Salvador, Bahía…
31 de Diciembre.
Pablo despertó temprano, a pesar de haber dormido tan tarde. Él no estaba de vacaciones, así que tenía que levantarse a trabajar.
Miró a Karina acurrucada en su costado y sonrió.
Un rato más, pensó y la apretó contra él en posición "cucharita", Miró sobre su hombro y vio que Julia esta desperezándose ligeramente. La sábana se había deslizado hacia abajo. Podía ver de costado las curvas de sus perfectos senos delineados por la camiseta ajustada que llevaba y también se veían sus bragas de algodón amarillas que se habían metido dentro de su hermoso culito.
Su miembro despertó de nuevo.
Tenía en brazos a una hermosa y cálida mujer y deseaba a otra fría y huidiza. Qué ironía, pensó suspirando.
Julia se giró hacia ellos y abrió los ojos lentamente.
Se miraron sin decir nada, serios.
Por más que su cerebro le decía, no la mires, levántate y ve a trabajar, no podía hacerlo. Bajó la vista desde sus ojos hasta sus senos, se podían vislumbrar ligeramente sus aureolas más oscuras a través de la ligera camisilla que llevaba puesta… y no se cubrió. Parecía no importarle que la mirara. Siguió bajando la vista y se topó con… la sábana ¡Maldición!
Necesitaba comprobar si su segunda teoría era cierta.
—Buen día, gacela —dijo suavemente.
—Mmmm, buen día… es temprano —contestó desperezándose.
—Para ti si… yo debo ir a trabajar —dijo suspirando— dime, nena… ¿te gustó lo que viste anoche?
Julia sonrió y se ruborizó.
—Se veían muy bien juntos —fue toda la respuesta que obtuvo.
—¿Te calentaste, gacela? —ella lo miró como horrorizada— No lo niegues… acepta por lo menos esa verdad ¿Te gusta observar? —preguntó curioso.
—En realidad… es la primera vez que lo hago.
De repente se le ocurrió otra cosa. Y con su total falta de diplomacia, la pregunta no se atragantó en su boca:
—¿No serás virgen, no?
—¿Siempre eres tan atrevido? —preguntó sonriendo— Esa es una pregunta personal, creo.
—Solo contesta y sácame de la miseria… —rogó con cara de ángel.
—No, no lo soy —dijo con seguridad.
—Bien, muy bien… ¿te gusta cómo nos vemos juntos? —preguntó y levantó la sábana, destapándolos.
Julia tragó saliva, observándolos.
Y él empezó a juguetear con uno de los pezones de Karina, que gimió.
—Los dos son hermosos —contestó en un susurro.
—Tú también eres hermosa, gacela. Juega conmigo… acaríciate también, como no me dejas tocarte, piensa por lo menos que son mis manos las que están haciéndolo. Así, mira… —y procedió a mostrarle lo que quería hacerle tocando a su amiga, que gemía y se contorneaba ligeramente entre sus abrazos.
—¿Me estás usando como muestrario? —preguntó Karina despertando, aún somnolienta.
—Shhh, silencio, monita… disfrútalo —dijo acariciando sus pezones con los dedos, estirándolos y dándole ligeros besos a su cuello desde atrás. Luego metió una de sus piernas entre las de ella y las abrió, bajando una de sus manos y acariciando sus pliegues ya húmedos, sin dejar de tocar su pezón con la otra. Miró a Julia para ver su reacción—: ¿Te gusta, gacela?
Julia gimió.
—Oh, Dios… —dijo en un susurro, sus labios temblaban ligeramente.
—Tócate, nena… quiero ver al menos eso. Tócate así —y metió uno de sus dedos dentro del palpitante coño de Karina, quien gimió y se retorció extasiada, aparentemente muy feliz por lo que le estaba haciendo.
Julia se sentó en su cama y tomó el borde de su camisilla de dormir, como para quitársela, cuando…
Riiiing, Riiiiiiing…
¡Noooo, eso no podía ser cierto! Pensó Pablo desesperado.
Estiró una de sus manos y tomó el tubo:
—¡Hola! —saludó contrariado.
Gruñó varias veces, escuchando las instrucciones y luego colgó diciendo:
—Sí, sí… voy para allá.
Y las miró con cara de carnero degollado.
—¿No pensarás dejarme así, campeón? —preguntó Karina sonriendo por su expresión— ni Julia ni yo somos tortilleras … ¿qué haremos sin ti?
