Dibújame (Santuario de colores #1) Capi 02

sábado, 26 de abril de 2014

Cuando llegué a casa revisé mi contestador y tenía una docena de mensajes.
Los escuché, ninguno me interesó particularmente. La mayoría eran de mis… ¿amigos? preguntando si iría a tal o cual fiesta y pidiéndome que me reportara. Una de ellas blasfemó por mi decisión de no tener teléfono móvil.
Sonreí.
¡Por supuesto que lo tenía! Pero solo les daba el número a aquellas personas en las que realmente confiaba y sabía que no iban a molestarme con estupideces.
Y justo en ese momento, sonó.
—Hola, vida mía —contesté melosa.
—Dime qué llevas puesto —ordenó la deliciosa voz del otro lado.
—Solo el aroma de tu cuerpo en mi piel —mentí sonriendo y subiendo a mi habitación—, desde la última vez que nos vimos decidí no bañarme.
—Ojalá fuera cierto, descarada…
Y empezamos nuestro juego de seducción. No es que precisáramos seducirnos, ambos sabíamos lo que queríamos y lo que nos deparaba una noche juntos.
Jared Moore era mi vecino y un músico famoso. Tenía sus instrumentos muy bien afinados, desde su hermosa voz, hasta sus delicadas manos, pasando por otras partes de su cuerpo que eran mucho menos suaves, pero igualmente dignas de elogios.
Quedamos en que nos veríamos el siguiente fin de semana en el que finalizaba su gira, lo invité a quedarse conmigo porque sabía que iba a rechazar mi oferta y porque siendo sincera, era uno de los pocos amigos verdaderos que tenía y me gustaba tenerlo rondando alrededor mío.
—Ya veremos, pelirroja —contestó enigmático—. Tú solo ponte hermosa y quizás me convenzas.
¿Pelirroja? Me miré en el espejo del baño mientras nos despedíamos y alboroté mi pelo. Al instante volvió a estar en su lugar, no había forma de que mi indomable y lacio cabello adoptara otra forma más que la melena carré desflecada que llevaba –más larga al frente y corta en la nuca con raya ligeramente a un costado–, mi pelo era tan terco y decidido como yo misma. Lo llevaba así porque era práctico, y tan oscuro como la noche, pero con la luz tenía reflejos color caoba.
Soy una mujer atractiva, lo sé, pero mi belleza no es clásica. Me acerqué más al espejo, mis ojos grandes y ligeramente rasgados, de un extraño color gris claro azulado quizás fuera lo más atrayente de mi rostro.
Abrí mi boca en un amago de sonrisa, solo para ver si había arrugas en ellos. Y no, todavía conservaba mi piel blanca y lozana. ¡Más vale que así sea! Porque con los miles de dólares que gastaba mensualmente en cremas faciales y corporales, si no conservaba mi frescura unos cuantos años más, sería capaz de suicidarme.
Me cambié de ropa, me puse medias de toalla, zapatillas deportivas, una calza negra corta hasta mitad del muslo y una remera tipo corpiño ajustado de esos que dejan la panza al aire. Tomé mi iPod y bajé a la cocina.
Todo estaba impecable, tenía a la señora Consuelo que se ocupaba de mi casa de lunes a viernes, llegaba al mediodía y se iba a las cinco de la tarde. Era una simpática mexicana de mediana edad, con más corazón que cerebro, pero que mantenía en orden mi hogar y mi heladera siempre estaba llena con todo lo que a mí me gustaba.
Tomé un vaso con agua y saqué del refrigerador una botellita de líquido energizante, la ajusté a mi brazo con una correa especial y salí a la terraza de mi casa por detrás. Antes de bajar las escaleras hacia la playa para iniciar mis ejercicios de todos los días me lie una sudadera en la cintura, por si cambiaba el tiempo o refrescaba.
Estaba lista, hice un poco de estiramiento en la terraza, luego bajé rápidamente hasta la arena y empecé a trotar a buen ritmo.
Necesitaba esto, tenía una demasiada ajetreada vida social, por lo tanto beber en las noches era el pan de cada día, obviamente a veces se me iba de las manos, como anoche, y correr hacía que me sintiera mejor, eliminaba mis toxinas.
Disfruté del tímido sol del atardecer en mi piel, de la suave brisa marina y de la cálida temperatura del verano. Odiaba tanto el frío como el calor extremo, así que vivir en California era un verdadero paraíso para mí, con sus pocos cambios de temperatura entre estaciones.
