Aguas Bravas - Primer día (Crucero Erótico 04)

martes, 26 de abril de 2016

En el Mar…
22 de Enero.

¿Papá? Mierda, mierda… pensaba Andrés caminando hacia el puente de mando. ¿Había mantenido a raya sus ganas de abordar a Tanya por la "estúpida regla" del capitán y ni el mismo que las imponía la cumplía?
¡Tenía una hija con Yanela, por dios santo!
La tripulación superior completa había quedado congelada cuando escucharon a la niña llamar "papá" al capitán.
—¿El capitán y Yanela? Insólito —dijo Pablo que caminaba a su lado.
Andrés se paró en seco y lo volteó hacia él.
—¿Te das cuenta de lo que eso significa? —preguntó con el ceño fruncido y visiblemente enojado— Ni siquiera el capitán respeta su propia regla.
—Bueno, quizás no tengan una relación —argumentó Pablo.
—¡Tienen una hija! —contestó casi gritando— Eso ya es una relación.
—Pero evidentemente no están juntos, y además, se llevan muy bien. Esa situación no altera el funcionamiento del crucero, Andrés.
—¿De qué lado estás, "amigo"?
—De ningún lado. No lo tomes como algo personal, solo te estoy dando otro punto de vista. Te conozco tanto que me estoy imaginando todo lo que pasa por tu cabeza, creo que…
—Oh, te aseguro que no tienes idea —dijo volteando y dejándolo con la palabra en la boca.
Pablo suspiró y lo siguió, apurando el paso ya que Andrés era más alto que él y al parecer estaba muy apurado.
¿Alto? Medía casi dos metros.
Andrés era un hombre muy grande, no era delgado, aunque no tenía un gramo de más en todo el cuerpo, era puro músculos, y dedicaba religiosamente una hora al día a ejercitarlos, generalmente cuando terminaba sus actividades a la noche.
Ingresó a la marina de pura casualidad, escapando de su padre en el Uruguay. Debido a su altura y porte, se coló con mentiras en un buque mercante brasileño como grumete cuando apenas tenía quince años. El capitán, al darse cuenta de su error luego de ocho meses de navegar por el mundo, lo tomó bajo su tutela, arregló sus papeles y de él aprendió todo lo que sabía.
En su interior Andrés siempre se refería al capitán Serrano como su "Ángel de la Guarda" y sabía que todo lo que había logrado en la vida se lo debía a él, incluso había adoptado su apellido.
Nadie en el crucero sabía su historia real, ni siquiera Pablo su mejor amigo, solo conocían el relato de su vida a partir de haber conocido al capitán Serrano, a quién llamaba "su padre", porque era así como lo sentía.
Seis años atrás, su mentor había fallecido de un cáncer fulminante, y era exactamente ese tiempo que él se había unido a "Aguas Blancas". Ya no quería recorrer el mundo, sino asentarse en un solo lugar y formar una familia… aunque realmente no entendía muy bien ese concepto, ya que nunca tuvo una normal, pero quería descubrirlo.
Era un desarraigado tratando de arraigarse a algo, a una ilusión.
Pero esa no era exactamente la imagen que proyectaba. Era altanero y se llevaba todo por delante, se había hecho la fama de "excéntrico", sobre todo por sus tendencias sexuales. Era un hombre muy dominante y no perdía la oportunidad de conocer íntimamente a una mujer cuando ésta demostraba claramente su disposición de complacerlo.
Le gustaban sumisas y claramente experimentadas, huía de las mojigatas como si fueran las plagas bíblicas de Egipto. Se sabía atractivo, con buen físico, y se aprovechaba de ello. Nunca le faltaba acompañante femenina en el barco… y siempre se despedía de ellas al terminar el viaje.
Hasta hace un mes. ¡Mierda! Eso lo tenía realmente fastidiado.
Conocerla había sido su perdición, aún recordaba el primer día que la había visto al lado de Yanela en la cubierta dos viajes anteriores a éste:

Estaba hablando con Pablo y como si se hubieran puesto de acuerdo, se acercaron a la baranda metálica de la cubierta, observando hacia abajo. Les encantaba ver a los visitantes ingresar al barco.
—Yanela ya está recibiendo a los primeros huéspedes —dijo sonriendo.
—¿Ya conociste a la nueva profesora de gimnasia, Andrés? —preguntó el contramaestre.
—No, ¿y tú? —contestó intrigado.
