Te amo, pero... (Capítulo 04)

martes, 23 de abril de 2013

LA PRIMERA OPORTUNIDAD

Hablar con Luana le había hecho muy bien, estaba más relajada, y eso se notaba. Gabriel ya no volvió a tomarla de la mano o abrazarla, pero no le importó. Le daría tiempo y se tomaría el tiempo necesario para conocerlo mejor, algo que en realidad nunca había hecho con nadie.
Fue una noche mágica, pusieron las sillas a la intemperie en el jardín de la casa y mientras conversaban y reían, asaron costillas de ternera y papas envueltas en papel de aluminio a la parrilla.
Cuando todo estuvo listo, se sentaron en el enorme tablón de madera en la galería y devoraron todo con entusiasmo. Las costillas estaban deliciosas y las comieron con la mano, chupando el hueso y embadurnándose las caras y las manos, riendo. Las papas las abrieron por la mitad, y las untaron con mantequilla, sal, queso rallado y tocino.
—¡Santo cielo! Todo estuvo delicioso —dijo Patricio pasando las manos por su estómago.
—Me parece que estás engordando, mi amor —dijo Luana tocando su mano.
Y Patricio infló la panza, mientras los demás reían.
A continuación trajeron la torta y le cantaron "Feliz Cumpleaños" al homenajeado. En ese momento Lisette y Alfredo –que habían venido para la cena–, se despidieron y volvieron a Asunción. Almudena había llevado su guitarra, e hicieron una peña muy divertida más tarde.
Estuvieron despiertos y disfrutando de la noche estrellada hasta cerca de las dos de la mañana, cuando Luana y Patricio decidieron ser los primeros en retirarse a su habitación.
Un cuarto de hora después, Kiara bostezó, tapándose la boca. Gabriel, que no se había movido de su lado en toda la noche, la miró y sonrió.
—¿Tienes sueño?
—Mmmm, estoy un poco cansada, pero no tengo sueño.
Él levantó su mano y con el dedo le acomodó detrás de la oreja un mechón de su cabello que había caído de la cola de caballo que llevaba. Kiara suspiró al sentir su ligero toque y todos los sentimientos que tenía pensado reprimir por un tiempo, volvieron.
—¿Cuál es tu color preferido, Gabriel? —lo interrogó.
—Me gusta el azul para la mayoría de las cosas… ¿por qué? —preguntó extrañado.
—Simple curiosidad —contestó encogiéndose de hombros— ¿prefieres los perros o los gatos?
—No me gustan los gatos y… tengo un perro, Kiara.
—¿Lo tienes? ¿Cómo se llama? ¿Qué raza es? ¿Qué color? —el torrente de preguntas salió disparada de su boca, sorprendida por no saber nada de eso.
—Lo llamo Motitas, como apodo, pero su nombre real en el Kennel  es Matheo III y es un dálmata de diez meses, obviamente es blanco con manchas negras.
¡Santo cielo! Había muchas cosas que no sabía de él…
—¿Dónde vives? —preguntó sorprendida.
—Tengo una casa cerca del Centro Paraguayo-Japonés, en el barrio Mburucuyá… ¿no sabías eso?
—Increíblemente… no —aceptó frunciendo el ceño—. ¿Vives solo?
—Sí y no… tengo un secretario que vive en las dependencias de servicio, sobre el garaje, se llama Paulino y es mi mano derecha. Y una señora con retiro se encarga de la limpieza y me cocina de lunes a viernes. Me gustaría mucho que conocieras mi casa, Kiara… y a Motitas, cuando quieras.
—Me encantaría… —contestó sonriendo—. Hay tantas cosas que no sabemos el uno del otro.
—Y siempre será así… uno nunca termina de conocer a una persona, aun después de años puedes llegar a descubrir cosas que te sorprenden.
—Eso es cierto… ¿lo dices por…?
—¡Me muero de sueño! —No pudo terminar la frase, fueron interrumpidos por Armando que casi los traga con su bostezo.
Todos decidieron que era hora de dormir.
—¿Tú estás cansado? —preguntó Kiara.
—Sí, bastante. Hoy madrugué para fiscalizar un trabajo y poder buscarte a tiempo.
—Bien, a la cama entonces —dijo levantándose.
Cuando llegaron al interior de la casa, se despidieron en el pasillo.
—Que descanses, Kiara —dijo él acercándose y dándole dos besos en las mejillas.
—Tú también, Gabriel.
Y se separaron, cada uno rumbo a su habitación.


