Cántame... una canción de amor (Capítulo 05)

miércoles, 9 de septiembre de 2015

CANCIÓN 05

Lucía

Estaba paralizada. Mis piernas temblaban y recé para no desplomarme contra el suelo por culpa de las plataformas que llevaba. Nada me podía haber preparado para lo que acababa de pasar. Jared Moore me había besado… de nuevo. Bueno, no solo me había besado sino que me había arrastrado literalmente hasta el hall de acceso y me había arrollado allí mismo.
Los labios aún me hormigueaban debido a la sensual invasión. Me los acaricié apoyándome contra la puerta. Estaba mareada. Completamente borracha. Era como estar totalmente intoxicada. Colocada. Y no había bebido tanto, por lo que supe perfectamente bien que no estaba reaccionando al alcohol. Era a ÉL, simple y llanamente. Ese hombre era letal para mis sentidos.
¡Oh, por Dios! Le di un rodillazo… ¡en donde más podía dolerle! Me llevé las manos a la cabeza, ¿por qué había hecho eso? ¿Qué mierda estaba mal en mí? Podía simplemente haber entrado y dejarlo plantado. No tenía que golpearlo.
Suspiré.
Y su aroma llenó mis sentidos de nuevo.
¿Su aroma?
Oh, maldición… todavía llevaba puesta su chaqueta de cuero. Cerré mis ojos e inhalé su perfume. Tonta, tonta… tonta. Me la saqué de un tirón y la colgué en el perchero del acceso en el mismo momento en el que sentí los ruidos que mi familia hacía al ingresar a la casa por el costado de la cocina desde el garaje.
Tambaleante aún, fui en busca de mi bebé.
Estaba durmiendo en los brazos de mi madre. Ella no dijo nada, pero mis hermanas empezaron con las preguntas: «¿Dónde estabas?», «Desapareciste, me preocupé… ¿qué te pasó?». Puse los ojos en blanco, mi mamá también porque sabía que no les respondería. Levanté a Jamie, le agradecí y las dejé con las preguntas en el aire.
Cambié dormido a mi niño y lo acosté. Por suerte Alice había traído un corralito desarmable para acostar a Shirley a su lado, así que Jamie tenía la cuna para él solo. Sus primos dormían en las camas cuchetas a su lado. Luego fui a la habitación que compartía con mi madre, ella ya estaba en la cama.
Me cambié, apagué las luces y me acosté a su lado.
Estaba hipersensible, todo parecía quemarme, incluso las suaves sábanas de algodón. No encontraba acomodo, volteé y volteé de nuevo. Luego me quedé quieta porque no quería despertar a mi madre que roncaba a mi lado.
Si no fuera tan idiota podía estar en sus brazos ahora.
¿Eh? ¿Es que estaba loca? No debía pensar en esa posibilidad, ni en mil años. Agité mi cabeza y me abracé a mí misma.
Recordé nuestro encuentro hacía casi dos años, la forma en que me miró confundido cuando fingí el orgasmo contra la puerta, me había dicho que mi placer impulsaba el suyo, y yo quería que llegara, así, sin condón… como estaba.
Era un hombre sensible, sin duda alguna, estaba pendiente de cada una de mis reacciones. Quise engañarlo, pero no fue tan fácil como con otros.

—Vete al centro de la habitación y quédate de pie, Candy —fue su orden.
Tragué saliva y respiré hondo antes de hacer lo que me decía con tanta gracia como podía, decidida a estar serena y tranquila. Y segura de sí misma. Ese hombre me deseaba y ya era hora de que le diera lo que quería para yo obtener lo que ansiaba.
Caminé con los tacones repiqueteando en el suelo de madera, lo que contrastaba con el silencio que reinaba. Cuando llegué al centro de la habitación, me giré lentamente y vi que Jared estaba dirigiéndose hacia el sillón situado al lado del sofá de cuero.
Se hundió en el asiento y cruzó las piernas en una pose informal que indicaba lo relajado que se encontraba. Deseé poder decir lo mismo de mí, pero me sentía como si estuviera en una audición y me hubiera quedado en blanco ahí de pie frente a él mientras me devoraba con la mirada.
