Te amo, pero... (Capítulo 06)

martes, 23 de abril de 2013

SEGUNDA OPORTUNIDAD

Kiara estaba al día siguiente en su oficina, una mañana tranquila en la que su jefe había viajado, buscando en la computadora entre los expedientes de las empresas proveedoras de Yacyretá, esperando encontrar lo que buscaba.
¿Cómo mierda me dijo que se llamaba su empresa? Pensó frunciendo el ceño.
Tecleó su nombre, probablemente lo encontrara como representante.
¡Aquí está! Y sonrió complacida. Ingeniería A.N.S.A. Revisó el historial, ella tenía casi el mismo nivel de acceso que su jefe, como asistente personal del director general. No podía modificar datos, pero sí revisarlos.
¡Santo cielo! Le debían un montón de dinero. El contrato era millonario, la obra ya estaba terminada, fiscalizada y aprobada. Y su último cheque, que correspondía a casi el 40% del valor, en el limbo.
Llamó a la sección de facturación. Esperaba no meterse en problemas por esto, pero quería ayudar a Gabriel.
—¡Hola Lucy! ¿Cómo estás, querida? —saludó a la jefa de la parte contable, la conocía y se llevaban muy bien. Lucy aprovechó y le habló durante un buen rato, de diversos temas, hasta que le preguntó en qué podía ayudarla.
—El jefe quiere que se apresure el pago de una obra —mintió—, dice que son órdenes superiores. Se supone que ya debían haberle pagado hace más de tres meses, y políticamente no les conviene estar mal con el dueño de esa empresa, es algo así como el sobrino, del amigo, del padre de qué se yo… tú sabes, de alguien importante. Así que te agradecería que hagas algo… —y le dio todos los datos técnicos del contrato.
—Será un placer, amiga —respondió riendo, ya que era del partido político contrario a su jefe—. Este hijo de puta del director nuevo se está aprovechando de su puesto, y cagarle es uno de mis objetivos. Ya tuvimos otros pedidos similares, al parecer está reteniendo todos los cheques de quienes no quieren adherirse a su sistema. Yo misma me encargaré.
—¡Eres un sol! —Y se despidió prometiéndole que en la siguiente obra, trataría de que incluyeran el cambio del piso del living de su casa en el presupuesto, pedido que hizo en forma solapada, como era usual.
¿Quién dijo que las cosas no se podían resolver en escalones inferiores? Se preguntó, y sonrió.
Se olvidó del tema y siguió trabajando.

—Ingeniero, acaban de llamar de Yacyretá —anunció la secretaria de Gabriel unos días después—. Dicen que hay un cheque para nosotros, que podemos pasar a cobrar.
—¿Estás segura, Celia? —preguntó asombrado.
La secretaria asintió, sonriendo. Sabía lo preocupado que estaba su jefe por ese cobro, porque los proveedores estaban todo el día encima de ella preguntando cuándo iban a cobrar ellos también.
—Sí, ingeniero, lo verifiqué por el número de expediente.
—¡Llama a Paulino! Que vaya inmediatamente con el recibo legal —ordenó. Su semblante había cambiado totalmente.
Se recostó en su sillón giratorio y no daba crédito a lo que había escuchado. No cantaría victoria hasta tener el cheque depositado en el banco, obviamente. Pero pensó que había un gato encerrado en toda esa historia.
Llamó a su contacto, que desde el nombramiento del nuevo director estaba totalmente en el freezer .
—¿Cómo lograste que pudiera cobrar, Julio? Me acaban de avisar que el cheque está listo —preguntó todavía sorprendido.
Su amigo negó cualquier participación en el hecho, sorprendido también. Entre los dos trataron de obtener respuestas a sus cuestionamientos, pero ninguno pudo encontrarlas. Gabriel se encogió de hombros, lo importante en ese momento era cobrar, luego ya se enteraría de quién los ayudó, en algún momento saltaría la verdad. Había tocado ya tantas puertas y hecho lobby tantas veces, que podían ser muchas las posibles almas caritativas que se apiadaron de él.
Suspiró y se relajó.
Lo primero que pensó fue en que luego de depositar ese cheque estaría más calmado y podría invitar a Kiara a cenar. No la veía desde el viaje que habían hecho a Piribebuy. Toda la semana fue un caos para él y solo habían hablado por teléfono en una ocasión, aunque le había enviado mensajes de texto todos los días, por lo menos para saludarla.
