Premio "Corazón de Cristal"

domingo, 11 de agosto de 2013

Otorgado por Grace Lloper, NO con el fin de promocionar los libros de las escritoras, sino para conmemorar al ser humano que se encuentra detrás de sus escritos. Las elegí porque son mujeres trabajadoras, fuertes, apasionadas, generosas, amables y totalmente desinteresadas.


Mi pequeño homenaje para ellas:

Amigas, no tienen que hacer nada con este premio, pero si lo desean y sienten que alguien lo merece, pueden elegir a las escritoras que creen que cumplen con estos requisitos y regalárselo también.
Las quiero, chicas, gracias por formar parte de mi mundo

Ámame, pero no indagues... (Mujeres Independientes 03)

sábado, 10 de agosto de 2013

Una Mujer multifacética…
Lisette Careaga es una mujer que se lleva todo por delante, de lengua aguda y filosa, dice siempre lo que piensa y no se calla nada… lo que a veces suele traerle conflictos. Y cuando su punzante lengua llama la atención de alguien para nada recomendable en su vida, comienzan sus problemas.
Un hombre poderoso…
Honorio Caffarena es el candidato a Presidente de la República por el partido más antiguo y conservador del país. Aburrido y harto de todo estando en una reunión de su movimiento escucha a esta espléndida mujer rebatir con audacia, ingenio y argumentos sólidos a un versado político tradicional. Quedó totalmente cautivado por la enigmática dama y decidió conocerla.
Un misterio…
Los enigmas eran el pan de cada día para Lisette, según sus propias palabras: tenía no solo un pasado, sino un presente que la condenaba y la hacía totalmente inadecuada para un político de la envergadura de Honorio, el más firme de los candidatos a acceder al cargo más importante del país.
Pero… ¿Lo logrará?
Y… ¿Cuál es ese secreto tan celosamente guardado?
Tendrán que descubrirlo…

Reseña realizada por Bea Sylva, Editora.

¿Qué es lo que nos hace leer una novela romántica?
A veces lo pienso y lo pregunto a quiénes leen. Las respuestas son varias, pero todas las voces coinciden en que es muy grato compartir una historia dónde sabes que el amor, real y verdadero existe. No nos enamoramos de esas historias tan parecidas a la vida real que terminan en desengaños, o dolor, por el contrario generalmente el desengaño y el dolor en una novela romántica terminan en amor. El fin último de todo: el amor.
¿Qué te hace leer una novela de Grace Lloper?
La seguridad que lo que va a contarnos se acerca tanto a la realidad que sientes que aún en esta realidad palpable en la que transcurrimos, entre trabajo, (y en algunos casos más trabajo), familia, amistades, música, libros y todos los etcéteras que tengas en mente, donde ese desengaño y dolor son moneda corriente puede tener a la vuelta de la esquina un final feliz, o quizás sea mejor decir una esperanza un inicio de que la vida a veces puede sorprendernos.
En Ámame… pero no indagues, Lisette Careaga, es como tú o como yo. Una mujer con una vida a cuestas, no siempre feliz, pero que tampoco ha dejado que ella la venza. Alguien que acepta que la vida tiene sus giros y sus vueltas y sus lados lindos y buenos, y feos y malos, pero que sin embargo mantiene su mente abierta… porque en el fondo, y no tan el fondo todas esperamos ese príncipe azul, que a veces se demora en llegar.
La vida de Lisette es simple, ella trabaja, tiene hijos, un nieto que es su perdición, amigas fieles y una prima a quién adora, en una palabra: una familia de la que ocuparse. Sin embargo la presencia de Honorio Caffarena sacude esa base de una manera tan intensa que termina descubriendo que hay más en ella para dar de lo que pensaba. 
¿Cuántas veces, mujeres, hemos pensado que para mantener una pareja hay que ser esposa, madre, amante, apoyo total y condicional para que nuestro "hombre" sea el hombre de nuestros sueños? ¿Cuántas veces hemos descubierto que tanto trabajo es inútil, porque el sapo por más besos que reciba sigue siendo sapo?
Lisette ha tirado la toalla sin saber que Honorio la ha recogido. Ahora tiene problemas: un secreto muy guardado que puede hacer pedazos lo su hombre con tanto trabajo está construyendo ¿Qué haces? ¿Sigues a su lado o te alejas?
Lisette parece tener las cosas claras porque el amor guía sus pasos. Lo que no supo recordar es que en el amor siempre hay dos tomando decisiones. Honorio tiene sus planes y en ellos está esta independiente mujer a la que quiere atar con todas sus fuerzas.
Ámame… pero no indagues es una novela intensamente erótica, pero también intensamente real. 
¿Qué esperas para leerla?

Ámame, pero no indagues... (Capítulo 06)

Debut entre amigos

«A medianoche, el suave "clic" de una puerta al llavearse se sintió en la habitación, aunque ella no lo escuchó. Él se acercó a su cama y la vio gracias a la luz de la luna que se filtraba por las ventanas abiertas. Una suave brisa acariciaba la piel de ella, que dormía profundamente.
Estaba de costado y uno de los breteles del suave camisón de satén había dejado al descubierto su hombro redondeado y se podía ver el nacimiento de sus senos. La sábana se había deslizado y una de sus piernas quedó al descubierto. Era larga y curvilínea, perfecta.
Su miembro se tensó. Aunque no pudiera despertarla, tendría el placer de abrazarla y dormir con ella esa noche, la tendría en sus brazos. Era un hombre alto y elegante, esbelto pero fibroso, se sacó la bata, y desnudo, se deslizó detrás y la abrazó. Ella suspiró en sueños y se arqueó hacia él.
Le bajó los breteles y deslizó su camisón hacia abajo, hasta la cintura, dejando sus senos al descubierto. La volteó de espaldas a la cama y la contempló, adorándola. Necesitaba tenerla desnuda en sus brazos. Se incorporó y le sacó el camisón por los pies.
Allí estaba, el objeto de su tormento, totalmente desnuda a la vista, con su cabello esparcido en la almohada. Era hermosa, sus pequeños senos eran firmes y cremosos, con sus preciosos pezones rosados apuntando hacia él. Sus rizos oscuros, a juego con su pelo, lo invitaban a explorarlos…»

Era ya medianoche, cuando Lisette –que estaba recostada en la cama con la notebook sobre su estómago– releyó la última frase y escuchó un sonido extraño fuera de su dormitorio. Se asustó y su corazón empezó a palpitarle desbocado.
No puede ser un ladrón, pensó, imposible.
Y entonces lo vio, parado en la puerta de su habitación, sonriendo.
—¡Dios mío, Honorio! Casi me da un paro cardíaco —y le tiró enojada una de las almohadas.
El candidato la esquivó riendo, la levantó del piso y la dejó de nuevo en la cama.
—¿Qué estás haciendo, cielo? —preguntó acercándose y dándole un suave beso en los labios.
—Eh, estaba… leyendo —y lo miró, estaba espléndido en su traje negro, camisa blanca y corbata bordó.
—¿En tu laptop? —se sentó al borde de la cama, a su lado.
—Tengo miles de libros digitales, presi —y cerró la tapa de su notebook—. ¿Qué haces aquí a esta hora?
—Me temo que es el único horario que tengo para verte, mi vida es un caos —y suspiró pasándose la mano por el pelo—. Cielo… ¿puedo darme una ducha?
—¿Es un poco tarde para sugerirte que te sientas como en tu casa? —preguntó irónica.
Él rió a carcajadas, le guiñó un ojo y se metió al baño.
Comprobó satisfecho que su bata colgaba del perchero en la pared, y que su neceser de hombre estaba apoyado en la mesada del lavatorio.
Se duchó rápidamente y salió del baño con una toalla envolviendo su cadera. No vio a Lisette, así que se acostó desnudo, se tapó con la sábana y encendió la tele.
Cuando ella volvió, enfundada en un minúsculo pijama de algodón compuesto de un short y una remera, traía un vaso de agua en las manos.
—¿Deseas algo, mi presi? —preguntó—. ¿Ya cenaste?
—Sí, cielo… no te preocupes. Solo quiero tenerte a ti en mis brazos, ven —y le hizo una seña con la mano.
Ella subió a la cama y se acurrucó contra él.
—¿Qué tal tu día? —preguntó curiosa.
—Terrible, volví de Ciudad del Este  al mediodía, y todavía no paré un segundo.
—¿Dónde dormiste? ¿En el Country? —refiriéndose a un condominio privado.
—Sí… ¿cómo lo sabes?
—¿En el quincho de la casa del capitán Cardozo? —volvió a preguntarle sin responder.
—¿Hay algo que tú no sepas? —preguntó asombrado.
Lisette rió y besó su pecho. Y recordó otra época y otra campaña política en la que ella participó activamente y durmió en ese lugar con César. El capitán Cardozo siempre cedía esa dependencia de su casa como puesto de comando del partido.
—Ese quincho es más grande que una casa —dijo sonriendo.
—¿Lo conoces?
—Sí, Honorio… estuve varias veces allí.
—¿Quieres volver? Puedes acompañarme el fin de semana siguiente a éste. Probablemente tenga que estar allí de viernes a domingo.
Lisette frunció el ceño, no volvería ni aunque la apuntaran con una pistola, demasiados recuerdos. No quería dar explicaciones, y se alegró de tener otra excusa mucho más inocente:
—No puedo, Patricio hace una reunión en su casa para festejar no sé muy bien qué. Nos invitó a todas, incluso —y le removió un mechón de cabello que le caía de la frente, mirándolo pícara—, dice que tiene un amigo brasilero que quiere presentarme… ¿qué te parece eso?
—¿Puedes apagar la luz, por favor? —preguntó besando su nariz y apagando la tele—. ¿Estás intentando ponerme celoso para que te acompañe?
—Solo ponerte celoso… para ver tu reacción —dijo sonriendo y dejando la habitación a oscuras— ¿Funcionó?
—Mmmm, no… no soy celoso. Confío en las personas hasta que me demuestran lo contrario —y suspiró relajándose—. Cielo… ¿te molestaría si no te hago el amor? Estoy muerto de cansancio.
—Tenerte en mi cama es un regalo inesperado, ni siquiera sabía que vendrías… ¿por qué me molestaría?
—Buen punto —y la acurrucó contra él de espaldas, rodeándola con los brazos—. Hueles de-delicios… —apenas pudo terminar la frase y ya estaba dormido.
Lisette todavía no tenía sueño, pero no movió un solo músculo para no despertarlo. La ley de mi vida, pensó suspirando.
Se sentía un fraude, todos los que la conocían –incluso sus amigas más íntimas– pensaban que ella era una mujer fuerte, que se llevaba todo por delante, y esa era la imagen que proyectaba… ¡cuán equivocados estaban!
Se veía a sí misma débil y sumisa. Desde que se casó a sus escasos diez y seis años, siempre se doblegó a todos los hombres que pasaron por su vida. Y lo peor de todo era que no recordaba ninguna época en la que estuvo sola más de seis meses. Y no es que no le gustara, disfrutaba haciéndolos felices, no estaba arrepentida. Fue el papel que asumió, apoyar a sus parejas, dar todo de sí misma para que la relación funcionara.
La pregunta que se hacía era: ¿estaba dispuesta a seguir igual?
Ya no necesitaba un hombre a su lado, por lo menos no monetariamente. Pero le gustaba el sexo, lo disfrutaba. Quizás debería utilizarlos solo para eso de ahora en más, pensó. Y Honorio sabía hacer los deberes. ¿Por qué no disfrutar mientras durara? Al parecer podían llevar esa relación en secreto. Él era discreto y tenía muy poco tiempo disponible.
Era ideal, mientras fuera clandestino.
Con ese pensamiento y una sonrisa, se quedó dormida. Aceptando inconscientemente su relación con el candidato a presidente.
Parecía que apenas cerró sus ojos, cuando el celular de Honorio sonó.
Él se quejó en sueños y apagó la aplicación que osaba despertarlo. La acurrucó de nuevo y besó su cuello. A los cinco minutos, la alarma volvió a sonar.
—Mierda —dijo Honorio desperezándose, y encendió la tele—, despierta dormilona —y la zarandeó suavemente.
—Mmmm, ¿para qué? —preguntó Lisette adormilada—, es de madrugada.
—Ya son las 6:30. Y quiero que nos duchemos juntos —bajó los labios por su espalda, lamiéndola mientras exponía su deseo.
—Mmmm, yo me ducho a las 9:00. Esa es una hora decente —dijo quejándose, todavía con los ojos cerrados y abrazando su almohada.
—Si no te levantas, voy a abrir tu lindo culito y te follaré por ahí —la amenazó riendo.
Lisette saltó de la cama, despertándose completamente, y riendo a carcajadas corrió hasta el baño para evitar que cumpliera su amenaza.
—Voy a ver si ya me trajeron mi ropa —anunció desde la puerta. Y desnudo, fue hasta la sala.
Cuando volvió, ella ya estaba en la ducha, podía ver el perfecto contorno de su cuerpo a través del vidrio ahumado, se lavó los dientes y corrió la mampara, mirándola intensamente.
Ella estaba de espaldas, escurriéndose el pelo. El agua caía descontrolada por su cuerpo, sus perfectas nalgas, su estrecha cintura, las suaves curvas de sus caderas. Su miembro despertó y él gimió, entrando sin hacer ruido.
La abrazó por detrás, ella pegó un grito y rió.
—¿Te trajeron la ropa? —preguntó.
—Mmmm, todavía no… tenemos tiempo.
—Tengo una sorpresa para ti —dijo ella apoyándose en su torso de espaldas.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es?
—Ayer fui al spa del club, y convirtieron mi entrepierna en la de una niña de diez años otra vez, me siento rara.
Honorio rió al hacerse una imagen mental de su coño desnudo y bajó lentamente la mano que estaba acariciando su estómago para constatarlo. La posó en su entrepierna, acariciando suavemente sus pliegues ahora desprovistos de vellos, ella se estremeció y mandó su cabeza para atrás, rindiéndose al toque de sus curiosos dedos.
—Se siente tan sedoso, eres hermosa, cielo.
La giró suavemente, y bajó sus brazos a los costados.
Lisette no opuso resistencia, quería que la mirara y ¡quería verlo!
Honorio bajó la vista y miró sus senos, abarcándolos con las manos, levantándolos, jugueteando con ellos, sus pulgares hicieron círculos en sus pezones y ella se estremeció.
Luego se agachó y tomó uno de ellos en su boca, succionándolo. Ella se apoyó en la fría pared de azulejos y gimió, convulsionándose. Hizo lo mismo con el otro pezón, mientras acariciaba suavemente sus caderas, sus nalgas.
Honorio ni siquiera sentía el agua que caía por su espalda, solo se regía por el deseo apremiante que tenía de poseerla por completo. Fue bajando sus labios por su estómago, lamiendo y besando todo lo que encontraba a su paso, hasta que se arrodilló frente a ella y miró lo que antes había tocado.
—¡Maldición, cielo! Eres una diosa, me vas a volver un psicópata —dijo segundos antes de acercar su rostro hasta el suave calor de su centro y besarlo.
El sabor de Lisette lo volvió loco de deseo, pero luchó por controlar las ganas que tenía de poseerla como un animal salvaje. Le separó los labios desnudos con los pulgares para que su lengua voraz pudiera deslizarse en su interior.
Apenas se dio cuenta de que, a medida que la lamía y la saboreaba, ella se movía para acercarse más a él, gimiendo de frustración porque todavía no la había devorado por completo, Honorio le separó aún más las piernas, subiendo una de ellas al costado de la bañera.
Ahora ya no había barreras, y el sabor de ella impregnaba su lengua. Le abarcó las nalgas con las manos, presionándola hacia él. Soñaba a todas horas con sus suaves curvas, con su cuerpo delicioso, y tenía la suerte de comprobar que se adaptaba a la perfección a sus ansiosas manos.
Lisette le tocó los hombros, el pelo, el rostro, todo lo que alcanzaba, mientras se excitaba cada vez más bajo la presión de sus labios y su lengua. Estaba desesperada por seguir sintiendo, porque ese placer no terminara. Empezó a estremecerse y, a medida que se acercaba al clímax, sus piernas empezaron a fallarle.
―Ohhh, Dios ―dijo entre jadeos, desesperada―. Honorio, ¡no pares, por favor...! ―al gritar la última palabra el placer la envolvió por completo, y tembló de un modo que él no había visto jamás. Arqueó la espalda y onduló las caderas buscándole la boca con el sexo. Aún más ansioso que antes, la lamió hasta que ella se derrumbó sobre él, exhausta.
Estaban en el suelo de la bañera, la levantó a horcajadas y Lisette se apretó a él, abrazándolo, rodeándolo con las piernas, desnuda, mojada y todavía temblorosa.
Honorio la tenía sujeta de las nalgas, recordó sus palabras "no soy la mujer adecuada para ti" y sonrió. Apagó la ducha, tomó una toalla que estaba colgada, la envolvió con ella y la llevó al dormitorio.
Sin ningún preámbulo más, la depositó en el somier, se puso el preservativo y se hundió en ella, gimiendo su nombre.
Entonces, con los dientes apretados, comenzó a moverse, una vez, dos veces, una y otra vez, con embestidas lentas pero intensas que llegaron a lo más profundo de su interior. El cuerpo de Lisette se sacudía con cada uno de aquellos envites y sus pechos se mecían de un lado a otro. Por momentos, retiraba la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, pero cuando los abría de nuevo, siempre encontraba la mirada de Honorio y un acto tan íntimo hacía más poderosa cada sensación. Fue entonces cuando él dijo:
—¡Dios, cielo! Ahora… —y cerró sus propios ojos en éxtasis.
Lisette observó cómo lo inundaba el clímax, lo transformaba, vio cómo el placer y el dolor se reflejaban en la expresión de su cara, y casi vuelve a alcanzar el éxtasis solo de la pura alegría que sentía por haber hecho que él se sintiera de aquella manera.
Honorio se desplomó con delicadeza sobre ella, suspirando.
Y en ese momento, escucharon ruidos en la sala. Lisette se tensó.
—Debe ser Almada —dijo él tranquilizándola—. Solo dejará mi ropa y el desayuno y me esperará abajo.
Ella sonrió adormilada y lo besó, pasando los dedos por su cabello mojado.
—Sigue durmiendo, cielo —y la besó también.

