Ámame, pero no indagues... (Capítulo 05)

sábado, 10 de agosto de 2013

De vuelta a la realidad

«Ella estaba tendida, poseída, tomada. Él descansaba sus esbeltas caderas contra la parte interna de sus muslos, tenía los brazos alrededor de sus hombros y le rozó levemente la boca con los labios.
Le acarició la cara con dedos cariñosos y no se movió; en su piel perduraba el arrebato de la pasión.
Atrajo sus labios a los de ella y lo besó, y dejó que él la besara, permitió que el amor floreciera, que la pasión creciera y el deseo ardiera hasta arrebatarlos una vez más.
Hasta el paraíso que ahora compartían, hasta el éxtasis de la unión que habían creado. Que habían aceptado.
Más tarde, él los acomodó de nuevo sobre las almohadas. La luna brillaba con intensidad, su trémula luz entraba por la ventana iluminando la cama. Sintiéndose bendecido más allá de lo posible, agradecido y honrado hasta lo más profundo de su alma, extendió la mano intentando atrapar un rayo de luz que se filtraba por la ventana en la palma, quizás esperando, dada la magia que los envolvía, ser capaz de sentir su peso.
Y mientras dejaba que la luz plateada iluminara su mano, recordó su fascinación por ella. Una que lo había tentado al principio, que lo había llevado hasta ese momento.
Pero sabía que tenía que partir, era tiempo de retomar su vida.»