¡Kiara! De repente se le prendió la lamparita… ella no pudo haber sido, nunca le había hablado de ese problema, no quería que se sintiera utilizada. Si bien cuando Patricio los presentó, fue debido a ese inconveniente, él jamás se lo mencionó. Desde un comienzo supo que no era ese el tipo de relación que quería con ella.
Llamó a Paulino y le encomendó la tarea de averiguar cómo había salido ese expediente del cajón donde estaba acumulando telarañas. Su asistente era especialista en sonsacarle información a la gente, sobre todo a las empleadas de las empresas públicas, que babeaban por el joven alto, moreno, pelilargo y de labia encantadora.

Era vienes y Kiara estaba llegando a su casa del gimnasio a la tardecita, cuando sonó su celular, era Gabriel. Sonrió complacida, pero no le atendió porque estaba manejando.
Esperó llegar, bajar las bolsas del supermercado, organizar con María –su empleada– los horarios y recién ahí, cuando estaba relajada en la tina de su baño, le mandó un mensaje:
«No podía atenderte, estaba manejando. Llámame a casa»
Respuesta inmediata: «llego a la mía y te llamo»
Apoyó su celular y el inalámbrico de línea baja cerca de ella, para atenderlo cuando llamara y se relajó en el agua llena de burbujas y sales.
Se lavó el pelo, se enjabonó y estaba pasándose la esponjosa luffa por todo el cuerpo, gimiendo y fantaseando que eran las manos de Gabriel las que la estaban recorriendo, cuando alguien carraspeó apoyado en la puerta.
—¡Mierda, Adrián! Me asustaste —gritó bastante enojada y cubriéndose los pechos con las manos, el resto no se veía debido a la espuma.
—¿Desde cuándo acostumbras taparte en mi presencia? —preguntó irónico— Conozco tu cuerpo mejor que tú, Negra.
—¡Vete al carajo! —dijo y le tiró la luffa, que fue a parar a cualquier lado menos a su objetivo—. Espérame fuera, ya salgo.
—¿No quieres que continúe con el trabajito que empezaste? —preguntó insinuante— Masturbarse es delicioso, pero que yo te lo haga será mucho más satisfactorio, bebé.
Y se acercó con paso felino hasta donde ella estaba, al borde de la tina, tomó la toalla y la extendió de borde a borde para que saliera.
Kiara suspiró resignada. Era inútil pretender que él hiciera algo que le dijera, siempre fue así. Se levantó y desnuda, le dio la espalda para que la cubriera.
No tenía absolutamente vergüenza de él, Adrián fue su marido durante más de diez años y su amante durante varios años después. No era un hombre apuesto, no en el sentido usual de la palabra. Era… ¿cómo explicarlo? Macho. Eso lo definía a la perfección. Alto, esbelto y elegante, con una verba interesante que seducía a la más reacia de las mujeres. Y para qué negarlo, cada vez que los dos coincidían y ella estaba sin pareja, él la buscaba para satisfacerse mutuamente.
Y Kiara, que era una mujer muy sensual, y adoraba el sexo, se dejaba llevar. Porque no había nadie mejor que él para saber lo que a ella le gustaba, era cómodo, conocido, no le creaba conflictos, no la celaba, le daba placer a raudales, luego se vestía y se iba.
Pero… hacía más de un año que no tenían nada.
Adrián la envolvió con la toalla, la abrazó, y presionó los labios contra su cuello, lamiéndola, besándola, provocándole un cúmulo de sensaciones tan poderosas que ella se apoyó en su torso y lo dejó seguir, gimiendo.
—Siempre tan sensible —dijo él en su oído.
¡Demonios! ¿Qué estaba haciendo? Pensó Kiara al escucharlo. Ella estaba saliendo con Gabriel, no podía… ¡mierda! No salía con él. No tenían nada, solo eran amigos. Podía aprovechar… y necesitaba tanto… hacía tanto tiempo…
Adrián la apretó contra la pared, levantó sus dos manos y las inmovilizó contra el muro. La toalla se deslizó al piso y él se pegó a su espalda. Los azulejos fríos contra su cuerpo caliente por el baño hicieron que todos los vellos de su piel se erizaran.
—Adrián… para… —dijo casi en un susurro.
—Siempre dices lo mismo y luego te derrites como una gata en celos —respondió él recorriendo el hombro con sus labios, tentándola, confundiéndola.
