Dibújame (Santuario de colores #1) Capi 05

martes, 29 de abril de 2014

De nuevo desperté con dolor de cabeza y náuseas.
¡Mierda! Cuatro noches seguidas, la verdad era que me había superado a mí misma. Miré a mi costado buscando a Phil –por si acaso había pasado la noche conmigo–, pero no había rastros de él.
Intenté recordar.
Todo se veía borroso luego del espectacular orgasmo en la pista de baile. Levanté la sábana y vi que tenía puesto un camisón.
¿Cómo llegué a mi cama? Me encogí de hombros, indiferente. Lo importante era que estaba sana y salva, Phil seguro lo sabría.
Tomé mi iPhone que estaba apoyado en la mesita de luz y con sorpresa comprobé dos cosas: que ya eran casi las dos de la tarde y que ¡tenía un mensaje con el nombre de "Sudamericano" en mi Whatsapp! Lo leí:
     «¿Cómo amaneciste, bella durmiente?»
Lo había enviado al mediodía.
¿Cómo había llegado su número de celular a estar en mi directorio personal? Me pregunté asombrada, evidentemente yo lo había puesto allí en algún momento de la noche porque mi iPhone tenía código de acceso.
A pesar de que solo algunos privilegiados tenían acceso a mi número, no me molestó, me estaba haciendo adicta a ese sudamericano delicioso, incluso me alegró, porque así podía tenerlo siempre a mano, a mis pies. Le contesté sonriendo:
     «Con resaca. Phil, me muero por tu café misterioso y tu brebaje que sabe a mierda. ¿Me sacas de mi miseria? Veeeeen»
No recibí su respuesta inmediata, así que fui tambaleante hasta el baño, me lavé los dientes y me di una ducha. Cuando me estaba vistiendo, informalmente con un vestidito corto de algodón y unas sandalias planas, escuché el sonido característico de un mensaje en mi celular.
     «Estoy abajo, ya tengo listo tu pedido, emperatriz»
¿Emperatriz? ¿Estaba abajo? ¿En mi casa? Sonreí complacida, aunque intrigada. ¿Qué mierda había pasado? Tenía que averiguarlo.
Bajé rápidamente y lo encontré detrás de la barra de la cocina acomodando un mantel individual, un plato y cubiertos sobre la mesada del desayunador. Me acerqué y me senté en una butaca frente a él, del otro lado.
—Buen día, Phil.
—Buenas tardes, Geraldine… estás preciosa —y apoyó los codos sobre la mesada—. ¿Cómo te sientes?
—Mmmm, mareada —me quejé.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —y me pasó el brebaje infernal junto con dos pastillas analgésicas.
Déjà vu. Esta escena ya la había vivido… ayer, pero parecía muy lejana, como si conociera a Phil de toda la vida. Me sorprendía el grado de intimidad que habíamos logrado en tan poco tiempo… ¡y sin haber tenido sexo! Todavía.
—Gracias. Y sí, puedes… de ahí a que te responda, ya es otro cuento —metí las píldoras en mi boca y me bebí el líquido horroroso pero milagroso casi de una trago.
—¿Tienes problemas con la bebida? —preguntó muy dulcemente.
Me reí a carcajadas.
¡Era tan tierno! En realidad lo que quiso preguntar fue: «¿eres alcohólica?»
—¡Ay, Phil! Por supuesto que no —le tomé de la mano y se la apreté—. Pero gracias por preocuparte. La verdad es que fue una coincidencia, solo bebo en ocasiones sociales, y esta semana fue muy ajetreada. Para serte sincera, no tengo cultura alcohólica, soy un desastre.
Él sonrió, asintiendo. Retiró el vaso del brebaje y me pasó la taza de café.
Le di un trago.
—Mmmm, sabe a gloria —dije suspirando—. Tienes que contarme el secreto, Phil. Yo quiero un café así todas las mañanas.
—Vendré a preparártelo —prometió. Y vi en su mirada no solo la promesa de un café diferente, sino muchas otras.
Me estremecí inconscientemente.
