Aguas Claras - Segundo día (Crucero Erótico 02)

domingo, 27 de noviembre de 2011

Salvador, Bahía…
31 de Diciembre.

Pablo despertó temprano, a pesar de haber dormido tan tarde. Él no estaba de vacaciones, así que tenía que levantarse a trabajar.
Miró a Karina acurrucada en su costado y sonrió.
Un rato más, pensó y la apretó contra él en posición "cucharita", Miró sobre su hombro y vio que Julia esta desperezándose ligeramente. La sábana se había deslizado hacia abajo. Podía ver de costado las curvas de sus perfectos senos delineados por la camiseta ajustada que llevaba y también se veían sus bragas de algodón amarillas que se habían metido dentro de su hermoso culito.
Su miembro despertó de nuevo.
Tenía en brazos a una hermosa y cálida mujer y deseaba a otra fría y huidiza. Qué ironía, pensó suspirando.
Julia se giró hacia ellos y abrió los ojos lentamente.
Se miraron sin decir nada, serios.
Por más que su cerebro le decía, no la mires, levántate y ve a trabajar, no podía hacerlo. Bajó la vista desde sus ojos hasta sus senos, se podían vislumbrar ligeramente sus aureolas más oscuras a través de la ligera camisilla que llevaba puesta… y no se cubrió. Parecía no importarle que la mirara. Siguió bajando la vista y se topó con… la sábana ¡Maldición! 
Necesitaba comprobar si su segunda teoría era cierta.
—Buen día, gacela —dijo suavemente.
—Mmmm, buen día… es temprano —contestó desperezándose.
—Para ti si… yo debo ir a trabajar —dijo suspirando— dime, nena… ¿te gustó lo que viste anoche?
Julia sonrió y se ruborizó.
—Se veían muy bien juntos —fue toda la respuesta que obtuvo.
—¿Te calentaste, gacela? —ella lo miró como horrorizada— No lo niegues… acepta por lo menos esa verdad ¿Te gusta observar? —preguntó curioso.
—En realidad… es la primera vez que lo hago.
De repente se le ocurrió otra cosa. Y con su total falta de diplomacia, la pregunta no se atragantó en su boca:
—¿No serás virgen, no?
—¿Siempre eres tan atrevido? —preguntó sonriendo— Esa es una pregunta personal, creo.
—Solo contesta y sácame de la miseria… —rogó con cara de ángel.
—No, no lo soy —dijo con seguridad.
—Bien, muy bien… ¿te gusta cómo nos vemos juntos? —preguntó y levantó la sábana, destapándolos.
Julia tragó saliva, observándolos.
Y él empezó a juguetear con uno de los pezones de Karina, que gimió.
—Los dos son hermosos —contestó en un susurro.
—Tú también eres hermosa, gacela. Juega conmigo… acaríciate también, como no me dejas tocarte, piensa por lo menos que son mis manos las que están haciéndolo. Así, mira… —y procedió a mostrarle lo que quería hacerle tocando a su amiga, que gemía y se contorneaba ligeramente entre sus abrazos.
—¿Me estás usando como muestrario? —preguntó Karina despertando, aún somnolienta.
—Shhh, silencio, monita… disfrútalo —dijo acariciando sus pezones con los dedos, estirándolos y dándole ligeros besos a su cuello desde atrás. Luego metió una de sus piernas entre las de ella y las abrió, bajando una de sus manos y acariciando sus pliegues ya húmedos, sin dejar de tocar su pezón con la otra. Miró a Julia para ver su reacción—: ¿Te gusta, gacela?
Julia gimió.
—Oh, Dios… —dijo en un susurro, sus labios temblaban ligeramente.
—Tócate, nena… quiero ver al menos eso. Tócate así —y metió uno de sus dedos dentro del palpitante coño de Karina, quien gimió y se retorció extasiada, aparentemente muy feliz por lo que le estaba haciendo.
Julia se sentó en su cama y tomó el borde de su camisilla de dormir, como para quitársela, cuando…
Riiiing, Riiiiiiing…
¡Noooo, eso no podía ser cierto! Pensó Pablo desesperado.
Estiró una de sus manos y tomó el tubo:
—¡Hola! —saludó contrariado.
Gruñó varias veces, escuchando las instrucciones y luego colgó diciendo:
—Sí, sí… voy para allá.
Y las miró con cara de carnero degollado.
—¿No pensarás dejarme así, campeón? —preguntó Karina sonriendo por su expresión— ni Julia ni yo somos tortilleras … ¿qué haremos sin ti?
—¿Y qué hay de mi? —se levantó de un salto de la cama— Miren como estoy… más duro que asta de bandera. Podría cargar una bandeja de desayuno fácilmente con mi polla.
Las dos lo miraron y rieron a carcajadas.
—Búrlense… búrlense nomás —dijo dirigiéndose al baño, una vez dentro dejó la puerta abierta y siguió hablando—: ¡Y prepárense para esta noche, porque continuaremos lo que empezamos!
Julia se estremeció.
Karina se dio cuenta y le guiñó un ojo.
Mientras se duchaba Pablo pensó en que Karina acababa de confirmarle que Julia no era lesbiana, tampoco era virgen, se lo dijo ella. Y era la primera vez que había observado a una pareja hacer el amor… no era voyeurista.
Entonces… ¿cuál coños es su problema? Se preguntó.
Tendría que poner más empeño en descubrirlo, porque por lo que se había dado cuenta ninguna de las dos iba a darle siquiera una pista sobre eso.



—Tú confías en Pablo, por lo que veo —dijo Julia mirando a Kari. Estaban sentadas al borde de la piscina en las reposeras, disfrutando del sol de la media mañana.
—Ciegamente… ¿acaso no es adorable? —preguntó.
—Sí, lo es… pero me pone muy nerviosa.
—Eso es porque te gusta, Juli, y te da miedo abrirte a él. Quizás deberías ser sincera, a lo mejor puede ayudarte. No existe nadie mejor que él para hacerlo, te lo aseguro.
Julia suspiró.
—Él tiene mucho entusiasmo, pero con eso no se resuelve un problema psicológico profundo, Kari. Ya pasé por una media docena de psicólogos y psiquiatras a lo largo de seis años y ninguno pudo ayudarme… ni siquiera yo, con todo lo que he leído ¿qué puede hacer él? Pobre tipo… no lo involucres en mis cosas.
—Bueno, amiga… los psicólogos tienen la teoría, pero quizás es hora de que enfrentes tus miedos en la práctica.
—Sabía que dirías eso —dijo con una sonrisa triste— pero sería muy egoísta de mi parte involucrar a alguien con mis problemas. Lo intenté, te lo juro… un par de veces traté, pero fue espantoso… terrible —Julia escondió la cara entre sus manos al recordar.
Karina se levantó de la reposera, se acercó a su amiga y la abrazó.
—Lo sé, cariño… no me hagas caso. Quizás lo que debamos hacer es relajarnos… liberarnos juntas, a lo mejor es un paso importante para ti.
Julia la miró intrigada.
—¿Qué propones?
—Una playa nudista —dijo con picardía.
Los ojos de Julia se abrieron como platos y rió a carcajadas.
—Ay Kari, me diviertes, eres lo máximo —dijo abrazándola— te quiero amiga, pero sabes que no tengo ningún complejo con mi cuerpo, puedo desnudarme aquí mismo y no me importaría. Esa no es ninguna terapia que me sirva, aunque sería una experiencia diferente.
—Hagámoslo. Preguntémosle a Tanya donde hay una de esas playas en Bahía, creo que llegaremos al mediodía.
—Tanya acaba de llegar de Estados Unidos, no tendrá idea.
—¿Y esa señora… Yanela?
—No la conocemos de nada…
—Bueno, Pablo entonces.
—Mejor busquemos en internet —dijo frunciendo el ceño.
Se levantaron de un salto, se pusieron los pareos y como rayo se dirigieron hacia el ciber-café.
Pablo justo iba a saludarlas cuando las vio cuchichear entre ellas y correr riendo a carcajadas. Algo estaban tramando. Las siguió.
Se sentaron frente al ordenador con dos enormes vasos de café frappé  y teclearon "playa nudista salvador bahía" en Google.
«En Bahía a unos 50 kilómetros de Salvador y muy cerca de otros lugares excepcionalmente bellos, se encuentra la playa nudista de Massarandupió sobre la Costa dos Coqueiros».
Volvieron a teclear "Playa Massarandupió" y llegaron a una página interesante con la foto de una playa desierta:
«Tomando ventaja de su aislamiento, esta playa desierta se convirtió en la primera categoría del nudismo en la región. El paisaje incluye arenas blancas, caracoles, un mar de olas pequeñas, rodeada de cocoteros y exuberantes dunas. Esta tranquilidad lo convierte en uno de los lugares favoritos de las tortugas marinas para anidar. La infraestructura sigue siendo mínima, con algunas tiendas de campaña cerca de la aldea y una hermosa zona de camping, situado en torno a una laguna detrás de las dunas».
