Atrápame... si puedes - Capítulo 01

jueves, 21 de junio de 2012

El primer encuentro

Asunción, Paraguay (Sudamérica)
Agosto, época actual.

La arquitecta Luana Moure estaba desparramada en la cama frente al amor de su vida: su adorada notebook. La tenía apoyada sobre su estómago y estaba riendo de alguna de las muchas tonterías que decían sus amigas en el chat, mientras hacía mil y un cosas a la vez en internet.
También estaba posteando un mensaje en facebook:
«Si una mujer trabajara ocho horas diarias y llegara a su casa dos horas después porque se encontró con sus amigas en el shopping. Si ni bien llega pregunta: ¿qué hay para comer? Va al baño, se instala ahí una hora, se relaja en la tina, deja todo tirado y después se sienta en el sillón a mirar tele. Si a la media hora pide que le alcancen su ropa porque se va para el gimnasio y después a caminar. Si el fin de semana saliera y llegara al día siguiente. Si no limpiara la casa y no cocinara, si no fuera a las reuniones en la escuela, si no cosiera su ropa ni la de nadie en la casa... ¿Usted qué pensaría? ¿Qué es una mala madre, una mala esposa y una mala mujer? Muchos hombres hacen eso todos los días y nadie opina eso... Si estás a favor de la EQUIDAD DE GÉNERO: ¡¡¡Pega esto en tu muro!!!»
Típico de ella.
En ese momento sonó el teléfono.
—Hola Susi —contestó.
—Hola, nena… ¿qué estás haciendo?
—¿Qué crees?
—¿Leyendo? ¿Escribiendo? ¿Chateando? ¿Trabajando?
—Todo a la vez, ya me conoces —dijo riendo.
—¿Alguna vez vas a decirme: no puedo atenderte, tengo un hombre entre las piernas?
—Bueno, Doroteo se ha metido debajo de mis rodillas, si eso sirve de algo.
—Tu cobayo es un triste suplente —dijo su amiga suspirando, y cambiando de tema agregó—: ¿Qué vas a hacer el sábado?
—Todavía no sé que voy a hacer mañana y… ¿quieres que sepa mi actividad dentro de cuatro días?
—Mentirosa, eres más organizada que una bibliotecaria —mientras su amiga decía eso, Luana observó el caos de su dormitorio y rió—. De hecho, sí sabes lo que vas a hacer: vendrás a mi fiesta de cumpleaños.
—Tu cumple no es hasta el lunes —contestó mirando su agenda y anotando el acontecimiento del fin de semana.
—Sí, pero lo festejaré este sábado. No seas mala onda, dime que vendrás, no te veo hace como tres semanas.
—Por supuesto iré —dijo con pesar, y con un poco de cinismo agregó—: no me lo perdería por nada del mundo.
—¿Y te quedarás más de media hora?
—Te prometo que estaré al menos una hora —contestó riendo—, pero lo compensaré con un regalo estupendo.
Siguieron hablando de bueyes perdidos, hasta que Luana se impacientó. No le gustaba tener largas conversaciones por teléfono, menos aún cuando su amiga siempre tocaba el mismo tema: hombres.
—Nena, tengo que colgar… el príncipe acaba de llegar y quiere cenar —mintió.
—Dile a ese churro atómico que se guarde para mi nena.
—A pesar de ser mi hijo, amiga… realmente no se lo recomiendo a nadie—contestó riendo, conociendo lo mujeriego que era.
En realidad Ángelo, su hijo, no había llegado, estaba en casa de su papá. Su príncipe tenía dieciocho años, había ingresado a la facultad de leyes, y como su padre era abogado, lo estaba ayudando con los exámenes.
Luana adoraba estar sola, sin que nadie la molestara. Amaba a su hijo con todo su corazón, pero no era una madre sobreprotectora. Consideraba que ya le había inculcado todos los valores que creía que le servirían durante su vida, y ahora que ya estaba grande, solo le quedaba ponerlos en práctica. Era un chico fabuloso, cariñoso y atento. Confiaba en él y era raro que –aunque esté en casa de su papá–, pasara un día sin que la llamara para contarle lo que estaba haciendo, sobre todo cuando quería despotricar contra su progenitor.
Se acomodó de nuevo contra sus tres almohadas de plumas, y siguió su amorío con internet.


