Te amo, pero... (Capítulo 03)

martes, 23 de abril de 2013

TÓCAME... O EXPLOTO

Kiara estaba muy callada, no había dicho más de dos palabras en todo el viaje hacia Piribebuy. Gabriel estaba intrigado por su reserva.
—Ya casi estamos llegando —dijo para romper el incómodo silencio— ¿Sabes cómo ubicar la casa?
—Sí, esta es la tercera vez que vengo. De todas formas, tengo el plano que nos pasó Felipe —contestó mirando el paisaje.
—Pareces nerviosa, Kiara.
Recién ahí volteó la cara para mirarlo, por supuesto, él no podía hacerlo, tenía la vista fija en la ruta.
—Nooo… no lo estoy —aseguró, mintiendo.
—Si lo que te preocupa es que aproveche la confusión que tiene tu amigo con respecto a nosotros para intentar meterme en tu cama, te aseguro que me arreglaré perfectamente en el dormitorio designado para los hombres. Yo no tengo dramas, dormiré en cualquier lado —y la miró brevemente—. Quédate tranquila.
¡Mierda! No era ese motivo por el que estaba nerviosa, sino todo lo contrario: ansiaba que durmiera con ella, y temblaba de expectación. Ahora… él acababa de darle una bofetada con su comentario.
Ya no estaba nerviosa, sino enferma de cólera.
—Dobla a la izquierda —dijo sin responderle. Y empezó a darle indicaciones de cómo llegar a la casa, haciendo caso omiso de su comentario, como si nunca le hubiera dicho nada al respecto.
Cuando llegaron, ya era cerca del mediodía y la mayoría de los invitados estaban allí, enfrascados cada uno en una tarea específica designada por el anfitrión. Solo faltaban Luana y Patricio, que según se enteraron, se retrasarían porque Luana tenía liquidación de personal en la obra esa mañana.
El único que no podría acudir era uno de los varones del trío buraquero, porque había fallecido el hermano de su madre esa madrugada y tenía que asistir al velorio y entierro posterior. Por lo tanto, serían las tres mujeres, los dos varones y las dos parejas. También Lisette y su novio acudirían a la cena esa noche, pero volverían a Asunción porque Alfredo, su novio, tenía el bautismo de su nieta al día siguiente a la mañana.
—¡Felicidades, Felipe! —dijo Kiara con alegría. Lo abrazó muy cariñosamente y le entregó una bolsa— Tu regalo, de parte mía y de Gabriel.
—¡Gracias mi viiiida! —respondió abrazándola también— Y a ti, Gabriel.
Kiara sonrió y lo miró solapadamente, se notaba sorprendido por el hecho de haber incorporado su nombre en el obsequio. Al instante cambió su expresión… a ninguna, como siempre.
—Espero que no te importe que te haya incluido —le dijo Kiara en voz baja, solo para que él lo escuchara—, vi que no trajiste un regalo, así que… pensé…
—Te agradezco, Kiara —la interrumpió—. Fue un gesto muy amable de tu parte, y un pésimo comportamiento por parte mía. Ni siquiera pensé en eso, me gustaría pagarte la mitad del precio del regalo.
—No digas tontería, Gabriel —dijo restándole importancia—. Gastas demasiado en mí, es lo menos que puedo hacer.
—¿Gasto demasiado? —preguntó confundido— Kiara, por favor… es un placer para mí invitarte.
Siempre tan educado, siempre tan frío, pensó ella suspirando.
Agradeció con una sonrisa, y procedió a ayudar al anfitrión a ventilar la casa, que había estado cerrada por más de un mes. Una vez que abrieron puertas y ventanas, airearon todo y cada uno estuvo ubicado en su respectiva habitación, pusieron sobre la mesa los víveres que habían llevado y procedieron a almorzar informalmente.