—Lo encontramos —dijo Karina orgullosa.
—Ahora solo tenemos que averiguar cómo llegar —dijo Julia sonriendo.
—Me imagino que no se les ocurrirá ir solas a ese lugar ¿no? —dijo Pablo con el semblante serio detrás de ellas.
Ambas gritaron asustadas.
—¡Palitooo! Casi nos das un infarto —dijo Karina golpeándole el pecho con el puño.
—¡Qué concentración! —comentó todavía serio.
—No puedes hacer nada al respecto, cariño… somos adultas y sabemos cuidarnos solas.
Julia se mantenía callada.
—Tecleen "Seguridad en Salvador Bahía" y verán a lo que se enfrentan. ¡Por Dios, chicas! —dijo enojado— Bahía es considerada la metrópoli con el mayor porcentaje de afro-americanos localizada fuera de África. Si bien la mayoría son muy buena gente, algunos dejan mucho que desear… ¿no querrán ser violadas en su supuesta aventura, no?
Julia se puso blanca como un papel y se tensó.
—Tranquila, cariño —dijo Karina abrazándola y mirando a Pablo con el ceño fruncido.
Pablo no entendía nada, él solo trataba de ayudar y lo miraban con asco.
¡Mujeres!
—Bueno, chicas… —dijo temiendo haber metido la pata— si tanto quieren conocer ese lugar, yo las llevaré. Le pediré a Andrés que me releve y podrán asolearse en cueros, como quieren. Prepárense, desembarcaremos después de almorzar.
Dio media vuelta y se fue, sin esperar respuesta.
Ni siquiera quería saber lo que pensaban… iba sonriendo de oreja a oreja. ¡Vería a su tormento desnuda! ¡Por fin!
—¿Y esa cara de felicidad, Pablo? —preguntó Andrés cuando lo encontró.
—Necesito tu ayuda, zoquete  —suplicó levantando ambas manos en señal de oración— juro que podrás pedirme lo que quieras, pero déjame bajar a Bahía esta tarde… ¡por favor! Reemplázame, Jaime te ayudará, él conoce todas mis obligaciones.
—¿Para qué? —preguntó intrigado.
—Eso no puedo decírtelo —dijo sonriendo pícaramente.
—Entonces no hay trato —contestó haciéndose rogar.
—Mierda, Andrés… las chicas quieren ir a un lugar peligroso, no puedo dejarlas que lo hagan solas.
—¿Qué tan peligroso? —preguntó con sorna.
Pablo suspiró, sabía que no iba a ceder a menos que le dijera la verdad.
—Massarandupió —dijo finalmente, resignado.
Y empezaron los insultos, uno más obsceno que el otro.
Por supuesto, lo reemplazó, incluso lo ayudó a alquilar un vehículo todoterreno que los esperaría en el puerto a la hora que tenían previsto llegar.
Y no dejó de recordarle:
—Me debes una, paragua .



Luego de almorzar juntos, bajaron a Salvador y el vehículo los estaba esperando en el puerto.
—Guauu, Palito… te esmeraste.
—Todo sea por complacer a mis chicas —dijo orgulloso subiendo al asiento del conductor.
—Gracias, Pablo… es muy dulce de tu parte —dijo Julia subiendo detrás. Karina se ubicó en el asiento del copiloto—: por supuesto, compartiremos los gastos.
—No es necesario, Julia —dijo Pablo sabiendo que si tuvieran el dinero suficiente, no estarían apretujadas en su camarote.
Y emprendieron el viaje.
Como era muy temprano para tomar sol y el viaje les llevaría menos de una hora, primero les hizo un recorrido por la ciudad para que la conocieran. Hicieron un tour por el Centro Histórico de Salvador, llamado Pelourinho, que es el mayor conjunto arquitectónico de estilo colonial barroco de Latinoamérica de los siglos XVI y XVII.
El entusiasmo de las chicas era contagiante.
Era muy fácil conducir en Salvador, se caracteriza por sus anchas avenidas y tránsito eficiente, con fácil acceso a los principales puntos turísticos. Cuando se dispuso a iniciar el viaje hacia la playa, lo hizo por la ruta que bordea la costa, para que pudieran observar todas las playas.
Pablo, que ya había ido a esa playa un par de veces, conocía un acceso donde podían entrar con el todoterreno hasta casi la arena. Condujo entre dunas hasta que llegaron, alrededor de las tres de la tarde.
Entre todos ayudaron a bajar lo que habían traído hasta la playa: toallas, sillitas de lona, sombrillas, incluso Pablo hizo preparar una conservadora con sándwiches y bebidas frías.
Él sabía que normalmente no había mucha gente en esa playa, pero siendo día entre semana, la playa estaba realmente desierta, sobre todo en esa zona que él había elegido.
A lo lejos se veían unas cuantas sombrillas, pero todas esparcidas y alejadas unas de otras.
Sólo podía esperar que su cuerpo cooperara y no sustentara una erección notablemente grande y dolorosa con tan solo ver desnuda a su obsesión, porque en éste caso no podría ocultarlo. Suspiró, notando con triste resignación que su pene ya se estaba poniendo tan duro como una barra de hierro con solo pensarlo.
Él simuló concentración al preparar la sombrilla y acomodar las pequeñas sillas y toallas, dejando a las chicas que hicieran lo que quisieran y se maravillaran con el lugar.
Cuando las miró, ninguna de las dos se había sacado su biquini todavía.
Ladeó las cejas y preguntó:
—¿Y? ¿Qué esperan?
Ambas se miraron y rieron pícaramente.
—Tú primero —dijo Julia.
—Ningún problema, chicas… ya me vieron en pelotas de todas formas, pero les aviso que el solo imaginar sus hermosos cuerpos desnudos al sol, el fiel amigo que nunca me abandona ha estado inquieto desde que llegó, así que sabrán perdonarlo si no deja de saludarlas toda la tarde.
Rieron a carcajadas con la ocurrencia mientras él se sacaba la remera y bajaba sus bermudas, quedando desnudo y totalmente excitado.
Les hizo una seña con la cabeza, instándolas a que lo imitaran, poniendo sus manos en la cintura, en posición de espera.
En menos de cinco segundos estuvieron las dos desnudas también, y él por fin pudo conocerla. Karina saltó y se ubicó a su lado, tomándolo por la cintura.
—¿No es hermosa? —preguntó observando su reacción.
—Las dos parecen ninfas marinas —dijo con la verdad, pero no podía apartar sus ojos de Julia, quién se había ruborizado completamente.
Cerró sus ojos y negó con la cabeza, resignado.
—Esto va a resultar más duro de lo que me imaginaba —dijo sinceramente, suspirando— chicas, voy al mar a refrescarme.
Dio media vuelta y se alejó refunfuñando.
¡Mierda! Se había depilado completamente su hermoso coño, pudo ver su preciosa rajita ligeramente abierta, y sus senos, redondos, firmes y de tamaño perfecto, con pezones pequeños y excitados casi lo volvieron loco. No tenía una sola marca en todo el cuerpo, como si tomar sol desnuda fuera usual.
No sabía cómo iba a hacer para resistir y no tirarse encima de ella en toda la tarde.
Cuando volvió, al cabo de media hora de nadar en el mar tranquilo, tratando de calmar su excitación con ejercicio físico, las encontró tiradas en la arena, sobre las toallas con los ojos cerrados.
Karina estaba tomando sol de espaldas, pero Julia… ¡Dios Santo! Lo hacía de frente… y parecía dormida.
Se acercó, sin poder creer que él, Pablo Gonzaga, cayera sobre sus rodillas y mirara libidinosamente el cuerpo desnudo de su tormento tan de cerca. Miró a su alrededor, sintiendo pánico por un momento de que lo avergonzara frente a alguien gritándole que se alejara. Respiró con alivio al comprobar de nuevo que estaban totalmente solos en ese pedazo de la playa, y que sus gritos sólo servirían para humillarlo frente a Karina. No es que ese panorama fuera mucho mejor.
Los ojos de Pablo cayeron hasta su cara, notando enseguida que estaba profundamente dormida, luego encontraron sus senos, y su pene volvió a endurecerse al mirarla, el deseo lo abarcó dura y rápidamente. Sus aureolas, eran de color rosa claro y un poco acolchadas debido al calor. Sus pequeños pezones sobresalían de una suave y aterciopelada base.
Respiró hondo, con una erección salvaje, mientras su mirada se paseaba más abajo y se posaba sobre su acolchonado coñito. Sus piernas estaban ligeramente abiertas y una de sus rodillas levemente doblada, lo cual no ponía ningún impedimento a que él viera cómo se veía su carne por dentro al estar totalmente afeitada, pensó en cuánto le gustaría pasar su lengua por todos los suaves pliegues debajo.
