Los planes de Evelyn Friedmann no estaban saliendo tal cual lo había planeado. A esta altura de su vida ya debería estar ocupando un mejor cargo. Se revolvió en el sillón tapizado en cuero de su despacho y maldijo por lo bajo.
Ella debería estar ocupando el puesto de Amanda.
Amanda Taylor, desde niñas, había ganado todas las batallas, aún sin proponérselo. Si a ella le regalaban una nueva Barbie, Amanda recibía la muñeca, más su casa y el auto. Si ella sacaba una diez en Literatura, Amanda sacaba un diez felicitado. De adolescente, si ganaba un concurso de belleza, Amanda se destacaba como presidenta de los estudiantes. Ella era la bella y popular, Amanda la gordita estudiosa y aplicada, pero ambas eran uña y carne, siempre estaban juntas.
Incluso decidieron estudiar en la misma universidad. Sabía que Amanda la adoraba, pero ella había acumulado demasiadas frustraciones en su vida. Siempre iba al frente, pero a la vez siempre a la sombra de su amiga, quién sin proponérselo, se destacaba en todo.
Ya estaba cansada, tenía treinta y un años y ocho de ellos los había dedicado a "Estudio Uno", la compañía de publicidad en la que ambas, apenas al terminar la universidad, habían solicitado entrar. Por supuesto, fue Amanda quien consiguió el empleo primero, y también fue ella quien logró incorporarla a la nómina de empleados un año después. Hasta eso le debía.
Ahora tenía la oportunidad de sobrepasarla, y no iba a dejarlo pasar.
"Publicitaria Brizza" le daría esa posibilidad.
Evelyn suspiró y se preparó para la reunión de directorio que tenían en media hora, donde anunciarían las campañas en las que tenían que competir esa temporada.
Amanda había corrido hasta su despacho, ubicado en el mismo piso que el de Evelyn. ¡Por poco llegaba tarde a la reunión mensual del directorio!
Luego se desparramó en el asiento de su escritorio. Su secretaria entró detrás de ella, la miró con los ojos entornados y el ceño fruncido.
—Ya lo sé, Ángela, no me mires así. Por poco llego tarde. ¿Tienes todo listo para la reunión?
—Sí, Amanda. Aquí lo tienes, hice los arreglos que me pediste. Está listo —su eficiente ayudante le presentó la carpeta—. Estas son las llamadas que tuviste ayer después de retirarte y estos son los informes que me solicitaste.
—Gracias, querida. Eres un sol. Ahora déjame sola un rato y que nadie me moleste, no me pases ninguna llamada.
Una vez que Ángela se retiró, Amanda cerró los ojos. Contaba con quince minutos, necesitaba tranquilizarse, todavía tenía resaca de la noche anterior y el estómago revuelto.
¡Dios Santo! Fue tan intenso.
Todavía podía sentir las manos de Christian sobre su piel si cerraba los ojos. Esa experiencia era algo que atesoraría toda la vida. Suspiró. Realmente se había reivindicado... ¿Tres veces? ¿O fueron cuatro? Perdió la cuenta.
El taxista por poco los había echado de su vehículo por exhibicionistas. Al llegar al departamento de él la noche anterior ¿O fue esta madrugada?, lo que sea; Christian la había empujado contra la puerta y besado frenéticamente.
Le había sacado la camisola de seda sin que se diera cuenta, bajado su top y chupado sus pezones con ansias, uno a uno, lamiéndolos, mordisqueándolos, volviéndola loca de placer, mientras ella desprendía su camisa y acariciaba sus duros pectorales cubiertos de espeso vello oscuro.
El preámbulo fue rápido e intenso; ambos lo necesitaban, ninguno quería perder el tiempo.
Él levantó su falda y bajó sus bragas, hundiendo sus dedos dentro de su calor, un dedo, luego otro, sacando y metiendo, comprobando que estuviera preparada.
—Ay, gatita, estás tan mojada y caliente. Déjame tomarte ahora, luego lo haremos más lento.
—Por favor, hazlo… no puedo aguantar más.
Él no necesitó que se lo dijera dos veces, sacó su duro miembro y se introdujo dentro de ella con un solo movimiento rápido y certero. Entonces empujó profundamente dentro de ella, y por un increíble y desgarrador momento, ella no se preocupó. Sus ojos se abrieron de repente, y gritó contra su boca mientras un profundo gemido escapaba de él.
