Píntame (Santuario de colores #2) Capi 06

lunes, 12 de enero de 2015

Eran casi las diez de la noche y yo estaba literalmente trepando las paredes.
¿Iba o no iba? ¡Mierda!
Al llegar a casa, cerca de las ocho había decidido no ir, mi estúpido orgullo leonino me susurraba al oído: «no te invitó, idiota». Estuve toda la tarde a su disposición, la ayudé con la organización de su fiesta y ni siquiera fue capaz de decirme: «te espero».
Igual me bañé y me vestí, esperando estúpidamente recibir algún mensaje de ella diciéndome por lo menos: «¿qué haces que no vienes?».
Bufé y golpeé la mesada de la cocina donde estaba preparándome un café, aunque lo que realmente necesitaba era un whisky doble bien fuerte. Era en esas ocasiones en las que dudaba violentamente de mi decisión de no beber más.
El sonido de mi celular me sacó de golpe de mis pensamientos.
«¿Dónde mierda estás, Phil?»
Me desinflé al ver que era de Ximena, le contesté:
«En casa… ¿y tú?»
Al instante me llegó su respuesta:
«¿Dónde crees? ¿Qué haces que no vienes? Te conviene estar aquí»
¡Oh, mi amiga! La única aliada que tenía, la llamé. Luego de los saludos pertinentes, volvió a preguntarme el motivo por el que no estaba en la reunión.
—Estuve toda la puta tarde en su casa y no se dignó a invitarme… —repliqué enojado— no pienso ir.
—¡Ay, Phil! Deja tus estúpidos escrúpulos de lado ¡y ven!
—¿Por qué dices que me conviene estar allí? ¿Qué pasa?
—Mueve el trasero hasta aquí y lo descubrirás.
—¿Tú recibiste invitación, Xime?
—Eh, yo… por supuesto.
—Pues yo no, y tuvo muchas oportunidades para hacerlo. No iré… bajo ningún punto de vista —fui categórico.
Ya me sentía mal por tener que estar arrastrándome a sus pies, sin contar que Geraldine no perdía oportunidad de insultarme. Una cosa era que lo hiciera en privado, pero llegar allí y no saber cómo reaccionaría ante mi presencia, o qué desplante me haría en público era otro cuento totalmente distinto. Mi temor al fracaso y al ridículo hizo acto de presencia al máximo de su potencial.
Ximena siguió intentando convencerme, y a pesar de no haberle explicado cómo me sentía al respecto, seguí negándome hasta que se dio por vencida con un sonoro:
—Bueno… ¡jódete! —y cortó sin despedirse.
Suspiré y tiré el resto del café en el lavadero.
Ya estaba frío, y además… tenía un nudo en el estómago.
Me disponía a sentarme en la sala y encender la televisión para intentar distraerme, cuando mi celular volvió a sonar.
¡Oh, por Dios! Era un mensaje de Geraldine.
Mi corazón empezó a bombear alocadamente.
«Vuelves a mi vida sin que te llame, te introduces en mi casa sin mi permiso, te metes en mi cama sin invitación y ahora ¿te haces rogar para venir? Pensé que tu presencia era un hecho, por eso no te dije nada. Deja de joder, sudamericano idiota y mueve tu culo 200 metros hasta aquí»
¡Qué hermosa invitación! Sonreí con sorna.
Evidentemente había hablado con Ximena, y bueno… era todo lo que necesitaba, aunque su exhortación estuviera pésimamente redactada.
No le respondí, simplemente me levanté de un salto y cerré toda la casa antes de cruzar la terraza y bajar a la playa. Desde lejos se escuchaba la música proveniente de su mansión, y se veían las luces, la gente y los adornos de su terraza.
Al llegar, subí las escaleras y saludé a Enzo con un apretón de manos. No me impidió el acceso, por suerte. Avancé hasta cruzar por el costado de la piscina, pero fui detenido por unos dedos que asieron mi brazo.
—¡Jared! Hola, amigo —le pasé la mano.
