Envidia - Capítulo 03

miércoles, 24 de agosto de 2011

Amanda temblaba al bajar las escaleras hacia su oficina.
¿Cómo puede ser que me haya metido en semejante lío? Ella, la fría señorita Taylor… había tenido una escandalosa noche de lujuria con su futuro cliente. ¡Y él no lo sabía! Menos mal que no la había reconocido. De hecho, si lo pensaba bien, era imposible que relacionara a la gatita desinhibida de anoche con la rellena, miope y recatada "cuatro-ojos " Mandy Taylor.
Cuando llegó a su despacho encontró a Evelyn esperándola con su ordenador portátil abierto y buscando información en Internet.
—¿Qué quería Ben-baba-mín? —preguntó sonriendo, refiriéndose al jefe de ambas.
—¡Eve! No lo llames así, alguien podría oírte —le reprendió Amanda.
—¿Y qué? Todo el mundo sabe que es un baboso.
—Yo no lo veo así, conmigo siempre ha sido muy correcto. ¿Acaso intentó algo contigo?
—Ay, Mandy, eres tan ingenua a veces.
Amanda la miró con el ceño fruncido.
—¿Lo hizo?
—Tuvimos un par de encuentros hace algún tiempo, pero olvídalo. No vale la pena ni recordarlo. ¿Qué quería?
—Te vas a llevar una sorpresa. Adivina quién lo esperaba en su despacho… —Evelyn la miró interrogante—. El dueño de los complejos deportivos "Clase A". ¿Y sabes quién es?
Evelyn tecleó en el ordenador, presionó "Enter" y al cabo de unos segundos manipulando el mouse abrió los ojos como plato.
—¡Guau! Christian Ostertag. Si estas fotos son actuales… —Amanda se acercó detrás de ella y miró la pantalla—, el tipo está mucho mejor que lo que yo recordaba.
—Esas fotos no le hacen justicia, Eve. Está un cañón , mejoró con los años, como el buen vino.
Evelyn la miró y ladeó la boca en una sonrisa maliciosa. 
—Es la primera vez que te escucho referirte así a un hombre. A ver, a ver… qué otra información podemos conseguir.
—Evelyn, pongámonos a trabajar.
—Esto se llama investigación de mercado, querida. Estamos trabajando.
Amanda rió y se sentó detrás de su escritorio. Sonó el teléfono y dejó de prestar atención a su amiga y colaboradora mientras tomaba la llamada. Le hizo una seña con la mano para que se fuera. Evelyn hizo un puchero con la boca, tomó su ordenador y se retiró refunfuñando.
Esa era una de las cosas que a Evelyn la ponían extremadamente nerviosa. Amanda ordenaba y ella tenía que obedecer, al fin y al cabo era su jefa. Pero las cosas cambiarían en breve.
Amanda ya no tuvo tiempo de pensar en nada más en el transcurso del día. Se reunió con cada uno de sus colaboradores y les asignó tareas referentes a cada una de las empresas que tenían que investigar, los productos, estudios de mercado y otros datos importantes.
Fue al taller creativo al final de la oficina, y con nostalgia, observó lo que estaban haciendo los dibujantes. La mayoría trabajaba en el ordenador, algunos en publicidad estática y otros en animaciones, pero había una enorme mesa central llena de papeles donde plasmaban los primeros bocetos de sus ideas. Pensó que la etapa en la que trabajó en ese lugar fue la mejor de toda su carrera. Añoraba esos días sin preocupaciones.
Suspiró y recorrió los pequeños escritorios de cada uno de ellos, dando indicaciones de lo que debían realizar, alabando sus trabajos cuando estaban bien hechos y ordenando diplomática y suavemente cambios cuando era necesario.
Al finalizar el día, mucho después de que el último de los empleados se retirara de la oficina, se dirigió al supermercado, hizo las compras para el fin de semana y luego de alquilar un dvd para ver en solitario, se encaminó hacia su departamento.
Dudaba mucho que Miguelo o Rachel quisieran acompañarla en su excitante noche de película, pero si los veía, los invitaría. Esperaba que no la reprendieran por dejarlos la noche anterior. Lo único que pudo hacer fue despedirse con la mano de Rachel cuando salió apresurada de la disco.
Al llegar metió el paquete congelado de lasaña al horno, y preparó su baño. Tener un jacuzzi fue siempre su sueño, y lo había hecho realidad.
Su departamento no era grande, sólo tenía dos dormitorios, la sala y la cocina con el lavadero, pero estaba ubicado en un barrio muy elegante y el edificio era exclusivo. Cuando lo vio por primera vez se enamoró de él porque estaba en el último piso y tenía su propia terraza. Era ahí donde había mandado instalar el jacuzzi, a la luz de la luna y las estrellas. Maravilloso, en ese lugar se relajaba y se olvidaba del mundo entero y sus problemas.
Subió a la terraza, cubierta con un albornoz de toalla, se lo quitó y sintió como la brisa nocturna acariciaba su piel desnuda. Metió un pie en el agua, luego otro, y fue sumergiéndose lentamente, saboreando las sensaciones que el agua caliente, la presión del bombeo y las burbujas producían en sus adoloridos músculos. Su entrepierna le ardió, recordándole de nuevo el intenso ejercicio de la noche anterior.
Suspiró, relajándose cuando el ardor desapareció. Y su mente empezó a vagar de nuevo, recordando lo que había pasado.