Cuando terminaron, Kiara fue hasta su habitación y se cambió. Se puso el biquini más sugestivo que tenía y un pareo a juego hecho con redecillas, en el cual se podía visualizar su delgada figura debajo.
Se miró al espejo, se acomodó el biquini de modo a que sus pechos se juntaran y parecieran más plenos y observó el resultado. Ya no era una jovencita, pero por suerte siempre fue delgada y todavía tenía todo en su lugar. Giró y miró su trasero. Frunció el ceño, no era lo mejor que tenía. Lo levantó un poco con las manos y lo dejó caer de nuevo. Sonrió irónica.
Bueno, es lo que hay… si le gusta, bienvenido. Si no, lo siento mucho, es lo que puedo ofrecerle, pensó haciendo una mueca.
Tomó su bolso de playa, la toalla y fue hasta donde estaban los demás.
—¡Al agua, niños! —anunció despertando a los que estaban descansado en la galería de la casa, que daba directamente hacia una playa llena de piedras y al arroyo cristalino que corría frente a ellos a unos veinte metros de la propiedad.
Les tomó un rato a todos prepararse para bajar al arroyo, Gabriel y ella se adelantaron.
—Esto es un paraíso —afirmó él cuando cruzaron el jardín y llegaron al borde de las piedras. Se sacó rápidamente la remera y suspiró.
—Sí, yo me sorprendo cada vez que vengo, como si fuera la primera vez —dijo Kiara dejando caer en el pasto su salida de baño, el bolso y la toalla, aspirando el aire puro, cerrando los ojos y levantando la cara hacia el sol.
Estaba tan concentrada en sentir la brisa correr por su rostro, en absorber los rayos solares, que en un primer momento no se percató que una mano tomaba la suya con delicadeza.
De repente, como un rayo, fue consciente de su agarre, y lo miró.
—Permíteme ayudarte, las rocas se ven peligrosas —dijo Gabriel suavemente, y apretó su mano—. No quisiera que resbalaras y cayeras.
Kiara sonrió asintiendo, y correspondió a su agarre, maravillándose de que un toque tan inocente pudiera producirle semejante torrente de emociones. Justamente a ella, que para satisfacer su lívido normalmente necesitaba una dosis extra de seducción y un juego amoroso fuerte e intenso.
¡Demonios! Solo le estaba tomando de la mano y ya se sentía desfallecer y ardía por dentro. Si seguía así, duplicaría el torrente de agua del arroyo con el flujo que sentía en su entrepierna.
Se dejó llevar, maravillada al ver sus manos entrelazadas por primera vez.
Caminaron a lo largo del arroyo, que en ciertos lugares solo les llegaba al tobillo, y en otros más profundos, no sobrepasaba de la rodilla. Lo árboles los rodeaban, hasta que llegaron a un claro donde había una pequeña cascada de rocas y el agua se hacía más profunda.
Se zambulleron y jugaron como adolescentes, hasta que ella se sentó en las rocas y dejó que el agua de la pequeña cascada hiciera su magia en la espalda.
—Esto es mejor que un jacuzzi —afirmó riendo.
Gabriel se sentó a su lado, imitándola y gritó de júbilo:
—¡Guauuu! Es genial.
—Nunca te vi tan relajado —aceptó Kiara sonriendo, mirándolo sorprendida.
—Es que nunca me trajiste a un jacuzzi natural —y sonrió.
—Hasta estás sonriendo, no es algo usual en ti.
—Quizás de un tiempo a esta parte no tuve muchos motivos para sonreír, Kiara… hasta ahora.
—¿Fue muy duro? —preguntó, y al instante se arrepintió.
Él la miró y dejó de sonreír.
—¿Tú qué crees? —respondió suspirando.
—Oh, Gabriel… olvida mi pregunta, por favor —pidió desesperada—. Estabas tan relajado y feliz y lo eché todo a perder.