A partir de ese momento, se creó una rutina cómoda entre ellos.
Durante los siguientes quince días él la visitó a la noche, lo hacía cuando terminaba todas sus actividades. Y siempre se quedaba a dormir con ella. A veces hacían el amor cuando llegaba, si no era muy tarde, y otras… lo hacían al despertar, cuando la energía de Honorio había sido recargada por el descanso.
La situación complacía a Lisette, aunque tuvo que cambiar sus horarios de trabajo, y ahora, en vez de hacerlo a la noche como normalmente lo hacía, se quedaba despierta cuando él se iba y trabajaba durante el día.
No fue fácil cambiar sus horarios, porque la paz de la noche la relajaba y podía concentrarse más que durante el día, y su celular no sonaba, ni la llamaban por teléfono, pero no le quedaba otra opción. Ella comprendía lo que era mantener una relación, adecuarse era primordial para que funcionara. Y sabía que Honorio también tuvo que adaptarse, y no solo él, sino todo el séquito que normalmente lo acompañaba.
Empezando por Alexis. Lisette sonreía al pensar en el pobre hombre, al parecer Honorio le había dado la orden de que la mantuviera informada y que no le faltara nada, porque la llamaba por lo menos una vez al día para darle las coordenadas de las actividades de su jefe, y siempre se ofrecía para cualquier cosa que necesitara.
—Alexis, sobreviví más de cuarenta años sin tu ayuda, puedo seguir manejándome sola —le decía ella riendo—, soy una niña grande, no te preocupes por mí.
Pero al parecer lo que Lisette le decía le entraba al asistente por un oído y le salía por el otro, porque primero: nunca le había devuelto la llave de su departamento a pesar de que se lo pidió. Y segundo: en su heladera no faltaba todo lo que a su jefe le gustaba, pero milagrosamente jamás lo había visto entrar o salir. Parecía un fantasma.
Y otro detalle: siempre había un ramo de flores frescas en el jarrón de su sala, que impregnaba el departamento de un suave y exquisito aroma.
Lisette estaba contenta… ¿qué más podría desear?
Si las cosas seguían de esa forma, no pondría en evidencia el trabajo que ocultaba con tanto recelo, y tampoco arriesgaba la campaña política de Honorio si la gente se llegaba a enterar de su relación.
Para evitar que sus hijos sospecharan sus actividades, los visitaba casi todas las tardes. La casa de Mohamed –su ex esposo– era inmensa, y todos vivían allí, incluso su hijo con su novia tenían un departamento privado sobre el quincho. Y Yamil estaba allí, cuando iba se quedaba al menos un par de horas jugando con él.
A Lucía –la esposa actual de su ex– no le importaba, tenía una buena relación con ella. Tuvo que aprender a tragarla, a pesar de que fue la causante de su divorcio hacía casi veinte años atrás cuando se enteró que tenían un romance que ya llevaba dos años.
Nadie pudo entender nunca los motivos que llevaron a Mohamed a preferir a su insulsa secretaria antes que a una espléndida mujer como lo era Lisette, pero tuvieron que aceptarlo, incluso ella tuvo que hacerlo, para poder ver a sus hijos todos los días.
Pero bueno, todo eso ya era historia pasada, y no la afectaba en lo más mínimo. Probablemente fuera así porque nunca quiso realmente a su marido, no como amó a César muchos años después.
Sus amigas tenían una teoría cómica al respecto de las preferencias de su ex marido por su secretaria: «la campesina le hacía mejor sexo oral porque le faltaban los dientes», y reían a carcajadas.
Y hablando de sus amigas, Luana estaba ya acostada en su casa la noche del jueves, bueno… en la casa de Patricio, que también era suya, o no… no se entendía. Ella vivía en la casa pareada de al lado, o no… porque nunca dormía allí. En fin, era una situación complicada para quien mirara desde afuera, pero ellos lo llevaban con naturalidad. Cada uno tenía su propia casa dentro de un hermoso condominio, pero dormían siempre juntos. Muy conveniente.
Patricio acababa de llegar y se acercó a ella, la saludó, le dio un beso y luego se metió al baño.
Cuando salió de la ducha y se acostó a su lado, Luana inmediatamente dejó su adorada notebook a un lado y se acurrucó contra él.
—¿Qué tal tu día, amor? —preguntó abrazándolo.
—Igual, sin problemas, pero con una sorpresa.
—¿Qué pasó?
—Jamás te imaginarás quién me llamó hoy.
—Si no voy a poder adivinarlo, dímelo —dijo riendo.
—Honorio Caffarena —y la miró levantando las cejas.
—¡No me digas que te pidió plata para su campaña! Si a él le sobra…
—No, amor… pero fue extraño, porque si bien nos conocemos desde hace mucho tiempo, se diría que incluso somos muy amigos, no hablábamos hace… no sé, por lo menos dos años, desde que se candidató.
—¿Y qué quería? —preguntó Luana mirándolo interrogante.
—Prácticamente se auto-invitó a la reunión del sábado. Bueno, fue sutil y diplomático, pero esa fue la sensación que me dio.
—¿Y cómo sabía del asado?
—No, no sé si sabía, yo se lo conté. Pero me dio la impresión que manipuló la conversación para llevarme a ese tema —Patricio hizo una mueca con la boca—. ¡Ah! Cuando "aceptó" la invitación me pidió que por cuestiones de seguridad no comentara con nadie que él estaría aquí.
—Bueno, eso es comprensible, debe estar muy presionado con toda la campaña… a lo mejor los periodistas pululan detrás de él constantemente. Pero ¡mira tú! Tendré al futuro presidente en mi casa… ¡qué honor!
—No sabemos si lo será.
—¡Ay, por favor, cariño! Todo el Paraguay sabe que ganará, las encuestas están absolutamente a su favor.
—Ojalá lo haga, y que cuando sea presidente se preocupe realmente por el país y no por utilizar su poder para lograr cambios que posibiliten el crecimiento de los intereses económicos de sus empresas, que son muchas.
—Y tú que lo conoces… ¿qué opinas de él?
—Siempre fue un buen amigo, lo tengo en una alta estima, pero ya sabes… las personas pueden ser como las cebollas, y tener varias capas.
—¿Lo dices porque circulan rumores de que hizo su fortuna como narcotraficante?
—Nunca nadie pudo probarlo… y yo no creo que sea cierto, pero no duermo con él… ¿cómo saberlo?
—Duermes conmigo —dijo Luana pícara, cambiando de tema—. ¿Crees que tengo varias capas?
—Lo que tienes es demasiada ropa, amor —dijo besándola y levantando su camisón para sacárselo.
Y se olvidaron del tema, porque de repente se les ocurrió que tenían cosas mucho más interesantes que hacer.