Troté más o menos tres kilómetros de costa cuando decidí volver. Esta vez me dediqué a mirar las construcciones que habían sobre la playa. ¡Malibú era tan hermosa! Llena de mansiones, lujo y sofisticación, que eran exactamente las cosas que a mí me gustaban.
En mi recorrido saludé a algunos pocos vecinos que conocía y que estaban tomando sol en sus terrazas, hasta que unos 200 metros antes de llegar a mi hogar vi con asombro que un hombre en bañador estaba limpiando la piscina de una de las mansiones que siempre estaba deshabitada.
Disminuí el ritmo al acercarme para observarlo con más detenimiento, hasta que me detuve completamente cuando estuve frente a él. Estaba de espaldas y tenía el traje de baño adherido completamente a su cuerpo.
Mis ojos de artista vibraron y se estremecieron ante la visión de ese espécimen masculino y su hermosa y amplia espalda, así como sus perfectas y redondeadas nalgas. Ese era el cuerpo que yo estaba buscando para la siguiente serie de pinturas que tenía programada, y por desgracia… mi modelo me había dejado plantada.
Tomé un trago de agua y sin dudarlo, subí las escaleras hasta llegar a la terraza de la imponente mansión de un desconocido. Quizás conseguía convencerlo, ojalá. Quizás no… a lo mejor conseguía otra cosa, ¡eran tantas las posibilidades y las delicias que podía obtener de ese cuerpo tan bien formado!
Sonreí y lo saludé.
—Hola, hermoso.
El hombre volteó con el ceño fruncido.
Me saqué el gorro con visera que llevaba para evitar que los rayos del sol dieran directamente en mi cara y sequé mi rostro y mi cuello con las mangas de la sudadera que llevaba atada en la cintura.
—Buenas tardes —dijo confundido— ¿qué hace aquí?
—¿Te dedicas a limpiar piscinas? —pregunté sin responderle.
—¿Y eso a usted qué puede importarle? —respondió altanero.
No me amilané, me gustaban las personas con carácter.
—Vivo a un paso de aquí —e indiqué con la mano mi casa que se veía a la distancia—, esta mansión siempre suele estar cerrada. Me sorprende ver a alguien, por eso lo pregunto.
—Estoy cuidándola —respondió por fin—. El nuevo dueño no quiere que permanezca cerrada.
—¡Ah, se vendió! ¿Y quién es mi nuevo vecino?
—No estoy autorizado a decirlo, señorita… —y esperó.
—Soy la señora Vin Holden —y le pasé la mano—. Geraldine Vin Holden.
Vi la sorpresa en la cara del hombre al notar su expresión. Lo atribuí al hecho de haber conocido a la que se suponía era una famosa artista y miembro del exclusivo jet-set de Los Ángeles.
El joven tomó mi mano y la estrechó, su apretón fue enérgico y fuerte, como debe ser, eso me gustó… y también el calor que subió por mi brazo al sentirlo.
—¿Y tu nombre es…?
—Disculpe, qué torpeza de mi parte —balbuceó soltándome la mano—. Soy Phil.
Phil, solo Phil.
En ese momento recordé a Meg Ryan y Tom Hanks en la película "Tienes un e-mail" y la escena donde él le dice: «Solo llámame Joe» y ella se queda desconcertada, más tarde al darse cuenta de quién es realmente, le retruca: «Como si fuera una tontita de 22 años sin apellido. Hola, soy Kimberly, Hola, soy Janice. Parecen una generación de meseras insulsas».
Sonreí con la comparación. Pero… ¿qué me importaba en realidad su apellido? Era su perfecto culo el que quería, plasmado en mi lienzo, y lo miré detenidamente… o como un hueco en mi cama si era posible.
—Bien, solo Phil… ¿sabes quién soy?
—Aparte de su nombre y dónde vive, no tengo idea, señora. Soy extranjero.
—Me lo imaginé por tu acento. ¿Puedo sentarme? Correr es agotador.
—Por supuesto, si no le molesta que siga con mi, eh… trabajo —y ladeó la ceja.
Negué con la cabeza, me senté en una reposera frente a él y bebí un poco de agua saborizada antes de continuar con mi asalto.
—¿De dónde eres?
—Sudamérica —contestó parcamente.
Otro más que viene en busca del "Sueño Americano".
—Phil de Sudamérica… ¿te gustaría ganarte un dinero extra? —pregunté directamente.
—¿Necesita alguien que limpie su piscina? —preguntó con un tono irónico.