—¿Y qué hay de mi? —se levantó de un salto de la cama— Miren como estoy… más duro que asta de bandera. Podría cargar una bandeja de desayuno fácilmente con mi polla.
Las dos lo miraron y rieron a carcajadas.
—Búrlense… búrlense nomás —dijo dirigiéndose al baño, una vez dentro dejó la puerta abierta y siguió hablando—: ¡Y prepárense para esta noche, porque continuaremos lo que empezamos!
Julia se estremeció.
Karina se dio cuenta y le guiñó un ojo.
Mientras se duchaba Pablo pensó en que Karina acababa de confirmarle que Julia no era lesbiana, tampoco era virgen, se lo dijo ella. Y era la primera vez que había observado a una pareja hacer el amor… no era voyeurista.
Entonces… ¿cuál coños es su problema? Se preguntó.
Tendría que poner más empeño en descubrirlo, porque por lo que se había dado cuenta ninguna de las dos iba a darle siquiera una pista sobre eso.
—Tú confías en Pablo, por lo que veo —dijo Julia mirando a Kari. Estaban sentadas al borde de la piscina en las reposeras, disfrutando del sol de la media mañana.
—Ciegamente… ¿acaso no es adorable? —preguntó.
—Sí, lo es… pero me pone muy nerviosa.
—Eso es porque te gusta, Juli, y te da miedo abrirte a él. Quizás deberías ser sincera, a lo mejor puede ayudarte. No existe nadie mejor que él para hacerlo, te lo aseguro.
Julia suspiró.
—Él tiene mucho entusiasmo, pero con eso no se resuelve un problema psicológico profundo, Kari. Ya pasé por una media docena de psicólogos y psiquiatras a lo largo de seis años y ninguno pudo ayudarme… ni siquiera yo, con todo lo que he leído ¿qué puede hacer él? Pobre tipo… no lo involucres en mis cosas.
—Bueno, amiga… los psicólogos tienen la teoría, pero quizás es hora de que enfrentes tus miedos en la práctica.
—Sabía que dirías eso —dijo con una sonrisa triste— pero sería muy egoísta de mi parte involucrar a alguien con mis problemas. Lo intenté, te lo juro… un par de veces traté, pero fue espantoso… terrible —Julia escondió la cara entre sus manos al recordar.
Karina se levantó de la reposera, se acercó a su amiga y la abrazó.
—Lo sé, cariño… no me hagas caso. Quizás lo que debamos hacer es relajarnos… liberarnos juntas, a lo mejor es un paso importante para ti.
Julia la miró intrigada.
—¿Qué propones?
—Una playa nudista —dijo con picardía.
Los ojos de Julia se abrieron como platos y rió a carcajadas.
—Ay Kari, me diviertes, eres lo máximo —dijo abrazándola— te quiero amiga, pero sabes que no tengo ningún complejo con mi cuerpo, puedo desnudarme aquí mismo y no me importaría. Esa no es ninguna terapia que me sirva, aunque sería una experiencia diferente.
—Hagámoslo. Preguntémosle a Tanya donde hay una de esas playas en Bahía, creo que llegaremos al mediodía.
—Tanya acaba de llegar de Estados Unidos, no tendrá idea.
—¿Y esa señora… Yanela?
—No la conocemos de nada…
—Bueno, Pablo entonces.
—Mejor busquemos en internet —dijo frunciendo el ceño.
Se levantaron de un salto, se pusieron los pareos y como rayo se dirigieron hacia el ciber-café.
Pablo justo iba a saludarlas cuando las vio cuchichear entre ellas y correr riendo a carcajadas. Algo estaban tramando. Las siguió.
Se sentaron frente al ordenador con dos enormes vasos de café frappé y teclearon "playa nudista salvador bahía" en Google.
«En Bahía a unos 50 kilómetros de Salvador y muy cerca de otros lugares excepcionalmente bellos, se encuentra la playa nudista de Massarandupió sobre la Costa dos Coqueiros».
Volvieron a teclear "Playa Massarandupió" y llegaron a una página interesante con la foto de una playa desierta:
«Tomando ventaja de su aislamiento, esta playa desierta se convirtió en la primera categoría del nudismo en la región. El paisaje incluye arenas blancas, caracoles, un mar de olas pequeñas, rodeada de cocoteros y exuberantes dunas. Esta tranquilidad lo convierte en uno de los lugares favoritos de las tortugas marinas para anidar. La infraestructura sigue siendo mínima, con algunas tiendas de campaña cerca de la aldea y una hermosa zona de camping, situado en torno a una laguna detrás de las dunas».