Era noche de sábado, y Lisette quería divertirse.
Las reuniones en casa de Luana y Patricio siempre eran entretenidas, por lo tanto, llamó a los que sabía que iban a ir para tener quién la llevara y trajera, no tenía ganas de limitarse en la bebida solo porque tenía que conducir.
Néstor se ofreció gustoso, y aunque pasó a buscarla a tiempo, ella lo hizo esperar más de veinte minutos. Su amigo la alabó cuando subió al vehículo, porque realmente estaba preciosa. Tenía un conjunto de palazzo y camisa de seda blanca que se adhería a su espectacular figura y marcaban todas y cada una de sus curvas. Llevaba su cabello rubio oscuro suelto y brilloso, y en la peluquería la habían maquillado de forma muy natural, haciendo resaltar sus hermosos ojos verdes. Todo esto, sumado al bronceado del verano, la hacían lucir espectacular.
No había hablado con Honorio en todo el día, y aunque eso la puso melancólica, lo entendía. La había llamado la noche anterior cuando llegó a Ciudad del Este y sabía que tenía una agenda muy apretada. Por suerte había ido en avión, el viaje no era tan pesado de esa forma.
Cuando llegaron al condominio cerca de 9:30 de la noche, ya había por lo menos una docena de personas en el hermoso quincho al fondo. El lugar era precioso, conformado por seis casas… dos de ellas pareadas. Lisette sabía que Luana había hecho eso a propósito, ya que era su casa y la de Patricio y al parecer –aunque nunca lo habían confirmado–, tenían una comunicación secreta entre ellas. Probablemente entre sus dormitorios, pensó sonriendo.
El resto del terreno, al fondo, estaba ocupado por una piscina enorme, una cancha multiuso, un parque con juegos de niños y un enorme quincho al costado. Dejaron el vehículo en el estacionamiento de visitantes y caminaron hasta allí.
Luego de saludar a los dueños de casa, Lisette fue a sentarse a la mesa donde estaban Kiara con Gabriel y Sannie con… ¡quién sabe quién de no más de 25 años! Su especialidad.
—No nos vimos esta semana, chicas —dijo Lisette tomando una copa de vino, y mirando a Kiara y a Gabriel preguntó—: ¿Cómo les fue en el viaje?
—¡Ay, maravilloso! —dijo ella abrazando a su novio. Gabriel, le dio un beso en la mejilla sonriendo. Algo bastante inusual en él, ya que no era muy demostrativo, por lo menos en público—. Conocí a sus padres y a toda su familia, me recibieron como a una reina, la verdad es que la pasamos increíble, ¿no, amor?
—Sí, hacía muchos años que no los veía. Incluso conocimos juntos a mis nuevos sobrinos, los más pequeños. Todos quedaron encantados con Kiara, se los metió en el bolsillo.
—¿A quién, a tus sobrinos? ¿Tan chiquitos son para que quepan en su bolsillo? —preguntó Néstor en broma, y todos rieron. Luego miró a Lisette—. ¿Y tú, Lis… por qué me hiciste buscarte? ¿Alfredo está de viaje?
—De viaje permanente —dijo Kiara riendo.
—¿Rompieron? —preguntó asombrado.
—Mmmm, sí —respondió Lisette evasiva, no tenía ganas de hablar de eso.
—Seguro ya tienes un repuesto preparado —dijo Néstor un poco en broma, bastante en serio—. Creo que en los últimos veinte años esta es la primera vez que te veo sola.
—Diez y ocho años —dijo ella para cambiar de tema—. Nos conocimos luego de que me divorcié.
—¡Es cierto! —dijo Luana acercándose a la mesa con Patricio—. Yo era amiga de su hermano Octavio, y un día me contó que su hermana se había divorciado y que quería que la conociera. Nos presentó y…
—…y hasta ahora se queja porque perdió su amiga —continuó Lisette riendo—. Su pérdida fue mi ganancia. Dice que nos encontramos «el hambre con las ganas de comer». Luana acababa de tener un bebé y yo estrenaba mi soltería. Estábamos famélicas de diversión.
—¿Ese no fue el día que hiciste el asado en la casa de tus padres, Lua? —preguntó Néstor.
—Claro, los conocí a todos el mismo día, a ti, a Julio y a Raúl —nombrando a los otros amigos de ambas.
Y empezaron a rememorar anécdotas divertidas de todo lo que habían hecho juntos en esa época, y como Kiara se unió al grupo cuando se divorció, y luego Sannie cuando le llegó el turno. Por acuerdo tácito no nombraron a Susana, eso las entristecía mucho.
En ese momento llegó el socio brasilero de Patricio, y se los presentó.
El señor se llamaba Milton Branco, era un hombre de mediana edad, poco agraciado pero muy interesante, de estatura media, cabello rapado con bigotes oscuros y ojos claros. Cuando vio que Lisette estaba sola, se sentó al lado y empezaron a conversar, aunque era evidente que no estaba interesado en ella, sus ojos no podían dejar de mirar hacia Sannie… ¡pobre hombre! Pensó Lisette. Nada más alejado a lo que a su amiga le gustaba.
En ese instante, justo cuando una Hummer negra entraba dentro del condominio, Patricio llamó la atención de todos chocando un tenedor con una copa, y empezó un hermoso discurso sobre el negocio en el cual se embarcaban juntos a partir de ese momento. Habló sobre los nuevos productos que representaría en Paraguay. Agradeció la confianza depositada por el empresario brasilero en su empresa y deseó que la asociación fuera próspera y exitosa.
Honorio llegó caminando con Alexis detrás de él y se quedó parado a un costado mientras escuchaba las palabras de su amigo. Miraba con los ojos entornados a Lisette, que aplaudía por el discurso y aparentemente felicitaba al hombre que estaba a su lado.
El candidato frunció el ceño y avanzó hacia la mesa.
—¡Honorio, gracias por venir! —dijo Patricio y se acercó a saludarlo.
Lisette se tensó en su asiento al escuchar ese nombre y volteó lentamente.
Y allí estaba el candidato a presidente, abrazando a Patricio y felicitándolo. Ella casi se cae de la silla al verlo y su corazón empezó a bombear con rapidez. Pero exteriormente no demostró ningún cambio en su semblante.
¿Qué mierda hace en casa de Luana? Se preguntó… ¿no tenía que estar en Ciudad del Este todo el fin de semana?
—Lua, amor… ven aquí —pidió Patricio, y Luana se acercó sonriente—. Quiero presentarte a Honorio, bueno… ya sabes quién es. Honorio, ella es Luana Moure, mi… —y dudó sobre cómo presentarla, eso siempre lo fastidiaba— la arquitecta de mi vida —dijo y la miró con ternura.
—Un placer conocerte, Luana. Me hablaron mucho de ti.
—Gracias, igualmente, señor Caffarena. Pero… ¿quién le habló de mí? —preguntó confundida.
—Por favor, llámame Honorio —dijo sin responderle—. Creo que estamos entre amigos, podemos ser más informales. Yo conozco a tu padre, ¿sabes?
Y conversaron un rato sobre el padre de Luana.
Lisette, que estaba a solo dos metros de él, cada vez se ponía más nerviosa, pero lo disimulaba magistralmente.
—No sabía que él vendría —dijo Kiara en la mesa—. ¿Ustedes estaban enteradas? —les preguntó a sus amigas.
Ambas negaron con la cabeza.
En ese momento, Patricio le pidió al brasilero que se levantara y también le presentó a su invitado. Luego de conversar durante unos minutos, Honorio miró hacia la mesa y saludó con la cabeza.
—Buenas noches a todos. Tú debes ser Kiara, tú Gabriel… y tú —dijo mirando a la bailarina—, no necesitas presentación, soy un admirador de tu trabajo, Sannie… ¿cómo están, señoras… señores?
Ambas lo miraron con las bocas abiertas y balbucearon un «muy bien» algo entrecortado.
—Hola Lisette —saludó por fin sonriendo y mirándola, ella le hizo un gesto con la cabeza y un amago de sonrisa—. Patricio, creo que me quedaré en esta mesa —informó—. Tú ocúpate de tus invitados, no te preocupes por mí.
Se sentó al lado de Lisette, en el asiento que antes había ocupado el brasilero. Y sin pudor alguno le sonrió, apoyó la mano en el respaldo de su silla y depositó un beso en su mejilla, dejando perfectamente establecido que ese era su lugar, le pese a quién le pese.
Lisette le lanzó una mirada asesina.
Luana, Kiara y Sannie inmediatamente se miraron entre sí y entendieron. Ese "choque intrascendente" que su amiga tuvo hacía unas semanas con el candidato en casa de su prima ya no parecía tan inocente ahora.
Al parecer, Lisette tenía mucho que contarles.
—Bien… —dijo Patricio sorprendido y llamó al mozo—. Por favor, pide lo que quieras tomar. El asado tardará todavía una hora, disfruta de la reunión —tomó a Luana de la mano y la llevó con él.
Se hizo un silencio incómodo en la mesa.
Pero enseguida, el mismo Honorio se encargó de relajar el ambiente. Se interesó en el trabajo de Sannie, conversó con Gabriel sobre las obras que estaba haciendo para el gobierno y con Kiara sobre su trabajo en la entidad Binacional.
Lisette estaba inusualmente callada, pero cuando la conversación pasó de lo laboral a lo personal, se relajó. Empezaron a bromear y Kiara contó anécdotas de su reciente viaje con Gabriel. Cuando el muchacho que estaba con Sannie fue hasta el baño, el blanco de las bromas fue ella, tomándole el pelo por sus preferencias juveniles. Y llegó un momento en el que a nadie le importó la presencia del futuro presidente de la República en la mesa.
Luana se acercó en ese momento y se sentó con ellos.
—Tienes un hermoso hogar, Luana. Este condominio es precioso —dijo Honorio observando su entorno.
—Muchas gracias. Lo inauguramos hace muy poco —contó ella.
—Luana lo construyó —dijo Sannie orgullosa de su amiga.
—Solo una de las casas está ocupada por el hijo mayor de Patricio, aparte de las nuestras, que son las que están pareadas —y las señaló—. Todavía no decidimos qué hacer con las demás, las construimos para nuestros hijos. Quizás las alquilemos hasta que se casen o decidan vivir aquí. ¿Por qué no le muestras el lugar, Lisette? —preguntó Luana al ver a su amiga tan incómoda.
—¿Te gustaría? —Lisette lo miró interrogante, agradeciendo interiormente a su amiga por la idea.
—Por supuesto —y Honorio se levantó tendiéndole la mano para ayudarla a hacer lo mismo— Permiso —dijo antes de retirarse.
Caminaron uno al lado del otro hacia una de las casas, y cuando Lisette vio que estaban lo suficientemente lejos, lo encaró:
—¿Qué mierda haces aquí, Honorio?
—Patricio me invitó —contestó con desenfado.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
—Quería darte una sorpresa, cielo.
—¡Menuda sorpresa! ¿Y qué pasó con tus actividades en Ciudad del este? ¿No ibas a quedarte todo el fin de semana?
—Esa era la idea —dijo deteniéndose en el frente de una de las casas y volteándola hacia él—. Pero anoche estaba acostado en la cama… —la tomó de la cintura con una mano—, solo como un perro, deseando tener tu cuerpo calentito a mi lado —le rozó la mejilla con la otra—. Y decidí que quería volver y estar contigo esta noche, me quedé todo el día, cumplí con mis obligaciones y delegué las de mañana. Subí al avión, y del aeropuerto vine directo aquí.
—Estás loco —y a pesar de todo se sintió conmovida por su gesto.
—Probablemente, pero… ¿qué sería de la vida si a veces no hacemos locuras? Muy aburrida, ¿no te parece?
Se acercó para darle un beso pero Lisette se apartó.
—Pueden vernos, Honorio.
—¿Y qué carajo importa? Los dos somos solteros… nadie puede recriminarnos nada, además estamos rodeados de amigos. Ven aquí —la tomó de la mano y la llevó a un costado, entrando en la cochera techada.
La apoyó contra la pared y la miró:
—Hola, cielo —dijo sonriendo como empezando de vuelta—. Estás increíblemente hermosa.
Lisette bajó la cabeza y sonrió.
—No cambies de tema, presi. Tenemos que…
Las palabras murieron en sus labios en el momento en el que Honorio se inclinó y tomó plenamente su boca, la devoró. Hundió los dedos en su pelo y le hizo inclinar la cabeza hacia atrás y arquearse de manera que sus senos presionaran la dureza de su pecho. Al mismo tiempo, deslizó la otra mano hasta sus caderas para hacerlas encajar entre sus muslos y comenzó a mecerla lentamente contra su sexo caliente. Imitaba con la lengua el ritmo sensual de su poderoso cuerpo, el mismo ritmo que ella danzaba con el suyo.
Para cuando Honorio la soltó, Lisette estaba aturdida, temblando y enfrentándose a sentimientos encontrados. Cuando él deslizó las manos por su cuerpo y las alzó de nuevo a sus senos hasta encontrar sus sensibles pezones, su respiración se transformó casi en un gemido y arqueó la espalda en un gesto reflejo tan antiguo como la propia pasión. Honorio no tuvo que preguntarle si le gustaba; Lisette tenía los ojos semi cerrados, los labios entreabiertos y sus pezones se erguían endurecidos contra la seda de su camisa.
Él acarició delicadamente aquellos botones que se habían elevado ante su contacto y todo el cuerpo de Lisette tembló en respuesta. Estaba tan excitada que no fue consciente de que Honorio le había desabrochado la blusa hasta que sintió el aire acariciando su piel. En ese momento reaccionó y lo empujó.
—¿Estás demente? Cualquiera puede vernos —dijo tapándose de nuevo.
Honorio rió a carcajadas.
—¡Ay, Lisette! Tú me provocas eso… mejor vámonos.
—¿Dónde?
—A tu casa, a un motel… donde quieras.
—Pero… ni siquiera se sirvió el asado —y se alejó de él—. Además, habíamos acordado mantener esto solo entre los dos.
—No veo a nadie más aquí —y miró a los costados—. Lisette… ¿cuál es tu rollo? Eres una señora de sociedad, una dama. Y yo un hombre respetable. ¿Qué problema podríamos tener? Hablarán un tiempo, quizás nuestros nombres terminen impresos en alguna prensa amarillista… luego será noticia antigua, es nuestra vida privada, no tienen derecho a meterse.
—Tú no me conoces, no sabes nada de mí.
—Veamos, estuviste casada once años… se divorciaron hace diez y ocho. Luego tuviste otras parejas, normal… es también mi historia, y con todo eso soy candidato a presidente. Ahora los dos estamos libres… ¿a quién carajo puede importarle si follamos como conejos o no?
—No quiero que indaguen sobre mi vida, Honorio. No deseo que mi nombre figure en ningún periódico o revista del corazón. Tengo hijos y un nieto a quienes puede afectar lo que se diga sobre mí… ¿lo comprendes?
Honorio suspiró.
—¿Quieres que dejemos de vernos solo por lo que puedan decir?
—No, no es eso —aceptó moviendo la cabeza—. Mi principal temor en realidad es otro, Honorio. Yo… puedo soportar las críticas, lo que no quiero es que debido a mí, tu campaña pueda deteriorarse. Has logrado mucho, y no quiero ser la piedra del escándalo que afecte tu candidatura.
—¿Acaso tienes algún cadáver en tu clóset? —preguntó fastidiado.
—Por supuesto que no… pero tuve alguna que otra relación que no sería bien vista en sociedad si se supiera. Y eso podría afectar tu campaña si tu nombre se ve involucrado con el mío.
Honorio rió a carcajadas y Lisette lo miró con el ceño fruncido.
—¡Ay, cielo! Te estás dando demasiado crédito —y la abrazó—. Estoy apoyado por el partido más fuerte del país, mis cimientos son firmes a pesar de todo lo que ya se dice de mí, incluso me tachan de narcotraficante. Créeme, tu pasado no puede afectar mi carrera política.
—Fui pareja de un hombre casado, Honorio. Durante cuatro largos años hasta que él falleció —soltó eso casi sin querer, ya desesperada por el hecho de que él minimizara todo—. Y era un político muy conocido, como tú.
—¿Crees que no lo sé, cielo? —preguntó ladeando su ceja—. Ya me lo contaron ¿Ese es tu secreto más turbio?
—Ni siquiera te preguntaré quién te lo dijo, porque cometimos el error de no escondernos, pero tienes que saber también que después de divorciarme viví cinco años con un tabacalero muy oscuro, tanto que ni siquiera yo pude descifrar sus secretos. Y estuve de novia con el hijo de uno de los españoles que desfalcaron una importante financiera aquí, terminamos cuando tuvo que huir del país. Y rompí con el que fue mi pareja durante cinco largos años apenas una semana antes de conocerte… ¿crees que me gustaría que todo eso saliera a la luz?
—A mi entender eso solo indica que eres bastante constante en tus relaciones, y que apuestas por ellas. ¡Por dios, Lisette! No eres una niña, por supuesto que tienes un pasado, y nadie tiene derecho a juzgarte por eso.
—Pero lo van a hacer si relacionan nuestros nombres.
—Y yo sabré enfrentarlo, no soy un pusilánime. Y te apoyaré, confía en mí —le acarició el rostro con ambas manos—. Peores calumnias he afrontado y salí airoso, y por lo visto tú también tienes el temple para hacerlo.
—Lo tengo, eso no me preocupa. Pero hay algo más, que no voy a contarte porque casi nadie lo sabe, ni siquiera mis mejores amigas, y no me interesa que nadie se entere.
—¿Otro hombre misterioso? —y sonrió irónico.
—No… ningún hombre más —dijo altiva—. Y ya no es mi pasado el que me condena en este caso, sino mi presente. Estás a tiempo de dar media vuelta y huir, presi. En caso de que decidas quedarte, espero no tener que escuchar ningún reproche de tu parte si averiguan sobre mí. A pesar de que no deseo ventilarlo, sabré enfrentarlo y estoy dispuesta a hacerlo por estar contigo. La pregunta es… ¿tú, estás dispuesto?
—Nunca en mi vida he firmado un contrato sin haber leído todas las clausulas y analizado los pro y los contras, cielo. Deberás contarme tu "oscuro secreto" para poder decidir.
—No lo haré —dijo categórica.
—Dame solo una pista —insistió.
Lisette se pasó la mano por la frente y se alejó un poco.
—No soy ninguna delincuente si es lo que te preocupa —dijo suspirando—. Honorio… durante toda mi vida he dependido de los hombres con los que he estado, me casé muy jovencita y cuando me divorcié… él me dejó en la calle, hasta tuve que volver a vivir con mis abuelos. Ni siquiera puedes imaginar las veces que los hombres a quienes creí amar me fallaron y todos los apuros económicos que tuve que pasar, hasta hace cuatro años, cuando descubrí algo que realmente me gusta hacer —y lo miró—. No son drogas, no es nada ilegal, no cometo ningún crimen. Es toda la pista que puedo darte por ahora. Me hace muy feliz hacer lo que hago y estoy ganando mucho dinero con eso. Punto y aparte… la pelota está en tu cancha.
Honorio se quedó mirándola en silencio.
Ella le hizo una seña graciosa con la mano indicándole el camino de salida, con una sonrisa irónica en su cara.
—Quizás… deberías irte —dijo resignada a perderlo al ver que no contestaba— Sin histeriqueos ni recriminaciones… vete.
—¿Hueles eso? —preguntó él haciendo una mueca con la nariz.
—¿Qué? ¿Qué cosa? —contestó desorientada.
—Mmmm, el aroma delicioso del asado. Estoy famélico, cielo. Vamos.
Le dio un beso rápido y la estiró de la mano hacia el quincho.
Al parecer Honorio había decidido que estaba dispuesto a arriesgarse.

