Atrápame... si puedes - Capítulo 03

jueves, 21 de junio de 2012

El "bulín"

—Estás increíblemente dispersa, Lua… tú no eres así.
—Ay, Sannie... es que el almuerzo con ese tipo ayer me dejó en la luna, y todavía me dura.
Sannie Rotela era su amiga desde hacía aproximadamente diez años. Se habían conocido en el colegio donde estudiaban los hijos de ambas, los dos varones y de la misma edad, compañeros de clases. La mayoría de las madres del grado eran casadas y no tenían nada en común con ellas, por lo tanto cuando se conocieron congeniaron al instante, ya que ella en ese momento estaba en proceso de divorcio.
Una actividad llevó a otra, hasta que sin necesidad de cita previa, tomaban un capuccino en una de sus cafeterías preferidas dentro de un conocido shopping por lo menos una vez a la semana. Normalmente era Luana la que la llamaba cuando terminaba de hacer el recorrido por las obras o de mostrar alguna propiedad a algún cliente a la tarde, y Sannie se acoplaba si no tenía alguna clase en ese momento.
Era una hermosa y famosa bailarina y coreógrafa, tenía una conocida academia de baile y un spa exitoso. Era pequeña, esbelta a base de comer solo lechugas y pollo hervido, pero con curvas en los lugares estratégicos.
Siempre tenía alguna historia picante que contar, o algún lio en el cual se había metido, normalmente sin querer, a veces incluso inventado por la prensa amarillista.
—Debe ser un gran tipo para haberte dejado así… a ti, la mujer "que-me-importan-los-hombres,-que-se-pudran".
Luana rió, dándole un sorbo a su capuccino.
—No es lo que piensas, en realidad me confundió. Yo pensé que me había llamado solo por trabajo, pero luego me invitó a almorzar… y no sé muy bien lo que pasó, pero el proyecto quedó relegado a su oficina, el almuerzo fue algo totalmente personal, me intriga lo que quiere de mí y eso me altera.
—Eres demasiado controladora… ¿Por qué no te dejas llevar? ¿Qué pierdes?
—Ya pasé por esto miles de veces en mi vida, Sannie… no quiero más líos de pantalones, ya tuve muchos y solo traen sufrimientos, me dejan un sabor amargo en la boca y alteran mi vida ordenada. ¿Qué pierdo? Mi cordura… mi paz y mi tranquilidad.
—Mmmm, nada mejor que un buen polvo para quedar suuuper tranquila y relajada —dijo pícaramente.
Ambas rieron a carcajadas.
—Definitivamente, no tienes arreglo… ¿Y los muchachos? —preguntó Luana cambiando de tema.
—Los viejos, querrás decir —se refería a un grupo de señores que todos los días hacían su after hour en esa cafetería del shopping—. Seguro llegarán en cualquier momento, ya es su horario.
Sannie era menor que Luana, tenía treinta y ocho años, pero sus gustos en hombres eran muy especiales, si tenían más de treinta años ya eran ancianos para ella. Le gustaban jóvenes, musculados, potentes y si eran rubios, mejor. Siempre se burlaba de la edad de los amigos que Luana le había presentado, pero disfrutaba de la atención que ellos le daban, todos babeaban por la exótica y famosa bailarina.
El grupo se armó sin querer, un día Luana se encontró con que Julio y Néstor, dos de sus mejores amigos formaban parte, y cuando llegaron a tomar el capuccino acostumbrado, las invitaron a unirse a ellos. Actualmente, si se encontraban no necesitaban invitación, simplemente se sentaban en la misma mesa. A veces incluso se reunían en la casa de alguno de ellos, hacían un asado o cantaban karaoke, actividad que a Luana le encantaba.
Normalmente eran ellas las únicas dos mujeres, pero a veces –cuando su novio lo permitía–, se unía Lisette, otra amiga de Luana, de Julio y de Néstor. Una divorciada atractiva de su misma edad con tres hijos varones, alta, exuberante e interesante, con una lengua mordaz que a veces dejaba descolocado hasta al más intrépido de los varones.
—Hablando de Roma… —dijo Luana al ver a uno de sus amigos acercarse.
—…el burro se asoma —terminó la frase Sannie, sonriendo.
Detrás de él llegaron otros dos señores, incluyendo uno particularmente interesado en Luana. Por supuesto, ella no le daba el más mínimo trato especial, pero él no perdía la oportunidad de demostrarle lo mucho que le gustaba.
El grupo fue ampliándose y estaban conversando de cualquier tontería, tomándose el pelo entre ellos o burlándose de las desgracias ajenas, cuando una voz profunda la saludó desde atrás.
—Hola arqui, que sorpresa encontrarte aquí.
Luana se giró sorprendida.
—¡Patricio! —se levantó y casi tira la silla al suelo— ¿Qué haces aquí?
—Tengo una reunión con el gerente del shopping… ¿y tú? —preguntó mirando a todos los ocupantes de la mesa y saludándolos con un gesto de la cabeza— Hola Néstor ¿cómo estás? —dijo reconociendo a uno de ellos.
Luana aprovechó y le presentó a todo el grupo, luego él se la llevó a un costado.
—¿Vas a estar aquí cuando termine mi reunión? —preguntó esperanzado— Me gustaría tomar un café contigo… ¿puede ser?
—No lo sé… estoy esperando la llamada de mi hijo para buscarlo de la casa de un amigo. Luego tengo que ir a trabajar en el proyecto del bulín para un importante cliente nuevo —y sonrió, mirándolo pícaramente.
—Espero que no te refieras a mí, porque estarías malinterpretando mis intenciones con ese proyecto —dijo frunciendo el ceño.
—Es una broma, Patricio —dijo ella, creyendo haber metido la pata.
—Espérame… ¿sí? —ordenó él.
—Haré todo lo posible —contestó Luana.
Y se despidió de todos los presentes con un gesto de la mano.
—¿Es él? —preguntó Sannie en su oído.
—Mmmm, síp —contestó Luana asintiendo con la cabeza— ¿Qué te parece?
—Mega híper viejo, por supuesto —dijo soltando una carcajada—, pero parece interesante, se ven muy bien juntos.
—No empieces tú también. Susi está tratando de hacer de casamentera desde que lo conocí en su cumpleaños.
Por supuesto, cuando Patricio terminó su reunión, cuarenta minutos después, y fue hasta la cafetería para encontrarse con Luana, ella ya no estaba.
La llamó a su celular, pero no contestó, tampoco le devolvió la llamada en todo el fin de semana.