—Desvístete para mí —dijo con una voz que hizo vibrar todo mi cuerpo.
Le devolví la mirada con los ojos abiertos como platos mientras procesaba la orden que me había dado. Ok. Haría lo que fuera para cumplir mis objetivos.
Jared arqueó una ceja.
—¿Hetera?
Y amagué con quitarme los zapatos pero él me detuvo.
—Déjate los zapatos puestos. Solo los zapatos.
Entonces llevé mis manos a los tres botones delanteros del vestido y lentamente los desabroché. A continuación, lo deslicé por mis hombros y dejé que la prenda se resbalara por mi cuerpo hasta caer al suelo, quedándome únicamente en bragas y sujetador.
A Jared se le dilataron las pupilas, noté que un hambre primitiva prendió fuego en su interior y las facciones se le volvieron toscas. Un escalofrío incontrolable recorrió mi cuerpo y se endurecieron mis pezones que ahora presionaban la sedosa tela del sujetador. El hombre era devastador y esa mirada… era como estar siendo acariciada con fuego mientras me comía con los ojos.
—¿Las bragas o el sujetador primero? —le pregunté con voz ronca.
Jared sonrió.
—Vaya, muñequita. Te gusta provocar, ¿verdad? Las bragas primero.
Metí los pulgares por debajo de la cinturilla de encaje y lentamente fui bajándolas. Intentar cubrirme con las manos para conservar el poco pudor que me quedaba era casi instintivo, pero me obligué a dejar que el pequeño trozo de tela cayera hasta el suelo; entonces di un paso hacia el lado y las retiré con la punta del zapato.
A continuación desabroché el sujetador y las copas se aflojaron, dejando que los senos quedaran casi a la vista. Mi cabello cubrió parcialmente mi rostro.
—Échate el pelo hacia atrás —murmuró Jared.
Obedecí con una mano, mientras aguantaba el sujetador sobre los pechos con la otra. Después lo bajé con cuidado y dejé que los tirantes se deslizaran por mis brazos hasta que finalmente cayeron al suelo junto a las demás prendas.
—Preciosa —dijo con aprecio, su voz baja sonó más como un gruñido.
Me quedé ahí, de pie y vulnerable mientras esperaba la siguiente orden. Estaba claro que él no tenía ninguna prisa y que gozó con la intención de saborear el momento de verme desnuda.
Instintivamente llevé los brazos hasta la cintura y de ahí hasta mis pechos.
—No, no te escondas de mí —dijo con suavidad—. Ven aquí, Hetera.
Di un paso torpe hacia delante, y luego otro, y otro hasta que estuve apenas a unos pocos centímetros delante de él.
Jared bajó la pierna que tenía cruzada y abrió las rodillas para dejar un espacio vacío entre ambos. El bulto que tenía entre las piernas y que le oprimía la cremallera de sus pantalones de cuero era bastante evidente. No obstante, alargó su mano hacia mí y me animó a acercarme.
Avancé entre sus muslos y le tomé la mano, él tiró de mí hacia delante y me hizo señas para que me subiera a su regazo. Hinqué las rodillas a ambos lados de su cuerpo encajándolas perfectamente entre él y los reposabrazos del sillón, me senté sobre sus muslos y esperé. Sentía que no podía respirar y que tenía todos los músculos tensos y agarrotados mientras intentaba anticipar cuál sería su siguiente movimiento.
Al instante me sujetó por la nuca, me atrajo hacia él y estampó su boca en la mía, a pesar de mi pedido anterior. Sentía cómo la ardiente y acelerada respiración masculina me acariciaba el rostro, y cómo su mano se enredaba en mi cabello para tenerme sujeta contra él con mucha más fuerza.
No fue suave, más bien fue una advertencia: «Aquí se hará lo que yo diga».