Pablo miró su raja, queriendo chuparla, queriendo montarla… queriéndola y punto. Como si la durmiente joven pudiera leer sus pensamientos y quisiera alentarlos, la carne entre sus piernas se humedeció un poco delante de sus ojos y una gota de flujo se dejó ver en su abertura.
Sus ojos se dispararon a sus senos. Estaban más duros que antes, tanto que parecía doloroso. Tan duros que se imaginó llevándoselos a la boca y…
Ella se dio cuenta.
Avergonzado al haber sido pescado mirando sin reparos su cuerpo desnudo, Pablo alzó la mirada y chocó con la de Julia, bien despierta.
—Eres hermosa —es lo único que atinó a decir, con voz ronca.
No parecía asustada, ni siquiera enojada. Levantó su torso y se apoyó en sus codos, diciendo:
—Gracias, Pablo… tú también eres un hombre magnífico.
Se acostó a su lado en otra toalla y mandó la cabeza para atrás, suspirando resignado. Tomó una revista y la puso sobre su erección.
Quedó como una tienda de campaña.
Ella rió a carcajadas, despertando a Karina, que se incorporó y observando a su amigo, la acompañó.
—Ustedes me van a matar —dijo gruñendo, se levantó y de nuevo fue hacia el mar.
—Creo que tendré que ayudarlo —dijo Karina pícaramente y lo siguió.
Julia los observó y suspiró.
Pensó que si fuera una mujer normal, le hubiera gustado tener relaciones íntimas con ese hombre tan desenfadado y extrovertido. Era alegre, sincero, directo y extremadamente apuesto.
Estiró las rodillas y escondió la cabeza en ellas, abrazando sus piernas.
Soy una maldita psicótica disfuncional, pensó. ¿Quién querría a su lado a una mujer así?
Sabía que llamaba la atención de los hombres. Lo supo apenas cumplió doce años y empezó a desarrollarse tempranamente. El perder a su madre a los diez años, su única familia conocida, no la había ayudado a crecer con normalidad.
No quiso seguir recordando, levantó la vista y miró hacia el mar.
Y allí estaban… besándose dentro del agua.
Sintió algo extraño, que nunca antes había experimentado. No supo reconocerlo… ¿envidia? ¿celos? Cualquiera sea el sentimiento, no le gustaba. Se imaginó que era ella en brazos de Pablo, y no Karina… eso la hizo sentir mejor, pero la realidad era otra: era Karina quien disfrutaba de sus atenciones.
Se sintió miserable.
Mientras tanto, en el mar con el agua cubriéndolos hasta la cintura, Karina estaba montada a horcajadas en las caderas de Pablo y él la sostenía de por las nalgas, besándose, cuando le dijo contra su boca:
—Monita, te adoro, lo sabes… pero también sabes que esta erección permanente no es por ti, ¿no? No quisiera ser tan hijo de perra y usarte para descargarme cuando no es en ti en quien estoy pensando.
—Siempre tan sincero, amorcito —dijo abrazándolo— esa es una de las virtudes que más admiro en ti… ¿crees que soy tonta y no me di cuenta? No voy a follar contigo aquí de todas formas, no tenemos protección.
—¿Y eso cuándo fue un problema para ti, cariño? —preguntó riendo— tomas la píldora desde los catorce años y sabes que estoy sano.
—En realidad es otro el problema —él la miró interrogante—, descubrí a la vejez viruela que tengo algunos escrúpulos —dijo riendo.
—Ay, sí… pobre viejita decrépita.
—Tengo algo que contarte, cariño…
—¿No me va a gustar? —preguntó al ver su semblante serio.
—No lo sé… —dijo haciendo pie en el fondo del mar— creo que si realmente me quieres, te pondrás contento.
—Entonces con seguridad me gustará, porque te quiero con todo mi corazón —dijo dándole un suave beso en la nariz.
—Yo… voy a casarme, Palito.
El corazón de Pablo empezó a latir con fuerza y su erección bajó notablemente en escasos segundos.
—No puede ser… —contestó anonadado.
—¿Arruiné nuestras vacaciones con la noticia? —se dio la vuelta y golpeó el agua con las manos— ¡Mierda! Sabía que debía callarlo hasta despedirnos.
—No, no… nooo, cariño —dijo volteándola de nuevo— si lo amas, me alegro mucho por ti, en serio.
—Lo amo tanto, Pablo… —dijo emocionada— Joaquín es responsable y serio, todo lo que yo no soy. Es médico y nos conocimos en el hospital, es una persona increíble. A pesar de su seriedad y su aire de niño bueno, es un espíritu libre como yo. No se hace dramas por nada, es complaciente y sincero. Lo probé de todas las formas posibles, ya te lo imaginarás… y siempre parece superarme, incluso sin proponérselo.
Pablo sonrió.
—Parece ser ideal para ti… siento envidia.
—¿Y eso por qué? —preguntó ladeando la ceja.
—No sé, quizás porque nuestra relación siempre fue muy especial y sin embargo nunca pudiste enamorarte así de mí.
—Tú tampoco te enamoraste de mí. Ambos supimos siempre que era imposible que estuviéramos juntos más de quince días… nos mataríamos.
—Lo sé… —Pablo no comprendía sus sentimientos—, estoy confundido, monita… por un lado estoy triste, porque es como si se cerrara una etapa en nuestras vidas. Y por otro lado, estoy muy contento de que hayas encontrado a una persona especial con quien compartir la tuya.
—Me gustaría que tú también la encontraras —dijo sinceramente.
—¿Por eso me trajiste este regalo? —preguntó mirando hacia la costa.
Ella sonrió.
—Ojalá hubiera sido tan altruista, pero la verdad es que la traje pensando que quizás juntos podríamos ayudarla.
—Eso es lo que todavía no comprendo, ¿qué carajo le pasa? Es una hermosa mujer, no tiene dramas con su cuerpo por lo que veo, es dulce y muy agradable cuando quiere serlo… ¿cuál es su problema?
—Solo ella puede contarte eso, Pablo… pero te diré lo que pienso: vas por muy buen camino, campeón.
Pablo suspiró.
—¿Me ayudarás? —preguntó.
—Con seguridad —contestó— y en el proceso ella será beneficiada, aunque al final le rompas el corazón.
—¿Y por qué crees que se lo romperé?
—Amorcito… ojalá estuviera equivocada, pero soy de la opinión que nunca te casarás, eres demasiado mujeriego.
—Yo creía eso de ti, cariño… sin embargo me acabas de tirar el balde de agua fría. Por cierto… ¿qué opina tu novio de este viaje?
—Él sabe de ti, Palito… aunque esta vez solo le dije que viajaba con Julia, creo que se imaginó que me encontraría contigo. No dijo nada… en realidad me propuso casamiento, pero todavía no lo he aceptado, lo haré a mi vuelta. Deseo estar con él para siempre, es mi alma gemela.
—¿Eso existe? —preguntó incrédulo.
—Por lo menos yo lo he encontrado.
—Me alegro por ti, cariño… pero me siento triste porque voy a perderte para siempre. Qué egoísta soy, ¿no?
—No me perderás, seguiremos en contacto… eres mi mejor amigo —dijo posando un suave beso en sus labios.
—En éste momento siento como si besara a mi hermana.
—Aggg, que asco —dijo ella metiendo dos dedos en su boca simulando ganas de vomitar.
Ambos rieron y caminaron hacia la costa tomados de la mano.
El resto de la tarde lo pasaron tomando sol y disfrutando de la playa, Pablo trataba de no mirar a Julia para evitar excitarse, pero de todos modos se pasó la mitad del tiempo en apuros.
Las dos no dejaban de hacerle bromas al respecto, y él solo se defendía diciendo con cara de ángel:
—Solo soy un pobre hombre, compréndame.



Al día siguiente era Año Nuevo. Y esa noche, por supuesto, había una celebración a lo grande en el barco. No zarparían hasta la mañana, para permitir que los que quisieran rindieran tributo a Yemanjá .
—¿Tributo, cómo es? —preguntó Julia ya en el camarote cuando se estaban bañando y cambiando para la cena.
—Los fieles se reúnen en la orilla del mar y realizan una gran cantidad de ofrendas que son lanzadas al agua, como flores blancas, alhajas, frutas y todo aquello que Yemanjá recibe con placer por parte de sus seguidores. Como retribución, ella brinda protección y prosperidad para cada nuevo año que comienza. Lo más tradicional es ingresar al mar con dos copas de vino, una bandeja y velas, pero a mí me divierte más entregarle flores blancas, pedir tres deseos y saltar las olas mientras lo hago.
—Pues eso haremos entonces —dijo Karina sonriendo.
