Una idea muy cara
—Marcela —dijo Patricio a su secretaria el lunes de mañana— ¿Hay algo que necesite los servicios de un arquitecto aquí? ¿Algún baño que modernizar? ¿Un espacio que ampliar?
—No que yo sepa, señor, hace un año su cuñado hizo las últimas reformas.
—Mmmm… necesito encontrar algo —dijo pensativo.
—Quizás quiera hacer por fin el proyecto del quincho en el patio del cual me habló hace un tiempo —respondió su secretaria no entendiendo el apuro.
—Eres una genia, Marcela —sacó una hoja y escribió un nombre y un número—. Llama a esta arquitecta y cítala cuando mi horario me lo permita. Lo antes posible.
—Tiene totalmente ocupado hasta el miércoles, señor —contestó su secretaria sonriendo interiormente, conocía tan bien a su jefe, que ya se imaginaba que esa arquitecta era alguien que le interesaba.
—Bien, tú sabrás organizarlo. Trata de que coincida con mi horario de almuerzo.
No fue difícil localizar su número, ella le había dado el nombre de su inmobiliaria virtual, solo necesitó un click en google para obtenerlo. Le pudo haber preguntado a Susana, pero no quería que empezaran los cotilleos entre amigas.
Estuvo observando su página web y además de las propiedades que ofrecía de terceros, había fotos de sus obras. Estaba asombrado. Y su curriculum, si era cierto lo que había puesto en internet, era impresionante. Había trabajado durante quince años como directora del departamento técnico de una de las constructoras más importantes del país, que por el nombre de la empresa parecía ser de algún pariente suyo, quizás su padre.
Todos los proyectos de esa constructora a partir de cierta fecha eran suyos y él conocía varios de esos edificios. Había empezado como dibujante técnico cuando era estudiante y fue ascendiendo con los años hasta que decidió independizarse. A partir de ahí ya no tenía proyectos de edificios, pero las casas y los dúplexs que había construido eran hermosos.
Una mujer completa, pensó. Y a cada minuto que pasaba, y cada pequeño detalle que descubría sobre sus logros, le gustaba más. Lastimosamente no había ninguna información sobre su vida privada en la red.
El jueves… la veré el jueves.
Y sonrió complacido.
—¿Qué te llamó quién? —preguntó Susana al teléfono.
—La secretaria de tu amigooo, el que estaba en tu cumpleaños, Patricio no-se-qué —respondió Luana.
—¡Patricio Dionich! No puedo cre-er-lo… ¿y qué quería?
—Un proyecto para su oficina, me citó hoy.
—Eso me suena a otra cosa… quizás le gustaste.
—No seas romántica, Susi… ¿qué otra cosa puede querer de mi? Me hice muy buena propaganda en tu cumple, y está necesitando un proyecto, eso es todo.
—Pero él… él ya tiene un arquitecto. Su cuñado lo es, el marido de su hermana Claudia, que era compañera mía en el colegio.
Silencio en la línea.
—No sé, amiga… ya me enteraré.
—Sigue sonándome a otra cosa…
—No seas ilusa, es un maldito millonario al que seguramente las mujeres más bellas se le ofrecen en bandeja de plata… ¿cómo podría estar interesado en una cerda cuarentona y maniática como yo? Ya sabes, por regla general los hombres de cuarenta, cincuenta y más, las prefieren de veinte. Nosotras somos invisibles para los hombres de nuestra edad, o sea… para todos los hombres.
—Estás siendo injusta contigo y tremendamente cínica, no es taaaan así.
—Cínica es mi segundo nombre, o más bien realista —dijo riendo.
—Él es un buen tipo, Lua… y nunca lo vi acompañado de ninguna chiquilina. Su hija menor tiene alrededor de veinte años, sus dos hijos varones son mayores, no creo que se arriesgue a salir con una jovencita. ¡Incluso ya es abuelo! Uno de sus hijos se casó el año pasado y tiene un bebé.
—Que bien, feliz de él… yo iré a la cita, por supuesto. Haré mi trabajo y daré media vuelta con una sonrisa, como siempre.
—Bueno, luego me cuentas… llámame.
—Claro, lo haré.
Se despidieron, y Luana se preparó para acudir a la oficina del potentado misterioso. De repente se quedó parada frente al espejo mirándose.
¿Soy una idiota o qué? Pensó, nunca se maquillaba, pero ahí estaba, poniéndose rímel en las pestañas como si fuera una cita romántica, dejó tirado el cosmético sobre la mesada de su baño privado, recogió su cartera, la carpeta rígida con suficiente papel, verificó que tuviera la cinta métrica y el lápiz en su bolso y subió al auto.
El despacho de Patricio quedaba en la otra punta de la ciudad, por lo que salió con el tiempo suficiente para llegar puntual. Era cerca de mediodía y el tráfico era infernal, cruzar la ciudad en ese horario era caótico.