Aparentemente indiferente a mis sentimientos, sonrió y puso un bol frente a mí.
Yo negué con la cabeza y empujé el recipiente hacia él. La verdad era que todavía sentía mi estómago revuelto.
—Tienes que comer, Geraldine —me regañó—. Es solo una ensalada ligera. Encontré un poco de pollo en tu heladera y lo mezclé con verduras, una lata de jardinera y mayonesa light. Te hará bien, asentará tu estómago y te dará fuerzas para salir a correr más tarde y quemar todas las toxinas del alcohol.
—Bien, doctor —y a pesar de tener el plato frente a mí, tomé el bol en mis manos, el tenedor y le hice una seña para que me siguiera.
Me senté en el sofá de la galería y di unos golpecitos a mi costado para que se sentara a mi lado. Lo hizo, se pegó a mí y pasó su brazo detrás mío. Apoyé mi cabeza en su hombro y metí un bocado de ensalada en mi boca.
Estuvimos unos minutos en silencio mientras yo comía despacio, disfrutando de nuestra proximidad y de la sensación de intimidad al estar un domingo juntos, abrazados y gozando de la paz del ambiente.
—Phil… ¿qué pasó anoche? —pregunté suavemente.
—¿No recuerdas? —parecía sorprendido.
—Después del baile caliente… —sonreí al rememorarlo, él suspiró— sé que nos sentamos a la mesa, los chicos estaban allí, conversamos, nos reímos, bebimos, y de repente ya no recuerdo nada —volteé mi cara y lo miré a los ojos—. Cuéntamelo paso a paso, por favor.
—No pasó nada extraño —me dio un beso en la frente antes de continuar—: Bailamos un poco más, nos divertimos, aunque me di cuenta que estabas mareada te comportaste bien, quise impedir que siguieras bebiendo… me puteaste obviamente —los dos reímos—. No querías volver, cuando decidimos hacerlo ya eran las cinco de la mañana, en el auto te quedaste dormida como un tronco. Cuando llegamos parecías una bolsa de papas, tuve que cargarte hasta tu dormitorio. Allí despertaste, te metiste tambaleando al baño, para mi desgracia te cambiaste allí porque saliste en camisón. Te arropé en la cama, yo pretendía contarte un cuento y darte las buenas noches como lo hace un buen padre, pero me metiste mano por todos lados, protestaste porque querías que te follara —nuestras carcajadas en ese momento fueron épicas—, te aclaré muy enojado que lo mío no era la necrofilia, te di un analgésico, mucha agua y cuando te quedaste dormida, me fui a casa.
Me miró a los ojos, sonriente.
—¿Nada más?
—Nada más —aceptó—. Come, Geraldine.
Lo hice, di cuenta de otro bocado.
—¿Cómo entraste hoy? —pregunté de repente.
—Me llevé tu auto a casa, espero que no te moleste —negué con la cabeza—. Bien, hace una hora volví preocupado porque no contestabas mi mensaje, metí el auto en el garaje y entré por la puerta del costado con la llave que tienes en el llavero de tu vehículo. Me imaginé que pronto despertarías, y el estado en el que estarías, así que fui precavido y te preparé lo que necesitarías.
—¿Y la alarma?
—¡Ahhh, eso ni idea! Quizás no la encendiste. Bueno, estoy seguro que no lo hiciste, ya que te dejé completamente dormida.
—Eres un sol, Phil… gracias —dije suavemente, y le di un beso en la mejilla.
Él sonrió y subió la mano libre hasta mi mejilla, acariciándola. Luego la bajó a mi cuello y me dio un dulce beso en los labios. ¡Oh, mi sudamericano! Sabía tan bien, a menta y especias. Seguimos besándonos de la misma forma unos minutos, nada sexual, eran besos tiernos y suaves, inclinando nuestras cabezas y buscando el ángulo perfecto para disfrutar de esa antesala de lo que ambos deseábamos, un despertar para lo que sabíamos que vendría.