—¿Qué van a ponerse? —preguntó Pablo.
—Vestiremos de blanco, por supuesto —dijo Julia— vinimos preparadas, ya le habías advertido a Kari sobre eso.
—Bien, pero también tienen que estrenar ropa interior blanca, chicas —dijo y sacó dos paquetes del pequeño ropero— aquí tienen, lamento informarles que me tomé el atrevimiento de revisar que tipo de bragas usan para comprarles esto.
—Ohhh, Palitooo… ¡eres un sol! —gritó Karina colgándose de su cuello y besándolo apasionadamente.
Julia se quedó parada con el regalo en la mano sin saber qué hacer.
Él la miró y sonrió.
—Bastará con que me des las gracias, gacela… no espero que te tires a mi cuello ni me beses —bromeó.
—Gracias, Pablo… —dijo emocionada— es… es un detalle muy hermoso.
—Tú lo mereces —contestó sonriendo— ahora las dejo solas para que se preparen. Iré a verificar que todo esté en orden y las espero en el bar para tomar una copa antes de la cena.
—¿No vas a ver cómo nos queda tu regalo? —preguntó Karina.
—Se los arrancaré con mis dientes esta madrugada —dijo seductoramente, guiñándoles un ojo.
Primero se reunió con el capitán y con Andrés en el puesto de mando, obviamente tuvo que soportar preguntas y bromas de Andrés respecto a su ajetreada tarde en la playa nudista.
Luego de terminar con todos los detalles laborales, el oficial decidió acompañar a Pablo al bar para esperar a las chicas y conocerlas.
Se acercaron hasta la barra y saludaron al barman Elías Carvalho, un simpático joven brasileño de veinticinco años que manejaba las copas y las botellas con la maestría de un malabarista.
—¿Qué van a tomar, amigos? —preguntó risueño.
—Whisky —dijeron al unísono. 
Puso dos vasos frente a ellos, una pequeña hielera y les sirvió.
—Conocí a tus amigas, Pablo —informó el barman— son estupendas. A Karina le gusta la piña colada y a Julia el daiquiri de frutilla, prefieren maní que almendras y se parecen a dos cangrejos de panza al sol todo el día.
—Les encanta tomar sol —confirmó Pablo sonriendo.
—Tienes una vista privilegiada desde esta barra, amigo. No sabes cómo te envidio —dijo Andrés y luego informó—: Está llegando tu futura esposa y su amiga, Pablo.
—Acompañada de la tuya —dijo Pablo sonriendo.
—¿Futuras esposas? ¿Acaso se va a acabar el mundo? ¿Es el apocalipsis? —preguntó Elías riendo.
—Es solo una broma entre nosotros —explicó Andrés— Dios mío, son una visión… las tres —aseguró mirándolas embobado.
Luego de las presentaciones, se quedaron conversando en el bar, riendo y divirtiéndose. Era un grupo muy homogéneo y se llevaban bien, a pesar de las diferentes nacionalidades de todos, eso incluso enriquecía la conversación.
Al llegar al comedor, las chicas quedaron alucinadas con el lujo del gran salón, parecía otro mundo. Lleno de globos blancos y dorados, telas blancas por doquier y enormes bolas vidriadas que giraban y daban al ambiente un espectáculo de luces impresionante.
Las mesas del buffet estaban adornadas con grandes estatuas de hielo, de todo tipo y la cantidad y variedad de alimentos era enorme.
—Nunca en mi vida vi tanto lujo y sofisticación —dijo Karina.
—Todo esto se lo debemos a Yanela y su perfecta organización —comentó Pablo cuando llegaron hasta ella, depositando dos besos en las mejillas de su amiga— Feliz Año Nuevo, por si no nos vemos más tarde, Yan.
—¡Feliz Año para todos! Espero que se cumplan sus deseos más íntimos y queridos —les deseó Yanela al grupo entero— por cierto, amigos… preparé una mesa especial con arreglos de flores blancas —y les señaló el lugar— para Yemanjá, espero que se las hagan llegar.
Todos prometieron hacerlo, por supuesto.
El barco seguía anclado, para que todos los que desearan, pudieran cumplir con el rito.
El grupo entero estaba invitado a cenar a la mesa del capitán esa noche. Luego de las presentaciones de rigor, disfrutaron de la cena en un ambiente alegre y bullicioso. Incluso Yanela, que nunca sabían a qué hora cenaba o dónde lo hacía, se sentó a la mesa con ellos, a la derecha del capitán, como buena anfitriona, dejando a su ayudante a cargo de la entrada.
Pablo estuvo pendiente toda la noche de sus dos amigas y fue objeto de  bromas en todo momento. Normalmente el que se burlaba de todos era él, el resto comentó que era refrescante poder devolverle el gesto.
Después de cenar y de disfrutar de postres exquisitos, Yanela anunció:
—Es hora de rendirle culto a nuestra diosa… tienen que caminar un poco para llegar a la playa, así que mejor lo hacen ahora. Los fuegos artificiales empezarán en breve.
Y todos los que quisieron, emprendieron camino a la playa cercana al puerto. Al llegar se descalzaron y avanzaron por la arena con sus zapatos en una mano y rosas blancas en la otra.
La playa estaba llena de gente y se veía a lo largo de toda la costa la cantidad inmensa de personas que se congregaban a rendir tributo a la bondadosa madre de los Orixás, esperando que les cumpliera todos sus deseos.
Dejaron los zapatos al cuidado de Tanya, que decidió no entrar al mar porque llevaba un vestido largo. Pablo se arremangó los pantalones y tomó a Karina de la mano para avanzar.
—Vamos, gacela —le dijo a Julia.
Y ella lo sorprendió ofreciéndole la mano también.
—¡Salten, lancen la rosa y pidan su primer deseo! —dijo Pablo cuando la primera ola barrió sus tobillos en la costa. Los tres lo hicieron y lanzaron la primera rosa, riendo. Avanzaron un poco más y volvieron a hacer lo mismo —¡Ahora!— Estaban apenas en la costa, el agua les llegaba a mitad de pierna.
Reían a carcajadas, cuando los fuegos artificiales se intensificaron y toda la muchedumbre empezó a contar de atrás para adelante.
—…quatro, três, dois, um...
Los gritos eran ensordecedores, la alegría, la fiesta. Los fuegos artificiales se veían en el cielo a lo largo de toda la playa.
Karina se colgó de su cuello, y le dio un dulce beso en los labios.
—¡Feliz Año Nuevo, amorcito!
—Que todas tus ilusiones y metas se cumplan en el nuevo año, monita, pero si parte de tu felicidad depende de mi amistad, considérate la persona más feliz del mundo, porque te adoro —le dijo Pablo al oído.
Karina lo abrazó más fuerte y se puso a llorar, emocionada al pensar que quizás era el último año que pasaba con él.
—¿Qué te pasa, cariño? Tú no lloras —le dijo Pablo, quien la sostenía con una mano y con la otra no soltaba la de Julia.
No pudieron seguir hablando, porque sus amigos empezaron a felicitarles y hacerles partícipes de sus buenos deseos.
Apenas pudo, miró a Julia, quien estaba aparentemente muy feliz.
—¡Feliz Año nuevo, Pablo! —dijo riendo.
La apartó un poco del gentío y aprovechó que le permitiera tomarle las manos, levantando ambas hasta posarlas en su pecho:
—Cierra los ojos, piensa en todo lo que te hizo sonreír en el año que termina y olvídate de lo demás... y que esas sonrisas se multipliquen por cien —dijo muy cerca de su rostro—. Y si la vida te da mil razones para llorar, demuestra que tienes mil y una para soñar. Haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad, gacela…
—Me vas a hacer llorar a mí también —dijo emocionada.
Él le sonrió, y esa expresión llegó al alma de Julia. Ese hombre tenía un poder extraordinario sobre ella, era un seductor nato.
—Todavía me debes algo, nena… —dijo suavemente.
Y ella, sin poder contenerse más, a pesar de todos sus miedos e inseguridades, pagó su deuda.
Acercó su rostro lentamente al de él. No esperaba una agresión, pero los labios de Pablo resultaron inesperadamente dulces, y suavemente móviles. No fue un beso estático y repulsivo, sus labios danzaron sobre los de ella, probándola y saboreándola, tentándola y confundiéndola. Solo tenían dos puntos de contacto y mientras proseguía con la lenta y suave exploración de su boca, ella se estremeció al sentir el roce de la lengua contra ellos.
Y se tensó.
Él lo sintió y con un suspiro, puso fin al beso. No quería asustarla.
La miró y sonrió, diciéndole:
—Eres un manjar, gacela, espero ser uno de tus deseos este año nuevo.
—Mi deseo es que el tuyo se haga realidad —dijo cerca de sus labios.
—Entonces estamos por buen camino —contestó feliz.
