Cántame... una canción de amor (Capítulo 02)

miércoles, 2 de septiembre de 2015

CANCIÓN 02


Lucía

Miré a mi bebé con ternura.
Hacía horas que estaba durmiendo en mis brazos. En California podía ser solo las 20:00 hs. pero para nosotros ya era más de medianoche. Miré a mi familia desperezándose, algunos se habían quedado dormidos y despertaron cuando la azafata anunció que estábamos aterrizando.
—Arriba, hija —dijo mi madre sonriendo.
—Mmmm, sí —acepté y me levanté para tomar el bolso de bebé que estaba guardado en el maletero arriba nuestro. Era lo único que había subido a la cabina, le pasé a mi madre su cartera. Jamie ni se inmutó con el movimiento, siguió durmiendo de lo más campante en el morral para bebés sobre mi pecho.
Luego de hacer los trámites de aduana mi cuñado recogió todos nuestros tiquetes de las maletas y fue en busca de ellas.
—Vayan, chicas… seguro Geral y Phil están esperando afuera. Yo me encargo —dijo el buenazo de Orlando, marido de Karen. Aníbal lo acompañó.
Ok. A veces… y solo a veces… los hombres podían servir para algo. Lucas y Mateo, sus hijos, nos siguieron, se los veía somnolientos y malhumorados.
Karen pegó un gritito y se escabulló a un costado en un free shop. Sonreí y la seguí, sabía perfectamente qué era lo que había encontrado. Se volvía loca por los caramelos Jelly Belly Dr. Pepper que en Paraguay no llegaban. Mientras los estaba comprando miré hacia la puerta de salida y vi a lo lejos a Phil y a Geral con Maurice en brazos… ¿y mi princesa dónde estaba?
Me quedé muda y estática, como si por mi cuerpo hubiera circulado un frío polar que me dejó helada. Las puertas corredizas se cerraron detrás de mi madre y mis sobrinos, pero la imagen de ÉL… –sí, era él con Paloma sobre sus hombros– todavía perduraba en mi retina.
Cuando pude recuperarme del susto solo atiné a desatar a mi bebé de mi pecho.
—Karen, por favor… toma a Jamie —se lo di temblando, él siguió durmiendo como si nada—, voy al baño.
Y me escabullí bajo la mirada atónita de mi hermana.
Llegué al sanitario como una autómata, creo que hasta tropecé con dos maletas, no lo recuerdo. Entré a un box y me apoyé en la mampara respirando entrecortada.
Sabía que volvería a verlo alguna vez, y estaba segura que estaría en el casamiento, pero no me imaginaba que el encuentro sería tan rápido, apenas al llegar. ¡Oh, Dios Santo! No estaba preparada.
No sé cuánto tiempo estuve dentro del box, pero me obligué a salir.
Me miré en el espejo.
Madre Santa, parecía un cadáver, estaba blanca pálida, sin nada de color en mis mejillas… probablemente del susto. Me salpiqué un poco de agua en la cara, me sequé con las toallitas de papel y busqué mi lápiz de labios en el bolso de Jamie. Me los pinté… ¡oh, era peor! El rojo de mis labios hacía que mi piel pareciera más pálida aún. Me pasé el papel en los labios y lo esparcí por mis mejillas.
Quedó mejor.
Pero… ¿qué mierda estaba haciendo? ¿Arreglándome para quién? ¿Es que de repente me había vuelto loca? Bufé y salí del baño enojada conmigo misma. Ese sentimiento reemplazó a mi desconcierto, por suerte.
Caminé más segura de mí misma.
Nada pasaría, nada… era imposible.
No vi a nadie al salir, todos se habían ido… ¿eh? ¿Se olvidaron de mí? Caminé hacia la salida, pero en ese momento Lucas me estiró del pantalón.
—Te estamos esperando afuera, tía —dijo mi precioso sobrino de 10 años.
Le di la mano sonriendo y me llevó hacia donde estaban tres camionetas estacionadas. Paloma bajó de una de ellas y corrió hacia mí gritando:
—¡Me voy con tía Lucy! —saltó encima mío y se prendió de mi cuello.
Luego de llenarla de besos, me acerqué a la primera camioneta y saludé a Phil, a Geral, vi a Aníbal y a Maurice a punto de dormirse en la sillita pata bebés. Con el guardaespaldas no había lugar, estaba llena. Fui a la segunda y también estaba llena, vi a mi bebé en brazos de Karen. Perfecto, allí estaría mejor.
¡Y ocurrió lo que me temía! Miré con los ojos entornados al tercer vehículo de la fila y vi que ÉL se bajó y me abrió la puerta del acompañante sonriendo con cara de pícaro. Típico.
—Bienvenida, Luciérnaga… su carruaje las espera, princesas.
Y nos hizo una reverencia exagerada.