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Ámame, pero no indagues... (Capítulo 05)

De vuelta a la realidad

«Ella estaba tendida, poseída, tomada. Él descansaba sus esbeltas caderas contra la parte interna de sus muslos, tenía los brazos alrededor de sus hombros y le rozó levemente la boca con los labios.
Le acarició la cara con dedos cariñosos y no se movió; en su piel perduraba el arrebato de la pasión.
Atrajo sus labios a los de ella y lo besó, y dejó que él la besara, permitió que el amor floreciera, que la pasión creciera y el deseo ardiera hasta arrebatarlos una vez más.
Hasta el paraíso que ahora compartían, hasta el éxtasis de la unión que habían creado. Que habían aceptado.
Más tarde, él los acomodó de nuevo sobre las almohadas. La luna brillaba con intensidad, su trémula luz entraba por la ventana iluminando la cama. Sintiéndose bendecido más allá de lo posible, agradecido y honrado hasta lo más profundo de su alma, extendió la mano intentando atrapar un rayo de luz que se filtraba por la ventana en la palma, quizás esperando, dada la magia que los envolvía, ser capaz de sentir su peso.
Y mientras dejaba que la luz plateada iluminara su mano, recordó su fascinación por ella. Una que lo había tentado al principio, que lo había llevado hasta ese momento.
Pero sabía que tenía que partir, era tiempo de retomar su vida.»

Lisette se sobresaltó cuando despertó a la mañana.
Miró a su alrededor y suspiró, confundida. ¿Qué día era? ¿Dónde estaba Honorio? Se levantó, se puso la bata y fue hasta el baño esperando encontrarlo ahí, estaba vacío. Era lunes, él ya no estaba.
Rememoró lo que había pasado y sonrió. Lo último que recordaba es que después de cenar habían vuelto a hacer el amor, en la cama. Suave pero apasionadamente, tierna pero sensualmente.
Luego ella se quedó dormida, probablemente en ese momento él haya decidido irse.
Se sentía extraña.
Por un lado estaba agradecida y complacida por el hermoso día que había pasado en sus brazos, y estaba convencida de que tendría que conformarse con eso. Pero por otro deseaba más, aunque sabía que no era posible, no siendo él un personaje tan público y controversial, y la situación de ella tan… complicada.
Se acostó de nuevo, encendió su notebook y revisó su correo.
Encontró que un nuevo depósito había sido acreditado a la cuenta de su tarjeta de débito. ¡Bien, carajo! Pensó… y sonrió.
Contestó algunos correos y otros los dejó pendientes.
Una ventana del Skype se abrió y estuvo chateando un rato largo con CeCe, una amiga extranjera a quien apreciaba mucho, ya que fue la que la ayudó a escalar posición en ese nuevo mundo al que entró casi cuatro años atrás cuando decidió incursionar en las ventas por internet.
En ese momento, entre ambas tenían montada toda una red de distribución por todo el mundo en forma independiente cada una, y les iba maravillosamente bien.
Subió un producto nuevo a dos de sus tiendas virtuales, y envió la información al e-mail de su amiga CeCe para que ella también la promocionara y vendiera en su propia tienda.
Se conectó a Facebook y anunció el nuevo producto en su página y en su portal particular. Contestó las consultas, agradeció los elogios encontrados, y rebatió las críticas con argumentos convincentes. Todo lo publicado en Facebook inmediatamente se reflejaba en su cuenta de Twitter, y viceversa, por lo tanto era un paso menos que tenía que realizar. Hizo lo mismo en Instagram.
Era ya mediodía cuando terminó su trabajo pendiente, solo le quedaba preparar el nuevo producto, aunque eso le llevaría más tiempo.
En ese momento sonó el teléfono.
La llamaron de la recepción para avisarle que había llegado un paquete de su correo privado, pidió que se lo enviaran por el ascensor, saltó de la cama y corrió hasta la puerta para recibirlo, emocionada. Sabía lo que era, lo había estado esperando durante semanas.
Recibió la encomienda casi con reverencia y lo depositó en la mesa del comedor. La abrió y se maravilló. Levantó uno de los cinco libros que había dentro y fue hasta la sala, lo hojeó y se dispuso a releerlo.
Se olvidó incluso del almuerzo.
Ya eran más de las dos de la tarde cuando su ex pareja, sin anunciarse, llegó al departamento y la encontró acurrucada en el sofá ensimismada en la lectura del libro.
—¡Alfredo! —gritó sorprendida al verlo.
—Hola, Lis… ¿cómo estás? —saludó parco—. Leyendo, para variar —dijo casi como un reproche.
—Sabes que adoro leer —y se levantó para enfrentarlo—. ¿Por qué vienes sin avisar?
—No sabía que ahora tengo que anunciarte mis pasos.
—Por supuesto que sí, cuando se refiere a mí —y extendió su mano—. Dame mi llave, por favor —solicitó.
Alfredo frunció el ceño y rebuscó en su bolsillo, la puso en la palma de su mano y se quedó mirándola fijamente.
—Este no puede ser el final, Lisette —dijo convencido.
—Alfre… yo te aprecio mucho, de verdad. Pero ya no puedo seguir en esta relación —suspiró y se sentó en el borde del sofá. Lo invitó a hacer lo mismo.
—¿Ya no me amas? —preguntó dudoso—. ¿O es que ya no me necesitas y me descartas como un trapo sucio?
—No seas cruel, Alfre… puedes seguir ocupándote de mis asuntos como hasta ahora, siempre te necesitaré para eso. Todas las ventas que sean locales siempre las manejarás tú. Yo no quiero figurar, lo sabes. No deseo que mi nombre se vea involucrado en todo eso, claro que te necesito.
—Si no te tengo, no quiero seguir representándote, no me interesa. Tendrás que buscarte a alguien más que te ayude, Lisette.
—Pero… es tan sencillo para ti, ni siquiera es un trabajo pesado y puedes cobrar el porcentaje estipulado, a pesar de que nunca lo hiciste. No me hagas esto, por favor. No sé a quién más recurrir.
Él negó con la cabeza.
—El problema es que si ya no quieres tener una relación conmigo, necesito alejarme, yo todavía tengo sentimientos hacia ti… y me ayudaría mucho no verte ni hablar contigo. ¿Lo comprendes, no? Pídele a tu prima Gisela que se encargue, ella está al tanto de la situación.
—¡Nooo! Su marido está demasiado involucrado en la política, no puede arriesgarse a eso.
—Lo siento —dijo elevando los hombros—, tendrás que buscar a alguien más. Te daré un par de meses, Lisette, a lo sumo tres. Si en ese tiempo no podemos solucionar nuestros problemas, cada uno seguirá su camino en forma independiente. Y tendrás que buscar a alguien más que te represente.
Puso unos papeles frente a ella.
—Este es el último contrato firmado —abrió su billetera y sacó un papel—. Y aquí está el cheque por el adelanto estipulado. Ya lo endosé, espero lo disfrutes.
—Gracias, Alfre —respondió ella—. Nunca podré agradecerte lo suficiente todo lo que has hecho por mí.
—Vuelve conmigo —dijo tomándola de la mano y sentándose al lado de ella en el sofá—. Te amo, cariño —y la abrazó.
Lisette se estremeció, pero no por el abrazo, sino por la sensación de rechazo. Lo primero que vino a su mente fueron las manos de Honorio alrededor de ella en ese mismo sofá, y sintió repulsión.
—Alfredo, por favor —pidió volteando la cara para evitar que la besara—. No me toques.
—¿Hay otro hombre, no? ¿Quién es?
—Te juro por mis hijos —dijo levantándose—, incluso por Yamil, que mi decisión no tuvo nada que ver con otra persona. Es algo que vengo sintiendo desde hace mucho tiempo, ya te lo expliqué.
—Cásate conmigo, Lisette —propuso sorprendiéndola.
Ella sonrió triste.
—¡Ay, Dios! Si me lo hubieras pedido unos años atrás, te aseguro que hubiera aceptado, pero ahora es tarde. Demoraste demasiado, mi paciencia se acabó, y con ella mi amor por ti… lo siento.
Alfredo se levantó y caminó hacia la puerta.
—Todavía tengo esperanzas —dijo volteando antes de abrir la puerta y salir del departamento.
¡Qué poco me conoce! Pensó Lisette. Alfredo era un gran hombre sin duda alguna, pero muy egoísta. Se había dado cuenta de eso hacía mucho tiempo. Todo debía hacerse como él quería, cuando y donde él lo deseaba. Sus sentimientos nunca fueron importantes para él, y ella… acostumbrada a bajar la cabeza y complacer a los hombres por necesidad, lo soportó en silencio.
Pero ya fueron cinco años, era suficiente.
Ahora era una mujer independiente y segura de sí misma, ya no necesitaba a un hombre para vivir ni mantenerse.