—Estoy saliendo con alguien… —mintió.
—Lo sé…
—Por favor…
—Claro que sí…
—Habíamos quedado que…
—Mmmmm…
Todo eso dicho en susurros, Kiara debatiéndose entre lo que creía que debía hacer y sus deseos insatisfechos. Las manos de Adrián estaban por todos lados, y ella no podía pararlo. Quería… pero no podía.
En ese momento, sonó el teléfono.
Y fue como un balde de agua fría. Kiara inmediatamente se deshizo de su abrazo, tomó el tubo, la toalla y salió del baño.
—Ho-hola —apenas podía hablar. Era su tormento—. ¿Puedo llamarte en cinco minutos, Gabriel? Estoy en la ducha.
—¿Gabriel, eh? —preguntó Adrián cuando ella cortó.
Kiara se puso una bata rápidamente y lo encaró.
—Sí, Gabriel… ¿algún problema?
—Ninguno, Negra.
—¿Para qué viniste? ¿Cómo entraste? Ya te dije mil veces que no uses más tu llave. Voy a cambiar la cerradura.
Él se tiró en la cama y encendió el televisor.
—Te recuerdo que es también la casa de mi hijo —contestó sonriendo—. Mi camioneta se descompuso aquí cerca, les pedí a los del taller que me dejaran aquí. Necesito que me prestes tu vehículo.
—¿Eso es todo? —Tomó su cartera y le tiró las llaves del auto—. No la necesitaré hasta mañana al mediodía. Ahora vete, por favor.
—Estás muy arisca hoy, lo de este tipo… mmm, Gabriel… ¿va en serio? —Kiara suspiró— Ven aquí, Negra —y golpeó la cama a su lado—. Sabes que puedes contármelo todo.
Kiara se acostó a su lado y apoyó la cabeza en su hombro. Adrián era lo más parecido a un confidente masculino que tenía. Fue su marido, pero también era su amigo, se llevaban muy bien. Se querían, se respetaban, pero ya no se amaban. Incluso así, ella sabía que podía contar con él.
—Gracias, Flaco… lo sé —le contestó.
—¿Estás enamorada de él?
—Es muy pronto para saberlo.
—Te enamoraste de mí al instante —recordó sonriendo.
—¡Ay, dios mío! No compares, era una nena de 17 años cuando te conocí, estaba caliente, no enamorada —respondió riendo a carcajadas.
—Asumo entonces que ahora estás caliente también. ¿Todo bien con él?
—Mmmm, síp —mintió.
—Siempre serás mi Negra… lo sabes, ¿no? —afirmó mirándola con ternura.
—Y tú siempre serás mi Flaco… —Kiara le devolvió la mirada y él le dio un ligero beso en los labios, nada sexual.
—Ahora me tengo que ir —dijo levantándose de un salto y rompiendo la dulce atmósfera de camaradería que había.
—No te olvides que Ramiro —se refería al hijo de ambos— vuelve la semana que viene —le recordó.
—Sí, te traigo el auto mañana. Chauuu —y se fue.
Kiara suspiró y pensó que siempre sería igual, Adrián la llevaba de un estado emocional a otro en dos segundos. Estar cerca de él era como subir a una montaña rusa que nunca paraba. Quizás por eso le gustaba tanto Gabriel, era tan diferente a su ex marido como el día y la noche. Tan tranquilo, serio y centrado. Y eso era justamente lo que quería… ¿pero era lo que necesitaba? ¿Y si se comportaba de la misma forma en la cama? Se preguntó. Negó con la cabeza. Esperaba que en ese aspecto se desinhibiera un poco.
Se acostó de nuevo y lo llamó.
—Hola, Kiara —contestó enseguida.
—¿Qué tal? ¿Cómo estás?
—La verdad es que muy bien —dijo contento— ¿y tú?
—También… ¿a qué se debe tu alegría? —Kiara ya lo sabía. Lucy le había contado que esa mañana Gabriel había cobrado su cheque.
—Un ángel de la guarda se apiadó de mí... y me preguntaba si tú sabías algo al respecto.
—No sé de qué me estás hablando —respondió sonriendo, y cambió de tema—: ¿qué vas a hacer?
—Fue una semana complicada, esperaba poder descansar, hacer algo tranquilo… ¿y tú… qué planes tienes?
—Yo también estoy muy cansada, me invitaron a un cumpleaños, pero la verdad es que no tengo ni pizca de ganas.
