Anna - Capítulo 10

miércoles, 6 de octubre de 2010


Era de tarde ya, el día había transcurrido sin contratiempos.
Almorzaron ligero, ya que todos estaban ocupados en diferentes actividades relativas a la fiesta que se llevaría a cabo esa noche. Jaime les había comentado que solo asistirían algunas familias de la zona, no serían más de cincuenta personas en total.
Juana, la señora Costa Barceló como le gustaba que la llamaran, no había dado señales de vida desde el almuerzo. Por lo visto le gustaba dormir la siesta, para estar libre y despejada para sus «juegos nocturnos», como dijo Ámbar, con sorna.
Las cinco mujeres estaban tomando el té y charlando animadamente en la terraza de la mansión de los Allegro, con vista a una gran llanura plana y un camino de pinos definiendo el acceso a la propiedad. Se veían a lo lejos pequeños oasis de árboles esparcidos a lo largo de todo el valle. El sol estaba escondiéndose lentamente en el horizonte.
Alex y Federico habían salido a cabalgar, a pesar de que Jaime les había dicho que no era conveniente después de la lluvia tan copiosa que había caído esa madrugada, les explicó que como el día estuvo bastante nublado, el campo estaba minado de charcos de agua, algunos bastante profundos, que podían desestabilizar al caballo.
Pero ambos, aventureros del alma, dijeron que solo darían un paseo corto.
—Ahí se los ve volver, —dijo Julia, contenta de ver a su marido.
Se notaba que venían cabalgando como si los persiguiera el diablo.
—Oh, Dios, ¡están jugando una carrera! Con el campo tan traicionero como está después de la lluvia. —dijo Ámbar preocupada.
A Anna casi se le para el corazón al ver a Alex cabalgar de esa forma.
Se perdieron de vista detrás de uno de los bosquecitos más próximos a la propiedad, distante a no más de cien metros de la casa.
Al rato se lo vio a Federico seguir su camino hasta la caballeriza cabalgando a toda velocidad, pero no a Alex.
Todas quedaron expectantes.
Pasaron dos, tres segundos… cinco. Ya debería aparecer a la vista.
—Ohhhh, —es todo lo que pudo decir Anna, avanzó unos pasos, bajó las escaleras del porche. Volvió la vista hacia sus amigas y giró de nuevo hacia el bosque y se puso a correr como desaforada.
Escuchó los gritos de las mujeres:
—¡Jaimeeeee!
—¡Samuel!
—¡Juan! Parece que Alex tuvo un accidenteeeee…
Anna corría, y corría y parecía que el bosque estaba cada vez más lejos. El pasto estaba mojado y no facilitaba la carrera. Rodeó rápidamente los árboles  por la zona en la que vio salir a Fede.
Vio al caballo pastando despreocupadamente a un costado y luego encontró a Alex.
Estaba tirado en el suelo de espalda, en una postura nada elegante.
—¡Alex! ¡Alex! —gritó Anna, y se acercó corriendo a donde estaba. El corazón le latía apresuradamente. «Dios, que no le haya pasado nada grave», pensó.
Llegó hasta él y se arrodilló a su lado. El sentido común le decía que no debía moverlo. No sabía qué hacer, solo quedaba esperar a que vengan en su auxilio.
—Oh, Alex… mi amor —dijo en un susurro cerca de su oído. —no te mueras, no me dejes tú también. —La angustia hizo que todas las lágrimas contenidas durante tanto tiempo afloraran y empezó a sollozar casi histérica abrazando a su marido, besándole la frente, los ojos… —Alex… despierta por favor… —y volvió a llenarle de pequeños besos la cara.
—¿Estoy en el cielo? —preguntó Alex en un susurro. —Veo un ángel.
—Ohhhh, —ella rió, sollozando todavía.
Y Alex le secó las lágrimas con su boca… y se apoderó de sus labios.
La tendió encima de él y la besó como nunca antes la había besado. Primero con suavidad, después con firmeza, tentativamente la hizo abrir la boca y su lengua encontró acceso, enredándose con la de Anna, buscando, tomando, mientras el placer se intensificaba y se extendía. Feliz de que esté bien, ella respondió al beso de igual forma.
