Aguas Turbias - Primer día (Crucero Erótico 03)

sábado, 4 de febrero de 2012

En el Mar…
10 de Enero.

Elías siempre prefirió el turno de la noche, y como recientemente lo habían promovido a jefe de los cantineros, hacía los horarios a su antojo. También prefería estar a cargo del bar al costado de la piscina, era un lugar tranquilo, con buena música y un ambiente relajado. Algunas veces tenía que cubrir la barra de la boîte o del casino, pero solo ocasionalmente, y no era algo que le agradara. El primero por la música estridente, y el otro, porque no tenía mucha interacción con la gente.
Le gustaba conversar con los clientes, conocer personas de todo tipo de nacionalidades, sus costumbres e idiosincrasias. Escribía sobre eso, y tenía pensado algún día realizar un libro con sus relatos, llevaba su netbook con él por todo el barco, y cuando tenía ocasión, la encendía y plasmaba alguna impresión sobre cierta persona con la que había hablado, para no olvidarlo.
Se fijó en lo que había escrito y gruñó.
¿Puedo ser más imbécil? Pensó. Más de 2.000 palabras, 120 párrafos, 280 líneas y casi 10.000 caracteres dedicados a un sueño imposible.
No era la primera vez que escribía sobre él.
Por lo menos había hecho la misma travesía tres o cuatro veces desde que Elías trabajaba allí, y de eso hacía poco más de dos años.
—¿Sobre qué escribes?
—¡Señor Andretti! —Elías cerró inmediatamente la tapa de su pequeño ordenador, sobresaltado. El objeto de su escrito estaba parado a su lado y sonreía, esa sonrisa lo desarmaba. Bajó inmediatamente las piernas de la mesita ratona donde las tenía apoyadas y se irguió en el sofá de la pequeña sala de estar ubicada en el bar.
—Disculpa, no quise asustarte, no pensé que estuvieras tan concentrado… ¿te molesto? —preguntó.
—No señor, por favor, eh…. ¿desea tomar algo? —balbuceó nervioso—. Todavía no es mi turno, pero puede ordenar lo que desee… yo…
—¿Puedes llamarme César, por favor? —pidió interrumpiéndolo— Mi padre era el señor Andretti, me haces sentir viejo… y solo tengo 34 años… ¿te parece mucho?
—Señor…
—César —repitió.
¿Qué carajo le pasaba? ¿Por qué no podía comportarse frente a él como normalmente lo hacía? Si un cliente le permitía tutearlo, él lo tuteaba, no tenía problemas. Era famoso por ser amistoso y agradable.
—Bien, César —dijo con una media sonrisa— ¿te gustaría tomar algo?
—Solo si tú me acompañas, Elías… —contestó con picardía.
Miró hacia la piscina y vio que su amiga estaba tirada al sol en una reposera, aparentemente dormida. César también la miró y sonrió.
Elías asintió y fue hasta la barra, pensando que quizás lo que ese hombre deseaba era llegar hasta Adriana por intermedio suyo.
—Dos negronis , por favor, Sergio —solicitó Elías al barman de turno. Sabía perfectamente lo que le gustaba tomar.
Mientras le preparaban los tragos, miró de soslayo y lo vio cómodamente sentado en uno de los sofás, hojeando el periódico.
Llevaba una bermuda, por lo que pudo admirar sus musculosas piernas cruzadas y suspiró. Subió la vista y se imaginó su estómago plano, sus fuertes pectorales, que ya había visto en la piscina en otra ocasión y su polla se tensó. Suspiró más fuerte… ¡Dios Santo! Relájate, le rogó imaginariamente a su entrepierna.