—¿Y qué tal pizza y alguna película?
—O comida china y una buena película —retrucó ella.
—Me parece perfecto. Tengo la última de Meryl Streep, acabo de alquilarla.
—¡Sí, sí, sí! Me encanta la idea.
—Es un blu-ray, Kiara… ¿tienes el lector?
—Mmmm, no… todavía estoy en el viejazo. Solo tengo un equipo de DVD.
—Esta es una buena ocasión para invitarte a conocer mi casa, entonces —dijo contento.
—¡Ay, Gabriel! Me encantaría… pero estoy sin vehículo. Mi ex marido tuvo un inconveniente con su camioneta aquí cerca y me pidió prestado el auto, acaba de irse.
—Eso no es problema, yo te busco. —Y sin darle tiempo de responder, continuó—: Estoy allí en una hora.
Cuando llegó, fueron a retirar la comida china que él ya había ordenado por teléfono y la llevó a su casa.
Era un chalet precioso, muy acogedor, ubicado en un hermoso barrio residencial. A Kiara le gustó el ambiente, él lo había decorado rústicamente con muebles de madera y hierro forjado.
—Es hermosa, Gabriel —dijo sinceramente luego de que le mostró toda la planta baja—. Pero… es una casa nueva.
—Sí, claro. Hace menos de cuatro meses que vivo aquí.
—No sé por qué pensé que vivirías en… —iba a referirse a la casa donde vivía con su esposa, pero se calló—. Olvídalo.
—¿Te refieres a mi casa matrimonial? —Kiara asintió— A veces cuando quieres cerrar definitivamente una etapa, debes deshacerte de todos los recuerdos que te unen a ella… ¿no crees?
—Sí, probablemente —nunca podía identificar ningún sentimiento en sus facciones cuando se refería a esa etapa de su vida. Gabriel era un misterio para ella, o por lo menos su pasado.
—¿Quieres que cenemos en el desayunador de la cocina o prefieres hacerlo más formal en el comedor? —preguntó cambiando de tema.
—En el desayunador será perfecto —dijo sonriendo.
Él le cedió el paso.
—Kiara, quiero presentarte a Paulino Ramírez —dijo cuando entraron a la cocina—. Vive conmigo, y no sé qué sería de mí sin su ayuda. Paulino, ella es la señora Safuán.
—Hola Paulino, encantada de conocerte. Gabriel me ha contado muchas cosas sobre ti —dijo amablemente pasándole la mano.
—Señora Safuán, el placer es todo mío, por fin la conozco —dijo el asistente de Gabriel besando su mano en vez de estrechársela.
—Mmmm, ya veo por qué dices que las mujeres comen de su palma —bromeó Kiara mirando a Gabriel.
—Es un seductor —afirmó bufando y entregándole un paquete con comida china que había comprado para él—. ¿Terminaste todo lo que te pedí?
—Sí, inge. Todo está listo, mañana no tiene que madrugar, yo me encargo —dijo guiñándoles un ojo y aceptando la comida—. Gracias. Y ahora si me permiten, me retiro. Señora, un gusto —dijo mirando a Kiara.
—Es un personaje —afirmó Kiara cuando se retiró el secretario.
—Puedes apostarlo. Siéntate —la invitó.
Estuvieron disfrutando de la comida y un buen vino mientras conversaban de las actividades que hicieron durante la semana, hasta que él le dijo:
—Kiara, hoy cobré por fin un contrato que había terminado hace más de cuatro meses para una obra de Yacyretá, por eso estoy tan contento.
—¡Felicidades! Pero cuatro meses es mucho tiempo… —dijo Kiara.
—Lo sé… y ese retraso me trajo muchos conflictos.
—Nunca me hablaste de eso.
—No lo hice porque no quería que pensaras que te invitaba a salir para conseguir algo de ti… ¿comprendes? No porque no quisiera habértelo dicho, ni menos aún porque no te tuviera confianza.
—Lo entiendo, y es una actitud muy noble de tu parte.
—El hecho, Kiara es que Paulino averiguó que la orden vino directo de la dirección general —y sonrió dulcemente—. Sé que tú me ayudaste, no conozco a nadie más ahí. Así que… gracias —y puso un sobre frente a ella.
—No, no, no —dijo Kiara asustada, empujando el sobre hacia él—. No lo hice para recibir nada a cambio, Gabriel. Por favor, no quiero nada.