Porque tú eres lo que yo deseo, pensó, pero no lo dijo.
Karina los miró y sonrió complacida, pensando:
Ese desgraciado va a conseguir lo que quiere, como siempre.

¡Faltan cinco días!
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Aguas Claras - Primer día (Crucero Erótico 02)

En el Mar…
30 de Diciembre.

Horas después todavía seguía intrigado con las reacciones de Julia.
Parecía como si no deseara que se le acercara, sin embargo creyó verla disfrutar del intercambio que presenció entre él y su amiga, era extraño. Cuando iban hacia el camarote, Karina la había abrazado… no rehuía su contacto, pero sí el de él. ¿Sería del otro bando?
Claramente un desperdicio para el género masculino si fuera así, era de una belleza extraordinaria. Y Karina, si bien se prestaba a ciertos juegos entre tres, no era lesbiana, lo había comprobado.
Tenía que verificar su teoría, y para eso necesitaría llevarla al límite, era su especialidad, la idea de seducirla y reducirla a una masa temblorosa y suplicante lo tentó.
¡Santo Cielo! No podía dejar de pensar en ella desde que la vio.
Si seguía así, la masa temblorosa y suplicante sería él.
Emitió un gruñido y casi choca con Yanela en la cubierta.
—Hey, amigo… —lo tomó de ambos brazos mirándolo intrigada— ¿te pasa algo?
—No… no Yan. Todo está bien, ¿por qué?
Yanela lo miró fijamente, como solo ella sabía hacerlo, penetrando dentro de lo más profundo de uno mismo, como si pudiera leer en los ojos de la otra persona hasta el más mínimo secreto. Era un aparato humano de rayos X, y él odiaba cuando lo escaneaba.
—Estás alterado —afirmó.
—Lo que estoy es apurado, cielo —mintió para despistarla.
Pero era muy difícil engañar a Yanela, lo observó con los ojos entornados. Pablo respetaba esa mirada, y le daba escalofríos.
—Tu aura está diferente hoy, amigo… tranquilízate, te espera una semana muy agitada, ¿no?
—Eso todos en el barco lo saben, Yan… —contestó riendo.
—Pero será más complicado de lo que esperas, amigo… —Pablo frunció el ceño, Yanela había entrado en su famoso trance—, ¿cómo pueden dos rosas ser tan diferentes y formar parte del mismo jardín? La más hermosa es muy frágil, ha sido dañada y su tallo está desprovisto de espinas, como si se las hubieran arrancado. La más llamativa sin embargo, tiene tantas espinas que debes tener cuidado de no pincharte, su aroma tiene un poder especial sobre ti, pero el problema no son las rosas, sino tú… si no deseas ser atrapado entre los pétalos de una de ellas, mide tus ansias de explorarlas, picaflor.
Pablo la miraba con la boca abierta, con un gran signo de interrogación sobre la cabeza.
—¿Sabes qué, cariño? —dijo luego de desorientarse unos segundos— Deja de hablar en chino… ¿puedes traducirlo? Hasta en guaraní lo entendería… che kuñakarai .
—Rohayhú, kuimba'e … —contestó Yanela sonriendo— lo entendiste, no te hagas el tonto, no tienes ni pizca.
Se dio la vuelta y se alejó.
Pablo se quedó parado mirándola, y luego se acercó a la baranda a observar la piscina. Recordó la frase "Mide tus ansias de explorarlas" y sacudió la cabeza negativamente.
Era como pedirle a una abeja que dejara de producir miel.
Observó hacia abajo: allí estaban las dos… una pura sonrisas y alegría, la otra seriedad y serenidad. Suspiró, se sentía tremendamente atraído por Julia, sabía que a Karina no le importaría que flirteara con su amiga, al contrario, le encantaría. Pero… ¿cómo tomaría Julia el hecho de dormir con su amiga e intentar seducirla a ella?
No podía echarse atrás, ya estaba en el baile.
No le quedaba otra que danzar al compás de lo que venga, estaba seguro que por lo menos se divertiría.
Ambas estaban acostadas en las reposeras al borde de la piscina tomando sol.
¡Dios Santo! Qué preciosa es… pensó al mirar a Julia. No veía en toda su piel un solo centímetro de imperfección, esas largas piernas lo volvían loco, y esos senos firmes, de buen tamaño y forma perfecta lo invitaban a adorarlos.
Su biquini era mucho más osado de lo que se imaginó que usaría, pareciendo tan remilgada, eso lo sorprendió. Tres triángulos rojos minúsculos que apenas la tapaban y podía ver que sus pezones estaban tensos debajo. No tenía un solo gramo de grasa de más en su esbelto cuerpo, parecía hecha a mano por un escultor, a su medida.
Luego miró a Karina y sonrió con ternura. La adoraba, pero no era un monumento de mujer, lo sabía… su encanto residía en su personalidad alegre y explosiva. Era pura curvas, voluptuosidad, y hacía el amor como los dioses, no podía negarlo, nunca estuvo con una mujer más desinhibida que ella en toda su vida. Sabía perfectamente lo que le gustaba y cómo conseguirlo.
En ese momento ella lo vio y pegó un grito.
—¡Palitooo! —y le hizo un ademán con la mano para que bajara junto a ellas.
Como se había cambiado su traje, vestimenta usual para recibir a los visitantes, se sintió más cómodo para acompañarlas un rato. Llevaba bermudas blancas, quepi, sandalias y una camiseta con el logo del crucero.
Se le ocurrió una idea y sonrió, bajando hasta la piscina.
—Buenas tardes, hermosas damas —dijo al llegar hasta ellas. Se sentó en la reposera de Karina, mirando hacia la de Julia, entre medio de las dos.
Al instante el huracán Karina se prendió de su cuello y le estampó un sonoro beso en la mejilla.
—Hola Palito querido —dijo acariciándole la cara con la nariz.
Él le sonrió y miró a Julia, la recorrió lentamente con la mirada antes de hacerle una seña con el dedo indicándole caraduramente que quería otro beso en su otra mejilla.
Primero sintió que se retraía en su asiento, luego miró a Karina, quién sonrió asintiendo, como dándole permiso.
Pablo podía palpar la tensión de la joven. Dudosa, se acercó a él y depositó un micro beso en su mejilla, que él sintió como un rayo. Sus labios eran cálidos y suaves.
—¿No fue tan difícil, eh? —dijo juguetonamente— me lo debías.
Ella sonrió suavemente.
—No, no lo fue —aceptó.
—Y ahora, bellezas, estoy preparado para untarles todo el protector solar que quieran por sus hermosos cuerpos… ¿quién va primera?
—¡Yo, yo , yooo! —dijo Karina, por supuesto, y se volteó de espaldas para que empezara por sus hombros.
Mientras lo hacía, iniciaron una conversación sobre lo que habían hecho los ocho meses que no se habían visto. Aunque siempre se mantenían en contacto por correo electrónico había muchos detalles que solo podían contarse personalmente. Julia se mantenía en silencio, ajena a la conversación, hasta que él le preguntó:
—¿Y tú qué haces Julia? ¿Estudias, trabajas?
—Me acabo de recibir de psicóloga —informó—, y trabajo como residente en un hospital estatal por ahora, fue donde hice mi pasantía y donde trabaja Kari de enfermera. A mi vuelta tengo pensado abrir mi propio consultorio privado.
Pablo se sorprendió por dos cosas: una, la había oído pronunciar más de dos palabras, y dos: ¿psicóloga? ¿Con lo insegura que parecía? 
Por supuesto, no lo dijo en voz alta.
—Debe ser fascinante poder ayudar a la gente, pero ¿no es estresante también? Oír tantos problemas… ¿no te afectará?
—Espero que no, nos preparan para eso. Un buen psicólogo tiene que ser sobre todo observador, tener un alto nivel de atención, la mente muy abierta y saber escuchar a los demás para poder proceder a un estudio, pero no involucrarse con el paciente afectivamente. Por eso no es recomendable atender a parientes y amigos, no es ético.
—¿Y tú, gacela… tienes la mente muy abierta? —le preguntó a Julia pasando las manos por la espalda de Karina, mientras le untaba el protector.
—¿Gacela? —dijo Karina burlona, metiéndose en la conversación.
—Sí, la gacela es un animal hermoso, ágil, con patas largas y se escabullen al menor ruido o signo de presencia humana… ¿no le queda pintado el apodo? —le guiñó un ojo a la aludida.
—¿Cr-crees que yo soy así? —preguntó avergonzada.
—Sí… al menos es lo que pude percibir en este corto tiempo —la diplomacia no era una de las características más resaltantes de Pablo, siempre iba directo a la yugular— hasta ahora no permitiste que te tocara siquiera un dedo, peor aún, sentí que las veces que me acerqué mínimamente a ti, retrocediste como si fuera una peste… ¿puedo saber el motivo… ga-ce-la?