—¡Hola chicas! —saludó Lisette a sus amigas sentándose junto a ellas en la cafetería del shopping. Solo estaban Kiara y Sannie, eso le pareció extraño, porque Luana era siempre la más puntual—. ¿Y Lua? —preguntó.
—Fue adentro a comprar un libro, ya viene —explicó Sannie.
—Ahhh… ¿qué cuentan?
—Me voy a Neuquén  este fin de semana —dijo Kiara—. Es el cumpleaños de la madre de Gabriel, voy a conocer a sus padres y a toda su familia… ¿pueden creerlo?
—Claro que sí —dijo Sannie convencida—. Él te adora, lo más lógico es que desee presentarte a sus parientes.
—¡Me alegro mucho! —dijo Lisette contenta de ver a su amiga tan feliz.
Se carcomía por dentro de las ganas que tenía de contarles lo que ella había hecho y con quién, pero se calló. Nadie necesitaba saberlo, sería una estupidez ventilarlo. Él ni siquiera se había comunicado en dos días. Lo tomaría como lo que fue: un touch-and-go . Espectacular, pero ocasional.
En ese momento se acercó Luana sonriente, saludando a Lisette.
—¿Qué compraste? —preguntó Kiara.
—El nuevo libro de Alessandra Castella, dicen que es espectacular.
—Leí dos de sus libros, me encantaron —dijo Kiara.
—Yo tengo todos, los diez que ha publicado —dijo Lisette sonriendo—. No hace falta que los compren, chicas.
—Dicen que es paraguaya… ¿ustedes creen que sea verdad? —preguntó Luana—. Escribe demasiado bien.
—Me encantaría conocerla si es paraguaya —dijo Sannie pensativa—. Estoy pensando en publicar una biografía autorizada mía. No leí ningún libro de ella, pero por las críticas creo que no existiría mejor escritora para hacerla.
—Sobre todo por lo que escribe: romance erótico —dijo Kiara riendo—. Nadie podría describir mejor tus bondades entre las sábanas que ella, cuando la leo es como si me transportara al mundo que ha creado, y termino completamente mojada.
Todas rieron a carcajadas.
Pero Lisette se quedó pensativa, sin decir una sola palabra.
—No quiero que sea un libro erótico —explicó Sannie—, tengo mucho público infantil y adolescente. Más bien prefiero que sea verídico, que me haga lucir fantástica, y que no sea tan explícito, más bien insinuante.
Lisette se removió en su asiento, inquieta.
—¿Por qué estás tan callada, Lis? —preguntó Luana preocupada— ¿Alguna novedad con respecto a Alfredo?
—Ayer se presentó en mi departamento sin avisar, tuvimos una discusión. Le pedí que me devolviera mis llaves… ¿y saben qué? —sus amigas la miraron interrogantes—. Me propuso matrimonio.
Todas lanzaron exclamaciones ahogadas, pero Kiara le preguntó entrecortada:
—¿A-acep… aceptaste?
—¿Estás loca? Nooo —y negó con la cabeza—. Ya no me interesa.
—Ufff, menos mal —dijo Luana guiñándole un ojo—, porque Patricio hará una reunión, para festejar unas nuevas representaciones y creo que puede presentarte a alguien. Es un brasilero, y vendrá a hacer negocios con él.
Lisette negó con la cabeza y frunció la nariz.
—Gracias, amiga… pero no quiero involucrarme con nadie ahora. Estoy demasiado bien sola, por primera vez en mi vida. Pero… ¿cuándo es la fiesta?
—De éste sábado en ocho días en el condominio, y están todas invitadas. Será un asado tranquilo, solo nosotras y algunos amigos íntimos de él. Habrá karaoke y música para bailar.
Todas asintieron y aseguraron que no faltarían.
—¿Y por qué nadie piensa en mí? —preguntó Sannie falsamente enojada— Yo también estoy soltera y me encantan los brasileros.
—Por una razón muy importante, cariño —dijo Luana riendo—. El tipo como 40 años.
Sannie frunció el ceño, y todas rieron de su expresión.
Un poco después se despidieron y cada una volvió a su casa.
Al llegar a su departamento entró riendo y hablando por el celular con su hijo menor. Dejó la cartera en la mesa del comedor y siguió hacia su dormitorio para cambiarse, se tiró a la cama y siguió escuchando lo que su hijo le estaba contando.
De repente, sintió que algo no estaba bien.
—Cariño —dijo asustada mirando hacia la pared—. ¿Alguno de ustedes vino a mi departamento hoy?
—No que yo sepa, mamá… ¿por qué?
—Mmmm, no… por nada. ¿Puedo llamarte más tarde? Creo que hay una fuga de agua en mi baño —mintió y se despidieron.
Se levantó lentamente y tocó el hermoso y enorme plasma que colgaba en su pared, frente a la cama.
Solo podía ser una persona, pensó, una que se había quejado de su viejo televisor y que se había apropiado de la llave de su departamento.
—Honorio… —dijo frunciendo el ceño.
Y la rabia se apoderó de ella.
Generalmente Lisette no reaccionaba por esas tonterías, le encantaban los regalos y los aceptaba agradecida, pero… ya no, menos de él… ¿qué mierda se creía?
Fue hasta la sala, tomó su celular y salió al balcón a llamarlo.
—Hola, cielo —la atendió al instante. Se oían gritos en el fondo, y una banda tocando la marcha del partido. Al parecer estaba en un encuentro político.
—¿Fuiste tú? ¿Tú me enviaste ese plasma? —preguntó sin siquiera saludarlo.
—Sí… en realidad es un LED 3D de 42 pulgadas, ¿te gusta? —sonaba hasta orgulloso. Eso la enfureció aún más.
—¿Quién carajo te crees que eres? —preguntó casi gritando, se hizo un silencio del otro lado de la línea— ¿Piensas que puedes comprarme con regalos? Ni siquiera volviste a llamarme y… ¿me envías una tele? ¿Acaso crees que soy una puta barata a la que debes pagar por los servicios prestados?
—Por favor, cielo, yo…
—¡Cielo un cuerno! No estuve contigo para recibir nada a cambio —lo interrumpió—, sino porque lo deseaba. ¿Sabes qué, candidato de cuarta categoría? Espero que tu secuaz venga a buscar inmediatamente ese televisor y se lo lleve, no quiero nada de ti… ¿escuchaste? Y necesito mi llave de vuelta… ¡Inmediatamente!
Y colgó el celular.
Él volvió a llamarla dos veces seguidas, pero Lisette no respondió.
Honorio le mandó un mensaje de texto: «Atiéndeme, por favor»
Al no recibir respuesta, le envió otro: «¿Leíste la nota que te dejé?»
¿Qué nota? No había ninguna nota, pensó y fue hasta la habitación a revisar cada rincón, hasta detrás de la cama, por si se hubiera caído sin querer.
Nada.
En ese momento, luego de casi quince minutos buscando, sonó el timbre.
Fue hasta la puerta y la abrió.
Ahí estaba Honorio, apoyado en el marco, muy serio y con los brazos cruzados. Se miraron durante unos segundos, desafiantes, hasta que él habló:
—Mira, cielo… admiro tu bravura y la forma en que defiendes tus ideales, pero la verdad, no me gusta ser la diana de tus afilados dardos.
—Estoy cansada de que me traten como un objeto, Honorio. Mejor devuélveme mi llave y vete. No encontré ninguna nota.
—Me escapé de Almada, él tiene tu llave, y cuando descubra que no estoy pegará el grito al cielo, te aseguro. Estará aquí en menos de lo que canta un gallo… ¿me vas a dejar pasar o tendremos esta conversación en el palier?
Lisette se desplazó hacia un costado, él entró y ella cerró la puerta.
—Dejé la nota aquí en la mesa… ¿dónde está? —y miró por todos lados—. Levantó el paquete de la encomienda que todavía estaba apoyado en el vidrio, y la encontró.
Al parecer siempre estuvo allí, desde el domingo a la noche cuando él se había retirado, pero Lisette no lo había visto porque cuando llegó el paquete lo apoyó encima y quedó oculta.
Ella tomó con manos temblorosas la hoja blanca que estaba debajo y la llevó a su pecho, mirándolo interrogante.
—Léelo, cielo —y él observó el paquete abierto que tenía en sus manos, volvió a apoyarlo sobre la mesa.
Lisette caminó hasta la sala y desdobló el papel, sin darse cuenta que Honorio había levantado en sus manos uno de los libros del paquete y lo giró de frente a lomo.
Ella leyó la nota:

Lisette, mi cielo:
Ya es medianoche y con pesar tengo que irme, mañana viajo al interior, vuelvo el martes. Te enviaré un regalo, para que la próxima vez que veamos una película lo hagamos cómodamente en tu cama, abrazados y mimándonos.
Quiero seguir viéndote, espero que también sea tu deseo.
Te llamo el martes, para evitar que me desconcentres.
Tuyo… HC.

