Dibújame (Santuario de colores #1) Capi 06

jueves, 1 de mayo de 2014

Al día siguiente desperté muy temprano, bueno… eran las ocho y media de la mañana, pero según mi horario, de madrugada. Mi trabajo requería mucha vida social y conexiones, así que normalmente mi día empezaba cerca del mediodía y terminaba mucho después de medianoche.
No me costaba dormir, porque tenía pastillas que me ayudaban.
Pero si decidía no tomarlas o me olvidaba de hacerlo, mi sueño era inquieto e interrumpido. Eso me había creado muchos problemas en años anteriores, porque mi falta de sueño repercutía en mis actividades diarias y no podía permitirlo. Cuando bebía no las necesitaba, el alcohol tenía el mismo efecto en mí que las pastillas sedantes.
Gracias al descanso me levanté con buen ánimo a pesar de lo que había vivido el día anterior. Fui directa al baño y observé mi mejilla.
Fruncí el ceño.
Merced a todo el hielo que Phil me puso y a la crema antiinflamatoria que me apliqué después no estaba muy hinchada, pero tenía un buen moretón. Presioné con dos dedos la zona y me quejé. Mmmm, dolía.
Pero el dolor físico no era nada en comparación con el emocional.
Decidí bloquearlo, era experta en hacerlo.
Me di una larga ducha bien caliente, me lavé el pelo, estaba secándolo cuando sentí la urgencia de un buen café, me acordé de Phil y su promesa.
Tomé mi iPhone y le envié un mensaje:
     «¿Y mi café? ;-)»
Me contestó al instante:
     «¿Se cayó de la cama, señora Vin Holden?»
Sonreí, porque hacía tan poco que nos conocíamos y al parecer ya sabía mi rutina, le respondí:
     «Menos cháchara y más acción»
Ni siquiera pude bajar el celular en la mesada, cuando llegó su respuesta:
     «Dame 10 minutos y estoy allí. Ábreme la vidriera, iré por la playa»
Me puse un vestido tipo solera, blanco con detalles estampados rojos muy suaves, lo complementé con un cinto ancho de cuero rojo con hebilla dorada, me calcé unas elegantes sandalias de tacón alto, por supuesto del mismo color y con la cartera a juego.
Me miré al espejo de mi vestidor y aprobé mi imagen.
Ahora solo necesitaba tapar el hematoma que tenía en la cara. Me puse una base del color de mi piel con polvo compacto encima, me apliqué un poco de rímel en los ojos y brillo en los labios, nada más. No me puse rubor porque quería evitar llamar la atención en mis pómulos.
Estaba lista, bajé y vi que Phil estaba caminando en la galería ida y vuelta, hablando por su celular. Me sorprendió verlo tan elegante, llevaba puesto un vaquero negro, una camisa blanca y un saco sport gris oscuro, aunque sus zapatos eran deportivos, quizás porque vino caminando por la playa.
Fui a abrirle la puerta para que pudiera entrar, desplacé una de las hojas de la gran vidriera y la dejé abierta para que entrara cuando terminara de hablar. Le hice un gesto de saludo con la mano, que él devolvió con un guiño, y volví adentro. Busqué el periódico en el buzón de mi puerta de acceso y me senté en la mesada del desayunador a leerlo mientras cortaba la mitad de un melón en rodajas.
Al rato sentí una suave caricia en mi cuello.
—Buen día, emperatriz —saludó Phil besándome en la nuca.
—Mmmm, buen día sudamericano… —y lo miré a los ojos— estás muy elegante hoy. ¿A qué se debe?
—Tengo que hacer algunos recados —contestó encogiéndose de hombros y se metió a la cocina para preparar la cafetera.
—Quizás debas contarme cuál es el ingrediente secreto de tu delicioso café, así no tengo que molestarte cada mañana, Phil.
Cuando terminó de meter el café y su o sus componentes misteriosos y encendió la máquina, se dio la vuelta y se apoyó en la mesada con los codos y la cabeza apoyada en sus manos entrelazadas.
—Es un placer para mi preparártelo —me hizo una seña sexy con el dedo— quiero hacerlo, acércate.