—Lo encontramos —dijo Karina orgullosa.
—Ahora solo tenemos que averiguar cómo llegar —dijo Julia sonriendo.
—Me imagino que no se les ocurrirá ir solas a ese lugar ¿no? —dijo Pablo con el semblante serio detrás de ellas.
Ambas gritaron asustadas.
—¡Palitooo! Casi nos das un infarto —dijo Karina golpeándole el pecho con el puño.
—¡Qué concentración! —comentó todavía serio.
—No puedes hacer nada al respecto, cariño… somos adultas y sabemos cuidarnos solas.
Julia se mantenía callada.
—Tecleen "Seguridad en Salvador Bahía" y verán a lo que se enfrentan. ¡Por Dios, chicas! —dijo enojado— Bahía es considerada la metrópoli con el mayor porcentaje de afro-americanos localizada fuera de África. Si bien la mayoría son muy buena gente, algunos dejan mucho que desear… ¿no querrán ser violadas en su supuesta aventura, no?
Julia se puso blanca como un papel y se tensó.
—Tranquila, cariño —dijo Karina abrazándola y mirando a Pablo con el ceño fruncido.
Pablo no entendía nada, él solo trataba de ayudar y lo miraban con asco.
¡Mujeres!
—Bueno, chicas… —dijo temiendo haber metido la pata— si tanto quieren conocer ese lugar, yo las llevaré. Le pediré a Andrés que me releve y podrán asolearse en cueros, como quieren. Prepárense, desembarcaremos después de almorzar.
Dio media vuelta y se fue, sin esperar respuesta.
Ni siquiera quería saber lo que pensaban… iba sonriendo de oreja a oreja. ¡Vería a su tormento desnuda! ¡Por fin!
—¿Y esa cara de felicidad, Pablo? —preguntó Andrés cuando lo encontró.
—Necesito tu ayuda, zoquete —suplicó levantando ambas manos en señal de oración— juro que podrás pedirme lo que quieras, pero déjame bajar a Bahía esta tarde… ¡por favor! Reemplázame, Jaime te ayudará, él conoce todas mis obligaciones.
—¿Para qué? —preguntó intrigado.
—Eso no puedo decírtelo —dijo sonriendo pícaramente.
—Entonces no hay trato —contestó haciéndose rogar.
—Mierda, Andrés… las chicas quieren ir a un lugar peligroso, no puedo dejarlas que lo hagan solas.
—¿Qué tan peligroso? —preguntó con sorna.
Pablo suspiró, sabía que no iba a ceder a menos que le dijera la verdad.
—Massarandupió —dijo finalmente, resignado.
Y empezaron los insultos, uno más obsceno que el otro.
Por supuesto, lo reemplazó, incluso lo ayudó a alquilar un vehículo todoterreno que los esperaría en el puerto a la hora que tenían previsto llegar.
Y no dejó de recordarle:
—Me debes una, paragua .
Luego de almorzar juntos, bajaron a Salvador y el vehículo los estaba esperando en el puerto.
—Guauu, Palito… te esmeraste.
—Todo sea por complacer a mis chicas —dijo orgulloso subiendo al asiento del conductor.
—Gracias, Pablo… es muy dulce de tu parte —dijo Julia subiendo detrás. Karina se ubicó en el asiento del copiloto—: por supuesto, compartiremos los gastos.
—No es necesario, Julia —dijo Pablo sabiendo que si tuvieran el dinero suficiente, no estarían apretujadas en su camarote.
Y emprendieron el viaje.
Como era muy temprano para tomar sol y el viaje les llevaría menos de una hora, primero les hizo un recorrido por la ciudad para que la conocieran. Hicieron un tour por el Centro Histórico de Salvador, llamado Pelourinho, que es el mayor conjunto arquitectónico de estilo colonial barroco de Latinoamérica de los siglos XVI y XVII.
El entusiasmo de las chicas era contagiante.
Era muy fácil conducir en Salvador, se caracteriza por sus anchas avenidas y tránsito eficiente, con fácil acceso a los principales puntos turísticos. Cuando se dispuso a iniciar el viaje hacia la playa, lo hizo por la ruta que bordea la costa, para que pudieran observar todas las playas.
Pablo, que ya había ido a esa playa un par de veces, conocía un acceso donde podían entrar con el todoterreno hasta casi la arena. Condujo entre dunas hasta que llegaron, alrededor de las tres de la tarde.