El anteproyecto que le había enviado Luana a su correo electrónico el lunes estaba perfecto, lo imprimió, lo estudió, y encontró que aparte de unos pequeños arreglos de ubicación de muebles en el departamento, no tenía mucho más que objetarle, había captado su idea de forma magistral.
Estaba todo impecablemente detallado, incluso le había enviado un costo aproximado por metro cuadrado de construcción, que estaba por debajo de lo último que su cuñado le había presupuestado, y un costo de honorarios profesionales de anteproyecto en caso de que la obra no se llevara a cabo.
Patricio suspiró y se acomodó en su sillón gerencial mirando el dibujo. Realmente ella tenía razón, no necesitaba venir a explicárselo, hacerlo hubiera sido perder el tiempo, y la señora arquitecta sabía sobre eso, pero igual hubiera querido verla.
Marcó su número de celular, esta vez sí contestó con un «hola».
—Hola, Luana.
—¿Quién habla? —preguntó desorientada.
—Patricio Dionich —dijo, fastidiado.
—¡Ahh, hola Patricio! Lo siento, no te tenía entre mis contactos todavía —contestó justificándose—, pero ahora mismo guardo tu número, la siguiente vez ya te reconoceré.
¿Por qué no le sorprendió? Era como si hubiera estado esperando eso de ella.
—He recibido tu correo —contestó.
—¿Y, qué te parece?
—Está muy bien, captaste perfectamente la idea. Los muebles ya los tengo, solo hay que reubicarlos de acuerdo a su tamaño, pero me gustaría un prepuesto final para poder empezar la obra.
—Con mucho gusto, lo tendrás en una semana —contestó con eficiencia—. Eso llevará más tiempo porque tengo que hacer cómputo y análisis de precios.
—¿Quieres pasar por mi depart… mmmm, "bulín" actual para tomar las medidas de los muebles para ubicarlos en el proyecto? —preguntó risueño.
—Claro, cuando quieras.
—Mañana viajo, pero vuelvo el jueves… ¿te parece bien el viernes después del trabajo?
—No necesito que estés presente, Patricio, puede abrirme tu secretaria o puedes dejarme la llave en la portería de tu edificio, no te molestes.
—No es molestia, y prefiero estar allí.
—Bien, mándame la dirección por mensaje de texto o e-mail, y la hora de la cita… ¿sí? —y se escucharon ruidos detrás de la línea, como los de una sierra en funcionamiento— Lo siento, apenas te escucho.
—Bien, nos vemos el viernes.
Y cortó la comunicación.
No estaba acostumbrado a esa total falta de interés de parte de una mujer, ni siquiera le había preguntado donde iba, tampoco le había deseado buen viaje. Incluso parecía divertirle que quisiera un "bulín", como ella llamaba al proyecto. Esa arquitecta era un extraño espécimen femenino.
Él tenía una hermosa casa en un condominio privado fuera de la ciudad, su lugar apartado del mundo donde se relajaba y estaba en paz con la naturaleza circundante. Ese departamento lo necesitaba solo en caso de urgencia: cuando necesitaba una ducha, una siesta, o un lugar improvisado para dormir una noche. Incluso un sitio para ofrecer a sus clientes extranjeros en caso de necesidad, por eso alquilaba uno.
No tenía pensado construirlo inmediatamente, pero al parecer sería la única forma de conocerla más.
Manos a la obra.