Lisette se sobresaltó cuando despertó a la mañana.
Miró a su alrededor y suspiró, confundida. ¿Qué día era? ¿Dónde estaba Honorio? Se levantó, se puso la bata y fue hasta el baño esperando encontrarlo ahí, estaba vacío. Era lunes, él ya no estaba.
Rememoró lo que había pasado y sonrió. Lo último que recordaba es que después de cenar habían vuelto a hacer el amor, en la cama. Suave pero apasionadamente, tierna pero sensualmente.
Luego ella se quedó dormida, probablemente en ese momento él haya decidido irse.
Se sentía extraña.
Por un lado estaba agradecida y complacida por el hermoso día que había pasado en sus brazos, y estaba convencida de que tendría que conformarse con eso. Pero por otro deseaba más, aunque sabía que no era posible, no siendo él un personaje tan público y controversial, y la situación de ella tan… complicada.
Se acostó de nuevo, encendió su notebook y revisó su correo.
Encontró que un nuevo depósito había sido acreditado a la cuenta de su tarjeta de débito. ¡Bien, carajo! Pensó… y sonrió.
Contestó algunos correos y otros los dejó pendientes.
Una ventana del Skype se abrió y estuvo chateando un rato largo con CeCe, una amiga extranjera a quien apreciaba mucho, ya que fue la que la ayudó a escalar posición en ese nuevo mundo al que entró casi cuatro años atrás cuando decidió incursionar en las ventas por internet.
En ese momento, entre ambas tenían montada toda una red de distribución por todo el mundo en forma independiente cada una, y les iba maravillosamente bien.
Subió un producto nuevo a dos de sus tiendas virtuales, y envió la información al e-mail de su amiga CeCe para que ella también la promocionara y vendiera en su propia tienda.
Se conectó a Facebook y anunció el nuevo producto en su página y en su portal particular. Contestó las consultas, agradeció los elogios encontrados, y rebatió las críticas con argumentos convincentes. Todo lo publicado en Facebook inmediatamente se reflejaba en su cuenta de Twitter, y viceversa, por lo tanto era un paso menos que tenía que realizar. Hizo lo mismo en Instagram.
Era ya mediodía cuando terminó su trabajo pendiente, solo le quedaba preparar el nuevo producto, aunque eso le llevaría más tiempo.
En ese momento sonó el teléfono.
La llamaron de la recepción para avisarle que había llegado un paquete de su correo privado, pidió que se lo enviaran por el ascensor, saltó de la cama y corrió hasta la puerta para recibirlo, emocionada. Sabía lo que era, lo había estado esperando durante semanas.
Recibió la encomienda casi con reverencia y lo depositó en la mesa del comedor. La abrió y se maravilló. Levantó uno de los cinco libros que había dentro y fue hasta la sala, lo hojeó y se dispuso a releerlo.
Se olvidó incluso del almuerzo.
Ya eran más de las dos de la tarde cuando su ex pareja, sin anunciarse, llegó al departamento y la encontró acurrucada en el sofá ensimismada en la lectura del libro.
—¡Alfredo! —gritó sorprendida al verlo.
—Hola, Lis… ¿cómo estás? —saludó parco—. Leyendo, para variar —dijo casi como un reproche.
—Sabes que adoro leer —y se levantó para enfrentarlo—. ¿Por qué vienes sin avisar?
—No sabía que ahora tengo que anunciarte mis pasos.
—Por supuesto que sí, cuando se refiere a mí —y extendió su mano—. Dame mi llave, por favor —solicitó.
Alfredo frunció el ceño y rebuscó en su bolsillo, la puso en la palma de su mano y se quedó mirándola fijamente.
—Este no puede ser el final, Lisette —dijo convencido.
—Alfre… yo te aprecio mucho, de verdad. Pero ya no puedo seguir en esta relación —suspiró y se sentó en el borde del sofá. Lo invitó a hacer lo mismo.
—¿Ya no me amas? —preguntó dudoso—. ¿O es que ya no me necesitas y me descartas como un trapo sucio?
—No seas cruel, Alfre… puedes seguir ocupándote de mis asuntos como hasta ahora, siempre te necesitaré para eso. Todas las ventas que sean locales siempre las manejarás tú. Yo no quiero figurar, lo sabes. No deseo que mi nombre se vea involucrado en todo eso, claro que te necesito.
—Si no te tengo, no quiero seguir representándote, no me interesa. Tendrás que buscarte a alguien más que te ayude, Lisette.
—Pero… es tan sencillo para ti, ni siquiera es un trabajo pesado y puedes cobrar el porcentaje estipulado, a pesar de que nunca lo hiciste. No me hagas esto, por favor. No sé a quién más recurrir.
Él negó con la cabeza.
—El problema es que si ya no quieres tener una relación conmigo, necesito alejarme, yo todavía tengo sentimientos hacia ti… y me ayudaría mucho no verte ni hablar contigo. ¿Lo comprendes, no? Pídele a tu prima Gisela que se encargue, ella está al tanto de la situación.
—¡Nooo! Su marido está demasiado involucrado en la política, no puede arriesgarse a eso.
—Lo siento —dijo elevando los hombros—, tendrás que buscar a alguien más. Te daré un par de meses, Lisette, a lo sumo tres. Si en ese tiempo no podemos solucionar nuestros problemas, cada uno seguirá su camino en forma independiente. Y tendrás que buscar a alguien más que te represente.
Puso unos papeles frente a ella.
—Este es el último contrato firmado —abrió su billetera y sacó un papel—. Y aquí está el cheque por el adelanto estipulado. Ya lo endosé, espero lo disfrutes.
—Gracias, Alfre —respondió ella—. Nunca podré agradecerte lo suficiente todo lo que has hecho por mí.
—Vuelve conmigo —dijo tomándola de la mano y sentándose al lado de ella en el sofá—. Te amo, cariño —y la abrazó.
Lisette se estremeció, pero no por el abrazo, sino por la sensación de rechazo. Lo primero que vino a su mente fueron las manos de Honorio alrededor de ella en ese mismo sofá, y sintió repulsión.
—Alfredo, por favor —pidió volteando la cara para evitar que la besara—. No me toques.
—¿Hay otro hombre, no? ¿Quién es?
—Te juro por mis hijos —dijo levantándose—, incluso por Yamil, que mi decisión no tuvo nada que ver con otra persona. Es algo que vengo sintiendo desde hace mucho tiempo, ya te lo expliqué.
—Cásate conmigo, Lisette —propuso sorprendiéndola.
Ella sonrió triste.
—¡Ay, Dios! Si me lo hubieras pedido unos años atrás, te aseguro que hubiera aceptado, pero ahora es tarde. Demoraste demasiado, mi paciencia se acabó, y con ella mi amor por ti… lo siento.
Alfredo se levantó y caminó hacia la puerta.
—Todavía tengo esperanzas —dijo volteando antes de abrir la puerta y salir del departamento.
¡Qué poco me conoce! Pensó Lisette. Alfredo era un gran hombre sin duda alguna, pero muy egoísta. Se había dado cuenta de eso hacía mucho tiempo. Todo debía hacerse como él quería, cuando y donde él lo deseaba. Sus sentimientos nunca fueron importantes para él, y ella… acostumbrada a bajar la cabeza y complacer a los hombres por necesidad, lo soportó en silencio.
Pero ya fueron cinco años, era suficiente.
Ahora era una mujer independiente y segura de sí misma, ya no necesitaba a un hombre para vivir ni mantenerse.

