado quieras o no, te cuidaré —la abracé, se quedó quieta, su pecho subía y bajaba como si le costase respirar—, a ti y a ese bebé que llevas en tu vientre.
—No… es… tuyo… —susurró con la cabeza apoyada en mi pecho.
—Bien, no es mío… no me importa —le acaricié la espalda y el cabello.
—Es-estás lo-loco, Phil —dijo muy bajito.
—Probablemente —aprovechando su aparente rendición, la abracé muy fuerte, acurrucándola contra mi pecho. Sentí que subía su cara y la escondía en mi cuello. Sonreí, me estaba oliendo. Era una muy buena señal. ¡Oh, Dios santo! Estaba en los huesos… lo notaba al abrazarla—. Tienes que comer algo, emperatriz.
—No puedo, no retengo nada… —susurró en mi oído— me da miedo, cada vez que vomito siento que voy a desmayarme.
—Ahora me tienes a mí para sostenerte —la llevé abrazada hasta el sofá y la senté allí—. Quédate aquí, te prepararé algo.
Vi que Consuelo le había dejado una sopa de pollo. ¡Bendición! Era justamente lo que necesitaba, la calenté en el microondas y volví junto a ella.
—Yo puedo sola —dijo sacándome la bandeja de las manos y ubicándola sobre su regazo—, no estoy lisiada.
En ese momento sonó mi celular. Vi que era Ximena, salí a la galería a atenderla. Miré al guardaespaldas frunciendo el ceño, él me devolvió la mirada muy serio, me alejé más.
—No pude llamarte antes, estuve recontra liada en el hospital… ¿cómo va todo, ya la viste? —me preguntó luego de los saludos pertinentes.
—Xime, no puedo hablar mucho ahora, eh… estoy con ella —oí un gemido del otro lado de la línea—. La dejé cenando y salí a la galería, pero estoy desesperado… está demasiado delgada, cansada, con ojeras, muy desmejorada… ¿qué puedo hacer? ¿Cómo hago para que retenga algo en su estómago? ¿Puede tomar alguna pastilla?
—Phil, yo no recomiendo ningún medicamento durante el embarazo. Solo asegúrate de que esté tomando las vitaminas, minerales y hierro que le recomendé, evita que coma demasiado; en lugar de eso que tome un refrigerio cada dos horas durante el día y que ingiera mucho líquido. Que consuma alimentos con alto contenido en proteínas y carbohidratos complejos como la mantequilla de cacahuate con rebanadas de manzana o apio, nueces, galletas, queso, leche, requesón y yogur. Evita los alimentos con alto contenido de grasa y de sal, pero bajos en nutrientes. Verás que pronto pasará, amigo… las náuseas y vómitos del embarazo son muy comunes, comienzan por lo general durante el primer mes de embarazo y continúan a lo largo de 14 a 16 semanas, pero no afectan al bebé.
—Bien, eso haré —dije suspirando.
—Me alegro de que la estés cuidando, Phil.
—Y yo me alegro de haber venido, Xime.
Me despedí de ella y volví junto a Geraldine. Estaba terminando de tomar la sopa, retiré la bandeja y la llevé a la mesada de la cocina.
—Bueno, eh… gracias —dijo levantándose del sofá—. Estoy muy cansada, ya puedes irte, creo que conoces la salida —y se encaminó hacia las escaleras.
—¿Te gustó mi regalo? —le pregunté.
—En realidad… no lo vi —dijo dudando entre subir o quedarse.
Me acerqué con la caja en la mano y la empujé suavemente instándola a ascender los peldaños.
—¿No pensarás subir conmigo, no?
—Solo quiero estar seguro que no vomitas de nuevo y tener un momento de intimidad para que hablemos —dije mirando hacia la galería, el guardaespaldas seguía observando— ¿Es que nunca te deja sola?
—Le pago para que no lo haga —subió un poco.
—¿Dónde duerme? —seguimos avanzando.
—En la habitación de huéspedes, a la par que yo —volví a empujarla.
La notaba renuente, como deseando que subiera, pero negándose a admitirlo por alguna extraña razón que probablemente ni siquiera ella entendía.
—¿Enzo y Bruno, no? —seguí hablándole para distraerla. Asintió— ¿vas a presentármelos formalmente mañana?
—¿Para qué? ¿Acaso piensas quedarte aquí?
—¿En qué idioma crees que estuve hablando, Geraldine? ¿En mandarín? —sonreí porque ya llegamos frente a la puerta de su habitación. La abrí y le hice una seña con mi mano para que entrase— Te dije claramente que vine para quedarme y cuidarte, y eso es exactamente lo que voy a hacer.
—¡No puedes quedarte en mi casa, yo no te he invitado! —puso las manos en su cintura— ¿Qué es lo que te pasa, Phil? ¿Además de mentiroso ahora eres un allanador de moradas?
Ni yo era tan caradura como para negar esa afirmación.
—Me iré cuando vea que te quedas plácidamente dormida —la empujé hacia el baño—, te lo prometo, amor… cámbiate.
—¿Y si no quiero? —preguntó altanera.
—Entonces te cambiaré yo —le dije de lo más campante.
Tomó una prenda de la cómoda y entró al baño refunfuñando:
—Asno… mandón… desgraciado… —y no sé cuántos apelativos más que ya no pude entender porque azotó la puerta en mis narices.