Para evitar papelones, lo miró a la cara, justo en el momento en que él levantó la vista también.
Sus miradas se encontraron.
—¡Elías! —dijo Sergio por tercera vez desde la barra—, ¿en qué planeta estás amigo? Tus tragos ya están listos.
—Oh, lo siento… gracias —contestó y tomó la pequeña bandeja.
—Lo recordaste —dijo César cuando Elías le entregó el trago.
—Por supuesto, tengo buena memoria, casi nunca olvido las preferencias de los clientes —contestó sentándose en el sofá al costado del suyo.
—Eres bueno desinflando el ego, Elías… me hubiera gustado que no me hicieras sentir uno más del montón.
Elías se tensó… ¿sería posible que estuviera flirteando con él?
No puede ser, pensó, no ese macho cabrío delicioso de casi dos metros, todo músculos y hombría, con esa piel olivácea, esos ojos claros como el cielo y esos cabellos en varios matices de dorados.
Yo no soy gay, de todas formas, pensó… ¡Mierda! ¿A quién quería engañar? Ninguna mujer jamás provocó en él ese tipo de reacción. Y se sentía miserable por eso, desde que tenía uso de razón.
—Creo que difícilmente se te pueda catalogar «del montón», César —dijo sorbiendo un trago de su bebida.
—Eso está mejor ¿de dónde eres? —preguntó aparentemente interesado.
—Nací en Montes Claros, Minas Gerais, me crié en Vera Cruz, Bahía y a los dieciocho años vine a Río de Janeiro a estudiar, con los bolsillos vacíos y el corazón lleno de ilusiones... ¿y tú?
—Bueno, si lo quieres tan detallado, nací en Milán, Italia, me crié en Milán, estudié en Milán y viví toda mi vida en Milán, hasta hace unos años, que decidí cruzar el gran charco constantemente. Convertí a Rio de Janeiro en mi segunda patria, me encanta. Y respecto a lo otro… mis bolsillos, sin esfuerzo de mi parte, nunca estuvieron vacíos, pero no puedo decir lo mismo de mi corazón. Te considero mucho más afortunado que yo por ese motivo.
No sabía que decirle.
Lo poco que sabía de él es que era un maldito multimillonario italiano, aunque ignoraba el origen de su fortuna, por lo que acababa de decir se lo imaginaba un pobre Ricky Ricón . Elías sintió una gran pena por él.
—La ilusión es una percepción sensorial, César, quizás en ese aspecto tengamos mucho en común, porque por más que ocupen espacio, no llenan lo suficiente a menos que se realicen.
—¿Y entiendo que las tuyas todavía no se concretaron?
—No, lastimosamente —contestó con sinceridad.
—¿Y cuáles son? ¿Se puede saber?
—¿Cuáles son las tuyas? —contestó con otra pregunta, incorporándose un poco. Lo miraba con tanta intensidad que Elías se inquietó.
—¿Cómo sabes que las tengo?
Ese ping-pong de preguntas sin respuestas ya estaba fastidiando a Elías.
—Todos deseamos algo, al margen de lo pobre o rico que seamos, sin ilusiones la vida no tiene sentido.
—Quizás diste en el clavo, amigo —dijo, aunque en su expresión no se podía vislumbrar si lo decía con amargura.
—¿Quieres decir que tu vida carece de sentido? —preguntó preocupado.
—Probablemente esté buscando darle un sentido.