Entre todos ayudaron a bajar lo que habían traído hasta la playa: toallas, sillitas de lona, sombrillas, incluso Pablo hizo preparar una conservadora con sándwiches y bebidas frías.
Él sabía que normalmente no había mucha gente en esa playa, pero siendo día entre semana, la playa estaba realmente desierta, sobre todo en esa zona que él había elegido.
A lo lejos se veían unas cuantas sombrillas, pero todas esparcidas y alejadas unas de otras.
Sólo podía esperar que su cuerpo cooperara y no sustentara una erección notablemente grande y dolorosa con tan solo ver desnuda a su obsesión, porque en éste caso no podría ocultarlo. Suspiró, notando con triste resignación que su pene ya se estaba poniendo tan duro como una barra de hierro con solo pensarlo.
Él simuló concentración al preparar la sombrilla y acomodar las pequeñas sillas y toallas, dejando a las chicas que hicieran lo que quisieran y se maravillaran con el lugar.
Cuando las miró, ninguna de las dos se había sacado su biquini todavía.
Ladeó las cejas y preguntó:
—¿Y? ¿Qué esperan?
Ambas se miraron y rieron pícaramente.
—Tú primero —dijo Julia.
—Ningún problema, chicas… ya me vieron en pelotas de todas formas, pero les aviso que el solo imaginar sus hermosos cuerpos desnudos al sol, el fiel amigo que nunca me abandona ha estado inquieto desde que llegó, así que sabrán perdonarlo si no deja de saludarlas toda la tarde.
Rieron a carcajadas con la ocurrencia mientras él se sacaba la remera y bajaba sus bermudas, quedando desnudo y totalmente excitado.
Les hizo una seña con la cabeza, instándolas a que lo imitaran, poniendo sus manos en la cintura, en posición de espera.
En menos de cinco segundos estuvieron las dos desnudas también, y él por fin pudo conocerla. Karina saltó y se ubicó a su lado, tomándolo por la cintura.
—¿No es hermosa? —preguntó observando su reacción.
—Las dos parecen ninfas marinas —dijo con la verdad, pero no podía apartar sus ojos de Julia, quién se había ruborizado completamente.
Cerró sus ojos y negó con la cabeza, resignado.
—Esto va a resultar más duro de lo que me imaginaba —dijo sinceramente, suspirando— chicas, voy al mar a refrescarme.
Dio media vuelta y se alejó refunfuñando.
¡Mierda! Se había depilado completamente su hermoso coño, pudo ver su preciosa rajita ligeramente abierta, y sus senos, redondos, firmes y de tamaño perfecto, con pezones pequeños y excitados casi lo volvieron loco. No tenía una sola marca en todo el cuerpo, como si tomar sol desnuda fuera usual.
No sabía cómo iba a hacer para resistir y no tirarse encima de ella en toda la tarde.
Cuando volvió, al cabo de media hora de nadar en el mar tranquilo, tratando de calmar su excitación con ejercicio físico, las encontró tiradas en la arena, sobre las toallas con los ojos cerrados.
Karina estaba tomando sol de espaldas, pero Julia… ¡Dios Santo! Lo hacía de frente… y parecía dormida.
Se acercó, sin poder creer que él, Pablo Gonzaga, cayera sobre sus rodillas y mirara libidinosamente el cuerpo desnudo de su tormento tan de cerca. Miró a su alrededor, sintiendo pánico por un momento de que lo avergonzara frente a alguien gritándole que se alejara. Respiró con alivio al comprobar de nuevo que estaban totalmente solos en ese pedazo de la playa, y que sus gritos sólo servirían para humillarlo frente a Karina. No es que ese panorama fuera mucho mejor.
Los ojos de Pablo cayeron hasta su cara, notando enseguida que estaba profundamente dormida, luego encontraron sus senos, y su pene volvió a endurecerse al mirarla, el deseo lo abarcó dura y rápidamente. Sus aureolas, eran de color rosa claro y un poco acolchadas debido al calor. Sus pequeños pezones sobresalían de una suave y aterciopelada base.
Respiró hondo, con una erección salvaje, mientras su mirada se paseaba más abajo y se posaba sobre su acolchonado coñito. Sus piernas estaban ligeramente abiertas y una de sus rodillas levemente doblada, lo cual no ponía ningún impedimento a que él viera cómo se veía su carne por dentro al estar totalmente afeitada, pensó en cuánto le gustaría pasar su lengua por todos los suaves pliegues debajo.
