Serena - Capítulo 01

domingo, 7 de noviembre de 2010

Cuando Serena vio que Daniel bajaba a desayunar, recién a media mañana, algo poco usual en él, corrió al cuarto de Teresa para ver cómo había amanecido.
La encontró desperezándose, sonriendo con cara de pícara.
Se apoyó en la columna de la cama y sonrió también.
—Veo que ya estás totalmente recuperada y me parece que alguien tuvo mucha acción anoche. —Dijo Serena, ruborizada. —¿Me equivoco?
Teresa rió a carcajadas.
—Amiga, fue increíble. ¿Me pasas mi bata?
Serena le alcanzó el salto de cama y Teresa se levantó, cubriendo su desnudez.
—Me alegro por ti, Tere. Él realmente te ama, lo demostró de mil maneras estos días que estuviste enferma. Nunca vi tanta devoción y preocupación en un hombre.
—Y pensar que dudé de él. Que tonta fui, ¿no?
—Por suerte para ti todo se arregló.
Teresa suspiró.
—Sí. Y ahora a disfrutar de la luna de miel, —hizo un puchero con la boca. —Aunque solo nos queden unos días para que vuelva al banco.
—Creo que mejor vuelvo a lo de Anna, así los dejo solos. Ya no me necesitan.
—No digas tonterías, Sere, aquí puedes quedarte todo el tiempo que quieras, no nos molestas en absoluto.
—Pero yo me sentiré mejor, por lo menos hasta que pasen su luna de miel.
—Sere, aquí o en casa de Anna siempre serás bienvenida, no importa donde estés, lo importante es que sigamos juntas. Te quiero, bichita. Gracias por todo lo que hiciste por mí estos días. Daniel asegura que sin ti se hubiera sentido perdido.
Y se abrazaron.
—Yo también te quiero, indiecita.
Así fue como Serena volvió a casa de Anna y siguió con las actividades paralelas que tenía, visitando las iglesias y casas de acogidas, viendo cómo se manejaban internamente, aprendiendo, para poder hacer lo mismo, era un sueño que tenía hace bastante tiempo y el cual sus amigas prometieron ayudarla.
Esa tarde, estaba en su habitación, y se sentía perdida. No le quedaba mucho tiempo, debía decidir qué hacer con su vida. Si volvía a la hacienda, no tenía ningún futuro, más que el de cuidar a sus padres.
En realidad no tengo futuro alguno, ni siquiera aquí, pensó.
Se sobresaltó cuando tocaron a su puerta.
—Señorita Serena, la señora Anna quiere que le avise que ya llegó la señora Teresa, la esperan para tomar el té abajo.
—Gracias Angélica, —contestó Serena. —Diles que bajo enseguida.
Anna, Teresa y Serena quedaron para tomar el té, como acostumbraban hacerlo, en la casona de Anna, en la galería frente al salón, el sitio preferido de las tres.
El tema de discusión de ese día rondaba alrededor de Serena.
Sus amigas no querían que vuelva junto a sus padres.
—Serena, tú de aquí ya no te vas. No puedes volver a la hacienda. Te pudrirás allí sin encontrar marido. Mi casa es tuya, sabes que tengo más espacio del que podría ocupar en años. —Dijo Anna.
—Lo mismo digo yo, Sere, —Apoyó Teresa. —Puedes quedarte donde quieras, también en casa hay lugar de sobra. Ahí ya tienes tu habitación esperándote. Eres dueña y señora de mi casa. Lo importante es que estés con nosotras para que podamos presentarte en sociedad y así podrás conocer a tu futuro marido.
—Chicas, son maravillosas, las adoro. —Serena suspiró y sus ojos se humedecieron. —Déjenme pensarlo, tengo que decidir tantas cosas.
Anna, aprovechando el momento, decidió usar la noticia que tenía que darles, para tratar de forzar la decisión de Serena.
—Además, Sere, te voy a necesitar a mi lado. Te voy a necesitar muchísimo.
Ambas la miraron con ojos interrogantes.
—Ohhhh, —Gimió Teresa. Rápida como era, enseguida se dio cuenta. —Anna, no me digas que es lo que pienso.
Anna asintió, sonriendo.
—No entiendo, ¿qué pasa? —Preguntó Serena.
—Estoy esperando un bebé, Sere. —Anunció Anna. Y te necesitaré a mi lado.
Teresa saltó del sillón y abrazó a su amiga efusivamente, dando gritos de alegría.