—Ufff, síii, la conocí ayer cuando Yanela la llevó a recorrer el barco. Se esmeraron esta vez, es preciosa. La anterior tenía un buen lomo, pero era necesario taparle la cara con una almohada.
Andrés rió a carcajadas por la salida del simpático oficial.
—Mmmm, habría que verla… ¿tu amiga ya embarcó? —preguntó cambiando de tema.
—Son dos… —y Pablo le habló de las dos chicas que se quedarían en su camarote en ese viaje. Rieron a carcajadas y Andrés lanzó una cantidad inmensa de insultos contra su amigo y su suerte, dándole un puñetazo fingido en su estómago. El contramaestre lo tomó del cuello y empezaron una pelea ficticia, hasta que Pablo se quedó quieto… mirando hacia abajo.
—¿Qu-qué? —preguntó Andrés intrigado al ver que su amigo no le seguía el juego, como era usual.
Pablo se irguió lentamente y observó extasiado hacia abajo.
Andrés dirigió la vista hacia donde su amigo miraba y se quedó quieto también.
—La puta madre que la parió… —dijo el primer oficial embobado.
Parecían dos idiotas con las bocas abiertas.
—Acabo de conocer a la futura señora Gonzaga —dijo Pablo suavemente luego de unos segundos, como en trance…
¡Y qué razón había tenido!
La nuez de Adán de Andrés bajó y subió antes de contestar:
—Yo también… a la mía.
Se miraron con el ceño fruncido.
—¿A cuál te refieres? —preguntó Pablo temiendo que les hubiera llamado la atención la misma mujer.
—A la escultural rubia que está al lado de Yanela.
—Esa es Tanya Aniston, la nueva profesora de gimnasia, idiota —informó Pablo suspirando aliviado .
Y allí estaba su rubia obsesión, parada en la cubierta de acceso, con su escultural cuerpo tentándolo, su piel de alabastro, su hermoso cabello rubio rebajado en capas con algunos mechones ondeando al viento, sus preciosos ojos azules de mirada desconfiada… y su tatuaje… que lo atraía como el polen a una abeja.
¡Vaya a la mierda el capitán y su estúpida regla! Se dijo a sí mismo. No perdería un solo día más en respetarla.
Y se sumergió en su trabajo.


—¿Qué es lo que te pasa, Tanya? —preguntó Yanela al ver que se había quedado blanca como un papel.
Habían terminado la clase de aerobic y estaban dirigiéndose cada una a su camarote para darse una ducha cuando la profesora bajó la cabeza y disimuladamente se escondió un poco detrás de ella en actitud nerviosa, casi de pánico.
—Eh… nada, Yan —dijo aturdida—. Creí ver a alguien conocido, pero es imposible —terminó casi en un susurro.
Y Yanela la tomó del brazo estirándola hacia un costado.
Asió sus manos y la miró fijamente, entrando en un estado de trance que Tanya ya había presenciado en otra ocasión, pero nunca había entendido. Las pupilas de la anfitriona se dilataron, los orificios nasales se agrandaron y su respiración se ralentizó.
—Tanya… nubes negras se ciernen sobre ti en este momento —dijo suavemente—, una tormenta se eleva amenazadora, pero los rayos serán tu refugio. Siempre que escuches el trueno antes, estarás a salvo —y le apretó los dedos—. No te apartes de él… sabrá protegerte.
—¿What? I mean… ¿Qué dices? —preguntó Tanya atontada— Yo… no comprendo— dijo con su extraño acento.
—Yo tampoco, lo siento —dijo Yanela sacudiendo la cabeza, como queriendo apartar las visiones de su mente, y siguieron caminando—. Es una extraña sensación, no quiero alarmarte, no me hagas caso. Quizás mi cerebro haya hecho cortocircuito después de toda esta semana tan tensa que pasé.
—¿Nadie sabía que tenías una hija con el capitán, no es así? —preguntó Tanya cambiando de tema, ya que no comprendía nada lo que le había dicho.
—Mmmm, no… pero no quiero hablar de eso —contestó tratando de zafar—. Ahora ya es de público conocimiento, tuve que traerla porque mi madre, que la cuida cuando estoy de viaje, tuvo un esguince de tobillo. Leo me dijo que se hará cargo de ella, solo espero que Bruna se porte bien, porque es terriblemente inquieta. Hiperactiva, diría yo.
—Es una hermosa niña, y seguro su padre sabrá cuidarla —dijo intentando tranquilizarla—. Ok, aquí me quedo —anunció cuando llegaron frente a la habitación que compartía con la encargada de eventos del crucero.
