Aguas Turbias - Partida (Crucero Erótico 03)

domingo, 29 de enero de 2012

¡Hola amig@s!
Como es mi costumbre, les dejo un avance de los primeros capítulos del último libro en el que estoy trabajando, es la 3ra parte de la serie "Crucero Erótico". El primero se trató de un romance interracial, el segundo de un trío F-M-F, en éste caso estoy incursionando por primera vez en el tema homoerótico, a ver que resulta.
De regalito, aquí va la PARTIDA (Todavía sin editar):



Puerto de Río de Janeiro
10 de Enero

Como era usual, todo era un caos a bordo del "Aguas Blancas".
El crucero, que recorría las costas del Brasil desde Río de Janeiro hasta el nordeste, estaba a punto de partir e iba recibiendo lentamente a los visitantes de todo tipo de nacionalidades.
El crucero realizaba el mismo itinerario dos veces por mes, y todos los tripulantes estaban en sus puestos, o movilizándose de aquí para allá supervisando que todo estuviera en orden.
"Aguas Blancas" era una máquina bien aceitada, muy organizada, todos los miembros del personal conocían sus obligaciones y la realizaban con los ojos cerrados.
Elías Carvalho, el barman del barco y jefe de personal de los cantineros, un simpático joven brasileño de veinticinco años que manejaba las copas y las botellas con la maestría de un malabarista, se había atrasado al abordar porque su amiga de la infancia, Adriana Calderón, había decidido a última hora que necesitaba unas vacaciones y optó por acompañarlo.
Al menos eso era lo que él creía.
Por suerte hubo una cancelación de última hora y logró conseguir un lugar para ella en el abarrotado barco.
—Lamento no haber podido conseguirte nada mejor, Adri —dijo disculpándose cuando estaban abordando—, es un camarote interior pequeño, pero creo que estarás bien en él. Tiene las mismas comodidades que el resto, aunque no tiene vista al exterior.
—No te preocupes por mí, cielo —dijo ella tranquila—, la habitación solo sirve para dormir, mientras que tenga una cama cómoda, estará perfecta… no pasaré mucho tiempo allí de todas formas —se colgó de su brazo—. Me alegra poder tomarme este tiempo contigo, hace mucho no hacemos un viaje juntos.
—Yo también estoy feliz, tenemos que ponernos al día en muchas cosas. Ven, te presentaré a la anfitriona, es una mujer maravillosa, te encantará —y la llevó de la mano hasta donde estaba Yanela Araújo recibiendo a los visitantes.
Yanela era una preciosa y exótica morena de treinta y ocho años, aunque aparentaba mucho menos. Elías respetaba a esa brasilera misteriosa y excéntrica, de mirada penetrante, que podía leer en los ojos de la otra persona hasta el más mínimo secreto. Entre la tripulación a nadie le sorprendía cuando decía cosas que parecían sin sentido, pero con el tiempo se daban cuenta que si hubieran entendido y seguido su consejo, todo hubiera resultado mejor.
—Yan, quiero presentarte a Adriana Calderón, mi…
—¡Oooh, por fin te conozco, Adriana! —dijo Yanela interrumpiéndolo—. Mi nombre es Yanela Araújo y es un placer tenerte con nosotros, Elías siempre habla maravillas de ti.
—El placer es todo mío, señora —contestó sonriendo—, y más le vale hablar bien de mí, si no lo hace, tengo muchos secretos sórdidos que relatar sobre él.
Los tres rieron.
—Por favor, llámame Yanela, las amigas de Elías también son mías —le entregó la llave electrónica de su habitación—, aquí tienes, él conoce la ubicación, te llevará hasta tu camarote. Bienvenida a "Aguas Blancas".
En el camino se encontraron en los pasillos con Pablo Gonzaga, el primer oficial de a bordo, un joven simpático a quien todos los tripulantes adoraban, siempre estaba haciendo bromas y divirtiendo a todos con sus ocurrencias.
—¡Pablo, amigo! —saludó el barman, y le presentó a Adriana.
—No sabes las ganas que tenía de conocerte, Adri —dijo sinceramente el contramaestre dándole un beso en cada mejilla como era usual en su país de origen, con total confianza—. Elías nos ha hablado maravillas sobre ti.
Adriana sonrió y abrazó a su amigo.
—¿Qué tal el viaje a Buzios, y la fiesta? —preguntó el barman.
Elías se refería a la recepción de bienvenida que le hizo el padre de la novia de Pablo, ya que se habían encontrado luego de más de veinte años de separación.
—Fue increíble, amigo. Julia estaba radiante de felicidad, como nunca en su vida. Conoció a sus hermanos y a una cantidad inmensa de parientes, la recibieron como una reina.
—Se lo merece, es una joven maravillosa —dijo Elías con sinceridad. Él había sido partícipe de esa relación, ya que se hizo muy amigo de Julia y de Karina, otra de las chicas que acompañaron a Pablo el viaje anterior.