—¿Amigo? Eso lo veremos, imbécil —dijo acorralándome contra la barandilla de madera de la terraza. Colocó su mano en mi cuello.
Puse los ojos en blanco, y me resigné a lo que sea. No pensaba mover un solo dedo para evitar cualquier cosa que quisiera hacerme, Geraldine me mataría si llegaba a hacerle daño a su adorado amigo.
—Tranquilízate, Jared… no quieres armar un escándalo aquí, ¿no? —Y lo tomé de la muñeca—. Podemos conversar como personas civilizadas.
—Si no fuera el cumpleaños de mi pelirroja te molería a palos —dijo entre dientes. Me soltó— ¿Así que eres Philippe Logiudice Girardon? También me mentiste a mí, ¿sabes?
—Siento mucho si ligaste de rebote, pero no pienso justificarme ante ti —me hice a un lado—. Solo debes saber que estoy aquí, amigo… y créeme, haré todo lo posible porque Geraldine me perdone.
—Si no supiera todo lo que hiciste por ella ya estarías muerto, hijo de puta.
¡Otro más que me insultaba! Por lo visto Geraldine no iba a tener el monopolio. Y todavía faltaban Hugh, Truman y Susan… ¡la que me esperaba!
—Yo mismo me encargaré de tirarme del puente Vincent Thomas si llego a hacerle daño de nuevo —miré al costado y vi a mi emperatriz en la galería, conversando animadamente con un grupo de gente—. Fue solo una omisión estúpida que se convirtió en una bola de nieve. Estoy loco por ella, Jared. Volví a pesar de que me echó como un perro… ¿no te parece suficiente?
—Mmmm, te creo… —sorpresivamente pasó su brazo por mi hombro— los vi juntos y sé que la trataste muy bien. Pero lo que más aprecio fue lo que hiciste por ella aun en contra de tus principios. Recuerdo lo reacio que fuiste a prestarte a nuestro juego, sin embargo luego me la ofreciste, la compartiste conmigo solo para que pudiera seguir con su vida normal cuando tú no estuvieras. Eso no tiene precio, Phil.
—Me alegro de que por lo menos tú te des cuenta, ella… —suspiré negando con la cabeza— ella no parece ver nada de eso.
—La heriste, es obvio que esté cegada. Le mentiste, por lo tanto perdió la confianza que tenía en ti… —me miró con los ojos entornados— ¿por qué volviste?
—Eso es algo entre ella y yo, Jared… no voy a discutirlo contigo.
—Aquí hay gato encerrado —dijo frunciendo el ceño.
—¿Me acompañas a saludarla? —cambié de conversación.
Asintió, me soltó y ambos nos dirigimos hacia donde ella estaba.
Apreciaba a Jared, y mucho. Me gustaba su forma de ser desenfadada, tenía un carisma muy especial, era imposible no admirar su espontaneidad, su descaro y sobre todo su buen gusto en lo que a mujeres se refería. Su actitud de "soy el dueño del mundo y hago lo que se me antoja" contrastaba con la lealtad y el trato que tenía con sus amigas, sobre todo con Geraldine, a quien yo creía que amaba en secreto.
No conocía a las personas que estaban rodeando a mi emperatriz. Jared y yo saludamos a todos y ella se encargó de presentarme.
—Viniste —susurró cuando le di dos besos en las mejillas.
—No podía dejar de aceptar tan cálida invitación que me hiciste —le devolví el susurro sonriendo. Me acerqué más—. Estás preciosa —le dije al oído.
Y realmente lo estaba, se veía mucho mejor que el día anterior. La observé, llevaba un enterizo blanco de un extraño material brilloso con un complicado drapeado en el frente, si bien era completamente cerrado y con mangas hasta los codos, se veía extremadamente sexy y deseable, porque marcaba su esbelta figura. No había rastro visible de su embarazo aún, quizás debido al peso que había perdido.
Un camarero se acercó en ese momento al grupo y ofreció bebidas.