Pablo miró su raja, queriendo chuparla, queriendo montarla… queriéndola y punto. Como si la durmiente joven pudiera leer sus pensamientos y quisiera alentarlos, la carne entre sus piernas se humedeció un poco delante de sus ojos y una gota de flujo se dejó ver en su abertura.
Sus ojos se dispararon a sus senos. Estaban más duros que antes, tanto que parecía doloroso. Tan duros que se imaginó llevándoselos a la boca y…
Ella se dio cuenta.
Avergonzado al haber sido pescado mirando sin reparos su cuerpo desnudo, Pablo alzó la mirada y chocó con la de Julia, bien despierta.
—Eres hermosa —es lo único que atinó a decir, con voz ronca.
No parecía asustada, ni siquiera enojada. Levantó su torso y se apoyó en sus codos, diciendo:
—Gracias, Pablo… tú también eres un hombre magnífico.
Se acostó a su lado en otra toalla y mandó la cabeza para atrás, suspirando resignado. Tomó una revista y la puso sobre su erección.
Quedó como una tienda de campaña.
Ella rió a carcajadas, despertando a Karina, que se incorporó y observando a su amigo, la acompañó.
—Ustedes me van a matar —dijo gruñendo, se levantó y de nuevo fue hacia el mar.
—Creo que tendré que ayudarlo —dijo Karina pícaramente y lo siguió.
Julia los observó y suspiró.
Pensó que si fuera una mujer normal, le hubiera gustado tener relaciones íntimas con ese hombre tan desenfadado y extrovertido. Era alegre, sincero, directo y extremadamente apuesto.
Estiró las rodillas y escondió la cabeza en ellas, abrazando sus piernas.
Soy una maldita psicótica disfuncional, pensó. ¿Quién querría a su lado a una mujer así?
Sabía que llamaba la atención de los hombres. Lo supo apenas cumplió doce años y empezó a desarrollarse tempranamente. El perder a su madre a los diez años, su única familia conocida, no la había ayudado a crecer con normalidad.
No quiso seguir recordando, levantó la vista y miró hacia el mar.
Y allí estaban… besándose dentro del agua.
Sintió algo extraño, que nunca antes había experimentado. No supo reconocerlo… ¿envidia? ¿celos? Cualquiera sea el sentimiento, no le gustaba. Se imaginó que era ella en brazos de Pablo, y no Karina… eso la hizo sentir mejor, pero la realidad era otra: era Karina quien disfrutaba de sus atenciones.
Se sintió miserable.
Mientras tanto, en el mar con el agua cubriéndolos hasta la cintura, Karina estaba montada a horcajadas en las caderas de Pablo y él la sostenía de por las nalgas, besándose, cuando le dijo contra su boca:
—Monita, te adoro, lo sabes… pero también sabes que esta erección permanente no es por ti, ¿no? No quisiera ser tan hijo de perra y usarte para descargarme cuando no es en ti en quien estoy pensando.
—Siempre tan sincero, amorcito —dijo abrazándolo— esa es una de las virtudes que más admiro en ti… ¿crees que soy tonta y no me di cuenta? No voy a follar contigo aquí de todas formas, no tenemos protección.
—¿Y eso cuándo fue un problema para ti, cariño? —preguntó riendo— tomas la píldora desde los catorce años y sabes que estoy sano.
—En realidad es otro el problema —él la miró interrogante—, descubrí a la vejez viruela que tengo algunos escrúpulos —dijo riendo.
—Ay, sí… pobre viejita decrépita.
—Tengo algo que contarte, cariño…
—¿No me va a gustar? —preguntó al ver su semblante serio.
—No lo sé… —dijo haciendo pie en el fondo del mar— creo que si realmente me quieres, te pondrás contento.
—Entonces con seguridad me gustará, porque te quiero con todo mi corazón —dijo dándole un suave beso en la nariz.
—Yo… voy a casarme, Palito.
El corazón de Pablo empezó a latir con fuerza y su erección bajó notablemente en escasos segundos.
—No puede ser… —contestó anonadado.
—¿Arruiné nuestras vacaciones con la noticia? —se dio la vuelta y golpeó el agua con las manos— ¡Mierda! Sabía que debía callarlo hasta despedirnos.
—No, no… nooo, cariño —dijo volteándola de nuevo— si lo amas, me alegro mucho por ti, en serio.