—¡Hola chicas! —saludó Lisette a sus amigas sentándose junto a ellas en la cafetería del shopping. Solo estaban Kiara y Sannie, eso le pareció extraño, porque Luana era siempre la más puntual—. ¿Y Lua? —preguntó.
—Fue adentro a comprar un libro, ya viene —explicó Sannie.
—Ahhh… ¿qué cuentan?
—Me voy a Neuquén  este fin de semana —dijo Kiara—. Es el cumpleaños de la madre de Gabriel, voy a conocer a sus padres y a toda su familia… ¿pueden creerlo?
—Claro que sí —dijo Sannie convencida—. Él te adora, lo más lógico es que desee presentarte a sus parientes.
—¡Me alegro mucho! —dijo Lisette contenta de ver a su amiga tan feliz.
Se carcomía por dentro de las ganas que tenía de contarles lo que ella había hecho y con quién, pero se calló. Nadie necesitaba saberlo, sería una estupidez ventilarlo. Él ni siquiera se había comunicado en dos días. Lo tomaría como lo que fue: un touch-and-go . Espectacular, pero ocasional.
En ese momento se acercó Luana sonriente, saludando a Lisette.
—¿Qué compraste? —preguntó Kiara.
—El nuevo libro de Alessandra Castella, dicen que es espectacular.
—Leí dos de sus libros, me encantaron —dijo Kiara.
—Yo tengo todos, los diez que ha publicado —dijo Lisette sonriendo—. No hace falta que los compren, chicas.
—Dicen que es paraguaya… ¿ustedes creen que sea verdad? —preguntó Luana—. Escribe demasiado bien.
—Me encantaría conocerla si es paraguaya —dijo Sannie pensativa—. Estoy pensando en publicar una biografía autorizada mía. No leí ningún libro de ella, pero por las críticas creo que no existiría mejor escritora para hacerla.
—Sobre todo por lo que escribe: romance erótico —dijo Kiara riendo—. Nadie podría describir mejor tus bondades entre las sábanas que ella, cuando la leo es como si me transportara al mundo que ha creado, y termino completamente mojada.
Todas rieron a carcajadas.
Pero Lisette se quedó pensativa, sin decir una sola palabra.
—No quiero que sea un libro erótico —explicó Sannie—, tengo mucho público infantil y adolescente. Más bien prefiero que sea verídico, que me haga lucir fantástica, y que no sea tan explícito, más bien insinuante.
Lisette se removió en su asiento, inquieta.
—¿Por qué estás tan callada, Lis? —preguntó Luana preocupada— ¿Alguna novedad con respecto a Alfredo?
—Ayer se presentó en mi departamento sin avisar, tuvimos una discusión. Le pedí que me devolviera mis llaves… ¿y saben qué? —sus amigas la miraron interrogantes—. Me propuso matrimonio.
Todas lanzaron exclamaciones ahogadas, pero Kiara le preguntó entrecortada:
—¿A-acep… aceptaste?
—¿Estás loca? Nooo —y negó con la cabeza—. Ya no me interesa.
—Ufff, menos mal —dijo Luana guiñándole un ojo—, porque Patricio hará una reunión, para festejar unas nuevas representaciones y creo que puede presentarte a alguien. Es un brasilero, y vendrá a hacer negocios con él.
Lisette negó con la cabeza y frunció la nariz.
—Gracias, amiga… pero no quiero involucrarme con nadie ahora. Estoy demasiado bien sola, por primera vez en mi vida. Pero… ¿cuándo es la fiesta?
—De éste sábado en ocho días en el condominio, y están todas invitadas. Será un asado tranquilo, solo nosotras y algunos amigos íntimos de él. Habrá karaoke y música para bailar.
Todas asintieron y aseguraron que no faltarían.
—¿Y por qué nadie piensa en mí? —preguntó Sannie falsamente enojada— Yo también estoy soltera y me encantan los brasileros.
—Por una razón muy importante, cariño —dijo Luana riendo—. El tipo como 40 años.
Sannie frunció el ceño, y todas rieron de su expresión.
Un poco después se despidieron y cada una volvió a su casa.
Al llegar a su departamento entró riendo y hablando por el celular con su hijo menor. Dejó la cartera en la mesa del comedor y siguió hacia su dormitorio para cambiarse, se tiró a la cama y siguió escuchando lo que su hijo le estaba contando.