Y entonces me separó de él tan rápido como antes. La mano aún la seguía teniendo hundida en mi cabello, el pecho le subía y le bajaba en un intento vano de recuperar el aliento y, además, los ojos le ardían y le brillaban llenos de lujuria. Esto último era más que suficiente como para hacer que yo temblara al sentir un calor primitivo emanando de él.
—Me pregunto si te haces una idea de lo mucho que te deseo ahora mismo —murmuró.
—Yo también te deseo —susurré.
—Me tendrás, muñequita. De todas las maneras imaginables.
La promesa que denotaban sus palabras, roncas y tan pecaminosamente sugerentes, me poseyó de forma sensual y seductora.
Me soltó el pelo y posó las manos en mi vientre para poder acariciar mi cuerpo antes de llegar a mis pechos. Con los senos en las manos, se inclinó hacia delante y metió un pezón en su boca.
Gemí y me estremecí de placer bajo sus caricias. Me sujeté a los reposabrazos del sillón y eché la cabeza hacia atrás mientras él pasaba la lengua por la rugosa aureola. Alternándose entre los dos montículos que tenía aún en las manos, me provocó y jugueteó conmigo. Chupó y succionó mis pezones a la vez que los mordía con suavidad hasta conseguir que estuvieran completamente enhiestos y pidiendo más de sus caricias.
Liberó uno de mis pechos que tenía agarrados y, pasándome las puntas de los dedos por las costillas y el vientre, se desplazó hacia abajo hasta llegar finalmente a la zona entre mis piernas. Sus manos se movían con delicadeza mientras ahondaba entre los rizos bien recortados de mi entrepierna y llegaba a la sensible carne. Me rozó el clítoris con uno de sus dedos y mi cuerpo entero se tensó a modo de respuesta.
Jugueteó con la húmeda entrada con un dedo mientras acariciaba con el pulgar todas las pequeñas terminaciones nerviosas concentradas ahí. Yo me sentía desfallecer. No había venido a esto, mis planes eran otros… no, no… debía resistir, tener el control. Él me lo estaba quitando.
—Jared —susurré. El nombre sonó más como un gemido.
Bajé la cabeza lo suficiente para poder mirarlo con los ojos entrecerrados. La imagen de su boca pegada a mi pecho succionándome el pezón era excitante y erótica a la vez que solo consiguió alimentar más mi ya descontrolado deseo.
Un dedo se deslizó dentro de mí y solté otro gemido. Él presionó el pulgar con mucha más fuerza a la vez que lo movía en círculos y hundía más profundamente el otro en mi interior. Y a continuación, mordió de nuevo mi pezón.
Apoyé las manos sobre sus hombros y me agarré a él con mucha más firmeza a la vez que hincaba los dedos en su piel. No paraba de revolverme mientras el orgasmo comenzaba a formarse bajo mi piel. Era imposible quedarme quieta, el cuerpo entero lo sentía tenso y la presión se estaba concentrando en mi bajo vientre.
No lo entendía, no… ¿cómo era posible?
—Déjate llevar, Hetera —dijo Jared—. Quiero sentir cómo te corres en mi mano.
Deslizó el dedo mucho más adentro en mi cuerpo, presionando justo un punto G que no sabía que tenía. Respiré entrecortadamente mientras él seguía acariciándome el clítoris y volvía a chuparme el pezón con la boca una vez más. Cerré los ojos y grité su nombre cuando la primera oleada de placer me atravesó de forma tumultuosa y abrumadora.
—Eso es. Mi nombre, muñequita. Dilo otra vez. Quiero escucharlo.
—Jared —susurré en un suspiro.
Me arqueé con frenesí mientras él empujaba el dedo dentro de mí sin descanso, llevándome mucho más al límite. Me revolví entre sus brazos y un momento después me desplomé sobre sus hombros y, agarrándome con fuerza, intenté recuperar el aliento.
Lentamente Jared retiró los dedos, me atrajo hasta la calidez de su cuerpo y me rodeó con los brazos. Posé la frente en su hombro y cerré los ojos, agotada por la intensidad del orgasmo. Él me pasó la mano suavemente por mi espalda desnuda varias veces en un intento de tranquilizarme y relajarme.