Ni corta, ni perezosa, lo hice. Casi me trepo sobre la mesada de un salto.
Nos encontramos a mitad de camino. Me tomó del cuello, inclinó su cabeza a un costado y me besó en los labios, primero suavemente, luego me devoró, yo metí mi lengua dentro y le recorrí los dientes, él entrelazó la suya con la mía durante un instante y paró.
Los dos teníamos la respiración irregular, sonreímos.
—Sabes a menta, fresca y refrescante —dijo contra mi boca.
—Y tú a eucalipto, dulce y picante —suspiré.
—Estás hermosa, emperatriz —él también suspiró—, me dejas sin respiración cada vez que te veo, pero hoy en especial, te noto muy elegante y sofisticada.
—Gracias, Phil… tú estás muy elegante también.
Sonrió y acarició suavemente mi mejilla.
—¿Base? —preguntó.
Asentí con la cabeza y volví a sentarme bien en la butaca. En ese momento sonaron los tres pitidos que indicaban que el café estaba listo.
Phil puso dos tazas sobre la mesada y lo sirvió.
Suspiré de placer al tomar el primer trago, lamí mis labios de gusto y volví a beberlo, gemí y exageré mi reacción, como si en ese momento hubiera tenido un orgasmo.
Mi sudamericano rio a carcajadas. ¡Mierda! Me embobaba su risa. Y esa barba de un día, que estaba tan de moda me volvía loca.
—¿Ya desayunaste? —le pregunté.
—Sí, hace rato —contestó, también bebiendo su café—. Me desperté muy temprano. ¿Eso es todo lo que vas a comer? —preguntó con el ceño fruncido.
—Más que suficiente —respondí metiendo un trozo de melón en mi boca.
Puso los ojos en blanco y salió de la cocina.
—Tengo que irme, Geraldine —caminó hasta ponerse a mi lado.
—Mmmm —traté de tragar el bocado antes de preguntarle—: ¿Quieres que te acerque a algún lado? Yo también ya salgo.
—No, gracias. En la casa hay un vehículo —se acercó a mí, pasó la lengua por la comisura de mi boca y lamió el jugo del melón que por lo visto se escurrió de mis labios, me estremecí—, no es un Lamborghini Reventón —sonrió—, pero sirve para desplazarme.
Asentí, y me sorprendió la sensación de desilusión que sentí al saber que no iría conmigo. Lo atribuí a nuestra cercanía durante todo el fin de semana, restándole importancia.
—¿Nos encontramos a las cuatro? —pregunté.
—Estaré aquí, firme y al pie del cañón —dijo guiñándome un ojo.
—No tan firme, señor —le respondí pícaramente.
—Eso no puedo prometértelo —me dio un suave beso sujetándome de la barbilla y mirándome a los ojos—. Nos vemos, Geraldine, que tengas un buen día.
—Igual para ti, Phil —mis huesos se habían derretido con esa "no" promesa.
Salió por la galería, cruzó la terraza y lo perdí de vista al bajar la escalera. Suspiré como una tonta y miré lo que restaba de mi desayuno.
Ohhh, mierda… había perdido el apetito.
*****
Llegué a la oficina poco después de las diez de la mañana y me encontré con un sinfín de problemas. La mayoría de ellos podían solucionarlo Thomas o Susan, pero con la exposición en puerta estaban saturados de trabajo, así que traté de organizarnos para que cada uno de nosotros se ocupara de ciertas cosas, incluso les asigné tareas a las vendedoras.
Recién a la siesta pudimos bajar un poco el ritmo, le pedí a Thomas que trajera algo para comer y nos sentamos en la mesa de reuniones entre los tres para decidir nuestros siguientes pasos mientras almorzábamos.
—¡Hora de almuerzo aquí arriba! —le anunció Thomas a la recepcionista desde la barandilla del entrepiso. Eso significaba que teníamos 60 minutos de paz, sin que nos pasaran llamadas.
—Mmmm, por fin —dijo Susan dejándose caer en una de las sillas—. Hoy es un día de locos. ¿A qué se debe que hayas llegado antes del mediodía?
