Salvador, Bahía…
11 de Enero.
Elías despertó al sentir un haz de luz que iluminaba su rostro. ¡Oh, Dios Santo! Se quejó. Su cabeza le dolía horrores y tenía nauseas. ¡Qué resaca de la puta madre! Pensó.
No recordaba nada de lo que había pasado a partir de cierto momento de la noche. Y parecía como si hubiera dormido diez minutos… bajó los pies fuera de la cama y se sentó, sin abrir los ojos, apenas podía respirar. Se tocó el estómago y sus manos rozaron su vello púbico… y más abajo.
¡Santo cielo! Él jamás dormía desnudo. Tenía un compañero de habitación, no se permitía hacerlo. Esperaba que no se hubiera dado cuenta. Respiró hondo e intentó abrir los ojos, la claridad era desesperante.
Algo estaba mal, su camarote no tenía esa claridad, ni siquiera daba al exterior.
Cuando pudo enfocar la vista, se llevó una gran sorpresa.
Estaba en una habitación desconocida, que ni siquiera sabía que existiera en el barco. Era lo más lujoso, amplio y hermoso que había visto en su vida. Gimió suavemente. No quiero ver lo que hay en esta cama, pensó, pero su curiosidad pudo más que sus propósitos.
Volteó lentamente, y aunque no sabía lo que encontraría, lo suponía, ya no fue una sorpresa, sino más bien una realidad que esperaba en su inconsciente.
Adriana y César estaban desnudos, despatarrados en la gran cama, durmiendo plácidamente. Él estaba de costado en un extremo y ella de espaldas en el centro, ajenos totalmente a la idea de ser observados.
Tengo que sacar a Adriana de aquí, fue lo primero que pensó.
Bueno, lo segundo, porque lo primero fue: ¡Mierda, que hombre más hermoso!
—Shhh, coneja —dijo junto a su oído en un susurro—, despierta cariño.
Ella gimió en sueños y él le tapó la boca, asustado. No quería que César despertara.
Cuando entornó los ojos, quejándose, él le hizo un gesto de «silencio» con el dedo en la boca y la estiró fuera de la cama, tratando de hacer el menor movimiento posible.
La sacó como pudo de la habitación y cerró despacio la puerta detrás de ellos. Estaban en la sala de estar de la suite, tan hermosa y lujosa como el resto del camarote.
Adriana se apoyó de frente contra la pared, sintiéndose miserablemente mareada y con ganas de vomitar.
—Tenemos que salir de aquí inmediatamente, coneja —dijo mirándola.
Y rió suavemente.
—¿De qué te ríes, idiota? —dijo ella con el ceño fruncido—, ¿qué carajo te pasa? —preguntó desorientada y somnolienta. Abrió los ojos y lo miró— ¡Mierda, estás desnudo!
—Shhh, no hables tan fuerte, y chocolate por la noticia —no podía dejar de reír suavemente, ella todavía no se había dado cuenta de su condición—, tú también lo estás, cariño —dijo con ternura, siempre susurrando.
—¡Oh, Dios santo! —se quejó, tapando sus senos con una mano y posando la otra sobre su pubis, cerrando sus piernas— ¿Cómo? ¡Oh! ¿Cuándo? —preguntó desorientada.
—Tenemos que sacar nuestras ropas de esa habitación —anunció ya más despierto, aunque todavía con ganas de vomitar.
—¡Ay, cielo! Dime que no es lo que me imagino, dime que no está quien pienso allí dentro —dijo casi rogando mirando la puerta.
—No puedo mentirte… quédate aquí bien callada, yo entraré y traeré nuestra ropa, ¿ok? —ordenó.
Adriana asintió con la cabeza.
—Rápido, esto es tremendamente incómodo —dijo sonrojándose.
Jamás la había visto sonrojarse, se veía deliciosa, hasta parecía una niña asustada. No pudo contenerse y rió en silencio.
Abrió suavemente la puerta y entró en puntas de pie.
Él seguía durmiendo, y mientras recogía la ropa del piso de la habitación, Elías no podía dejar de mirarlo. Era el hombre más hermoso que había visto en su vida. Puro músculos, dureza y suavidad. Lo que más llamó su atención fue que no tenía un solo vello en todo el cuerpo, estaba totalmente depilado. Su miembro en reposo se veía desprotegido y solitario sin el lecho de vellos a su alrededor…
¿Cómo será excitado? Se preguntó.
Gimió quedamente y salió en silencio.
Se vistieron lo más rápido que pudieron y escaparon de allí.