Geraldine tomó una copa de champagne, disimuladamente se la saqué de la mano y la cambié por el jugo que yo tenía en la mía. Abrió los ojos como platos y me miró con cara de culpabilidad, no se quejó. Observé de reojo que Jared frunció el ceño, nadie más notó el intercambio, o por lo menos no les interesó.
Cuando la agasajada se movilizó hacia otro grupo, Jared me guio hacia su mesa, en la que estaban… ¡todos! Ximena se levantó de un salto y me abrazó, le di dos besos en las mejillas. Increíblemente ni Hugh ni Truman me dijeron nada malo, se comportaron amablemente y me saludaron con un apretón de manos, aunque el escritor susurró en mi oído: «contigo tengo que hablar después». Le sonreí asintiendo. A Sarah, la esposa de Hugh y a Susan las saludé con dos besos, la última estaba acompañada de Mike y a pesar de no ser santo de mi devoción, le estreché la mano cordialmente.
Y la payasada comenzó.
Yo no me sentía a gusto, obviamente. Mi lugar desde que conocí a toda esta gente siempre estuvo al lado de Geraldine, los dos pegados uno al otro como lapa y sentirme relegado a ser "un invitado más del montón" no me ayudaba en lo absoluto.
Ximena, que estaba sentada a mi lado, trataba de relajarme con conversación interesante y Jared, fiel a su estilo… me pasó un vaso de whisky.
—Creo que lo necesitas, amigo —dijo con una sonrisa ladeada.
Lo acepté, porque tenía razón. Me lo tomé casi de un trago y a punto estuve de toser al sentir cómo me quemaba la garganta. Susan y Mike fueron a bailar en ese momento y Hugh aprovechó la ausencia del novio de Susan para soltar su diatriba:
—¿Recuerdas, mi querido Phil que cuando te conocí te advertí que si le hacías daño a mi zanahoria te rompería el culo?
Escuché dos «¡¡¡Hugh!!!» al unísono provenientes de Sarah y de Ximena. Jared rio a carcajadas y Truman puso los ojos en blanco, al igual que yo.
—Bien, aquí estoy —dije bufando—, dispuesto a que me tiren a la hoguera. Digan todo lo que tengan que decir de una vez.
—¿Sabes por qué te perdonaré, miserable sudamericano? —Esperé su concesión— Porque ella misma me dijo que si no fuera por ti que estuviste a su lado y la ayudaste mucho, lo que había vivido sería un cuento de terror.
—Bueno, me alegro que tú también tengas en cuenta eso, aunque no lo hice con el propósito de ser perdonado, sino porque quería ayudarla simplemente.
—¿Por qué mierda tuviste que mentirle? —preguntó enojado.
—Basta, Hugh —intervino Sarah—, eso no es problema tuyo.
—Todo lo que tenga que ver con Geral es problema mío —y miró al resto de sus amigos—, nuestro en realidad. Ella estaría absolutamente sola en este mundo si no fuera por nosotros…
—Como le dije a Jared, no voy a justificarme ante nadie más que no sea ella. Todos cometemos errores en nuestras vidas, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero volví… estoy aquí para tratar de que me perdone… ¿no creen que eso es suficiente?
—Yo creo que es un buen primer paso, Phil —dijo Truman siempre tan humano y comprensivo—, y espero que tus intenciones sean buenas. Te voy a dar el beneficio de la duda, porque tienes razón… todos cometimos errores alguna vez, solo espero que no vuelvas a provocarle ningún daño, porque si lo haces —sonrió con sorna—, con silla de ruedas y todo iré por ti.
Asentí con la cabeza, suspirando.
—Pienso que es maravilloso que hayas vuelto, Phil —dijo Ximena apoyando su brazo en mi espalda—. Yo sé, estoy segura de lo mucho que la quieres.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Susan volviendo de la pista. Me imagino que ver la cara de culo de todos espoleó su curiosidad.
