Cántame... una canción de amor (Capítulo 03)

viernes, 4 de septiembre de 2015

CANCIÓN 03

Lucía

El día siguiente amaneció fabuloso.
Nos habíamos despertado temprano, y aunque nuestros relojes internos nos indicasen que ya era cerca del mediodía, en California no eran más de las ocho de la mañana. Estaba famélica.
Karen entró a la habitación que yo compartía con mi madre y me invitó:
—¿Qué tal un paseo por la playa?
—¿Hace frío? —pregunté curiosa, para saber cómo vestir a Jamie.
—No. Se supone que estamos en la más cruda etapa del invierno norteamericano pero hace más de 16 grados, es un día increíble. Mateo y Lucas ya están jugando fútbol en la playa con Orlando.
—Perfecto, termino de vestir a mi precioso —le hice cosquillitas en la pancita, el rio feliz—, desayunamos y podemos salir a pasear.
—Pasaremos por la casa de Geral y Phil para ver si ya despertaron —le dio un beso en la frente a mi bebé—, los espero abajo.
Asentí y abrigué a Jamie.
Mami, tete —me pidió con impaciencia, quería su leche.
—¡Claro! Arriba, campeón —le dije. Él me extendió sus bracitos, sonriendo.
Mamá ya estaba en la cocina preparando el desayuno. Por suerte Phil había llenado la heladera, así que no teníamos que ir al supermercado, por lo menos por unos días.
—¿A qué hora llega Alice? —pregunté sentándome en el desayunador para darle el desayuno a Jamie.
Mi hermana venía de Utah con su marido Peter y la pequeña Sheyla de 20 meses. Estábamos llenos de bebés en nuestra familia, al parecer todos nos habíamos divertido casi al mismo tiempo. Maurice tenía 19 meses y Jamie 15.
Habíamos dejado vacía la habitación de planta baja para ellos. Los tres dormitorios de planta alta los ocupábamos: mamá y yo, Karen y su marido, y el último todos los niños, incluyendo a Jamie, porque había varias camas cuchetas y una cuna, que probablemente tuviera que compartir con su prima.
Era la primera vez en años que esa casa estaba tan llena.
—Me imagino que habrán salido bien temprano, así que llegarán cerca del mediodía— contestó mi madre, y me sirvió gofres.
Gozamos de una preciosa mañana al aire libre.
La primera vez que pasamos frente a la casa de Geral y Phil un taciturno guardaespaldas nos informó que todavía no habían bajado de los dormitorios, así que seguimos caminando. Cuando volvimos de nuestro paseo una hora después, la familia entera estaba desayunando.
Disfrutamos del encuentro entre los dos primitos. Los sentamos en la alfombra de la sala con algunos juguetes, y fue fantástico verlos reconocerse, tocarse las caritas y balbucear incoherencias entre ellos, como si de verdad tuvieran una conversación de adultos. Eso duró exactamente cinco minutos, porque a continuación empezaron a pelear y a lloriquear por un dinosaurio que los dos querían.
Yo estaba deleitándome con mi princesa, hacía meses que no la veía. Nos sentamos en el sofá frente a los niños, ella en mi regazo, y abrazadas conversamos sobre todo lo que había hecho. Paloma iba a un colegio especial en California, para estudiantes con "altas capacidades", era algo así como una niña genio. Inteligentísima.
Phil tuvo que intervenir en la segunda pelea entre los dos bebés. Se sentó en la alfombra con ellos y con dulzura, palabras simples y suaves los regañó por pelear. Jamie lo miraba con sus ojazos pardos abiertos como platos, ya que no estaba acostumbrado a la autoridad masculina. Maurice al instante se subió a su regazo.
Tento, papi —se disculpó.
Aparentemente Jamie no quiso quedarse atrás.
Papi —anunció él también y se subió a la otra pierna de mi hermano, quién lo acogió con ternura y lo llenó de besos.
Me paralicé. Nunca, nunca antes había dicho esa palabra.
¡Papi mííío! —se enojó Maurice.
—Vamos, Mauri… no seas malo con tu primo —lo regañó Phil—. Papi tiene un corazón muy grande —le dio un beso ruidoso en su cuello—, y los ama a tooooodos por igual —anunció besando de la misma forma a Jamie, que rio feliz.
¡Papi! —anunció de nuevo mi bebé abrazando a mi hermano.
De repente toda la atención estaba fija en mí. Llevé mi mano a la boca. Sentía que mis ojos me pesaban, que estaba a punto de llorar, pero yo no hacía eso, no lloraba frente a mi familia… nunca. Me levanté, y disimuladamente salí a la galería. Si alguien se dio cuenta, no dijo nada… ni siquiera me siguieron, menos mal.
Caminé hacia la piscina, y lagrimeando me apoyé en la barandilla de madera mirando hacia el horizonte. Suspiré, pensando en que tenía que idear una historia verosímil que contarle a mi niño sobre su padre, quizás pronto empezaría a hacer preguntas… y yo aún no tenía respuestas.
Un ruido llamó mi atención al costado.
Miré hacia la casa del vecino y vi salir a un hombre al balcón, solo vestía un bóxer blanco de algodón ajustado al cuerpo. Me quedé muda e inmóvil.
¡Por Dios, era Jared! ¿Jared era vecino de Phil?
Ni siquiera me di cuenta que lo miraba embobada, se desperezó sin pudor alguno y bostezó. Luego miró su reloj y abrió enormemente sus ojos, al parecer asustado por la hora. Sin percatarse de mi presencia, volvió a entrar a la habitación corriendo y lo perdí de vista.
Recién ahí pude reaccionar, pero en vez de entrar a la casa caminé apresurada hacia la escalera que daba a la playa y me senté allí. Estaba demasiado alterada como para ver a mi familia en ese momento. Mi hijo acababa de llamar «papi» a mi hermano y el «papi» de mi hijo hizo su aparición segundos después como por arte de magia… ¿no era eso algún tipo de advertencia del destino?
Cerré mis ojos, y como la idiota que era, volví a recordarlo desperezándose en el balcón, con su tatuaje moviéndose junto con los músculos de su pecho, en perfecta sincronía. ¡Oh, Santo Cielo! Tenía un físico perfecto. Era alto y delgado, pero totalmente esculpido, como si fuera de mármol. Esa imagen se mezcló de repente con otras del pasado, y por primera vez desde nuestro encuentro hacía dos años, me permití rememorar lo que había pasado:

