Peca Conmigo

sábado, 10 de agosto de 2013


Ellos... y un poco de serendipia, dos corazones y una unión de almas a la distancia, con sus instintos reconociéndose y ansiando más.
Descubre lo que puede ocurrir cuando el destino enfrenta a dos personas en un lujoso loft, un sencillo ático, dos ventanales, algo de luz, mucha oscuridad y un proyecto laboral.
"Peca Conmigo" te invita a transgredir.

Ella… en su ático.
Observaba desde el ventanal de mi ático, había caído la noche y mi departamento de un solo ambiente en un viejo edificio de la ciudad estaba oscuro, así lo quería. Deseaba poder mirarlo sin que me viera, como era usual.
Aquel a quien espero pacientemente es Adán Ferrero, un exitoso hombre de negocios, con el cual la única interacción que tuve fueron encuentros ocasionales en el mercado a una cuadra de mi edificio, aunque dudo que él se haya percatado de mi presencia.
Tengo dos pequeños y sucios secretos: mis idas al mercado cada vez que lo veo ir hasta allí y la observación minuciosa y prudentemente oscura de su amplio y lujoso loft desde mi pequeño y sencillo ático. Mis amigos pensarían que estoy loca si supieran sobre el hombre. No es que no pueda tener a cualquiera que quisiera, podría. Pero no puedo dejar de querer a éste en particular.
La reflexión producida en mi ventana por las luces de su moderno loft al encenderse llamó mi atención, y lo vi, a escasos cuatro o cinco metros de distancia… con sus penetrantes ojos azules y el pelo negro azabache que lo llevaba un poco largo, apenas más arriba de sus hombros en un corte desflecado, como al descuido. Como un reloj, cuando estaba en la ciudad, llegaba a su casa a las ocho en punto. Esa noche llevaba un traje gris oscuro y una camisa blanca… dejó su maletín sobre el escritorio y fue hacia su dormitorio.
Me pregunté brevemente si él se daba cuenta de lo increíblemente sexi que era, sobre todo cuando hacía ejercicio en su amplia sala, directamente frente a mí, sentado o acostado en un mullido camastro de cuero.
Su habitación y su baño –solo separados del resto del loft por un muro de vidrio opaco- eran los únicos sitios del departamento al cual yo no tenía acceso visual. Y no podía esperar a ver la rutina nocturna de Adán, que a menudo terminaba conmigo masturbándome, llegando a un orgasmo demoledor y una buena noche de sueño, ya que necesito reponer energías para realizar mi trabajo en el equipo de diseño de la oficina corporativa Ferrero.
¡Casi me olvido de eso! Otro secreto turbio… y una complicación. Querer al jefe no está exactamente en mi lista de pendientes. Sin embargo, no puedo evitarlo. Hace cinco meses que vivo aquí, y poco más de tres meses que trabajo para él, pero nunca lo he visto en la oficina. El hecho de que alquilara este lugar para vivir no tuvo nada que ver con que Adán viviera en el edificio contiguo, y menos aún de que nuestras ventanas estuvieran a la misma altura.
Ocurrió antes de saber que trabajaría para él, fue el destino… ¿no será que intenta decirme algo? Me pregunté varias veces. No sabía si era eso o solo una coincidencia, pero definitivamente alguna "energía" me había llevado a ese lugar.
«Serendipia» dije en mi mente. Y me puse a pensar que a veces ocurren cosas al azar, por casualidad, coincidencia o accidente, un hecho afortunado o no, pero inesperado que se produce cuando estás en la búsqueda de algo distinto, algo importante que no tiene nada que ver con nuestro objetivo. Son como señales… que acabarán en algo importante.
Yo ya estaba medio desnuda, solo llevaba puesta unas pequeñas bragas negras y una remera blanca que apenas me cubría el ombligo. Me recosté en el sillón frente al ventanal inclinado, levanté ambas piernas y las apoyé sobre el antepecho bajo de la ventana, tomé un sorbo de vino blanco… y esperé.
Con agilidad, como si fuera un felino, bajó los tres escalones que separaban su habitación del resto del loft y fue hasta la mesada integrada de la cocina. Preparó su batido de proteínas en la licuadora, se lo tomó y caminó hasta el diván donde hacía sus ejercicios con una botella de agua en la mano.
El espectáculo comenzó… solo llevaba puesto un pantalón holgado de algodón, con el nudo flojo, casi al descuido y una camisilla ajustada. Su cuerpo era una oda a la perfección, sus músculos –sin ser exagerados– parecían esculpidos en piedra y su piel tostada… una sinfonía.
Mientras levantaba las pesas recostado en el camastro, la sinfonía fue cubriéndose lentamente de una suave capa de humedad, que hacía que su cuerpo brillara. Quería ese mismo brillo en mi cuerpo, como si fuera su propio sudor en mi piel. Me saqué la remera y con un pequeño chorro de aceite en mis manos, me froté los pezones hasta dejarlos duros, tirantes. La sensación era maravillosa, pasando de un seno a otro y presionando la palma, creando una sensación de hormigueo. Todo esto sin dejar de mirarlo.
Yo sé cómo hacer para sentirme bien, me conozco. No soy mojigata ni nada por el estilo, pero tampoco me gusta el sexo solo por el placer de hacerlo, aunque últimamente lo único que puedo hacer es pensar en Adán y mis momentos de auto-satisfacción frente a la ventana, contemplándolo.
Observé sus brazos y me imaginé tocándolo, bajé la vista por sus pectorales y deseé que no se hubiera puesto la camisilla, para poder tocarlo, lamerlo y chuparlo hasta llegar a su boca.
Como si estuviéramos conectados, lo vi tomar el dobladillo de su camiseta y sacársela, exponiendo el buen conjunto de los músculos del pecho y abdominales que adoraba. ¿Cómo sería pasar mis dedos sobre ese pecho y masajearlo? ¿Cómo se sentiría secar el sudor de su cuerpo después de la sesión de ejercicios y desnudarlo? Me imaginaba envolviendo su pene con un agarre firme y…
Adán se levantó de repente sacándome de mi ensueño y fue hasta el teléfono con los pies descalzos y sólo el pantalón del chándal. Dejé que mi mano vagara a través de mi vientre, se escabullera entre mis bragas y frotara la parte interna de mis muslos. Me estaba calentando solo viéndolo caminar por el loft, ida y vuelta. Parecía molesto por algo, pero eso no me impidió desearlo y no detuvo el placer que mis dedos estaban provocándome, como si fueran los suyos.
Lo vi acercarse al ventanal y pasar la mano por su pelo grueso y oscuro, lo mantuvo allí como si estuviera nervioso. Después de unos momentos de tensión colgó el teléfono inalámbrico, lo tiró al sofá del otro lado de la habitación y observó a través de la ventana, tomando en sus manos la pequeña botella de agua.
En ese momento, con él mirándome sin verme, abrí las piernas y metí dos dedos profundamente dentro de mí, mientras el pulgar azotaba sin piedad la humedad de mi clítoris. Con la otra mano pellizqué mi pezón una y otra vez. Esta noche estaba ultra-sensible, iba por varios orgasmos… y sentí la primera convulsión rápida.
Sin dejar de acariciarme me centré en Adán, que ahora estaba frente a mí directamente. Tenía una de sus manos apoyada sobre el ventanal de cristal que ocupaba todo el frente, de suelo a techo, y la otra en su cadera. Su mirada se perdía en la calle al costado, hasta que la levantó lentamente y miró sin prejuicios hacia mi ático. Sabía que no era posible que me viera a través de su ventana con mis luces apagadas, nadie podía ver hacia adentro… ¿o sí?
Oh… ya no pude pensar, me convulsioné en dos, tres orgasmos seguidos.