—Dormí temprano —respondí sentándome frente a ella y abriendo la cajita con mi almuerzo, que consistía en ensalada mixta con pescado grillé—. De hecho, chicos, cambiaré mi horario. A partir de hoy y hasta que termine mi nueva colección, vendré y me iré antes.
—¿Por qué motivo? —preguntó Thomas.
—Trabajaré desde casa en esta nueva serie de cuadros, así que solo estaré hasta las tres de la tarde aquí. Te envié el listado de todo lo que necesito por e-mail, Tom… ¿lo recibiste?
—Sí, jefa… ya hice el pedido, pero no cambies de tema —y dio tres golpes en la mesa con el tenedor—. ¿No vamos a saber quién es?
—Esta vez no —fui categórica.
—¿No será ese Mike que me llamó hoy? —continuó mi lindo asistente.
Puse los ojos en blanco.
—Mmmm, yo creo saber quién es —anunció Susan—. Mister toquete ¿no?
Thomas y yo la miramos interrogantes, con el ceño fruncido.
—¡El divino que te acompañó a la fiesta de Runway! ¿Es él, no? —continuó.
Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia y cambié de tema:
—¿Qué día lo citaste a Mike?
—El jueves a las tres, pero veo que tendré que cambiar el horario. ¿Te parece bien a las dos o antes del mediodía?
—No, mantén la cita, yo lo saludaré, miraré rápidamente su material y lo dejaré en tus manos, Susan. Si su trabajo tiene potencial, lo sabrás mejor que yo. Confío en tu criterio.
Susan asintió.
—Bien, pero volviendo al tema, Geral —dijo Thomas—, tengo que preparar el contrato para tu nuevo modelo, tendrás que darme sus datos.
—No firmará ningún contrato —le anuncié.
—Pero… eso no es normal —dijo Susan, preocupada—. ¿Y si decide dejarte plantada a mitad del trabajo? ¿Qué harás?
—No puedo hacerle firmar un contrato a alguien que no quiere cobrar nada, Susy —y suspiré—. Tendré que arriesgarme.
—¿Quién en su sano juicio trabaja gratis en estos días? —preguntó mi fiel asistente, maravillado.
—Alguien que cobrará en especies, obviamente —dijo Susan riéndose a carcajadas y contagiando a Thomas. Yo solo sonreí y seguí comiendo.
Susan estaba inquieta, la conocía y sabía que había algo que quería preguntarme, pero no se animaba por la presencia de Thomas, así que apenas nos quedamos solas, me lanzó su dardo:
—¿Qué te pasó en la cara, Yeya? —ella solo me llamaba así, con el apodo que usábamos de niñas, cuando estábamos solas y entrábamos en la dimensión "amigas del alma que guardan secretos".
—¡Oh, Dios Santo! ¿Se nota? —pregunté preocupada tocándome la mejilla.
—No, nena… bueno, deberías retocarte un poco el maquillaje, porque solo hace un rato me di cuenta. Empecé a sospechar que algo pasaba cuando te vi con tanta base, normalmente solo te delineas los ojos —suspiré y me recosté en la silla—. ¿Fue el tío August, no? Me enteré por los periódicos que está por aquí.
Ella lo llama tío –aunque en realidad no somos parientes–, porque su madre era la mejor amiga de la mía, y nos criamos prácticamente juntas. Fuimos a los mismos colegios, tuvimos siempre el mismo grupo de amigos, incluso en época de facultad fuimos a la misma universidad, aunque en diferentes carreras. Nuestras vidas siempre corrieron paralelas.
Asentí a su pregunta, Susan sabía todo sobre mí, y aunque no lo supiera, lo adivinaba. Le conté todo lo que había pasado sin muchos detalles, me hizo bien hablarlo, incluso platicamos sobre la conversación que había tenido con Jesús la noche de la fiesta.
—Bueno, Susu… eso es básicamente todo, y ahora —dije levantándome de la mesa de reunión—, debemos volver al trabajo. Ya nos pasamos la hora del almuerzo.
—¿No vas a contarme quién es tu modelo misterioso? —insistió tomándome del brazo— ¿Es Phil, no?