—Pero… Kiara, te lo mereces.
—Yo no, si quieres agradecerle a alguien, es a Lucy, la jefa de contabilidad. Ella fue la que se encargó de todo, no voy a aceptarlo.
Gabriel suspiró.
—¿Te ofendí? —preguntó retirando el sobre.
—Nooo, Gabriel. Sé perfectamente que lo que tú estás haciendo no es más que cumplir un "código de comportamiento" usual en estos casos. Tienes años trabajando como contratista del estado, eso es a lo que estás acostumbrado. Pero a mí no me debes nada, tú te pasas gastando dinero en mí, no me dejas pagar nada. Créeme, soy yo la que me siento en deuda contigo.
—Kiara, para mí es un placer hacerlo, y no lo hago por ti, sino por mí. Si dejara que pagaras, me sentiría un idiota —dijo sonriendo—, uno muy poco caballeroso.
—Eso es del siglo pasado, Gabriel.
—Bueno, a lo mejor estoy chapado a la antigua.
—Definitivamente lo estás… todo estuvo riquísimo, gracias —dijo cambiando de tema—. ¿Vemos la película?
—Hay algo que no te dije —comentó con expresión avergonzada.
—¿Sí? Dime…
—El lector de blu-ray está conectado al home theater que tengo en mi habitación.
—¡Qué bien! Conoceré también tus dominios privados —contestó con más desenfado del que sentía y salió de la cocina rumbo hacia la escalera, seguida de Gabriel que llevaba el vino y dos copas.
En ese momento escucharon ruidos en las puertas vidriadas que daban al patio, Kiara se giró a mirar.
—¡Motitas! —dijo riendo.
El hermoso perro estaba parado sobre la vidriera, arañándola, solicitando desesperado la atención de su dueño. Gabriel corrió el panel de vidrio a un costado y el animal entró inmediatamente, saltando y moviendo la cola fue directo hasta Kiara, casi tirándola al suelo.
Fue amor a primera vista.
Ella se arrodilló en el piso y empezó a acariciarlo, mientras Motitas le llenaba la cara de lamidas cariñosas.
—¡Es un encanto! —dijo Kiara feliz, ya que le encantaban los perros.
—No suele ser tan cariñoso con los extraños, al comienzo es mucho más desconfiado, me alegro que te guste.
Al rato, Gabriel volvió a sacar al patio al reacio animal que quería seguir jugando y le indicó a Kiara que subiera.
—¡Ay, que frío hace aquí! —dijo ella entrando a la habitación que él le indicó. El dormitorio era grande, pero sencillo, con un enorme somier, dos mesitas de luz, un cuadro y una cómoda como único mobiliario. Había dos puertas, una suponía que era el vestidor y la otra el baño. Lo impresionante era la tecnología existente frente a su cama, encabezado por una enorme pantalla plana.
—Dejé encendido el aire acondicionado —comentó—. Ponte cómoda, Kiara, ubícate donde quieras.
—¿Puedo taparme? Soy muy friolenta —Kiara se sacó los zapatos y subió la cama, bastante nerviosa y expectante de lo que pudiera suceder allí.
—Claro que sí, haz lo que desees, estás en tu casa —Gabriel se acercó al equipo, lo encendió, se acostó a su lado en la cama y apagó la luz.
La película empezó, y él le pasó la copa de vino.
Kiara se acomodó mejor contra las almohadas para poder beber y se acercó más a Gabriel. Estaban uno al lado del otro, aunque sin tocarse, pero podía sentirlo. ¡Santo cielos! Era tremendamente consciente de su presencia.
Y a él le ocurría lo mismo, pero pensaba que si antes no había hecho ningún movimiento, esa ocasión no era la más propicia. Acababa de meter la pata con ella al ofrecerle una recompensa monetaria por su ayuda y no deseaba que se hiciera una idea equivocada de sus intenciones.
Luego de un buen rato de haber empezado la película recién Kiara pudo relajarse al darse cuenta que él, como siempre, no pensaba aprovechar la situación. Suspiró y se acomodó mejor tapándose con el edredón.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—Sí, gracias.
—Cualquier cosa que necesites, solo pídeme.
Fóllame, pensó, por supuesto no lo dijo.
—Lo haré, gracias —y a pesar de la frustración de ella, continuaron viendo la película.
