Anna - Capítulo 09

miércoles, 6 de octubre de 2010

Anna apenas tuvo tiempo de terminar de bañarse en el pequeño cuarto de aseo que tenía la habitación, cuando Alex entró sigilosamente.
—¿Anna? —preguntó.
¡Maldición! Había dejado su salto de cama en la habitación, pensando que tendría más tiempo. «¿Qué más da?», pensó… ya la había visto sin él. Había visto más que su camisón —se sonrojó solo de pensarlo —y había tocado mucho más de lo que había visto.
—Ya voy, Alex.
Inhaló, exhaló —una, dos, tres veces —y salió del cuarto de aseo, tan rápidamente que casi cocha contra él.
—Cuidado, cielo.
—Oh, perdón.
Pasó de largo sin mirarlo y con la prisa casi tropieza con la silla del pequeño escritorio que había en la habitación. Alex oyó que maldecía y sonrió.
«Está nerviosa», pensó él. Se cambió rápidamente en la misma habitación, pero ella en ningún momento lo miró, le daba la espalda.
Cuando se acercó a la cama vio que estaba haciendo una mueca con la cara.
—¿Te duele algo, cielo?
—Todo, las piernas, la espalda —dijo Anna. —No debería haber cabalgado tanto, es la falta de costumbre. Cuando vivía en la hacienda no tenía este problema.
—Bueno, no sé si me dejarás aliviar todos tus dolores, pero por lo menos un masaje en el hombro y espalda puedo darte, tengo un ungüento especial para eso, ya lo traigo.
—Alex… no. No hace falta.
Ya estaba rebuscando en su baúl.
—Tonterías, no me cuesta nada. Acuéstate boca abajo, amor. —dijo Alex acercándose a la cama.
—Yo… no creo, eh… —no podía dejar de mirar su torso desnudo embobada.
—Vamos, deja de balbucear… date la vuelta. —Estaba adorable, con sus grandes ojos verdes mirándolo asustada. —Si te portas bien, dejaré que me hagas lo mismo, —Alex rió.
Anna se puso boca abajo, con las manos a los costados.
El se sentó a su lado en el borde de la cama, metió la mano por su cuello y desató la cinta que mantenía el camisón cerrado. Para tranquilizarla, le explicó:
—Voy a tener que bajarte un poco el camisón, cielo. Para poder masajearte el hombro. No te preocupes.
—Mmmm… —fue todo lo que Anna pudo decir, al sentir sus manos hurgando en el frente de su camisón. Debería pararlo ahora. Pero ¡Oh, santo cielo! Deseaba tanto sentir sus caricias de nuevo. Que poca voluntad tenía en lo que a éste hombre se refería.
Solo bajó un poco el camisón —«por ahora», pensó el —se aplicó un poco de la crema en las manos y empezó a masajearla por la base de la cabeza y el cuello. La piel de Anna era tan suave, toda ella era tan delicado, que temía que sus grandes y pesadas manos le hicieran daño, así que lo hizo suavemente.
—Avísame si puedes soportar más presión.
—Oh, Alex… se siente tan bien. —susurró satisfecha.
—Me alegro que te guste. Te sentirás mucho mejor después de esto. Ahora cierra los ojos y relájate. Solo disfrútalo, amor.
Y sus manos siguieron haciendo maravillas en su cuello y hombros, sin que ella se diera cuenta fue bajando un poco más el camisón y siguió el masaje en su espalda. Anna solo estaba concentrada en las sensaciones que esas manos grandes y poderosas le estaban causando. A veces lo hacía con la palma, presionando los músculos adoloridos, otras con las yemas de los dedos.
En dos o tres ocasiones hasta creyó sentir sus labios que se posaban por lugares en los que se daba cuenta que particularmente le dolía.
Al masajear la columna vertebral, fue bajando más y más el camisón hasta la cintura, y dejó al descubierto toda la espalda, cremosa, suave, hermosa. Tenía una cintura esbelta. Cubrió su cintura con ambas manos y fue subiendo por los costados de la columna, presionando suavemente.