La tenía atrapada contra la dura puerta de acceso, y se movían al unísono, como locos enajenados, ella levantó una de sus piernas para darle mayor acceso y lo apretó contra sí con el talón, mientras acariciaba la piel de su espalda que quedaba expuesta y lo arañaba con sus uñas.
La lengua de él se hundía repetidamente para encontrarse con la suya, y sus manos se movían apretando, acariciando sus pechos y alrededor de su cintura. Ella se arqueó contra él. Sus muslos estaban mojados.
Él empujó hacia arriba, y Amanda gimió cuando la elevó contra la puerta. El pulso palpitante entre sus piernas se intensificó, ahogándose con el latido de su corazón.
Sus ojos ardieron en los suyos y él empujó otra vez.
—Esto es lo que necesitas —susurró él—. Necesitas ser follada —la embistió—. Y follar.
¡Sí! Era verdad. Ella jadeó con cada embestida, la presión creciendo dentro de su cuerpo, mientras él parecía estar siempre empujando, nunca retirándose.
—Tómame dentro de ti, gatita —gimió él, empujando otra vez.
El cuerpo entero de Amanda comenzó a sacudirse y abrirse. Ella sintió que todo dentro de ella iba a romperse. Y lo deseaba.
—Tómame todo. Ábrete para mí.
Y él empujó con tanta fuerza sobre ella y llegó con tanta ferocidad que Amanda estalló. La liberación fue rápida y explosiva. Él gruñó descontrolado y ella gritó. Él se corrió y se corrió, bañando su interior con la caliente lava de su semen.
Todavía con su miembro dentro de ella, le hizo levantar ambas manos sobre su cabeza y le sacó el top. Ella lo ayudó a despojarse de la camisa.
Salió lentamente de dentro de ella y bajó la boca por su cuello, mordiéndola, por sus senos, chupándola, por su estómago, lamiéndola. A medida que bajaba el rostro, también fue bajándole la falda hasta que sólo quedaron los zapatos.
Se arrodilló y se los sacó uno a uno, despacio.
Toda su ropa quedó tirada en el piso del hall de acceso, mientras él la tomaba de la mano y la guiaba hasta su dormitorio. Ella apenas podía caminar de lo relajada y mareada que se sentía.
La recostó en la cama y la miró. A pesar de lo cohibida que estaba, no hizo nada para cubrirse.
—¡Santo Cielo, gatita! Eres tan… tan…
—¿Gorda? —Ya estaba en el juego, mejor reírse.
—No digas tonterías… eres: exuberante, gloriosamente voluptuosa. —Mientras lo decía y la miraba con hambre, fue despojándose de la poca ropa que le quedaba.
—Mírame. —Sus palabras eran una demanda, pero su tono era una súplica—. Me gusta ver el deseo en tus ojos.
—Eres magnífico —le respondió en un susurro, estremeciéndose. Christian había quedado totalmente desnudo frente a ella, y aún en reposo era increíble.
—Me alegra que te guste… —se acercó a ella y la cubrió con su cuerpo—, porque tenemos todo lo que resta de la noche para divertirnos. ¿Me complacerás en todo lo que te pida?
—Todo lo que esté en mis manos, motoqueiro.
—No tengo moto, ni siquiera fumo, gatita —dijo contra su oreja, refiriéndose al encendedor.
—Y yo no ronroneo, así que los dos somos un fraude. Bésame y deja de hablar.
Sumida en sus pensamientos, no se dio cuenta que Evelyn había entrado a su despacho.
—Humm, Mandy… ¿A qué se debe ese suspiro?
Abrió los ojos y se sobresaltó. Aparte de sus padres, ella era la única que todavía la llamaba así.
—Oh, Eve… lo siento, estaba en otro mundo.
—Ya me di cuenta. Parece que tienes algo que contarme, ¿eh?
Amanda miró su reloj.
—Ahora no tenemos tiempo. ¿Vamos?
La reunión de directorio se desarrolló sin contratiempos. Su jefe expuso detalladamente los datos de las cinco empresas en las cuales tendrían que competir para obtener la exclusividad de la publicidad. Les entregó a todos una carpeta con el informe y escuchó las opiniones de cada uno.