Cuando estaban por un poco más de la mitad, Kiara empezó a cabecear de sueño, y sin darse cuenta se quedó dormida deslizándose lentamente y sin querer hacia su ocasional acompañante de cama. Su cabeza quedó apoyada en su brazo, cerca del hombro.
Gabriel sonrió, y como él también estaba muy cansado apagó la película, se ubicó mejor de modo a que ella estuviera más cómoda y se durmió, suspirando.

A mitad de la noche Kiara sintió mucho calor, era raro, porque estaba con el aire acondicionado encendido. Estiró el edredón hacia abajo y se dio cuenta que estaba totalmente vestida, y que el calor extremo que sentía no era sino un cuerpo caliente adherido a su espalda, abrazándola.
Suspiró y se apoyó en él.
Gabriel aumentó la presión de sus brazos rodeándola, pegándola completamente contra su cuerpo y apoyando la boca en su cuello. Ella podía sentir su aliento caliente respirando en su oreja y se estremeció.
Volteó la cara y lo miró. Él estaba despertando también, y la jadeante expresión de sus ojos le decía que percibía tan bien como ella la atracción que había surgido. ¡Fantástico! Porque la lujuria entre ambos era tan intensa que se preguntaban si podrían llegar a saciar en algún momento aquel repentino deseo; desde luego, no en una noche.
Kiara suspiró, giró su cuerpo para quedar de frente, le deslizó la mano debajo de la camiseta y le arañó suavemente la parte inferior de la espalda, excitándolo tanto que pareció que en su interior estallaban fuegos artificiales.
La necesidad de tocarla, de acariciarla y complacerla atravesó a Gabriel. Deslizó la boca abierta por su cuello, casi como si estuviera lamiéndolo, casi como si estuviera besándola allí, pero sin llegar a hacerlo. Ella contuvo la respiración y ladeó la cabeza, ofreciéndole la garganta. Una señal de rendición que hizo que su pene palpitara y se humedeciera.
Con un gruñido, él apretó la erección contra su sexo, aun vestidos. Ella presionó su cuerpo en respuesta mientras separaba los labios en un gemido.
—Me gustaría verte desnuda. Jadeante. Mojada. Ansiosa. Sólo de pensarlo me excito más de lo que puedas imaginar… ¿puedo desnudarte? —preguntó susurrando.
—Quizá... si tú también lo haces, y admites que te duele la polla sólo de verme —respondió osadamente… ¿realmente era ella quien había dicho eso?
—Oh, no te haces una idea —sintió que sonreía contra su cuello mientras le pasaba los pulgares sobre los pezones arriba del vestido—. Pero no te preocupes, te lo demostraré.
Gabriel la tomó de la muñeca y la llevó hacia el frente, poniendo la mano sobre su erección. Lo que ella llevaba sospechando durante mucho tiempo se vio confirmado al instante. Tenía un miembro de considerable tamaño y estaba muy duro... sobrepasaba todas sus expectativas. Albergar cada centímetro sería maravilloso, y Kiara tenía tantas ganas de tenerlo dentro, que estaba incluso dispuesta a implorar.
Notó la opresión en el vientre. Él era bueno. Realmente bueno. ¿Había deseado tanto algo alguna vez? Y eso que Gabriel ni siquiera la había besado.
Kiara gimió.
Antes de que ella pudiera discutir su petulante afirmación anterior, él le cubrió los labios en un beso duro, no había una pizca de ternura en esa caricia, simplemente devoró su boca, su lengua la atravesó y bebió de ella con hambre, con sed, como si hubiera estado perdido en el desierto durante días y ella fuera el oasis que tanto esperó encontrar. Le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él como si le fuera la vida en ello.
Kiara sintió la palma de una mano en el estómago y se sobresaltó. ¿En qué momento la había desnudado? No tenía idea, solo sabía que no tenía puesta nada más que las bragas.
—Déjame saborear esas deliciosas tetas —pidió suplicante, llevando la mano hacia uno de los pechos de Kiara y apoyándose en el codo para acercarse más—. Sabes genial.
Gabriel le lamió un rastro hasta el pezón, y ella se acomodó en la cama, intentando relajarse. Estaba casi desnuda y él estaba allí... al instante, sintió en la oscuridad que el colchón se hundía a sus pies y que unas cálidas manos deslizaban las bragas por sus piernas. Después, él curvó los dedos alrededor de los tobillos y los separó.