Paloma aplaudió contenta y seguida de Lucas subieron detrás, no pude evitar ocupar el asiento del acompañante. Si me negaba solo pasaría por una maleducada y además le daría demasiada transcendencia al asunto.
Jared me tomó de la mano para que pudiera subir, sentí una corriente eléctrica solo con ese ligero toque. Por lo visto, él también lo percibió, porque me apretó los dedos y sonrió complacido. Luego llevó mi mano a su boca y la besó.
Ok. Me mojé, lo sentí… percibí el flujo entre mis piernas… ¿qué mierda tenía este hombre que podía lograr ese efecto instantáneo en mí?
Miedo, me dije a mi misma. No, en realidad era terror, ese era el poder que Jared Moore tenía sobre mí. Me aterrorizaba. Pero él no lo sabía, y no permitiría que lo supiera, no podía dejar que tuviera ese poder sobre mí.
Suspiré y cerré los ojos.
De repente sentí que me sacudían ligeramente.
—¿Dónde estás, en la luna? —preguntó Jared— Ponte el cinturón, Luciérnaga.
Lucas y Paloma rieron detrás al escuchar el apodo.
—No me llames así —le ordené altanera.
Los chicos empezaron a conversar y a reír. Mi niña me hizo preguntas, estuvimos hablando un rato, y de repente nos quedamos en silencio. Podía escuchar susurros y risitas detrás, pero nada más.
Jared conducía en silencio. Aproveché para mirarlo de reojo.
Se había sacado el gorro con el cuál pretendía pasar desapercibido en el aeropuerto y tenía su cabello recogido en una coleta baja. ¡Y llevaba gafas! Incluso con ellas y su nariz aguileña, su perfil era perfecto… sin duda alguna era un hombre muy atractivo sin ser excesivamente guapo. Podía ver una porción del tatuaje de su pecho debajo de la camisa semi abierta. Nunca me gustaron los tatuajes, pero el suyo era especial, lo recordaba perfectamente.
Cerré mis ojos y pensé en la única vez que estuvimos juntos, la sensualidad al recorrer los dibujos de su cuerpo con mis manos, sus gemidos cuando lo rocé con la lengua, sus suspiros cuando mis uñas lo acariciaron. El extraño tatuaje le cubría uno de los pechos, un brazo hasta cerca de la muñeca y la mitad de su espalda. Era un intrincado dibujo arabesco, creí ver un nombre escrito en él, pero no recuerdo bien.
Agité mi cabeza y suspiré.
—¿Te pasa algo? —preguntó.
—No —y miré hacia atrás—. Mmmm, se durmieron —dije observando a los niños y sonriendo con ternura.
—Tienes una sonrisa preciosa… ¿por qué será que solo la he visto cuando miras a tu sobrina?
—Ella es mi sol —susurré y cambié de tema—. ¿Falta mucho para llegar?
—¿Acaso no conoces Los Ángeles? —preguntó asombrado.
—Hace como 9 años que no vengo… ya ni me acuerdo —me encogí de hombros.
—El Aeropuerto está en Inglewood, son cerca de 30 millas hasta Malibú, no hay mucho tráfico… en media hora llegamos.
A partir de ahí el pobre hombre intentó conversar, realmente hizo el esfuerzo pero mis respuestas eran monosilábicas. A los diez minutos se cansó y se quedó en silencio. Puso una suave música de fondo.
Cuando llegamos frente a casa Phil y Geral solo estaban esperando a Paloma para irse. La levantaron dormida y se despidieron. Todos ya habían entrado, incluso mi hermana con Jamie. ¡Bendición! Orlando levantó a Lucas en brazos y lo llevó dentro.
—Eh, bueno… —amagué con entrar— gracias por traernos.
Me tomó de la mano para evitar que me moviera mientras se sacaba las gafas y las guardaba en el bolsillo de su camisa. ¡Oh, no! De vuelta la corriente eléctrica. Balbuceé algo… ¡quién sabe qué! Mi corazón se paralizó. Cuando me di cuenta, estaba a dos centímetros de su cuerpo. ¿Cómo llegué allí?
—Parece que hay sobre población en tu casa… —acarició las palmas de mis manos con sus pulgares— ¿habrá lugar para ti?
¿Eh? Oh… no… sí… qué se yo… ¡auxilio!
—¿Te comió la lengua el gato? —acercó su cara y me susurró al oído— En mi casa hay lugar de sobra, tengo una cama muy amplia. ¿Te imaginas la fabulosa semana que podríamos pasar juntos? —mordió mi oreja. Casi me derrito— ¿Alguna vez piensas en nuestra noche juntos, Candy? —y subió sus manos por mis brazos.
Candy. Todas las alarmas se encendieron.
Yo respiraba agitada, pero tomé aire y lo empujé con todas mis fuerzas.
—Ve a masturbarte solo en tu amplia cama —me alejé de él—. Y nunca, nunca más vuelvas a tocarme… ¡¿escuchaste?!
Di media vuelta y me metí a la casa.
Antes de cerrar la puerta en sus narices lo vi apoyado sobre su camioneta con las manos cruzadas, y sonriendo… ¡sonriendo!