—Cuídate, amiga —fue todo lo que dijo la anfitriona antes de seguir camino hacia su propio camarote.
Tanya entró a la habitación y se apoyó en la puerta suspirando.
No puede ser él, pensó. Son los nervios, es solo eso. No pudo haberme encontrado, imposible.
Negó con la cabeza, tranquilizándose a sí misma y entró al baño a ducharse. Dejó que el agua aliviara su tensión, escurriéndose por su cuerpo, como deseando que limpiara todas las cicatrices físicas y emocionales que tenía, pero sabía que eso no era posible.
Se secó dentro del baño, como siempre lo hacía para evitar que su compañera de habitación la viera sin ropa si llegaba de improviso, se puso las bragas y una camisilla ajustada de yérsey de algodón antes de salir y trenzar su cabello rápidamente… sin mirarse al espejo.
Mientras terminaba de vestirse con un cómodo pantalón holgado de gimnasia en juego con la camisilla y unos zapatos de deporte, intentaba no rememorar lo que había creído ver. Muchas personas tienen el cabello tan rubio que parece blanco, pensó y sacudió la cabeza como queriendo deshacerse de esa idea.
Tomó su bolso y salió de la habitación.
Era hora de cenar, pero no tenía hambre, solo un nudo en el estómago que estaba segura impediría que pudiera digerir cualquier bocado que llevara a su boca. Ya había terminado todas sus actividades del día y a pesar de haber dado dos clases de aeróbics y una de salsa, normalmente no acompañaba todos los movimientos, solo daba las indicaciones y luego iba recorriendo y corrigiendo posturas al ritmo de la música. Pero eso no era suficiente, no había hecho gimnasia localizada como era usual en ella.
Se dirigió al gimnasio por el camino más largo mirando a los costados en todo momento tratando de ver de nuevo los cabellos de oro que tanto temía. En dos ocasiones se tensó y paralizó de miedo, pero resultaron ser falsas expectativas, por suerte.
No fue más que una alucinación producto de mis antiguos temores, pensó. Y se tranquilizó.
Al llegar se puso las pequeñas pesas en los tobillos y las muñecas, encendió su iPod y procedió a realizar su rutina, sumida en la hermosa melodía instrumental clásica.
El gimnasio fue quedándose casi desierto cuando Andrés entró y la vio.
Sabía que estaría allí, era su horario habitual. Él había dejado de ir a esa hora para no encontrarse de nuevo con ella, para esquivar la tentación, pero ahora sabía que ya no quería seguir evitándola… quería consumirla, hasta la última gota.
Se apoyó contra el equipo de gimnasia al costado de ella y la observó. Su piel era tan blanca que parecía alabastro cristalino, estaba de espaldas ejercitando sus hermosos glúteos cuando ella miró al piso y vio sus pies descalzos.
Lo reconoció por el pequeño dragón tatuado en uno de sus tobillos.
—Hi, Andrew —dijo sonriendo sin mirarlo.
—Hola, bebé —contestó susurrante y apretó sus pantorrillas para ayudarla a mantener el ritmo— ¿no hiciste ya suficiente ejercicio hoy?
—Esta es mi rotina, la hago todos los días —respondió bajando los auriculares sin dejar de contar mentalmente.
—Lo sé, y se dice rutina —la corrigió—, yo te ayudo tú me ayudas… ¿qué te parece la idea?
—Creo que ya hablamos sobre eso una vez —contestó incorporándose y secándose el cuello con una pequeña toalla—, además estoy a punto de terminar.
—Deberías esperar, así terminamos juntos —dijo en doble sentido, pegándose a ella por detrás y atrayéndola contra su cuerpo. Una mano se apoyó en su estómago, entre la camisilla y el borde del pantalón acariciándola y la otra se apoderó de su cuello manteniéndola cautiva mientras pasaba la lengua por ese sitio, lamiéndola.
—¡Andrew! Estoy toda sodorosa… suéltame —protestó.
—Me encanta cuando inventas las palabras —rió contra su cuello—, adoro tu acento, me vuelves loco —y giró rápidamente su cuello para que sus miradas se enfrentaran—, ya deja de luchar contra esto.
—No me toques por favor, soy una mujer casada —dijo Tanya nerviosa, pero sin intentar zafarse.
—¿Y dónde está tu marido? —preguntó risueño— ¿Recuerdas que sé dónde vives y con quién? —Andrés se refería a que compartía departamento en Río de Janeiro con una de las chicas ayudantes de cocina.
—Pronto vendrá de Estados Unidos —se defendió.