Todavía no lo entendía.
Casi dos años después era imposible para mí comprender cómo un perfecto desconocido consiguió descontrolarme tan fácilmente. Algo que nadie había podido lograr desde que… desde… bueno, no quería recordarlo.
Y me quedé dormida… a mitad de la noche.

*****

Jared

—¿Te pasa algo, Rulitos? —preguntó mi madre esa mañana cuando estábamos desayunando.
¿Qué si me pasaba algo? ¿Cómo decirle…? «Sí, estoy nervioso, malhumorado. Una mujer me rechazó anoche de la peor forma posible, y si no me hubiera hecho la vasectomía años atrás, ella hubiera logrado que de hoy en más no pudiera tener descendencia».
¡Tuve que dormir con una bolsa de hielo en mis pelotas, por Dios!
—No, Caroline… todo bien —y probé las tortitas que había hecho—. Mmmm, esto está delicioso —me lamí los labios.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —Cambió de tema.
—Lo que quieras, madre… te llevaré donde desees ir siempre que no sea lejos, mañana es la boda.
—Quisiera ir a visitar a Marie y Jenny —¡Oh no! Volver a Compton… ¡odiaba eso!— Tengo unos regalos para ellas. Por cierto… —tomó una caja envuelta en papel— ¡Feliz Navidad, cariño! —me la entregó.
—Gracias, mamá. No debiste comprarme nada, que estés conmigo ya es un regalo suficiente —me movilicé detrás de la barra del desayunador y le di un gran abrazo, la estrujé, besé su cuello y la giré varias veces. Ella reía a carcajadas cuando le hacía cosquillas con mi boca.
—Yo también tengo algo para ti —dije bajándola al piso. Y saqué una cajita alargada del bolsillo trasero de mis jeans. Lo abrí frente a ella—. ¿Te gusta?
—¡Oh, Rulitos! —vi que sus ojos se pusieron vidriosos y posó sus dedos sobre la pulsera con reverencia.
—No te pongas a llorar —le advertí.
Odiaba que una mujer llorara, no podía resistirlo.
Saqué el brazalete de oro de la caja y se lo puse, le di una vueltitas en su muñeca y sonreí. ¿Cómo no iba a gustarle si de él colgaban todo lo que ella más valoraba? Había tomates, zanahorias, brócoli, berenjena y un montón de pequeñas verduritas en piedras de colores.
—Es lo más bello y original que vi en mi vida —dijo emocionada—. Gracias, cariño… gracias —repitió.
Y me dispuse a abrir el mío.
Era la representación completa en metal de la orquesta de un grupo como el mío, tenía guitarra eléctrica, batería, saxofón, amplificadores, micrófono y otras cosas más. Pero parecía tener otro fin. Sonreí y la miré interrogante.
—Es un perfumador de ambientes —explicó al verme tan perdido—. Lo pones en tu habitación, lo enchufas y cada vez que pasas frente a él, suelta un aroma maravilloso por el micrófono.
—Es genial… ¿cómo conseguiste justo una orquesta?
—Se hace a pedido —sonrió.
—Gracias, Caroline… —dejé el regalo sobre la mesada y volví a abrazarla, le besé la mejilla— me encanta —y era cierto.
—¡Es tan difícil regalarte a ti, cariño! —aceptó resignada.
Terminamos de desayunar y partimos hacia Compton.
Hicimos el trayecto de aproximadamente 40 millas en una hora porque no había mucho tráfico. Volver a mis raíces no era algo que a mí me gustara. En ese lugar pasé toda mi niñez y adolescencia, que no fue la mejor. Vivir en un barrio casi marginal, donde debías cuidar tu retaguardia a cada paso que dabas no era lo más recomendable para nadie, menos para un niño sensible y romántico como yo… que quería ser artista. Tuve que cubrirme de una coraza para poder sobrevivir.
Pero bueno, era parte de mi pasado y lo que me hizo ser la persona que soy en este momento, así que de alguna forma debía darle las gracias a esa realidad lejana.