—Vamos a mi habitación, tenemos que hablar —dijo Adriana estirándolo.
Una vez que llegaron, ella lo empujó dentro y se apoyó en la puerta.
—¿Qué mierda pasó, Elías? —preguntó enojada.
Él se tiró en la cama de espaldas y gimió.
—Ángel mío —dijo con los ojos cerrados—, no tengo la más pálida idea. Por favor, dame un analgésico si lo tienes —rogó cambiando de tema.
Ella rebuscó en su maleta y sacó un tira, frunciendo siempre el ceño. Tomó una botellita de agua de la pequeña heladera y le tendió dos pastillas después de ingerir las suyas.
Se acostó a su lado en la cama y gimió.
—Dime que no fue más que un sueño —pidió suavemente.
Él la acomodó de espaldas y la abrazó.
—Fue solo un sueño —dijo complaciéndola con un suspiro—, deja de hablar y duérmete, ya averiguaremos que ocurrió, es demasiado temprano para preocuparnos.
Y se quedaron dormidos de nuevo, cada uno con sus propios temores, sin compartirlos.
Elías despertó antes que Adriana, se escabulló de la habitación y fue a la suya a bañarse y cambiarse.
Una vez que lo hizo, y sintiéndose más decente, ya sin dolor de cabeza aunque todavía con el estómago revuelto, se dirigió hacia el comedor. El barco ya estaba atracado en el puerto de Bahía, por lo que pudo ver al avanzar por la cubierta.
Esperaba que César ya hubiera bajado, así tenía más tiempo de prepararse para el incómodo encuentro.
El comedor estaba relativamente vacío, la mayoría de los pasajeros ya habían almorzado y bajado a tierra, por lo tanto se sirvió un café y se sentó en una pequeña mesa a esperar a Adriana.
Por momentos recordaba fragmentos de lo que había pasado durante la madrugada, y se estremecía inconscientemente.
Hizo una mueca de asco con su cara y su cuerpo tembló.
—¿Te pasa algo Elías? —preguntó Yanela acercándose hasta él.
—Hola Yan, eh… no, todo bien —dijo mintiendo, aunque sabía lo inútil que era ocultarle algo a esa mujer—; bueno, más o menos, creo que ayer me propasé con los tragos, y ahora estoy sufriendo las consecuencias.
Yanela sonrió.
—Ya me enteré de la abultada cuenta que le llegará al señor Andretti de la boîte —dijo aparentemente contenta—, sigue así y te aumentarán el sueldo.
Ambos rieron por la broma.
—Él se lo buscó, ni Adri ni yo le pedimos nada, pero la bebida corría a raudales… ¡Dios Santo! Hace mucho que no bebía tanto.
—Me alegro que por fin te hayas desatado un poco, Elías, a veces es bueno dejar de lado nuestros miedos y explorar nuestros instintos más bajos.
—¿Qué quieres decir con eso? —La miró desesperado— Yan, por favor, dime que no hicimos algo indecente en la boîte, no recuerdo nada a partir de cierta hora de la madrugada… es terrible —gimió.
—Tranquilo, amigo… ese dato no llegó a mis oídos —y lo miró fijamente, como solo ella sabía hacerlo, penetrando en lo más hondo de una persona, como si fuera un aparato humano de rayos X—, no temo por ti, esta aventura será buena, muy buena…, por fin conoceremos al verdadero Elías. Pero será muy confuso también… y peligroso. Las mentiras y falta de información estarán al orden del día, un lienzo en especial creará muchos conflictos. Mira a tus costados, no bajes la guardia en ningún momento… oh, esto es raro… muy feo.
—¿Qué? ¿Qué pasa Yanela, qué ves? —preguntó preocupado.
Elías era el único que creía sin dudar en sus visiones, siempre lo hizo, quizás al ser brasileño como ella, confiaba más en las fuerzas sobrenaturales, la magia blanca, el poder de la mente, o lo que fuera que la hacía entrar en trance.
—Traición… de alguien cercano —Yanela cerró los ojos y suspiró.
—¿De quién? Dímelo… —y la tomó de la mano.
—No lo sé, Elías… no lo sé —contestó pensativa.
—Buen día… o buenas tardes —saludó Adriana interrumpiéndolos.
Ninguno de los dos le contestó inmediatamente. Luego de unos segundos, Yanela saludó a Adriana e inmediatamente se retiró con el ceño fruncido.
—¿Te pasa algo, además de lo obvio? —preguntó su amiga al verlo tan preocupado.