Kiara intentaba dormir, pero no podía.
Daba vueltas y vueltas en la cama y era imposible, estaba cansada, pero no tenía sueño. Y no podía dejar de pensar en todo lo que había ocurrido ese día, tampoco podía dejar de fantasear con las manos de Gabriel sobre su cuerpo.
Se levantó, se puso el salto de cama a juego con su camisón de satén color ocre, y fue hasta la cocina a tomar agua. Antes de encender la luz se quedó rígida en la puerta, porque desde el ventanal que daba a la galería divisó un movimiento en la hamaca.
Se acercó a la ventana y observó. Había luna llena, por lo que fue muy fácil identificar quien era. Se dirigió hacia la galería y llegó hasta donde estaba colgada la hamaca.
—Gabriel… ¿qué haces? —preguntó con el ceño fruncido.
—Eh… creo que… que prefiero dormir aquí —contestó sorprendido de verla.
—¿Estás loco? Primero: te vas a asar de calor, y segundo: los mosquitos van a devorarte… ve a la habitación, todas tienen aire acondicionado. ¿La tuya no?
Gabriel se sentó en la hamaca y ella vio que llevaba el mismo short y remera que tenía puesto en la cena.
—Sí, tiene… pero no voy a volver allí, Kiara.
—¿Por qué no? ¿Pasó algo?
—En realidad sí —dijo casi sonriendo—, y no quiero ser partícipe de eso, te lo aseguro, ni siquiera como mirón.
—Por favor, habla claro… no entiendo.
—Tus amigos… eh, yo… —se pasó la mano por el cabello, parecía un poco nervioso—. Te aseguro que yo no tengo ningún prejuicio, Kiara. Con respecto a la homosexualidad, me refiero. Pero tus amigos… bueno, estaban haciendo algo raro en la cama… y yo… yo no soy voyerista, y menos aún si son hombres.
Kiara rió a carcajadas.
—Shhhh, silencio —dijo él llevando el dedo a la boca.
—No te puedo creer —contestó ella todavía riendo.
—Créelo, no voy a volver allí aunque me paguen.
—No puedes dormir aquí, Gabriel, por los motivos que ya te dije.
—No me queda otra… además, estoy acostumbrado… los sitios de obras no son precisamente hoteles cinco estrellas. Vete a la cama, Kiara. No te preocupes por mí.
—No voy a permitirlo, vas a tener que dormir en mi habitación, ven… —y le tendió la mano.
—¿Cuánto bebiste esta noche? —preguntó él sonriendo.
—Tomé bastante, pero te aseguro que no estoy borracha. Ven, Gabriel… —y movió su mano frente a él— la cama es grande, ni siquiera sentirás que estoy allí.
—¿No soy yo el que debe tranquilizarte al respecto? —preguntó tomando su mano.
—Estoy en el papel de madre abnegada que no quiere que su pequeño hijo amanezca devorado por los mosquitos —dijo llevándolo de la mano hasta la habitación—, deja de quejarte.
—Sí, mami —contestó sonriendo y entrando—. Mmmm, que fresco hace aquí.
—Bueno… creo que esto va a ser un poco incómodo —dijo Kiara suspirando.
—No me voy a aprovechar de tu generosidad, Kiara, te lo aseguro —contestó parado al lado de la cama, muy serio.
Por favor, hazlo… pensó ella. Por supuesto, no lo dijo.
—Me parece bien, así nadie podrá acusarte de no cumplir con tu deber —contestó risueña desde el otro lado del colchón.
—¿Te estás burlando de mí? —preguntó sonriendo.
—Solo de la situación, Gabriel —contestó llevando las manos al cinturón de su bata—. Quizás sea mejor que… bueno, lo hagamos y ya.
—¿Qu-qué cosa?
—Acostarnos y darnos la espalda, por supuesto… ¿qué pensaste? —y se sacó la bata.
Gabriel asintió y suspiró.
Estaba preciosa con su camisón de satén, la suave tela caía sobre ella como una segunda piel, los pequeños tirantes sostenían sus firmes pechos y los pezones sobresalían bajo la tela como invitándolo a saborearlos. Podía ver sus torneadas piernas desde la mitad de sus muslos hacia abajo.
¡Por Dios Santo! La había visto menos cubierta en el arroyo… ¿por qué ahora era diferente? Su camisón ni siquiera era transparente… pero se veía tan suave, como su piel… y sus pezones… sus muslos…
Si lograba deslizar las manos por sus piernas, probablemente se diera cuenta que estaba desnuda debajo, y podría tocarla, olerla, zambullirse en esa gruta deliciosa que proclamaba ser besada.
Volteó y se sentó en la cama para que ella no se percatara de la incipiente erección que asomaba en sus pantalones cortos. Se quitó las zapatillas… ¿qué más debería sacarse? Nada.
Esta será una dura prueba, pensó. Pero tenía claro que ella solo lo había invitado a su cama debido al calor y los mosquitos… ¿le había dado otra señal? La respuesta era «No». Había permitido que la abrazara hoy, y se sintió fabuloso… pero solo fue para posar en la foto, pensó. Las pocas veces que habían estado tan cerca como para que ocurriera algo, ella se había sobresaltado o incluso huido.
Giró la cara para mirarla, y la vio tendida de espaldas a él.
¡Mierda! Su camisón dejaba casi toda su espalda descubierta y uno de los tirantes se había deslizado por su brazo. Si solo pudiera deslizar sus labios por su piel y acariciarla. Gimió suavemente y cerró los ojos. Estaba duro como una roca, quizás fuera mejor que lo devoraran los mosquitos, porque ésta era una peor tortura.
Se deslizó bajo las sábanas.
—¿Puedo apagar la luz? —preguntó Kiara volteando la cara, totalmente ajena a sus oscuros pensamientos.
—S-sí, por favor —contestó con un tono de voz más grave que lo usual.
—Que descanses, Gabriel.
—Tú también, Kiara… gracias —logró decir entrecortado.
Y los dos se pusieron de espaldas el uno al otro.