La estrechó con fuerza entre sus brazos, enardecido por su reacción desinhibida. No recordaba cuándo se había sentido así de frenético y ansioso, por última vez. Quería hundirse en ella, penetrarla hasta no sentir nada más que placer, hasta no pensar ni percibir nada que no fuera ella.
La volteó sobre el pasto mojado y hundió las manos en su pelo, estrujando la masa suave y dejando que resbalara como seda entre sus dedos. La imaginó desnuda en la cama, con los cabellos extendidos sobre la almohada, toda fuego, luz y suavidad, y se estremeció de deseo.
Alex fue el primero en reaccionar al escuchar unas risas.
Todos hablaron a la vez:
—¿Quién dijo que necesitaban ayuda?
—Yo estaba segura que había caído…
—¡Hey! Ustedes… tienen público.
—¡Búsquense una cama!
Más risas.
Ambos se incorporaron. Anna se arrodilló en el pasto mojado, con los ojos todavía llorosos, mirando a su marido. Alex estaba apoyado de espalda, con los codos en la hierba.
—Lo siento, —dijo Alex. —Siento haber dado este espectáculo a tan miserables espectadores, pero solo quería tranquilizarla. La pobrecita estaba llorando.
—Bueno, parece que la dejaste más acongojada. —dijo Jaime arrodillándose junto a él. —¿De verdad te caíste?
—Sí, viejo… uno de esos hoyos de los que hablaste. Ayúdame a levantarme, por favor. —pidió Alex, lanzando maldiciones por el dolor que sentía en la espalda.
Dos de los varones ayudaron a Alex a llegar hasta la habitación de la casa con muchos «yo te dije, yo te avisé» de parte de Jaime. Todo el camino seguidos de cerca por Anna, que estaba preocupada por los gemidos de dolor de Alex.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación, sus amigos preguntaron:
—¿Necesitas ayuda, Alex? Ambos están mojados, deben sacarse esa ropa inmediatamente —dijo Samuel, preocupado.
—¿Quieres que mande a buscar al médico? —preguntó Jaime.
—No, gracias… estoy bien, en serio. —Dijo, abrazando a Anna, como para poder sostenerse bien, —aquí mi mujercita se encargará de mí… ¿no, cielo? —la miró risueño.
—Una paliza es lo que necesitas, no cuidados —dijo Anna en broma. —No se preocupen. Muchas gracias Jaime, Samuel. Yo me hago cargo.
—Si necesitan algo, solo avisen, nos vemos más tarde en la fiesta —dijo Jaime, y cerró la puerta suavemente.
Anna ayudó a Alex a llegar hasta la cama y prácticamente se dejó caer en ella. Realmente estaba adolorido, pero no era nada grave, nada que un poco de mimos de su esposa, un buen baño y un rato de descanso no curara.
—Ve a cambiarte, cielo… estás mojada. No quiero que te enfermes. —le dijo Alex con una media sonrisa.
En el apuro de ayudarlo, Anna se sacó toda la ropa mojada, y solo se puso un salto de cama bien mullido y calentito, atado con un cinturón.
Cuando volvió junto a él, lo encontró en la misma posición que lo había dejado. Sin siquiera sacarse una sola prenda mojada, tenía uno de los brazos levantado debajo del cuello y otro sobre su pecho, con los ojos cerrados y las piernas estiradas y cruzadas.
—¡Alex! Estás mojado… no te sacaste nada.
—Mmmmm, —fue todo lo que dijo, sin abrir los ojos ni moverse.
—Déjame ayudarte, —le dijo y procedió a desabotonarle la camisa, con dedos temblorosos. Fue adquiriendo confianza, pensando que lo hacía como si fuera una enfermera ayudando a su paciente enfermo. Le quitó las botas, las dejó a un costado y lo miró.
Solo faltaban las calzas. Él seguía muy campante, acostado con los ojos entornados, mirándola sin preocuparse absolutamente de su estado de semi desnudez.
—¿No piensas sacarte el pantalón, Alex? Está mojado, —le dijo Anna frunciendo el ceño.
Él levantó una mano y le acarició la mejilla.
—Lo estás haciendo muy bien, cielo… y además, me duele todo. Necesito ayuda, —le dijo pícaramente.