—¿Te parece un buen precio por mi casa, Lua? —preguntó Kiara por el celular unos días después.
—No creo que consigas una oferta mejor, amiga. Tu casa lleva en el mercado mucho tiempo y hasta ahora nadie te había hecho una propuesta tan generosa. Incluso tendrás un departamento para ti cuando el edificio que van a construir allí se termine, y a precio de costo… ¿qué más quieres? Es una empresa constructora seria, y te darán dinero en efectivo como seña de trato. Puedes invertirlo, comprar un dúplex pequeño para vivir mientras el proyecto se concrete. Luego puedes alquilar uno de los dos y tienes una renta mensual, me parece ideal.
—¿Qué haría sin ti? —preguntó suspirando— Bien, lo aceptaré.
—¿Tienes que compartir las ganancias con tu ex?
—No, la casa está a nombre de Ramiro y él está de acuerdo —se refería a su hijo—, y tengo el usufructo vitalicio. Son términos del divorcio.
—Tuviste suerte, mira el caso de Lisette, que luego de quince años de matrimonio y tres hijos, salió de su casa con lo que llevaba puesto.
—Sí, terrible. Pero hablando de llevar algo puesto… ¿qué te pondrás para tu encuentro esta tarde?
—Ya estoy vestida y no volveré a casa… ¿tengo que ponerme algo especial? —preguntó asustada— Solo voy a tomar algunas medidas.
—¿Y piensas tomar la medida de su polla por si acaso?
—¡No seas atrevida! —contestó riendo a carcajadas— En todo caso si tengo que tomar alguna medida privada, será la de su lengua… o pensándolo mejor, la de su cuenta bancaria. Habría que ver hasta qué punto podemos extender la generosidad del potentado.
—Suerte, querida… ojalá que puedas conocer el tamaño de algo armado, pero que no tenga nada que ver con el hormigón.
Se despidieron riendo y Luana, que estaba terminando de mostrar una casa en ese momento, subió a su vehículo y se dirigió hacia el departamento de Patricio, no sin antes enviarle un mensaje de texto diciendo: «estoy camino a tu depto».
Él le respondió inmediatamente: «llego en 10».
De nuevo Luana se sorprendió. No sabía lo que esperaba encontrar, quizás un departamento híper moderno tipo loft, enorme y lujoso. Sin embargo, era un edificio pequeño, muy familiar y el departamento era cálido y confortable, pero nada ostentoso y se encontraba solo a unas cuadras de su oficina. Si bien tenía dos dormitorios, uno de ellos estaba equipado como escritorio, el otro tenía una cama de doble plaza.
Él la dejó sola para que tomara las medidas que quisiera mientras se dirigía a la pequeña cocina.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó entrando al dormitorio donde ella se encontraba en ese momento.
—No, puedo sola… tengo el metro rígido —dijo.
Patricio sonrió pensando en una parte de su anatomía que estaba poniéndose de la misma forma al verla descalzarse y subirse a la cama para tomar las medidas del cuadro que estaba sobre la cabecera.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó.
—Sí, por favor… tengo mucha sed.
—¿Agua, gaseosa, café, vino —preguntó tomándola de la mano y ayudándole a bajarse de la cama— …o yo?
Estaba demasiado cerca, y Luana, que estaba descalza, lo miró a los ojos. Ella era bastante alta, por lo que le sorprendió tener que levantar tanto la cabeza para poder verlo sin llevar tacones.
—¿Te estás ofreciendo como bebida? —preguntó frunciendo el ceño.
—Puedo calmar cualquier tipo de sed que tengas, cariño —dijo insinuante.
