Aguas Claras - Partida (Crucero Erótico 02)

domingo, 27 de noviembre de 2011

Puerto de Río de Janeiro
30 de Diciembre.

Como siempre, todo era un caos a bordo del "Aguas Blancas".
El crucero, que recorría las costas del Brasil desde Río de Janeiro hasta el nordeste, estaba a punto de partir e iba recibiendo lentamente a los visitantes de todo tipo de nacionalidades.
El crucero realizaba el mismo itinerario dos veces por mes, la particularidad de este viaje consistía en que pasarían Año Nuevo durante la travesía, por lo tanto muchos jóvenes solteros y parejas optaban por realizarlo.
Todos los tripulantes estaban en sus puestos, o movilizándose de un lado a otro supervisando que todo estuviera en orden.
"Aguas Blancas" era una máquina bien aceitada, muy organizada, toda la tripulación conocía sus obligaciones y la realizaban con los ojos cerrados.
Pablo Gonzaga, el segundo oficial del crucero estaba dando las últimas indicaciones a los marineros y firmando una autorización de carga de última hora, cuando se cruzó a babor con Andrés Serrano, su superior inmediato.
—¿Te encargaste del inventario de los aparejos y pertrechos, Pablo? —preguntó.
—Hecho —contestó antes de levantar la vista de la carpeta que estaba firmando y saludar con la mano en la frente al marinero, quién le devolvió el saludo respetuoso y se retiró—, todo está organizado, como siempre.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, se acercaron a la baranda metálica de la cubierta, observando hacia abajo. Les encantaba ver a los visitantes ingresar al barco.
—Yanela ya está recibiendo a los primeros huéspedes —se refería a la señora Araújo, la anfitriona del crucero, una preciosa y exótica morena de treinta y ocho años, aunque aparentaba mucho menos.
—¿Ya conociste a la nueva profesora de gimnasia, Andrés? —preguntó el contramaestre sonriendo. A pesar de ser su superior, eran amigos y se trataban como tal, sin ninguna ceremonia.
—No, ¿y tú? —contestó intrigado.
—Ufff, síii, la conocí ayer cuando Yanela la llevó a recorrer el barco. Se esmeraron esta vez, es preciosa. La anterior tenía un buen lomo, pero era necesario taparle la cara con una almohada.
Andrés rió a carcajadas por la salida del simpático oficial a quien todos los tripulantes adoraban, siempre estaba haciendo bromas y divirtiendo a todos con sus ocurrencias.
—Mmmm, habría que verla… ¿tu amiga ya embarcó? —preguntó cambiando de tema.
—Creo que no… —miró atentamente hacia abajo— ya la hubiera escuchado, seguro llegará gritando y armando algún jaleo, muy típico de ella.
—¿Cómo se llama?
—Karina Urrutia… pero no sabes la última —Andrés lo miró con las cejas ladeadas—, viene con una amiga.
—¿Y se quedarán las dos en tu camarote? —preguntó Andrés con los ojos abiertos como plato.
—Mmmm, sí… ya hice ubicar un camastro al costado de mi cama.
—Suertudo hijo de puta… ¿por qué no me pasas una a mí?
Pablo rió.
—No insultes a mi madre, y te las presentaré… veremos que dicen las chicas. Karina es solo una amiga, no te confundas, tal vez termine yo durmiendo en el camastro —Andrés lo miró con el ceño fruncido, sonriendo— bueno… está bien, una amiga bastante "colorida".
—Me lo imaginaba… ¿la otra no los molestará?
—Depende… —le guiñó un ojo— quizás quiera participar.
Rieron a carcajadas y Andrés lanzó una cantidad inmensa de insultos contra su amigo y su suerte, dándole un puñetazo fingido en su estómago. El contramaestre lo tomó del cuello y empezaron una pelea ficticia, hasta que Pablo se quedó quieto… mirando hacia abajo.
—¿Qu-qué? —preguntó Andrés intrigado al ver que su amigo no le seguía el juego, como era usual.
Pablo se irguió lentamente y observó extasiado hacia abajo.