Él… en su loft.
Es ella de nuevo, la misteriosa y perfecta silueta de mi vecina. Está allí, frente a mí. No puedo verla bien, como siempre… pero al parecer está disfrutando. Puedo notar el contorno de sus interminables piernas abiertas apoyadas en el antepecho de la ventana y una de sus manos vagar por su pecho desnudo, la otra se pierde dentro de sus bragas.
Tomé una toalla y sequé mi pecho, sin dejar de mirarla. Aún en la penumbra era una visión fabulosa… ¡Cómo deseaba verla con las luces encendidas! Apreciar el color de su piel, delinear lentamente todo ese suave contorno con los dedos, con los labios… con la lengua. Poder ver el color de sus ojos y notar su expresión cuando llegaba al orgasmo.
Hacía un par de meses que me había dado cuenta de su presencia cuando vi el contorno de su cuerpo desnudo caminar por su departamento desde la ventana de mi baño. Luego se apoyó en el alfeizar de la ventana y observó mi piso. Bueno, quizás solo miraba hacia la nada, pero en mi subconsciente deseé que estuviera esperando verme.
Desde la primera vez que la vi intenté averiguar sobre ella, pero el edificio donde vive es antiguo y no tiene un sereno que vigile la puerta… ¡ni siquiera tiene portero eléctrico! ¿Cómo mierda hace la gente para contactar con cualquier persona que lo habita? Bueno, ese no es mi problema… pero sí un inconveniente.
Si lo que hace es observarme, quizás deba darle un poco de su propia medicina, pensé con una sonrisa ladeada.
Tomé un sorbo de agua de la botella que llevaba y otro tanto lo derramé en mi cabeza, dejando que el vital líquido cayera por mi cuerpo y lo cubriera de humedad. Azoté mi cabello de lado a lado escurriendo el zumo transparente de mis pectorales con mis manos, muy suavemente… recorrí con mis dedos los músculos de mi pecho y fui bajando lentamente hacia los pantalones deportivos que llevaba, estirando el nudo de la pretina, aflojándolo.
El holgado material se deslizó hacia abajo, dejando a la vista el inicio de los vellos de mi entrepierna. Miré hacia abajo y vi que mi «paquete» ya estaba formando una tienda de campaña dentro del pantalón, sonreí y volví a mirar hacia la penumbra de su ático.
La silueta oscura de mi vecina tenía una mano dentro de sus bragas y estaba convulsionándose deliciosamente, era una visión preciosa. Eso hizo que yo tampoco pudiera contenerme, apoyé una de mis manos sobre el ventanal y la otra la introduje dentro del pantalón acariciando mi polla, que ya estaba dura y tiesa como una barra de acero.
No me atreví a moverme, temeroso de terminar sólo con un simple roce. Debí de abrir la boca para gemir porque ella, desnuda y temblorosa, se arrodilló delante del alfeizar de la ventana y me observó aparentemente anonadada.
Me sentía a punto de estallar.
Luego, sin pensármelo dos veces, imaginándome que era ella quien lo hacía, rodeé mi miembro con la mano y apreté los dedos. Me moví hacia adelante y atrás, y casi llegué al éxtasis. Acaricié toda mi longitud, la necesidad de llegar al final estaba a punto de volverme loco. Ya no había marcha atrás.
Me sentía vulnerable mientras imaginariamente ella seguía acariciándome, recorriendo con los dedos aquella piel que ardía sin tregua. Apreté más los dedos y fantaseé que eran sus labios entreabiertos los que me tocaban con la lengua, a la vez que respiraba junto a mi piel. Cuando empecé a temblar, increíblemente creí escuchar su gemido de placer.
Solo necesité un par de movimientos más para alcanzar el orgasmo, grité… y me sacudí debido a la fuerza del mismo, de una intensidad absoluta. No podía dejar de moverme, de arquear las caderas contra mi propia mano. No me sentía débil. Ella, la silueta desconocida, con su mirada fija… me hacía sentir como un dios.
Apoyé la espalda en la columna metálica detrás de mí, temeroso de caer al ver que mis piernas apenas me sostenían. Fui bajando despacio, hasta que quedé sentado en el piso con las rodillas semi dobladas, un codo sobre una de ellas y la mano todavía dentro de mis pantalones.
Agarré la botella de agua del piso donde lo había dejado y tomé otro sorbo, sintiendo que de nuevo volvía el aire a mis pulmones.
¿Qué mierda estoy haciendo? Me pregunté.
Debe ser la falta de sexo, me respondí al instante y volví a mirar hacia el ático de mi adorable vecina, vi su silueta alejarse de espaldas y perderse en las sombras de su departamento, quizás hacia su cama.
Me levanté, e hice lo mismo, suspirando.

Ella… en la oficina.
La campaña publicitaria en la que estaba ayudando a mi jefa era una cuenta millonaria, y teníamos que obtenerla. Quizás sería la única oportunidad que tenía de lograr llamar la atención del jefe máximo.
Desde que llegué a la oficina, bien temprano, no me había levantado de mi escritorio esbozando las ideas que bullían en mi mente, mezclándose a cada rato con otras escenas ocurridas el día anterior, tampoco podía dejar de pensar en eso.
Y aunque estaba segura que nadie podría relacionar ambas cosas, mis ideas se mezclaban, la cuenta por un lado y Adán por otro, se reflejaban en los dibujos digitales de mi ordenador.
Mi jefa, una señora de mediana edad amable pero enérgica, llamada Sadye Gregor; se acercó, examinó lo que yo estaba haciendo a través de mis hombros y sonrió. La miré de costado y ella asintió, aparentemente complacida. Tomó en sus manos uno de los tantos papeles que estaban desperdigados sobre mi escritorio, que eran mis diseños ya impresos y volvió a asentir.
―Es una excelente idea ―dijo complacida―. Es simple, pero tiene carácter y un mensaje subliminal pero sincero… ¿cómo se te ocurrió?
Oh, oh… pensé. ¿Cómo decirle que eso era lo que quería hacer con el jefe?
―No sé ―dije frunciendo el ceño―. Pensé que a la gente podía interesarle algo así, está relacionado con el producto, pero a la vez no tiene nada que ver. El mensaje es claro, pero el objeto es simple, aunque tiene presencia. Todos conocemos la historia, sin embargo nadie lo ha relacionado nunca con el artículo que necesitamos vender.
―Me gusta… me gusta mucho ―dijo mi jefa pensativa―. ¿Te animarías a hacer la presentación de tu idea mañana?
Casi me desmayé cuando me lo propuso, y abrí mis ojos tan grandes, que mi jefa se puso a reír a carcajadas.
―¿Qui-quiere que hable ante el señor Ferrero? ―pregunté asombrada.
―Eres una de nuestras mejores creativas, niña ―dijo Sadye sonriendo―. Alguna vez tienes que dejar el cascarón y asomarte a las grandes ligas… ¿no? ¿Qué edad tienes?
―Veinticinco años, señora Gregor.
―Pareces menor. Tengo mucha fe en ti, eres nueva aquí pero en el poco tiempo que llevas entre nosotros aportaste mucho. Yo capto la idea, y me parece muy buena, pero creo que tú podrás expresarla mejor. Prepáralo, por favor.
A pesar de haberlo pedido con educación, incluso con dulzura, era una orden y tenía que cumplirla. Intenté levantarme para ir al sanitario, pero sentí que mis piernas se habían convertido en mantequilla, si así me comportaba un día antes, no me imaginaba el papelón que haría al día siguiente teniendo enfrente al objeto de mi lujuria constante.