El dueño de Estudio Uno y su jefe, Benjamín Cálcena, un cuarentón soltero y conocido libertino, confiaba ciegamente en ella. Entre ambos habían conseguido ubicarse entre las empresas publicitarias de mayor renombre en el mercado.
Cuando Amanda ingresó a la empresa, nueve años antes como creativa, al ver el potencial que tenía frente a él, Benjamín se aseguró de retenerla e ir ascendiéndola paulatinamente. Consiguió que dejara de vivir como una estudiante sin compromisos y se comprara un hermoso departamento a largo plazo y un poderoso y pequeño descapotable BMW. La jugosa hipoteca que tenía que pagar lo ataba a él por completo por lo menos por quince años más, luego ya vería como seguir reteniéndola.
Amanda se revolvía en su asiento, solo escuchando a medias. Conocía a los dueños de dos de esas empresas, serían pan comido. Pero las otras tres eran nuevas. Tendría que investigarlas.
Su entrepierna le ardía, menuda noche había tenido. Sus pensamientos a cada rato volaban a la noche anterior. ¡Enfócate Amanda! Se recordaba a cada segundo.
Esa boca húmeda chupando sus pezones con ansias. Esas manos ávidas y juguetonas hurgando entre sus pliegues ocultos. Esa lengua…
—¡Amanda! —Benjamín estaba hablándole—. ¿En qué parte de la estratosfera estás?
—Lo siento, Ben… —se ruborizó completamente—. Eh, dime.
—Necesito hablar contigo, ven a mi despacho. —Y dirigiéndose al resto, los despidió—. Manos a la obra, gente linda. Espero que trabajen duro como equipo. Debemos lograr por lo menos tres de esos contratos.
Todos asintieron y se dispusieron a retirarse.
Amanda suspiró y siguió a Benjamín.
Ese día, del apuro con el que había llegado a su departamento para cambiarse, no había puesto especial cuidado a su aspecto. Llegó con el tiempo justo para una ducha rápida. Se ató el pelo en una trenza ajustada, incluso todavía lo tenía mojado. Se puso lo primero que encontró, un conjunto de pantalón y chaqueta gris oscuro y una camisa blanca con mocasines negros de tacón bajo. No llevaba una pizca de maquillaje.
—¿Te pasa algo, Amanda? —preguntó su jefe camino al despacho—. Hoy estuviste especialmente distraída toda la reunión.
—Eh, no, Ben. Todo está bien, creo que no dormí bien anoche, nada más. —Se excusó.
—Bien, menos mal que ya es viernes, tendrás el fin de semana para descansar. —Tomaron las escaleras, el despacho de Ben estaba un piso más arriba—. Quería que me acompañaras porque quiero presentarte al dueño de los complejos deportivos "Clase A", está esperándome en mi despacho. Es uno de los peces gordos de nuestra lista.
—Ben, todavía no he estudiado a ninguna de esas empresas. No estoy familiarizada con lo que hacen, ¿para qué quieres que lo conozca ahora? Déjame investigarlo primero.
—Es una reunión informal… solo quiero que conozca a mi mano derecha, no te preocupes.
La tomó de la espalda y la hizo entrar al despacho.
Amanda quedó sin habla. Frente a ella estaba Christian Ostertag, ni más ni menos.
Él la miró interrogante al ver que ella abría los ojos como platos y llevaba su mano a la boca. Benjamín no captó el intercambio, los presentó sin darse cuenta de la incomodidad de ella y de la duda reflejada en los ojos de él.
—¿Nos conocemos, señorita Taylor? —preguntó Christian.
¡Él no la reconoció! No reconoció a la gatita de anoche. Bien… mejor.
—S-sí, señor Ostertag. Nos conocemos de la adolescencia. Quizás me recuerde como Mandy Taylor, del Colegio SIL .
Una sombra cruzó el semblante de Christian. Por supuesto la recordaba. Era la estudiosa y rellenita Mandy, que lo seguía por todos lados donde iba. ¡Santo Cielos! Él se había portado como un perfecto imbécil con ella, con razón su expresión al verlo.
—Mandy… ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.
—Así es, casi quince años. Y ya nadie me llama así, por favor, dime Amanda.
—Amanda —repitió—. En el colegio eras una luz, será un placer trabajar contigo.
Benjamín sonrió complacido. La cuenta sería de ellos.
Continuará...
1 comentarios:
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