Andrés dirigió la vista hacia donde su amigo miraba y se quedó quieto también.
—La puta madre que la parió… —dijo el primer oficial embobado.
Parecían dos idiotas con las bocas abiertas.
—Acabo de conocer a la futura señora Gonzaga —dijo Pablo suavemente luego de unos segundos, como en trance.
La nuez de Adán de Andrés bajó y subió antes de contestar:
—Yo también… a la mía.
Se miraron con el ceño fruncido.
—¿A cuál te refieres? —preguntó Pablo temiendo que les hubiera llamado la atención la misma mujer.
—A la escultural rubia que está al lado de Yanela.
—Esa es Tanya Aniston, la nueva profesora de gimnasia, idiota —informó Pablo suspirando aliviado y observó de pies a cabeza a la joven que estaba un poco rezagada, mirando hacia sus costados, como buscando a alguien. Que no haya venido acompañada, por favor, pensó.
Parecía asustada, como si algo o alguien se le hubiera perdido.
Estaba muy bronceada y tenía el cabello rubio ceniza suelto y largo hasta casi la cintura. Era pura piernas interminables y curvas en los lugares correctos. Se imaginó esas piernas enroscadas en sus caderas mientras la embestía con fuerza y su miembro se tensó con solo pensarlo.
Por un segundo sus ojos se encontraron, pero ella bajó la vista inmediatamente, pasando la lengua por sus labios en actitud nerviosa.
Es una muñeca, Afrodita  en versión contemporánea. Mierda, pensó. Justo aparece en este viaje, cuando estoy acompañado.
—No apuntes tan alto, amigo —dijo Andrés siguiendo la mirada de Pablo—, parece una de esas nenas mimadas cagada en la plata de su papi. Inaccesible para nosotros, simples mortales.
—Camarada, seré un pobre tipo de Quyquyhó , pero no llegué hasta donde estoy de la nada sembrando patatas. Siempre he conseguido todo lo que me propuse en la vida…
Y era cierto, la historia de Pablo, de sus logros en la vida, de cómo llegó de un pequeño pueblo de Paraguay donde vivía con sus padres en una choza de mala muerte casi en la miseria, era digna de admiración.
Con un poco de suerte, mucho empeño, carisma y trabajo duro había escalado todas las posiciones hasta llegar donde estaba. A sus veintinueve años, a punto de cumplir treinta, trabajando desde que tenía apenas catorce, ya le había comprado una casa digna a su madre. Su padre había muerto hacía un par de años, y aunque su hermana se encargaba de cuidarla en su pueblo, él la mantenía con su trabajo y los ingresos de sus inversiones.
Andrés le dio unas palmadas en la espalda, asintiendo. Sabía que cuando se empeñaba en algo siempre lo conseguía. Cuanto más difícil resultaba el reto, más empeño ponía en conseguirlo.
Y en eso oyeron un grito:
—¡¡¡Paloooo, aquíiii…!!!
Una simpática y voluptuosa morena agitaba sus manos desde abajo, haciéndole señas al contramaestre, esperando ser registrada por Yanela.
—Es Karina —informó Pablo riendo, mirando a su amiga con ternura y saludándola con la mano— te dije que la escucharía apenas llegara.
—Mmmm, una bonita alharaca ¿y su amiga? —preguntó intrigado.
—Ni idea, bajo a saludarla. Nos vemos mas tarde.
—Con seguridad —contestó Andrés sonriendo.
—¡Ah, y tendrás que cubrirme en éste viaje, amigo! Necesitaré tiempo libre durante el día para reponerme de las noches —dijo Pablo mientras se alejaba riendo.
—Cuenta con ello, bastardo desgraciado —y se quedó a observar el encuentro de los "amigos coloridos", aunque sus ojos no dejaban de observar a la hermosa profesora de gimnasia.
Cuando Pablo se acercaba hasta donde estaba su amiga, ésta dejó tirado su equipaje de mano y corrió a su encuentro gritando a vivas voces. Se lanzó a sus brazos y trepó a horcajadas en sus caderas, abrazándolo.