—No, Adri… —contestó todavía confundido.
—¿Qué haremos? ¿Lo buscamos y le pedimos explicaciones? —preguntó y añadió una broma para relajar el ambiente—: ¿O tratamos de escabullirnos de él lo que resta del viaje?
—Creo que no será necesario ni buscarlo ni escabullirnos —contestó al verlo entrar al comedor con su andar felino y elegante, como si fuera amo y señor de todo a su alrededor—, pero sí le pediremos detalles. Viene para aquí.
—Buenas tardes compañeros de juerga —saludó como si nada hubiera pasado—, ¿Cómo amanecieron?
Los otros dos contestaron a su saludo con monosílabos… ¿cómo podía estar tan fresco como una lechuga cuando ellos se sentían destrozados y de mal humor? Bueno, a Elías no le sorprendía en lo más mínimo, ya que se dio cuenta que César había fingido tomar durante toda la noche. En la realidad no había bebido ni dos copas de champagne.
—Me muero de hambre —dijo tranquilamente— ¿ya almorzaron?
Ambos negaron con la cabeza.
—Hagámoslo rápido y liviano, porque un vehículo nos está esperando en el puerto para nuestra primera aventura —informó como si ellos supieran de qué hablaba.
Adriana y Elías se miraron con el ceño fruncido y un gran signo de interrogación sobre sus cabezas.
—¿Qué les pasa? ¿Les comió la lengua el gato? —preguntó risueño—, ¡Levántense! A comer… apúrense.
Su entusiasmo era contagiante.
Sin que se lo pidieran les contó que por lo visto, por opción unánime, la noche anterior habían decidido ir a hacer góming , aunque ninguno de los dos sabía siquiera de qué se trataba.
Mientras almorzaban, cada vez que intentaban tocar el tema de lo que había pasado durante la noche, terminaban hablando de otra cosa.
Cuando bajaron al puerto no se sorprendieron al encontrar que una espectacular Hummer negra los estaba esperando.
—¿Nos puedes explicar más detalladamente qué es exactamente lo que haremos? —preguntó Adriana ya camino a su aventura.
—Es parecido al puénting —explicó tranquilamente—, pero los materiales, la técnica, los procedimientos y la experiencia son muy diferentes. Les encantará, se los prometo.
—Bien, ya veremos —dijo Elías—, ahora dime otra cosa, por favor, ¿qué fue lo que pasó anoche?
César sonrió.
—Nos divertimos, ¿qué más? —dijo con desenfado.
—¿Normalmente te diviertes y amaneces desnudo en una cama desconocida sin saber lo que ha pasado? —preguntó Adriana frunciendo el ceño—, esa no es mi idea de diversión.
—Ese no es mi caso —dijo risueño—, yo estaba en mi cama, no en una desconocida, y siempre duermo desnudo. Además, recuerdo todo lo que pasó.
—¡Pero sí es el nuestro! —dijo Elías ya enfadado porque no obtenían respuestas— Y no recordamos nada…
—Qué falta de cultura alcohólica —contestó riendo a carcajadas— ¿me disculpan un momento? Tengo que hacer una diligencia —informó. Estacionó frente a una casa antigua, y se bajó del vehículo alquilado.
—¡Qué hombre más irritante! —dijo ella bufando y preguntó curiosa—: ¿Dónde estamos?
—Creo que en Pelourinho —dijo mirando a su alrededor—, no insistamos más con ese tema, Adri… parecemos idiotas desesperados. Déjame a mí, trataré de sonsacarle la información.
Adriana asintió, casi sin escucharlo. Estaba demasiado concentrada en ubicar el lugar donde estaban, tomó nota mental del nombre de la calle y el número de vivienda para que investigasen en la base de operaciones.
No es mala idea seguirle la corriente después de todo, pensó. Así podría saber sus pasos durante todo el viaje.
Sonrió complacida.
Cuando llegaron a la zona donde tenían que lanzarse al vacío, resultó ser un gran terreno descampado con una torre metálica preparada para realizar los saltos y una gran piscina.
—Me cago en las patas —le dijo Elías a Adriana al oído.
—Yo también —aceptó ella riendo—, pero es algo que siempre soñé hacer y jamás pensé que tendría la oportunidad.
El instructor los recibió sonriente y les dio una pequeña clase de todo lo que debían hacer, les mostró un video y les hizo leer unas instrucciones escritas y un contrato que los desvinculaba de cualquier responsabilidad que no fuera la seguridad de los aparatos y arneses.
Los tres lo firmaron, las manos de Elías temblaron al hacerlo.