Julia se ruborizó y bajó la cabeza.
Pablo se sintió el más miserable de los hombres ¡Mierda! ¿Por qué no mantenía su bocota cerrada?
—Lo siento, Pablo —dijo levantando la mirada— te juro que no tiene nada que ver contigo. No lo veas como algo personal, por favor.
—No, yo lo siento… no debí meterme, no es de mi incumbencia —dijo con sinceridad y extendió su brazo con la palma hacia arriba— ¿Podrías darme tu mano?
—¿Pa-para qué? —preguntó dudosa.
Karina observaba callada y seria el intercambio, seguía boca abajo y con la cara apoyada en sus manos.
—Confía en mí, Julia… Kari lo hace ¿no? —y movió su mano en silenciosa invitación.
Ella miró a Karina y ésta le guiñó un ojo. Muy despacio… demasiado, fue levantando su mano hasta que la posó en su palma, como en cámara lenta.
Él bajó la cabeza, mirándola y posó un suave beso en sus dedos.
Sintió un suave gemido. Cuando iba a encerrar su mano entre ambas de él, ella la retiró de un tirón.
—¿No estuvo tan mal, eh? —preguntó sonriendo.
Julia se puso roja como un tomate y dirigió su vista hacia Karina, furiosa.
—¿Tú preparaste esto, no? —preguntó acusándola con el ceño fruncido— Y tú… —continuó mirando a Pablo— eres un excelente actor. Ambos se merecen el uno al otro… ¡Imbéciles!
Sin permitir que le contestaran, se levantó, dio media vuelta y a grandes zancadas huyó refunfuñando.
Pablo miró a Karina sin entender la reacción.
—¿Qué pasó? ¿Tu amiga está loca? —preguntó.
Ella se arrodilló en su espalda y sonriendo, lo abrazó por detrás.
—No te preocupes por ella, en una rato volverá con el rabo entre las piernas arrepentida y pedirá disculpas por habernos gritado. No tiene malicia —le dio un beso en el cuello, lo apretó fuerte y pensativa dijo—: Sabía que esta era la solución.
—¿Solución para qué? ¿Qué es lo que pretendes, monita?
—Es solo un juego divertido, amorcito… —dijo posando un lujurioso beso en sus labios— tú sígueme la corriente, como siempre, ¿ok?
Pablo gruñó.



¿Dónde estarán las chicas? Se preguntó Pablo cuando fue al camarote a bañarse y cambiarse. Creyó que las encontraría preparándose para la cena.
Se encogió de hombros y entró al sanitario.
Terminó de ducharse y salía del baño secándose el cabello con la toalla cuando las vio tiradas en la cama conversando. Y ambas lo miraron: estaba completa y absolutamente desnudo.
—Mmmm ¿no es un buen espécimen masculino, Juli? —preguntó Karina sonriendo lascivamente.
Pablo bajó la toalla y se cubrió de la cintura para abajo.
Julia se sonrojó, y… ¡milagro! Sonrió pícaramente también.
—Mira esos músculos, guau, y esas piernas —continuó dándole un codazo a su amiga— que pena, se cubrió la parte más interesante.
—Deja de hablar como si no estuviera, monita —dijo Pablo acercándose a la cama—. Al parecer, chicas, esta convivencia nos deparará encontronazos como este, así que más vale que se vayan acostumbrando, porque la próxima vez no pienso cubrirme.
—Eso va dirigido a mí, obviamente —dijo Julia— no me molesta verte desnudo, Pablo, no te preocupes. Y ya que vamos a definir ciertas pautas de comportamiento, hay algo que quiero decirte y otra que quiero pedirte.
—Te escucho, gacela —y se sentó al borde de la cama.
Ella retrocedió, se acomodó contra la pared y dijo:
—Primero que nada, quería pedirte disculpas por mi proceder esta tarde. Yo… creí que… bueno, pensé que Karina había tramado algo contigo, y… saqué conclusiones erróneas, lo siento. Ella me explicó que no tuvo nada que ver, que tú simplemente eres así.
—¿Así… cómo? —preguntó intrigado.
—No sé, extrovertido, sincero… intenso.
—Intenso… —repitió. Sonrió y miró a Karina, luego volvió la vista hacia su amiga de nuevo—: ¿Y eso te asusta?
—Un poco…
—Un poco está bien, mientras no huyas de mí. Y aceptaré tus disculpas con una condición.
—Tiemblo al pensar cuál será —respondió seria.
—Solo quiero un beso, gacela… —dijo pícaramente.
—Justamente sobre eso deseaba hablarte —Karina estaba callada, escuchando atentamente la conversación. Pablo la miró interrogante—: Yo… quería pedirte algo importante para mí.
—Dime, cariño —contestó.
—Si vamos a definir pautas de conducta, pues yo… yo necesito pedirte que no… que no me toques —él frunció el ceño— no tiene nada que ver contigo, Pablo, es solo que no me gusta, todos, no solo tú… lo siento.
Muy serio, miró a Karina, quien tenía una rara expresión en su cara, como cansada y resignada, luego volvió la vista hacia ella:
—Bien —contestó encogiéndose de hombros— no te tocaré… a menos que tú me lo pidas.
—No lo haré —afirmó categóricamente.
—Ya veremos… —se acercó a la cómoda y sacó un bóxer— otra cosa: tú siéntete en la libertad de tocarme cuando quieras, gacela, —dijo tirando la toalla al piso—: y todavía me debes un beso.
Karina quería reír a carcajadas, pero se contuvo.
Él es exactamente lo que ella necesita, pensó.
Y Julia, embobada, no podía dejar de mirarlo mientras se vestía.
—¡Levanten sus hermosos culitos de la cama, chicas! ¿Qué esperan? La cena nos aguarda… y estoy famélico.
Ambas saltaron del somier y se dispusieron a bañarse y cambiarse.
Como él estuvo listo en contados minutos, dijo que las esperaría en el comedor y les dejó espacio para que se prepararan solas… o mejor dicho, a la remilgada de Julia, dudaba que quisiera desnudarse frente a él.
—Por tu expresión parece que no estás disfrutando mucho el tener a dos mujeres a tu disposición, amigo —le dijo Sebastián Pardo, el médico de a bordo, cuando llegó al comedor.
—Mmmm, no es precisamente como lo que esperaba, Seba —contestó contrariado—. Hubiera preferido que Karina viniera sola. Su amiga es… ¿cómo definirla? Muy rara.
—¿En qué sentido? —preguntó el médico intrigado.
—Qué se yo… tiene reacciones extrañas. Tú eres médico quizás puedas ayudarme. Dime… ¿cuál puede ser la causa por la que una joven y hermosa mujer no desee el contacto físico? De ningún tipo, ni siquiera un simple beso en la mejilla como saludo.
—Bueno, pueden haber cientos de causales. Pero no necesitas un médico clínico para eso, más bien un psicólogo.
—Ella lo es…
—¿Es qué?
—Psico-loca… digo: psicóloga.
Sebastián rió a carcajadas por la expresión.
—Pero cuéntame, Seba… —dijo cambiando de tema— ¿qué pasó con Luz? ¿Siguen en contacto?
—Por supuesto que sí, amigo… e iré a visitarla a Asunción cuando termine este crucero. Espero poder traerla a vivir conmigo en breve. Tenerla lejos está resultando más duro de lo que me imaginaba. Y a ella le pasa lo mismo.
Pablo asintió, sabía lo mucho que Sebastián amaba a la hermosa japonesa que había conocido en el viaje anterior, y todo lo que habían pasado para poder estar juntos. Había sido testigo de esa relación, ya que se hizo amigo de Perla, su hermana.
—Espero que todo resulte como esperas, hacen una hermosa pareja.
Sebastián suspiró.
—Sí, yo también lo espero —dijo con melancolía— arruinó mi percepción de las demás mujeres, así que lo menos que me debe es pasar conmigo el resto de mi vida.
—¿Realmente existe eso? —preguntó intrigado.
—Cuando te enamores lo sabrás, amigo… —contestó Sebastián dándole unas palmadas en el hombro.
Pablo frunció el seño. Dudaba que a él le pasara algo similar.
—Buenas noches Sebastián, Pablo… —saludó el capitán Leopoldo Butteler, un hombre excesivamente serio, que imponía mucho respeto. Un cuarentón de aspecto impecable, que hacía suspirar a más de una mujer a su alrededor, pero que no prestaba atención a ninguna. Todos lo trataban con excesiva cortesía, menos Yanela, que parecía disfrutar tomándole el pelo constantemente, y Sebastián, que era uno de sus amigos más cercanos.
—Hola Leo —saludó el médico.
—Buenas noches, capitán —dijo Pablo— con el saludo marinero usual.
