Aguas Bravas - Partida (Crucero Erótico 04)

martes, 26 de abril de 2016

Partida
Puerto de Río de Janeiro
22 de Enero

El caos a bordo del "Aguas Blancas" era usual durante la partida.
El crucero, que navegaba por las costas del Brasil desde Río de Janeiro hasta el nordeste, estaba a punto de iniciar su recorrido e iba recibiendo lentamente a los visitantes de todo tipo de nacionalidades.
"Aguas Blancas" era una máquina bien aceitada, muy organizada, todos los miembros del personal conocían sus obligaciones y la realizaban con los ojos cerrados. Los tripulantes estaban en sus puestos, o movilizándose de un lado a otro supervisando que todo estuviera en orden mientras los pasajeros embarcaban en fila desordenada.
Andrés Serrano, el primer oficial de a bordo, un hombre agradable, reservado aunque amigable y con mucho carácter, recorría la cubierta superior de acceso rumbo hacia la torre de mando cuando vio a su tormento y se acercó a la baranda para observarla.
Tanya Aniston –su rubia obsesión desde dos viajes anteriores cuando se unió a la tripulación como instructora de gimnasia y profesora de baile– estaba ocupando el puesto de Yanela Araújo, la anfitriona del crucero, ayudando a recibir a los pasajeros.
Recordó la primera vez que la vio en ese mismo lugar hacía aproximadamente un mes atrás, desde esa vez lo cautivó, al verla sintió como un flechazo directo a todas las terminales nerviosas de su cuerpo, especialmente a su entrepierna.
Tenía treinta y cinco años y nunca en su vida había sentido algo así.
El capitán del crucero, Leopoldo Butteler –un hombre excesivamente serio que imponía mucho respeto, un cuarentón de aspecto impecable que hacía suspirar a más de una mujer a su alrededor, pero que no prestaba atención a ninguna–, no perdía oportunidad para recordarles a todos que las relaciones románticas entre la tripulación no eran bien vistas por los directivos, y que solo creaban problemas.
¡Maldita y estúpida regla no escrita! Pensó malhumorado.
Sabía que no era una imposición y que muchos no la tomaban en cuenta, sobre todo los miembros de menor rango que se apareaban como conejos, pero él era el primer oficial, el segundo de mando dentro del crucero después del capitán, tenía que dar el ejemplo.
Solo eso lo detenía en su avance.
Aunque ya había hecho algunos movimientos, pero al parecer su rubia obsesión no estaba interesada en él, al menos en apariencia. Pero había notado cómo lo miraba cuando creía que no la observaba.
Y ese emblema identificador… ¡Santo cielos! Solo ver tatuado el Triskel en la base de su cuello encendía su lívido. En ese mismo momento tenía el cabello recogido con una peineta, y podía verlo.
Era como un imán.
Andrés suspiró y se pasó el dorso de la mano por la frente.
—¿A qué se debe ese suspiro? —preguntó Pablo Gonzaga acercándose, era su subalterno inmediato, con el cargo de segundo oficial—. ¡Já! No hace falta que me lo digas —se contestó él mismo mirando hacia la cubierta de acceso y viendo a Tanya.
—Ni una palabra más, zoquete. Te conozco, y sé que me saldrás con alguna de tus bromas pesadas. No estoy de humor.
Pablo era un joven simpático a quien todos los tripulantes adoraban, siempre estaba burlándose y divirtiendo a todos con sus ocurrencias. Recientemente se había puesto de novio contra todo pronóstico, ya que era un picaflor reconocido. Su novia lo esperaba en Recife, donde vivía su padre y volvía con él a Río de Janeiro desde allí, convivían hasta que zarpaba de nuevo.
—Uhhh, Andrés… deberías hacer algo al respecto. Si sigues así nadie podrá acercarse a ti a menos que quisiera recibir una mordida —dijo con informalidad, porque a pesar de ser su superior, eran amigos y se trataban como tal, sin ninguna ceremonia.
—Cállate, paragua  —contestó amagando con irse.
—¿Qué hace Tanya en el puesto de Yanela? —preguntó el contramaestre sin prestar atención a la orden de su amigo.
—Al parecer nuestra anfitriona tenía un problema familiar por eso se retrasó, pero debe estar por llegar.
—Yanela me intriga —dijo Pablo frunciendo el ceño— ¿Te diste cuenta que sabe todo sobre nosotros, aún sin que se lo digamos? Y no creo que sepamos nada de ella en realidad.
Pablo se refería a que la anfitriona, una preciosa y exótica morena de treinta y ocho años –aunque aparentaba mucho menos–, tenía un don desconcertante, una forma peculiar de magia blanca, que manejaba con tal pericia que hasta parecía autentica brujería. Era un aparato humano de rayos X, y todos odiaban cuando los escaneaba, pero también esperaban impacientes sus visiones, y rara vez se equivocaba. Entre la tripulación a nadie le sorprendía. A veces decía cosas que parecían sin sentido, pero con el tiempo te dabas cuenta que si hubieras entendido y seguido su consejo, todo hubiera salido mejor.