Luego de unos pesados días de trabajo, llegó el fin de semana. Era sábado y Luana lo único que quería era acostarse, leer y dormir, en ese orden. Pero le había prometido a Susana que iría a su fiesta de cumpleaños.
Suspiró y se metió en la tina llena de burbujas durante cuarenta minutos, como hacía todos los días, dispuesta a relajarse antes de vestirse.
Llegó al cumpleaños pasadas las diez de la noche, sabía que si lo hacía antes tendría que quedarse más tiempo.
—¡Lua, viniste! —dijo Susana abrazándola.
—Te dije que lo haría. Felicidades, amiga. Espero que tus treinta años te sienten de maravillas —contestó bromeando y entregándole un enorme paquete envuelto como regalo.
—¡Gracias! Dicen que los cuarenta son los nuevos treinta, así que espero que sea así.
Luana conocía a la mayoría de los presentes, no eran muchos, habría un total de veinte personas, y los saludó a todos con un gesto de las manos. Estaban en el quincho de la casa y se estaba cocinando asado a la parrilla. Un grupo estaba reunido en la enorme mesa de madera y otro sentado en el cómodo juego de sofás y sillas de mimbre a un costado.
Se sentó en la mesa junto a su amiga Kiara, quien al instante le sirvió sangría y le pasó un vaso.
—¿Cómo van tus obras? —preguntó su ex compañera de colegio, una divorciada de cuarenta y dos años que al igual que ella, tenía un solo hijo, un poco mayor que el suyo, de veinte años.
—Bien, avanzando —contestó Luana tomando un trago de sangría—. Solo tengo una obra grande en este momento, y con esa ya estoy estresada.
Recorrió la vista por todo el recinto y vio rostros familiares en su mayoría, hasta que sus ojos se posaron en un desconocido.
—¿Quién es ese? —preguntó.
—¿El de camisa azul? —Luana asintió— Es Patricio Dionich, el dueño de PADISA… ¿interesante, no?
—Está bien —dijo Luana restándole importancia.
—Creo que si no fuera tan amigo de mi ex, me lo quedaría para mí.
—¿Y eso que te importa? —contestó irónica— Como si fuera que a tu ex le molestaría involucrarse con una amiga tuya.
—Al mío no le importó —dijo Susana metiéndose en la conversación y sirviéndoles chorizo parrilleros cortados en trocitos acompañados con mandioca hervida y trozada.
—Tu ex es el mayor hijo de puta que existe en este mundo —dijo Kiara.
—Estoy de acuerdo —contestó Luana riendo y metiendo con total confianza en la boca un pedazo de chorizo. Lo mordió—, ¡Mierda, mierda! Es picante… ¡Agua, agua! —gritó.
Muchos de sus amigos rieron, pero Patricio, que estaba sentado en un sofá al costado mirando en ese momento a las tres mujeres, se levantó de un salto y le pasó su propio vaso.
Luana lo bebió de un trago.
—Mmmm, gra-gracias —dijo mirando a los ojos pardos del atractivo caballero andante.
—De nada, un placer —dijo con una profunda voz.
—¿Se conocen? —preguntó Susi.
Los dos negaron, mientras Luana se pasaba las manos por los ojos, que estaban llorosos debido al picante de la comida.
Su amiga los presentó y cuando la anfitriona se retiró para seguir su ronda, Patricio se sentó frente a ellas en la mesa y entabló una conversación con Kiara sobre su ex marido y amigo. Luana si bien no era callada, prefería escuchar y solo cuando tenía algo interesante que decir, se expresaba. Por lo tanto, estaba atenta a la charla pero no se metía.
El círculo social en el que Luana se movía era tan pequeño, que sabía que Patricio Dionich era un conocido y respetado hombre de negocios, tenía una empresa de exportación e importación exitosa. Había estudiado comercio exterior y desde muy joven, con ayuda inicial de su fallecido padre, se posicionó en el mercado con artículos novedosos. En la actualidad tenía la representación de una enorme cantidad de productos alimenticios y electrodomésticos importados posicionados en todo el país, y otros nacionales que exportaba al extranjero, y que generaban para él mucho más dinero de lo que podría gastar en toda su vida.
—¿Y tú, qué haces, Luana? —preguntó de pronto, tratando de incluirla en la conversación.
—Soy arquitecta y tengo una inmobiliaria virtual en la cual vendo y alquilo propiedades, y hago de nexo entre otros agentes inmobiliarios que no tienen páginas web.
—Interesante. Pero muy arriesgada la intermediación.
—Síii, definitivamente —aceptó sonriendo—. Solo trabajo con personas confiables, a quienes conozco y tengo comprobada su fidelidad, varias veces intentaron pasarme por encima, sobre todo los clientes, que quieren llegar al propietario directo.
—Entiendo… ¿y tienes alguna obra en este momento?
—Estoy construyendo cinco dúplexs para un español que vino a vivir aquí persiguiendo a una falda —todos rieron—. Me contactó a través de mi página web, que también tiene los datos de mi estudio de arquitectura, además de eso solo tengo algunos proyectos y dos reformas sin importancia para amigos o parientes.