Pensé en que mi sudamericano nunca me había pedido que mantuviera oculta su identidad, solo me había dicho que no quería que su rostro fuera visible. De todos modos no se lo contaría a nadie, y "nadie" en mi vida no solía incluir a Susan. Además, estábamos en la dimensión "Yeya y Susu".
—Claro que es Phil —dije sonriendo.
—¡Lo sabía! —dijo levantando un puño y bajándolo en señal de victoria— ¿Dónde lo conociste?
—Vive cerca de casa, a unos 200 metros —no le di más información.
—¡Ahhh, un millonario extranjero! Con razón no desea cobrar.
Dejé que Susan creyera eso, porque la verdad, me avergonzaba un poco admitir la realidad de Phil.
¡Qué estupidez de mi parte!
*****
Llegué a mi casa esa tarde con quince minutos de retraso porque pasé antes por una confitería. Le avisé a Phil por mensaje:
     «Buscando algo que necesito, me retrasaré un poco»
Me contestó al instante:
     «Te espero en la terraza de tu casa»
Cuando llegué, efectivamente, allí estaba sentado en el sofá con su ya famoso termo de tereré y escribiendo en su celular. ¿Con quién se comunicaría tanto? Me pregunté, pero siendo las nuevas tecnologías tan globales y accesibles, supuse que lo hacía con los parientes y amigos de su país.
Me encontré con la señora Consuelo al entrar, y la mujer –muy preocupada– me explicó la presencia del "intruso" en la terraza.
—No lo dejé entrar, señora —dijo la fiel cuidadora de mi casa—, porque usted no me avisó nada, pero hace diez minutos la está esperando, y tiene una cosa muy rara en su mano que chupa a cada rato.
Sonreí con su comentario respecto al tereré, pero no le di explicaciones al respecto.
—No hay problema, Consuelo… me olvidé completamente que estarías, o si no te hubiera llamado a avisar. Ven, te lo presentaré. Él vive a unas casas de aquí, sobre la playa y vamos a trabajar juntos un tiempo, es de confianza.
Abrí la vidriera, nos saludamos y lo invité a entrar.
Le presenté a mi ama de llaves, se saludaron muy cordialmente y le expliqué a Consuelo que estaríamos en el estudio.
—¿Va a necesitar algo señora Geral?
—No, Consuelo, gracias. Cuando termines tus quehaceres puedes retirarte, pero no enciendas la alarma —y mirando a Phil, anuncié sin vueltas—: Vamos a mi estudio —volví a cerrar el acceso desde la terraza y lo tomé de la mano. Estaba fría, un poco sudada. Al parecer mi sudamericano estaba nervioso.
Yo también lo estaba, había hecho esto cientos de veces con hombres y mujeres, o ambos, pero nunca había tenido un trato íntimo con ninguno. Los modelos posaban, a veces en mi estudio de la galería, a veces aquí, terminaban su trabajo cobraban lo estipulado y nos despedíamos sin que existiera el más mínimo trato personal entre nosotros.
Esta vez era totalmente diferente.
Con mi cartera colgada del hombro, la bolsa que había comprado en la confitería en un brazo y la mano de Phil en la otra, subimos al tercer nivel en silencio.
Llegamos hasta una puerta blanca de dos hojas.
—Bienvenido a mi "Santuario de colores" —anuncié antes de dejarlo pasar.
Phil me soltó la mano y entró girando lentamente sobre sí mismo para abarcar todo el ambiente de una sola vez. Su cara era un verdadero poema, lo noté extrañamente conmovido, como si ingresar a ese espacio hubiera sido el sueño de toda su vida, y yo se lo hubiera cumplido.
Era un amplio salón rectangular donde todas las paredes eran blancas, así como el piso, que estaba plastificado. El gran ventanal existente estaba ligeramente inclinado hacia adentro y dejaba ver el paisaje impresionante de la playa, el mar, el horizonte interminable y el cielo.