Si Pablo no hubiera estado preparado para el encuentro, lo hubiera tirado al piso… pero la conocía, Karina era pura alegría y exageración.
La abrazó también y giró con ella en la cubierta, riendo.
Estaba sinceramente encantando de verla, adoraba a esa joven de veinticinco años, exuberante, desinhibida y extrovertida que había conocido hacía cinco temporadas en unas vacaciones en Mar del Plata.
Eran como el hambre y las ganas de comer, tan parecidos en carácter que asustaba, estando juntos habían hecho más locuras de las que se podían relatar. Desde esa vez se habían mantenido en contacto y se veían por lo menos una vez al año, ya que ella era Argentina y vivía en Buenos Aires.
—Mi adorado Palo, te extrañé —le dijo Karina posando ambas manos en su cara y dándole un sonoro beso en los labios, todavía trepada a sus caderas.
—Ay, monita… yo también. Me da tanto gusto verte —contestó el contramaestre emocionado, correspondiendo el beso— estás preciosa, como siempre.
—Mmmm, tú también —dijo bajando al piso pero manteniéndose abrazada a él—, parece como si no pasara el tiempo para ti, te ves condenadamente joven y apuesto, como siempre.
—Y tú también, cariño —contestó pasándole un dedo por la nariz—. ¿Qué tal el viaje hasta aquí?
—Ay, cansador, terrible. Vinimos en ómnibus, ya sabes… mis escasos ahorros no me permiten volar. Gracias a Dios puedo usar tu camarote.
Era una ventaja que tenían los tripulantes de alto rango con camarote propio, podían llevar acompañantes y solo pagaban mitad de la tarifa.
—Lo mío es tuyo… —contestó guiñándole un ojo.
—Ven, ven… quiero presentarte a mi amiga.
Él la siguió sonriendo, a grandes zancadas ya que ella corría estirándolo.
Llegaron hasta donde estaba la amiga de Karina parada, esperándola y Pablo se sorprendió.
—Julia, él es Pablo Gonzaga, de quien tanto te he hablado —la joven hizo las presentaciones ajena a la tensión que había en el ambiente—. Pablo, ella es Julia Pappalardo, una muy querida amiga mía.
Andrés sonreía desde la cubierta superior mirando la escena.
¡Santo Cielos! Qué rapidez la de Pablo, ya estaba frente a su supuesta futura esposa…
Si era como se imaginaba, el muy imbécil dormiría en la misma habitación con ella… y con su amiga.
¿Por qué no le ocurrían esas cosas a él?
¡Mierda, bastardo suertudo!
En la cubierta de acceso, Pablo la miraba embobado.
De cerca era todavía más hermosa que a la distancia. Las pequeñas pecas sobre su nariz le daban un aire de niña traviesa y sus ojos eran de un azul profundo, con motas doradas.
—Encantada de conocerte, Pablo —dijo con una voz ronca, impropia para una dama tan delicada—. Karina me ha hablado mucho de ti.
—Igualmente, Julia —dijo bajando su cabeza para darle un beso en la mejilla, como creía que correspondía, siendo tan amigo de Karina.
Pero ella lo sorprendió agachándose y tomando su maleta de mano, dejándolo con el beso suspendido en el aire.
Karina carraspeó y le sonrió, guiñándole un ojo, abrazándolo.
—¿Nos muestras el camarote, Palito? Nos gustaría instalarnos, darnos un baño, ponernos las biquinis y tirarnos a la piscina —dijo ella sonriendo, intentando que olvidara el pequeño desplante ocurrido.
—Claro, monita… vamos —contestó confundido.
Nadie más que su madre lo llamaba Palito, pero le gustaba que Karina lo hiciera. Muchas veces se preguntó el motivo por el cual nunca se enamoró de ella, y la única conclusión a la que llegaba era que sería como convivir con él mismo, se matarían en el proceso y volverían locos a todos a su alrededor.
Llegaron al camarote y les abrió la puerta.
Los tres se quedaron parados mirando las dos camas existentes, una matrimonial y otra simple, casi no quedaba espacio en la habitación.