Él… en su despacho.
Estaba sentado en mi escritorio revisando las carpetas de las ideas para la campaña de los preservativos "Big-boy", mirando uno y otro diseño y ninguno me aportaba nada nuevo. Conseguir esa cuenta era primordial para el futuro de la empresa, ya había hecho el contacto y dado el primer paso, pero mi equipo creativo no estaba ayudándome.
Ni siquiera yo podía aportar nada, mi cabeza no dejaba de pensar en la silueta misteriosa de mi vecina, y el doloroso y placentero orgasmo al que me hizo llegar solo con verla acariciarse. Era insólito que, a mis treinta y dos años, viviera empalmado por una desconocida y no dejara de recordarla a cada rato.
Cansado, nervioso y hastiado, llamé a la jefa del área de diseño.
―Todo lo que me has presentado hasta ahora es basura, Sadye ―le dije bastante molesto― Solo tenemos quince días para hacer la presentación final y no veo nada aquí que pueda ser mínimamente interesante… ¿es que nadie tiene imaginación en esta oficina?
―Tengo un as en la manga, Adán ―me dijo muy tranquila―. Dame un poco de tiempo, mañana te presentaré una idea que me parece muy, muy buena.
―¿Mañana? ―pregunté bufando― Yo no estaré aquí, tengo que viajar por una semana. Trae lo que tengas inmediatamente, aunque solo sean bocetos, así me iré más tranquilo sabiendo que ya tenemos algo sólido que elaborar.
―Pero, Adán… ―protestó mi subordinada.
―¡Ahora, Sadye! ―ordené y corté.
Al cabo de media hora, mientras recibía una llamada, Sadye entró a mi despacho con un ratoncito de biblioteca detrás, una joven a la que nunca había visto antes. Mientras seguía hablando, les hice una seña con la mano para que ambas tomaran asiento, pero en el apuro, y quizás nerviosismo, la desconocida dejó caer la carpeta al piso y todos los papeles que llevaba se esparcieron por el despacho.
―¡Oh, lo… lo siento! ―dijo agachándose rápidamente y empujando con el dedo su anteojo para que no sufriera el mismo destino final que los papeles.
Colgué de inmediato y me acerqué a ellas para ayudarlas.
La joven estaba en cuclillas, con una rodilla apoyada en el piso y la otra levantada, su falda se le había subido y pude ver un hermoso par de torneadas piernas cubiertas de una suave media de seda que le llegaba hasta mitad del muslo, sujeta con… ¡ligueros! El ratón de biblioteca llevaba la prenda íntima que a mí más me gustaba. Subí la vista mientras la ayudaba y pude ver por la posición de su torso inclinado, el inicio de sus senos que la camisa ligeramente abierta dejaba al descubierto, ella llevaba un delicado sostén de encaje blanco.
¿Qué mierda me pasa? Pensé malhumorado sintiendo que mi polla daba un respingo dentro de los pantalones.
Luego miré sus hermosos ojos verdes, los anteojos se habían deslizado hasta la mitad de la nariz, ella me observó por sobre las gafas y lamió sus labios en un gesto nervioso, dejando su preciosa boca roja cubierta de saliva.
¡Oh, santo cielos!
En ese mismo instante, cuando me agaché a buscar un papel debajo del escritorio, percibí también su aroma a flores, que hizo que mi erección se hiciera más patente, por lo menos para mí. Cuando volví a la posición anterior, sin querer, el gemelo que llevaba en el borde de mi manga se enredó con el cabello de la joven y tuvimos que forcejear para liberarla, tuvo que sacarse la goma que llevaba sujeto su pelo en una cola de caballo para poder liberarse. Y las suaves hebras cayeron como una cascada sobre mi brazo, acariciándome.
Alterado y nervioso a más no poder, puse todo lo que había recogido en sus manos, retrocedí y volteé antes de levantarme. Inmediatamente me escondí tras mi escritorio. ¡Por Dios del cielo! No podía tener una reacción así solo por ver la ropa interior de una mujer, por oler su aroma o ver su pelo suelto. Y maldije interiormente a la silueta desconocida que me tenía constantemente excitado. Toda la culpa era de mi vecina, sin duda alguna.
Las dos mujeres no dejaban de disculparse, la más joven balbuceaba incoherencias y la jefa reía nerviosa.
 ―¡Bueno, bueno! Después de este lio, las cosas solo pueden mejorar ―dije tratando de hacer una broma para distender el ambiente―. Chicas, olvídense del inconveniente y muéstrenme la joya que tienen.

Ella… y el primer encuentro.
¡Oh, mierda! Las señales en este caso eran incoherentes, como todo lo que había pasado desde el momento en el que entramos al despacho del jefe. Como bien dice la ley de Murphy: «No hay límite a lo mal que pueden salir las cosas». Y si seguimos con la misma premisa… «No hay situación que no pueda empeorar». Espero que éste no sea el caso, pensé.
Maldije interiormente por el apuro del jefe, ya que ni siquiera tuve la oportunidad de arreglarme para presentarme ante él. Normalmente me visto muy formal para ir a la oficina, porque por mi aspecto de "niña buena" aprendí que la gente no me tomaba en serio si no lo hacía. Y hoy, para completar la mala racha del día, me di cuenta que no tenía nada de ropa limpia, así que me puse lo primero que encontré: una insulsa falda gris de lanilla y una camisa blanca. Eso, sumado a mis anteojos de lectura y mi pelo recogido, hacían que mi aspecto fuera patético.
Y él, sin embargo, estaba espléndido. Era la primera vez que oía su voz, y sonaba como lujuria pura, carnal, era tan profunda, tan áspera que lo sentí como una caricia física rozando muy dentro de mí.
―No está terminado, Adán ―dijo mi jefa pasándole uno de los bocetos―. Pero creo que ya se puede apreciar el potencial… ¿qué opinas? ―y esparció unos cuántos más sobre el escritorio.
Adán miró los dibujos durante bastante tiempo, sin expresión alguna. Pasaba sus ojos críticos de uno a otro papel, aparentemente muy concentrado. Yo temblaba de expectación, esperando su veredicto… si no le gustaba, no tenía ninguna otra idea por el momento.
―¿A quién se le ocurrió esto? ―preguntó al fin, mirándonos interrogante.
Y mi jefa me hizo una seña con la cabeza para que hablara.
―Eh… a mí, yo lo hice ―dije casi en un susurro.
―Cuéntame por qué crees que esto llegará a la gente.
―Cre-creo que ―y carraspeé ansiosa, porque el sonido de mi voz me pareció demasiado ronca. Estaba nerviosa… ¿qué digo? Estaba histérica y muerta de miedo―, pienso que la simpleza de la imagen es clara, y el mensaje contundente.
―¿No crees qué es un poco… mmmm, digamos "fuerte" para el público en general? ―me estaba probando, lo sabía.
―El producto de por sí, aunque es común, ya es fuerte. Instar a la gente a usar preservativos es algo usual actualmente, pero hacerlo con una imagen tan sencilla, creo que podría minimizar el impacto, y sería más efectivo.
―Una manzana ―dijo pensativo―. Y volvió a mirar uno de los dibujos.
―Podría estar ubicado en un lugar estratégico ―dije sonriendo.
―El Edén… el paraíso ―y sonrió también.
―Y tiene un mensaje corto, pero claro ―dije mirándolo a los ojos a través de mis gafas.
―"Peca conmigo" ―Adán sonrió, esa sonrisa ladeada me volvía loca―, me gusta, realmente es muy bueno.
Sadye y yo nos miramos sonriendo, exultantes de felicidad.
―Sabía que te gustaría, Adán ―dijo mi jefa tomando mi mano y apretándola ligeramente en señal de apoyo.
―Bien, chicas… espero que para la semana que viene ya tengamos definido todo, amplíen la idea. Yo viajo mañana y volveré en una semana ―reunió todos los papeles de su escritorio y me los pasó, rozando mis dedos en el proceso. Si no hubiera estado sentada, probablemente estaría en el piso desvanecida―. Manos a la obra.