Él estaba sobre ella en la cama, la cubría totalmente con su cuerpo, todas sus partes se tocaban. Como todavía no estaba excitado de nuevo, ya que acababan de relajarse magistralmente, él se dedicó a saborear sus labios.
Levantó las manos de Amanda sobre su cabeza y le ordenó:
—Mantenlas ahí si no quieres que te amarre, gatita, es una orden. Quiero saborearte entera, quiero verte vibrar y sollozar de placer, quiero sentir toda tu suave piel —mientras hablaba rozaba su oreja, su cuello, sus hombros, hasta llegar a sus senos—. Quiero que me supliques de todas las formas posibles tu liberación. Y lo haré.
Manteniéndose encima de ella, tomó ambos senos con las manos y los acarició, pasó los dedos sobre los sensibles pezones y los convirtió en piedras preciosas.
—Mmm, —gimió Amanda contorsionándose y ofreciéndole sus senos.
—Tienes los senos más hermosos que vi en mi vida, gatita. Tan grandes y maleables, tan deliciosos para saborearlos.
Y lo hizo. Dedicó varios minutos a cada pecho, lamiéndolos, chupándolos, dando ligeros mordiscos a los sensibles pezones, mientras ella gemía y movía su cuerpo, ya que le había prohibido mover sus manos.
¿Por qué no obedecerlo? Jamás en su vida había disfrutado tanto del contacto de un hombre.
—Que obediente eres, nena hermosa, así me gusta. 
Fue bajando hacia su ombligo y metió su lengua mientras acariciaba sus costados. 
—¿No dijiste que no aceptabas sugerencias de nadie? Creo que eres más dócil de lo que estás dispuesta a admitir.
—Motoqueiro, tú estás haciendo exactamente lo que yo quiero. No tengo quejas, continúa. Te obedeceré ciegamente —contestó gimiendo al sentir su aliento ya cerca de su coño palpitante.
—¿Estás segura? —preguntó separando sus piernas y mirando sus rizos, buscando su centro de placer, abrió sus pliegues y acarició su clítoris con los dedos—. Tan mojada, tan preparada.
—Mmmmmm, sí. Lo que quieras. Continúa.
—Bien, espérame. —De un salto, fue hasta el baño. —No te muevas, es una orden.
Amanda no entendía nada. Estaba allí en la cama con las piernas abiertas y él la había dejado sola. ¡Sola! ¿Es que acaso se había vuelto loco?
Cuando volvió, traía consigo un pequeño neceser de hombre y una toalla de mano mojada en uno de los extremos.
—¿Qu-qué pretendes hacer? —preguntó ansiosa y cerró las piernas.
—Gatita… te ordené que no te movieras, eso merecerá un castigo después, —dijo sonriendo lascivamente—. Abre tus piernas, me gusta ver tu hermoso coñito expuesto, pero más me gustará verlo desnudo. ¿Me permites? Te gustará… lo prometo. —Ella se abrió para él sin pensarlo dos veces—. Mmmm, así me gusta, obediente gatita. Confía en mí.
Ella podía ver cómo su enorme falo se estaba excitando con solo mirarla. Eso le dio valor para abrir más sus piernas y ofrecerse a él.
Él procedió a afeitar sus partes íntimas, cuidadosamente. Ella gemía al sentir la cuchilla fría tan cerca de su interior. Cerró los ojos y simplemente se entregó a lo que le estaba haciendo. Asustada, no miró, solo sintió el frío roce, la toalla acariciándola, la crema de afeitar, de nuevo la cuchilla, y de nuevo la toalla, limpiándola.
Por último sintió algo caliente y húmedo rozándola. Se estremeció.
De la mente de Amanda se esfumó todo, tan solo importaba aquella habitación, aquel momento, aquel hombre. El placer se convirtió en dicha cuando Christian besó y lamió sus pliegues prodigándole la misma atención escrupulosa que antes le había dedicado al cuello y los senos. Levantó su cara y lo observó con avidez, plenamente excitada y dispuesta cuando él separó más sus piernas y llevó de nuevo la boca hasta su sexo.
Amanda sintió que se derretía cuando la lengua de él rozó y se movió en círculo sobre su clítoris haciéndola jadear. La mano ascendió por su pierna para deslizar un cálido y suave dedo dentro de ella, luego otro. 
Christian profundizó el beso, bebió de la evidencia de su deseo al tiempo que de su garganta brotaba un gemido de placer.
Sabía que él estaba tan excitado como ella, entregado por completo, y se sentía tan abrumada por aquella intensa y estimulante pasión que se sentía incapaz de hacer otra cosa que no fuera recibir lo que él le daba. En aquel momento podía hacer de ella lo que deseara, pues era suya. Su cuerpo y, más alarmante aún, su alma le pertenecían; como si los quince años transcurridos desde la última vez que lo vio no existieran, como si todavía fuera esa adolescente enamorada e ilusionada. 
Utilizó la boca y las manos para seducirla hasta que, de pronto, la deliciosa tensión que atenazaba su sexo se desató violentamente. El placer la estremeció por entero. Amanda arqueó la espada, moviendo las caderas al encuentro de su boca al tiempo que un entrecortado sollozo escapaba de sus labios. Christian lamió su coño con sed insaciable, gimiendo contra su carne incluso mientras los incontrolables espasmos de placer la estremecían.
Él levantó la cabeza cuando las fuerzas abandonaron el cuerpo de Amanda. Ella tenía los ojos cerrados, temblando aún con desconcertante gozo. Posó su mano sobre su entrepierna y sintió sus últimos estremecimientos, acomodándose al costado de ella y mirándola.
—Tienes un precioso y delicioso coño desnudo ahora, como a mí me gusta. Siente la suavidad, gatita, parece que mis dedos tocaran terciopelo. —Y la acarició suavemente con los dedos para poner en evidencia su afirmación.
—Mmmm, se siente maravillosamente suave —dijo Amanda susurrando—. Gracias.
—El placer fue mío. Ya puedes bajar las manos ahora, mi preciosa sumisa, fuiste muy obediente, por eso te doy permiso de tocarme.
Ella sonrió, desperezándose.