No había ningún orden en mi santuario, aunque todo estuviera inmaculadamente ordenado. En él estaban diseminados muebles y accesorios de todo tipo y colores, todos móviles, de modo a ser llevados de un lado a otro, o donde yo quisiera dependiendo de la luz. Había un sofá de tres cuerpos tipo Chesterfield y otros dos individuales de estilo clásico, varias sillas victorianas e isabelinas con y sin posabrazos, y otras más modernas, un chaise lounge Le Corbusier de cuero negro con niquelado, pufs de todo tipo y un par de mesas de diferentes estilos y tamaños.
En un costado había varias alfombras, apiladas una encima de otra, desde clásicas hasta las de piel de diversos animales. La pared que daba en la zona de la puerta de acceso era el único lugar donde estaban los muebles fijos, y allí predominaba una gran cama con dosel, que quizás era lo único que nunca se había movido de lugar y estaba cubierta con sábanas de seda. Allí estaba instalado un mueble empotrado donde guardaba todos mis elementos de trabajo y que tenía una enorme pantalla plana y un equipo de sonido ultra moderno.
También había un caño niquelado que iba desde el piso hasta el techo. Un elemento bastante… inútil, la verdad. Y varias columnas de diferentes estilos, dórica, jónica y corintia, que no tenían ningún fin estructural, pero sí estético. Y telas, había mucha tela por todos lados, colgando del techo, apoyadas en los muebles, apiladas a un costado, de todos los tamaños, texturas y colores.
Básicamente era todo eso lo que Phil estaba mirando embobado.
—De verdad que entiendo el motivo por el cual la gente quiere desnudarse en este lugar —dijo sacándose la americana que llevaba puesta—. Es maravilloso, emperatriz —me tomó la cintura, me acercó y me dio un beso en la comisura de los labios.
—Me alegro que te guste, Phil. Voy a bajar unos minutos a refrescarme y vuelvo… ¿sí? Ponte cómodo.
No necesité pedírselo dos veces… él ya estaba caminando hasta el centro de la habitación dejando prendas tiradas por el piso.
Cuando volví, luego de una ducha rápida, Phil estaba parado frente al equipo de sonido tocando todos los botones, tratando de encenderlo… totalmente desnudo.
Todo lo acumulado en mi estómago durante el día dio tres volteretas dentro de mí. Era demasiado hermoso para que fuera real. Me acerqué, él volteó la cara, me miró y frunció el ceño.
—No cumpliste, Geraldine —dijo molesto.
Sabía a qué se refería. Sonreí.
—Estoy desnuda, Phil… enseguida me quito la bata, todavía no empezamos.
—¿Y qué estás esperando? —parecía realmente ansioso.
Me acerqué al equipo de sonido, tomé el control remoto y lo encendí. Presioné unos cuantos botones, y el maravilloso bolero de Ravel empezó a sonar muy despacio, como era usual, el volumen subiría con el avance de la melodía.
—Primero quiero explicarte todo, no seas ansioso —él asintió, resignado—. Deseo que te sientas cómodo aquí, que te pasees por donde quieras, que te sientes en el sofá, en la silla, que te tires al piso o te acuestes en la cama, que cambies de lugar hasta que te sientas a tus anchas, en síntesis, haz lo que se te dé la regalada gana… ¿ok? Yo te diré cuando me gusta lo que haces.
Me miró como si me hubieran salido dos cuernos.
—Pero, yo… yo no sé hacer eso —dijo desesperado—, no soy modelo, nunca en mi vida posé más que para fotos familiares, no sabría dónde mierda poner mis manos, o mis piernas. Geraldine, debes indicarme lo que quieres, o sino esto no va a funcionar.
—Solo debes hacer lo que se te antoje, Phil.
—Emperatriz, lo que se me antoja es follarte… ¿eso entra en el conjunto?
Reí a carcajadas.
¡Oh, Dios! Qué sinfonía inconclusa la que vivimos hasta ahora… bajé la vista y noté que su instrumento ya estaba más que preparado… y eran como 25 centímetros de pura carne enrojecida, ¡veinticinco maneras de llegar a mi alma y azotarla!
Tragué saliva y me alejé un poco para poder pensar, yo no podía siquiera razonar cuando lo veía así. Y si Phil no se relajaba, iba a ser imposible trabajar con él.
¡Vaya excusa! Me reí de mí misma. Si ya lo tenía todo planeado.