Sin despegar sus labios de los míos, Phil me sacó el bol con la ensalada de las manos y lo apoyó en la mesita del centro, yo le acompañé en el movimiento mientras compartíamos nuestros alientos. Cuando volvimos a apoyarnos contra el respaldo del sillón yo tenía mis manos libres, una la metí entre el respaldo y su cintura y la otra alrededor de su cuello. Él me abrazó más fuerte y bajó la otra mano de mi mejilla, pasó por uno de mis senos y llegó hasta el borde de mi vestidito.
Metió la mano y acarició mi muslo y mi cadera hasta llegar a uno de mis glúteos, la introdujo dentro de mis bragas y manoseó mi nalga con devoción, apretándome los cachetes con fuerza. Yo estaba sin aliento, con el cuerpo dolorido y ardiendo de deseo, incapaz de centrarme en otra cosa que no fuera el placer que iba acrecentándose entre mis piernas.
—Eres preciosa, tu piel parece terciopelo —susurró contra mis labios.
—Phil —gemí—, tócame —imploré.
—Nada podrá impedirlo, emperatriz.
Yo ya tenía mi mano dentro de su remera a la altura de la cintura y acariciaba su espalda y todo lo que encontraba, bajé la otra de su cuello y la posé sobre su erección. Estaba duro y caliente. ¡Y era tan grande!
Mientras seguíamos asaltándonos la boca, metiendo nuestras lenguas y entrelazándolas vorazmente, gimiendo y contorneándonos, Phil movió la mano que estaba en mi trasero hasta que pudo deslizarla por debajo de mis bragas y bajarla hasta mi sexo… ¡Aleluya, por fin! Sus dedos juguetearon con mis pliegues, indagando sin ver, antes de empezar a acariciarme el clítoris.
Todo mi cuerpo estaba centrado en aquel hombre, en su mano, en sus ojos, en su erección, que seguía presionando contra mi mano. Cuando me humedeció los labios con su lengua, mi clítoris reaccionó al instante y palpitó con fuerza bajo sus dedos.
—Estás tan mojada, y eres tan sensible —susurró lamiendo mis labios y metiendo dos dedos dentro mío—. Te necesito, no hay nada en este mundo que desee más que follarte hasta morir.
—S-sí, Phil… hazlo, por favor —supliqué abriendo la cremallera de su bermuda y metiendo mi mano dentro, totalmente eufórica y ajena a cualquier cosa que no fuéramos nosotros.
Sentí en el fondo de mi conciencia dos sonidos lejanos, pero no le presté atención hasta que me di cuenta que Phil dejó de acariciarme y besarme. Todavía teníamos nuestros labios juntos, y nuestras manos en los sitios correctos, pero no había movimiento.
Y en ese momento lo percibí.
No solo mi celular estaba sonando, sino también el timbre de la puerta.
Me incorporé en el sillón soltando a Phil y haciendo que sus manos se deslizaran fuera de mis bragas. Vi en la pantalla de mi celular la foto de mi padre.
¡¡¡Mieeeeeeeeeeerda!!!
—Lo siento, Phil —dije pidiendo disculpas antes de contestar, él asintió—: Ho-hola, padre —balbuceé.
—Hace diez minutos estoy tocando el timbre de tu casa —dijo sin saludar y sin levantar la voz, pero con autoridad—. Sé que estás, vi tus autos… ¡ábreme!
¡Maldito portón minimalista!
—Dame dos minutos y te abro, estaba en la ducha —mentí arrugando la nariz, y colgué el celular.
Miré a Phil con tristeza.
Él me guiño un ojo, suspirando y entendiendo la situación.
—Ve a atenderlo, me iré a casa, llámame cuando quieras que vuelva.
—Tú no entiendes, esto no durará más de diez minutos —dije convencida—. No tienes que irte, quédate aquí, lo atenderé en el despacho, me gritará un rato y luego podrás tomar sol. Falta poco para las cuatro —me levanté—. Allí hay unas revistas —y señalé el mueble metálico al costado de la parrilla.
Phil asintió y lo dejé solo.