—Primero que nada, Patricio —contestó posando la mano sobre su pecho y empujándolo suavemente—, no soy tu "cariño". Segundo, solo estoy sedienta de agua, pura y cristalina, por lo tanto es todo lo que necesito que calmes. Cualquier otra sed la tengo cubierta, gracias… no necesito tus servicios.
Se calzó rápidamente los zapatos y salió de la habitación.
Metí la pata, pensó Patricio.
Fue de nuevo hasta la cocina y volvió con un vaso con agua.
Ella lo estaba esperando parada en la mitad de la sala con los brazos cruzados y una mirada desafiante. Si conocía algo de expresión corporal, Patricio sabía que estaba en problemas.
Extendió el vaso hacia ella.
—Gracias… eh, creo que antes de continuar tenemos que hablar —dijo Luana aceptando la bebida.
—Dime… —contestó expectante.
—¿Estoy loca o estás tratando de ligar conmigo? —preguntó directamente.
Él sonrió y suspiró.
—De cualquier otra mujer me sorprendería esa pregunta, pero viniendo de ti me parece hasta previsible. No nos conocemos mucho, Luana… pero me gustaría hacerlo. No te lo voy a negar, me gustas como mujer y te admiro como profesional. Quizás actué precipitadamente, lo siento, pero mis intenciones no son solo "ligar" contigo, quiero conocerte.
—Puedes conocerme sin intentar otra cosa. Podemos ser amigos, yo no estoy interesada en nada más, quiero que eso te quede claro.
—Si vamos a ser sinceros, Lua —era la primera vez que él la llamaba así, y sonó tremendamente íntimo debido a lo cerca que estaba—, quiero que sepas que valoraré tu amistad, pero no quiero me encasilles en esa zona para siempre. No tengo intención de ser solo tu amigo, creo que los dos somos adultos y podemos ser claros al respecto.
—Patricio, yo no quiero tener nada contigo, ni con nadie. No es nada personal, te lo juro… es una decisión personal.
—¿Me estás diciendo que decidiste convertirte en monja a los cuarenta años? —preguntó frunciendo el ceño.
—Tengo cuarenta y tres años. Y no, solo decidí que no quiero más complicaciones en mi vida —dijo moviéndose por la sala, acariciando una estatua con los dedos, alejándose—. Vivo tranquila y feliz desde que opté por no relacionarme sentimentalmente con nadie más, y quiero seguir así. Si esto altera de alguna forma nuestro trato de negocios quiero que me lo digas ahora y terminamos con esto de una vez, no me hagas perder el tiempo.
Y lo miró a los ojos, fijamente. Estaba demasiado lejos para su gusto. Esto no estaba saliendo como él se había imaginado. Esa mujer era un enigma demasiado grande, y él nunca pudo resistir un reto.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra, Lua —aceptó siendo sincero y acercándose de nuevo a ella—, no mezcles.
—No… eres tú el que está mezclando las cosas —contestó topándose con el respaldo del sofá detrás de ella—. El sexo ¿porque eso es a lo que quieres llegar, no? …siempre arruina todo.
—¿Quién te hizo tanto daño? —preguntó dulcemente, tocándole la mejilla con los dedos.
Ella rió a carcajadas y él frunció el ceño.
—Típica pregunta —dijo irónica, apartando sus dedos—. Nadie me hizo daño, Patricio… no soy tan vulnerable. No justifiques una decisión personal como consecuencia de algo que me hayan hecho. Es una opción de vida, que debes respetar si quieres que continúe trabajando para ti.
—Bien, bien… —contestó suspirando—, pero no esperes que aplauda tu decisión ni que me someta a ella, no soy del tipo sumiso. Me gustas, ya te lo dije claramente… y normalmente consigo lo que quiero. Toma las medidas, arqui… el trabajo sigue en pie.

Continuará...

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