—Hummm —fue toda la expresión de Anna, «voy a hacer que se avergüence», pensó, desabrochó los botones de su calza y le dijo: —A ver, levanta la cola.
—Sí, señora, —dijo Alex, y procedió a obedecerla.
Ella le sacó el pantalón de un tirón, con ropa interior incluida y él quedó totalmente desnudo a sus ojos, con una pierna extendida y la otra doblada, y las dos manos detrás de la nuca.
Anna se quedó parada frente a él, al costado de la cama, mirándolo embobada. «Es tan bello», pensó… y no tenía ni una pizca de vergüenza, le salió el tiro por la culata.
Al ver que ella se ruborizó intensamente, Alex pensó: «quizás el viejo era gordo y feo, quizás le gusta lo que está viendo»
—Anna… —susurró Alex con voz ronca.
Ella salió de su trance. Se acercó y lo tapó, sin decir una sola palabra.
—Cielo, —repitió Alex… —Ven a mi lado. Necesito tu calor.
Ella no pudo rehusarse. Necesitaba lo mismo. No quería pensar, solo quería sentir. Sentirlo a él, bien cerca.
Levantó la sábana y se metió dentro de la cama con él. Sin necesidad de preguntas, se buscaron, se abrazaron, ella apoyó una mano en su pecho y otro de los brazos en su espalda a la altura de su cintura. Él la apretó contra su torso y le acarició la espalda a través del salto de cama, otra de sus manos buscó sus nalgas y la apretó contra él para hacerle sentir su erección.
Se quedaron largo rato así, abrazados, acariciándose suavemente, hasta que él digo despacio:
—¿Te diste cuenta que hoy fue la primera vez en casi dos años que realmente nos besamos, Anna?
—Sí, es cierto —respondió ella casi en su susurro, con la cara escondida en su cuello, aspirando su aroma.
Le tomó la barbilla con los dedos y la levantó. Sus miradas se encontraron.
—Siempre nos dimos suaves besos, así, —y le dio un ligero beso en la frente, —o así, —otro ligero beso en la mejilla, —o así, —un suave beso en los labios. —Pero nunca antes nos habíamos besado así. —Y pasó la lengua por los labios entreabiertos de Anna.
Procedió a mostrarle a lo que se refería: sus labios se movieron sobre los de ella, probándola, saboreándola, tentándola y confundiéndola. Un instante después, la lengua de Alex estaba dentro de su boca. Todo su cuerpo se estremeció y tembló, cada centímetro de su piel se ruborizó. Debería estar nerviosa, pero no lo estaba. Debería apartarlo. Pero, ¡Santo cielo! no quería que parase.
Un anhelo de placer se extendió por todo su cuerpo, centrándose en su parte más íntima, desatando una punzada de calidez entre sus piernas. Sus pechos se tensaron bajo el salto de cama. Sus pezones se endurecieron.
Alex fue desatando el nudo del cinturón del salto de cama lentamente, y Anna no supo en qué momento, ni cómo, pero al cabo de un instante se encontraba desnuda en sus brazos. Sintiendo piel contra piel.
—Tócame, amor, —le pidió Alex. Ella tímidamente recorrió el pecho de él con sus dedos, luego su estómago, su cintura y su espalda. Era un placer tocarlo.
Pronto se convirtieron en una maraña de piernas y brazos mientras se besaban descontroladamente. Anna estaba inmersa en sensaciones que nunca jamás había imaginado. Ni siquiera en sus constantes fantasías nocturnas había sentido algo así. El torso, piernas y brazos de Alex estaban cubiertos de fino vello oscuro y le encantaba el roce de éste contra su suave piel.

Alex se puso encima de ella y se llevó un seno a la boca y comenzó a lamerlo, luego el otro. Mientras la lengua de él dibujaba húmedos círculos alrededor del pezón, su mano bajó más, acariciándole el estómago, las caderas y los muslos. Sus dedos siguieron hasta la cara interior del muslo y ella cerró las piernas de manera instintiva.
Esa mano subió entonces de vuelta al estómago de Anna y bajó hasta los suaves rizos que ocultaban su sexo. Ella gimió cuando Alex introdujo un dedo entre sus piernas firmemente apretadas le acarició los labios inferiores suavemente, de modo a que ella misma se rindiera y deseara abrirse para él.