—No te creo, Tanya —y sopló su cuello, exactamente sobre el tatuaje que tanto lo enardecía, prueba evidente de su estilo de vida—. El tipo de hombre que a ti te gusta jamás dejaría sola a su mujer a menos que hubieran terminado la relación. Puede que estés casada, bebé… o no, no lo sé ni me importa. Lo que estoy seguro es que ya no le perteneces. Yo nunca te dejaría si fueras mía —dijo besando el triskel y acariciando su estómago, introduciendo los dedos debajo de su holgado pantalón hasta tocar el inicio de sus pequeñas bragas.
—Yo… yo no quiero… es-esto —susurró.
—Patrañas, lo deseas con cada fibra de tu ser, bebé… o ya te hubieras zafado. Eres una mujer muy complaciente, lo sé, te reconozco.
—Y tú… tú eres exactamente el tipo de hombre del que vengo hoyendo —aceptó sin querer, estremeciéndose.
—¿Oyendo? ¿No será huyendo? —Andrew la volteó y le tomó la cara con ambas manos— ¿Por qué huyes? ¿Alguien te hizo daño?
—Please, Andrew… suéltame —suplicó bajando la vista.
—Mírame, bebé —ordenó con dulzura, y recién allí Tanya levantó la vista—, eres una sumisa deliciosa, lo sabes y te encanta serlo. Ni siquiera osas mirarme a menos que yo te lo pida. Te reconozco… deseo que me complazcas. Y yo deseo complacerte…
Tanya se estremeció al oír esa afirmación. Deseaba complacerla, eso era nuevo para ella. No le creía, no debería creerle, todos los hombres eran iguales. Decían una cosa y hacían otra, prometían el cielo y las estrellas y la llevaban al infierno en un abrir y cerrar de ojos.
—Stop, Andrew —contestó cerrando los ojos y tomando su mano para evitar que continuara—. Ya hablamos sobre esto, al capitán no le gostará.
Se soltó de su agarre y retrocedió.
—¡Al diablo con el capitán! Has lo que yo digo pero no lo que hago… ¿no te das cuenta que ni él mismo respeta su regla?
—¿De qué hablas? —preguntó confundida.
—De que tenemos carta libre, bebé… el capitán no puede cuestionar nuestra relación, él mismo tiene una con Yanela.
—Ellos no están juntos… y nosotros no tenemos ninguna relación —afirmó Tanya bajando la vista.
—Eso puede cambiar ahora mismo —dijo sonriendo pícaro—, ¿quieres acompañarme a mi camarote?
—Me voy al mío… alone, sola —contestó tomando la toalla y acomodando sus cosas. Dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
Andrés la siguió. No iba a darse por vencido, no tan fácilmente.
—¿Quieres chocolates y flores, bebé? —preguntó bromeando detrás de ella mientras llegaban al área de la tripulación. No era su estilo en absoluto, pero por ella era capaz de hacerlo. Se puso delante y caminando de espaldas simuló entregarle un ramo de flores y abrir una caja de chocolates, ella rió con su ocurrencia y lo empujó por el pecho para que la dejara pasar.
Estaban jugando y tonteando camino a sus habitaciones, cuando Tanya volvió a ver los cabellos de oro por sobre el hombro del primer oficial.
Se paralizó por un instante.
Del susto pegó su cuerpo al de Andrés y lo estiró hacia el pasillo donde estaban sus habitaciones.
El primer oficial estaba fascinado, al parecer su tormento había cambiado de opinión, ella se colgó de su cuello y miró sobre sus hombros mientras él la arrastraba hacia su camarote.
—¿Cambiaste de opinión, bebé? —preguntó besando su cuello mientras abría la puerta, ajeno totalmente al pánico que ella estaba sintiendo.
Tanya asintió con la cabeza, mintiendo… su habitación estaba al final del pasillo pero no iba a ir sola hasta allí, no con ese hombre siguiéndola. Ni loca.
Pero cuando entraron, y él dejó sus cosas tiradas en el piso para abrazarla, vio tanto pánico en su mirada que se quedó de piedra frente a ella.
Tanya se apoyó en la puerta y muy despacio fue bajando a lo largo de su espalda hasta quedar sentada con las rodillas encogidas en su pecho, abrazándolas. Bajó la cabeza y ante la absoluta sorpresa de Andrés, empezó a sollozar como una niña.
¡Mierda! Pensó el hombre, totalmente descolocado… y ahora ¿qué ocurre? Se acercó hasta ella y se arrodilló a su lado.