Notó una presión en el estómago y el corazón desbocado. No se resistió cuando se colocó de rodillas entre sus muslos y sopló sobre los resbaladizos pliegues.
Cuando le rozó el clítoris con el pulgar, contuvo la respiración y se aferró a las sábanas. Gabriel interpretó su reacción como una señal para subir sobre ella y succionarle el pezón; antes de que ella pudiera digerir la sensación y el áspero roce de sus dientes, introdujo dos dedos en el anegado canal y presionó hasta el fondo. Casi al instante, él encontró un lugar mágico y sensible y comenzó a frotarlo. La excitación se incrementó cada vez más. Ella comenzó a empaparle los dedos; gritó, separó más las piernas y arqueó las caderas en una súplica silenciosa.
¿Cómo podía hacer tantas cosas a la vez? Pensó dentro de la inconsciencia de la pasión. Parecía estar por todos lados… en sus pechos, entre sus piernas, y era delicioso…
Kiara gemía y gemía sin poder contenerse, mientras escuchaba una voz lejana llamándola: «¡Kiara, Kiara!».
Se sobresaltó.
—¡Kiara! ¿Estás bien? —preguntó Gabriel preocupado, zarandeándola suavemente.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —dijo jadeante, todavía excitada por lo ocurrido.
Pero… ¿había ocurrido en realidad?
—No lo sé, dímelo tú… —respondió Gabriel— parecía que estabas teniendo una pesadilla… ¿estás bien?
¡Mierda! No, no estaba bien, estaba ardiendo. Sentía su entrepierna totalmente mojada y palpitando aún más rápido que su corazón. ¡Todo no había sido más que un sueño! No podía creerlo…
Se incorporó en la cama y se pasó la mano por la frente, estaba sudada. Se levantó de un salto sin contestarle, fue tambaleante hasta el baño y se encerró allí.
Se apoyó contra el lavabo y gimió, mirándose al espejo. Seguía tan excitada, que se reflejaba en cada poro de su piel. Abrió el grifo y dejó correr el agua, esperando que el sonido la calmara. Luego mojó el borde de una toalla con agua fría y se la pasó por la cara y el cuello.
Cerró la tapa del inodoro, se sentó y suspiró.
Me voy a volver loca, pensó. Si esto sigue así voy a terminar en el manicomio de la calentura… ¿existe eso?
Se sobresaltó de nuevo cuando escuchó un suave llamado en la puerta.
—Kiara… ¿estás bien? —preguntó él suavemente del otro lado de la puerta.
—S-sí, Gabriel —respondió carraspeando—. Salgo enseguida.
Una vez que se hubo tranquilizado, luego de más de diez minutos dentro del baño, Kiara salió y lo miró, avergonzada.
Él le hizo una seña para que se acostara a su lado.
—¿Qué hora es? —preguntó acercándose.
—Tres menos cuarto.
—Eh… me da pena pedírtelo, Gabriel… pero… ¿me llevas a casa?
Ella ya estaba parada a su lado en la cama.
—Claro que te llevaré —dijo tomándola de la mano y estirándola—, pero después que descansemos. Ven, tuviste una pesadilla y lo menos que necesitas en este momento es estar sola.
La guió al lado de él en la cama y la hizo acostarse.
Y por primera vez desde que se conocieron, la abrazó sin motivo alguno.
No voy a poder soportarlo, pensó ella tensándose. No después de lo que acabo de sentir.
—¿Estás bien, Kiara? —preguntó sintiendo su resistencia. Ella asintió con la cabeza— Me diste un susto de muerte.
—¿Qu-qué dije?
—No dijiste nada, pero gemías y te movías como si alguien hubiera estado haciéndote daño… ¿quieres hablar sobre eso?
Kiara suspiró y negó con la cabeza. ¡Qué errado estaba! Pero era mejor que pensara eso.
Él apagó la luz y la amoldó mejor entre sus brazos, le dio un suave beso en la frente y le acarició el cabello.
—Relájate —pidió suavemente.
Y recién en ese momento Kiara se dio cuenta que estaba rígida como un palo. Suspiró y se acomodó en sus brazos apoyando la cabeza sobre su pecho, aflojándose completamente, mientras él le acariciaba el pelo con suavidad.
Era una escena tan dulce, tan tierna, que Kiara no tuvo más remedio que abandonarse en sus brazos y disfrutarla.
A los dos les costó, pero volvieron a quedarse dormidos.

Continuará...

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