«No me beses», empecé con exigencias. Frunció el ceño.
«Fóllame duro y rápido», seguí con mis exigencias. Al parecer esta última le había gustado. Me levantó del piso y salió del ascensor riendo y casi embistiendo a una pareja que iba a entrar. Si no hubiera estado tan nerviosa, habría incluso disfrutado de su apuro.
—Hola, Hetera —saludó al entrar a la habitación—. ¿Estás lista?
—Ho-hola… —balbuceé— lista y…
No me dejó continuar, simplemente me tomó en sus brazos, cerró la puerta con uno de sus pies y me empujó contra ella. Me aferré a sus hombros con las mismas ansias y correspondí a su pasión, metiendo una de mis manos entre las suaves hebras de su pelo y con la otra le acariciaba la espalda sobre la camisa.
Él levantó mi falda y bajó mis bragas, hundiendo sus dedos dentro de mi calor, uno, luego otro, sacando y metiendo, excitándome, comprobando que estuviera preparada.
—Ay nena, estás tan mojada y caliente. Déjame tomarte ahora.
—Por favor, hazlo… no puedo aguantar más —mentí.
¿Iba a ser tan fácil? Apuro = olvido = no condón. Sonreí feliz.
No necesité pedírselo dos veces, sacó su duro miembro y se introdujo en mí con un solo movimiento rápido y certero. Entonces empujó profundamente sin que en ningún momento sus manos dejaran de tocar mis pliegues. Yo grité contra su cuello mientras un profundo gemido escapaba de él.
Me tenía atrapada contra la puerta de acceso, y nos movíamos al unísono, levanté una de mis piernas para darle mayor acceso y lo apreté contra mí con el talón, mientras metía las manos dentro de su camisa, acariciaba la piel de su espalda y lo arañaba con mis uñas.
La lengua de él recorría mi cuello y mi oreja, sus dientes me mordisqueaban y sus manos se movían apretando, acariciando mis pechos sobre el vestido y alrededor de mi cintura. Me arqueé contra él, había logrado que incluso mis muslos se mojaran. ¿Cómo lo hizo? Negué con la cabeza, porque las sensaciones eran extrañas para mí. Él empujó hacia arriba, y yo gemí cuando me elevó contra la puerta. El pulso palpitante entre mis piernas se intensificó, ahogándose con el latido de mi corazón.
¿Qué mierda ocurría?
Sus ojos me miraron sonrientes, y ardieron en los míos, él empujó otra vez, acariciando con sus dedos mi pequeño capullo de nervios. Mi cuerpo entero comenzó a sacudirse y abrirse. Sentí que todo dentro de mí iba a romperse.
Me asusté.