—Tanya, bebé… ¿qué te pasa? —preguntó confundido.
Ella negó con la cabeza.
Él se acercó e intentó abrazarla.
—Don't touch me, please  —contestó en un susurro desesperado.
—No lo haré, Tanya… solo quiero que estés más cómoda —¿De dónde me sale esta ternura? Pensó al decirlo—. Levántate por favor.
—De-déjame sola un rato, p-por favor —pidió sollozando.
Andrés no entendía lo que pasaba, pero sintió un ligero alivio ante el pedido… ¿qué sabía él de consolar mujeres? Absolutamente nada. Se levantó despacio y fue hasta la puerta del baño, la miró y sintió que su corazón se desgarraba al verla así. Era un sentimiento nuevo para él, y no lo comprendió.
Agitó la cabeza y entró al cuarto de baño, el único lugar donde podía ir mientras Tanya se calmaba… y necesitaba una ducha.
Se desnudó y se metió bajo el chorro templado, manipuló los grifos hasta que solo salió agua fría y se quedó largo rato sin hacer nada más que sentir el agua helada escurriéndose por su cuerpo. Le gustaba esa mujer, la deseaba con locura… pero lo que vio en sus ojos al mirarla lo asustó. Era la misma mirada de terror que recordaba haber visto en su madre cuando su propio padre la maltrataba siendo él solo un niño… y no podía hacer nada.
Fue la misma mirada horrorizada y sin vida que vio en su madre cuando –teniendo solo doce años– la encontró en el piso de su destartalada vivienda, muerta. Nunca podría olvidar ese día. Andrés siempre supo que su padre fue el responsable, pero la policía no pudo culparlo sin pruebas, y tenía una coartada.
Mientras Andrés se bañaba, Tanya todavía estaba sentada en el piso frente a la puerta en la misma posición, aunque los sollozos estaban cesando. Esta vez estaba segura de que era él. No pudo verle los ojos porque llevaba lentes de sol, pero el cabello era igual, aunque más largo. Y al parecer se había afeitado la barba y el bigote.
¡Era él! ¡Era Bryan! ¿Qué iba a hacer? La había encontrado. Le aseguró que si alguna vez lo dejaba movería cielo y tierra hasta localizarla… y lo había hecho. Estos seis meses que había pasado sin él desde que lo había abandonado fueron todo un descubrimiento para ella, una liberación. El solo pensar en tener que volver a su vida pasada le dio arcadas y lo poco que había comido en el almuerzo regurgitó desde su estómago.
Se levantó tambaleante cubriéndose la boca con la mano y fue hasta el baño corriendo, prácticamente se dejó caer en el piso sobre el inodoro y vomitó. Andrés la sintió en ese momento y corrió la mampara del baño mirando atónito el espectáculo. En ese momento volvieron las arcadas y siguió vomitando hasta que no le quedó nada en el estómago.
El primer oficial salió rápidamente del box, tomó una pequeña toalla de mano, la mojó en la ducha y la acercó a su cara. Tanya suspiró, y agotada por el esfuerzo apoyó la cara en la pierna desnuda de Andrés, que se había arrodillado a su lado y se dejó limpiar y refrescar.
—¿Te sientes mejor, bebé? —preguntó con ternura.
—S-sí —asintió en un susurro, y levantó la vista. Pero lo único que vio fue piel desnuda, suave, lampiña y bronceada—, e-estás desnudo —dijo.
—No me diste tiempo de vestirme —contestó sonriendo.
Solo podía ver sus piernas dobladas, pero al levantar un poco más la vista observó algo que llamó su atención. Andrés tenía otro tatuaje a la altura de la cadera: un trío de relámpagos.
Entonces recordó las recientes palabras de Yanela: «Una tormenta se cierne amenazadora, pero los rayos serán tu refugio. Siempre que escuches el trueno antes, estarás a salvo». Levantó la mano y acarició suavemente el tatuaje con los dedos.
—Thunder —dijo en un susurro.
—No es aconsejable que me toques ahora, bebé —dijo Andrés suspirando ante la caricia—. Déjame ayudarte a que te levantes y te meterás en la ducha. Tu remera está cubierta de vómito.
—Lo siento —respondió pasándole la mano.
—A cualquiera puede pasarle —le restó importancia—. ¿Comiste algo que te hizo mal? —preguntó levantándose con ella y limpiando el inodoro con la toalla mojada para que pudiera sentarse.