*****

Jared

¡Oh, mierda! Esa mujer era fascinante.
Se hubiera derretido en mis brazos si no cometía la estupidez de pronunciar ese nombre ficticio con el que se presentó la noche que nos conocimos.
Suspiré y pensé en ella durante el camino hasta casa.
Y seguí pensando en ella mientras me desnudaba para acostarme.
Mi capricho con Lucía no era solo por el hecho de haberme rechazado. No era la primera que lo hacía, y no sería la última, aunque tampoco fueron muchas. En definitiva no era solo «algo que no podía conseguir», sino que era algo que ya había conseguido y deseaba más… no podía entender por qué no quería volver a experimentar lo mismo siendo que nuestra noche juntos fue realmente fabulosa, memorable… inolvidable.
No era fácil que una mujer o una situación me sorprendieran, había vivido tantas experiencias y tan diferentes que ya todo me sabía igual. Y ella tampoco lo hizo… no me sorprendió, pero sí me conmovió profundamente. ¿Por qué? Porque vi una mezcla increíble de antípodas en ella. Por un lado tenía una técnica impecable como si hubiera estudiado sus movimientos, sin embargo en ciertas situaciones la noté casi… inocente. Parecía como si quisiera empezar y terminar rápido, pero cuando logré descontrolarla –algo que no fue fácil– fue como si me hubiera entregado su alma entera en cada gemido, cada suspiro, cada beso… que en un principio –hace ya casi dos años– me negó.

—¡No lo hagas!
—¿Q-qué? —le pregunté confundido en el ascensor camino a mi habitación.
Estábamos solos, y la tenía apoyada contra el espejo, con mi cuerpo entero cubriéndola como un manto.
—No me beses —susurró volteando la cara.
—Bien, sin besos —acepté frunciendo el ceño.
Y le recorrí el cuello con mi boca hasta llegar a su oreja, sentí su estremecimiento al respirar en su oído y mordisquearle el lóbulo. Subió las manos por mis hombros y me abrazó, la envolví en mis brazos completamente y la levanté ligeramente del piso presionándola contra la pared, haciendo que mi entrepierna coincidiera con la suya, restregándome contra ella.
La otra mano la subí por su pierna hasta llegar a sus nalgas, la metí dentro de sus pequeñas bragas y acaricié esos dos perfectos y firmes montículos. Luego las deslicé hacia adelante y llegué a los suaves pliegues de su sexo. Estaba mojada, no… estaba empapada, sus jugos humedecieron mis dedos mientras dos de ellos se introducían dentro con una facilidad espantosa.
—¡Demonios…! Estás tan caliente y húmeda —le susurré en el oído. La miré, saqué mis dedos de su centro y los metí en mi boca, chupándolos—. Y tienes un sabor increíble, eres como el rocío de primavera.
—Qué romántico —¿se burló?—. No necesitas seducirme con frases bonitas, Jared… ya me tienes, necesito que me folles —se restregó contra mí—. Duro y rápido.
Oh, mierda… ¡sí!
Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento.
La levanté del piso y bajo la mirada atónita de una pareja que iba a entrar salí riendo de allí con ella en brazos.
¡Duro, duro, duro! Era todo lo que podía procesar mi mente, como un eco.
Mi especialidad.