—¿Estás bien, cielo?
—¡Oh! —me sobresalté y casi me resbalé del escalón donde estaba sentada—. Aníbal, me asustaste —lo regañé.
Suspiré y cerré mis ojos, porque todavía estaba excitada solo con recordar esa noche hacía dos años. Mi amigo se sentó a mi lado y me abrazó, apoyé la cabeza en su hombro y volví a suspirar.
Aníbal era el mejor amigo de Phil, y siempre fue mío también, incluso cuando éramos niños. Pero desde que mi hermano se había trasladado a los Estados Unidos a vivir y él se hizo cargo de suplirlo en la agro-ganadera fuimos estrechando aún más nuestra amistad, hasta llegar al punto de ser la única persona a la que permitía ciertas libertades como opinar sobre mis decisiones –aunque no le hiciera caso– o… tocarme.
—¿Te sorprendió, no?
—¿Qu-quién? —balbuceé, creyendo que hablaba de Jared.
—Jamie, al decirle «papi» a Phil.
—Mmmm, en teoría debería estar preparada, pero sí… me tomó de sorpresa —él besó mi pelo, cerca de mi frente—. No sé qué voy a hacer el día que tenga que enfrentarme a sus preguntas.
—Ya sabes mi parecer al respecto.
Sí, lo sabía… él quería que le contara la verdad, incluso al donador de esperma.
Su opinión era importante para mí, porque era el único amigo varón que tenía. Pero no estaba de acuerdo, así que me levanté de un salto y caminé hacia la casa. Me volteé para ver si me seguía y no reconocí la expresión de su mirada. ¿Acaso era… reproche? ¿Crítica?
Me encogí de hombros. Como siempre, no tomaba en cuenta la opinión de los demás, así que… ¡que se fuera al infierno!
Yo sabía lo que tenía que hacer.
Meta a corto y largo plazo: evitar la casa de Geral y Phil, en lo posible.