Suspiré, encendí la televisión y me senté en el sofá a esperarla.
Por todo lo que había pasado, supuse que iba a ser una lucha campal constante entre su temperamento independiente y mis ganas de que hiciera lo que yo quisiera. Pero también vislumbraba un ligero titubeo en su proceder, como si en el fondo de su alma deseara con ansias tirarse a mis brazos y dejar que yo la cuidara.
Siempre le gustó que lo hiciera, me di cuenta a los pocos días de conocerla que adoraba que me ocupara de ella y a mí me encantaba protegerla, mimarla, así que solo tenía que conseguir que aceptara de nuevo mi atención, aún sin tener ninguna relación amorosa. Eso estaba en segundo plano para mí en ese momento, tendría que recuperar su confianza y su amistad primero… luego pensaría en dar otros pasos.
Lo que había logrado en solo unas horas era fabuloso. ¡Ya estaba en su casa y en su habitación de nuevo! ¿Qué más quería? Muchas cosas, pero todo a su ritmo.
Casi me quedé dormido en el sofá esperándola.
Miré el reloj y vi que hacía casi una hora estaba metida en el baño.
Me acerqué a la puerta y traté de escuchar algo. Oí el sonido del secador de pelo, igual le pregunté:
—Geraldine… ¿estás bien? —dando tres toquecitos.
¡A la mierda con las convenciones humanas! Si se hubiera encerrado en el baño durante una hora hacía un mes, hubiera entrado sin anunciarme. Estuve a punto de hacerlo, pero me contuve.
En ese momento se abrió la puerta.
Pasó a mi lado sin siquiera mirarme y fue directa hacia la cama.
Me quedé mudo al ver su atuendo, ella siempre se ponía camisones de seda y encaje, camisolines sensuales o culottes con camisillas haciendo juego para dormir. Sin embargo ahora estaba cubierta de pies a cabezas por un pijama de seda con dibujitos de Piolín, el pequeño canario amarillo de cabeza enorme y patas desproporcionadamente grandes, creado para la serie de dibujos animados Looney Tunes.
Me la imaginé con un enorme martillo detrás de ella, diciendo: «Me pareció ver un lindo gatito» y asestándomelo en la cabeza, como el pequeño, inocente y a la vez tramposo canario hacía con el gato Silvestre cuando intentaba atraparlo para devorarlo. Sonreí ante la idea.
—¿De qué te ríes? —preguntó frunciendo el ceño.
—Nada, amor… —me acerqué y me senté en la cama al lado de ella, que ya estaba debajo del edredón— nunca te había visto con ese pijama.
—¿Quieres dejar de llamarme así?
—Te cansarás de repetirlo, así que mejor olvídalo… —la arropé mejor en la cama—. ¿Tomaste tus vitaminas? —Asintió con la cabeza—. Bien, ¿tienes sueño?
—A todas horas y en cualquier lugar —aceptó poniendo los ojos en blanco.
—Nuestro niño está haciéndote ver las estrellas… ¿eh?
—¡No es «nuestro»! ¡El renacuajo es «mío»!
—¿E-el re-renacuajo? —pregunté titubeando, asombrado. Y reí a carcajadas por el mote que le había puesto.
—¡¡¡Sí, el renacuajo!!! Es mío… ¿entendiste? —me dijo muy molesta acariciándose su pancita.
—Mmmm, sí… cierto —al final suspiré hastiado, pero suponía que en algún momento aceptaría mi paternidad, no estaba apurado—. Todos tus malestares desaparecerán como por arte de magia cuando tengas al… eh… renacuajo en tus brazos, emperatriz. Te lo prometo, olvidarás todo y querrás volver a pasar por lo mismo solo por tener a otro igual… tan bello y llorón, de nuevo.
—Claro, tú lo sabes porque eres padre… ¿no? Tuviste una esposa que pasó por esto —y bufó enojada deslizándose en la cama—. Y yo no tenía idea… ¡fíjate tú! El señor sabía hasta el color de mis bragas y yo no me había enterado de algo tan esencial en su vida.
—Lo siento, amor —acepté bajando la cabeza, avergonzado—. Pero puedo compensártelo todo lo que quieras. Tú preguntas, yo respondo…
—¿Y cómo sabré si es cierto? Eres un experto mentiroso…
Me quedé callado.
Por supuesto, ya no se fiaba de mí, me lo merecía.
—Tendrás que aprender a confiar en mí de nuevo, emperatriz —la miré fijamente a los ojos—, te juro por mi hija Paloma que nunca… nunca más volveré a mentirte —suspiré—. Sé que no tengo justificación alguna, pero todo empezó con una pequeña omisión, no te dije quién era en realidad. Cuando me di cuenta de cómo iba avanzando nuestra relación ya fue tarde… no quería arruinar lo que teníamos, deseaba dejarte con un hermoso recuerdo de nuestro tiempo juntos, sin manchas. Pero… no resultó como esperaba.
—Des-gra-cia-do —susurró bajito, se acomodó debajo del edredón, se tapó hasta el cuello y me dio la espalda.
Apagué la luz y fui a sentarme de nuevo en el sofá. Era temprano, apenas las diez de la noche, bajé el volumen del televisor y miré la vidriera y el cielo estrellado, suspirando.
Iba a ser difícil… muy difícil.

Continuará...

CLTTR

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