El primero en realizar el salto fue César. Ya lo había hecho antes, por lo tanto se decidió por la mayor altura.
Lo prepararon con el equipamiento necesario para asegurar su seguridad, lo subieron a una cesta y con una grúa lo elevaron hasta la altura deseada. Él los saludó desde arriba antes de dar el salto.
Y lo hizo con una maestría propia de un experto.
Se lanzó al vacío con los brazos abiertos y las piernas muy juntas. Con la precisión calculada previamente, peso, altura y longitud de la goma, pudo tocar con las manos el agua de la gran piscina que lo esperaba debajo… y volvió a subir gritando aparentemente feliz, el proceso se repitió interminables veces hasta que fue menguando.
—No podré hacerlo, coneja —dijo Elías asustadísimo.
César llegó gritando y saltando eufórico hasta ellos.
—¡Es lo máximo! —dijo impresionado—, no se arrepentirán… ¿quién sigue?
—¡Yo! —gritó Adriana riendo—, estoy ansiosa por hacerlo.
Mientras la preparaban, César y Elías se mantuvieron a un costado.
—Es impresionante —dijo Elías—, no sé si podré hacerlo.
—Por lo que me he dado cuenta anoche, hay demasiadas cosas en tu vida que crees que no puedes hacer, Elías, sin embargo lo deseas con toda el alma —lo miró a los ojos—, no te prives de ellas. La vida se vive una sola vez, y si te reprimes solo la disfrutarás a medias.
—¿Estás tratando de darme algún tipo de lección? —preguntó.
—Tal vez sea así —contestó pasando su mano por el hombro y apretándolo para que se relajara—, quizás es hora de que te tires al vacío.
—¿No es eso lo que voy a hacer?
—Esto es seguro, no hay riesgo, solo es adrenalina pura, me refiero a otro tipo de salto.
—¿Cómo el de anoche? —preguntó ladeando una ceja.
—Me dijiste que no recordabas nada.
—Claro que recuerdo —mintió tratando de hacerlo caer en una trampa—, le dije a Adri lo contrario porque me avergüenzo de todo lo que pasó.
—Eres un pésimo mentiroso, Elías —dijo sonriendo y miró hacia la cesta, que ya estaba en el aire—. ¡Mira! Se va a lanzar.
Y Adriana lo hizo, sin vacilar… simple y perfectamente, gritando.
Cuando todo terminó y llegó hasta ellos, sus palabras fueron:
—¿Han vivido alguna vez un terremoto de 30º escala Richter ? ¡Dios mío!
—¿Te gustó? —preguntó Elías nervioso.
—¡Fue alucinante! Hazlo… ¡Ésta es tu oportunidad!
—¿Oportunidad para qué, coneja?
—De arriesgarte por una vez en tu vida, cielo —dijo eufórica.
—2 a 1, Elías… —dijo César guiñándole un ojo—, Ve… hazlo.
No podía negarse, a pesar de que sus piernas apenas le respondían.
Le costó dar el paso, fue la decisión más terrible que tomó… adrenalina químicamente pura. Un solo paso, pero ni lo pensó, porque ya había visto que Adriana y César estaban contentos, sonrientes, alucinados, satisfechos, eufóricos… quería sentirse igual.
Pensó que cuanto más tiempo estuviera en el borde, más sufriría.
¿Por qué negarlo? Sintió miedo. Mucho miedo… incluso terror, pues el instinto de temor a la altura, seguía ahí, activo. Pero tanto como temió antes de saltar, gozó después del salto. Y fue como una apuesta, una inversión: tomó todo tu miedo, lo invirtió en el salto y obtuvo placer, enorme placer.
La caída fue impresionante: primero notó la ingravidez, la aceleración, cómo se acercaba al agua, la tocó, luego algo se fue tensando a la altura de sus pies, estirando su cuerpo y siguió, siguió y siguió.
Se fueron alternando los periodos de ingravidez con los de una ligera tensión, no hubo dolor, la fuerza máxima que sintió fue poco mayor al de su propio peso en reposo; no hubo tirones ni golpes y tampoco sacudidas.
¿Confusión? Garantizada. Se meneó tanto en las caídas y rebotes que le fue difícil saber si estaba de cabeza o parado, incluso en los momentos en lo que fue capaz de mantener los ojos abiertos durante todo el proceso.
Impresionante, difícil de describir.
No pudo hacerlo, apenas podía hablar… solo sentir.
Todavía se sentía ingrávido y eufórico.