Empezaron a inventar cualquier cosa, porque estaba Mike de por medio, y el pobre hombre todavía no había logrado ganarse el afecto de ese grupo tan selecto a pesar de que ambos ingresamos en la nómina casi en el mismo momento. En ese aspecto me sentía un triunfador, porque sabía que a mí me apreciaban a pesar de todo lo que había pasado.
No tenía idea de qué es lo que cada uno sabía en realidad. Me imaginaba que al ser el idiota de Jesús quien se lo había contado a Susan y ella a los demás, lo único que tenían certeza era que mi apellido no era solo Girardon y que resulté ser el socio comercial de Geraldine. Intuía que Ximena era la que más sabía, aunque presentía que Susan ya estaba enterada de todo, incluso del embarazo, era su mejor amiga, imposible que no lo supiera.
Busqué a mi emperatriz con la mirada y la encontré parada en la galería conversando con un hombre. Fruncí el ceño porque me tenía cara ligeramente conocida… ¿quién mierda era? Se lo pregunté a Ximena.
—Por eso quería que vinieras, Phil… ese hombre está tras Geraldine, se llama Lucius Arconde, es…
—Lo recuerdo —la interrumpí—, estaba en la fiesta que dio Jared.
—Así es… y no dejó de invitarla a salir desde entonces.
—¿Y ella aceptó? —pregunté anonadado— Está embarazada, por Dios —le susurré al oído con los dientes apretados.
—No es una inválida, cariño…
¡Oh, mierda! Yo había arrebatado a Geraldine de las garras de ese hombre tres semanas atrás, pero dudaba que ahora se dejara arrastrar con tanta docilidad como esa vez, probablemente me haría un escándalo, yo saldría perdiendo y haría el ridículo.
Serénate, Phil.
Pero un calor muy potente subió desde mi estómago cuando vi que él se acercó, le dijo algo al oído y ella rio al parecer muy contenta por las estupideces que seguramente le decía ese… pájaro de mal agüero.
«Tengo que hacer algo»
Al parecer lo dije en voz alta porque todos miraron hacia donde apuntaban mis ojos y empezaron a reír y a burlarse de mí. «Dale, macho sudamericano… marca tu territorio», «Orina encima de ella ¿Sabías que eso hacen los perros?», «Tu cara parece un tomate». Me toqué las mejillas riendo y disimulando mi rabia.
Por suerte en ese momento empezaron a servir la cena, y la conversación se diluyó hacia otros temas. Suponía y esperaba que Geraldine ocupara el lugar vacío que quedaba en nuestra mesa al fin y al cabo allí estaban sus amigos más queridos, pero no lo hizo, se sentó en otra alejada… ¡con el pájaro canoso! Si hasta parecía Cody Maverick, el pingüino de penacho amarillo de la película animada "Surf's Up" que tanto le gustaba a Paloma.
Relájate Phil, me insté a mí mismo, porque por lo que podía vislumbrar esta iba a ser una noche de mierda. Pero era el cumpleaños de mi emperatriz, no haría nada que pudiera arruinarla.
—¿Por qué no se sienta aquí? —le pregunté a Ximena. Ella se encogió de hombros, pero Susan, que estaba a su lado escuchó mi pregunta.
—Creo que ocupaste su lugar —contestó—. Se suponía que quedarían dos espacios vacíos, para ella y Lucius.
—¡Oh, mierda! ¿Quién carajo es ese tipo? —pregunté.
—¿Lucius Arconde? Un hombre con el que estuvimos haciendo negocios —Susan siguió explicando—, Geraldine le compró las obras de arte de una casa que había heredado de su abuela materna.
—¿Y qué hace con ella?
—Creo, mi amigo —dijo Truman— que están saliendo.
—¡Ja! Sobre mi cadáver —murmuré.