Nos recibieron con bombos y platillos, como cada vez que íbamos.
La gente que vivía en la cuadra donde me crie parecía no avanzar en el tiempo. Las mismas caras, las mismas expresiones, los mismos diálogos, la misma tonada… visitarlos era como volver al pasado. Fuimos a la peluquería de la esquina a ver a Marie, una amiga de mi madre y luego a la panadería a media cuadra para ver a Jenny, que fue la jefa de Caroline durante años y ahora eran grandes amigas.
A pesar de que le avisé que nos esperaban en la casa de Geraldine, mi madre no pudo evitar que nos agasajaran con un almuerzo, así que tuve que llamar a mi amiga y avisarle que llegaríamos más tarde, para el postre.
Cuando lo hicimos, ya todos los integrantes de la familia Logiudice y demás estaban esparcidos por toda la planta baja tomando café, té o comiendo el postre. Caroline y Geraldine se saludaron con un enorme abrazo. Mi madre adoraba a mi amiga, y viceversa. Siempre pensó que terminaríamos juntos, pero ella y yo sabíamos que eso no ocurriría. Geraldine necesitaba otro tipo de hombre más casero, más permanente… como Phil, no un nómada como yo.
Mientras ellas se saludaban y Geraldine le presentaba a su suegra y cuñadas yo eché un vistazo al entorno buscando a… ¿a quién quería engañar? Buscando a la imbécil de Lucía. Y la vi sentada con las piernas cruzadas en el piso de la galería, estaba con Paloma y sus dos sobrinos jugando a algo que tenían esparcido alrededor.
Sentí que mi corazón se aceleró. Noté que ella estaba tensa, como si ya me hubiera visto pero estuviera simulando no mirarme. Se volteó un poco y quedó de espaldas.
La conversación a mi alrededor giraba en torno a la boda, por supuesto.
—¿Va a ser aquí? —preguntó mi madre.
—Sí, bueno… en la playa —respondió Geraldine señalando el horizonte—. Algo sencillo e íntimo al atardecer. La organizadora de eventos ya tiene todo listo, yo no tengo que preocuparme por nada. Ahora está armando la tarina y el camino en madera. Vendrá a primera hora de la mañana a decorar, incluso traerá el altar y las flores. Solo estaremos nosotros y una docena de amigos. Nadie más.
—Es lo mejor que pudieron haber hecho. Las bodas íntimas son las más hermosas. ¡Ay, mi bella Geral! Estoy tan contenta por ti —y le acarició la mejilla.
Mi amiga la tomó de la mano y sonrió emocionada.
—Yo estoy feliz, Caroline. Phil… —lo miró de reojo y sus ojos se aguaron— fue lo mejor que me pasó en mi vida.
—¡Oh, no llores pelirroja! —supliqué abrazándola— Sabes que no puedo resistirlo —y besé su frente.
—Voy a poner una orden de restricción contra ti, amigo —me regañó Phil bromeando y acercándose a nosotros—. Desde mañana y en adelante solo yo podré tocarla.
Todos reímos a carcajadas.
—¡Tío Jared! —gritó Paloma al darse cuenta que yo estaba. Se levantó de un salto, corrió hasta mí y se lanzó a mis brazos.
—¿Cómo está mi noviecita, la única, la más hermosa? —pregunté levantándola y llenándola de besos. Ella rio feliz y me abrazó muy fuerte— ¿Y la dinamita de tu hermano, mi ahijado… dónde está?
—Durmiendo la siesta, tío… con Jamie y Sheyla —levanté la ceja, no sabía quiénes eran.
—Los hijos de mis cuñadas, de la edad de Maurice —me explicó Geraldine.
—¡Ah, claro! —y ahí recordé que había visto un bebé en el aeropuerto— ¿Y tú por qué no duermes, princesa?
—Yo ya soy graaaaande, tío —anunció orgullosa.
Todos reímos a carcajadas.
En ese momento los primitos de su edad pasaron corriendo a nuestro lado y me pidió que la bajara. Fue detrás de ellos.