Lisette gimió, avergonzada.
¡Santo cielos! ¡Le había dicho candidato de cuarta categoría! Deberían fusilarla para evitar que volviera a abrir la boca.
—Honorio… mátame, me lo merezco —dijo bajando la vista.
—Lo haré —se acercó y levantó su barbilla—, a besos.
Lisette se pegó a su cuerpo y metió ambas manos dentro de su saco, abrazándolo y apoyando la nariz en su cuello.
—Perdóname por llamarte candid…
—Eres tú la que debes perdonarme —la interrumpió acariciando su pelo—, te envié un regalo egoísta, esa tele fue pensando en mí, no en ti. Soy yo el que desea disfrutarla contigo, escuchar las noticias cuando despertemos, o ver una película a tu lado. Debería llenarte de diamantes, seda, encaje y satén, no de tecnología barata.
—No quiero nada de eso.
—¿Puedo suponer que si me ofrezco a mí mismo, me aceptarás?
Lisette suspiró y se apartó ligeramente.
—Tú no me conoces, Honorio… no soy la mujer adecuada para ti en este momento.
—Si es porque no te gusta la exposición pública, yo lo entiendo. Y no tenemos necesidad de exponernos, aunque no tengamos motivo para ocultarnos, podemos mantener esta relación solo entre nosotros.
—¿Aquí? ¿En Paraguay? —y rió irónica— ¿Dónde cuando estornudas, tu peor enemigo se enferma de gripe? Bastará un pequeño desliz para estar en boca de todo el mundo. Serás el que dirija los destinos de este país, Honorio…
—¿Y eso qué? ¿Acaso el presidente no es también un hombre? ¿Debo convertirme en un eunuco para que me voten?
—Tu celular está sonando —dijo ella caminando hasta el comedor, cerrando la caja de la encomienda y poniéndola sobre la silla. No deseaba que él se fijara en su contenido.
—Estoy bien, Almada —contestó fastidiado—. Rujillo está conmigo, estaré allí en media hora —y colgó.
—Mejor seguimos esta conversación en otro momento, estás ocupado —dijo Lisette mirándolo con una sonrisa triste.
—¿Pensarás en lo que te dije?
—Lo haré.
—Bien… ¿aceptas mi obsequio egoísta? —y la acercó con una mano, acariciándole la mejilla con la otra.
—Puedes dejarlo en préstamo, lo aceptaré solo si decido que lo veré contigo, ya vete —dijo riendo y empujándolo.
—¿Qué puedo hacer para convencerte de lo otro? —preguntó tomándola de la cintura, sin dejar que lo apartara.
Se inclinó un poco más y unió sus labios a los de ella. Lisette dejó de pensar. Instintivamente devolvió la presión de sus labios, y él emitió un gemido grave y gutural. La envolvió con sus brazos y la atrajo hacia él, y ella se dejó llevar dócilmente. Sentía el cuerpo firme y musculoso contra sus suaves curvas, y el suyo propio reaccionaba al contacto.
Profundizaron el beso. Lisette le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él mientras saboreaba su boca, el olor de su piel, la tibieza de su cuerpo. Cuando, por fin, Honorio apartó sus labios de los de ella, fue para salpicarle de besos el cuello y mordisquearle suavemente la piel. Deslizó una mano por el costado y rodeó un seno con suavidad. Lisette inspiró con placer. Deslizó las manos despacio por la nuca de Honorio y entrelazó los dedos en su pelo. Resbalaba entre sus dedos como seda, despertando las terminaciones nerviosas de sus manos.
Él la besó en la base del cuello, y saboreó su piel con la lengua. Lisette se estremeció, y el calor estalló en su abdomen. Sentía su cuerpo estremeciéndose contra el de él, y Honorio profirió un sonido grave de placer animal junto a su garganta. Con suavidad, oprimió su pecho a través del cuerpo del vestido, deslizando el pulgar por el centro, haciendo que su pezón se contrajera.
Honorio volvió a besarla y sus labios se fundieron. Lisette tenía la sensación de estar derritiéndose, su cuerpo estaba consumido por el deseo. Por fin, con un gemido, él arrancó su boca de la de ella, dio un paso atrás y la miró sonriendo.
—Eres mía, no me daré por vencido —dijo antes de abrir la puerta y perderse en la oscuridad del palier.
Típico de los poderosos, pensó Lisette.
Cerró la puerta y se apoyó en ella, suspirando.

Continuará...

Ámame, pero no indagues... (Capítulo 04)

Un día solo para él

«En el momento en el que él abrió los ojos y ella fue consciente de que se había acabado el sexo, miró a un costado y preguntó:
—¿Te ha gustado?
La tercera en discordia gimió avergonzada.
—Oh, ha… ha sido perfecto —contestó en un susurro.
¡Mierda! Pensó él y se levantó rápidamente, aunque tambaleante. Tomó la sábana y la dejó en la cama antes de ir hasta el baño para deshacerse del preservativo.
Una vez dentro se pasó las manos por la cabeza, nervioso.
¿Desde cuándo estaba mirando?
¿Y eso qué carajo importaba? Los había visto… dudaba que después de eso tuvieran alguna posibilidad. Si eran tan amigas como decían, ella no querría poner en peligro esa amistad.
¿Por qué carajo tenía que ser siempre tan calentón?
Apagó la luz del baño y volvió a la habitación, gruñendo.
Ella lo recibió con los brazos abiertos, como siempre… y la otra estaba de nuevo de espaldas, acurrucada y tapada.
Hasta parecía un sueño… ¿realmente había observado?
Quizás no era lesbiana, sino voyerista…»

Alexis estaba desesperado.
Eran más de las ocho de la mañana y su jefe todavía no lo había llamado, tampoco contestaba su celular. Seguía en el departamento de esa mujer, el guardia que había dejado en la puerta del edificio lo confirmó antes de ser reemplazado por otro.
Se pasó la mano por el cabello varias veces, y caminó ida y vuelta en la recepción. El portero lo miraba con el ceño fruncido, aunque sabía que no debía meterse, estaba autorizado a estar ahí por la señora Lisette.
Con un gruñido se metió al ascensor y subió.
Entró al departamento con la llave que la señora le había dado el día anterior, sin hacer ruido. Fue hasta la sala y comprobó el motivo por el que su jefe no lo atendió: su celular estaba apoyado sobre la mesita de centro. Vio el edredón tirado en el piso y unos zapatos de hombre lanzados al descuido.
Volvió al comedor, que ya estaba pulcramente ordenado. Avanzó hacia los dormitorios, abrió una puerta suavemente y comprobó que la habitación estaba vacía. Suspiró, solo quedaba otra puerta. Entrar podría hacer que perdiera su empleo, pero tenía que comprobar que su jefe estuviera bien, era su trabajo.
Abrió lentamente y asomó la cabeza.
No le sorprendió lo que vio, era más o menos lo que esperaba encontrar, pero se tranquilizó. Su jefe estaba de espaldas abrazando a la mujer, que estaba acurrucada contra él, durmiendo. El edredón los cubría, aunque se notaba que estaban desnudos.
Cerró la puerta y sonrió.
Había sido contratado cuando amenazaron la vida del empresario –ahora candidato a presidente–, y en los seis años que trabajaba para él jamás pasó por una situación similar. Conocía toda su rutina. Sus encuentros con mujeres ocasionales solían ser rápidos y nunca se quedaba a dormir con ellas. Incluso cuando mantuvo una relación más estable con la ex modelo Érika Salomón durante un buen tiempo, siempre se retiraba de la casa de ella antes o poco después de medianoche.
Relájate, Alexis, pensó. Tu jefe está bien, es domingo, y aparentemente no te necesitará esta mañana. Con esa premisa bajó a la recepción y volvió a su casa. Él también tenía una mujer cálida esperándolo, por suerte no tan mandona como la "nueva novia" de su patrón.