El juego estaba por comenzar.
—Phil, quiero que te acuestes… —fui a buscar la colchoneta de plástico y la puse en el medio de la habitación— aquí —le indiqué.
Él lo hizo, se acostó de costado, apoyado en un codo. Me miró y levantó las cejas, como solicitando más directivas.
Me di media vuelta y fui hasta mi mesada de trabajo. Saqué el pote que estaba dentro de la bolsa que había traído, tomé un pincel nuevo, lo desenvolví y lo metí dentro. Abrí mi bata y de espaldas a él, pinté mis pezones y mi pubis con el líquido amarronado. Me observé y sonreí. Un triángulo y dos círculos, esperaba que ese body art le gustara a mi sudamericano.
La diversión había empezado.
Volteé de nuevo hacia él, dejé caer la bata, me descalcé y me acerqué desnuda, caminando lentamente. Algunas gotas caían en el piso y encima de mi cuerpo, manchándolo, pero no me importó.
Phil me miraba con una mezcla de rabia y lujuria, su expresión era verdaderamente extraña.
—Esto no era lo que acordamos.
—Estoy desnuda, Phil —repliqué con inocencia.
—¡Te pusiste pintura en las partes más interesantes! —Y sonrió— Igual noto la forma de tus pezones, y veo… otras cosas. Estás depilada, como a mí me gusta —su nuez de Adán subió y bajó, como si le costara tragar su propia saliva.
—Bueno, ahora dejemos de hablar y centrémonos en el trabajo —dije aparentemente enojada y muy profesional—. Ya que no sabes qué hacer con tu cuerpo, yo creo que…
—Yo sé muy bien qué hacer con mi cuerpo, emperatriz… —me interrumpió— solo depende de las circunstan…
—¡Silencio, Phil! —ordené simulando enojo y me acerqué a él— Sube este brazo —tomé su mano y la envié hacia atrás, dejando que uno de mis pezones quedara flotando encima de su rostro, una gota de líquido marrón cayó cerca de su boca y se desplazó hacia dentro.
Él trató de escupir, hasta que se dio cuenta de su error y sonrió.
Sacó su lengua y lamió sus labios.
Mi clítoris palpitó en el mismo instante en el que él volvió a sacar su lengua y la pasó alrededor de uno de mis pezones.
—Que delicia —dijo antes de apoderarse completamente de la cima de mi pecho y chupar ansioso el chocolate derretido que había en él, comenzó a jugar con mi pezón sin piedad, y aunque lo esperaba y deseaba que lo hiciera, me sorprendió y me obligó a jadear—. Precioso —murmuró con voz tensa cuando dejó mi pecho al descubierto, totalmente sin rastro de chocolate—. Tienes unos senos hermosos y unos pezones pequeños, perfectos para chupar.
Apreté mis muslos con fuerza y expulsé mi aliento. Su boca estaba tan cerca que podía sentir su aliento cálido en ellos.
—Gr-gracias —fue todo lo que pude decir, en un murmullo.
—El otro, ponlo en mi boca —solicitó gimiendo. Lo hice, y Phil fue turnándose entre mis pechos, lamiendo lentamente la aureola de cada pezón para luego chupar la punta con toda la boca y morderla suavemente.
Lloriqueé, sentía debilidad en mis piernas, como si fuesen de mantequilla. Él endureció la lengua alrededor de mi pezón izquierdo y lo atrajo al calor de su boca. Gemí suavemente cuando sus labios lo apresaron, y cuando comenzó a succionar no pude evitar hundir instintivamente las uñas en la colchoneta.
Phil pasó los cinco minutos siguientes colmando mis senos de atenciones. Chupó un pezón durante unos largos segundos, después cambió al otro e hizo lo mismo. Luego repitió el proceso una y otra vez, y una vez más hasta que me aferré a él sin aliento.
Recostó la cabeza en la colchoneta, con los párpados entornados.
—Ahora el resto —murmuró posesivamente—. Enséñame ese maravilloso coño, emperatriz. Deseo conocerlo y saborear el delicioso chocolate que hay en él.