Debí haberme quedado dormido apenas me acosté en la cama, porque ya no recuerdo nada más, solo la molesta erección que me provoca rememorar lo vivido con esa insoportable y preciosa mujer a la que no podía encasillar en ninguna categoría.
Ok, sí. Para mí había tres categorías de mujeres.
Uno. Las que respetar, en ella estaban mi madre y mis amigas. Y no tenía muchas: Geraldine y Ximena. Quizás también podía incluir a Susan, la socia de Geral. Y a Sarah, la esposa de Hugh, un amigo muy querido. ¡Ahhh! Y otras tres amigas con las que normalmente tenía sexo: Kim, Anne y Megan. Ese círculo era muy, muy pequeño.
Dos. Las follables, cualquier mujer de más de 18 años que no fuera mi amiga y que lograba despertar mis instintos animales, pero que una vez cumplido el objetivo pasaban a la categoría siguiente.
Tres. Las descartables, cualquiera que no me interesara.
¿Dónde mierda meto a la Luciérnaga?
No era mi amiga, así que en la categoría uno no entraba. Ya la había follado, pero quería volver a hacerlo, así que en la dos tampoco encajada. Y no era descartable, sin duda alguna.
Acaricié mi erección gimiendo y suspirando.
Necesitaba una mujer… ¡urgente!
Mmmm, tenía unos días de vacaciones, pero algo había olvidado, con seguridad… ¿qué era? Normalmente tenía un séquito de personas detrás de mí recordándome mis obligaciones, así que no había desarrollado esa cualidad. Me desperecé en la cama pensando, luego mi mejor amigo me recordó que tenía que complacerlo… ¿a quién llamar? En otra época la respuesta hubiera sido clara, pero desde que Phil apareció en la vida de mi pelirroja muchas cosas cambiaron, empezando porque ella dejó de lado los servicios de plomería que solía brindarle. Y Ximena, bueno… a ella le gustaban los juegos de a tres, normalmente con Geraldine, así que de vuelta Phil me cagó el expediente.
Pero todo bien, era parte de la vida y sus cambios impredecibles. Y si mi pelirroja era feliz, yo también lo era. Abrí los ojos y me levanté, tambaleante salí al balcón de mi habitación. Me volví a desperezar y estiré los brazos bostezando. Pude ver que el sol ya estaba bastante alto en el horizonte.
¡Oh, por Dios! Sol, día, cielo, avión… ¡buscar a Caroline!
Miré la hora. Ya eran más de las diez de la mañana. Corrí hacia la ducha. ¡Mi madre llegaba al mediodía!
Apenas llegué a tiempo al aeropuerto.
Ella ya estaba esperando en la vereda de la entrada de la terminal aérea repiqueteando sus tacones de aguja con plataformas al lado de una impecable maleta con rueditas fucsia fosforescente. Toda vestida de rosado, estaba seguro que no era por querer llamar la atención, ¿o sí?
Sí, sin duda alguna… Caroline Moore era muy especial.
Me miró con los ojos entornados, frunciendo el ceño y negando con la cabeza cuando estacioné frente a ella. Su cabello platinado ondeaba al viento. Mi madre tenía 52 años, y no los aparenta. Yo fui un desliz adolescente en su vida, me tuvo con apenas 17 años. Nunca supe quién fue mi padre, no me lo dijo y tampoco me interesó saberlo… ¿para qué? No creo en la paternidad solo por haber proveído un poco de semen en un momento de calentura, para mí un padre es aquel que cría un niño, se preocupa por él y le provee todo lo necesario para que crezca sano y feliz. Mi madre había hecho todo eso, ella era mi padre también.
—Lo siento, mamá… perdona la tardanza —me excusé bajando de la camioneta.
—Caroline, mi nombre es Caroline —recalcó ofreciéndome su mejilla.
Ok, era mi madre y padre… aunque ella lo negara.
¿Quién creería que soy su hijo, de todas formas?
Sonreí y le di un beso. Más que eso, la abracé, la levanté del piso, le di una vuelta entera y la besuqueé por todos lados. Recién ahí, riendo los dos, la ayudé a subir a la camioneta.
