Teresa - Capítulo 09

miércoles, 6 de octubre de 2010

El resto de la tarde y noche ya no pudieron estar solos, cuando volvieron de visitar los jardines, deseosos el uno del otro, se incorporaron al juego de cartas que duró hasta la hora de cenar.
Teresa no podía dejar de mirarlo. Todo en él le parecía insólito, era como si estuviera descubriéndolo de nuevo, reconociéndolo. Y todo lo que veía en él le gustaba cada vez más. Se sentía como si estuviera enamorándose de él de nuevo.
A Daniel le ocurría lo mismo, la miraba y veía en ella a la mujer apasionada que estaba conociendo y no podía creer en su buena suerte. Las reacciones de ella ante sus avances lo dejaron grata y satisfactoriamente sorprendido. A él le gustaba tener el control y descubrió sorprendido que ella, a pesar de su carácter fuerte, se prestaba a todo lo que él deseaba.
Esperaba ansioso verla mañana y comprobar si realmente era capaz de llevar a cabo lo que le había pedido y ella había accedido sin chistar. Y estaba dispuesto a constatarlo con sus propias manos. ¡Que Don Augusto le perdone! Pero ya no podía resistir más.
Casi a medianoche Anna y Alex manifestaron su cansancio y anunciaron que se retiraban. Por supuesto, Daniel iba con ellos.
Teresa los acompañó hasta el carruaje para despedirse, y preguntó a la pareja:
—¿Pueden jugar a los sordos, ciegos y mudos un rato, chicos?
Anna la miró sorprendida.
Alex rió y ayudó a su mujer a subir, casi empujándola.
Apenas Anna y Alex estuvieron dentro del carruaje, Teresa se lanzó a los brazos de su prometido y él la recibió gustoso. Se mezclaron en un profundo abrazo y se besaron apasionadamente, ávidos el uno del otro.
Anna estaba con el ceño fruncido, casi asomando la cara en la ventanilla, queriendo ver qué ocurría fuera.
—No mires y relaja esa cara, cielo, sólo se están despidiendo —le dijo Alex en voz muy baja ya acomodados dentro del carro y rodeándola con el brazo. —Te vas a arrugar antes de tiempo si sigues así.
—No puedo disimular, es más fuerte que yo. La veo más entusiasmada que nunca, temo que cometa una locura. Quisiera poder decirle lo que vimos, no quiero que haga nada irreparable.
—Amor, no puedes tener el control de todo.
—Si puedo. Voy a hablar con Serena y Joselo mañana. Aunque no les cuente lo que vi, no voy a permitir que se queden solos ni un segundo de estos días que seguiremos aquí, y ellos van a ayudarme.
—No te metas, cielo…
—Alex, tú no puedes entender lo que Teresa, Serena y Joselo significan para mí. Son la familia que yo he elegido, aparte de ti son lo único que tengo en este mundo y haría lo que fuera por ellos. Me voy a meter todo lo que yo quiera y considere oportuno.
Alex solo suspiró y se relajó. Sabía que era inútil discutir con su mujer cuando había tomado una decisión.
Al rato entró Daniel y se acomodó frente a ellos, con semblante satisfecho y casi sonriente. Anna frunció el ceño más aún, si era posible, y Alex escondió la cara de ella en su cuello, abrazándola, para que su enojo no fuera evidente frente a su invitado.