—Lo amo tanto, Pablo… —dijo emocionada— Joaquín es responsable y serio, todo lo que yo no soy. Es médico y nos conocimos en el hospital, es una persona increíble. A pesar de su seriedad y su aire de niño bueno, es un espíritu libre como yo. No se hace dramas por nada, es complaciente y sincero. Lo probé de todas las formas posibles, ya te lo imaginarás… y siempre parece superarme, incluso sin proponérselo.
Pablo sonrió.
—Parece ser ideal para ti… siento envidia.
—¿Y eso por qué? —preguntó ladeando la ceja.
—No sé, quizás porque nuestra relación siempre fue muy especial y sin embargo nunca pudiste enamorarte así de mí.
—Tú tampoco te enamoraste de mí. Ambos supimos siempre que era imposible que estuviéramos juntos más de quince días… nos mataríamos.
—Lo sé… —Pablo no comprendía sus sentimientos—, estoy confundido, monita… por un lado estoy triste, porque es como si se cerrara una etapa en nuestras vidas. Y por otro lado, estoy muy contento de que hayas encontrado a una persona especial con quien compartir la tuya.
—Me gustaría que tú también la encontraras —dijo sinceramente.
—¿Por eso me trajiste este regalo? —preguntó mirando hacia la costa.
Ella sonrió.
—Ojalá hubiera sido tan altruista, pero la verdad es que la traje pensando que quizás juntos podríamos ayudarla.
—Eso es lo que todavía no comprendo, ¿qué carajo le pasa? Es una hermosa mujer, no tiene dramas con su cuerpo por lo que veo, es dulce y muy agradable cuando quiere serlo… ¿cuál es su problema?
—Solo ella puede contarte eso, Pablo… pero te diré lo que pienso: vas por muy buen camino, campeón.
Pablo suspiró.
—¿Me ayudarás? —preguntó.
—Con seguridad —contestó— y en el proceso ella será beneficiada, aunque al final le rompas el corazón.
—¿Y por qué crees que se lo romperé?
—Amorcito… ojalá estuviera equivocada, pero soy de la opinión que nunca te casarás, eres demasiado mujeriego.
—Yo creía eso de ti, cariño… sin embargo me acabas de tirar el balde de agua fría. Por cierto… ¿qué opina tu novio de este viaje?
—Él sabe de ti, Palito… aunque esta vez solo le dije que viajaba con Julia, creo que se imaginó que me encontraría contigo. No dijo nada… en realidad me propuso casamiento, pero todavía no lo he aceptado, lo haré a mi vuelta. Deseo estar con él para siempre, es mi alma gemela.
—¿Eso existe? —preguntó incrédulo.
—Por lo menos yo lo he encontrado.
—Me alegro por ti, cariño… pero me siento triste porque voy a perderte para siempre. Qué egoísta soy, ¿no?
—No me perderás, seguiremos en contacto… eres mi mejor amigo —dijo posando un suave beso en sus labios.
—En éste momento siento como si besara a mi hermana.
—Aggg, que asco —dijo ella metiendo dos dedos en su boca simulando ganas de vomitar.
Ambos rieron y caminaron hacia la costa tomados de la mano.
El resto de la tarde lo pasaron tomando sol y disfrutando de la playa, Pablo trataba de no mirar a Julia para evitar excitarse, pero de todos modos se pasó la mitad del tiempo en apuros.
Las dos no dejaban de hacerle bromas al respecto, y él solo se defendía diciendo con cara de ángel:
—Solo soy un pobre hombre, compréndame.
Al día siguiente era Año Nuevo. Y esa noche, por supuesto, había una celebración a lo grande en el barco. No zarparían hasta la mañana, para permitir que los que quisieran rindieran tributo a Yemanjá .
—¿Tributo, cómo es? —preguntó Julia ya en el camarote cuando se estaban bañando y cambiando para la cena.
—Los fieles se reúnen en la orilla del mar y realizan una gran cantidad de ofrendas que son lanzadas al agua, como flores blancas, alhajas, frutas y todo aquello que Yemanjá recibe con placer por parte de sus seguidores. Como retribución, ella brinda protección y prosperidad para cada nuevo año que comienza. Lo más tradicional es ingresar al mar con dos copas de vino, una bandeja y velas, pero a mí me divierte más entregarle flores blancas, pedir tres deseos y saltar las olas mientras lo hago.
—Pues eso haremos entonces —dijo Karina sonriendo.
—¿Qué van a ponerse? —preguntó Pablo.
—Vestiremos de blanco, por supuesto —dijo Julia— vinimos preparadas, ya le habías advertido a Kari sobre eso.