—Entonces sí tienes una ilusión, acabamos de descubrirla.
Se quedaron durante unos segundos mirándose.
—Eres un hombre muy inteligente, Elías… —aceptó risueño—, acabas de meterme un gol desde media cancha. 1 a 0 para ti. Pero no cantes victoria, este torneo dura siete días.
—¿Y si no me interesa jugar?
—Ya lo estás haciendo… ¿vas a abandonar?
El corazón de Elías empezó a latir descontrolado.
¿Qué era exactamente lo que ese hombre quería? No se explicaba.
—Quizás si me explicas las reglas, pueda llegar a interesarme.
—No hay reglas… —contestó simplemente.
—No entiendo muy bien a qué estamos jugando —dijo sinceramente.
—O no quieres entender… —contestó con una sonrisa ladeada.
Definitivamente lo estaba provocando a él. ¡Dios mío! Ese monumento de hombre quería jugar con él… sin reglas.
—1 a 1, Elías —dijo guiñándole un ojo. Se levantó y terminó su bebida de un trago—, nos vemos esta noche.
Y pasó a su lado acariciándole el hombro. El barman suspiró.
Volteó las manos y se dio cuenta que estaban empapadas de sudor frío. Se secó las palmas en la bermuda y se desparramó en el sofá.
¿Quiero jugar? Se preguntó.
Tenía veinticinco años. Había tenido solo dos novias y algún que otro ligue ocasional, y con todas se había sentido totalmente vacío, como si fuera un fraude, no ellas, sino él… sabía que el problema estaba en él.
Y ahora, en menos de una hora, este magnífico hombre, solo con un tête à tête inocente había remontado su libido a cumbres desconocidas para él.
Y estaba aterrado.
—¿Ese era el señor Andretti? —preguntó Adriana acercándose.
—Mmmm, s-sí —contestó todavía alterado.
—¿Estuvieron bebiendo juntos? —preguntó al ver dos vasos vacíos en la pequeña mesa ratona.
—Todavía no estoy trabajando, coneja… puedo tomar un trago con un amigo —dijo justificándose.
—¿Amigo? ¿Sabes quién es él? —preguntó ladeando una ceja.
—No, pero estás tú para contármelo —dijo sonriendo—, siéntate, ¿quieres tomar algo?
—No quiero nada, no te metas con él, Elías —le advirtió susurrando.
—¿A qué te refieres? —preguntó intrigado.
—¡Sabes perfectamente a qué me refiero! —dijo acercando su cara a la de él—, es un hombre peligroso, y tú eres un total y absoluto inexperto en temas en los que él te comería vivo.
—Gracias por tu fe en mi —dijo fastidiado.
—Hazme caso, Elías… no juegues con ese hombre —dijo con una ternura que no era en absoluto propio de ella.
Elías suspiró y llevó ambas manos a su cabeza, apoyando los codos sobre sus rodillas.
—Estoy tan cansado de luchar contra mí mismo, Adri —aceptó con tristeza—, estoy harto —recalcó con amargura.
—Lo sé, cielo —dijo abrazándolo—, pero escogiste mal, muy mal.
—Yo no lo escogí, él me escogió a mi —dijo resignado.
Adriana suspiró.
Sabía lo que tenía que hacer. Quizás todo esto también sirviera a sus propósitos. Era de público conocimiento que César Andretti era homosexual, y si estaba interesado en Elías, no debía dejarlo solo un minuto, para protegerlo, y de paso eso ayudaría en sus investigaciones.
¿Vacaciones? ¡Ja! Sonrió con tristeza… hacía años que no sabía lo que eran, y a pesar de lo que parecía… su trabajo la acompañaba en este crucero.