Él… en su loft.
Llegué a mi departamento a las 8:30 horas, un poco más tarde de lo usual. Soy un terrible animal de costumbres, lo sé. Lo primero que hice fue mirar hacia el ático de mi vecina, todo estaba a oscuras, como siempre. Pero con una diferencia… no veía su perfecta silueta perfilada.
Me sorprendió a mí mismo el sentimiento de desilusión al no verla, pero lo atribuí a mi apremio de hacer siempre lo mismo, de crear patrones en mi vida y seguirlos compulsivamente.
Incluso mi última relación, que duró dos años, fue mantenida durante todo ese tiempo debido a la costumbre, nunca la amé realmente. Todavía seguía llamándome, pero ya no me interesa, me di cuenta que lo único que sustentaba su permanencia a mi lado era el interés. A riesgo de parecer petulante, sé que soy un buen partido, y las mujeres están conscientes de eso.
Había cenado temprano en la oficina, algo ligero como siempre, por lo tanto solo me faltaba tomar mi licuado de proteínas, ejercitarme y descansar. Fui hasta la mesada de la cocina y lo preparé, mirando constantemente hacia el ático todavía oscuro y sin movimiento alguno.
¿Qué pasaría si dejara mi departamento a oscuras? Me pregunté. ¿Sería ella capaz de encender las luces del suyo? ¿Podría conocerla por fin?
Apagué todas las luces inmediatamente y fui hasta el dormitorio a cambiarme. Incluso a oscuras podía ver todo claramente una vez que mis ojos se acostumbraban a la penumbra. Un gran cartel en el edificio de la esquina iluminaba difusamente todo, era por ese motivo por el que podía verla a ella, mi vecina misteriosa.
A riesgo de crearme conflictos interiores por mi compulsión de hacer las cosas a horarios establecidos, esperé a que ella llegara para empezar mis ejercicios. Fui a la sala, vestido solo con mis pantalones holgados de algodón y encendí mi Tablet sentado en el sofá con las piernas sobre la mesita de centro de mi sala. A oscuras, empecé a buscar información en internet sobre un tema que necesitaba, esperando hacer tiempo para poder verla.
Estaba tan concentrado, que luego de media hora, no me di cuenta que su ático estaba ligeramente iluminado, al parecer solo había encendido la luz del baño, dejando la puerta entornada. Pude verla de espaldas frente a su cama soltándose el largo cabello oscuro que le llegaba hasta casi la cintura. Ya se había sacado la prenda de abajo, por lo tanto sus largas y perfectas piernas estaban al descubierto y podía ver una pequeña porción de sus bragas y sus deliciosas nalgas asomar debajo de la camisa que todavía llevaba puesta.
Mi polla dio una sacudida dentro de mis pantalones deportivos. ¡Mierda! Ella no podía tener ese efecto en mí, no era justo. Al instante, la camisa fue depositada en la cama y caminó hasta el baño, encerrándose en él.
Suspiré agitadamente, porque ya estaba lo suficientemente encendido como para quemarme. ¡Santo cielos! Era perfecta. Apagué la Tablet y me quedé muy quieto, esperando en la misma posición.
Cuando mi musa salió del sanitario casi desnuda, ya no había ninguna luz encendida en su ático, solo pude ver su perfecta silueta acercarse hasta el ventanal y observar hacia donde yo estaba. Se sentó en el alfeizar de costado y levantó ambas piernas, luego muy despacio, deslizó sus bragas por sus interminables extremidades y la dejó caer al suelo.
Mi obsesión estaba totalmente desnuda, y no había nada que yo pudiera hacer… ¡mierda!
Fui de nuevo hasta mi habitación y encendí las luces.
Si lo que ella estaba esperando era verme hacer mis ejercicios, obviamente no la dejaría con las ganas. Le daría eso… y mucho más.

Ella… en su ático.
Eran más de las nueve de la noche y él no aparecía.
Me sentía triste y celosa de su ausencia.
Sabía que no viajaba hasta el día siguiente, por lo tanto me imaginaba el único motivo por el que no había llegado: tenía una cita con alguna mujer. Su loft estaba totalmente a oscuras, y él… probablemente disfrutando de un encuentro romántico. Solo dos veces lo había visto acompañado cuando recién acababa de mudarme, y de esa última cita en su casa hacía más de cuatro meses.
Sentí pena por mí misma… allí estaba, sola, esperando la llegada de un hombre que ni siquiera sabía de mi existencia. Bueno, hoy me había conocido, pero no me prestó la más mínima atención, solo a mis diseños. Desde ese punto de vista estaba feliz, por lo menos lo había complacido de una forma totalmente platónica.
Suspiré y me saqué las bragas. Estaba tan sensible, que hasta el roce de la suave tela me producía escalofríos en la entrepierna. Lo necesitaba, deseaba su polla dentro mío, su boca en mis pezones, lamiéndolos y mordiéndolos, y sus labios en mi boca, azotándome con avaricia.
Esto no es sano, pensé gimiendo.
Y de repente me sobresalté al ver que las luces se encendieron, mi hermoso ejemplar de hombre caminaba desde su habitación hasta la sala, con pasos felinos y muy masculinos.
Sin mirar hacia mi ático, dejó la toalla y la botella de agua en un costado y se colgó de la barra. Amaba cuando hacía eso, porque todos sus músculos se tensaban y podía ver cada uno de los pliegues angulosos de su cuerpo. Y debido al esfuerzo, su dorada piel se cubría de humedad al instante.
Giró el cuerpo ágilmente y pasó sus piernas por encima de la barra metálica. ¡Guauuu! Esto no lo había visto antes, estaba colgado boca abajo… puso sus brazos en cruz sobre su pecho y empezó la erótica danza de subir y bajar su torso ejercitando sus abdominales, como si el esfuerzo no significara nada. Me imaginaba a mí misma haciendo eso, y solo me veía tirada en el piso con un tremendo chichón en la cabeza.
Suspiré y me acaricié los senos, mojé mis manos con agua y acaricié mis pezones suavemente, abriendo ligeramente las piernas para que la suave brisa acariciara mis pliegues abiertos. Estaba tan encendida, que no creía llegar al final de sus ejercicios, me correría mucho antes… varias veces.
La presión de la barra en la tela de sus pantalones hacía que éstas se tensaran, y su entrepierna quedó más al descubierto, podía ver claramente los vellos de su estómago que se espesaban hacia su miembro excitado… ¡Sí! Estaba tan duro que por milagro su polla no salía fuera de su escondite.
Y se veía tan grande… ¡Por todos los cielos!
Las ganas que tenía de verlo desnudo era inmensa, y más aún de tocarlo, recorrer cada centímetro de su cuerpo con mis manos, dedos, boca y lengua. No había nada en este mundo que pudiera negarle en este momento si me lo pidiera.
Lentamente, casi en cámara lenta, fue bajando sus pies. Se soltó de la barra y volteó hacia el ventanal. Sorbió un poco de agua y esparció otro poco en su pecho desnudo para refrescarse, como al descuido.
Luego se acercó.
Me miró…
Lo miré…
¿Podía verme? No estaba segura, pero al parecer lo averiguaría.
Se apoyó en la columna que estaba a escasos centímetros del gran ventanal, y se ubicó de costado, volteando la cara hacia mí, y entornando los ojos empezó una suave caricia con sus propias manos en su torso. Muy despacio, desanudó el cordón que sostenía el pantalón de su chándal y lo dejó caer al piso, con un pie lo empujó al costado y… ¡quedó totalmente desnudo!
Mi corazón estaba a punto de explotar en mi pecho, y mis manos no podían dejar de tocar todos los lugares que él también acariciaba, su cuello, sus pechos, su estómago… y más abajo. No podía ver su miembro, porque estaba de costado con un pie apoyado sobre el brazo del sofá, pero su cuerpo era una delicia, duros ángulos mezclados con suaves músculos, exactamente como a mí me gustaba.
¡Voltéate, idiota, hazlo! Pensé desesperada sin dejar de acariciarme.
Pero no, Adán quería el suspenso, él sabía que con eso me estaba matando. Bajó el pie y tomó su polla en sus manos… ¡Mierda! Eran como 25 centímetros de pura carne enrojecida. ¡Veinticinco formas de llegar a lo más recóndito de mi alma y azotarla! Miré a un costado y vi que la luz del letrero de enfrente de mi edificio llegaba hasta un costado del alfeizar donde estaba encaramada. Sin pensarlo o analizarlo, me paré y fui hasta allí, dejando mi rostro en sombras. Me ubiqué de frente, con las piernas ligeramente abiertas, y acaricié mi pezón con una mano mientras que los dedos de la otra se introdujeron dentro de mi coño desnudo y lampiño, empapándolos de humedad.
Al instante, él estuvo de frente también, acariciando su polla con vigor, acercó la cara al ventanal y lo lamió, sentí su lengua en mi propia entrada, como si sus labios estuvieran allí, en mi coño, chupándolo y lamiéndolo con ímpetu.
Ésta no era la misma dicha carnal que había compartido con mis parejas, era una unión de almas a la distancia, nuestros instintos la reconocieron y ansiaron aún más. Nos mecimos juntos, ajustándonos a nuestros ritmos, acompañándonos en todo lo que hacíamos, y así seguimos, más fuerte y más rápido, aún más rápido... hasta llegar a la cima... un arrebato, una ráfaga como un relámpago... y la dulce lluvia de la descarga.
Solo en ese momento dejé de mirarlo y casi me desplomé sobre el alfeizar, cuidando siempre que mi rostro quedara en la penumbra, sin embargo dejé que se deleitara con mi cuerpo y mis convulsiones.
Deseaba verlo, y él me complació.
Quería verme, y le di lo que ansiaba.
Fue un intercambio justo.