Al día siguiente, Teresa remoloneaba en la cama. Serena ya se había levantado y estaba vistiéndose.
—¡Arriba, dormilona! —le dijo risueña.
—Mmmm, ya voy… déjame un rato más. —No quería que Serena la viera vistiéndose, ni que se diera cuenta de que obviaba ciertas prendas en su vestuario.
Una vez que Serena se retiró, Teresa despidió a la criada que las ayudaba a vestirse, diciéndole que la llamaría más tarde cuando la necesitara. Y sonriendo pícaramente se levantó de la cama y se vistió sola.
Serena estaba en el salón con su madre y Joselo, desayunando.
—¿Qué van a hacer hoy, hija?
—No tenemos nada planeado, madre. Creo que Alex todavía está inspeccionando la hacienda, así que nos quedaremos todo el día en La Esperanza.
—¿Y Daniel lo acompañará otra vez?
—No lo sé, madre. Probablemente sí. —le dijo para que se tranquilizara.
—Si se queda con ustedes, no dejen de vigilarlos. —Y miró a su hijo, que estaba escondido detrás del periódico, leyendo. —¡Joselo! ¿Me escuchas?
—Mmmm, sí, madre… vigilarlos. —Contestó Joselo. —Cuenta con ello. Nada le pasará a mi indiecita mientras yo esté alrededor.
—¡Como si pudieras contra Daniel! —Serena rió a carcajadas, —te dobla en tamaño y altura.
En eso entró Teresa.
—¿Están hablando de mí? —Y saludó sonriente, aunque un poco cohibida, se sentía casi desnuda y le daba la impresión que todos se darían cuenta de su osadía. —Buen día tía Sofi, buen día Joselo.
—Buen día, hija.
—Hola indiecita, ¿Cómo amaneciste?
—Bien, dormimos como troncos, ¿no es así, Sere?
—Así es, —contestó Serena sonriendo.
Terminaron de desayunar y partieron hacia La Esperanza. Teresa insistió en ir caminando, alegando que hacía un día estupendo y todavía no hacía mucho calor. Aunque en realidad no se animaba a trepar a un caballo sintiéndose casi desnuda.
—Más tarde les mando el carruaje, chicos. Vayan, tiene razón Teresa, hace un día espléndido para caminar. Diviértanse y pórtense bien. —les dijo tía Sofi despidiéndose.
Apenas llegaron vieron a Daniel en la galería que rodeaba la casa, sentado en la hamaca de madera leyendo el periódico.
Él levantó la vista y ladeó la boca casi en una sonrisa. Vio acercarse a Teresa, contoneando levemente sus caderas, con esa gracia innata en ella al caminar y se la imaginó desnuda debajo de su vestido. Su entrepierna se tensó inmediatamente.
«¡Será un día muy caluroso!», pensó.
Se levantó para recibirla.
—Buen día, chicos. —Saludó en general. Tomó la mano de Teresa y besó dulcemente sus dedos. —Buen día, osita. —le dijo en voz baja.
Ella sonrió y bajó la cabeza, ruborizándose.
Lo veía tan guapo, tan relajado, como nunca antes lo había visto. Se había vestido informalmente, con una camisa sencilla y sin chaqueta.
—¿Ya desayunaste? —le preguntó Teresa, sentándose en la hamaca junto a él.
—Sí, hace bastante. Me levanté casi al mismo tiempo que Alex. A Anna todavía no la vi.
—Voy a buscarla, —anunció Serena.
—Aquí estoy, buen día a todos, —dijo Anna asomando a la galería, no había bajado antes porque sabía que Daniel estaba solo y no quería encontrarse con él. —¿Me acompañan a desayunar?
—¡Claro! —dijeron al unísono Serena y Joselo.
—Nosotros nos quedaremos aquí, si no te molesta, Anna, —dijo Teresa, guiñándole un ojo.
—Para nada, —contestó Anna, que justamente lo que quería era hablar a solas con Joselo y Serena.
Una vez sentados a la mesa, abordó el tema sin dilación:
—Chicos, tenemos que vigilar a esos dos.
Ambos la miraron intrigados, Joselo dijo:
—¿También tú? Mamá nos hizo la misma recomendación ¿Por qué esa urgencia de vigilarlos?
—Solo háganme caso, no tenemos que dejarlos solos mucho tiempo en ningún momento.
—¿Cuál es el problema? —preguntó Serena.
Anna, que había prometido a su esposo no decir nada, se excusó con lo primero que se le ocurrió:
—Lo veo a Daniel muy suelto y relajado, distinto de lo que normalmente es. Y a ella muy entusiasmada por ese cambio. No quisiera que cometa una locura. Yo sé lo que ocurre cuando una está enamorada y hasta donde es capaz de llevarnos esas, mmmm… pasiones.
Serena se ruborizó. Joselo rió y dijo:
—Te estás volviendo una anciana. Cuenta conmigo, mami.
Anna rió y le arrojó una servilleta.
En la terraza, Teresa y Daniel estaban sentados muy juntos, tomados de la mano. Apenas vieron desaparecer a sus amigos, él acercó sus labios a los de ella, le dio un suave beso y la saludó como si recién la viera.
—Buen día, mi dulce osita.
—Hola mi amor ¿cómo amaneciste?
—Mal, lo único que pienso es en poder amanecer contigo en mis brazos, desnudos, haciendo el amor.
Teresa se tensó ante esta revelación. Su entrepierna desnuda palpitó. «Él si sabe cómo mantenerme excitada, es un maestro» pensó.
—¡Santo cielo! Eso sería fabuloso, —contestó y se acomodó a su costado. Él pasó una mano por sus hombros y la abrazó, besándola en la frente. —Cuéntame más…
Y él le relató al oído todo lo que le gustaría hacerle. Estuvieron largo rato abrazados, prodigándose mimos, diciéndose palabras cariñosas, hasta que Daniel le hizo la pregunta que llevaba queriendo saber desde que la vio:
—¿Me complaciste en lo que te pedí, osita?
Y ella, que estaba aprendiendo del mejor, pasó la mano por su pecho, sobre la camisa, la deslizó lentamente hasta su estómago y le susurró en su oído:
—Tendrás que averiguarlo por ti mismo, mi amor.
—Será un placer para mi, cariño —le contestó, pasándole la lengua por los labios, abriéndolos para él.
Daniel puso el periódico sobre su regazo, para tapar la evidencia de su excitación, antes de levantar la otra mano hacia el rostro de ella y profundizar el beso.
—Ejem, —carraspeó Anna.
Ambos se soltaron inmediatamente. Teresa sonrió, sonrojada y Daniel, visiblemente avergonzado de que los hayan encontrado en esa situación, pidió disculpas:
—Lo siento, Anna. No queríamos faltar el respeto a tu casa. Sólo estábamos saludándonos.
Anna frunció el ceño.
Serena y Joselo reían en su interior.
—A Anna no le importa, ¿no es así, amiga? —le dijo Teresa, mirándola son expresión de complicidad.
—De hecho, sí me importa, —contestó Anna todavía ceñuda. —No quiero que tu madre o tía Sofi me hagan responsable de nada, Tere.
Teresa la miró con expresión interrogante. No entendía que le pasaba a su amiga. No pudiendo con su genio respondió:
—¿Qué te pasa, Anna? ¿Acaso te has vuelto una mojigata?
—Mojigata no, Tere, solo sensata.
Joselo intervino:
—Bueno, chicas. No ha pasado nada. Olvídenlo. No discutamos por esto.
—Sí, mejor planeemos qué haremos hoy. —dijo Serena para suavizar la situación. —¿Qué tal un paseo a caballo hasta el pueblo?
—Alex vendrá a almorzar con nosotros, no nos va a dar el tiempo para ir y volver. —Contestó Anna, —anoche no se sintió bien y durmió mal. Me dijo que volvería pronto a descansar.
Luego de interesarse por la salud de Alex e intercambiar pareceres sobre las actividades que podían realizar todos juntos, decidieron quedarse en la hacienda y no hacer nada.
Teresa y Daniel no lograron estar solos en todo el resto de la mañana, por más que lo intentaron.
Cuando Alex volvió, almorzaron. Era evidente se sentía mal, estaba pálido y fruncía el ceño. Apenas probó bocado y decidió ir a descansar. Anna lo acompañó, no sin antes hacerles señas a Serena y a Joselo para que no pierdan de vista a los enamorados.
Estaban descansando en la sala, cuando Serena se excusó y fue al cuarto de aseo. Luego de un rato, Joselo se quedó profundamente dormido en el sofá.
Teresa y Daniel, con mirada cómplice, sonrieron y dejaron el recinto sin hacer ruido.


Continuará...

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