Nunca habían hablado de la muerte de su esposa, ella nunca se atrevió a tocar un tema tan privado y triste. Y él tampoco le había dicho nada al respecto.
—Tranquila, Kiara… estoy feliz de todas formas, ya dejé el pasado atrás. Imposible no disfrutar de este lugar maravilloso, gracias por todo.
—Yo no hice nada, fue Felipe el que te invitó.
—No me hubiera invitado si no pensara que estamos saliendo juntos.
¿Y lo estamos haciendo? Quiso preguntarle, pero…
—¡Foto, fooooto! —gritó Luana, quien venía corriendo por la orilla seguida por Patricio.
—¡Por fin llegaste! —dijo Kiara riendo.
—Síii, se nos hizo re tarde… a ver, chicos… ¡quiero una pose sexi!
Las intenciones de Luana eran obvias para ella, y Kiara lo aprovechó.
Se apoyó descaradamente en el torso de Gabriel, de espaldas. Y él volvió a sorprenderla: la tomó de ambas manos y las cruzó sobre su cintura, abrazándola.
Clic. Clic.
—Traje cerveza helada, Gabriel —anunció Patricio.
—¡Bendición, estoy muerto de sed! —dijo soltándola suavemente, le guiñó un ojo a Kiara y se acercó a la orilla.
Ella apenas podía moverse, se sentía como gelatina.
Luana se acercó riendo.
—Me abrazó… ¿viste? —preguntó Kiara sorprendida y en voz bajita.
—No soy ciega, idiota —dijo a carcajadas.
—Y me tomó de la mano todo el trayecto desde la casa hasta aquí… no puedo creerlo, Lua.
—Me parece perfecto, nena.
—¿Tú crees que…? —hizo una mueca extraña— Ya sabes, esta noche…
—Kiara… ¿por qué te apuras tanto?
—¿A qué te refieres?
—Solo hace poco más de un par de meses que lo conoces… ¿alguna vez tuviste una relación en la que llegaste a conocer realmente a la persona antes de conocer el funcionamiento de su miembro?
Kiara se quedó seria… pensando.
—Me casé con uno…
—Bien, eso no te lo discuto. Pero eras casi una niña en esa época, era normal. Luego de separarte fui testigo de todas tus relaciones, y aparte de tu ex marido no recuerdo una sola en la que tardaras más de dos citas en pasar a la acción… ¿Qué sabes realmente de Gabriel?
—Santo cielo… sé su vida, obra y milagros… nos pasamos hablando. No hacemos otra cosa.
—¿Sabes cuál es su color favorito? —Kiara frunció el ceño.
—¿Le gustan los perros o los gatos? ¿Gelatina o crème brûlée? ¿Conoces a su familia? —Kiara se puso seria.
—¿Tiene hijos? —ella negó con la cabeza.
—¿Cómo murió su esposa? ¿La ama todavía? ¿Estás segura que eres la indicada o solo una transición en su vida? —la miró interrogante.
—Basta, Lua… entendí el punto —dijo Kiara—. Tú sabes algo que yo no sé… suelta el rollo, amiga.
—No sé nada, Kiara… y Patricio tampoco, ya le pregunté. Si bien son amigos, Gabriel es muy reservado. Solo son preguntas que me hago, y creo que tú deberías averiguar antes de meterte en esta relación, o en cualquier relación. Me preocupa verte tan entusiasmada, hace mucho que no te siento así, y no quiero que cometas otro error… nada más.
—¿Tú que sabías de Patricio?
—El ataque es la mejor defensa —dijo Luana sonriendo—. Lo nuestro no tiene punto de comparación, Kiara… tú deseas que esta relación funcione, yo huía de Patricio. Y por supuesto que lo conocía, nos hicimos amigos antes de pasar a la acción. Le costó siete meses lograr que me acostara con él… ¿recuerdas? No compares…
—Quizás tienes razón —dijo pensativa—. Voy a relajarme. Si ocurre, bienvenido sea, si no… no voy a desesperar.
Luana asintió, aunque dudaba que le hiciera caso.

Continuará...

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