Se sorprendió al llegar y ver que su oficina estaba en un barrio residencial y era una enorme vivienda reciclada en una zona tranquila y apenas tenía un pequeño letrero en bronce que lo identificaba como PADISA.
La recepcionista le pidió que subiera al segundo piso, y la secretaria privada que ocupaba la antesala la llevó inmediatamente hasta el despacho del gran jefe, que estaba al teléfono y le hizo una seña para que entrara y se sentara.
Estaba hablando en inglés y no parecía absolutamente contento con la persona con la que estaba conversando, pero dentro de su enojo le guiñó un ojo y le sonrió, como tranquilizándola.
Luana le devolvió la sonrisa pero no se sentó, dejó sus materiales de trabajo y su bolso sobre la silla y recorrió el despacho viendo las fotografías enmarcadas mientras él hablaba. Luego se acercó al gran ventanal a mirar el patio.
Hasta que sintió un susurro en su oído:
—Hola, arqui —Luana se sobresaltó y dio un paso al costado—. Disculpa, no quería asustarte.
—No te preocupes —dijo con la voz entrecortada—. Hola Patricio, ¿o debo decir señor Dionich?
—Ni se te ocurra —contestó riendo—, el señor Dionich era mi padre. Puedes llamarme Patricio, Patric o Pato, como más te guste.
—¿Pato? —preguntó con una mueca burlona.
—Así me llamaban en el colegio, mi familia y mis amigos de esa época todavía lo hacen… ¿tú tienes algún apodo?
—Luana está bien, arqui o Lua, como quieras —contestó risueña—. Me imaginé que tendrías tus oficinas en un gran edificio corporativo a la vista de todos, me sorprendió encontrar una casa reciclada en un barrio residencial tranquilo.
—Mis oficinas privadas no necesitan presencia corporativa, Luana. Los productos sí, pero para eso usamos la publicidad y tenemos una pequeña sala de exhibición en la planta baja. Somos representantes, importadores o exportadores, o sea mayoristas. Son los minoristas los que necesitan exponer los productos.
—Entiendo, pero dime, Patricio… ¿en qué puedo ayudarte?
Quiero probar tus labios, y saber si son iguales de dulces que tu sonrisa, pensó en su interior, pero por supuesto, no lo dijo. Todavía no.
—Directo al grano, bien… ¿ves la piscina que está al fondo? —Y le señaló con el dedo hacia el patio a través del ventanal— Quiero tirar ese simulacro de quincho que existe y construir un espacio amplio de reuniones sociales, con una parrilla, una cocina, baños sexados y un pequeño y cómodo departamento tipo loft arriba para uso personal. Ven, recorramos el patio y luego te mostraré los planos de la casa y el terreno.
Al volver del jardín se sentaron en el sofá de la pequeña sala de estar uno al lado del otro y él le expuso su idea y necesidades claramente. Era directo y sabía lo que quería, el ideal de cliente que todo profesional desea.
—Entiendo perfectamente… —dijo Luana cerrando su carpeta donde había tomado notas— ¿Puedo quedarme con este plano?
—Esta copia la hice para ti —contestó sonriendo.
—Muy eficiente, gracias —y le devolvió la sonrisa—. Tendré una primera idea para el lunes… ¿te parece bien?
—Me parece perfecto.
—¿Me das tu tarjeta y te la envío por correo electrónico?
La mirada de Patricio la estaba perturbando y su sonrisa le aceleraba el pulso, pero esta vez creyó ver un atisbo de desilusión en su rostro, incluso frunció el ceño.
—Te doy mi tarjeta, por supuesto —dijo entregándole una en la cual anotó su número de celular privado—, pero definitivamente prefiero que me visites y me lo expliques personalmente.
—No creo que sea necesario, pero ya veremos.
Luana estaba recogiendo sus cosas para marcharse cuando él dijo:
—Es hora de almorzar… ¿te gustaría acompañarme? —Ella lo miró desorientada, al verla dudar, continuó—: Porque me imagino que almuerzas, ¿no?
—¿Te parezco la clase de persona que se salta alguna comida? —contestó riendo y dándose unas palmadas en las caderas.
—No hay nada mejor que una mujer con un buen apetito, vamos —dijo y la estiró del brazo evitando así que se negara.
Decidieron ir en dos vehículos, así que se encontraron en la puerta del restaurante diez minutos después.
Les trajeron una entrada que consistía en tostadas, palitos de queso, manteca, paté y salsa tártara, y luego de que ordenaron las comidas y las bebidas, él se quedó observándola fijamente unos segundos.
—¿Por qué me miras así? —preguntó Luana ligeramente alterada—. ¿Tengo salsa en la cara o qué?