—Lo sé, créeme —contestó con cara de tonto enamorado, ya que su relación, aunque muy reciente, era muy intensa—, la verás cuando atraquemos en Buzios, continuará el viaje con nosotros hasta aquí y se quedará conmigo hasta que tenga que volver a embarcar.
—¡Me alegro! Será un placer verla de nuevo.
Se despidieron, y cuando voltearon para subir las escaleras, embistieron contra un hombre que bajaba apresurado.
El bolso de mano de Adriana se le resbaló del hombro y su contenido se esparció por el piso.
—¡Perdón, perdón! —dijo el hombre avergonzado y se agachó para recogerlo al mismo tiempo que Elías lo hacía.
Sus manos se tocaron y el joven sintió como una corriente eléctrica que le recorrió desde los dedos hasta las terminales más distantes de su cuerpo. Levantó la vista y se miraron por un instante, con intensidad. Los ojos del hombre eran de un azul profundo y tan penetrantes que sintió que esa mirada le penetraba el alma.
Avergonzado, desvió la vista, recogió todo y se levantó.
—¡Señorita Calderón! —dijo el desconocido al levantarse, asombrado al verla.
—Señor Andretti, que agradable encontrarlo —contestó Adriana, aunque no parecía sorprendida.
Se dieron un fuerte apretón de manos y Adriana le presentó a Elías.
—Creo que a Elías ya lo conozco —dijo mirándolo fijamente.
—Recuerdo haberlo visto en otra ocasión en el crucero, señor —contestó educadamente—, espero que tenga una travesía agradable… ¿vamos, Adri? —preguntó ansioso, los ojos de ese hombre, su mirada intensa, lo pusieron muy nervioso.
Estiró a Adriana del brazo y la empujó hacia las escaleras.
Sintió en su espalda la mirada penetrante del hombre hasta que giraron en el descanso de la escalera.
—¿Qué te pasa? —preguntó Adriana con el ceño fruncido al ser arrastrada como una bolsa de papas.
—Mmmm, nada… ya casi llegamos, dame la llave —pidió.
Ella se la pasó y él abrió la puerta del camarote, cediéndole el paso. La cerró detrás de ellos.
—Pequeño pero muy cómodo —dijo inspeccionado el sanitario.
—Bien, me alegro que te parezca correcto —y se apoyó en un pequeño escritorio al frente de la cama mientras ella se instalaba.
Adriana lo miró y sonrió.
—Bien, cielo… cuéntame que es de tu vida mientras desempaco.
—Lo mismo de siempre, ya sabes que terminé mis estudios, me tomó tiempo pero por fin lo logré gracias a éste trabajo. Voy a seguir aquí un tiempo más, es compatible con lo que realmente deseo, ya que me deja tiempo libre para escribir en las tardes. Trabajo de noche en el bar y duermo de mañana, así que si quieres seguirme el ritmo, tendrás que hacer lo mismo, porque no me verás despierto antes del mediodía.
—No recuerdo la última vez que dormí hasta el mediodía, pero lo intentaré, al fin y al cabo estoy de vacaciones, se supone que tengo que relajarme y descansar, ¿no? —dijo sonriendo.
—¿Qué tal el trabajo? —preguntó curioso.
Adriana era policía federal, y Elías nunca entendió el motivo por el cual eligió esa profesión tan peligrosa.
—Agotador, aunque todos parecen creer que para lo único que sirvo es para tareas de escritorio —mintió a propósito, sabía lo mucho que él se preocupaba—, así que aparte de alguna redada ocasional en alguna discoteca o alguna guardia nocturna en un barrio residencial más que tranquilo, mi jefe no me permite hacer nada más —y bufó fingiendo enojo.
—Me alegro, coneja —dijo abrazándola—, estaría muy preocupado si fuera de otra forma.
—Hace mucho no me llamabas así —contestó acurrucándose en sus brazos. Adoraba a ese joven dulce y tierno que la seguía a todos lados cuando eran niños. Ella era amiga y compañera de colegio de su hermana, tres años mayor que él y vecinos de barrio—, creo que el ortodoncista realizó muy bien su labor y ya no merezco ese apodo.
—Siempre serás una coneja para mí —dijo riendo—, por cierto… ¿de dónde conoces al señor Andretti? —preguntó intrigado.
—Mmmm, socialmente —dijo esquiva. Y aunque era cierto, no le contó el trasfondo del tema—, cielo… no difundas mi profesión, vine con la intención de relajarme y disfrutar, quizás conocer a alguien interesante, y sabes cómo son los hombres, dices «mujer policía» y te miran como si fueras un alienígena. Para todos, soy una simple consultora, eso siempre confunde a la gente.
Elías rió y asintió. En eso escucharon el sonido característico del barco anunciando la salida, y al rato, luego de que Adriana terminó de acomodar sus ropas, sintieron un suave movimiento.
Habían zarpado.

Continuará...

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