Más tarde, Elías abandonó la barra y llevó a Adriana hacia un costado, apartándola. No había nadie en el bar, era la hora de la cena.
—¿Qué es lo que pretendes, coneja? —preguntó fastidiado.
—¿Por qué? No hice nada malo —contestó deshaciéndose de su agarre.
—Malo no, pero te has pasado la mitad de la tarde intentando ligarme con hombres, uno más mariposón que otro… ¿qué carajo te pasa? —preguntó evidentemente enojado.
Adriana apretó sus labios en una sonrisa forzada.
—No te rías —siguió el—, a mi no me causa gracia.
—Lo siento, cielo —dijo abrazándolo—, solo intentaba desviar tu interés hacia otros rumbos.
Elías suspiró.
—No necesito tu ayuda en esto, cariño. Puedo conseguir mis propios ligues si quiero. A pesar de lo que creas, mami —dijo burlándose—, soy un adulto, y el que seas mayor que yo no te da derecho a meterte, ¿ok?
—Bien, bien… —dijo resignada.
—Por cierto… no recuerdo haberte dicho nunca que mis preferencias eran de ese tipo, ¿por qué crees eso? —preguntó intrigado.
Jamás se lo había dicho a nadie, apenas podía aceptarlo él mismo.
—Te conozco, cielo… hace mucho tiempo que me he dado cuenta.
—Pues me llevas una gran ventaja —dijo tratando de confundirla.
—¿De verdad? —Preguntó frunciendo el ceño— Demuéstralo —lo instó.
—¿Y qué tipo de pruebas necesitas? —instó intrigado.
—¿Te parezco una mujer atractiva? —interrogó acercándose a él y pasando un dedo desde sus labios hasta su cuello, y bajando por su pecho hasta el inicio de su camisa.
¿Cómo puedo hacer que acepte lo que es? Pensó. Solo llevándolo al límite.
—Eres la mujer más hermosa que he conocido en mi vida —dijo con sinceridad acariciándole los brazos—, por fuera y por dentro.
—¿Pero…? —su expresión era inquisitiva.
—No hay peros… ¿de verdad quieres esto, coneja? —Preguntó apretándola contra la barra— Somos amigos…
—Al parecer todos en el barco piensan que soy tu novia —dijo risueña—, hoy he recibido más de un impresión al respecto cuando me encontré con Yanela y me ofrecí a ayudarla con los arreglos de las mesas.
Posó una de sus manos en su cuello y lo acarició, mientras la otra bajaba a lo largo de su pecho sobre la camisa.
Siempre fue un hombre muy atractivo, era alto, no mucho, pero si lo suficiente para hacer que una mujer se sintiera pequeña y delicada cerca de él. Tenía una belleza exótica, siempre estaba bronceado, y sus cabellos oscuros, más largos de lo usual, eran suaves y ligeramente ondulados.
Y sus ojos, negros como la anoche, grandes y expresivos, transmitían bondad y mucha más seguridad de la que sentía.
—Quizás yo tenga un poco de culpa al respecto —dijo riendo—, siempre les cuento cosas sobre ti, lo maravillosa que eres, lo mucho que te quiero… solo sacaron conclusiones, y jamás las desmentí.
—¿Me usas para confundirlos? —preguntó con el ceño fruncido.
—Solo digo la verdad… no suelo mentir, lo sabes.
Eso era cierto, no mentía, pero tampoco decía todo, incluso se lo ocultaba a sí mismo. Era sumamente reservado.
Sus labios estaban muy juntos, podían sentir sus alientos al hablar. Sus cuerpos estaban pegados, y sus manos vagaban a través de sus cuerpos, acariciándose suavemente.
Era una sensación cálida y deliciosa, a Elías le gustó.
Ella lo tomó de las nalgas y lo apretó contra su cuerpo, restregándose sugestivamente. Eso era lo que más le gustaba de Adriana, su agresividad, su falta de escrúpulos. Si una mujer podía encenderlo, definitivamente era ella.
Deseoso de contacto, se entregó a esas sensaciones y unió su boca a la de ella suspirando. Adriana acarició sus labios con la lengua y él los abrió para que pudiera entrar. Se sentía bien, muy bien…
—Vaya, vaya… —dijo una voz ronca detrás de ellos.
De golpe, fueron transportados a la realidad, se separaron un poco, mirando al hombre que se estaba sentando en la barra.
—¡Señor Andretti! —dijo Adriana todavía ligeramente confundida.
Elías reaccionó más rápido que ella, le sonrió, le dio un ligero beso en su mejilla y se volteó, ubicándose en su lugar detrás de la barra.
—Buenas noches, César —saludó con una sonrisa— ¿te sirvo lo usual?
—Prefiero un Café Díable por ahora, Elías, acabo de cenar —y mirando a Adriana preguntó—: ¿Le importaría tutearme, señorita Calderón?
—Solo si tu también lo haces, César. Me llamo Adriana —dijo pasándole la mano.
—Lo sé, querida… —pero él no estrechó su mano, sino que la llevó a los labios y posó un suave beso en ella.
Adriana sonrió y se sentó a su lado en la barra.
Showtime , pensó.

El resto de la noche lo pasaron en el bar, conversando y riendo, mientras Elías atendía a los clientes.
Cuando el relevo del barman llegó, a las tres de la mañana, ninguno de ellos quiso dar por terminada la noche.
Elías hizo las cuentas, cerró la caja y los tres fueron a la boîte a bailar, y a beber… más de la cuenta.
Hasta Elías, que sabía que su tolerancia a la bebida era limitada –en casa de herrero, cuchillo de palo–, no pudo contenerse ante la cantidad de champagne y tragos que servían en su pequeña mesa del recinto. Sin darse apenas cuenta, llegó un momento en el cual apenas podía pararse.
Y Adriana, que sabía que no debía beber, que siempre tenía que estar alerta, fue seducida por la música, el baile sugerente, las burbujas del famoso vino espumante francés, la conversación sarcástica y de doble sentido y los ligeros toques a las que era sometida por esos dos hermosos especímenes masculinos.
Las pasiones de ambos se desataron y se dejaron llevar por la fuerte corriente de un caudaloso río llamado César.
Que sea lo que el diablo quiera, pensaron.
Y la juerga continuó.

Continuará...

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