Cuando llegó hasta sus amigos, tambaleando, abrazó a Adriana y no la soltó por un buen rato. Ella lo comprendió… entendió que había dejado un poco de sus miedos en ese salto, y esperaba que a partir de ese momento asumiera más riesgos.
César le sonrió y lo tomó de la nuca para acercarlo a su cuerpo, él estaba tan lánguido que se dejó estar, apoyó la cabeza en su hombro y lo rodeó con los brazos mientras Elías lo abrazaba también.
Y se sintió tan bien, que permaneció allí por un momento interminable.
Parecía como si hubiera encontrado el lugar al cual pertenecía.
—¿Lo de siempre, César? —preguntó Elías detrás de la barra a la noche.
—Sorpréndeme —pidió risueño.
—Bien, bien —dijo y procedió a prepararle un trago especial.
Con destreza, mezcló los ingredientes bajo su atenta mirada, acomodándose frente a él en una butaca. Le agregó hielo picado y unas gotas de granadina para que el coctel adquiera una tonalidad rojiza en el fondo. Pinchó una cereza y un trozo de piña con un palillo largo y se lo entregó, mirándolo a los ojos.
—Mi especialidad —dijo.
—¿Cómo se llama? —preguntó curioso.
—Visa para un sueño —contestó insinuante.
—¿Convertirá mi sueño en realidad? —preguntó.
—¿No me habías dicho que no los tenías?
—Te dije que no tenía ilusiones, Elías… hay una sutil diferencia. Una ilusión es una esperanza que difícilmente se concrete. Un sueño, sin embargo, es anhelar algo que puede ser realidad si luchas por él.
—Dime cuál es tu sueño… —pidió.
—Tú lo eres —dijo sin inmutarse, mirándolo a los ojos.
El corazón de Elías empezó a bombear descontrolado.
César extendió su mano y la apoyó sobre la de él, acariciándole suavemente los dedos, sin dejar de observar sus reacciones.
—¿No vas a decir nada? —preguntó César y esperó, al ver que no contestaba, continuó—: Suelo ser muy bueno juzgando a las personas, y espero no haberme equivocado esta vez, Elías… si fuera así, te pido disculpas, sino, espero que…
—¡Hola chicos! —saludó Adriana entrando al bar, interrumpiéndolos.
Elías retiró su mano de la barra inmediatamente y se ruborizó.
César suspiró y saludó a Adriana con un beso en la mejilla.
—¿Cómo estás, niña bonita? ¿Todavía te dura la euforia? —preguntó sonriendo. Esa sonrisa volvía loco a Elías, no podía dejar de mirarlo.
—Sí, creo que me durará toda la vida —dijo emocionada y agradeció de nuevo a César la experiencia— ¿Qué planes tienen para hoy? —preguntó a continuación cambiando de tema.
—Por mi parte, espero hacer algo tranquilo, estoy bastante cansado con la juerga de anoche y la adrenalina de esta tarde… ¿propuestas? —preguntó.
—Pasan una excelente película en el cine del barco a medianoche. Es policial, con Liam Neeson y Meryl Streep, estuve leyendo el argumento y parece interesante.
—No me sorprende —dijo Elías—, son actores de primera línea.
—¿Cómo se llama? —preguntó César.
—"Antes y después", y trata sobre el descubrimiento del cadáver de una joven, las sospechas de la policía recaen sobre el novio de la chica. La situación se complica porque el joven desaparece misteriosamente. Sus padres luchan para averiguar la verdad de lo ocurrido; porque ignoran si su hijo ha cometido el crimen del que se le acusa o si se encuentra en peligro.
—Parece interesante… ¿la vemos? —propuso César.
—Yo ya la vi, y además no puedo dejar el bar —dijo Elías.
Acordaron encontrarse más tarde en la suite de César, y empezaron a hablar sobre películas y series, ordenaron la cena en el bar, conversaron y bebieron hasta que los dos se retiraron para ir al cine.
Elías siguió con su trabajo hasta las tres de la mañana, hora en la cual llegó su relevo. Sin cambiarse, se dirigió hacia la suite para encontrarse con sus amigos.
—Shhhh, silencio —le dijo César al entrar—, Adriana se quedó dormida.
Miró a su amiga y sonrió. Estaba en el sofá. César la había tapado con una sábana y parecía tan dulce y vulnerable. Solo en sueños, pensó.
—Quizás debería despertarla y llevarla a su camarote —dijo Elías.