—Internet, una fuente inagotable de recursos —dijo Patricio.
—Adoro todo lo que tenga que ver con la informática.
—Luana es una experta en eso —dijo Kiara riendo—, en vez de arquitecta debió haber sido hacker, se conoce todos los recovecos de la red.
—Es mi pasión, por eso traté de unir las dos cosas que me gustan.
La conversación siguió más o menos el mismo rumbo durante media hora, hasta que se unieron otros comensales y derivó hacia un apasionante tema imposible de excluir en cualquier reunión de amigos: el sexo.
—¡Ayyy, déjense de embromar! —dijo Alexis, uno de los mejores amigos de Susana— Cuando no hay tiempo, un "rapidito" soluciona el tema.
—Odio los "rapiditos" —dijo otra mujer, mirando a su marido con reproche—, pero es inevitable cuando llevas tanto tiempo casada.
—No debería ser así, deben tomarse su tiempo. Si no van a hacerlo bien, mejor no lo hagan —respondió Kiara.
Patricio, al ver que Luana no hablaba, preguntó:
—¿Y tú qué opinas al respecto, arqui?
—Eh… yo… —la pregunta la tomó por sorpresa, ya que estaba pensando totalmente en otra cosa— cr-creo que hacer el amor es un arte… y un deporte, por lo tanto hay que dedicarle tiempo. El problema de nuestra sociedad es que a la gente no le interesa mucho el arte, y menos aún hacen deportes, por lo tanto la mayoría… son "pésimos" en el tema.
Todos en la mesa se quedaron callados unos segundos.
Por suerte no había nadie en esa reunión que pudiera sentirse aludido directamente por la afirmación de Luana.
Patricio sonrió, mirándola fijamente por primera vez esa noche.
Una mujer interesante, pensó.
Y empezó a observarla más detenidamente. Era bonita, aunque no especialmente llamativa, y tenía unos preciosos y enormes ojos verdes. La expresión sincera y misteriosa de esos ojos quizás fuera la mejor cualidad de su rostro, junto con su pelo color caoba, que se veía sedoso y parecía largo, pero estaba recogido con un pinche. Ni siquiera era delgada, aunque eso nunca le importó realmente, le gustaban las mujeres rellenitas. Era una profesional exitosa y trabajadora, por lo que pudo darse cuenta cuando estuvieron conversando sobre su negocio, eso siempre le había gustado en una mujer. Ya no era una jovencita, debía rondar los cuarenta años aunque no los aparentaba. Él tenía cuarenta y seis, así que calzaban como un guante.
Creo que valdrá la pena conocerla, se dijo a sí mismo sonriendo.
En ese momento el parrillero anunció que la carne estaba a punto, por lo tanto la mayoría se levantó a servirse.
Y él la observó caminar hacia la mesa de guarniciones. Tenía un buen andar, aunque vestía ropa fina no era especialmente insinuante, estaba bien cubierta a pesar de que no hacía frio. A través de la camisilla, el pantalón pinzado y la camisa suelta abierta al frente, pudo vislumbrar un buen par de senos y un trasero digno de admiración. Toda ella estaba llena de curvas y lugares secretos, que invitaban a descubrirlos.
Era interesante ver a una mujer con los senos prácticamente al aire y una falda corta, como usualmente se vestían para agradar, pero para él, que le gustaban los retos, era mucho más excitante ver a una mujer tapada, e intentar descubrir qué había debajo de tanta ropa.
Definitivamente, esa mujer le interesaba. Debía averiguar más sobre ella, tenía todas las cualidades que siempre buscó en una mujer: profesional, independiente, inteligente, exitosa… con una sonrisa encantadora detrás de una conversación interesante, un lindo rostro y un buen par de "apoyos" por delante y por detrás.
Durante la cena se sentó frente a ella e intentó sonsacarle información solapada sobre su vida privada, pero no obtuvo mucha. Al parecer era bastante abierta para escuchar opiniones ajenas, y no tenía pelos en la lengua para expresar las suyas, pero no pudo enterarse de casi nada sobre ella, salvo que tenía un hijo… ¿habría un marido? Lo dudaba.
Cuando Luana fue hasta la cocina con la anfitriona para buscar la torta, Susana regresó sola. Patricio esperó a que ella volviera, probablemente del baño, pero nunca ocurrió.
—¿Y tu amiga, la arquitecta? —preguntó.
—Ya se fue —informó Susana.
—¿Tan temprano? —el hombre parecía realmente sorprendido, incluso hasta desilusionado.
—¡Se quedó muchísimo! Es todo un logro que haya llegado al final de la cena —dijo la anfitriona sonriendo—. Normalmente no puedo lograr que esté en un mismo lugar más de media hora.
Patricio arqueó las cejas y asintió.
No dijo nada más.
Mierda, pensó, ¿y ahora como hago para obtener su número sin sonar interesado frente a sus amigas?

Continuará...

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