Serena - Capítulo 08

sábado, 29 de enero de 2011

¿Por qué tenía que ser tan intuitivo?
¿Por qué simplemente no se dejaba llevar por el momento?
Serena suspiró.
Él se acomodó de costado, para no aplastarla, y la retuvo en sus brazos, muy cerca.
—A éste paso, la situación puede escaparse de nuestras manos, preciosa. Yo no quiero simplemente una rápida unión en el sofá de la sala antes de cenar, a las apuradas. Quiero tenerte desnuda en mis brazos, contemplarte, recorrer cada parte de tu cuerpo con mis labios, hacerte vibrar. Quiero todo de ti… ¿lo entiendes?
—Ohhh… ¿Desnuda? —¡Santo cielo! ¿Había hecho la pregunta en voz alta? No podía parecer más tonta e ingenua.
Él sonrió.
—¿Nunca te desnudaste ante un hombre, Serena? —Ella negó con la cabeza. A él no le sorprendió la respuesta—. Me alegro, cariño, tendré el placer de ser el primero en verte, pero… ¿cómo te quedaste embarazada? ¿Fue un rápido apareamiento furtivo en la despensa de tu casa o qué?
Ella se puso roja de la vergüenza.
Él se dio cuenta de que si no había acertado, estaba muy cerca de la verdad.
—Estuve casada, Arturo… ¿por qué dices eso?
—Serena, soy una persona muy comprensiva y paciente, pero no me tomes por tonto. —Se incorporó un poco, sosteniendo su cabeza con una mano y el codo sobre el sofá, la miró fijamente—. Yo conocía a tu marido, era su médico ¿recuerdas? Él nunca pudo haberte tocado.
Ella lo tomó de las solapas de su traje y hundió la cara en su torso, avergonzada.
—Lo sabías —Dijo contra su pecho, fue más una afirmación que una pregunta.
—Siempre lo supe, cariño, ya sabía que estabas esperando un bebé antes de casarte, me preguntaste si una mujer embarazada podía cuidar a Teresa cuando enfermó de sarampión, ¿recuerdas? Y Cati nació seis meses después de tu boda —Le acarició suavemente el pelo—. No te avergüences, no estoy juzgándote. Todo lo contrario, siempre admiré tu valor y todo lo que tuviste que haber pasado, aunque nunca me lo hayas contado. Espero que algún día confíes en mí como para hacerlo.
—Yo… yo confío en ti, Arturo.
—No lo suficiente todavía, me gustaría…
Tocaron a la puerta, anunciando la cena.
Ella suspiró y se incorporó.
—Ya vamos, Almada, —dijo asustada.
—Continuaremos esta conversación, cariño. —Aseguró él, y le dio un breve pero apasionado beso en los labios, levantándose luego del sofá y ayudándola a incorporarse.
Joselo había llegado y los esperaba en el comedor.
—Hola querido hermano, —saludó Serena—. El doctor Vega cenará con nosotros. Ha venido a ver como estaba.
—Hola hermanita, —respondió Joselo y le dio un beso en la mejilla—. Doctor Vega, un placer verlo. —Se dieron un fuerte apretón de manos.
—Por favor, puede llamarme Arturo. Estoy un poco cansado que todo el mundo sea tan formal conmigo.
—Será un placer, Arturo. Mis amigos me llaman Joselo.
La cena se llevó a cabo sin contratiempos. Conversación ligera, un buen vino, anécdotas divertidas y también temas más serios.
Joselo enarcó las cejas varias veces durante la cena, al ver la camaradería e intimidad con que se trataban Arturo y Serena.
¿En qué momento había ocurrido eso que él no se había dado cuenta? Tenía que hablar con su hermana al respecto, luego.
Le gustaba el doctor, era un buen hombre, pero Serena, a pesar de lo que ella creyera, era demasiado inocente y crédula, y el médico era bastante mayor para ella. No quería que vuelva a cometer los mismos errores del pasado. Ya no había un "Sebastián Vial" que la salve del escándalo esta vez.
Apenas se levantaron de la mesa, Arturo dijo:
—Prometí a "la peque" que iría a darle las buenas noches antes de irme, Serena. ¿Crees que ya estará acostada?
—Sí, es su horario. —respondió ella—. Te acompañaré.
—Con tu permiso, Joselo —dijo Arturo educadamente.
—Adelante. —Joselo frunció el ceño: "la peque". Más intimidades—. Yo estaré en mi despacho, Serena. Me gustaría hablar contigo más tarde.
—Sí, hermano. —Respondió ella, avanzando hacia las escaleras.
—Mmmm, ¿crees que quiera darme un sermón? —Preguntó Serena sonriendo pícaramente mientras subían.
—Es lo más probable. Creo que lo sorprendimos, —contestó Arturo, visiblemente contento de que Serena no haya mantenido la farsa de la conversación educada y formal frente a su hermano—. ¿Te gustaría que hable con él?
Ella se paró en el rellano de las escaleras y lo miró. Él estaba un escalón más abajo. Sus ojos estaban a la misma altura.
—¿Sobre qué? —Preguntó asustada.
—Sobre tu y yo, sobre mis intenciones para contigo.
—No soy una niña, Joselo. No necesito que libres mis batallas.
—Preciosa, ésta no es tu batalla, es la nuestra. —Se acercó y le dio un ligero beso en los labios—. Y es lo que corresponde, él es quién está a cargo de esta casa. Tengo que pedirle permiso para cortejarte abiertamente, tiene que saber que mis intenciones son honorables.
—Es ridículo. Soy una mujer adulta, una viuda con una hija, ¡no necesito permiso de mi hermano! —Dio media vuelta y malhumorada, subió el resto de los escalones casi corriendo.
Él sonrió.