No perdí un segundo en complacerlo, me giré, metí las rodillas debajo de sus hombros, abrí las piernas y acerqué mi centro palpitante a su boca, sin pudor alguno. Phil lamió todo el chocolate primero, un lengüetazo aquí, otro allá, otro más allá. No dejó un solo centímetro de mi coño sin lamer.
Entonces, para sorpresa mía, cuando estaba limpia de cualquier rastro dulce, besó mi sexo con suavidad, con ternura. Inhalé con tanta fuerza al sentir que su boca se posaba sobre mi piel y mis pliegues, que me dolió el pecho. Volvió a besarme, y no hizo nada más.
Volví a sentir su boca... otro beso. Como estaba depilada, el contacto con mi piel era directo y potente. Cuando me besó el clítoris, mis dedos se apretaron en un puño, y grité de placer cuando usó la lengua por primera vez en él. Mis caderas se arquearon, y me puse la otra mano sobre el estómago.
Levantó sus brazos, y sus dedos trazaron los contornos de mi cintura y mis glúteos mientras me besaba y me chupaba el clítoris. Era una sensación fantástica, como si estuvieran recorriéndome relámpagos de placer. Sus caricias eran tiernas pero experimentadas, y su boca emulaba casi a la perfección los movimientos que yo solía hacer al masturbarme. Su lengua era como un reguero de agua que fluía sobre mi piel sin prisa, sin nada que pudiera desviarme del placer que iba creciendo en mi interior.
Estuve a punto de perder el control al oírlo gemir.
Me llevó hasta el borde del orgasmo, y me mantuvo allí. Aquella cima parecía diferente, llegar hasta allí así no era igual. Era como si en vez de caer estuviera a punto de echar a volar.
Más que correrme, sentí que me liberaba, que me desataba. Siempre había pensado que un orgasmo era como un muelle que se tensaba más y más hasta que saltaba, pero aquella vez el clímax me recorrió como las ondas que se extienden por la superficie del agua. Sentí cada espasmo, y el corazón me martilleaba en las orejas. No exploté, sino que me derretí. Me licué, me convertí en un charco de placer.
Y caí rendida sobre él, con mi cabeza sobre su estómago.
Al cabo de un momento, cuando me di cuenta de que estaba respirando de nuevo, Phil me movió a un costado, se giró y me abrazó mientras me miraba a los ojos con admiración.
—Quiero hacer el amor contigo, emperatriz —susurró.
—Sí, Phil... por favor.
Me aferré a su cuello y me levantó de la colchoneta, le rodeé las caderas con mis piernas, y así a horcajadas, acariciándome la espalda y las nalgas, me llevó hasta la gran cama con dosel. Me apoyó en ella, con su cuerpo encima y me besó, no… no me besó, devoró mi boca, su lengua entraba y salía mientras recorría mi interior, me mordisqueaba, y lamía.
Cuando sentí que me asfixiaba por su peso, desenrosqué mis piernas de su cintura, hice un movimiento rápido y lo volteé, ahí recién pude respirar otra vez. Me senté a horcajadas sobre su estómago y él empezó a juguetear con mis pezones, los pellizcó y con sus manos sopesó el generoso volumen de mis pechos.
Veía fuego en su mirada, eso me alentaba.
Acerqué mi boca y esta vez fui yo la que lo besó y devoró, pero él volvió a voltearme, cubriéndome completamente con su cuerpo, empezó a besar mi cuello y a recorrer mi piel con sus manos, y comencé a asfixiarme de nuevo, me faltaba el aire, no podía respirar.
¡Auxilio! Lo volteé de nuevo, pero él hizo lo mismo.
Choque de voluntades.
Lo empujé y quedó de espaldas en la cama.
—¿Qu-qué pasa? —preguntó confundido.
—Nada, Phil… ¿tienes condón? —pregunté sentándome a horcajadas encima de él y acariciando a Don Perfecto, conociendo su textura por primera vez.
Phil me tomó de la cintura y me levantó, sentándome a un costado. Me miró confundido, como si no captara bien lo que estaba pasando entre nosotros. Se levantó y fue hasta su saco, buscó algo y volvió.