—¡Santo cielos! —susurró Honorio aturdido cuando despertó y miró su reloj.
Lisette se quejó con un murmullo inentendible y se apretó más contra él.
Honorio le dio un beso en el hombro y se desplazó lentamente fuera de la cama, buscó sus bóxers en el suelo, se los puso y fue hasta la sala. Tomó su celular y comprobó que ya eran las once de la mañana.
¡Las once de la mañana! No recordaba cuándo fue la última vez que había dormido hasta tan tarde. Tenía algo que hacer, seguro, siempre había alguna actividad programada… pero no podía recordar qué era.
En ese momento no importaba, lo único que necesitaba era usar el sanitario. Caminó de nuevo hasta la habitación comprobando que tenía dos llamadas perdidas de Alexis, pero como por arte de magia se olvidó de él cuando vio a Lisette durmiendo como un ángel.
Estaba de espaldas, y era pura piernas y piel bronceada. La sábana cubría sus glúteos, pero solo eso. Su miembro se agitó al verla. ¿Hacía cuánto no tenía una reacción así por una mujer? No lo recordaba.
Suspirando se metió al baño y a la ducha.
Cuando salió de allí envuelto en una toalla, Lisette estaba poniéndose una bata. Le sonrió y se acercó a él.
—Buen día, presi… ¿cómo amaneciste?
—Increíblemente bien —respondió tomándola de la cintura, pero cuando la abrazó, ella volteó la cara para que no la besara.
—Voy a lavarme los dientes primero —dijo sonriendo, y lo apartó.
—Hablando de eso, usé tu cepillo, espero no te importe.
—¡Oh, qué horror! —respondió irónicamente, riendo a carcajadas— Nuestros fluidos en contacto, seguro que si anoche no nos contagiamos algo… ahora no nos libramos.
—No encontré ninguna maquinita de afeitar —dijo riendo también—, así que tendrás que perdonar mi barba de un día.
—Te ves adorable, y no tengo nada de eso… me depilo con cera —le tiró un beso con los dedos y se metió al baño.
Honorio se acostó de nuevo en la cama, encendió el televisor y buscó algún canal donde estuvieran pasando las noticias locales. Se entretuvo un rato escuchándolas hasta que se acordó de nuevo de Alexis.
Lo llamó.
—Hola, Almada… ¿estás abajo?
—Eh… no señor. Estuve por ahí esta mañana y lo llamé varias veces pero aparentemente usted estaba durmiendo todavía —por supuesto, no le comentó su entrada a hurtadillas.
—¿Qué actividades tengo hoy? —preguntó cambiando de tema.
—Ya se hizo tarde para ir al asado de confraternidad en la seccional de Caacupé , señor. Así que avisé que su presencia allí no era posible.
—Hiciste bien, no es importante… ¿alguna otra cosa?
—La cena de… —pero se calló—. Es domingo, señor… mejor descanse, puedo ocuparme de que la senadora Ana lo supla esta noche.
Y no tuvo ninguna duda de que eso era lo que quería cuando vio salir a Lisette del baño descalza, con el pelo mojado y la bata de satén envolviendo su delicioso cuerpo.
—Me pa-parece bien —respondió entrecortado—. Te llamaré cuando quiera que me busquen. ¡Ah! Almada… necesito ropa… —Lisette se acercó a él— y elementos para afeitarme… —su musa subió a la cama— y cepillo de… mierda, mándame todo lo que se te ocurra y descansa tú también.
Colgó sin despedirse, porque ya tenía a Lisette subida a horcajadas encima de él, con la bata ligeramente abierta. Podía ver el inicio de sus senos, tentadores y firmes.
—No sé si quiero invitarte a desayunar —le dijo pícara—, me parece que es demasiado íntimo para una primera cita.
—Mejor pasamos al almuerzo directamente —dijo el candidato riendo, abriendo la solapa de la bata y besando uno de sus pezones—. Tu carne se ve deliciosa, anoche en la oscuridad no pude apreciarte como es debido, pero hoy me gustaría hacerlo.
—Soy una abuela de mediana edad, no te ilusiones, presi —respondió sonriendo—. Espero que estés consciente de eso. Tuve tres hijos, y a consecuencia, una operación para que mis pechos volvieran a estar firmes, además de una abdominoplastia para eliminar todas las estrías de los embarazos, mi ombligo ni siquiera es el original… sé generoso y mírame con ojos no tan críticos.
—Eres preciosa, Lisette… y no solo físicamente —respondió desanudando su bata—. Tienes algo que no todas las mujeres poseen: una personalidad fuerte. Eres avasalladora, segura de ti misma, sincera y admirable. Me gustas tanto, que tiemblo como un colegial cuando te miro.
—Me alegro… —y se alejó un poquito— ¿me dejas almorzar a mi primera? —preguntó pasando la lengua por sus labios.
—¡Oh, sí, sí! Hazlo… por favor —pidió casi desesperado.
Lisette rió a carcajadas y lo despojó de la toalla.
Se regodeó con la visión del cuerpo de su amante durante unos segundos antes de proceder, era delgado y fibroso. Ya no era un jovencito, pero no tenía un gramo de más en todo su cuerpo y se notaba que hacía ejercicios.
—Eres espléndido —dijo acariciando su pecho, su estómago, hasta llegar a su miembro y tomarlo entre sus dedos. Su polla dio un saltito entre sus manos y ella rió. Estaba despertando rápidamente, y era magnífico.
Honorio le pasó los dedos por el pelo y luego apresó con suavidad pero con firmeza sus cabellos, acercándola lentamente hacia sus muslos abiertos. Ella encerró firmemente el grueso miembro entre sus dedos, relamiéndose mientras caía sobre él. Cuando recorrió el húmedo glande con la lengua, él tensó los dedos en su pelo.
—Sí, cielo —susurró, anhelante—. Así, abre la boca así... ¡Ahhhh, sí!
Al escuchar el intenso placer en su voz, Lisette se estremeció. Se acercó unos centímetros, abrió más la boca y lo introdujo en su húmeda cavidad para absorber la esencia de Honorio; la textura dura y sedosa; el suave olor a almizcle; el sabor a sal en la abertura del glande; el vello castaño que le cubría los muslos y que se espesaba en la base de la erección. Él gimió y se retorció cuando ella lo tomó hasta el fondo de la garganta.
Honorio apretó más los dedos y arqueó las caderas, impulsándose hacia su boca.
—¡Mierda, qué placer!
Lisette se encendió ante sus alabanzas y anheló más. Comenzó a succionarle con frenesí, deslizando los labios por la dura longitud, lamiéndolo y friccionándolo con la lengua, rozando los dientes con suavidad en la hinchada punta.
—Lisette... —repitió Honorio con un gemido—. Me moría de ganas de sentir tu boca. Trágame, cielo.
—Sí, mi presi —susurró ella sensualmente.
Entonces él extendió la palma de la mano en la parte posterior de su cabeza y con la otra mano empuñó su erección.
Con anterioridad el sexo oral había sido sólo una manera de excitar a sus amantes antes del sexo, pero con Honorio era un placer por derecho propio. Él inundaba sus sentidos con su aroma almizclado y su sabor único, con sus gruñidos y gemidos, con los duros muslos y los dedos tensos con que tiraba de su pelo. Lo vio echar hacia atrás la cabeza con los ojos cerrados y se perdió. Quiso complacerlo por completo, hacer más profundo el innegable lazo que crecía entre ellos.
Introdujo el hinchado y aterciopelado glande otra vez entre los labios y le tomó más a fondo, más rápido, incapaz de no darle todo lo que él quería. Jugueteó con suaves toquecitos de la lengua. Él tensó los dedos y la guió, marcando un ritmo más acelerado y caliente. Ella accedió, llevándolo hasta el fondo de la garganta. Honorio emitió un largo gemido y ella se recreó en el sonido.
Lisette tomó los pesados testículos con la palma. Notó que se tensaban cuando arrastró otra vez la lengua a lo largo del miembro y la curvó en torno al sensible glande, que pellizcó suavemente con los dientes.
—¡Qué placer, cielo! ¡Sigue! ¡Chúpamela hasta el fondo!
La orden provocó que la atravesara un desesperado anhelo por darle aquel goce que demandaba. Los pechos comenzaron a palpitarle doloridos y notó un calambre de ansiedad en la vagina. La sangre se le aceleró y el corazón comenzó a palpitarle desbocado. Honorio se estaba volviendo una adicción para ella. Lo sabía, y en su cabeza resonaron todas las alarmas. A pesar de que finalmente se arrepentiría, en ese momento estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para disfrutar del éxtasis que él podía proporcionarle.
Él llenó su boca, cada vez más rápido. La urgente necesidad que mostraba la impulsaba a chupar con más intensidad, con más velocidad. Las palabras se transformaron en gemidos torturados. Honorio se puso más duro todavía y comenzó a palpitar en su lengua. El deseo clavó las uñas en ella. Lisette quería eso, necesitaba saber que podía proporcionarle ese placer, igual que él necesitaba proporcionárselo a ella.
—Lisette... —apenas entendió su nombre entre los bruscos jadeos— ahora, cielo.
Ella gimió, asintió con la cabeza y le chupó con más intensidad que nunca.
Unos segundos más tarde, él tensó todos los músculos. Gritó y le inundó la boca con aquel picante sabor masculino al tiempo que llenaba sus oídos con un gemido largo y gutural. Ella tragó y siguió succionándole mientras alcanzaba el clímax, envuelta en un eléctrico placer por haberlo complacido. Y lo sintió de nuevo cuando él la miró, un momento después, con unos suaves ojos oscuros y le acarició la mejilla con el dorso de los dedos, limpiándole unas gotas de semen al costado de sus labios.
—Gr-gracias —fue todo lo que pudo decir, entrecortado.
Lisette no sólo quería darle placer; necesitaba ganarse sus alabanzas y su ternura, ansiaba su aprobación. En el pasado siempre había dado por hecho que los amantes encontrarían el placer en ella, igual que ella hacía con ellos. Con Honorio era diferente. ¿Por qué?
—Dios mío, eres increíble —la voz ronca fue directa al corazón de Lisette—. Me siento tan feliz de haberte conocido y que ahora seas mía.
«Suya». Sí, ella lo supo en su propia alma. Escuchar su aprecio calmaba su ansiedad, provocaba una sensación de paz que no alcanzaba a comprender. De alguna manera se sentía limpia, casi feliz.
Honorio se acomodó en la cama con un gemido. Lisette reposó la mejilla en su muslo y suspiró cuando él le pasó las manos por el pelo en agradecimiento.
Estuvieron largo rato en esa posición, en silencio, hasta que Honorio se desplazó hacia ella, lo notó en la presión de su estómago y en su corazón desbocado. No se resistió cuando la acomodó contra las almohadas, se colocó de rodillas entre sus muslos, le abrió completamente la bata y sopló sobre los resbaladizos pliegues.
—Te hiciste un tatuaje —dijo asombrado al mirarla a la luz del día. Unos complicados dibujos arabescos surcaban la parte baja de su estómago, de cadera a cadera, sobre su delicioso coño.
—Tenía que disimular de alguna forma la cicatriz —respondió sonriendo.
—Es muy, muy sexi —admitió sonriendo, bajando la cabeza de nuevo.
Cuando le rozó el clítoris con el pulgar, contuvo la respiración y se aferró a las sábanas. Honorio introdujo dos dedos en el anegado canal y presionó hasta el fondo. Casi al instante, él encontró un lugar mágico y sensible y comenzó a frotarlo. La excitación se incrementó cada vez más. Ella comenzó a empaparle los dedos; gritó, separó más las piernas y arqueó las caderas en una súplica silenciosa.
—¿Te gusta esto, Lisette? —preguntó.
Antes de que ella pudiera responder, Honorio volvió a friccionar de nuevo aquel lugar sin ningún tipo de compasión, y le rozó el clítoris con la lengua de una manera lenta y tierna, como si dispusiera de todo el día.
Lisette no podía decir nada, sólo gemir cuando el placer la atravesó y la necesidad provocó un dolor desesperante.
—Supongo que eso es un sí —la risa retumbó en la habitación.
Ella apenas lo notó. Estaba demasiado ocupada ahogándose en el placer que provocaban los labios de Honorio en aquel pequeño nudo de nervios y en el calor de su entrada secreta. Él jugó y exploró, arrancándole gemidos y suspiros, llevándola cada vez más alto... en lugar de dejar que llegara al orgasmo que tenía al alcance de la mano, Honorio se retiró y siguió jugando con ella suavemente.
Siguió firme en la misma postura, sujetándole los muslos separados con aquellas manos enormes, con los hombros entre sus piernas y la boca sobre su sexo, prometiéndole silenciosamente el éxtasis más absoluto.
—No te detengas —susurró, arqueando las caderas cuando él se movió.
Ella contuvo la respiración. El deseo se reflejaba en la cara masculina cuando le acarició un pecho, cuando le rozó la cintura, antes de acomodarse de nuevo entre sus muslos, muy cerca de su sexo. Entonces se quedó quieto. Ella se ofreció a él, arqueando las caderas, dolorida de deseo.
Parecía que él sabía exactamente cómo volverla loca.
—Dime lo que te gusta —el ronco murmullo de Honorio le erizó la piel.
—¿Quieres que te cuente lo que me gusta en la cama? —Lisette no dudaba de que él fuera capaz de proporcionárselo.
—En la cama y fuera de ella. Quiero que te abras completamente a mí.
—¿Físicamente?
—En todos los aspectos —su mirada era solemne, alarmantemente directa.
A Lisette le dio un vuelco el corazón, se mordisqueó el labio y observó con atención los duros y oscuros ángulos de la cara de Honorio.
—¿Qué es lo que quieres exactamente?
—Todo lo que estés dispuesta a darme —esbozó una sonrisa torcida—. Y probablemente más.
Aquellas palabras murmuradas ondearon ante ella como una bandera roja. ¿Qué quería él además de pasión? No era posible que aspirara a nada más que un día de placer.
—Honorio, yo…
—Confía en mí, cielo.
La forma en la que la llamó «cielo» la hizo estremecer. Por lo general, odiaba ese tipo de calificativos, pero la manera en que él lo decía... mmmmm. Entonces las palabras penetraron en su cerebro embotado por la lujuria.
Su voz dijo más que las palabras en sí, aunque él no había hecho nada más que darle cierta entonación; pero era evidente una vibración dominante. Lisette ya se había tropezado antes con algo así y había salido ilesa. Podría manejar también a Honorio.
Le lanzó una sonrisa amplia y arrogante y relajó las rodillas, permitiendo que él le separara más los muslos.
—Adelante… sé muy malo —dijo desafiándolo.
—Oh, cielo —la regañó él, sosteniéndole la mirada—. No lo dudes, lo seré.
Antes de que ella pudiera responder, Honorio se inclinó otra vez hacia ella. Deslizó aquellos largos dedos en su interior y le rozó ligeramente el clítoris con el pulgar antes de atraparlo entre los labios. Se lo succionó muy despacio; una leve caricia, un suave lametazo, jugueteando. Ella se puso tensa y clavó los ojos en él.
Honorio emanaba confianza en sí mismo... y no sólo en la cama. Era un hombre inteligente, interesante. Peligroso. Las caricias que prodigaba sobre su piel eran suaves... pero su mirada le decía que no la iba a tratar con mucha suavidad. Incluso el solo pensamiento la hacía temblar.
Entonces él frotó los dedos con firmeza sobre el punto G y cualquier reflexión se disipó de su mente. Cualquier intención que tuviera de mantener una perspectiva fría, quedó en el pasado... desapareció. Los atrevidos lametazos de Honorio hicieron que la cabeza le diera vueltas, y cuando succionó el tenso nudo de placer, consiguió que se estremeciera de los pies a la cabeza.
Santo Dios, qué bueno era. Realmente bueno. Cada vez que se estremecía o jadeaba, él hacía algo que la volvía más loca todavía, algo que era aún mejor. Una leve fricción con las uñas en la fina y tierna piel de su canal, un leve mordisquito en el ultrasensible clítoris, el roce de la punta del pulgar entre los resbaladizos pliegues y más abajo… hasta presionar sobre el ano.
—No. Honorio, eso no me gusta… ohhh... ahhh...
—No pienses en si debe gustarte —susurró él contra el interior del muslo—. Sólo disfruta.
Le introdujo cada vez más profundamente el pulgar en el trasero, dilatando el apretado anillo de músculos y haciéndole sentir un agudo placer que la hizo gemir. Nadie la había tocado allí, nunca lo había permitido. Y ahora... un millón de escalofríos que jamás había sentido chisporrotearon en su interior, acoplándose con las estremecedoras y dolorosas sensaciones que eran nuevas para ella.
—¿Te gusta? —Lisette negó temblorosamente con la cabeza, pero sus reacciones afirmaban lo contrario—. Sólo siente.
Dicho eso, volvió a poner la boca sobre el clítoris, rozó los dedos una y otra vez sobre aquel sensible lugar en su interior e hizo girar el pulgar en sus profundidades.
Honorio la tocó como si hubiera descifrado algo de ella y ahora usara ese conocimiento para volverla loca. Quizá mantener el control no fuera tan fácil como había sido siempre. El corazón le latía a mil por hora, con tanta fuerza e intensidad que apenas podía escuchar otra cosa que su rugido atronador. Sus propios gemidos le resonaban en los oídos. ¿Cómo podía sentir tanto placer y miedo a la vez?
Se clavó las uñas en la palma de la mano cuando el éxtasis que él le proporcionaba creció como un tsunami. Lisette no dudó que la ahogaría. Pero no por ello dejaba de anhelarlo, de suplicarlo. Y aún tuvo tiempo de contener la respiración y esperar.
La sensación que provocaban los dedos se incrementó, subió vertiginosamente hasta que sintió que su cuerpo iba a explotar. Arqueó la espalda y curvó las caderas impulsada por la fuerza con que el orgasmo atravesó su cuerpo. Gritó su nombre. Las estrellas explotaron ante sus ojos cuando el éxtasis la arrolló. Y cada imparable roce de Honorio en su interior, cada caricia de su lengua la hizo caer más profundamente en un abismo de placer tan abrumador que Lisette se preguntó si volvería a ser la misma.
Y Honorio… él todavía no podía comprender lo que le pasaba con esa sensual, chispeante y hermosa mujer. A simple vista no era diferente a las otras, pero solo tenía que abrir su preciosa boca o balancear sugestivamente sus caderas para que un abismo la separara del resto. Y le encantaba, incluso lo asustaba, algo poco usual en él.
Cuando sintió que se relajaba, volvió a subir hasta ella y la abrazó. Lisette se enredó en él, suspirando.
—Gracias —dijo ella suavemente, imitándolo.
Él sonrió complacido y los tapó con la sábana.