—¿Querías hablar conmigo, hermano?
—Sí, Serena. Siéntate. ¿Ya se retiró el doctor?
—Acaba de irse, luego de despedirse de Cati, dejó saludos para ti y agradecimientos por la cena.
—Bien. Iré al grano, hermanita. No quiero ser entrometido, pero me preocupas. ¿Puedes explicarme qué es lo que hay entre ustedes? ¿Qué es toda esa familiaridad con la que te trató en la cena?
—Antes que nada quiero que sepas que él hace mucho tiempo quiere hablar contigo al respecto, pero yo no dejo que lo haga. Él quiere cortejarme, Joselo, quiere hacer las cosas correctamente —Serena se ruborizó—. ¡Ay, hermano! Yo no sé lo que siento por él. Me gusta, es un hombre increíble, bueno, honorable. Pero ya me conoces, yo… yo ya no puedo confiar en nadie, es como si hubiera quedado vacía de sentimientos, totalmente seca.
Joselo dio la vuelta a su escritorio, se arrodilló ante ella y le tomó las manos entre las suyas.
—Bueno, me alegra saber que sus intenciones son honorables. —El alivio de Joselo era evidente—. Eso me tranquiliza, es todo lo que necesitaba saber. Me gusta el doctor Vega. Dale una oportunidad, Serena. Tienes mi aprobación.
—Ahora no puedo, Joselo. ¿Sabes por qué me desmayé ayer? —Hablar con sus amigas hizo que ahora la confesión a su hermano fuera más fácil. Tenía que contárselo.
Se sentaron en el sofá del despacho y lo hizo. Le contó a grandes rasgos cómo conoció a Eduardo, la relación que tuvieron, su desaparición posterior, la historia que se había enterado sobre su boda y su viudez, el encuentro de ayer y la conversación que tuvo con Daniel.
—¡Dios Santo, hermanita! Con razón te desmayaste de la impresión.
—No sé qué hacer, Joselo. Si él llega a enterarse de la existencia de Cati, tendré que decirle la verdad. No por mi ni por él, sino por Cati. Ella merece conocer a su padre, yo no tengo ningún derecho a privarle de eso.
—Es él quien no tiene ningún derecho sobre ella, Serena —dijo Joselo evidentemente molesto—. Sebastián es su padre legal. Yo soy su tutor, y no voy a permitir que ese desgraciado irresponsable se acerque a ella ni a dos metros. No tiene forma de probar su paternidad ni modo alguno de reclamarla.
—Lo sé, Joselo… pero no es una cuestión legal. Estamos hablando de su identidad. Él es su verdadero padre, y Cati merece saberlo algún día.
—Tú lo has dicho: "Algún día". Cuando sea mayor, cuando pueda discernir lo bueno de lo malo y las implicaciones que todo esto puede acarrear. Mientras tanto, somos nosotros quienes decidiremos por ella.
—¿Y si Cati cuando sea grande me culpa por separarla de su verdadero padre? ¿Por no permitirle que forme parte de su vida?
—Ella entenderá que hicimos lo que era correcto, Serena. No podemos someter a nuestra familia a semejante escándalo. Sebastián fue y será siempre el padre de Cati. Esa decisión se tomó debido a que este "supuesto conde" no asumió las consecuencias de sus actos irresponsables. No merece llamarse "de la nobleza". Su actuación no fue la de un caballero.
—Él nunca lo supo, Joselo.
—Pues debería haberse quedado a confirmarlo antes de desparecer y hacer su vida al margen de tu desgracia. Un caballero no toma la inocencia de una jovencita crédula y la deja tirada a su suerte. Puedes echarme toda la culpa a mí, pero ese hombre no pisará nunca nuestra casa. ¿Lo entendiste? No voy a permitirlo, Serena.
—Sí, hermano. —Contestó Serena, aunque no estaba muy convencida de la decisión.