Anna gimió.
Ella sabía que eso no estaba bien, estaba prácticamente desnuda frente a él, pero deseaba más, deseaba que metiera sus manos por delante y le tocara los senos, como hizo anoche. Deseaba que la viera desnuda —se sonrojó de solo pensarlo —increíblemente no se sentía cohibida al estar así con él.
Parecían solo unos segundos, pero ya habían pasado más de diez minutos. Él sintió que ella estaba preparada para dar el siguiente paso, que no se rehusaría, estaba totalmente excitada, podía sentirlo.
Lentamente, la volteó hacia el frente, y quedó acostada de espaldas en la cama. Él le dio suaves besos en la frente, en la nariz y en los labios, mientras la acomodaba entre las almohadas.
Estaba desnuda de cintura para arriba, podía ver su estómago suavemente redondeado, contempló sus senos perfectos, de un tamaño ideal para caber en sus manos, ni demasiado grandes, ni pequeños, firmes y turgentes. Sus pezones rosados, excitados por la expectación.
¡Santo cielo! Era tan hermosa, que casi le dolía. Su miembro estaba tan duro que parecía que iba a explotar. Pero decidió que debía mantener la calma, darle más de lo que ella quería. Estaba disfrutando con el masaje, quizás le permitiera llegar a otras partes.
Pasó sus dedos con movimientos circulares por sus pezones y ella gimió. Se acercó lentamente y posó sus labios en uno de ellos, con una caricia suave, sacó la lengua y le lamió suavemente, ella se estremeció. Hizo lo mismo con el otro pezón, y sintió que se encorvaba hacia adelante, como ofreciéndoselos. Eso fue suficiente para él, no pudo aguantar más en introdujo todo su pezón en la boca y empezó a chuparlo.
Al ver que ella se tensaba, se apartó y la miró.
Ella lo estaba observando, con sus ojos tan abiertos que parecía que iban a salírseles de las órbitas.
—No puedo… —dijo casi en un susurro.
—¿Qué pasa, amor? ¿No te gusta?
—No es eso, al contrario… pero no puedo permitir que sigas adelante.
—¿Por qué no? Ambos lo deseamos… ¿qué tiene de malo?
«Todo», —pensó ella —pronto iban a divorciarse, él tenía a su amante o sus amantes, solo Dios sabía cuántas. Ella no quería ser una más del montón. No quería tener ese tipo de recuerdos que la torturaran toda la vida. Saber que lo había tenido, que había sido suyo y lo había perdido. Mientras todo fuera platónico, sería más fácil la separación.
—Creo que lo sabes… —dijo ella, pensando en los motivos antes citados, creyendo que para él su razonamiento también tendría sentido.
Pero la sorprendió preguntándole:
—¿Es él, no? ¿Todavía lo amas?
Ella se incorporó en la cama, abrazándose para tapar sus senos descubiertos, totalmente desconcertada por la conclusión a la que Alex había llegado. No entendía a qué se refería.
—¿Él? ¿A qué te refieres?
Alex se levantó, fue hasta el extremo de la cama y le dijo, casi con rabia:
—Al viejo con el que te veías, el que te «abandonó», —dijo casi escupiendo esa última palabra.
—T-tí… digo, ¿Ernesto?
—No sé cómo se llama.
—Oh, Alex… —sabía que lo que iba a decir él lo interpretaría totalmente de otra forma y que le caería mal, pero era la pura verdad: —yo nunca dejaré de amarlo… y nunca lo voy a olvidar.
—Entiendo. —dijo Alex bruscamente. —Buenas noches, Anna.
Apagó la luz y se acostó de espaldas a ella.
Anna acomodó su camisón, si tuviera lágrimas que derramar, ya estaría llorando. Pero después de tantas pérdidas en su vida, de tanto llanto, se sentía como un desierto. Puso su almohada entre ellos y también le dio la espalda.
Sería una larga noche.