Mi madre se quedó conversando con Geral y Stella mientras Phil me llevaba hasta la mesada del desayunador porque quería mostrarme algo. Me entregaron una carpeta y entre él y Aníbal me explicaron a grandes rasgos un nuevo proyecto de inversión que incluía ejes de desarrollo para los dos países de Sudamérica que no tenían costas en el mar, o sea Bolivia y Paraguay y también se sumaba el norte de la Argentina. La idea era convertirlos en polos de desarrollos regionales para que esos dos países y parte del otro dejaran de ser observadores de productos que pasaban por sus tierras y se convirtieran en participantes útiles que intercambiaban cargas en puertos secos estratégicamente ubicados.
—Como siempre me preguntas en qué puedes invertir tu dinero, se me ocurrió que quizás podría interesarte este tema —dijo Phil—. No será solo un puerto seco, abarcan más de 100 hectáreas, digo… algo así como 250 acres de infraestructura de servicios de todo tipo.
—Bueno, tendría que conocer mejor el proyecto. Cómo surgió, quiénes lo manejarán, la parte económica, el retorno a largo, mediano o corto plazo… —los miré fijo— ¿ustedes van a invertir?
—Sin duda alguna —contestó Phil.
—Eso ya habla muy bien a favor del proyecto —aseguré—. ¿Cuándo podríamos conversar con más tranquilidad? Tú te vas de luna de miel mañana…
—¡Ah! Pero no soy yo el que conoce detalladamente el proyecto —miró hacia atrás mío— ¡Lucía! —la llamó.
Oh, mierda.
—¿Sí? —preguntó ella acercándose, sin saludarme.
—¿Recuerdas a mi hermana, no? —preguntó Phil completamente despistado.
—¿Cómo olvidarla? —dije con sorna— Todavía me debes un pantalón de cuero, Luciérnaga, esa mojada en la piscina fue épica —luego pensé: y un par de pelotas.
—Si no quieres que te empuje de nuevo y destruya otro de tus estrafalarios atuendos, deja de llamarme así —me retrucó enojada.
—Siempre tan cálida… —y miré a Phil— ¿con ella es con quién tengo que tratar el negocio? Empezamos mal, hermano —le dije.
Phil y Aníbal nos miraban con las bocas abiertas.
—Pero, eh… Lucía es el cerebro de esto —explicó Phil—. Fue la que contactó con los bolivianos en una Bienal de Negocios hace unos meses. Es la que está organizando todo en Asunción, está capacitada… tiene un Master en Negocios de la Universidad de Harvard.
—¡Basta, Phil! —dijo ella levantando la mano— No me interesa en lo más mínimo explicarle nada ni exponer lo idónea o no que soy para el puesto. Tenemos que buscar inversionistas serios —y me miró altanera—, no cantantes de pacotilla.
Mierda, eso fue suerte. Una daga directa al corazón.
—¡¡¡Lucía, por favor!!! —la regañó su hermano.
En ese momento escuchamos un llanto proveniente del monitor para bebés que estaba apoyado en la mesada.
—Es Sheyla —dijo la maldita mujer—, mejor haré algo más productivo, como atender a mi sobrina.
Se dio media vuelta y se fue hacia las escaleras seguida de la mamá de la niña.
Mientras yo la miraba embobado subir los peldaños contorneando las caderas, Phil intentaba por todos los medios disculpar a su maleducada hermana. Más bien… mal aprendida, porque estaba segura que su madre la educó muy bien.
Cuando desvié la vista vi que Caroline, Stella y Geraldine me miraban con el ceño fruncido y una expresión que reflejaba tres enormes signos de interrogación sobre sus cabezas.
—No te preocupes, Phil… —dije tranquilizándolo— hablaremos de esto cuando vuelvas de tu luna de miel. Yo confío en tu criterio, y si Geraldine y tú van a invertir, esa es suficiente carta de presentación para mí. Leeré este informe y tendré preparadas mis preguntas cuando vuelvas.