—No —contestó pícaramente—, solo estaba preguntándome qué hay detrás de esa sonrisa permanente tuya… ¿siempre estás de buen humor?
—Para nada, soy una histérica, y además escorpiana… ¿sabes? El veneno está en la cola. Mientras no me la pises, seré todo sonrisas. Hazme un favor, y te devolveré por triplicado, hazme daño… y atájate.
—¿Eres vengativa?
—Yo lo llamo justicia… ¿y tú, de qué signo eres?
—Soy de Leo, mi cumpleaños fue a inicios de este mes.
—¡Felicidades! El Rey… interesante, «Ráscame la panza y seré todo tuyo».
—Gracias, pero… ¿qué significa eso? —preguntó desorientado.
—Generalmente el León es demasiado cómodo para andar a la caza de caras bonitas, una vez que ha encontrado una leona que lo mime y sea capaz de manejar bien su reino se quedará tranquilo mientras dormita placenteramente en una hamaca.
—No sé si eso fue un cumplido o un reproche… ¿me estás llamando haragán abiertamente? —preguntó frunciendo el ceño.
Luana rió a carcajadas, y él no pudo evitar hacer lo mismo.
Básicamente todo el almuerzo fue un tête à tête de ese tipo, indirectas en doble sentido, preguntas crudas, respuestas solapadas, humor ingenioso, casi picante… y muchas insinuaciones por parte de Patricio.
Luana estaba intrigada. Ese delicioso ejemplar de hombre al parecer estaba interesado en ella, no podía creerlo. En un momento dado estuvo a punto de preguntárselo directamente, pero se calló al recordar el consejo de Kiara: «Los hombres te tienen miedo porque no te callas nada, tu personalidad es muy fuerte para alguno de ellos, se sienten amenazados en su hombría».
—Planeta tierra a Luana —dijo Patricio haciendo un ruido de interferencia.
—Disculpa, me puse a pensar en otra cosa.
—¿En un hombre? —Patricio no podía dejar pasar la oportunidad de averiguar lo que más quería saber.
Luana casi se atora con su bebida.
—Nooo, para nada. Lamento decirte esto, Patricio, pero los hombres ocupan un espacio ínfimo en mis pensamientos —Mierda, lo había hecho de vuelta. Piensa antes de decir las cosas, idiota, se dijo a sí misma.
Esta vez fue Patricio quien se quedó mirándola sorprendido.
—¿Eres… eh, eres lesbiana?
Luana volvió a reír a carcajadas, negando con la cabeza.
—No, ojalá fuera tan simple como eso. Soy una feminista recalcitrante, y me enferma ver cómo los hombres maltratan a las de mi género, en todos los sentidos. No pienso mucho en ustedes, ya pasé esa etapa.
—Pasaste esa etapa… —repitió pensativo— ¿Eso incluye a tu marido, tu novio, tu ex o lo que fuera?
—No tengo marido, nunca me casé.
—Pero tienes un hijo, hablaste de él en el asado.
—Sí, Ángelo… tiene dieciocho años y es el mejor proyecto de mi vida, lo adoro —Patricio sonrió al ver cómo se iluminaba su rostro al hablar de él—, tú tienes tres hijos, me lo contó Susi, debes saber lo que significa.
—Claro, incluso ya soy abuelo —dijo con evidente orgullo.
—Un abuelo muuuy joven —y miró su reloj— ¡Santo cielo! Ya son más de las dos de la tarde. Tengo que estar en media hora en la otra punta de la ciudad. Por favor, pide la cuenta.
—Si tienes que irte, hazlo… —contestó tomándola de la mano y acariciándosela— yo me encargo.
—Pero… la cuenta… —dijo Luana sintiendo una corriente eléctrica que le traspasó los dedos y corrió por su cuerpo hasta alojarse en su entrepierna.
—Ni se te ocurra pedirme que la dividamos «feminista recalcitrante», yo te invité, me corresponde.
—Gracias, Patricio —dijo sonriendo—. Si hay una próxima vez, yo invito. Ahora me voy… hablamos el lunes.
Y le tiró un beso al aire antes de desaparecer por la puerta del restaurante.
Patricio se recostó contra el asiento y suspiró.
Ni siquiera se había dado cuenta de que llevaban casi dos horas allí, para él fueron como diez minutos. Pensó en la inmensa satisfacción que sintió al pasar el rato con esa mujer, era increíblemente sagaz en sus comentarios, rápida y directa en sus respuestas, y sus preguntas incluso lo descolocaron, algo poco usual en él.
Sería un placer volver a verla, y gastar lo que fuera necesario para hacer un "puto quincho" que no necesitaba con ninguna urgencia, solo por el placer de tenerla rondando a su alrededor.
Sonrió complacido.
Continuará...
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