*****

Jared

¡Oh, por Dios! Caroline era divertidísima.
Luego de una espectacular cena temprana en casa, preparada por ella, la llevé a una fiesta en la casa de un amigo. Una de esas reuniones llenas de glamour y sofisticación, repleta de estrellas de Hollywood y otros rostros anónimos pero con tanta influencia y poder, que uno solo de sus movimientos o palabras podían hundir a más de un ilustre astro del firmamento hasta convertirlo en… estrellado.
¿Y qué hizo ella? Los tuvo comiendo de su mano toda la noche… con su gracia, simpatía y desenfado.
Podía haber llevado a Caroline a la casa de Geral, ellos festejaban lo que Phil llamaba la "Nochebuena", al parecer era una costumbre sudamericana cenar esperando la medianoche. Incluso creo que uno de ellos se disfrazaba de Papá Noel para entregarles los regalos a los niños. Preferí dejar que los Logiudice disfrutaran de su intimidad.
La verdad, me hubiera gustado estar allí, la calidez de esa familia me hacía sentir bien, como si fuera uno de ellos. Pero yo tenía un efecto negativo en Lucía –no sabía el motivo–, y no quería incomodarla, no cuando era tan poco lo que se veían, dos o tres veces al año.
—Jared… estoy cansada —dijo mi madre en mi oído—. Si deseas quedarte yo tomaré un taxi.
—Pensé que te estabas divirtiendo —retruqué abrazándola.
—Claro que sí, cariño… pero fue un día agotador —me miró sonriente—, ya no tengo tu edad, dame un respiro —acarició mi mejilla.
—Te llevo, Caroline…
—No hace falt….
—Te llevo y punto —la interrumpí mirándola muy serio.
Bien. Se calló. Menos mal, me conocía.
Hicimos en trayecto desde Hollywood Hills hasta Malibú casi en silencio, escuchando la suave melodía de Queens de fondo. Primero nos reímos del despiste de muchos, que creyeron que ella y yo éramos pareja y comentamos que no sería la primera vez que sacaran una foto nuestra en los periódicos o revistas publicando estupideces como: «La nueva conquista "antigua" de Jared Moore», o… «¿A Jared Moore le gustan las maduritas?». Luego Caroline bostezó y se quedó callada, entramos al garaje con ella cabeceando de sueño.
Vi al llegar a mi casa que la de Geral y Phil estaba todavía completamente iluminada. Uno de sus mastodontes estaba en la puerta, y suponía que el otro en la terraza, esperaba que no me prohibiera la entrada, porque iría a saludarlos.
Despedí a mi somnolienta madre con un beso y salí a la calle, sentía mi corazón latir descontrolado al acercarme. ¿Por qué? No tenía idea, pero una imagen apareció en mi subconsciente: Lucía. Cuando llegué a la puerta de entrada vi que era Enzo el que estaba allí. Todo bien, era el guardaespaldas más accesible. Lo saludé, le deseé feliz Navidad y entré.
Geraldine –que estaba sentada en una butaca del desayunador al lado de Phil– pegó un gritito, se levantó y corrió hacia mí cuando me vio. La recibí gustoso en mis brazos, se colgó de mi cuello y me abrazó, riendo le di una vuelta entera y la bajé al piso.
—¡Feliz Nochebuena, mi pelirroja!
Y empecé a saludar a todos, la familia en pleno estaba allí, menos los niños, supuse que ya habían ido todos a dormir. Algunos de los adultos estaban sentados en la sala, otros en la galería y los demás conversando en la terraza. Fruncí el ceño. La que estaba en la terraza era Lucía, muy cerca de… de… enfoqué la vista para ver bien… ¿Aníbal? ¿Era él quién la estaba abrazando?
Lo admito, verla tan cerca de otro hombre aunque fuera su supuesto "casi hermano" me cayó mal, muy mal. ¿Por qué? No reconocí el sentimiento y tampoco quería hacerme esas preguntas, porque nada referente a ella tenía coherencia para mí. Era una harpía, insoportable, desagradable, con un pésimo carácter. La antítesis de lo que a mí me gustaba en una mujer, sin embargo… me atraía como una flor a una abeja.
Resistí la tentación de acercarme a ella.
Después de saludar a Geral, a Phil, a Karen y su esposo Orlando continué hacia la sala para hacer lo mismo con la madre de mi tormento.
—¡Stella! Que gusto verte… —la abracé fuerte y le llené de besos. Adoraba a la mamá de Phil, era una mujer madura, hermosa, de carácter fuerte pero a la vez amorosa. Una madre moderna que supo educar a sus hijos. La había conocido dos años atrás cuando fui de gira a su país. Y nos habíamos visto un par de veces más aquí en California cuando vino a visitar a sus hijos y nietos.
Su hija menor, Alice, estaba con ella junto a su esposo Peter. También los saludé a ambos y me senté al lado de ella para conversar.
—¿Cómo estás, cariño? —preguntó acariciándome la mejilla— ¿Cómo te trata la música? ¿Siempre triunfador?
—Eso espero —y sonreí—, te mandé unos discos compactos... ¿los escuchaste?
—¡Ahhh, claro que sí! Me sé las letras de memoria… ¿quieres que te las cante? —y empezó a tararear La muchacha de ojos grises, una de las melodías, la que le había hecho a Geral hacía unos años. Era una de las más lentas que tenía y la preferida de las mujeres.
Todos reímos a carcajadas.
—Mi madre está aquí, Stella… —le conté— mañana te la presentaré. Bueno, hoy —dije mirando mi reloj. Ya era más de las una de la madrugada—, cuando se despierte. Estaba muy cansada por el viaje, y además la llevé a una fiesta. Así que… se fue a la cama apenas llegamos.
—¡Ah, qué bueno! Geral habla maravillas de ella… me encantaría conocerla.
—Estoy seguro que se llevarán muy bien.
Y seguimos conversando entre todos. Geral se acercó en ese momento y se sentó a mi lado, la abracé también a ella y empezamos a bromear.
Pero mis ojos se disparaban a cada rato hacia la terraza. ¡Idiota! Lucía seguía allí conversando íntimamente con Aníbal. Al parecer no me había visto todavía. Suspiré al verla tan relajada, incluso sonriente. ¿Por qué no podía conseguir que se sintiera así conmigo? Yo era un tipo alegre, simpático, las mujeres por lo general caían rendidas a mis pies.
Menos ella. Mierda.
En ese momento mandó su cabeza hacia atrás y rio a carcajadas. Observé embobado su cuello de cisne y recordé otro momento y otro lugar en el cuál ella hizo lo mismo, aunque sin reír.