Me miré en el espejo del hall de acceso antes de abrir la puerta. Mi aspecto estaba bien, un poco sonrosada y con los labios magullados, quizás… pero aceptable.
—Buenas tardes, padre —saludé al abrirle, y lo invité a pasar.
Lo único que escuché fue un gruñido. Me hizo una seña y caminó directo hacia mi despacho. Nada raro, mi padre siempre necesitaba un lugar impersonal y con aspecto profesional cuando iba a negociar algo, y estaba segura que había muchas cosas que querría… no precisamente acordar, sino imponer.
—¿Qué haces en California? —pregunté tranquilamente apenas entramos— No sabía que estabas por aquí.
Miré los periódicos que tenía abrazados en su pecho y ya me imaginé lo que se venía a continuación. Los puso sobre el escritorio y se apoyó en él.
—Vine por unos negocios…
—…con Jesús —terminé la frase.
—Eso no viene al caso —esparció los periódicos para que los vea—. ¡Mira esto! ¿Ya los viste?
—¿Hay algo sobre mí? —pregunté haciéndome la tonta— No me interesa absolutamente lo que los periódicos sensacionalistas puedan publicar, ya deberías saberlo.
—¡Por Dios, Geral! Debería importarte, este es un momento crucial para mí, necesito tener un perfil alto en negocios y bajo en escándalos. ¡Y tú no me ayudas! Cada semana hay una foto nueva tuya con un hombre diferente. No te dije nada antes porque sé cómo reaccionas, y eran relativamente inofensivas, pero las de ayer… ¿es que no tienes la más mínima vergüenza?
—¿Acaso estaba desnuda en alguna? —le retruqué ya ligeramente alterada— ¿Me sacaron una foto en la cama con alguien? ¡Por favor! No tengo nada que avergonzarme. Soy soltera y sin compromisos, puedo salir con quien quiera, como bien le dije a tu títere ayer.
—¿Mi t-títere? —preguntó confundido.
—Jesús… seguro él te fue con el cuento.
Mi padre gruñó y yo me sentía incluso complacida por sacarlo de sus casillas, no era fácil lograr eso con el impasible señor Vin Holden.
Me acerqué al escritorio y hojeé los periódicos en silencio, mi padre seguía despotricando detrás de mí pero yo solo escuchaba: blá, blá, blá, blá… era una técnica que había desarrollado muchos años atrás y que todavía me funcionaba.
Suspiré al ver algunas fotos, no eran obscenas, obviamente. Pero exudaban sensualidad, intimidad y la idea de que "algo más" que una amistad había entre Phil y yo. Las de la pista de baile eran las peores –o las mejores, según cómo se las mire–, en todas se nos veía pegados el uno al otro como garrapatas, y hablándonos al oído, pero había mucha gente a nuestro alrededor bailando, eso atenuaba el efecto.
Cerré los periódicos y los amontoné.
Mi padre había dejado de hablar, quizás porque se dio cuenta que no lo estaba escuchando.
—Bien, padre… en definitiva ¿qué es lo que quieres? —pregunté seria— Porque me imagino que no viniste hasta aquí para regañarme, ya no tienes ese derecho, soy adulta y dueña de mis actos. Tampoco puedes decirme qué hacer o cómo comportarme, por la misma razón. No dependo de ti, por lo tanto tampoco puedes extorsionarme de esa forma. En síntesis… ¿qué buscas?
—Eres una maldita malagradecida —dijo perdiendo su habitual control—. Te guste o no te guste, soy tu padre y me debes respeto. Somos una familia, soy la única familia que tienes.
«Por desgracia», musité muy bajito.
—¡¿Qué dices?!
—Nada, padre… no creo haberte faltado el respeto nunca.
—Me faltas el respeto cada vez que te comportas como una casquivana, cada vez que apareces en la prensa colgada del cuello de un hombre que no es nada tuyo, cada vez que…
—Él no es un hombre cualquiera —lo interrumpí—, estamos saliendo, tenemos una relación —mentí asquerosamente, porque de verdad ya quería sacármelo de encima.