—Lo siento, chicas, pero es lo único que puedo ofrecerles, tendremos que hacer turnos para usar el baño y pedir permiso para caminar —dijo riendo, y empezó a hacer un teatro de cómo sería—: permiso Kari… gracias Kari, permiso Julia… gracias Julia…
—Permiso Don Pablo… gracias Don Pablo —lo imitó Karina a carcajadas, moviendo su cadera hacia un costado embistiéndolo.
—Siempre tan delicada, monita, mereces un castigo —dijo empujándola hacia la cama. Karina cayó de espaldas y la estiró con él.
Cayó sobre ella y empezó a hacerle cosquillas, la giró y quedó a horcajadas sobre él. Ella se agachó y le dio un beso en la frente.
—Te quiero, Palito.
—Yo también, monita… —dijo sinceramente, correspondiendo con un beso en la nariz.
Julia carraspeó.
Ambos la miraron. Casi se habían olvidado de ella.
—Juli, no nos hagas caso —dijo Karina sonriendo—, hace como ocho meses que no nos vemos… ¿no es así, Palo?
—Sí, en Semana Santa —contestó acariciando sus brazos.
Se acomodaron en la cama y se pusieron a recordar el viaje que habían hecho a Beto Carrero  en esa ocasión.
Karina parloteaba hasta por los codos, él aportaba algunos recuerdos mirando a Julia, que estaba parada y erguida todavía en la puerta. Que mujer más rara, pensó.
—Julia, relájate —dijo Pablo apenas sintió que Karina tomaba aire para seguir hablando— ¿dónde quieres ubicarte? ¿Aquí en la cama grande con Kari, en la pequeña sola… o mandamos a esta cotorra al camastro y duermes conmigo? —preguntó guiñándole un ojo— prometo darte dulces sueños.
Karina rió a carcajadas con la broma, pero si él esperó que Julia hiciera lo mismo, se llevó un chasco.
—Yo… creo que tomaré la cama pequeña, gracias —dijo nerviosa y se acercó a dejar la maleta a los pies del camastro—. Usaré el baño —informó a continuación.
—Siéntete en la libertad de hacer lo que quieras, cariño —dijo Pablo.
Cuando Julia entró al baño, Pablo le preguntó a Karina:
—¿Qué coños le pasa a tu amiga? Parece que estuviera estreñida de lo tensa que está.
Julia se encogió de hombros.
—No le hagas caso, no te conoce, solo es un poco tímida. Verás cómo cambia de actitud después, es una chica estupenda, una muy buena amiga —dijo acomodándose mejor en los brazos del contramaestre.
Él le dio un beso en la frente, y sonrió. Luego otro beso en la punta de la nariz, y ella sonrió. Cuando posó un beso en su mejilla, muy cerca de los labios, se miraron, pero ya ninguno de los dos sonreía. La tensión aumentó entre ellos. Sus bocas estaban tan juntas, que podían sentir sus respiraciones agitadas.
Ella abrió ligeramente los labios, gimiendo, y él se acercó más, rozándola con los suyos, tentativamente al principio, presionando un poco más después, moviéndolos ligeramente. La ciñó con fuerza y le acarició la mejilla, el cuello, mientras introducía la lengua profundamente en su boca. 
El deseo se apoderó de él.
Le acarició un pecho sobre la remera, masajeó su plenitud y jugueteó con el pezón entre el pulgar y el índice. Ella separó los labios de los de él, y emitió un jadeo. Lo rodeó con los brazos y posó los labios en su cuello. Él siguió jugando con sus senos y ella echó la cabeza hacia atrás cuando él le besó el hombro, una y otra vez.
Estaba a punto de introducir las manos bajo la remera cuando sintió que algo se movía en la habitación.
¡Santo Cielos! Se había olvidado de la presencia de su amiga.
Pablo la miró, sin dejar de acariciar a Karina, que seguía llenándole de besos el cuello y la cara. Estaba increíblemente sexi envuelta en una toalla, que para su gusto la cubría demasiado.