Él… y un error.
Y aquí estoy, tirado en el piso de mi loft, azotado por el orgasmo más increíble que haya tenido en mucho tiempo, solo provocado por el cuerpo de una desconocida a lo lejos… increíble, pero cierto.
De forma inesperada, sentí que se me desbocaba el corazón. No podía sentirme aturdido de manera tan absurda ante lo que había pasado, como si fuera un adolescente con exceso de hormonas; aunque no pude reprimir aquella disparatada emoción.
Todavía podía ver el cuerpo desnudo de mi musa en la penumbra, acostada en el alfeizar de la ventana aunque no distinguía su rostro. Estaba totalmente saciada, se notaba. Levanté el torso y me senté en el piso, apoyándome en el respaldo trasero del sofá, tomé mi celular y le hice una seña, indicándole que quería llamarla.
Ella negó con su mano.
Junté las mías en señal de súplica.
Ella volvió a negar.
Me incorporé y se lo volví a pedir de rodillas, necesitaba convencerla, y si ese ruego silencioso no la conmovía, nada podría hacerlo. Estaba desnudo, arrodillado frente a ella, con una mano en el corazón y otra en el oído, haciendo un gesto de llamada.
Y mi musa claudicó. Levantó las manos indicando seis dedos.
Lo disqué.
Luego indicó un dos. Volví a discar.
Y así siguió hasta que se completó la secuencia completa.
Escuché el sonido de Stereo Love como ringtone, la música de Edward Maya & Vika Jigulina, me encanta esa melodía. Buen inicio, pensé.
―Ho-hola ―contestó con voz temblorosa.
―Hola, diosa de la oscuridad ―dije susurrando― ¿Cómo estás?
―Mmmm, agotada, saciada ―respondió ronroneando― ¿Y tú?
―¿Yo? Todavía con ganas de poder tocarte… ¿puedo visitarte? ―silencio en la línea―. ¿Estás ahí?
―S-sí, sí estoy… pero no, no puedes venir. Darte mi número fue una locura, lo siento, prefiero que no vuelvas a llamarme.
―¿Estás demente o qué? Esto no puede terminar antes de empezar… necesito verte, tocarte, conocer tu aroma y tu sabor. Y tú también lo deseas, no lo niegues ―dije casi disgustado.
―No lo niego, pero no es una buena idea, voy a colgar.
―Espera, soy Adán ―dije apresurado, intentando que no cortara la llamada―, y tú… ¿cómo te llamas, mi dulce diosa?
―Llámame como quieras.
―¿Vas a hacerte la difícil ahora? ¿No crees que ya es un poco tarde para eso?
―No me conoces en absoluto… ¿por qué sería tarde?
―Conozco tu cuerpo… ¿puedes voltear, por favor? Quiero ver tu hermoso coño de nuevo ―ella lo hizo, bien… chica obediente―. ¿Puedes abrir las piernas? ―mi musa levantó una rodilla― Eres preciosa… ¿sabes? Me estoy poniendo duro de nuevo con solo mirarte, parezco un adolescente desquiciado.
―Muéstrame lo duro que estás ―solicitó suspirando.
Y volteé hacia ella apoyando un codo en el piso.
―¿Te gusta?
―Eres hermoso ―dijo susurrando.
―Tú también lo eres… deseo tocarte, no solo verte. Por favor, preciosa.
―Quizás otro día, estoy muy cansada y mañana tengo que madrugar.
Estaba seguro que mentía, era solo otra forma solapada de rechazo. Pero muchas cosas habían sido difíciles de conseguir en mi vida, y no por eso me había dado por vencido. Solo debía tener paciencia, algo que me sobraba.
―¿Puedo ver tu rostro?
―Hasta mañana, Adán.
―Te vuelvo a llamar en una semana, mañana viajo y quiero conocerte a mi vuelta… ¿puede ser?
―Lo pensaré.
―Sí, hazlo. Piensa en mí dentro de ti, imagínate cómo serían mis labios lamiéndote, mi lengua azotando tu hermoso coño. Deseo sentir tu boca en mi polla, hasta el fondo de tu garganta, y quiero saborear tus labios, besarte hasta que te quedes sin respiración ―sentí un suave gemido detrás del tubo, y la miré, estaba temblando ligeramente―. Veo que te gusta la idea.
―Sería una idiota si lo negara. Que tengas un buen viaje, Adán.
―Descansa, preciosa.