Tiró la caja de condones sobre la cama.
—¿No vas a ponértelo? —pregunté.
—¿No vas a ponérmelo? —atacó.
—¿Te pasa algo, Phil?
—Dímelo tú, al parecer tienes el control de todo —dijo aparentemente muy molesto—, desde la posición en la que debo chupar tus pechos o tu clítoris, hasta cómo debo follarte. ¡Ah, no, perdón! ¡Cómo debes follarme tú!
Yo estaba sentada en cuclillas en la cama, y no entendía nada.
¿Qué mierda importaba cómo lo hacíamos? La cuestión era hacerlo… ¡y ya!
—¿Tienes algún problema con lo que estábamos haciendo? —le pregunté.
Phil se sentó en la cama y bufó, de espaldas a mí.
Lo abracé y restregué mi nariz contra su cuello. Pasé las piernas por sus costados y rodeé su cintura desde atrás, pegándome completamente a él.
—¿Lo tienes, Phil? —insistí.
Mi sudamericano suspiró.
—No, emperatriz… —dijo aparentemente resignado— no tengo ningún problema.
—Entonces… ¿cuál es el drama?
Volteó, yo me moví y él se acostó en la cama de nuevo.
—Ninguno. Móntame, nena —dijo con una sonrisa ladeada.
¡Oh, mi potro!
Encantada por su capitulación, me senté a horcajadas y empecé a acariciar su pecho, él me miraba fijamente mientras pasaba sus manos por mi cintura y amasaba mis pechos.
Me desplacé hacia atrás y miré a Don Perfecto, se me hizo agua en la boca. Lo toqué, y Phil gimió, lo recorrí desde la base hasta la punta y él se estremeció.
Mi clítoris palpitaba por más, deseaba con desesperación tenerlo dentro.
Saqué un condón del envoltorio y fui poniéndoselo lentamente.
Él estiró la mano y la metió entre mis piernas, acarició suavemente mis pliegues e introdujo dos dedos dentro. Gemí y me estremecí, agitando mis caderas por más. Ya no podía resistirlo.
Levanté mi pelvis, tomé su polla en mis manos y acerqué mi entrada a su miembro. Fui bajando lentamente, y gimiendo en todo momento, hasta que estuvo tan dentro mío como era posible. ¡Por fin! Apoyé las manos sobre su pecho y empecé a moverme.
Primero lo hice lentamente luego fui por más.
Phil soltó un gemido, y hundió los dedos en mis caderas. Mis movimientos fueron ganando intensidad, y mi sudamericano me acompañaba desde abajo con fuerza. Los dos estábamos a punto, podía sentirlo.
Seguimos así durante unos minutos más, pero perdí la noción del tiempo. Todo se centró en el placer que crecía entre mis piernas, en las imágenes de mi mente, en los sonidos, en los olores, en el sexo.
Ambos nos movimos con más fuerza, más rápido, mientras piel se restregaba contra piel. Él gimió, yo solté un grito ahogado. Phil dijo algo, pero estaba tan inmersa en lo que estaba sucediendo que no me importó. Luego escuché:
—Voy a correrme... —con un jadeo. Lo miré, tomó mi cintura, me empujó con más fuerza hacia abajo, cerró los ojos, y echó la cabeza hacia atrás. Contemplé como hechizada la línea de su cuello.
—Córrete conmigo. Vamos, déjate llevar —me dijo Phil.
Lo habría hecho de todos modos, pero oír su pedido me dio el último empujón. Por un instante, el universo se convirtió en un puño gigante que se cerró de golpe, y cuando se abrió y lanzó las estrellas y las lunas, los planetas y los cometas, me uní a la vorágine y sentí que el cosmos me rodeaba. Me inundó un placer tan avasallador, que arqueé la espalda y oí mi propio grito ronco.
Luego no sentí nada más, solo el pecho de Phil, los latidos de su corazón en mi oreja. Estaba tan cansada, que los ojos se me cerraban, en el fondo de mi inconsciencia escuché:
«¿Realmente me necesitabas emperatriz? Tú podrías lograr esto sola»
¿Qué mierda significaba eso?
Me dormí.

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