—Bien, pero también tienen que estrenar ropa interior blanca, chicas —dijo y sacó dos paquetes del pequeño ropero— aquí tienen, lamento informarles que me tomé el atrevimiento de revisar que tipo de bragas usan para comprarles esto.
—Ohhh, Palitooo… ¡eres un sol! —gritó Karina colgándose de su cuello y besándolo apasionadamente.
Julia se quedó parada con el regalo en la mano sin saber qué hacer.
Él la miró y sonrió.
—Bastará con que me des las gracias, gacela… no espero que te tires a mi cuello ni me beses —bromeó.
—Gracias, Pablo… —dijo emocionada— es… es un detalle muy hermoso.
—Tú lo mereces —contestó sonriendo— ahora las dejo solas para que se preparen. Iré a verificar que todo esté en orden y las espero en el bar para tomar una copa antes de la cena.
—¿No vas a ver cómo nos queda tu regalo? —preguntó Karina.
—Se los arrancaré con mis dientes esta madrugada —dijo seductoramente, guiñándoles un ojo.
Primero se reunió con el capitán y con Andrés en el puesto de mando, obviamente tuvo que soportar preguntas y bromas de Andrés respecto a su ajetreada tarde en la playa nudista.
Luego de terminar con todos los detalles laborales, el oficial decidió acompañar a Pablo al bar para esperar a las chicas y conocerlas.
Se acercaron hasta la barra y saludaron al barman Elías Carvalho, un simpático joven brasileño de veinticinco años que manejaba las copas y las botellas con la maestría de un malabarista.
—¿Qué van a tomar, amigos? —preguntó risueño.
—Whisky —dijeron al unísono.
Puso dos vasos frente a ellos, una pequeña hielera y les sirvió.
—Conocí a tus amigas, Pablo —informó el barman— son estupendas. A Karina le gusta la piña colada y a Julia el daiquiri de frutilla, prefieren maní que almendras y se parecen a dos cangrejos de panza al sol todo el día.
—Les encanta tomar sol —confirmó Pablo sonriendo.
—Tienes una vista privilegiada desde esta barra, amigo. No sabes cómo te envidio —dijo Andrés y luego informó—: Está llegando tu futura esposa y su amiga, Pablo.
—Acompañada de la tuya —dijo Pablo sonriendo.
—¿Futuras esposas? ¿Acaso se va a acabar el mundo? ¿Es el apocalipsis? —preguntó Elías riendo.
—Es solo una broma entre nosotros —explicó Andrés— Dios mío, son una visión… las tres —aseguró mirándolas embobado.
Luego de las presentaciones, se quedaron conversando en el bar, riendo y divirtiéndose. Era un grupo muy homogéneo y se llevaban bien, a pesar de las diferentes nacionalidades de todos, eso incluso enriquecía la conversación.
Al llegar al comedor, las chicas quedaron alucinadas con el lujo del gran salón, parecía otro mundo. Lleno de globos blancos y dorados, telas blancas por doquier y enormes bolas vidriadas que giraban y daban al ambiente un espectáculo de luces impresionante.
Las mesas del buffet estaban adornadas con grandes estatuas de hielo, de todo tipo y la cantidad y variedad de alimentos era enorme.
—Nunca en mi vida vi tanto lujo y sofisticación —dijo Karina.
—Todo esto se lo debemos a Yanela y su perfecta organización —comentó Pablo cuando llegaron hasta ella, depositando dos besos en las mejillas de su amiga— Feliz Año Nuevo, por si no nos vemos más tarde, Yan.
—¡Feliz Año para todos! Espero que se cumplan sus deseos más íntimos y queridos —les deseó Yanela al grupo entero— por cierto, amigos… preparé una mesa especial con arreglos de flores blancas —y les señaló el lugar— para Yemanjá, espero que se las hagan llegar.
Todos prometieron hacerlo, por supuesto.
El barco seguía anclado, para que todos los que desearan, pudieran cumplir con el rito.
El grupo entero estaba invitado a cenar a la mesa del capitán esa noche. Luego de las presentaciones de rigor, disfrutaron de la cena en un ambiente alegre y bullicioso. Incluso Yanela, que nunca sabían a qué hora cenaba o dónde lo hacía, se sentó a la mesa con ellos, a la derecha del capitán, como buena anfitriona, dejando a su ayudante a cargo de la entrada.
Pablo estuvo pendiente toda la noche de sus dos amigas y fue objeto de bromas en todo momento. Normalmente el que se burlaba de todos era él, el resto comentó que era refrescante poder devolverle el gesto.