Y abrí mis ojos como platos al ver que el pájaro de mal agüero acercaba su silla y ponía el brazo sobre el respaldo de la de ella y le hablaba al oído. Noté una cierta tensión en mi emperatriz, más aún cuando nuestros ojos se encontraron a la distancia, negó con la cabeza y su pecho subió y bajó como si estuviera respirando con dificultad. Los celos hicieron acto de presencia y me incorporé de un salto, en ese momento no me importó nada, estaba dispuesto a cualquier cosa con tal que ese idiota le sacara las manos de encima. Pero Ximena y Jared me estiraron del brazo al unísono e hicieron que me volviera a sentar. A punto estuve de romper la silla.
Fue una cena de mierda, ni siquiera pude tragar la comida, el primer bocado se me quedó atorado en la garganta. ¿Bocado de qué? No me enteré. Tomé más whisky para que el alimento bajara a mi estómago, luego para que asentara, después para evitar levantarme, por último solo bebí por despecho.
Nadie decía una palabra al respecto en la mesa, aunque todos me miraban de soslayo dispuestos a volver a ponerme en mi lugar si intentaba de nuevo levantarme.
—Deja de beber, Phil —me aconsejó Ximena.
—Si no bebo, lo mato —le respondí— ¿Qué prefieres?
—Bebe, idiota —me dijo Jared y me sirvió más whisky—, creo que puedo cargarte por lo menos hasta mi casa si terminas tan borracho como una cuba.
—Para que eso suceda necesito al menos dos botellas —le contesté.
Y era cierto, que no bebiera no significaba que no tuviera cultura alcohólica. La tenía y mucho, necesitaba algo más que dos o tres míseras rayas de whisky para marearme. Aunque no conté con el hecho de que la pérdida de la costumbre y el no haber podido comer nada hicieran mella en mí al quinto vaso.
Para Phil, me insté a mí mismo.
Cuando se estaba sirviendo el postre Geraldine empezó a recorrer las mesas departiendo con los invitados y llegó a la nuestra. Yo no emití sonido alguno.
Como lo que era, una emperatriz, saludó, bromeo y conversó con todos sin sentarse, ubicada detrás de Truman y Hugh. Luego el fotógrafo nos solicitó a Ximena y a mí que nos ubicáramos al lado de ella para sacar una foto del conjunto.
Me levanté. ¡Oh, mierda! Estaba más mareado de lo que pensaba. Traté de disimularlo, y como un gentleman me puse a su lado, pasé mi mano por su cintura y la apreté contra mí.
Como por arte de magia, todo se esfumó al sentirla.
—Si dejas que ese hombre vuelva a tocarte soy capaz de matarlo, amor —le susurré al oído.
—No hagas un escándalo o yo te mato a ti —me respondió entre dientes, aunque sonriendo a la cámara.
El fotógrafo apagó las luces y aproveché para alejarla de la mesa, llevándola a un costado cerca de la barandilla de madera.
—No me busques, no despiertes al león en mí —dije mirándola a los ojos.
—Y tú no vuelvas a pisar la cola de este escorpión porque sabrás de mi veneno —gruñó enojada.
—Estoy inmunizado —la apreté contra la baranda y le mordí la oreja, sentí su capitulación cuando suspiró—, tu ponzoña no puede hacerme daño.
—P-Phil —ronroneó.
Me sorprendió, porque lo dijo con esa vocecita dulce y pegajosa que yo adoraba y que usaba cuando quería conseguir algo de mí.
—¿Sí, amor? —susurré rindiéndome a su encanto.
—Me muero de sueño —musitó apoyando su frente en mi pecho. Estaba seguro que lo único que deseaba era saltar sobre mí a horcajadas.
—Oh, mi monita —la abracé muy fuerte y la apreté contra mí, ella metió sus brazos dentro de mi saco sport y lio sus manos en mi cintura—, te dije que durmieras la siesta… ¿recuerdas? Sabía que esto pasaría.
—Mmmm, no me regañes —murmuró apoyando su cabeza en mi hombro y ubicando su rostro en mi cuello—. Qué lindo olor tienes, a pinos del bosque.