Estaba amaneciendo, y Gabriel apenas podía dormir. Se sentía cansado, malhumorado y entumecido, ya que toda la noche evitó moverse para no despertarla. Volteó y la miró.
¡Se veía tan tranquila y dormía tan apaciblemente!
Suspiró y con el pie estiró suavemente la sábana hacia abajo, la cual se deslizó hasta la cintura de Kiara. Mordió su labio inferior para no gritar de frustración. Estaba de frente a él, y por la posición de su brazo, sus senos se habían juntado, podía ver el profundo canal que se había formado entre ellos, y las copas redondeadas… un poco más y podría haber visto sus pezones, la tela de su camisón estaba en el límite.
Gruñó y se levantó, tratando de hacer el menor ruido posible.
Fue hasta el baño, se desvistió y se metió a la ducha… helada. Apoyó sus manos sobre la pared azulejada y dejó que el agua enfriara sus pensamientos.
¿Qué mierda estaba haciendo? No era un adolescente, podía ir despacio, no tenía que abalanzarse sobre ella solo porque le pareciera increíblemente sexi. Se había prometido a sí mismo que cambiaría de actitud, que iba a conocer a una buena mujer como ella, de su generación y tendría una relación sana y normal, y lo estaba logrando. Pero era extremadamente duro reprimir los sentimientos que tenía.
Se la imaginaba con él bajo un chorro de agua más templado, restregándose contra su cuerpo y hervía de anticipación, deslizó la mano y se acarició. Estaba a punto de explotar, y si no se aliviaba, sería un tormento durante todo el día.
Fantaseó que sus manos acariciándose eran los labios de Kiara arrodillada frente a él, esa dulce boca deliciosa lamiéndolo y chupándolo como se imaginaba que era capaz de hacerlo.
Pasando la lengua por la aterciopelada punta, luego tomándolo en su mano, abarcándolo por completo y sintiendo su dureza, ¡Santo Cielos! La sola idea era tan poderosa que en ese punto, se movió inquieto contra su propia mano, imaginándola besando la punta de su miembro con reverencia, mientras acariciaba el resto. Gimió de nuevo y su pene se sacudió en sus manos, mientras ella seguía chupándolo suavemente al principio, con más ímpetu después.
—Continúa, por favor… chúpame, toma todo de mi —dijo susurrando, absorto en su fantasía.
Ella lo complació, llevó las manos a sus nalgas, para apretarlo más contra su boca, y recurrió a todos sus conocimientos para llevarlo hasta la cima del éxtasis: cuando presionar, cuando provocarlo con la lengua, cuando acariciarlo con los dientes. Escuchaba a su cuerpo por sobre todas las cosas, sus temblores le decían lo que más le agradaba, sus gemidos la impulsaban a ser más creativa, su mano cada vez más apretada contra su cabeza la guiaba, la tensión de sus muslos y el movimiento de sus caderas le indicaban lo próximo que estaba al clímax.
Luego de un par de hipotéticas embestidas más de boca, hasta casi lo profundo de su garganta, Gabriel sintió cuando el éxtasis lo envolvió y expulsó su simiente inundando la imaginaria boca de Kiara, y ella bebió de él hasta la última gota, dejándolo rendido y satisfecho.
—¡Oh, Kiara! Me llevarás a la locura si no te tengo —gimió en voz baja, apoyando su antebrazo en la pared y su frente encima.
Una vez que los estremecimientos remitieron, ya relajado, se enjabonó, terminó de ducharse, se secó y volvió a ponerse la misma ropa metiendo el bóxer en el bolsillo de su short.
Esperaba que los dos amigos de Kiara estuvieran todavía durmiendo para poder sacar su bolso de la habitación y cambiarse.
Salió del baño, y… ¡oh, mierda!
Kiara seguía dormida, pero la sábana se había deslizado completamente de su cuerpo y el camisón se había arremolinado en su cintura, estaba de costado y podía ver su hermoso trasero cubierto solo por una minúscula braga en juego, y sus largas piernas semi abiertas.
¡Demonios! Salió pitando de allí sin mirar atrás.

Continuará...

0 comentarios:

Publicar un comentario

CLTTR

Soy miembro del Club de Lectura "Todo tiene Romance"... Únete y lee libros gratuitos!

Entradas populares

IBSN

IBSN
Blog Registrado
Grace Lloper®. Con la tecnología de Blogger.