De repente, sintió que algo no estaba bien.
—Cariño —dijo asustada mirando hacia la pared—. ¿Alguno de ustedes vino a mi departamento hoy?
—No que yo sepa, mamá… ¿por qué?
—Mmmm, no… por nada. ¿Puedo llamarte más tarde? Creo que hay una fuga de agua en mi baño —mintió y se despidieron.
Se levantó lentamente y tocó el hermoso y enorme plasma que colgaba en su pared, frente a la cama.
Solo podía ser una persona, pensó, una que se había quejado de su viejo televisor y que se había apropiado de la llave de su departamento.
—Honorio… —dijo frunciendo el ceño.
Y la rabia se apoderó de ella.
Generalmente Lisette no reaccionaba por esas tonterías, le encantaban los regalos y los aceptaba agradecida, pero… ya no, menos de él… ¿qué mierda se creía?
Fue hasta la sala, tomó su celular y salió al balcón a llamarlo.
—Hola, cielo —la atendió al instante. Se oían gritos en el fondo, y una banda tocando la marcha del partido. Al parecer estaba en un encuentro político.
—¿Fuiste tú? ¿Tú me enviaste ese plasma? —preguntó sin siquiera saludarlo.
—Sí… en realidad es un LED 3D de 42 pulgadas, ¿te gusta? —sonaba hasta orgulloso. Eso la enfureció aún más.
—¿Quién carajo te crees que eres? —preguntó casi gritando, se hizo un silencio del otro lado de la línea— ¿Piensas que puedes comprarme con regalos? Ni siquiera volviste a llamarme y… ¿me envías una tele? ¿Acaso crees que soy una puta barata a la que debes pagar por los servicios prestados?
—Por favor, cielo, yo…
—¡Cielo un cuerno! No estuve contigo para recibir nada a cambio —lo interrumpió—, sino porque lo deseaba. ¿Sabes qué, candidato de cuarta categoría? Espero que tu secuaz venga a buscar inmediatamente ese televisor y se lo lleve, no quiero nada de ti… ¿escuchaste? Y necesito mi llave de vuelta… ¡Inmediatamente!
Y colgó el celular.
Él volvió a llamarla dos veces seguidas, pero Lisette no respondió.
Honorio le mandó un mensaje de texto: «Atiéndeme, por favor»
Al no recibir respuesta, le envió otro: «¿Leíste la nota que te dejé?»
¿Qué nota? No había ninguna nota, pensó y fue hasta la habitación a revisar cada rincón, hasta detrás de la cama, por si se hubiera caído sin querer.
Nada.
En ese momento, luego de casi quince minutos buscando, sonó el timbre.
Fue hasta la puerta y la abrió.
Ahí estaba Honorio, apoyado en el marco, muy serio y con los brazos cruzados. Se miraron durante unos segundos, desafiantes, hasta que él habló:
—Mira, cielo… admiro tu bravura y la forma en que defiendes tus ideales, pero la verdad, no me gusta ser la diana de tus afilados dardos.
—Estoy cansada de que me traten como un objeto, Honorio. Mejor devuélveme mi llave y vete. No encontré ninguna nota.
—Me escapé de Almada, él tiene tu llave, y cuando descubra que no estoy pegará el grito al cielo, te aseguro. Estará aquí en menos de lo que canta un gallo… ¿me vas a dejar pasar o tendremos esta conversación en el palier?
Lisette se desplazó hacia un costado, él entró y ella cerró la puerta.
—Dejé la nota aquí en la mesa… ¿dónde está? —y miró por todos lados—. Levantó el paquete de la encomienda que todavía estaba apoyado en el vidrio, y la encontró.
Al parecer siempre estuvo allí, desde el domingo a la noche cuando él se había retirado, pero Lisette no lo había visto porque cuando llegó el paquete lo apoyó encima y quedó oculta.
Ella tomó con manos temblorosas la hoja blanca que estaba debajo y la llevó a su pecho, mirándolo interrogante.
—Léelo, cielo —y él observó el paquete abierto que tenía en sus manos, volvió a apoyarlo sobre la mesa.
Lisette caminó hasta la sala y desdobló el papel, sin darse cuenta que Honorio había levantado en sus manos uno de los libros del paquete y lo giró de frente a lomo.
Ella leyó la nota:

Lisette, mi cielo:
Ya es medianoche y con pesar tengo que irme, mañana viajo al interior, vuelvo el martes. Te enviaré un regalo, para que la próxima vez que veamos una película lo hagamos cómodamente en tu cama, abrazados y mimándonos.
Quiero seguir viéndote, espero que también sea tu deseo.
Te llamo el martes, para evitar que me desconcentres.
Tuyo… HC.

Lisette gimió, avergonzada.
¡Santo cielos! ¡Le había dicho candidato de cuarta categoría! Deberían fusilarla para evitar que volviera a abrir la boca.
—Honorio… mátame, me lo merezco —dijo bajando la vista.
—Lo haré —se acercó y levantó su barbilla—, a besos.
Lisette se pegó a su cuerpo y metió ambas manos dentro de su saco, abrazándolo y apoyando la nariz en su cuello.
—Perdóname por llamarte candid…
—Eres tú la que debes perdonarme —la interrumpió acariciando su pelo—, te envié un regalo egoísta, esa tele fue pensando en mí, no en ti. Soy yo el que desea disfrutarla contigo, escuchar las noticias cuando despertemos, o ver una película a tu lado. Debería llenarte de diamantes, seda, encaje y satén, no de tecnología barata.
—No quiero nada de eso.
—¿Puedo suponer que si me ofrezco a mí mismo, me aceptarás?
Lisette suspiró y se apartó ligeramente.
—Tú no me conoces, Honorio… no soy la mujer adecuada para ti en este momento.
—Si es porque no te gusta la exposición pública, yo lo entiendo. Y no tenemos necesidad de exponernos, aunque no tengamos motivo para ocultarnos, podemos mantener esta relación solo entre nosotros.
—¿Aquí? ¿En Paraguay? —y rió irónica— ¿Dónde cuando estornudas, tu peor enemigo se enferma de gripe? Bastará un pequeño desliz para estar en boca de todo el mundo. Serás el que dirija los destinos de este país, Honorio…
—¿Y eso qué? ¿Acaso el presidente no es también un hombre? ¿Debo convertirme en un eunuco para que me voten?
—Tu celular está sonando —dijo ella caminando hasta el comedor, cerrando la caja de la encomienda y poniéndola sobre la silla. No deseaba que él se fijara en su contenido.
—Estoy bien, Almada —contestó fastidiado—. Rujillo está conmigo, estaré allí en media hora —y colgó.
—Mejor seguimos esta conversación en otro momento, estás ocupado —dijo Lisette mirándolo con una sonrisa triste.
—¿Pensarás en lo que te dije?
—Lo haré.
—Bien… ¿aceptas mi obsequio egoísta? —y la acercó con una mano, acariciándole la mejilla con la otra.
—Puedes dejarlo en préstamo, lo aceptaré solo si decido que lo veré contigo, ya vete —dijo riendo y empujándolo.
—¿Qué puedo hacer para convencerte de lo otro? —preguntó tomándola de la cintura, sin dejar que lo apartara.
Se inclinó un poco más y unió sus labios a los de ella. Lisette dejó de pensar. Instintivamente devolvió la presión de sus labios, y él emitió un gemido grave y gutural. La envolvió con sus brazos y la atrajo hacia él, y ella se dejó llevar dócilmente. Sentía el cuerpo firme y musculoso contra sus suaves curvas, y el suyo propio reaccionaba al contacto.
Profundizaron el beso. Lisette le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él mientras saboreaba su boca, el olor de su piel, la tibieza de su cuerpo. Cuando, por fin, Honorio apartó sus labios de los de ella, fue para salpicarle de besos el cuello y mordisquearle suavemente la piel. Deslizó una mano por el costado y rodeó un seno con suavidad. Lisette inspiró con placer. Deslizó las manos despacio por la nuca de Honorio y entrelazó los dedos en su pelo. Resbalaba entre sus dedos como seda, despertando las terminaciones nerviosas de sus manos.
Él la besó en la base del cuello, y saboreó su piel con la lengua. Lisette se estremeció, y el calor estalló en su abdomen. Sentía su cuerpo estremeciéndose contra el de él, y Honorio profirió un sonido grave de placer animal junto a su garganta. Con suavidad, oprimió su pecho a través del cuerpo del vestido, deslizando el pulgar por el centro, haciendo que su pezón se contrajera.
Honorio volvió a besarla y sus labios se fundieron. Lisette tenía la sensación de estar derritiéndose, su cuerpo estaba consumido por el deseo. Por fin, con un gemido, él arrancó su boca de la de ella, dio un paso atrás y la miró sonriendo.
—Eres mía, no me daré por vencido —dijo antes de abrir la puerta y perderse en la oscuridad del palier.
Típico de los poderosos, pensó Lisette.
Cerró la puerta y se apoyó en ella, suspirando.

Continuará...

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