Yo la tenía apretada entre mi cuerpo y la puerta de acceso a la habitación del hotel, envolviéndola con uno de mis brazos en su cintura y con la otra mano acariciaba su clítoris mientras mi polla entraba y salía de ella a un ritmo frenético. Una de sus piernas me envolvía, apretándome las nalgas sobre el pantalón.
—¡Oh, Jared… sí, sí…! —y envió su cabeza hacia atrás.
Vi su precioso cuello rogándome que la besara y no pude resistirlo, pasé mi lengua a lo largo y la llevé hasta su oreja, mordí su lóbulo y respiré en ella, susurrándole suaves palabras al oído.
—Eres tan hermosa, tan cálida, tan apretada. Córrete para mí, quiero verte. Necesito tu placer, que será el mío.
En ese momento me miró confundida y gimió, se balanceó, tembló e hizo todo lo correcto, menos lo que realmente debía hacer.
¿Acaso pensaba que yo era un idiota?

Alguien me sacudió. Me sobresalté.
—¡Jared! Estás en la luna —dijo Geral riendo y volteó a observar hacia donde yo aparentemente estaba mirando. Frunció el ceño.
—Lo siento… —carraspeé— ¿qué decías, pelirroja?
Vi que Lucía también nos miró desde la terraza. Parecía sorprendida. Aníbal también volteó hacia donde estábamos y sonrió, le dijo algo a su amiga, ella negó y lo empujó, como mandándolo hacia donde yo estaba.
Mientras Aníbal se acercaba, me levanté del sofá para saludarlo.
Nos dimos un gran abrazo, el mejor amigo de Phil me caía muy bien. Habíamos viajado juntos dos años atrás y varias veces se coló conmigo en alguna fiesta que me invitaron durante la gira, él estaba con su novia de turno y yo solo. Geraldine y Phil cuidaban a Paloma, así que no podían salir con nosotros, pero recuerdo una o dos locuras que llegamos a hacer juntos, incluso compartir a su amiga colorida, que si mal no recuerdo se llamaba, mmmm…
—¿Qué tal, amigo? ¿Y… eh, Macarena? —menos mal que recordé su nombre.
—Bien, todo bien. Maca también, aunque jugando a "tener novio" —lo enfatizó con los dedos—, nos vemos menos que antes… ¿y tú?
Seguimos conversando mientras yo no perdía de vista a Lucía. La vi caminar disimuladamente hacia Phil que había salido a la terraza y decirle algo al oído. Su hermano lo negó, ella se resistió ceñuda, le puso las manos en los hombros y lo hizo sentarse en el sofá de la galería. ¡Oh, esa mujer sí tenía carácter!
Se acercó hacia la baranda de madera del lado opuesto a donde anteriormente estaba y le pidió fuego al guardaespaldas. Encendió un cigarrillo y se alejó de él.
La gente a mi alrededor hablaba… ¡quién sabe de qué! Yo solo sonreía sin escuchar, asentía como idiota y no dejaba de mirar de soslayo a esa diosa vestida con jeans ajustados que avanzaba despacio hacia las escaleras.
Aunque disimuladamente… ¡se iba!
Tardó unos diez minutos –lo que le duró el cigarrillo– para decidirse a bajar las escaleras. Y la perdí de vista.
Me excusé rápidamente con todos alegando cansancio, le prometí a Geral pasar al día siguiente para darles los regalos a la princesa y a mi ahijado, y prácticamente corrí hacia la playa.
Eran 200 metros hasta su casa, así que no debía estar lejos.
Bajé las escaleras tan rápidamente que casi tropecé, por suerte eran los últimos escalones, salté, me arrodillé y me así de la baranda. Al instante me puse de pie y la seguí.
¡Oh, mierda… yo y mi ceguera nocturna!
No veía un carajo.

Continuará...

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