Anna se sintió momentáneamente avergonzada por la humedad que había allí, pero rápidamente perdió cualquier inhibición cuando él comenzó a introducir y sacar un dedo, y sumiéndola en un mundo de sensaciones, abrió un poco las piernas.
—Ábrete para mí, cielo… necesito tocarte. Tú también los deseas.
Y Anna lo hizo, abrió sus piernas y él tuvo amplio acceso a su parte más íntima. El húmedo dedo de Alex comenzó a acariciarle el clítoris, en suaves movimientos circulares. Y ella no se apartó, deseosa de más.
La boca de Alex, que hasta ese momento jugaba con sus pezones, los lamía, les daba ligeros mordiscos, fue bajando por la base de sus pechos, introdujo la lengua en su ombligo, lamió su estómago y llegó a su entrepierna. Contemplaba embelesado su sexo mientras seguía acariciándola con los dedos, metiendo y sacando, jugueteando con su punto más sensible.
—Me encanta verte, así, amor… tan dispuesta, con tus piernas abiertas para mí. Me encanta contemplarte —y mientras hablaba suavemente, fue bajando la cabeza hasta que llegó a reemplazar sus dedos por su boca. —besarte, lamerte… mmmm.
Anna se estremeció cuando la punta aterciopelada de la lengua de Alex comenzó a acariciarle el sexo y la zona tan sensible que había encima. Comenzó a retorcerse y a arquear las caderas. Sentía algo... no sabía qué... pero había… algo más. Empujó, se retorció y arqueó las caderas. No podía estarse quieta, y Alex le agarró las nalgas, elevándola, sosteniéndola, obligándola a aceptar el placer que su lengua le proporcionaba.
—¡Alex! —gritó Anna, conmocionada.
—Sí, amor… déjate llevar. —dijo Alex en un susurro e introdujo su lengua más profundo aún, metiendo y sacando, lamiendo su clítoris y chupándolo, sorbiendo sus fluidos con avidez.
Sus músculos se tensaron más y más, y gimió histérica, incapaz de soportarlo por mucho más tiempo. Finalmente, cuando creía que iba a morir de placer, su sexo se contrajo en una enorme convulsión que la atravesó como si de una explosión se tratara, haciendo que se estremeciera y gritara el nombre de Alex por décima vez esa noche.
Él volvió a la altura de ella en la cama y la abrazó, pero mantuvo su mano quieta en el sexo de Anna, sintiendo sus últimas convulsiones. Ella había vuelto a cerrar las piernas firmemente, asustada por las sensaciones que sintió.
Retiró su mano suavemente y ella gimió y se volvió a estremecer con el roce de sus dedos en su sexo tan sensible. Él la contempló y despacio, muy despacio, apoyado en sus manos, subió encima de ella. Estaba más que preparada para él.
—Ahora vas a ser mía, cielo, —le dijo en un susurro ronco.
Con su rodilla, abrió de nuevo las piernas de Anna y…
Toc, toc, toc… 

Al principio, ninguno de los dos escuchó nada.
Toc, toc, toc…

—Tocan a la puerta, Alex. —dijo Anna, que ya saciada, estaba más atenta a los ruidos exteriores.
—¡Maldición! —rugió Alex.
—¡Tortolitos! —Era la voz de Ámbar, —la fiesta está a punto de comenzar. ¿Están listos? Ya están llegando los primeros invitados.
Los dos se miraron sin decir una palabra.
Al no oír respuesta, insistió:
—¡Alex! ¿Estás bien? Me quedé preocupada por ti.
Ambos se levantaron apresurados de la cama, ella se puso el salto de cama en un segundo.
—Todo bien, Ámbar. Estamos vistiéndonos. Bajamos enseguida. —respondió Alex ceñudo. —Se volvió hacia Anna, todavía desnudo y en un susurro dijo: —Lo siento, no pudimos acabar lo que empezamos.
«¿No?» pensó ella. ¡Dios! Hay más… todavía sentía que las piernas le temblaban y apenas podía sostenerse en pie, agarrada al poste de la cama.
—Oh, Alex…
Se acercó a ella, y le dijo al oído:
—Me encanta cuando dices mi nombre excitada, y cuando gimes. Me debes algo, amor… y ésta noche lo reclamaré.
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