Ellos… y el final de la historia.
Ya no eran solo Él y Ella a solas con sus pensamientos y sentimientos, ahora eran dos almas a la deriva que buscaban su complemento. Eran un todo por separado que en algún momento tenía que juntarse.
Era un destino inevitable.
Adán lo sabía, porque desde que el momento en el que el juego con el que durante meses se mantuvieron entretenidos había terminado y logró escuchar su voz, supo que tenía que conocerla. No podía dejar de pensar en otra cosa. Los días que estuvo de viaje faltó a su promesa, le había dicho que la llamaría a su vuelta, pero no pudo aguantarse, la llamó todos los días, en varias ocasiones, a veces solo para saludarla y desearle una buena jornada, un delicioso almuerzo o dulces sueños a la noche, era en ese momento del día cuando podían hablar más tiempo, ya que ambos estaban relajados en la cama.
Él trataba de indagar sobre su vida, pero la misteriosa mujer no soltaba prenda, haciendo que Adán –como buen leonino que era– deseara más, quería saber todo sobre ella, pero no conseguía enterarse de mucho. Aunque ya sabía todo lo que le gustaba en el plano sexual… en ese aspecto era muy abierta, lo complacía en todo lo que deseaba saber.
Sabía, por ejemplo, que le encantaba usar lencería sexi y en combinación. Que le gustaba depilar su hermoso coño totalmente, algo que a él también le encantaba. Ella se enteró que él adoraba hacer el amor al aire libre, que le gustaba caminar desnudo por la playa y amar a su pareja en el agua, con el movimiento de las olas.
Habían hablado tanto, y hasta altas horas de la noche, que era como si ya se conocieran en realidad. Desnudaron sus almas a través del tubo, así como habían desnudado sus cuerpos a través de sus ventanales.
Solo les quedaba dar el siguiente paso, y ella se rehusaba.
―Preciosa, esto ya pasa de claro a oscuro… no somos adolescentes ―le dijo Adán en una de sus conversaciones―. Este juego es simpático, pero terminará por aburrirnos. Yo necesito sentirte, tocarte, adorarte… déjame conocerte.
―Mmmm, me conoces, Adán ―dijo ella, y se arrepintió al instante.
―¿Có-cómo? ―preguntó descolocado.
―Ehh… olvídalo.
―Imposible ―y ella escuchó su carcajada―. ¿Sé tu nombre?
―No lo sé, no lo creo. La verdad Adán, es que teniéndome enfrente no me prestaste la más mínima atención. ¿Por qué querría conocerte? ¿Para que se pierda la magia? ¿Para que me digas: «Ahhh, eras tú» y des media vuelta buscando la salida?
―Yo no haría eso, preciosa…
―No, claro… probablemente te quedes por educación, o incluso me hagas el amor para sacarte el gusto, pero no volverías a llamarme. No soy el tipo de mujer a la que estás acostumbrado. Solo soy una simple joven de pueblo que vino a la gran ciudad a estudiar y forjarse un camino. Tú eres un hombre mundano y experimentado, yo solo tuve dos novios, y las veces que tuve relaciones puedo contarlas con los dedos de mis manos y pies… y quizás me sobrarían.
―Bueno, eso no es lo que parece a través del ventanal de tu ático.
―Me dejo llevar por el anonimato ―dijo suspirando―. Soy mujer, tengo deseos, pero la verdad es que soy una reprimida.
―Eso nunca fue un problema para mí, soltar a un ave que quiere volar pero no se anima es delicioso. Ver cuando extiende sus alas y se eleva sola… un placer máximo.
―Dices tantas cosas lindas ―dijo riendo.
―Y no te imaginas todo lo que además de decirte, puedo hacerte, preciosa.
Ella suspiró, deseando tener el valor de animarse a volar.

La joven diseñadora estaba en su escritorio una tarde, luego de una semana que el jefe había partido, y conversaba con la señora Gregor sobre los bocetos en los que estaban trabajando, cuando Adán irrumpió en la sala de diseño, sin avisar.
―Hola Sadye ―dijo dándole un beso en la mejilla a la jefa, y luego los saludó a todos juntos―: Buen día, gente trabajadora, espero que esta semana haya sido muy productiva en este departamento.
Todos respondieron con un saludo educado.
―Hola Adán, asumo que has tenido un viaje muy provechoso, creo que estarás muy complacido con lo que logramos aquí ―dijo Sadye orgullosa.
―Espero que sí, muéstrenme lo que tienen ―y se sentó en la gran mesa de trabajo en el centro de la habitación. Todos los demás escritorios con los ordenadores estaban pegados a la pared en mesadas continuas, solo separadas por pequeñas mamparas, y los dibujantes y diseñadores trabajaban de espaldas unos de los otros.
Sadye fue hasta el escritorio de la ratoncita de biblioteca que había conocido hacía una semana y le dijo algo al oído, ella se apresuró a levantarse.
A Adán casi se le para el corazón cuando la vio de espaldas con un pantalón vaquero ajustado que le quedaba como un guante y una camisilla al cuerpo que no dejaba nada a la imaginación.
¡Esta no es la misma persona! Pensó aturdido.
La supuesta ratoncita se puso inmediatamente un blazer amplio y tapó todas sus curvas, ató su largo cabello en una cola de caballo, juntó las carpetas y caminó hasta él acomodándose las gafas que por lo visto, le quedaban flojas.
Con una sonrisa tímida, se sentó enfrente. Los demás diseñadores se ubicaron a su costado para escuchar lo que el gran jefe tenía que decir respecto al trabajo realizado esa semana. Sadye se sentó al lado de él.
Adán la miraba embobado, en un segundo y como por arte de magia, la sinuosa y perfectamente formada joven que había visto de espaldas, se convirtió de nuevo en la ratoncita de biblioteca que él había conocido. Insólito, pensó, y se encogió de hombros.
Y ella, bueno… estaba temblando por dentro, pero intentaba no demostrarlo. Verlo de nuevo, totalmente de sorpresa, luego de la semana de pura hot-line que habían tenido, la desubicó completamente. No estaba preparada para ese encuentro, y dudaba, que aunque hubiera tenido tiempo de prepararse, podría estar más tranquila.
Entre todos, distribuyeron los dibujos sobre la enorme mesa y Sadye, que ya estaba al tanto de la idea general y los diseños en particular, habló por todos.
Adán la escuchaba atentamente y miraba los diseños con detenimiento.
Luego de eso, pidió las opiniones de cada uno de ellos e hizo preguntas generales que la jefa contestó y sorteó con maestría.
―Solo puedo decir una cosa ―opinó Adán mirándolos a todos―, hicieron un trabajo excelente, los felicito. Son un equipo maravilloso ―una ovación general se escuchó en la habitación, seguido de golpes de palmas entre todos―. Sadye, eres una magnífica organizadora y tú ―dijo mirando a la ratoncita―, sigue así, tienes mucho talento y un gran futuro en esta empresa. Aporta tus ideas geniales y serás recompensada como es debido. Lo mismo les digo a todos, somos un equipo, pero también los logros individuales hay que aplaudirlos, y esta joven hizo un buen trabajo inicial, ustedes la apoyaron y les aseguro que todos serán recompensados si ganamos esta cuenta.
Ella solo sonrió tímidamente, pero estaba exultante de alegría al recibir el halago de su… bueno, su jefe en este caso.
―Me alegro que te guste, Adán ―repuso Sadye muy contenta―. ¿Hay alguna modificación que quieras hacer?
―Mmmm, muy poca realmente… ―y tomó uno de los dibujos, exponiendo algunos pequeños cambios que quería que realizaran, como ser colores, texturas o tipos de fuentes.
―Eso se puede hacer inmediatamente ―dijo la ratoncita―, así decide la versión final para mandar a impresión.
―Bien, cambia esos colores y esa fuente, mientras yo espero.
Y se ubicó en el sillón a un costado de la sala, tomando su agenda y realizando algunas llamadas urgentes. Al rato la imagen del ordenador de la ratoncita fue proyectada en la pared, y él hizo otros cambios. Al final resultó que no quedó complacido del todo, y decidió quedarse allí hasta obtener la versión final.
Como no tenía nada más que hacer, decidió llamar a su musa para contarle que ya estaba en la ciudad y proponerle un encuentro esa noche.
En el mismo instante en el que apretó el botón de llamada, sonó un celular en la habitación, miró hacia dónde provenía el sonido y era el de la hacedora de buenas ideas, la ratoncita de biblioteca que de bibliotecaria no tenía nada, por lo que pudo observar antes. Ella tomó el celular y apagó el sonido inmediatamente, aparentemente nerviosa. La llamada de Adán se cortó y saltó el contestador, él frunció el ceño. Volvió a llamar y ocurrió lo mismo… ¿qué mierda pasa aquí? Se preguntó mirando hacia su genial colaboradora.
―Ya no tengo tiempo para esperar, Sadye ―dijo frunciendo el ceño―. Mándame por correo la última modificación cuando la tengan.
―Ya está, señor ―dijo la joven proyectando las imágenes en la pared.
Y Adán sonrió.
―Perfecto ―dijo complacido―. Imprímanlo.
Y se retiró, agradeciendo a todos.
Era horario de almuerzo, por lo tanto fue hasta la administración que estaba a la salida de la oficina, y se sentó a conversar con el jefe de esa área sobre unos problemas que necesitaba resolver, aunque en realidad lo que deseaba era otra cosa… y esperó.
Cuando la ratoncita salió a la calle para almorzar, él la siguió. Ella entró a un bar, compró un sándwich, una gaseosa y cruzó hasta el parque para almorzar bajo un árbol. Fue en ese momento en el cual Adán volvió a llamar a su tormento, e increíblemente, lo atendió… y la ratoncita también.
¡Santo cielos! Era ella.