—Mmmm, ahora que lo dices, te doy la razón —contestó Andrés intrigado—. Ni siquiera sé si es casada, o qué hace cuando no está en el crucero. Algo debe ocultar, es una mujer muy hermosa.
—Yo nunca pude descubrirlo, y no creas que no he intentado —dijo Pablo riendo—, pero cambia de tema sin que te des cuenta, es imposible sonsacarle ninguna información sobre su vida privada.
—Ahí está llegando —dijo Andrés observando hacia la explanada del puerto.
—¿Con una niña…? —preguntó Pablo al ver a Yanela con una hermosa jovencita de la mano y una pequeña maleta en la otra.
—Qué raro… y es muy parecida a ella —dijo Andrés con el ceño fruncido—. Vamos a averiguar quién es.
Y ambos bajaron a la cubierta de acceso, intrigados.
Cuando llegaron, vieron que Yanela se acercaba a Tanya y a Sebastián Pardo, el médico de a bordo, un romántico enamorado de una hermosa japonesa que había conocido en el primer crucero de esa temporada.
—¡Hola Yanela! —dijo Sebastián sonriendo, y mirando a la niña aferrada a su mano.
Hi, Yan —saludó Tanya en su idioma, ya que era norteamericana—, hola hermosa —le dijo a la niña, mirándola.
Yanela parecía nerviosa, algo no muy usual en ella. Miró a los costados y vio llegar a los oficiales.
—Hola chicos, gracias por cubrirme, Tanya —saludó suspirando—, qué bueno que estén casi todos. Aprovecharé para hacer una sola presentación —dijo con una sonrisa ladeada.
—¿Quién es esta hermosa niña? —preguntó Pablo arrodillándose frente a ella y tocando su mejilla.
—Se parece mucho a ti, Yan —dijo Andrés.
—Por supuesto —contestó Yanela tocando orgullosa el pelo oscuro de la niña—, les presento a Bruna… mi hija. Nos acompañará en este viaje.
Todos la miraron sorprendidos y la niña sonrió sin ninguna timidez, mostrando ampliamente su dentadura, a la que le faltaba un diente. Yanela los presentó a todos por su nombre de pila.
—Hola tripulación —dijo Bruna con soltura—, estoy encantada de conocerlos. Mi mamá siempre me habla de ustedes, tenía muchas ganas de venir. Yo también voy a trabajar en el barco cuando sea grande.
Todos rieron y la saludaron con alegría, se notaba que era una niña muy bien educada y extremadamente sociable.
—¿Cuántos años tienes, Bruna? —preguntó Sebastián.
—Tengo ocho años —contestó levantando sus dos palmas y mostrando la exacta cantidad de dedos—, acabo de cumplirlos. Y mi papá me regaló una bicicleta —contó orgullosa.
¿Su papá? Pablo y Andrés se miraron risueños, recordando lo que habían hablado unos minutos antes.
Yanela estaba visiblemente incómoda.
—Tu papá debe ser un gran hombre —dijo Tanya sonriendo.
—Es el mejor —contestó Bruna, con una altivez casi vanidosa— ¿Dónde está, mami?
Yanela se quedó callada, mirando a todos a la vez.
—¿Quién, cariño? —preguntó Pablo.
—El "Capitán" —contestó con los ojos muy abiertos, como diciéndole: "¿A quién crees que quiero ver, a ti, un simple oficial?"
—Debe estar en el puesto de mando —contestó Sebastián—, ¿te gustaría que te llevara a conocerlo?
Pero no hizo falta, el capitán bajaba la escalera en ese momento, con una amplia sonrisa en su cara, algo muy poco común en él siempre tan serio y taciturno.
La niña al verlo dio un salto y con un grito de alegría se desprendió de la mano de su madre, corrió hacia el capitán lanzándose a sus brazos y rodeándole la cadera con las piernas.
Y Leopoldo la recibió gustoso, correspondiendo a su abrazo y besándole en la mejilla, sin dejar de sonreír.
La expresión en la cara de los miembros de la tripulación era indescifrable, nadie entendía nada. Ni siquiera Sebastián, que era el amigo más cercano de Leopoldo.
Yanela suspiró y bajó la cabeza.
Tanya solo sonrió, no conocía demasiado a ninguno de ellos como para sentir la tensión en el ambiente, ni el motivo.
El médico probablemente era el más sorprendido, y se reflejaba en su expresión de desconcierto.
Pablo y Andrés se miraron, frunciendo el ceño y levantando los hombros en señal de incredulidad.
Hasta que Bruna, después de llenar de besos al capitán, los sacó a todos de la duda, diciendo:
—¡Te extrañé mucho, "papá"!
Y sonó la alarma de partida… estaban zarpando.

3 comentarios:

Anichy77 dijo...

Hola, donde puedo descargar el libro completo, ya que los otros tres son muy buenos, desde ya gacias

Mine dijo...

Disuclpa donde lo puedo conseguir me interesa ya que los 3 primeros estan buenisimos

Oliver Jones dijo...


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