Sonó la alarma del horno sacándola de sus perturbadores recuerdos.
Terminó de enjabonarse y salió del jacuzzi, desaguándolo y cubriéndose de nuevo con el albornoz.
Se acomodó frente a la televisión con la bandeja de la lasaña y el vino recién descorchado. Tomó un sorbo y suspiró. Puso la película y se acurrucó en el sofá de cuero, comiendo mientras observaba las escenas de la romántica historia.
Estaba a punto de quedarse dormida, cuando el sonido del teléfono la sobresaltó.
Miró la pantalla y vio que era su vecina.
—Hola Rachel.
—¡Cariño! Soy una chusma, no puedo aguantarme, por favor cuéntame. ¿Quién era ese bombón de anoche? Y sobre todo… ¿lo aprovechaste?
Amanda sonrió y se acurrucó más en el sofá. Si supiera, pensó.
—Lo aproveché de todas las maneras posibles, puedes estar segura.
—¡Lo sabía! —dijo una voz de hombre—. ¡Bien por ti, perra!
—¿Miguelo? —preguntó asustada.
—Estamos en conferencia, Amanda. —Rachel rió a carcajadas.
—Chicos, tienen que prometerme que si vuelven a ese lugar y lo ven, no le dirán nada de mí, aunque él les insista.
—¿No quieres volver a verlo? —preguntó Rachel desconcertada.
—De hecho, lo he visto hoy, amigos. Y no me reconoció. Es un cliente nuevo de la empresa, y no debe enterarse de quien soy. Prométanlo. Júrenlo.


Continuará...

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