—Estaremos de vuelta antes de año nuevo, solo nos escaparemos cuatro días aprovechando que tenemos muchos niñeros y niñeras —sonreímos—. Hay un cd dentro, con explicaciones muy detalladas.
—Lo veré todo, me interesa —le sonreí y le palmeé la espalda—, no quiero hablar con tu hermana. Contigo es suficiente, y si necesito preguntar algo, tengo a Aníbal. ¿Te quedas hasta año nuevo, no?
—Sí, soy parte de los niñeros —todos reímos.
Al rato mi madre y yo nos despedimos y volvimos a mi casa.
Me juré a mí mismo que no volvería a mirar a esa mujer insoportable. Podía ser bella, más que eso… preciosa, pero su mal carácter la convertía en una espantosa bruja. ¿Un cantante de pacotilla? Eso dolió. Miré la enorme cantidad de discos de oro y platino que adornaban una de las paredes de mi casa y deseé que ella los hubiera visto. ¿No era esa una prueba de mi valía como cantante y compositor?
En todo caso… ¿por qué tenía que demostrarle algo a ella?
¡Que se fuera a la mierda!
—¿Qué quieres cenar esta noche, Rulitos? —Caroline me sacó de mi ensoñación.
Sí, ya era hora que dejara de pensar en esa… imbécil.
—Lo que tú quieras, mamá —le respondí como autómata—. Si no quieres cocinar, no lo hagas. Seguro habrá bocaditos en la fiesta que iremos más tarde.
—Ay, mi vida… sabes que amo cocinar, y darte el gusto es lo que más disfruto —me pasó la mano, se la tomé—. Ven conmigo. Tú te sientas en el desayunador mientras yo preparo la cena de esta noche, y de paso… me cuentas tus actividades —dijo mientras caminábamos.
Caroline adoraba mi cocina, yo nunca la usaba, pero la equipé con todo lo que a ella le gustaba a propósito, para que cuando me visitara, se sintiera cómoda y feliz. Sacó las verduras que necesitaría, el pescado para que se descongelara y empezó su romance con los cuchillos.
—Y dime, cariño… ¿qué pasó en la casa de Geral? Esa chica morena… ¿por qué discutieron? —y siguió cortando verduras a una velocidad alucinante.
—No preguntes, Caroline… al parecer esa mujer saca lo peor de mí, y yo de ella. No podemos estar cerca, somos como los imanes que tienen el mismo campo magnético… nos repelemos.
—¿O se atraen demasiado? —indagó levantando una ceja— Es bellísima, no puedo creer que no te guste.
—¡Ah, pero su belleza me atrae! Es una diosa… el problema es que "ella" no me gusta. Es una mujer insoportable, tiene un pésimo carácter.
—A veces hay que indagar un poco para saber el motivo, mi vida…
—¿Y tú lo hiciste? —pregunté asombrado. Mi madre era sumamente curiosa con los temas que le interesaban, sobre todo cuando se refería a su único hijo y la verdad, tenía un don especial para sonsacar información de las personas sin que siquiera se dieran cuenta.
—Le pregunté a Geral, al parecer tampoco se lleva bien con esa cuñada en particular. Ella cree que es así por una experiencia que tuvo cuando era más joven.
—¿Q-qué? ¿Qué le pasó? —balbuceé.
—En resumidas cuentas, su novio de la adolescencia la dejó plantada en el altar luego de estar comprometidos algo así como siete años.
Me quedé mirando fijamente a mi madre, sin saber qué decir.
Visualicé en mi mente a la hermosa Luciérnaga vestida toda de blanco, llena de sueños y planes para el futuro, parada frente a una iglesia, esperando…
Me olvidé de sus malos tratos, de su patada a mi mejor amigo, de todo. Mi estúpido y romántico corazón se ablandó de nuevo. Su actitud defensiva ante los hombres –aunque injustificable e intolerable– se volvió más comprensible para mí.
¿Cómo alguien pudo ser capaz de hacerle eso?

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Publicación: 26 de Setiembre de 2.015 (En todos los Amazon)

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