A la mañana siguiente se despertó sola en la cama. Eso no la sorprendió, Alex debía seguir enojado.
Se bañó, se vistió y fue a desayunar. Vio que todos ya lo habían hecho y se dispuso a servirse sola, no tenía mucha hambre, solo tomó un té con tostadas y mantequilla. El día estaba nublado, la noche anterior había llovido y ella ni siquiera se había dado cuenta.
La casa tenía un ambiente festivo, se fijó que los criados iban de aquí para allá organizando actividades. Escuchó risas y conversaciones provenientes de uno de los salones y fue a mirar que ocurría.
Encontró a tres de las mujeres preparando arreglos de mesa y adornos en papel de seda, cintas de satén y flores naturales.
—¡Buen día! ¿Qué ocurre aquí? —preguntó Anna con más alegría de la que sentía.
—¡Buenas noches! —Contestó Myriam risueña en son de broma, —parece que tuviste una velada agitada después de retirarte. No me sorprende, Alex aprovechó la primera oportunidad que encontró para correr detrás de ti.
Todas rieron.
—Estamos organizando la fiesta de esta noche, querida. —dijo Julia.
—¿No recuerdas? Hoy es el aniversario de casamiento de Ámbar y Jaime —le recordó Sarah.
En ese momento llegó la homenajeada al salón diciendo:
—¡Anna, despertaste por fin!
—¡Felicidades, Ámbar! —Dijo Anna, —hoy es el gran día, ¿no?
—Sí, mi querida… y por desgracia para mí se sumó a la fiesta la odiosa de mi cuñada. —dijo con un mohín de repugnancia en la cara. —Vino sola sin su marido, como es su costumbre para arruinarme el día.
—Vamos, Ámbar, no debe ser tan mala, —dijo Julia, compasiva.
—¡Já! Te aconsejo que cuides de tu marido, porque esa vampiresa no deja hueso sin roer. Menos mal que el mío es su hermano.
Unas rieron, otras pusieron cara de espanto.
A Anna solo le interesaba saber dónde estaba Alex, y si seguía enojado con ella. No lo vio en todo lo que quedaba de la mañana.
Cerca del mediodía decidieron que necesitaban más flores para los arreglos de mesa, así que Sarah, Ámbar y Anna fueron hasta el invernadero para elegirlas.
Para llegar al invernadero, había que pasar por el frente de las caballerizas, cuyos grandes portones estaban abiertos de par en par.
—Miren, ¿No es ese Alex?, —preguntó Sarah, mirando dentro de los establos.
—Mmmm, sip —dijo Ámbar, y me parece, querida Anna, que el elegido hoy es tu marido. Mira, allí está con él, la vampiresa lo persiguió desde que llegó.
Anna la miró con una media sonrisa nerviosa, sin saber qué decir.
—¿No vas a hacer nada? —preguntó Sarah.
Anna estaba confundida, no sabía qué es lo que se esperaba de ella en estos casos. Nunca se había visto en una situación como aquella. Se suponía que él era libre de hacer lo que se le antojaba.
Pero este fin de semana era diferente. Estaban juntos, tenía que hacer algo de modo a que sus amigos no piensen que estaban peleados. «Qué rápido se consuela», pensó Anna y con recelo preguntó:
—¿Qué puedo hacer?
—¡Marca tu territorio, Anna! —dijo Ámbar anonadada. —¿No eres celosa?
Anna suspiró y se dirigió a grandes pasos hacia las caballerizas, seguida de cerca por las dos mujeres.
Alex estaba de espaldas con la mano en las bridas de uno de los purasangre, y con la otra sostenía un cepillo para crin. «La vampiresa», cuyo nombre todavía no se había enterado, estaba frente a él, hablándole.
Anna se acercó silenciosamente por detrás y tomando a Alex del brazo, le dijo:
—Hola amor, ¿me extrañaste?
Alex se dio la vuelta sorprendido y desconcertado por las dulces palabras de Anna. Luego miró hacia atrás de ella y vio a las dos mujeres.
«Confabulación femenina», pensó. Y le siguió la corriente, a pesar de que todavía estaba molesto por la forma en que se estaban desarrollando sus planes. Con una sonrisa pícara, le dijo:
—Por supuesto, cielo… siempre. —La miró con ternura y le pasó un brazo por el hombro.
La rubia y despampanante vampiresa miró a ambos abrazados y frunció el ceño, sin emitir sonido. Era evidente que estaba molesta por la interrupción.
Alex miró a su acompañante diciendo:
—Perdón, querida… eh, permíteme presentarte a la hermana de Jaime, es la señora Juana Costa Barceló. Es experta en caballos, su marido también se dedica a criar purasangres. Me estaba dando algunos consejos interesantes.
—Hola, —dijo la vampiresa, solo «hola», nada más.
—Mucho gusto, señora Costa, —dijo Anna mirándola fijamente —pero que yo sepa «mi marido» es un experto también, y monta como los dioses.
La inocencia de Anna no le permitió darse cuenta del doble sentido de la frase, pero sus amigas, que estaban escuchando atentas detrás de ellos, se taparon la boca para no reír a carcajadas. Alex abrió los ojos como platos.
—Lo hace muy bien, por cierto, —aseveró la vampiresa, dándole a entender que sabía de que hablaba Anna.
—Dígamelo a mí. —la miró fijamente y se aferró a la cintura de Alex.
Alex contempló todo ese intercambio estupefacto. ¿Estaría celosa de verdad o solo era un teatro?
—Bueno, Alex, señoras… —dijo Juana —mi hermano me encargó una tarea y todavía no pude hacerla. Con su permiso me retiro.
Apenas salió del establo, Ámbar y Sarah se acercaron a la pareja, que todavía seguía abrazada.
—¿Qué fue todo eso, Anna? —le dijo Alex, —¿Acaso te pusiste celosa, amor?
Anna rió y apoyó su cabeza en el hombro de Alex, no sabiendo si debía o no echar la culpa a sus dos amigas. Pero no necesitó hacerlo, Ámbar los interrumpió:
—Admito que fue mi culpa, ¡Pero estuviste genial, Anna! —y rió a carcajadas también.
—Ella no suele ser celosa, yo admito también que me encantó. —Alex rió satisfecho.
—Bueno, no le das motivos, ¿no? —interrumpió Sarah.
—Por supuesto que no, —la abrazó y le dio un beso en la frente. Anna, que lo había abrazado antes, se sentía en la gloria. «No parecía enojado por lo de la noche anterior»

Continuará...

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