—¿Qué les parece la nueva profesora de gimnasia? —preguntó Leo.
—Parece tener un buen currículum —contestó el médico.
—Habría que verla en acción —contestó Pablo y lo miraron con las cejas ladeadas— …dando clases de gimnasia y baile, me refiero —aclaró.
Ambos sonrieron.
—¿Y tus amigas, Pablo? —preguntó el capitán.
—Se estaban cambiando… huí de allí, es un poco incómodo el proceso cuando hay tan poco espacio.
—El que quiere azul, celeste que le cueste, amigo… —dijo Sebastián.
—Mmmmm, sí... —y miró hacia la amplia escalinata de acceso del comedor. ¡Por todos los cielos! Esa mujer lo volvería loco.
Las dos jóvenes estaban preciosas, Karina con un conjunto de raso dorado y Julia… ¡Dios Santo! Con un vestido rojo sangre, tan ceñido a su escultural figura, que dejaba poco a la imaginación.
—Eh… ahí llegaron —anunció.
Los tres voltearon y las miraron embobados.
Los cuatro, porque Andrés llegó en ese momento por detrás de Pablo y le dijo al oído:
—Maldito hijo de puta desgraciado.
—Me sumo a la expresión —dijo el capitán.
—Yo también —aceptó el médico resignado. Podría estar enamorado, pero su vista seguía siendo perfecta.
Pablo sonrió. Si supieran, pensó.
—Bueno, amigos… creo que escoltaré a las damas. Los dejo, no me busquen, no me llamen, no existo más a partir de ahora —dijo mandándose la parte en broma y riendo.
Avanzó hasta ellas y las esperó en la base de la escalinata junto a Yanela, quien estaba recibiendo a los huéspedes. Podía haber subido y como caballero, haberles ofrecido un brazo a cada una para bajar, pero temía hacer el ridículo si Julia no lo aceptaba, así que se quedó en el molde, esperando.
¿Desde cuándo era tan inseguro? Maldita remilgada.
Su corazón empezó a latir descontrolado al verla bajar como una princesa. Era una visión… concéntrate en Karina, idiota, pensó. Pero no podía, sus ojos solo veían esas interminables piernas bajar la escalera con la maestría de una modelo top.
Fue Karina quién extendió su mano con gracia cuando llegó al último escalón, sonriendo.
—Hola monita, estás preciosa —y le besó la mano poniéndola sobre su brazo para avanzar. Miró a Julia—: Has de cuenta que te recibí de la misma forma, gacela, es lo que me hubiera gustado —dijo suavemente— estás igual de hermosa.
—Gracias, Pablo —contestó sonriendo— puedo caminar sola.
—¿Les gustaría que invite a alguno de los oficiales para que comparta nuestra mesa? Así seremos cuatro.
—Yo ya tengo lo que quiero, amorcito —dijo Karina acariciando su hombro.
—Por mí no te preocupes, prefiero estar sola —contestó Julia.
¿Por qué no me sorprende? Pensó.
—Pablo, un minuto —dijo Yanela y se acercó a él— ¿podría cenar Tanya con ustedes? Creo que se sentirá más cómoda en tu mesa que en la del capitán con tantos homo sapiens babeando como si fuera un trofeo.
—Por supuesto, Yan… —la invitaré.
—Gracias cariño —dijo y continuó con sus actividades.
Por suerte, Tanya se llevó estupendamente bien con las chicas. Era una exótica rubia natural de edad indefinida, quizás cerca de treinta años. Si bien se notaba que tenía un cuerpo privilegiado con tanta gimnasia y baile, no lo resaltaba especialmente. Aunque se la notaba reservada, era divertida y enseguida captó el humor pícaro y ligeramente ácido del contramaestre, y le siguió la corriente.
Se pasaron la noche riendo y burlándose de su forma de hablar el spanglish . En un momento dado las conversaciones se dividieron, y como a Tanya le costaba expresarse muy bien en español, Julia empezó a hablar en inglés con ella.
Pablo la miraba como hipnotizado.
—Amorcito —dijo Karina en su oído— deja de babear.
Si supiera ruborizarse, el contramaestre lo habría hecho. Se sentía miserable por estar con Karina y no poder dejar de mirar a Julia.
—Lo siento, monita… —dijo apenado y la abrazó.
—Mmmm, eres tan transparente para mí —contestó acurrucándose contra él. Se miraron a los ojos.
—Lo sé, por eso ni siquiera intentaré justificarme.
—No necesitas hacer eso conmigo…
—Eres una diosa… ¿sabías? —dijo suspirando.
 —Tú me haces sentir así —se dieron un suave beso en los labios antes de que ella continuara—: Palito, tengo un secreto que contarte.
—Uhhh, me asustas —dijo ladeando una ceja.
Ella rió.
—No es nada turbio, tonto… pero me doy cuenta cuánto deseas tocarla. Y podrás hacerlo… si la invitas a bailar.
De un salto se levantó:
—Chicas, es hora de mover los cuerpitos, ¡vamos a la pista!
Karina rió a carcajadas y se levantó, instando a las otras a que hicieran lo mismo. Tanya, que estaba en su elemento con el baile, fue la siguiente en levantarse, y tomando de la mano a Julia la estiró a la pista sin que pudiera negarse.
Primero bailaron entre los cuatro, sin distinción de parejas, riendo y divirtiéndose. A Julia se la notaba relajada y feliz, Tanya les enseñó unos pasos divertidos y los hicieron descoordinados primero, puliendo el estilo después.
En un momento dado, Pablo estiró a Tanya de la mano y la hizo hacer un paso sencillo y normal de estira y afloje que repitió con Karina. Cuando le llegó el turno a Julia, la miró y el contramaestre se sorprendió ya que ella misma le tendió la mano sonriente para que le hiciera lo mismo.
Karina se encargó de Tanya en ese momento y empezaron a hacer unos complicados pasos juntas para dejarle espacio al disfrute de su amigo.
Que se sintió en la gloria, como en cámara lenta saboreó cada toque de sus dedos, cada pequeño contacto de sus cuerpos. Ella no parecía nerviosa ni esquiva, al contrario, estaba aparentemente feliz y desinhibida.
La tomó de la mano y la hizo girar en su eje acariciándole la pequeña cintura al voltearla, luego la alejó de su cuerpo y volvió a girarla en sus brazos, hasta que quedó de espaldas a él apretada contra su torso. Se suponía que allí tenía que alejarla de nuevo, pero no pudo hacerlo. Saboreó el aroma de su cuello y la apretó contra él moviéndose sensualmente, apoyando la otra mano en su estómago.
No deseaba asustarla, así que continuó bailando con ella de la misma forma, como si fuera lo más normal del mundo, aunque por dentro sentía que estaba a punto de estallar.
Con renuencia, la alejó de su cuerpo y la tomó de ambas manos para girar juntos, hasta que la envolvió de nuevo en sus brazos. Hizo unos pasos graciosos hacia adelante y hacia atrás, los cuales ella acompañó riendo, volvió a repetirlos para no tener que soltarla.
Se sentía tan bien en sus brazos, cabía perfectamente, sus curvas se amoldaban a su cuerpo como si estuvieran hechas para permanecer allí.
El ritmo cambió y la volteó para que quedara de frente a él.
La tomó de los brazos y los deslizó por su torso hasta que quedaron en su cuello, mientras deslizaba las manos por su espalda hasta abarcarle la cintura y apretarla contra él.
Se miraron, Pablo le sonrió con ternura… pero ella no le correspondió.
Parecía asustada. ¡Mierda! Aflojó su abrazo.
Y Julia se retrajo de nuevo, lentamente se apartó de él.
—Cr-creo que… necesito tomar aire —dijo y salió huyendo de la pista.
Pablo se quedó parado con las dos manos en la cintura, suspirando.
—Buen trabajo, amorcito —dijo Karina en su oído.
Él sonrió.
Por lo menos la había tenido en sus brazos.



Karina se sentía mareada… ¿solo mareada? ¡Totalmente borracha!
Estaba a punto de desnudarlo en pleno pasillo del barco.
—Tranquila, monita… ya llegamos —dijo empujándola dentro de la habitación. Karina trastrabilló al entrar y casi se cae al toparse con una maleta en el piso. Lanzó un juramento obsceno y se acercó a la cama a tientas, porque casi no veía nada.
—Shhh, silencio, mañana tenemos que arreglar este desastre —dijo Pablo en voz baja. Se acercó al baño, encendió la luz y entornó la puerta dejando la habitación en penumbra.
Sus ojos todavía no se acostumbraban a la semi-oscuridad, miró hacia la cama de Julia y vio su silueta perfilada bajo la sábana, de espaldas a ellos con la cabeza casi contra la pared, acurrucada. Luego del baile no la habían vuelto a ver en toda la noche.