Después de cenar y de disfrutar de postres exquisitos, Yanela anunció:
—Es hora de rendirle culto a nuestra diosa… tienen que caminar un poco para llegar a la playa, así que mejor lo hacen ahora. Los fuegos artificiales empezarán en breve.
Y todos los que quisieron, emprendieron camino a la playa cercana al puerto. Al llegar se descalzaron y avanzaron por la arena con sus zapatos en una mano y rosas blancas en la otra.
La playa estaba llena de gente y se veía a lo largo de toda la costa la cantidad inmensa de personas que se congregaban a rendir tributo a la bondadosa madre de los Orixás, esperando que les cumpliera todos sus deseos.
Dejaron los zapatos al cuidado de Tanya, que decidió no entrar al mar porque llevaba un vestido largo. Pablo se arremangó los pantalones y tomó a Karina de la mano para avanzar.
—Vamos, gacela —le dijo a Julia.
Y ella lo sorprendió ofreciéndole la mano también.
—¡Salten, lancen la rosa y pidan su primer deseo! —dijo Pablo cuando la primera ola barrió sus tobillos en la costa. Los tres lo hicieron y lanzaron la primera rosa, riendo. Avanzaron un poco más y volvieron a hacer lo mismo —¡Ahora!— Estaban apenas en la costa, el agua les llegaba a mitad de pierna.
Reían a carcajadas, cuando los fuegos artificiales se intensificaron y toda la muchedumbre empezó a contar de atrás para adelante.
—…quatro, três, dois, um...
Los gritos eran ensordecedores, la alegría, la fiesta. Los fuegos artificiales se veían en el cielo a lo largo de toda la playa.
Karina se colgó de su cuello, y le dio un dulce beso en los labios.
—¡Feliz Año Nuevo, amorcito!
—Que todas tus ilusiones y metas se cumplan en el nuevo año, monita, pero si parte de tu felicidad depende de mi amistad, considérate la persona más feliz del mundo, porque te adoro —le dijo Pablo al oído.
Karina lo abrazó más fuerte y se puso a llorar, emocionada al pensar que quizás era el último año que pasaba con él.
—¿Qué te pasa, cariño? Tú no lloras —le dijo Pablo, quien la sostenía con una mano y con la otra no soltaba la de Julia.
No pudieron seguir hablando, porque sus amigos empezaron a felicitarles y hacerles partícipes de sus buenos deseos.
Apenas pudo, miró a Julia, quien estaba aparentemente muy feliz.
—¡Feliz Año nuevo, Pablo! —dijo riendo.
La apartó un poco del gentío y aprovechó que le permitiera tomarle las manos, levantando ambas hasta posarlas en su pecho:
—Cierra los ojos, piensa en todo lo que te hizo sonreír en el año que termina y olvídate de lo demás... y que esas sonrisas se multipliquen por cien —dijo muy cerca de su rostro—. Y si la vida te da mil razones para llorar, demuestra que tienes mil y una para soñar. Haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad, gacela…
—Me vas a hacer llorar a mí también —dijo emocionada.
Él le sonrió, y esa expresión llegó al alma de Julia. Ese hombre tenía un poder extraordinario sobre ella, era un seductor nato.
—Todavía me debes algo, nena… —dijo suavemente.
Y ella, sin poder contenerse más, a pesar de todos sus miedos e inseguridades, pagó su deuda.
Acercó su rostro lentamente al de él. No esperaba una agresión, pero los labios de Pablo resultaron inesperadamente dulces, y suavemente móviles. No fue un beso estático y repulsivo, sus labios danzaron sobre los de ella, probándola y saboreándola, tentándola y confundiéndola. Solo tenían dos puntos de contacto y mientras proseguía con la lenta y suave exploración de su boca, ella se estremeció al sentir el roce de la lengua contra ellos.
Y se tensó.
Él lo sintió y con un suspiro, puso fin al beso. No quería asustarla.
La miró y sonrió, diciéndole:
—Eres un manjar, gacela, espero ser uno de tus deseos este año nuevo.
—Mi deseo es que el tuyo se haga realidad —dijo cerca de sus labios.
—Entonces estamos por buen camino —contestó feliz.
Porque tú eres lo que yo deseo, pensó, pero no lo dijo.
Karina los miró y sonrió complacida, pensando:
Ese desgraciado va a conseguir lo que quiere, como siempre.
¡Faltan cinco días!
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