Mi sonrisa ladeaba era de total satisfacción.
Observé hacia donde estaba el pájaro canoso y mi regocijo fue aún mayor al verlo fruncir el ceño mientras nos contemplaba. Estaba seguro que se acordaba perfectamente de mí y era preciso que se diera cuenta de mi posición.
—Tú hueles como un jardín de margaritas —le dije al oído.
—Te odio, Phil.
Sonreí.
—Lo sé, amor… igual te haré dormir —respondí besando su pelo.
—¿Te quedarás conmigo? —preguntó dudosa.
—Fusilaré a quien intente impedírmelo —respondí triunfante.
—Tengo, eh… —se separó un poco— que seguir circulando —y me miró.
—¿Quieres que te acompañe? —negó con la cabeza— Bien, pero… ¿puedo pedirte algo? —volvió a negar. Bufé, pero no me callé—: Que ese energúmeno no vuelva a tocarte, o juro que será el primer fusilado esta noche.
—Eres un cromañón —aunque se notaba que eso la divertía.
—Sí, lo soy… ya me conoces —se separó de mí— ¿aguantarás?
—No me queda otra —suspiró—, pero mis ojos se cierran.
—Te estaré observando —le dije acariciando su mejilla con mi mano—. Solo hazme una señal e iré a tu lado al instante.
Asintió con la cabeza, y sonriendo caminó hacia la mesa de al lado.
Mi cara de satisfacción debió ser espectacular, porque cuando volví a sentarme a la mesa no hubo uno solo de ellos que no se burlara. Bueno, a excepción de Mike que solo rio de las tonterías que los demás decían.
Más le valía que no dijera nada, porque terminaría sin un par de dientes. Una cosa era que los amigos de Geraldine, a quienes apreciaba y consideraba también míos rieran a costa de alguna de mis estupideces, y otra muy distinta que ese mequetrefe de cuarta categoría lo hiciera. No lo tragaba, sabía por su propia boca que estuvo con mi emperatriz antes que yo la conociera, incluso llegué a sospechar que el hijo que ella esperaba era de él.
¡Menos mal que no fue así!
El renacuajo era mío, y estaba tan orgulloso de ello que no cabía en mí mismo.
A partir de ese momento mi actitud cambió. Ya no bebí, porque tenía que estar lúcido para ayudarla cuando me lo pidiera. ¡Y mierda, ahora me moría de hambre! Así que me comí todo el trozo de torta que tenía enfrente, incluso el de Ximena y lo que dejó Jared en su plato, sin dejar de observar a mi emperatriz en todo momento.
Una hora después vi que el pájaro canoso se estaba despidiendo. Me sentí estúpidamente feliz de que se fuera… al infierno. Y más contento aun cuando vi que ella solo le ofrecía la mejilla al despedirse.
En ese preciso instante, la fiesta mejoró a mi entender.
Aunque a ella la veía cada vez más agotada.
—Geraldine está por desmayarse de sueño —le dije a Ximena cuando ya eran más de las dos de la mañana y la mayoría de los ocupantes de nuestra mesa estaban bailando.
Susan me escuchó, porque ambas voltearon la cara y la miraron. Mi emperatriz disimuló un bostezo con la mano justo en ese momento.
—Es comprensible —dijo Ximena.
—Haz algo, al fin y al cabo, tienes la culpa —susurró Susan frunciendo el ceño.
—Lo sabes… ¿no? —le pregunté.
—¡Por supuesto que lo sé! —respondió como si estuviera loco por insinuar lo contrario.
Vi que Geraldine tambaleó ligeramente mientras conversaba con unas personas, luego miró hacia donde yo estaba y me hizo una señal con la cabeza, cerrando y abriendo los ojos varias veces.
—Voy a ayudarla —me levanté—. Alguien tendrá que hacer de anfitriona, porque me la llevo para arriba.
—No te preocupes, nos encargaremos —dijo Susan.
—Ve, ve —me instó Ximena agitando una mano.
Me acerqué hasta donde estaba y la abracé por detrás, entrelazando mis manos en su cintura. Ella sonrió, me miró de soslayo y se apoyó en mi pecho.