—Ni lo sueñes, tenemos una conversación pendiente, ven aquí —y lo tomó de la mano, estirándolo hacia su habitación. Cerró la puerta tras ellos.
Elías se tensó.
—César… yo…
—No digas nada —interrumpió, lo miró de arriba abajo—, primero cámbiate ese traje, toma uno de mis shorts y relájate.
Él ya llevaba puesto uno, y solo eso. Estaba descalzo y se paseaba por la habitación con una soltura y libertad absoluta, fue hasta el frigobar y sacó dos cervezas, acomodó las almohadas de la cama y se recostó contra la cabecera, cruzando las piernas.
—¿Qué esperas, Elías? —preguntó al verlo parado al lado de la cómoda—, los shorts están en el segundo cajón, elije el que quieras.
Elías sacó uno al azar mientras su corazón retumbaba en su pecho. No sabía qué hacer ¿iba al baño? ¿Se cambiaba frente a él?
Al ver su indecisión, César dijo:
—No voy a ver nada que yo no tenga… o que no haya visto antes, fui yo el que te desnudó anoche.
—¿Tú lo hiciste? —preguntó con los ojos abiertos como platos.
—¿No me dijiste que lo recordabas? —Rió a carcajadas—. No, lo hiciste tú solo, 3 a 1… caíste en mi trampa. Nunca me mientas, porque siempre me enteraré a la larga. Nada pasó anoche, Elías, solo llegamos muertos de cansancio, nos desvestimos, nos tiramos a la cama y nos quedamos dormidos. Vamos, cámbiate, ponte cómodo, relájate. Solo hablaremos si eso es lo que quieres —y le mostró las cervezas—, y beberemos, mi querido osito Winnie.
—¿Osito Winnie? —preguntó Elías sobresaltado y rogó que no fuera lo que pensaba. ¡Por favor que no lo haya visto! Pensó. Pero al verlo sonriendo con picardía sabía que la suerte no lo acompañaría.
Elías estaba rojo como un tomate.
—¿Crees que no lo he visto? Te he observado de punta a punta… ese simpático tatuaje de Winnie Pooh que tienes en la nalga a la altura de la cadera me enterneció… ¿por qué te lo hiciste?
—Fue una locura de adolescente, me lo hice a los quince años, y hasta hoy me arrepiento, menos mal que no se ve.
—Yo lo veré, Winnie… —dijo con dulzura—, y besaré ese tatuaje, el apodo te queda de maravillas, eres como un gran osito peludo… muéstramelo de nuevo.
Lo miró y suspiró. Deseaba a ese hombre con desesperación, nunca antes había deseado a nadie así. Y se había tomado muchas molestias en hacerle ver que la vida era corta y que debía arriesgarse más. Ese salto que había dado fue esclarecedor, su vida entera podía dividirse en un "antes y después" de ese momento. Ya no deseaba ser un espectador, temeroso de arriesgarse, quería ser protagonista. Ahora estaba al borde, podía dar un paso hacia el vacío, no sabía lo que encontraría al final, pero estaba seguro que sería mejor que la vida vacía que llevaba.
Nervioso, Elías le dio la espalda y se desnudó totalmente, poniéndose el short con manos temblorosas.
César no dejó de mirarlo un solo instante. Trataría de seducirlo, por supuesto, las cosas habían ido bastante lejos como para que Elías fingiera que no estaba interesado. Era ahora o nunca en lo que a él que se refería. Solo necesitaba conseguir que viera las cosas a su manera, que se relajara y aceptara lo que era.
Sonriendo, le señaló la cama a su lado con una mano.
Elías suspiró y subió al somier.
Se acomodó de la misma forma que César, sus hombros casi se tocaban y sus pies estaban a solo cinco centímetros de los de él.
—¿Qué tal la película? —preguntó para tratar de relajar el ambiente.
—Bien, mucha intriga, pero… ¿reamente quieres hablar sobre eso, Elías? —contestó César volteándose ligeramente hacia él y tocándole los pies con sus dedos. Lo frotó un poco más intencionalmente. El toque se sentía como electricidad corriendo hacia arriba de la pierna hasta su pene. Elías se quedó atónito por un momento. Tenía miedo de mirar hacia abajo y ver que su erección era visible, porque ya sentía su polla a punto de estallar.
César se deslizó más abajo y lentamente subió la rodilla sobre Elías. Bueno, era oficial. Los shorts ya estaban definitivamente como una tienda de campaña. César flexionó la pierna y suavemente rozó el pene del joven. Inmediatamente vio los resultados en el tamaño de su paquete. Delicioso, pensó. Lo hizo de nuevo un poco más fuerte y Elías gimió.