—No, Phil. Soy pintora, y necesito a alguien como tú… que pose para mí.
Me reí cuando vi que el hombre casi pierde el equilibrio al borde del agua. Al parecer le sorprendió mi propuesta.
En ese momento sonó el teléfono, ambos miramos hacia la casa.
Phil se disculpó y pidió permiso para contestar la llamada, no lo perdí de vista mientras caminaba al costado de la piscina hacia una mesa en la galería donde estaba apoyado un teléfono inalámbrico.
¡Mierda! Parecía un modelo profesional. Hasta su andar era perfecto.
Se paseó con el teléfono en el oído, aparentemente respondiendo preguntas del propietario de la casa, pude captar algunas palabras en español. Gesticuló y se movió de un lado y otro de la galería y mis ojos no podían dejar de mirarlo. Sus músculos se tensaban al caminar, por suerte no eran exagerados, tenía la exacta tonificación que a mí me gustaba, su piel olivácea y bronceada se veía suave cubierta de un ligero vello oscuro en el pecho y las piernas.
Tragué saliva y mojé mis labios, ansiosa por saber su respuesta.
Cuando caminó de vuelta hacia mí, lo hizo poniéndose una remera, al parecer el hombre era pudoroso. Sonreí traviesa.
—¿Te cubres a propósito, Phil? —pregunté curiosa cuando se sentó en otra reposera frente a mí.
—Usted me pone nervioso, señora de apellido raro —confesó sonriendo. No le creí, quizás solo deseaba hacerse rogar.
—Soy una profesional, si quiero ver tu cuerpo es solo porque me interesa pintarlo. Te iba a pedir que te desnudaras… y tú haces exactamente lo inverso.
Observé su expresión, su cara era realmente un poema. Reí a carcajadas.
—Yo… yo no tengo —balbuceó nervioso—, eh… vergüenza de mi cuerpo ni de desnudarme, pero su actitud es sorprendente. No sabe nada de mí… podría ser un ladrón, o un violador.
—Pero no lo eres… ¿no, Phil?
—Por supuesto que no.
—Bien, mi propuesta es la siguiente…
Y le expliqué en pocas palabras dónde quedaba la galería, cuántos días lo necesitaría, en qué horarios y cuánto le pagaría, básicamente era el mismo acuerdo al que había llegado con el otro modelo.
—No puedo ir hasta Rodeo Drive todos los días, olvídelo —respondió categórico.
—Yo puedo pintar en cualquier lado —le dije para evitar las excusas—, y a cualquier hora. Si estás de acuerdo con la propuesta, podemos empezar el lunes a la tarde, alrededor de las 16:00 hs. en mi casa, me da igual… solo tendré que cambiar un poco mis horarios.
—Déjeme pensarlo —solicitó.
Me levanté, se levantó.
—No hay problema. ¿Puedes girarte?
Se volteó y puso ambas manos en su cintura. Subí su remera y bajé un poco la pretina de su short de baño, vi la diferencia de color que había entre su espalda y su hermoso trasero.
—Si aceptas, tenemos que solucionar esta disparidad de tonos.
—¿Y qué importancia tiene si usted puede ponerle a mi trasero el mismo color que el resto de mi cuerpo en sus pinturas? —preguntó volteando la cara.
—Me gusta la perfección, Phil —respondí soltando su pretina, noté que se tensó—. Me inspiro con ella, tú tienes un físico hermoso, pero necesito que tu bronceado sea parejo. Mañana tengo una agenda muy complicada, pero ve a mi casa el sábado al mediodía con tu respuesta. Si aceptas, podrás subir a mi azotea a tomar sol, con una hora de frente y otra de espaldas durante un par de días creo que podrás emparejarlo este fin de semana si tapamos el resto de tu cuerpo.
Le di una nalgada y sonreí cuando se sobresaltó.
—Te espero y confío en que aceptes —dije ya bajando las escaleras, sin mirarlo.
Unos veinte metros después, cuando volteé ligeramente la cara saludando a un vecino, me fijé que seguía observándome.
Me saqué la sudadera y meneé mis caderas.
¿Por qué no? Yo también tenía un buen culo.


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2 comentarios:

Carolina Ortigosa dijo...

La protagonista es una descarada, y eso me gusta mucho! Las mujeres con carácter que saben lo que quieren, cada vez me gusta más esta chica :)

Unknown dijo...

Terminé de leerlo, quiero más!!!! cuando saldrá el #2?
Quiero mas de ese Sudamericano!!!

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