Luego de las presentaciones de rigor, las cuales ni me enteré, les dije:
—¿Me permiten? —la pareja que estaba hablando con ella sonrió— Se las voy a robar un momento.
La llevé hacia la galería.
—Dios mío, Phil… no siento mis piernas —susurró.
—Tranquila —tenía ganas de levantarla y llevarla en brazos, pero no quería que los invitados que quedaban se preocuparan ni se dieran cuenta de nada, así que disimuladamente la ayudé a caminar hasta Bruno que estaba parado en la puerta vidriera de acceso a la sala—. La señora no se siente bien —le dije en voz baja—, Ximena y Susan —las señalé con el dedo— quedarán a cargo.
—Sí, señor —dijo el hombre muy serio.
Como el interior de la casa estaba casi a oscuras, al llegar a la base de la escalera la levanté, ella llevó las manos a mi cuello y apoyó la cabeza en mi hombro.
—Odio presentarte como Philippe Logiudice —me dijo.
—Solo soy Phil para ti, amor —dije besando su frente—. El mismo de siempre.
—Sí, el mismo "mentiroso" de siempre —murmuró entre dientes.
Suspiré, resignado.
—El que viste y calza —bufé, llegando a su habitación—, abre la puerta.
Lo hizo. La bajé frente al tocador, abrió uno de los cajones y sacó… ¡otro pijama igual de horripilante que el anterior! Aunque esta vez al menos era a rayas, y no tenía dibujitos.
—¿Puedes sola? —le pregunté bajando la cremallera de su enterizo.
—Mmmm, sí —dijo descalzándose, eso al parecer la estabilizó un poco más, porque fue hasta el baño lentamente, pero sin tambalearse.
Cuando volvió, ya con la prenda de dormir puesta y sin maquillaje, se quedó mirándome embobada. Yo estaba sentado en la cama solo en bóxer y camisilla.
—Deberías dejar unos pijamas aquí si piensas hacer de Morfeo todos los días.
—Sabes que no uso nada de eso —le dije—. Ven aquí, amor.
No me hizo caso, rodeó la cama y se metió debajo del edredón desde el otro lado del somier.
—Oh, sí —susurró extasiada, abrazando a Philddy.
Puse los ojos en blanco, apagué la luz, me acosté y no me acerqué a ella. Ya vendría a mi cuando me necesitara.
—¿Tomaste tus vitaminas esta noche? —le pregunté.
—Sí, señor—respondió.
No dijimos nada más, pero no pasaron ni dos minutos cuando sentí su aliento en mi cuello.
Sonreí.
Bajé a Philddy a la altura de Don Perfecto, que ya estaba dando saltitos dentro de su confinamiento y la abracé. La apreté contra mí y llené su cara de besos tiernos, ella no lo impidió, hasta emitió pequeños gemidos que me volvieron loco.
—Duerme, amor… —le susurré— duerme aquí en mis brazos, donde perteneces.
Al rato sentí que estaba totalmente entregada al sueño.
¡Dios mío, que tortura!

Fecha de publcación: 16/01/15
Pueden encontrarlo aquí: nED

13 comentarios:

Unknown dijo...

Quiero massssssss

Linoskaflo dijo...

Muy bueno muero por masss suerte ya es 16

Unknown dijo...

Mass mass!!

ayde dijo...

Por Dios! Cada capítulo me deja deseando más.

Anónimo dijo...

OMG esta super emocionante :D

Unknown dijo...

Plissssss. Masssss o me volveré loca. Jiji

piery dijo...

Porfa otro capitulo siiii me muero

ichildur dijo...

Q bueno está¡¡¡¡ Quiero más,mucho más¡¡¡

lemny dijo...

Grae, me encanto tu primer libro y espero este con con mucha emocion, te deseo mucho exito, y te felicito x crear historias q nos llenan y emocionan

Grace Lloper dijo...

Gracias, bellas... a todas. Besos, miles de ellos! ;-)

Unknown dijo...

Me puedes enviar el pdf de este libro a mi correo? angel.vargas85@gmail.com

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