—¿Y quién carajo es? ¿Qué sabes de él? Seguro no es más que un pobretón de cuarta categoría que anda detrás de tu dinero, o de tu herencia.
—Ese es mi problema, no tuyo. Pero no te preocupes, no es nadie conocido, y además… es extranjero, no hay intereses ocultos de por medio. Ni siquiera vive aquí, solo está de paso. Quizás pronto me decida ir a vivir a otro país con él, eso te gustaría… ¿no, padre? Librarte de mí.
Seguí mintiendo a propósito, porque quería ver su reacción.
—No pongas palabras en mi boca, lo que desearía es que te casaras, que sentaras cabeza, que dejaras de la lado la vida frívola y que pintaras cosas bellas para que el apellido Vin Holden no siga llenándose de fango —la bilis subió a mi garganta al oír eso, una cosa era que criticara mi vida personal, pero otra muy diferente que lo hiciera con mi trabajo, del cual me sentía muy orgullosa—, porque esa es otra forma de faltarme al respeto, me siento humillado cada vez que veo algún cuadro tuyo con desnudos y pornografía barata en él…
—¡Momentito, padre! —reaccioné enojada— Eso es arte, no pornografía, estás confundiendo las cosas. Es triste comprobar que en vez de sentirte orgulloso de mí y mis logros, siempre tratas de rebajarlos… es tremendamente frustrante ver que nada de lo que yo hago te complace. Bien, ya lo sé… tengo el panorama claro, no soy la hija que hubieras deseado. Pero quiero que te quede clara una cosa… —y por primera vez en mi vida, le grité—: ¡¡¡Tú tampoco eres el padre que yo hubiera querido tener!!!
Me dio una bofetada tan fuerte que casi me parte la cara en dos, caí al frío suelo de mármol sin poder reaccionar.
—¡¡¡¡Te voy a desheredar!!!! —amenazó gritando antes de salir del despacho y cerrar la puerta de la calle de un portazo. El ruido retumbó en toda la casa.
Me quedé en el piso en cuclillas, deseosa de poder llorar, de poder sacar los sentimientos que tenía y gritarlos a los cuatro vientos. Pero era inútil, había dejado de hacerlo diez años atrás cuando mi madre murió. Ya no me quedaban lágrimas, estaba seca, por dentro y por fuera.
Phil debió escuchar el portazo, porque entró al despacho poco después y se arrodilló frente a mí, vi sus ojotas, y me imaginé su cara. No quería mirarlo, odiaba que tuvieran compasión de mí y estaba segura que sus ojos reflejarían eso. Mantuve la cabeza baja y no me levanté.
—Geraldine —dijo suavemente—, levántate, emperatriz.
«Emperatriz», pensé sonriendo triste. Solo él, en su bondad y simplicidad podía ver en mí a la máxima soberana de un imperio. Sácate la venda de los ojos, Phil… ¿no te das cuenta que no soy más que una mierda que ni su propio padre quiere?
No protesté cuando él me levantó en brazos, al contrario, lo abracé, y escondí mi cara en su cuello, mansamente. Él me besó varias veces en la frente hasta que llegamos al sillón de la sala y me sentó en él.
Levantó mi rostro, vi que su boca se fruncía en una sola línea y sus manos se cerraban en un puño, algo debió haber visto reflejado en mi cara, quizás la expresión física de la furia paterna, porque se levantó y fue hasta la cocina, sacó algo del refrigerador y volvió.
Se sentó a mi lado y me abrazó, yo me apoyé en él. Phil acercó un paquete de arvejas congeladas en mi rostro, justo donde mi padre me había abofeteado.
Me quejé suavemente.
—Un hombre nunca, jamás debe alzarle la mano a una mujer —dijo suspirando, como si recordara alguna enseñanza de su niñez o adolescencia—, aunque fuera su propia hija.
Ay, mi sudamericano… eres tan idealista.

*****
—¡Phil, ya son más de las cuatro! —levanté mi cabeza de su pecho asustada al comprobar el horario—. ¡Tu bronceado!