—Tengo hambre, cielo —dijo Honorio una hora después cuando el noticiero del mediodía terminó. Todavía estaban en la cama abrazados, mimándose y conversando.
—Tenemos la cena de anoche, sobró bastante. O sino, podemos pedir un delivery, no sé… dime que te gustaría.
—Cualquier cosa que llegue a mi estómago —respondió sonriendo—. Lo de anoche estará perfecto.
—Bien… —y se levantó, cubriéndose con la bata—. ¿Quieres almorzar en la cama? —preguntó al ver que no se levantaba.
—Mmmm, no… pero no tengo nada que ponerme. Solo el traje de anoche, muy formal para un domingo al mediodía.
Lisette fue hasta su vestidor y volvió con una bata de seda negra.
—Ponte esto, me queda grande.
—¿Estás bromeando, no? —preguntó saltando de la cama y probándosela, dio unos cuantos pasitos femeninos por la habitación y giró la mano torciendo la muñeca—. ¿Qué tal?
Lisette rió a carcajadas y se apretó contra él.
—Está usted muy sensual, presidenta —respondió en broma, besándolo.
Y tomados de la mano fueron hasta la cocina.
Pero… ¡Sorpresa! Encontraron sobre la mesa del comedor un pequeño bolso con la ropa limpia del candidato, un neceser con todo lo que podría necesitar, e incluso… ¡una bata blanca de esponjosa toalla!
—Almada es un genio —dijo él muy conforme.
Todavía debe tener mi llave, pensó ella frunciendo el ceño.
—¿Te parece bien si me afeito mientras preparas la mesa, cielo? —preguntó Honorio.
—No hay problema —y se metió a la cocina, suspirando.
Déjà vu, eso fue lo que Lisette sintió.
Y recordó a César, el gran amor de su vida. Él también fue un importante político –aunque Ministro de Relaciones Exteriores– cuando tuvieron su relación clandestina muchos años atrás. Era casado, pero se había enamorado de él como una idiota. Y también tenía un secretario que se ocupaba de todo, y él también tenía la llave de su departamento, y también le traía comida y ropas, y también el ministro se había adueñado de su vida, sus sueños y su hogar… volvió a suspirar. Demasiados «también».
César había muerto en un accidente automovilístico… y con él se llevó una parte de su alma. Nunca pudo recuperarse del todo, ni siquiera tuvo la oportunidad de despedirse de él, no tenía derecho a estar en el funeral. Su esposa sí, a pesar de que no llevaban una vida en común de forma convencional.
Cerró los ojos y se estremeció, apoyándose en la encimera de la cocina.
No podía permitir que ocurriera de nuevo. Había logrado su independencia, actualmente no necesitaba de un hombre que la mantuviera, no como en esa época. Por fin había encontrado algo que le gustaba hacer, que disfrutaba… y que de paso le daba un desahogo económico que nunca tuvo desde que se divorció y salió de su casa con solo la ropa que llevaba puesta.
Bien, tomó una decisión: disfrutaría de este día, de la compañía de un delicioso y poderoso ejemplar de hombre totalmente dispuesto a complacerla, pero evitaría involucrarse.
Y con esa determinación, procedió a recalentar el almuerzo.
Si Honorio en algún momento se dio cuenta de su cambio de actitud, no dijo nada. Almorzaron en la sala, informalmente viendo la tele y conversando. Los dos en batas y muy juntos en el sofá.
—Ésta si es una tele en toda su regla —dijo cuándo encendió el hermoso plasma de la sala—. No sé qué haces con esa antigua y pequeña caja obsoleta de tu habitación.
—Mmmm, exigente —respondió ella dándole un manotazo en la cabeza—. No todos tenemos dinero para tirar como tú.
—¿Me acabas de pegar? —preguntó falsamente enojado— Señora, usted merece un castigo.
Y procedió a castigarla como solo él sabía hacerlo, besándola y mimándola mientras veían una película.
El celular de él sonaba constantemente, pero no le prestó atención, ni siquiera fue a buscarlo de la habitación donde lo había dejado. Lisette recibió varios mensajes de texto y los contestó en silencio.
—Son mis amigas —dijo para justificarse.
—Me instalé en tu casa, pero no se me había ocurrido consultarte… ¿tienes planes, Lisette? —preguntó dudoso.
—Nada importante, los domingos solemos reunirnos en casa de Luana o Kiara para jugar buraco , pero solo si no tenemos otros planes —y lo miró interrogante—. ¿Te quedarás más?
—Trata de echarme —dijo riendo y besando su cuello—. Cuéntame de tus amigas.
—Eso estaba haciendo anoche cuando te quedaste dormido.
—Lo sé, y lo siento, estaba muy cansado.
—Entiendo, no te preocupes —y procedió a contarte sobre cada una de ellas y sus parejas.
—A Patricio lo conozco, es amigo mío, un gran tipo. Y también conozco muy bien al padre de Luana, pero a ella no —relató Honorio—. A Gabriel lo vi en el Club de Ejecutivos varias veces, no es mi amigo pero lo conozco personalmente. Y Kiara… ¿no es la ex esposa del Juez Adrián Ferraro?
—Sí, es ella.
—¡Ah, sí! La vi alguna vez con él, hace mucho tiempo. A Susana también la conocía, era una gran mujer, muy sociable, una pena lo que le ocurrió —Lisette asintió con tristeza—. Y a Sannie, bueno… ¡Quién no la conoce! Nunca he hablado con ella, pero debe ser una de las mujeres más famosas y con más trayectoria artística en todo el Paraguay.
—Y por mérito propio. No puedes caminar dos pasos con ella, que ya la detienen para saludarla, pedirle una foto o un autógrafo.
—Tienes un hermoso grupo de amigas, eso es muy lindo. Yo… tengo muchos conocidos, pero muy pocos amigos de verdad —y le rozó la mejilla con sus dedos, acercó la cara y besó su cuello, ella introdujo la mano dentro de su bata y acarició su pecho, el ambiente cambió totalmente en un instante. En ese momento se escuchó a lo lejos sonar su celular de nuevo—. Un minuto, ya vuelvo —anunció levantándose.
Cuando regresó, no traía consigo su celular, sino el paquete de preservativos.
Lo tiró sobre la mesita del centro, mirándola pícaro y dejó caer su bata al suelo.
—Guau, presi —dijo ella lamiéndose los labios, regodeándose con la visión del viril cuerpo masculino, totalmente desnudo. Aún en reposo, su miembro era espectacular.
—Ayuda a este chico a ponerse de pie, cielo —pidió acomodándose a su lado.
—Pan comido —dijo ella riendo, sentándose a horcajadas sobre sus muslos y tomando su miembro con la mano.
Honorio le abrió la bata, se la sacó y la contempló extasiado.
—Eres tan hermosa —declaró antes de apoderarse de un pezón y metérselo en la boca, ansioso. Posó las manos en su espalda y fue bajando hasta sus nalgas, acariciándola suavemente—. ¿Nadie puede entrar y sorprendernos, no? ¿Tus hijos?
—Solo Alexis —respondió riendo y besando su oreja, mordiéndola.
Y Alfredo, pensó, pero no lo dijo. Además, él estaba de viaje. Tenía que pedirle que le devolviera su llave apenas regresara.
—Bien, podemos pecar tranquilos —respondió él antes de tomar su cara con ambas manos y reclamar su boca en un profundo beso, que solo fue el preámbulo de muchos más que se darían esa idílica tarde.
Aquella aterciopelada voz tan áspera y ronca la hizo estremecer.
Entonces, Honorio se movió debajo de ella, observándola, presionando la rodilla lenta, rítmicamente, contra el montículo femenino, lo que originaba una ardiente fricción que la volvió loca de deseo.
Lisette se quedó sin respiración ante las primitivas sensaciones que ese movimiento despertaba en ella y se le escapó un gemido. De modo involuntario, dejó de acariciar su polla y levantó las manos para aferrarse a sus hombros.
Honorio consideró aquello como una invitación para proseguir porque deslizó las manos por las caderas de ella para asirla bajo las nalgas y levantarla, de manera que la sentó cerca de su pene, ya totalmente erecto.
—Ponme el preservativo, cielo… no puedo esperar más. Eres demasiado tentadora.
Y Lisette lo hizo, sintiendo que el placer era vivo y fascinante entre sus pliegues secretos, donde la sensible carne se había vuelto muy húmeda, henchida y ardiente.
Ella profirió un murmullo de protesta al hacerlo, pese a estar totalmente encendida, pero Honorio la atrajo por completo contra su cuerpo estrechándole los senos contra los duros músculos de su pecho. Luego, posó las manos en sus caderas y comenzó a procurarle un movimiento ondulatorio y lento.
—Muévete contra mí —le ordenó.
Lisette cerró los ojos con fuerza y obedeció. Al instante, un salvaje deseo llameó su cuerpo, tensando sus pezones y encendiendo un fiero dolor entre sus muslos. Impotente, le rodeó con los brazos el cuello y adelantó su pelvis contra él con apremiante necesidad. Un puro y sensual instinto disipó totalmente sus dudas guiándola, impulsándola.
Honorio alimentaba su entusiasmo balanceándola, excitándola, frotando su húmeda y henchida hendidura con fiereza contra su dura polla, hasta que la carne le ardió febril.
El ritmo de su respiración se tornó frenético. Sacudió las caderas, pero Honorio la mantuvo implacablemente en su sitio, dejando que se retorciera, que luchase y se tensase contra él.
El placer crecía de manera insoportable; el calor se volvía igualmente insufrible. Lisette respiraba ahora de forma desigual; clavaba las uñas en su hombro y se aferraba a él mientras sentía profundamente intensas pulsaciones en su núcleo femenino.
Mirándola con lujuria, la hizo descender mientras la penetraba, permitiendo que la impulsara su propio peso. Al instante, ella se relajó en sus brazos, cuando la rígida carne distendió sus suaves tejidos femeninos.
Honorio permitió que ella fijase el ritmo, que lo tomase tan profunda y plenamente como quisiera. Pronto sus movimientos asumieron un ritmo más urgente. Se arqueó debajo ella, con los densos músculos de sus hombros tensos, mientras se esforzaba por mantener el control. Pero el deseo entre ambos crecía; la explosiva presión se acrecentaba.
El cuerpo de Lisette tomó entonces por completo la iniciativa, moviendo las caderas en una instintiva danza de pasión. Se aferró con los dedos a su espalda y separó los labios para dejar escapar sollozantes gritos de pasión.
Honorio no pudo contenerse. Tomó su boca con un duro beso y sumergió la lengua profunda y vorazmente. Se le encrespó la sangre cuando Lisette le respondió de igual modo. El placer se precipitó y lo hizo palpitar furiosamente, mientras ella le devolvía el beso con la misma intensidad.
La luz del sol que penetraba desde el balcón se vertía sobre ambos, un mosaico arremolinado de luz, calor y colores cambiantes que iluminaban su frenética danza de labios, lenguas y miembros.
Una arremetida más apremiante encendió una explosión sensual dentro de ella. Lisette jadeó entre los brazos masculinos, gritando. Honorio notó que ella se agitaba y se crispaba a causa del éxtasis; sintió sus contracciones, que le asían y empujaban más hacia su interior.
El calor se precipitó en su pecho y se expandió.
—¡Dios... Lisette!
Su nombre chirrió en la garganta mientras los ardientes y aferrantes latidos de su orgasmo le agotaban. Un instante después, el gemido de Honorio se convirtió en un ronco grito. Se contrajo impotentemente vertiendo en ella el ardiente chorro de su liberación.
Tras su violento y poderoso clímax, Honorio apenas pudo contenerse para no desplomarse sobre el sofá. Sus sentidos, poco a poco, retornaron a la conciencia. La ardiente luz del sol se desplomaba sobre ellos, el rítmico murmullo de la televisión, la increíble suavidad de la mujer que tenía encima.
Había sido único, agotador, hacerle el amor a Lisette.
Nunca se había visto tan encendido antes; jamás había estado tan profundamente conmocionado.
Respiró hondo para tranquilizarse y levantó la cabeza para mirarla. Su rostro estaba sonrojado y ofuscado de deseo; sus ojos, embargados de pasión y brillantes mientras lo observaba.
—Esto ha sido... —a Lisette le falló por un momento la ronca voz y se mojó los hinchados labios antes de continuar— sencillamente hermoso.
De forma inesperada, Honorio sintió que se le desbocaba el corazón. Él no podía sentirse aturdido de manera tan absurda ante su elogio, como si fuera un joven novato; aunque no pudo reprimir aquella disparatada emoción.
—Lo fue, realmente precioso —aceptó, depositando un ligero y dulce beso en sus labios.
Ella agitó los ojos, cerrándolos, y luego profirió un suspiro de satisfacción.
Cuidadosamente se recostó en el sofá y quedó relajado sobre su espalda, llevándosela consigo, con la cabeza de ella apoyada sobre su pecho. Durante largo rato, yacieron simplemente así, saboreando la paz de ese momento.

Continuará...

CLTTR

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