Llegamos a casa después de las cuatro de la tarde. ¿Por qué? Fácil… mi madre es chef y bajo la excusa de que estoy muy delgado me hizo desviar a una pescadería –donde según ella los frutos del mar eran más frescos–, luego a un mercado callejero donde vendían especias raras y por último terminamos en un hipermercado donde tardamos exactamente dos horas en hacer las compras para cuatro días de estadía, ella volvía a Nueva York el día después de la boda.
¿Por qué vivimos tan lejos uno del otro?
Porque en el mismo momento en el que empecé a tener éxito en mi carrera y compré la casa en Malibú, ella también despegó en la suya, le ofrecieron ser el jefe de cocina de un carísimo y renombrado restaurant en Soho. Sin dudarlo aceptó la propuesta, y desde entonces vivíamos separados.
Nos veíamos cuatro o cinco veces al año. Pero hablábamos casi todos los días, aunque sea un «hola y chau, estoy ocupado», o un «hola, te llamo luego». Los dos teníamos un temperamento muy especial, éramos bastante… desamorados, por decirlo de alguna forma.
La adoraba, amaba a mi madre con todo mi corazón, pero no la necesitaba permanentemente en mi vida, y eso me ocurría con todos los que me rodeaban. Nunca me aferré a nadie ni a nada, mi desarraigo es lo único estable de mi existencia. Mi casa en Malibú es todo lo que tengo además de mi camioneta, ni siquiera sé qué mierda hacer con todo el dinero que gano. Allí está, en un banco, acumulando intereses… esperando algún día encontrar "algo" en qué invertir que no implique demasiado riesgo y que me guste.
Ya había hablado con Phil al respecto. Él era un excelente hombre de negocios, al parecer todo lo que tocaba lo convertía en oro, me ofreció varias alternativas que implicaban invertir en los rubros que él manejaba bien: la carne, la soja y la hoja de moringa. O bien, me sugirió el negocio inmobiliario que también era uno de los rubros en los que su familia confiaba. Todavía estaba pensándolo.
—Caroline —le dije a mi madre de repente cuando estábamos llegando a casa— deberíamos hacer algo juntos…
—¿Algo como qué, Rulitos?
Oh, Rulitos… solo a ella le permitía llamarme así. Lo hizo siempre, desde que era un bebé lleno de rizos incontrolables.
—Poner un restaurante, o una confitería, una rotisería, lo que quieras… yo invierto, tú lo administras. Quizás con el tiempo podamos hacer del nombre de nuestro negocio una franquicia famosa y tener una cadena completa de locales en todo los Estados Unidos.
—¡Ay, mi amor! Ya te dije que no sé nada de administrar cosas… a mí solo me gusta cocinar —se quejó.
Y de nuevo el asunto quedó en la nada.
—Es que… necesito encontrar algo que hacer cuando me retire —metí el vehículo en mi cochera y cerré el portón—, algún día me haré viejo, mamá.
—Mmmm, Caroline —se quejó.
—Estamos solos, Caroline —le dije fastidiado, y reímos.
—Lo encontrarás, Rulitos… —me abrazó— pero debe ser algo que a ti te guste, que te apasione… no invertir en tu madre, porque eso es lo que realmente quieres, asegurar mi futuro, ¿no?
—Tú me diste tu juventud entera, mamá… ¿por qué no invertir en algo que a ti te haría feliz? Tengo el dinero para hacerlo…
—Yo soy feliz, te tengo a ti —me dio un beso y se bajó de la camioneta.
Hice lo mismo, tomando su maleta de la valijera, y cuando estaba por seguirla, se volteó y me dijo:
—Hay algo que me haría muy feliz —me miró pícaramente.
—¿Q-qué? —balbuceé expectante.
—Quiero un nieto… —y rio— pero por favor, seré la tía Caro.
Dio media vuelta y se metió a la casa.
¡Oh, mierda!
Lo único que me pidió en toda su vida y no podría complacerla.
¿Cómo explicarle a mi madre que en un momento de locura hacía 6 años atrás me había hecho la vasectomía?

Continuará...

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