Habíamos estado mucho tiempo acurrucados en el sillón, yo perdida en mis pensamientos y en mi furia. Él no dijo una sola palabra, yo tampoco. Solo levantaba las arvejas congeladas de vez en cuando y la giraba al otro lado o las movía. Agradecí interiormente que no me preguntara nada, no tenía ganas de hablar de mi padre, me sentía sumamente avergonzada. Y ya era suficiente de auto-compasión por un día.
—No importa el bronceado ahora, Geraldine.
—A mí sí me importa, es mi trabajo —me levanté y me alisé la falda—. Mueve ese culo, voy en busca del acelerador.
Cuando volví, Phil ya estaba desnudo acostado en una reposera de la terraza, boca abajo. Me senté a su lado y empecé el mismo proceso del día anterior. Con una gran diferencia, lo hice mecánicamente. Disfruté tocarlo, obviamente, pero no tenía deseos de jugar a nada, así que cuando terminé solo limpié mis manos, acerqué mi cara a su rostro y le dije al oído:
—Eres hermoso, me encanta tocarte, Phil —y le di un beso en la mejilla.
—Y yo adoro que lo hagas —respondió somnoliento.
Lo dejé solo.
Subí hasta mi estudio en el tercer nivel y comprobé que estuviera bien provisto. Hice una lista en mi iPhone de todo lo que me faltaba y se la envié por mail a Thomas para que al día siguiente se encargara de la compra. No iba a necesitarlo inmediatamente, porque primero haría los bocetos y para eso solo necesitaba papel y lápiz.
Bajé, fui hasta el despacho y tomé los periódicos y revistas que mi padre había dejado allí. Luego fui a la cocina, me serví un café maravilloso hecho por Phil y otro para él, llevé las tazas hasta la galería.
—Despierta, bello durmiente —dije suavemente—, debes voltear.
Él se giró lentamente y yo volví a quedarme sin respiración.
¡Oh, Don Perfecto!
Me miró mientras se aplicaba el gel en el frente de su cuerpo.
—Deberías seguir poniéndote hielo si no quieres parecer un sapo, Geraldine —me aconsejó, tan naturalmente como si estuviera completamente vestido.
—Eh… no te preocupes, me pondré una crema antiinflamatoria más tarde, y mañana me cubriré con base si queda algún hematoma —Phil asintió—. ¿Quieres café? —y le mostré la taza, evitando mirar su entrepierna.
—Estoy tomando tereré, gracias —dijo señalando el termo a su costado.
Asentí y me senté en el sofá a mirar las fotos y leer todas las mentiras que la prensa había inventado. No pude evitar reír a carcajadas con algunas.
—¿De qué te ríes? —preguntó Phil curioso.
Me puse un gorro con visera y me acerqué a él, me senté sobre el deck de madera a su lado y empecé a mostrarle las fotos que nos habían sacado y leerle las idioteces que habían escrito.
—¡Ay, por favor Phil! Escucha esto: «Se vio a la espectacular artista plástica Geraldine Vin Holden muy bien acompañada del brazo de un desconocido y apuesto caballero en el evento de Runway Magazine, no pudimos sonsacarle información alguna sobre su pareja, pero se los vio muy acaramelados y enamorados. Las malas lenguas dicen que quizás la heredera del imperio Vin Holden por fin ha encontrado a su media naranja y que este misterioso hombre es un exitoso magnate proveniente de algún lejano país europeo».
Ambos reímos a carcajadas.
—Mira la foto —levanté el periódico y se lo mostré. Era una en la que estábamos en la pista de baile abrazados y él me susurraba al oído.
—Mmmm, me gusta… —me guiñó un ojo—, sobre todo esa mano que tengo tan cerca de tu trasero y la otra en tu espalda desnuda, recuerdo lo que pasó en ese momento —empujó el diario—. No me muestres más, que Don Perfecto se despertará.
Miré al susodicho y sonreí. No podía haberle puesto un mejor nombre, el chico travieso me saludó ligeramente con un respingo antes de que yo me levantara del suelo riendo y anunciara que subiría a cambiarme para ir a hacer footing.