Adán ya no volvió a la oficina esa tarde, tuvo varias reuniones en diferentes partes de la ciudad y al terminar fue directo a su loft, mucho más temprano de lo usual. Se bañó, se cambió y se sentó a esperar la llegada de su diosa, que ahora ya sabía quién era, pero ni siquiera estaba al tanto de su nombre.
No encendió las luces, miraba a oscuras hacia abajo mordisqueando una empanada y tomando agua mineral, hasta que la vio llegar caminando apresurada, inmediatamente se metió a su edificio.
Adán bajó y aguardó a que algún otro ocupante abriera la puerta para poder colarse sin que ella se enterara. La espera no fue mucha, pero se hizo interminable para él, estaba nervioso y expectante.
Una señora con una bolsa de compras se acercó a abrir el portal. Adán, con una sonrisa, se acercó y ofreció ayudarla, la acompañó hasta su piso en el segundo nivel y siguió camino hasta el ático, que estaba en el sexto piso.
Ella terminaba de bañarse, cuando escuchó que alguien golpeaba suavemente la puerta, se puso una bata de seda y maldijo por el viejo edificio que ni siquiera mirilla en las puertas tenía. Nadie solía molestarla allí, ella estaba en último piso, solo el casero venía cada mes a cobrar el alquiler... y recordó que había llamado al encargado de mantenimiento una semana antes para que revisara una gotera debajo de la bacha de su cocina.
―¿Es usted, señor Ávalos? ―preguntó curiosa.
―Mmm, sí ―respondió una voz ronca.
Y abrió, muy confiada.
Antes de que pudiera siquiera protestar, Adán ya estaba dentro y cerró la puerta con el pie, abalanzándose sobre ella.
La levantó en sus brazos y fue directo hasta la cama, la depositó allí y bajo la mirada atónita de la joven, se desnudó en menos de un minuto y se acostó a su lado, ella iba a protestar, pero Adán no la dejó, bajó su rostro y la besó.
Duro, ávido, la lengua empujó entre ellos mientras la forzaba a tumbarse en la cama, su cuerpo sobre ella, sujetándola inmóvil debajo de él mientras la mano le agarraba la cabeza.
La joven gimió sorprendida, complacida y asombrada ante la calidad ronca y desesperada del sonido. Los brazos fueron alrededor de sus hombros, los dedos agarraron los duros músculos mientras la lengua de él se hundía en su boca, los labios moviéndose sobre los suyos con una intensidad lujuriosa que envió su sangre latiendo por su cuerpo.
Apenas estaba empezando a disfrutar la sensación de sus músculos ondulándose en su ancha espalda, sus labios moviéndose sobre los de ella con tan descarnada necesidad que le rompió el alma, entonces él le bajó los brazos de un tirón, sujetándolos en la cama mientras seguía desgarrando sus labios.
Sus caderas estaban entre los muslos de ella, manteniéndoselas abiertas cuando levantó la mirada, fijándolas en sus claros y hambrientos ojos.
Ella gimió bajo el peso de su cuerpo, pero sus labios se abrieron de nuevo, su lengua se enredó inmediatamente con la de él mientras reprimía la violencia de su necesidad barriéndolos a ambos. Dios, ¿cuánto tiempo había pasado desde que la habían vuelto loca con un hambre tan voraz que hacía que la lujuria creciera en su interior? La respuesta era simple: Nunca.
Él la despojó de la bata tan rápido, que seguro la seda sufrió algún desgarrón. Pero ni siquiera pareció importarle, era una menos de esas prendas tan sexis diseñadas exclusivamente para tentarlo.
—Adán —susurró apenas sus labios quedaron libres por un segundo—, espera.
—No me pidas que me detenga… por favor —la interrumpió antes de tomar de nuevo posesión de su boca, reclamándola, confundiéndola, volviéndola loca de deseo.
Él cerró los ojos con fuerza, y el ansia de su voz le hizo perder el poco control que le quedaba. El cuerpo desnudo, esbelto pero con curvas de mujer, era perfecto. La cubrió con besos, caricias. Probó su sabor, sus manos y boca moviéndose por encima de su rostro, por su cuello, sus hombros, sus pechos, sus pezones, donde pudiese alcanzar, mientras ella permanecía trémula en sus brazos.
Sus pequeños gemidos y los espasmos de placer de sus músculos lo enloquecieron. Las manos de ella subieron por sus brazos, apretándole los bíceps antes de seguir por sus hombros. Él se movió contra la cálida mujer, su erección dura como una roca apretada contra su monte, presionando con sutil estímulo su clítoris.
—Por favor —susurró ella, jadeante, haciendo fuerza contra Adán. Elevó los ojos hasta los de él, los suyos abiertos y luminosos de deseo. Sus labios entreabiertos dejaban entrar el aire a su pecho estremecido.
Él siguió besándola profunda y largamente, penetrando con su lengua la dulce boca femenina. Besó sus labios, saboreándolos. Luego recorrió la larga columna de su cuello hasta el pequeño hueco de su base. Los senos femeninos rozaban su pecho con pecaminosa fricción produciéndole descargas de placer que le recorrían en oleadas. La necesidad de penetrarla era insoportable. Se torturó a propósito, regodeándose en la anticipación de sentir ese primer envite, la fiera satisfacción de hincar su miembro en ella y verla retorcerse de placer y cerrar los ojos de gozo.
Jugueteó con sus pechos perfectos, abarcándolos con sus largos dedos que deslizó lentamente por su piel hasta unirlos en el erecto pezón y tironeó de la rosada piel. Quería llevarla hasta el mismo nivel de deseo insoportable que sentía él. Mientras ella se retorcía y gemía, Adán se metió primero un tieso pezón en la boca y luego el otro. Sintió que el liso estómago femenino se contraía y supo que ella estaba alcanzando el mismo frenesí que él.
Pronto... muy pronto...
El sudor perlaba la frente masculina y sentía que le latía la sangre en los oídos. En cualquier momento estallaría en llamas, tan ardiente era su deseo.
Pero primero…
Le acarició el estómago, sintiendo su estremecimiento revelador. Luego bajó hasta los suaves muslos sintiéndolos temblar y moverse inquietos. Se abrieron invitadores. Él rozó los pliegues que le rodeaban el coño, acariciándola arriba y abajo, y se sorprendió de lo caliente que estaba. ¿Cómo sería deslizarse dentro de su centro ardiente? Se dio cuenta de que él también temblaba y continuas oleadas de placer le recorrían. Le deslizó dos dedos dentro, y ella dio un respingo con un gemido, y un espasmo le aprisionó los dedos. La fuerza de aquel temblor lo tomó desprevenido.
Levantó el pulgar para apoyarlo en la pequeña protuberancia femenina y acariciársela suavemente. Ella lanzó un grito entrecortado y su mano se hundió en el cabello masculino, apretándolo. Mientras él chupaba y tironeaba suavemente de sus pezones con los dientes, continuó el rítmico acariciar y sintió como ella comenzaba a vibrar bajo su mano. La profunda, muy profunda oleada de liberación estaba a punto de llegarle, y continuó estimulándola más y más.
—S-sí —susurró ella, la voz ronca, la respiración jadeante. Su clímax la hizo apretarse contra él, y la sujetó mientras palpitaba contra sus dedos y su cuerpo se estremecía.
En lo único que podía pensar él en aquel momento era en la necesidad de estar dentro de ella, de sentirla apretarle. Pero se contuvo, sabiendo que la espera haría que ese momento fuese más exquisito.
Ella se desmoronó en la cama como si sus huesos fuesen de mantequilla y ni siquiera levantó la cabeza de la colcha cuando él retiró sus dedos.
—Todavía no he acabado contigo, mi dulce —le dijo, su voz tensa, ronca de deseo reprimido.
Le recorrió la piel del estómago con los labios, lamiéndole el ombligo y luego siguió bajando, haciendo un camino preciso hasta su sensibilidad. Sentía cómo ella se iba despertando a la vida nuevamente bajo su boca, necesitaba saborearla, conocer su sabor.
—Adán, por favor —le dijo con urgencia, y él no supo si lo que quería era que se detuviese o siguiera con su asalto.
Bajó la cabeza y probó la perla de su pasión, acariciándola con la lengua. Ella se sacudió y ahogó una exclamación con la garganta seca. Hizo gesto de apartarle porque al parecer estaba muy sensible, pero él le tomó las manos y entrelazó sus dedos con los de ella mientras continuaba el delicioso beso, metiéndole la lengua en el coño para luego deslizarla hacia fuera y acariciar con la punta su centro de placer. Ella levantó las caderas instintivamente, ofreciéndose. Adán sintió que la sangre se le agolpaba en la cabeza mientras la chupaba, su cuerpo tan excitado como el de ella. Con un poquito más de estimulación él llegaría al clímax también. Temblaba con la necesidad de correrse.
Nunca se había contenido de aquella forma, jamás había sospechado lo fuerte que podía resultar darle placer a una mujer de forma totalmente generosa. Se sentía embriagado y no tenía intención de detenerse hasta no poder soportarlo más y que ella se lo rogase… pero con él dentro.
Levantó la cabeza para mirarla en la penumbra. Era la viva imagen de la feminidad. Tenía una cintura estrecha y unas caderas que se ensanchaban para acabar en piernas largas y torneadas. Miró el pequeño oasis de placer donde se unían sus muslos y su verga palpitó.
Moviéndose rápido, dejó de observar aquella figura suave y perfecta para besarla profundamente.
—Preciosa, no puedo aguantar ni un minuto más. Tengo que tenerte, ahora.
—S-sí —susurró ella, y el monosílabo aguijoneó todavía más las viriles emociones. Con la sangre latiéndole en las sienes, se puso el condón rápidamente, se deslizó entre los muslos femeninos e intentó entrar, casi torpe en su prisa. Las dulces piernas se abrieron más y su carne lo envolvió. Con un gemido jadeante, la penetró de un solo empujón. El canal era estrecho y le apretó la polla con su brusca caricia.
Ella echó la cabeza atrás y todo su cuerpo se elevó, las caderas meneándose, mientras emitía un gemido de placer. El sonido lo estimuló más. Estaba a punto de nuevo, se dio cuenta con asombro. Pero luego de otro profundo envite, fue él quien se corrió, estallando en un goce que comenzó en los dedos de sus pies y estiró cada uno de sus tendones. Levantó el torso mientras le recorrían oleadas y oleadas de placer sensual. Su cuerpo entero se estremeció una y otra vez.
 Cuando logró respirar nuevamente, lanzó un trémulo suspiro y se incorporó, apoyándose sobre un codo. Ella lo miraba, y él vio las señales de la excitación en el rubor de la piel femenina, su boca entreabierta, el pulso desbocado latiéndole en el cuello, junto a la delicada curva de su oreja. Besó aquel lugar, sintiendo su calor y percibiendo su aroma con una inspiración complacida.
—Parecías... tener prisa —murmuró ella.
—La tenía —le aseguró—. Tú me llevaste a ella, preciosa. Tú, con tu perfección y tu sensualidad. Eres única —y suspiró—. Pero no te preocupes, enseguida me ocuparé de ti nuevamente.
La acomodó sobre la cama y besó sus labios, explorando con su lengua el cálido sabor de su boca. Ella le acarició el cabello, la espalda, y él se preguntó si se daría cuenta de lo inquietas que estaban sus manos, del esfuerzo que hacían para acercarla más a él. Su musa tenía una sensualidad sobrecogedora, y él respondía a aquella fuerza sin igual.
Le recorrió el vientre con sus besos, lamiendo las hendiduras junto a los huesos de su cadera y ella la elevó. Sus piernas se agitaron, inquietas, cuando los labios de él se acercaron a la suave piel de la cara interna de sus muslos.
—Adán, no es necesario, ya… —comenzó ella. Y sin responderle, él se inclinó entre sus piernas y deslizó la lengua entre los pliegues para acariciar su henchido y cálido capullo de nuevo. La rozó con su boca y deslizó sus dedos dentro del canal femenino para acariciarla, jugueteando con su piel. Sintió los espasmos y las oleadas de placer que la recorrían. La respiración femenina se había hecho jadeante, cada vez más rápida. Todo el cuerpo le temblaba, se movía bajo sus dedos. Sintió que la cúspide del placer de ella se acercaba nuevamente y siguió acariciándola para llevarla hasta ella con todas las habilidades que conocía.
Se corrió con un alarido y todo su cuerpo se puso rígido. Luego se estremeció y oleadas de placer la recorrieron de nuevo mientras sus manos se apretaban convulsivamente contra él. Su placer era embriagador. Nuevamente le maravilló el efecto que tenía sobre él. Finalmente, el movimiento cesó y el cuerpo femenino quedó laxo. Pasó la lengua por los labios, los ojos entrecerrados de lánguida saciedad.
Adán se echó a su lado y le acarició la suave piel delicadamente, sin provocarla, permitiéndola recuperarse. Ella volteó ligeramente, las piernas entrelazadas con las de él. Su corazón latía a mil por hora, al igual que el de él.
Miró su rostro, tenía los ojos cerrados y una suave sonrisa surcaba su cara. Era claramente una mujer a quien habían satisfecho.
Cuidadosamente se recostó contra la almohada y quedó relajado sobre su espalda, llevándosela consigo, con la cabeza de ella apoyada sobre su pecho. Durante largo rato, yacieron simplemente así, saboreando la paz de ese momento, hasta que se quedaron dormidos, uno en brazos de otro.