César movió las rodillas más arriba del muslo de Elías para acariciar sus testículos.
—Voltéate un momento —pidió.
—¿Pa-para qué? —preguntó confundido.
—Solo hazlo, Winnie —dijo y lo ayudó a decidirse. Metió sus dedos bajo la pretina del short y lo bajó un poco a la altura del tatuaje. Lo miró, sonrió y posó sus labios dulcemente sobre el pequeño osito amarillo.
—Oh Dios, César, se siente tan bien.
—Ni la mitad de bien que lo sentirás después. No ver tu polla me está matando ¿Te importaría si me acerco un poco más?
—No, no me importa —aceptó soltando sus riendas y volteando de nuevo hacia él—. He estado soñando con esto desde que te vi por primera vez hace dos años.
Elías abrió las piernas un poco más y César se arrastró por la cama entre ellas. De inmediato llegó al pene de Elías y lo frotó por encima del short mientras besaba el desnudo torso. Acarició su mandíbula, tomó la parte posterior de su cuello y comenzó a devorar su boca. No había ninguna tímida pretensión implicada, jodió su boca directamente. La lengua de César entraba y salía mientras Elías gemía desesperado.
—Maldición, te deseo con locura —dijo César y estiró a Elías un poco más hacia él para que pudieran frotarse los penes entre sí.
Era como poner un fósforo en un saco de dinamita. Ambos jadeaban y empujaban sin dejar de besarse hasta perder el sentido.
César dejó sus labios por un momento y se movió por el pecho de Elías, rindiendo homenaje a sus tetillas. Lamió y chupó las protuberancias duras antes de soltarlas finalmente.
—Se siente tan bien, tan malditamente correcto —dijo Elías pasando los dedos por el cabello y hombros de su acompañante.
César recorría lentamente su camino hacia abajo por el abdomen de Elías, empujando su propio short hacia abajo mientras lo hacía. Trazó el abdomen con su lengua, y lo miró a los ojos.
—Dios, eres hermoso, siempre lo he pensado, desde la primera vez que te vi detrás de esa barra. Y ahora tengo la oportunidad de comprobarlo.
Continuó hasta llegar a la pretina de los shorts y lo empujó hacia abajo. Sin previo aviso, se tragó la cabeza de su polla y pasó la lengua por los costados venosos. Elías gemía y se estremecía, mientras César presionaba su pene contra la pierna del joven mientras volvía a cubrir la punta y tragaba su polla profundamente.
El barman cerró los ojos y susurró incoherencias. Llevando el pene de Elías aún más profundo en su garganta, César empezó a acariciar sus testículos.
Desde ahí continuó hacia el agujero de su culo. César sacó el pene del joven de su boca, metió su propio dedo para humedecerlo y los llevó hacia la arrugada roseta de Elías, mientras seguía acariciando su polla desde la base hasta la punta con la otra mano.
—Voy a correrme, César —jadeó Elías desesperado—. No puedo detenerlo más, esto es muy intenso para mí.
César metió el dedo en el agujero de Elías más profundo y él sintió que explotaba. Se corrió con un gruñido suficiente para despertar a los muertos.
Fue como una poderosa ola que partió desde el centro de su ser y llegó hasta lugares más recónditos en largas ondas de placer que inundaron por completo su cuerpo. Arqueó la espalda y onduló las caderas buscándole la boca con el sexo. Aún más ansioso que antes, César lo chupó y bebió de él hasta que Elías se derrumbó, casi inconsciente.
Y César se deslizó hasta su cuerpo para sostenerlo.
Mientras Elías se recuperaba del orgasmo más intenso que había experimentado en su vida, acariciaba los cabellos de César.
—¡Oh maldición! Creo que nunca voy a volver a ser el mismo —aceptó Elías mirando a César a los ojos. Acunó su cara y le dio un beso ligero —Lo siento, me olvidé de ti— y Elías llevó su mano hacia el pene de César, quién detuvo su progresión.
—El verte tan excitado y sentir como te corrías fue la cosa más malditamente sexi que vi en mi vida. No pude evitar correrme yo también —dijo un poco avergonzado.
Elías miró hacia abajo y vio que el esperma de César goteaba por su pierna desnuda a la cama. Riendo, Elías lo besó otra vez. César le devolvió el gesto y terminó de quitarse los shorts que habían quedado a nivel de sus rodillas.
Limpió la pierna de Elías y la cama con ellos y luego se limpió él mismo. Subió hasta quedar a su altura y lo acurrucó en sus brazos.