Las tres amigas fueron al parque a pasar la tarde. Las niñas corrían y jugaban entre ellas, felices, bajo las atentas miradas de sus madres y niñeras, que corrían tras de ellas para evitar que se caigan.
Estaban sentadas en un banco, conversando para variar.
Ya habían pasado dos semanas desde que Serena vio a Eduardo, y no supo de él. No se presentó ni dio señales de vida.
Teresa podía saber algo, ya que Daniel atendía sus negocios en el banco, pero no le dijo nada ni ella tampoco preguntó. No se hablaba del tema.
Serena estaba más tranquila.
—¿Qué tal tu relación con Arturo, Sere? —Preguntó Anna.
—Igual que siempre. Nos vemos muy poco, máximo dos veces por semana, a veces solo una vez. Es demasiado paciente, creo que en cualquier momento se cansará de mí.
—Y tú… ¿cómo te sientes visualizando eso? —Quiso saber Teresa.
—No lo sé, nunca me lo he cuestionado. —Serena se quedó pensativa.
—¿Dónde pasarán la semana santa, chicas? —Anna cambió de tema.
—Contigo en "La esperanza" —Dijo Teresa riéndose a carcajadas, porque todavía no había sido invitada.
Todas rieron de su ocurrencia.
—Joselo, Cati y yo también iremos, nuestros padres no nos perdonarán si pasamos otra Pascua lejos. Vamos tan poco a visitarlos, que siempre nos reclaman —dijo Serena.
—¡Maravilloso! Estaremos todos juntos. —Anna se quedó pensando y continuó—: Sere, ¿puedo invitar a Arturo? Sería una buena compañía para ti. Todavía hay tiempo para que pueda organizar la clínica y sus pacientes.
Serena frunció el ceño.
—Sere, piénsalo —dijo Teresa, al ver que dudaba—. Sería un buen momento para conocerlo mejor, estar varios días en su compañía, para variar.
Serena sonrió. Era evidente lo que sus amigas querían lograr.
—Si me autorizas, yo misma lo invitaré, Anna. Pero tendrá que quedarse en tu casa, la casa de mis padres estará llena. Mi hermano mayor seguro irá con su señora y sus hijos también.
—¡Por supuesto! En "La esperanza" hay lugar de sobra. —Contestó Anna.
Y se pusieron a organizar el viaje, contentas de tener la posibilidad de pasar cinco días juntas en un lugar que les traía tan hermosos recuerdos de su niñez y adolescencia.
De repente, una sombra se cernió sobre ellas. Las tres levantaron la vista.
—Buenas tardes, señoras. Un placer saludarlas.
Serena se quedó pálida.
Eduardo estaba frente a ellas.
Continuará...

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