Ella despertó temprano a la mañana siguiente sintiendo unos suaves besos en su cuello y hombros.
—Mmmm… ¿todavía sigues aquí? —preguntó somnolienta.
—Este es mi lugar, en tus brazos, y el tuyo en los míos —dijo Adán abrazándola.
—¿Qué hora es?
—Es sábado, preciosa… no importa la hora.
Ella volteó y lo miró.
—Esto es una locura…
Él la destapó y acarició su cuerpo lentamente.
—Quiero seguir loco, entonces —dijo besando uno de sus pezones.
—¿Cómo supiste que era yo?
—No lo sabía, hasta que llamé a mi musa y le sonó el celular a la ratoncita de biblioteca… dos veces.
—¿Ratonc… eh… qué? —y rió a carcajadas.
—Cariño, estoy loco por ti, seas quien seas, no me importa si eres mi exhibicionista vecina a la que le gusta que la vea masturbarse desnuda o la recatada diseñadora de mi empresa, no te dejaré escapar.
—No me conoces.
—Si no me has mentido en toda esta semana, creo que conocemos mucho de ambos, y lo que nos queda por descubrir, tenemos mucho tiempo para hacerlo.
—Di mi nombre.
—No lo sé, preciosa, y te llames como te llames, igual te querré a mi lado —le dio un beso suave—. Dime… ¿cuál es?
—Soy Eva Fischer.
—¿Estás bromeando, no?
—No, Adán… me llamo Eva.
—Adán y Eva… —y rió a carcajadas—. ¿Te das cuenta? Estamos predestinados. ¿Quieres llevarme al paraíso?
—Por supuesto… con manzana y todo. Al fin y al cabo, yo lo ideé: "Peca conmigo", Adán.
—Hoy y siempre, Eva.

Fin

Publicado en la Antología “Amor en Latinoamérica” 
de ULER (Unión latinoamericana de escritoras del Romance).
Julio de 2013

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