—N-no… creo que… no —dijo suavemente. Andrés la sentó y procedió a quitarle las zapatillas de deporte y las medias. Ahora sí podía verlo mejor, arrodillado frente a ella, desnudo, parecía un Dios griego. Su cuerpo estaba como esculpido en piedra, y su piel bronceada carecía absolutamente de vellos, como si se los depilara periódicamente. El único lugar donde al parecer lo tenía era en la entrepierna, pero se negaba a mirar.
Tanya se estremeció y levantó la vista cerrando los ojos. Estaba acostumbrada a que la cuidaran y la trataran como una niña indefensa, por lo tanto no le resultó extraño que la ayudara.
Él se puso de pie, y tomándola de las axilas la incorporó también.
—Levanta las manos —ordenó. Sonó más autoritario de lo que pretendió.
Recién entonces Tanya se dio cuenta de lo que él pretendía hacer.
—¡No! —negó categórica— Yo… puedo sola.
—¿Estás segura que no vas a caerte en la ducha? —preguntó frunciendo el ceño— No voy a follarte ahora, bebé… no soy tan desalmado.
—Te prometo… puedo bañarme sola —repitió.
Andrés asintió con la cabeza, suspirando.
—Voy a vestirme y a pedirle a Yanela que te traiga una muda de ropa para que puedas cambiarte. Cualquier cosa me llamas… dejaré la puerta entornada… ¿sí?
—Ok, Andrew… thanks —respondió sin mirarlo mientras él tomaba una toalla y se cubría de la cadera para abajo.


—¿Qué le pasó? —preguntó Yanela cuando llegó. Ella tenía la llave maestra de todas las habitaciones del barco, así que pudo entrar al camarote de Tanya sin problemas.
—Tú eres la médium-loca, esperaba que me lo explicaras —contestó sonriendo y al ver que fruncía el ceño, prosiguió—: No tengo idea, Yan. Mejor pásale la muda que trajiste, a ti no te echará del baño.
—Tanya, tengo tu ropa —dijo golpeando suavemente la puerta.
—Gracias, Yan —contestó asomando la cabeza y tomando la bolsa de plástico que le ofreció—. Siento mucho… eh… causarles tantos problemas.
—No te hagas dramas, amiga. Espero que ya te sientas mejor.
—S-sí. Mucho mejor —contestó y cerró la puerta.
—¿No sería mejor que la viera Sebastián? —preguntó Yanela preocupada.
—No te preocupes, yo me encargo de llamarlo si ella quiere. Vuelve a tus actividades —dijo Andrés—. Yo la cuido.
—Me da la impresión que eso te encanta —contestó haciendo una mueca.
—Por algo te llaman la «Bruja de Aguas Blancas» —dijo él riendo.
—No te aproveches de ella, Andrés.
—Vamos, Yanela… los dos somos adultos. No voy a hacer nada que Tanya no quiera y acceda de buena gana.
—Eso espero —contestó… y se fue, frunciendo el ceño.
Apreciaba a Andrés, y sabía que detrás de ese aspecto duro y carente aparentemente de sentimientos existía un hombre bueno, aunque muy dañado. Su aura era oscura, pero ella lo conocía… y confiaba que por lo menos en este viaje, Tanya estaría mejor a su lado. Todavía no tenía claro el motivo.
Andrés se tiró a la cama y encendió el televisor, hizo zapping hasta que ella salió del baño tímidamente, vestida con una calza y una remera.
—¿Te sientes mejor? —preguntó incorporándose.
—Sí, Andrew… muchas gracias por todo —contestó acercándose a él.
—Quizás deberías ver a Sebastián.
—¡No! —Y bajó la voz al darse cuenta del énfasis que puso en su respuesta— Eh… estaré bien, solo fueron los nervios.
—¿Y estás nerviosa por…?
—Prefiero no hablar de eso —dijo suspirando— Yo… lo siento, pero usé tu… eh… toothbrush.
—Mi cepillo de dientes —dijo riendo—, mmmm… eso es íntimo, ya compartimos algo más que solo el aire.
La tomó de la mano y la sentó en la cama al lado de él.
—Quiero pedirte un favor, Andrew.
—El que quieras, bebé.
—¿Puedo… quedarme en tu camarote esta noche?
Andrés casi se cae de culo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Grace me gusta mucho tu blog, y lo he elegido para concederte el Premio Lovely Award, si quieres puedes pasar por mi blog a recibirlo: http://jardinlitera.blogspot.com/

Daniel de Culla dijo...

Una gozada leerte.
Un cordial abrazo.

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