—¿Corres conmigo, Phil?
—Claro, emperatriz —y me guiñó un ojo—. Te voy a hacer correr mucho, te lo prometo.
Mmmm, las delicias del doble sentido. Todavía reía a carcajadas cuando subía las escaleras para cambiarme. Phil era maravilloso. Además de apuesto y con un físico privilegiado, tenía sentido del humor, era dulce, atento y caballeroso.
Me gustaba, me gustaba mucho.
Cuando bajé, ya con mis calzas, remera y zapatillas de deporte encontré una nota de Phil sobre la mesa de la galería:
Me sorprendió su letra, perfecta y en imprenta, del estilo que usan los arquitectos, artistas y diseñadores. ¡Santo cielos! ¿Había algo en este hombre que no me gustara?
Troté hasta la casa que estaba a su cuidado y él ya estaba esperándome sentado en la escalera vestido como todo un atleta.
Se levantó al verme y se unió a mí.
Sonreímos y seguimos trotando y conversando de vez en cuando.
Hicimos tres kilómetros cuando decidimos volver reanudando el camino ya andado. Cuando llegamos frente a su casa de nuevo, paré y me relajé, agachándome un poco y apoyando mis manos sobre mis rodillas. Él siguió saltando en su sitio, como si solo hubiéramos caminado una cuadra.
—¿Todavía tienes las batería cargada? —pregunté suspirando.
—Soy como un Duracell —replicó sonriendo. Reí a carcajadas—. Te acompañaré hasta tu casa, emperatriz. Luego volveré a bañarme.
—Pero, no hace f…
—Ni una palabra más —me interrumpió—. Corre… ya falta poco.
—Ya no puedo más —acepté cansada.
—Entonces vamos caminando —dijo, y tomó mi mano.
Hicimos el trayecto de 200 metros hasta mi hogar con las manos entrelazadas, conversando sobre tonterías. Cuando llegamos hasta la escalera que daba a mi terraza, subí un escalón y volteé. Nuestros rostros quedaron a la misma altura.
—Gracias por todo, Phil Girardon —y subí ambas manos a sus hombros—. Fuiste de mucha ayuda hoy.
—No hice nada, Geraldine —respondió casi avergonzado.
—Eso es lo que tú crees —y suspiré—. Eres un buen amigo, creo que uno de los mejores que conocí.
Vi el ceño fruncido de mi sudamericano al decirle eso.
—¡Por Dios! No me encasilles en la zona amistosa ahora —dijo molesto—. Quiero que te quede claro que el último papel que quiero hacer contigo es el de un soso amigo.
Sonreí traviesa.
—Me gusta jugar con mis amigos, Phil… —él se relajó visiblemente.
—Me alegro entonces, porque deseo jugar contigo —y me dio un casto beso en los labios—. Creo que nunca deseé algo tanto como eso en toda mi vida.
—Y lo haremos —suspiré, cansada—, solo que no hoy.
—No, por supuesto que no —me contestó. Mi sudamericano entendía mi estado de ánimo—. Buenas noches, emperatriz. Ten sueños húmedos… conmigo.
—Tú tamb… —y ya no pude seguir porque me besó, no solo una vez, sino una docena de besos dulces y tiernos. Nos abrazamos, sin que nos importara el sudor que cubría nuestros cuerpos.
Luego se despidió y se fue trotando.
Apoyé mis brazos en la barandilla de la escalera y mi cara encima, y me quedé mirándolo hasta que llegó a su casa.
Mientras subía los escalones de la mía, pensaba:
«Audrey, ¡auxilio! Necesito hablar contigo...»

2 comentarios:

Visión Masurao dijo...

Excelente capítulo, me encanta la fuerza que expresa "Emperatriz" (como le dice Phil) entre toda su sensibilidad.
simplemente hermoso capítulo

Muchos Saluditos querida Grace

Franpr dijo...

YA termine el primer libro pero ahora quiero leer santuario de colores #2 ya salio sabes donde lo puedo conseguir

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