—Está durmiendo —informó Karina restregándose contra su cuerpo— aprovechemos, Casanova . Desnúdame —ordenó levantando los brazos.
Pablo sonrió y levantó el pequeño vestido, sacándoselo de un tirón por la cabeza. Ella lo ayudó a despojarse de su ropa y en menos de dos minutos estuvieron desnudos besándose al borde de la cama, tocándose con lujuria.
—Estoy excitado como un colegial, mejor nos metemos debajo de las sábanas, monita… no queremos darle un espectáculo si despierta ¿no?
—¿No queremos, estás seguro? Mmmm… —dijo pícaramente subiéndose a la cama de espaldas, exponiendo sus redondos glúteos a la vista de él.
Podía ver sus labios inferiores debajo de las nalgas, como invitándolos a que los saboreara. Era una descarada… meneaba sus caderas en franca insinuación.
Él no tenía la más mínima intención de rechazar esa oferta.
Estiró la sábana, la metió debajo y los tapó a ambos.
Pablo levantó las manos hacia su cara y la besó, dirigiendo su cálida y húmeda lengua hacia el interior de sus labios. La boca de Karina, todo su cuerpo, respondió ante aquella caricia, ya no era consciente de lo que hacía, seguía sus necesidades, apenas se acordaba de cómo le había dicho Pablo que estaba excitado. Presionó las palmas de las manos contra su pecho, y clavó las uñas en su carne cuando uno de aquellos cálidos besos dio paso a muchos más.
Entonces, él bajó la boca hacia su cuello y llevó las manos hacia sus senos. Podían oír una suave música de jazz a lo lejos, pero el sonido que Karina podía distinguir con claridad era el de su propia respiración irregular a medida que Pablo se abría camino desde sus senos hacia abajo, en busca de sus ansiados secretos, se enredaron entre las sábanas y blasfemaron, hasta que de un solo tirón intentaron hacerlas a un lado y una ráfaga de aire fresco impactó contra su coño estremeciéndola.
Él respiraba también con dificultad, los dos estaban ocupados intentando deshacerse apresuradamente de las molestas sábanas. En el intento, Karina se topó con el miembro de Pablo y se sintió más débil aún ante la vista de su verga. ¡Oh, cielos, era tan grande! Tan gruesa y larga como la recordaba. Y dura como una roca... por ella.
Karina la rodeó entera con su mano, haciendo que Pablo soltara un gemido. Miró hacia abajo, a su erección y aquello la hizo sentirse más fuerte, y la manera en la que la sentía entre su mano, seda sobre acero, hacía que sintiera ganas de acercarla hacia su cuerpo, más y más cerca, hacía que necesitara sentirla dentro con más ansia de la que podía comprender.
—Espera —le susurró Pablo y Karina desesperó pensando que recularía teniendo allí a Julia. Pero él solo estiró su mano hacia la mesita de noche y tomó un cuadrado de papel de aluminio.
—Ahhh —dijo ella aliviada. Después, añadió: —Date prisa.
Ella le sujetó su enorme polla hacia arriba y entre ellos, para que él pudiera enfundarse el preservativo.
La siguiente cosa de la que fue consciente fueron sus manos cerrándose sobre su trasero desnudo, ella rodeándole la cintura con una de sus piernas, y él embistiendo con fuerza dentro de su hambrienta entrada.
—¡Oh! —gimió ante el impacto, y sus ojos se encontraron a medida que él empezaba a moverse en su interior.
—Estás tan húmeda —gruñó, y ella le rodeó el cuello con los brazos y se sujetó con fuerza, mientras embestía dentro de ella, y su piel lo recibía.
—Todo el día —admitió entre jadeos mientras la llenaba una y otra vez. —Fóllame, fóllame —le susurró al oído varias veces.
—Estoy follándote, monita —le aseguró él. —Estoy dándote duro.
Se movieron al unísono, con golpes firmes que resonaban en cada centímetro del cuerpo de Karina y ella las recibía, presionando hacia abajo, haciendo que sus movimientos frotaran su clítoris contra él.
—La siento tan bien —jadeó ella. —tan grande dentro de mí.
—Oh, sí —dijo él, con un tono de voz que denotaba una cierta arrogancia que ella sintió que le llegaba al alma. Y entonces, él empujó incluso más profundamente, y ella supo que él quería sentir cada centímetro de su cuerpo, quería que ella supiera con exactitud cómo de grande era.
Una sensación de intenso placer resonó en su espalda y descendió por sus muslos, y la debilidad que sentía amenazaba con dejarla caer al suelo. Pablo la besó con fuerza y sus respiraciones irregulares casi apagan el eco de la música que se filtraba a través del ojo de buey.
—Déjame ver tus tetas —rogó él, y dejó escapar un gemido cuando sus ojos cayeron hacia sus senos, y ella notó que involuntariamente, su cuerpo se arqueaba hacia delante.
—Chúpalos —le dijo.
Otro gruñido salió de su boca cuando se inclinó para tomar uno de los turgentes pezones entre sus labios, tirando con fuerza de él.
—Oh, Dios —murmuró ella. —Oh, sí.
Ella estaba acercándose al límite, más y más, iba a alcanzar el éxtasis.
—Fóllame —le rogó otra vez. —Fóllame.
Él siguió dirigiendo su verga a más profundidad y lamiendo su pecho a medida que ella se movía contra él, y hacía cálidos y cerrados círculos con su cuerpo para obtener más placer aún.
—Oh... —gimió ella, perdida ya en las sensaciones, con los ojos cerrados. Se olvidó completamente de que estaban desnudos dentro de un pequeño camarote, que las sábanas estaban en el piso y una presencia intrusa los estaba observando mientras explotaba en un orgasmo. Gritó cuando la inundó, saliendo directamente de su vulva y extendiéndose hacia los dedos de sus manos y sus pies. —Sí, sí, sí —dijo entre sollozos, hasta que finalmente las olas de placer empezaron a calmarse y una debilidad total se apoderó de su cuerpo.
Karina abrió los ojos y pudo atisbar la mirada curiosa al costado, no dijo nada, y luego vio uno de sus puntiagudos pezones abajo, brillando por la saliva que él había dejado. Hasta que lo miró a los ojos, fue entonces cuando se sintió viviendo una de sus fantasías más atrevidas, más atrevida en realidad de lo que nunca antes había escenificado. Había permitido que alguien la observara sin participar.
—Oh, Santo Cielo —dijo.
—¿Te ha gustado? —le preguntó él, con aquellos ojos pardos y excitantes que todavía estaban llenos de sofocante calor.
—Sí —suspiró ella, con una inclinación de cabeza lenta y agradecida. —Una experiencia diferente.
—¿Diferente en qué, monita? Lo hicimos miles de veces —y todavía mirándose a los ojos, él la agarró con más fuerza del trasero y hundió los dedos ligeramente en su interior. Entonces, con los dientes apretados, comenzó a moverse, una vez, dos veces, una y otra vez, con embestidas lentas pero intensas que llegaron a lo más profundo de su interior. El cuerpo de Karina se sacudía con cada una de aquellas embestidas y sus pechos se mecían de un lado a otro. Por momentos, retiraba la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, pero cuando los abría de nuevo, siempre encontraba la mirada de Pablo y un acto tan íntimo hacía más poderosa cada sensación. Y fue entonces cuando él dijo:
—Dios, Dios, ahora —y cerró sus propios ojos en éxtasis.
Karina observó cómo lo inundaba el clímax, lo transformaba, observó cómo el placer y el dolor se reflejaba en la expresión de su cara, y casi vuelve a alcanzar el éxtasis solo de la pura alegría que sentía por haber hecho que él se sintiera de aquella manera.
Pero en el momento en el que él abrió los ojos y ella fue consciente de que se había acabado el sexo, miró a un costado y preguntó:
—¿Te ha gustado?
Julia gimió avergonzada.
—Oh, ha… ha sido perfecto —contestó en un susurro.
¡Mierda! Pensó Sebastián y se levantó rápidamente, aunque tambaleante. Tomó la sábana y la dejó en la cama antes de ir hasta el baño para deshacerse del preservativo.
Una vez dentro se pasó las manos por la cabeza, nervioso.
¿Desde cuándo estaba mirando? 
¿Y eso que carajo importaba? Los había visto… dudaba que después de eso tuviera alguna posibilidad con Julia. Si eran tan amigas como decían, ella no querría poner en peligro esa amistad.
¿Por qué carajo tenía que ser siempre tan calentón?
Apagó la luz del baño y volvió a la habitación, gruñendo.
Karina lo recibió con los brazos abiertos, como siempre… y Julia estaba de nuevo de espaldas, acurrucada y tapada.
Hasta parecía un sueño… ¿realmente había observado?
Quizás no era lesbiana, sino voyeurista .
Tendría que averiguarlo.

Continuará...

CLTTR

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