—Continúa —dijo Julia sonriendo ligeramente—, solo vine a buscar mi biquini —y desapareció de nuevo dentro del baño.
Karina lo miró y rieron.
—No te preocupes por ella —dijo Karina.
—¿Acaso quieres darle un espectáculo gratis?
—¿Te gustaría? —preguntó pícaramente.
—Me gustaría más hacerla participar —dijo convencido.
—Ni en mil años, Palito… no lo hará —contestó frunciendo el ceño.
—¿Dudas de mi poder de persuasión, monita?
—Te aseguro que no, amorcito. Puedes ser terriblemente persuasivo cuando quieres. Pero la conozco… y créeme, no se prestará a ese juego.
—¿Y a ti… te gustaría? —preguntó lascivamente, acariciando de nuevo sus senos.
—Mmmm —gimió ella sintiendo sus manos debajo de su remera— soy una pervertida, lo sabes.
—Eres el espíritu más libre que he conocido en mi vida, y te adoro —dijo tomando posesión de su boca nuevamente.
Subió la camiseta de Karina hasta dejarle libre un pezón, al que siguió todo el pecho redondeado. Ahuecó en él la mano libre, lo levantó hasta la boca y comenzó a lamérselo y succionárselo.
A ella se le escapó un gemido y un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo, haciéndola temblar. Luego le liberó el otro pecho y comenzó a acariciarle los dos, moviéndole los pezones con el pulgar.
Estremecida, Karina levantó una mano, la ahuecó en su cuello y le bajó la cabeza hasta los pechos, instándolo a hacerle su magia, introduciéndose en el calor de su boca uno y otro pezón.
Comenzó a acumulársele tensión en el centro femenino mientras él le succionaba los pechos y, por instinto, levantó las piernas y le rodeó con ellas los muslos, apretándose a él.
Pablo gimió y el gemido le produjo vibraciones insoportablemente maravillosas en el pezón. Entonces él levantó la cabeza y la besó, introduciéndole la lengua en la boca y moviéndola y deslizándola por la de ella.
Julia salió del baño y los miró.
Ninguno de los dos pareció darse cuenta de su presencia.
Se veían hermosos tocándose y besándose. Él totalmente vestido y ella con los senos descubiertos, siendo besada, lamida y acariciada por esas manos que parecían tan gentiles y suaves.
Suspiró.
Fue ahí cuando Pablo se dio cuenta de su presencia. Levantó la vista y le sonrió, cubriendo los senos de Karina, quién se quejó por el abandono.
Julia no parecía sorprendida ni asqueada, más bien curiosa. Sería interesante saber hasta qué punto podía extender los límites de la remilgada señorita, pensó Pablo. Parecía muy tensa.
—Hey ¿qué haces? Me abandonaste… —dijo Karina, haciendo un puchero.
—Tengo que trabajar, monita —contestó haciéndole una seña que solo ella entendió. Con la cabeza le indicó la intrusa presencia.
—Mmmm, a ella no le importa —y mirando a su amiga preguntó—: ¿Por qué no vas a la piscina, Juli? Luego te alcanzo…
—No es necesario Julia. Estamos por zarpar y yo no estoy en mi puesto de trabajo. Creo que al capitán eso no le resultará muy divertido —miró a Karina—: Monita, nos vemos más tarde, ¿sí?
—Hazme la "promesa" antes —dijo sensualmente contra su oído. Era un código entre ellos.
—Te prometo el paraíso esta noche, cariño —le contestó en un susurro.
—Ahora puedes irte…
Él sonrió y se puso de pie quedando a solo unos centímetros de Julia, quien reculó y casi cae sobre el camastro.
—¿Te pasa algo? —preguntó intrigado tratando de sostenerla.
Pero ella fue más rápida, se movió nerviosa hacia el otro costado, poniendo más distancia entre ellos.
—Eh… no, nada.
Pablo frunció el ceño.
En ese instante sonó la última sirena de aviso, estaban zarpando.
—Bien, nos vemos más tarde —dijo y las dejó solas.

Continuará...

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