—¿Está bien esto entre nosotros? —preguntó el joven, mirando sus profundos ojos azules.
—¿Cómo puede estar mal? Me gustas y por lo que veo yo también a ti, eres jodidamente sexi y excitantemente inocente, me haces sentir bien y creo que yo también a ti, somos adultos, mayores de edad y sin compromisos… ¿qué puede haber de malo? No le hacemos daño a nadie.
Poco a poco, como hipnotizado, los labios de Elías encajaron de nuevo con los de él, con sus lenguas enredándose durante lo que pareció un siglo.
—Gracias —dijo Elías contra su boca.
—¿Por qué me agradeces? —preguntó curioso.
—Por invertir tu tiempo en mí, en liberarme, hoy me diste dos grandes lecciones de vida —aceptó finalmente.
—Todavía ni empecé, Winnie —aseguró tomando de nuevo posesión de su boca en un beso tan tierno, que Elías creyó posible que le robara el alma, si es que ya no lo había hecho.
En la sala, Adriana despertó al oír un fuerte grito proveniente de la habitación.
¡Mierda! Pensó y miró la hora. Coincidía, si era como creía, el que estaba en esa recámara con César era Elías y ese profundo gruñido no era otra cosa que el fuerte orgasmo de uno de ellos, o de los dos.
Su amigo por fin se había liberado y soltado las riendas que lo ataban.
Pero ¿por qué tenía que ser justo con ese hombre? Se preguntó.
Habían apagado las luces de la sala para dejarla dormir, pero entraba bastante claridad por las puertas-ventanas que daban a la terraza, por lo tanto podía moverse por la habitación con soltura.
Se dirigió directamente al pequeño escritorio que había a un costado y encendió el ordenador, mientras esperaba que se iniciara el sistema operativo, revisó los papeles que estaban apilados al costado.
Nada importante hasta ese momento.
Miró la pantalla y con pena comprobó que necesitaría una clave de acceso para poder revisarla.
Volvió a apagarla, ya encontraría la forma de ingresar.
Siguió revisando los papeles y algo al costado del escritorio llamó su atención. Era una enorme carpeta plástica semi-transparente con gomas que cruzaban en diagonal en dos de los bordes, estaba apoyada en la pared.
Acomodó los papeles antes de ir hasta ella, pero en su afán de ver el contenido, no se percató de la gran pantalla de una lámpara apoyada en el escritorio, la rozó con el hombro y ésta se ladeó a los costados.
Trató de tomarla de la base, pero fue tarde… cayó estrepitosamente al suelo haciéndose añicos.
Rápidamente se ubicó al frente del escritorio y se inclinó en el piso, simulando estar levantando los pedazos.
No pasó más de un minuto para que la luz de la sala se encendiera.
—¿Qué pasó? —preguntó César preocupado, saliendo de la habitación en shorts.
—¡Oh, César! Lo siento… desperté con ganas de usar el baño y estaba desorientada, yo… ay, qué desastre —dijo simulando estar avergonzada—, tropecé con la pantalla de la lámpara y cayó al suelo. Lo siento…
—No te preocupes por la lámpara… ¿tú estás bien? ¿No te cortaste? —preguntó preocupado.
Elías salió detrás de él, también en shorts.
—¿Estás bien, coneja? —preguntó yendo hacia ella.
Tenía que sacar a su amigo de allí, con cualquier excusa. Debía contarle la verdad, aunque con eso pusiera en peligro su investigación. No podía permitir que Elías se involucrara con ese hombre más de lo que ya estaba.
Adriana tomó uno de los pedazos de la lámpara y lo pasó por su dedo índice, haciendo un corte a propósito. Empezó a sangrar al instante, presionó el dedo para que la sangre fluyera más rápido y pareciera un gran corte.
—Eh… estoy bien, aunque creo que me corté la mano —dijo esparciendo la sangre—, iré a buscar a un médico.
—Espera, yo te llevo —dijo Elías.
—No es necesario, cielo, puedo…
—Ni una palabra más, coneja —la interrumpió. Entró en la habitación y en menos de dos minutos salió vestido con pantalones y camisa, aunque llevaba colgado del brazo la corbata y el saco. Se calzó los mocasines y dijo—: Vamos, despertaremos a Sebastián, el médico de a bordo.
César observaba callado y con el ceño fruncido.
El baño está en el dormitorio, no hacia el escritorio, y ella lo usó durante la noche. Lo sabía, pensó, despidiéndolos.
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