Ambas se pusieron a gritar y a decir incoherencias, ninguna de las dos se dio cuenta que Serena se quedaba pálida y contenía la respiración para no ponerse a llorar.
Pero la emoción contenida, los meses de guardar silencio, la presión que sentía sobre su incierto futuro pudieron más que su voluntad de permanecer tranquila.
Sus labios empezaron a temblar y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Anna escuchó sus sollozos y se separó de Teresa.
—Sere, tranquila, amiga… es una buena noticia, no es para ponerse a llorar. —Dijo Anna tratando de calmarla.
Y Serena no aguantó más, lloró desconsoladamente.
Teresa se arrodilló frente a ella y la abrazó. Anna la tomó de la mano y trató de tranquilizarla.
Ninguna de las dos entendía el motivo de la desesperación de Serena. Era un momento de gozo, una buena noticia para festejar, no para llorar.
—Chicas, es que no lo entienden. —Serena fue calmándose poco a poco, y aunque seguía sollozando, por fin pudo hablar.
—Explícanos, Sere. —Pidió Teresa.
—Estoy feliz por ti, Anna, de verdad ¿De cuantos meses estás? —Preguntó Serena.
—Recién estoy empezando, quizás de un mes, o poco más.
Serena suspiró, era hora de confesarse con sus amigas. Ya no podía seguir ocultándoles su desgracia. Entre las tres quizás encontraran una solución que ella no veía.
—Yo… —Serena titubeó. —Yo las necesitaré antes, amigas.
Teresa se llevó una mano a la boca.
Anna la miró incrédula.
—También estoy embarazada… pero ya de tres meses.
Ambas se quedaron mudas.
Teresa, que todavía estaba arrodillada a sus pies, reaccionó antes.
—Serena, yo… no sé qué decirte, amiga. Sólo que… que tienes mi apoyo. —Y la abrazó.
Anna las abrazó a ambas.
—Por supuesto, también el mío, Sere. —Dijo con lágrimas en los ojos.
—Gracias, amigas. —Respondió Serena, separándose suavemente de ellas y levantándose del asiento. —Sé que estarán sorprendidas. Y espero que no me hagan preguntas, porque no quiero hablar al respecto de lo que pasó.
Serena era sumamente reservada, siempre lo fue, a sus amigas no les sorprendió que ella quisiera guardar esa parte de su vida sólo para sí misma. La comprendían y aceptaban como era.
Serena continuó, de espalda a ellas, mirando hacia el jardín:
—No es que no quisiera contarles, algún día lo haré, pero ahora no tengo fuerzas, y duele demasiado. Lo que quisiera es encontrar una solución y no escarbar en el pasado. —Se dio vuelta y las enfrentó: —Lo que si deben saber es que no puedo contar con el padre de este bebé, piensen en él como si estuviera muerto. Muerto y enterrado.
—¿Lo sabe alguien más, Sere? ¿Tus padres? —Preguntó Teresa.
—Se lo conté a Joselo el día después de tu boda, Teresa. Nadie más lo sabe. —Contestó negando con la cabeza.
—Sere, ¿cómo pudiste cuidarme todos estos días sabiendo que estabas embarazada y que mi enfermedad era tan contagiosa? ¿No pudo haberle hecho daño a tu bebé?
—No, Tere. —Contestó. —Se lo pregunté a tu médico antes de ofrecerme, el bebé está protegido por mis defensas. Yo ya tuve esa enfermedad.
Teresa suspiró.
—Menos mal. Volviendo al tema, querida, creo que tenemos que encontrarte un marido. —Dijo Anna. —Urgente. Pienso que como ya decidimos hacer uso de la herencia del tío Ernesto para fines caritativos, no veo nada de malo en ampliar tu dote con parte de esa herencia. Aunque suene espantoso, lo que tenemos que hacer es comprarte un marido.
Serena miró a Anna espantada. Teresa la miraba atónita por lo directamente que abordó el tema.
Anna continuó:
—No me miren así, tenemos que encontrar una solución, y no veo que ustedes aporten ideas, es lo más práctico que se me ocurrió.
—En realidad, no es mala idea, Serena. —Dijo Teresa apoyándola.
Ambas la miraron.
Una sonrisa triste asomó en los labios de Serena y dijo:
—¿De verdad creen que seré capaz de hacerlo? ¿Imponer a un hombre el bastardo de otro? —Negó con la cabeza y se quedó callada un rato. —Me encontré con Joselo ayer y él creyó haber encontrado otra solución.
—¿Cuál? —Preguntaron al unísono.
—Estas semanas estuvieron llenas de confesiones, chicas. Joselo me confirmó ayer lo que siempre sospechamos sobre él. —Teresa ya lo sabía desde hace mucho, pero no dijo nada para evitar que sus amigas se sintieran mal. —Tiene una pareja desde hace más de cuatro años, poco después de venir a estudiar a la capital. No vive en la universidad como creíamos todos, sino en la casa de este señor, se llama Sebastián Vial. Es un hombre muy erudito, fue su profesor durante los dos primeros años, luego enfermó de tuberculosis . —Serena suspiró. —Bueno, el hecho es que Sebastián se ofreció a casarse conmigo y reconocer a mi bebé.
—¿Y tú estás conforme con eso, amiga? ¿No sería lo mismo a lo que te niegas? —Preguntó Anna.
—No, en éste caso es diferente, porque yo lo estaré ayudando a él, tanto como él a mí, e incluso a Joselo. No le queda mucho tiempo de vida, y desea hacerlo beneficiario en su testamento, ya que es, bueno, como su… ya saben, pareja. Joselo se niega, por supuesto, nuestros padres no lo entenderían, sería un escándalo. Pero si me lo deja a mí, como su esposa, Joselo sería nombrado albacea universal de todo, y tanto mi bebé como yo estaremos protegidos toda la vida.
—Serena, es una solución perfecta, hazlo ¿acaso tienes alguna duda? —Dijo Teresa.
—Miles de dudas, amigas. Pero creo que es la mejor solución, para todos. Sebastián tiene un tío que se quedaría con su fortuna si no se casa, un tío al que, según Joselo, no soporta y que solo está esperando su muerte para quedarse con todo.
—¿Es muy rico? —Preguntó Teresa.
—No lo sé, pero tiene una casa preciosa, cerca de aquí. Una mansión, diría yo. Tengo entendido que es herencia de sus padres, eran franceses. —Contestó Serena y cambió de tema: —Anna, le pedí a Joselo que venga esta tarde, para darle una respuesta. No puedo dejar pasar más tiempo.
—Y aquí estoy, florecitas. —Dijo Joselo entrando a la casa acompañado de la criada. —El caballero andante que salvará a la damisela. ¡Por fin voy a servir para algo!
Todas rieron con su ocurrencia y lo saludaron afectuosamente. Los cuatro se adoraban, cuando eran pequeños y Teresa visitaba a sus amigas en la hacienda, él no se separaba de ellas, era un compañero de juegos más. Siempre fue muy especial.
Sin preámbulos, dos huesudos brazos rodearon a Serena por detrás, la abrazó tiernamente y dijo:
—Por lo visto, ya están todas al tanto de todo, me alegro. —Para Joselo era un alivio tener que dejar de fingir algo que no era frente a sus mejores amigas y su hermana. —Así que, hermanita, dime: ¿Qué decidiste?
Serena se apoyó en él y suspirando, contestó:
—Es la solución ideal para los tres, Joselo, o mejor dicho los cuatro, incluyendo al bebé. Sería una tonta si me negara, ¿no lo crees? —Contestó con lágrimas en los ojos.
—Perfecto. Solicitaré una licencia especial para celebrar la ceremonia lo antes posible. Ustedes dos y sus maridos serán testigos, lo celebraremos en casa, o sea, la de Sebastián, ya que él no puede salir. Tú no tienes que preocuparte de nada, bichita, yo cuidaré de ti y de mi sobrino, o sobrina. No les faltará nada, nunca.
Serena, emocionada y sollozando, dijo:
—Eres el mejor hermano que hay.
Y así quedó decidido el futuro inmediato de Serena.

Continuará...

1 comentarios:

Patricia dijo...

ohhhh esto esta genial, esta super este capi, uyyy de verdad me dejo de piedra, q habra pasado con serena,besosss

Publicar un comentario

CLTTR

Soy miembro del Club de Lectura "Todo tiene Romance"... Únete y lee libros gratuitos!

Entradas populares

IBSN

IBSN
Blog Registrado
Grace Lloper®. Con la tecnología de Blogger.