Ámame, pero no indagues... (Capítulo 03)

sábado, 10 de agosto de 2013

Encuentro entre sábanas

«Ella despertó lentamente, sintiendo una calidez inusual, le hacían cosquillas en el cuello y el estómago. Era la gloria. Se estremeció y movió ligeramente su cuerpo para acercarse aún más a esa dureza deliciosa que sentía presionando sus nalgas.
Dio vuelta la cabeza y lo miró con los ojos entornados.
La saludó, pero ella dudaba de su capacidad de emitir sonido alguno, trató de apartarse, pero la atrajo de nuevo, hundió la boca en su cuello y la besó allí, presionando con sus manos su estómago y la base de sus senos.
Encontró un espacio en el camisón medio subido de ella para poder meter las manos y acariciar directamente la piel de su estómago, su cintura, sus caderas, lentamente, para no asustarla.
La otra mano encontró acceso en el escote abierto que el satén dejaba al descubierto y se apoderó de uno de sus senos. ¡Oh, Dios, que delicia! Cabía perfectamente en su mano, era suave y el pezón se sentía pequeño y excitado. Lo acarició con la punta de sus dedos, y ella ronroneó.
Fue el sonido más hermoso que hubiera escuchado en su vida. Ella gemía por el placer que él le daba. Sintió que iba a explotar. Presionó su erección contra sus nalgas y fue moviéndose lentamente, sin dejar de tocarla en ningún momento, la mano que acariciaba su estómago fue bajando y subiendo lentamente, hasta solo bajar…»

Al releer ese último párrafo, Lisette cerró la notebook, la depositó sobre la mesita de luz y se quedó dormida pensando en el hombre que estaba a pocos metros de ella, descansando en el sofá de la sala.
Pero no por mucho tiempo, apenas una hora después, como si esa novela hubiera sido una premonición, o quizás la concreción de una fantasía, sintió que su cama se hundía detrás de ella y que unos brazos poderosos la envolvían, con fuerza, con calidez. Protectores.
Ella se apretó contra su cuerpo de espaldas y suspiró.
Honorio besó su hombro y con una de sus manos, hizo a un lado su sedoso cabello para poder llegar más profundo hasta el cuello. Se detuvo allí interminables segundos saboreándola con la lengua, acariciándola con su aliento.
—¿Estás despierta? —susurró.
—Mmmmm —gimió ella, sin poder emitir sonido.
—Quiero hacerte el amor, Lisette… ¿lo sabes, no?
—Mmmmm —volvió a gemir, y lentamente volteó—. Lo sé, pero… ¿crees que sea una buena idea?
Él la miró, estaba de espaldas en la cama, pegada a su cuerpo, podía verla por la suave luz de la luna que se filtraba por la ventana. Levantó una mano y la posó en su cuello, y fue bajando lentamente por entre sus pechos sobre el camisón de satén hasta llegar a su estómago.
—Creo que es la mejor idea que tuve en mucho tiempo.
—Avanzas muy rápido.
—¿Para qué perder el tiempo cuando uno sabe lo que quiere? Además, a cada minuto que pasa no nos hacemos precisamente más jóvenes.
Su teoría era aceptable, y muy cierta. Lisette también lo tocó, posó la mano en su pecho, subió por los hombros y bajó por su brazo.
—Veo que te has metido a mi cama preparado… ¿estás desnudo?
—Compruébalo —la retó sonriendo, aunque continuó—: tengo puesto los bóxers… ¿quieres que me los quite?
—Consérvalos todavía… —y volteó hacia él para poder acariciarle el pecho cubierto de un suave vello, bajando lentamente las uñas por sobre su estómago.
—Me estás excitando, Lisette.
—Excusas, excu... —el sonido terminó cuando la paciencia del candidato se acabó y los labios de él cubrieron los suyos por primera vez.
Duro, ávido, la lengua empujó entre ellos mientras la forzaba a tumbarse en la cama, su cuerpo sobre ella, sujetándola inmóvil debajo de él mientras la mano le agarraba la cabeza.
Lisette gimió sorprendida, complacida y asombrada ante la calidad ronca y desesperada del sonido. Los brazos fueron alrededor de sus hombros, los dedos agarraron los duros músculos mientras la lengua de él se hundía en su boca, los labios moviéndose sobre los suyos con una intensidad lujuriosa que envió su sangre latiendo por su cuerpo.
Apenas estaba empezando a disfrutar la sensación de sus músculos ondulándose en su ancha espalda, sus labios moviéndose sobre los de ella con tan descarnada necesidad que le rompió el alma, entonces él le bajó los brazos de un tirón, sujetándolos en la cama mientras seguía desgarrando sus labios.
Sus caderas estaban entre los muslos de ella, manteniéndoselas abiertas cuando levantó la mirada, fijándolas en sus oscuros y hambrientos ojos.
Ella gimió bajo el peso de su cuerpo, pero sus labios se abrieron de nuevo, su lengua se enredó inmediatamente con la de él mientras reprimía la violencia de su necesidad barriéndolos a ambos. Dios, ¿cuánto tiempo había pasado desde que la habían tomado así? ¿Desde que la habían vuelto loca con un hambre tan voraz que hacía que la lujuria creciera en su interior?
Él la despojó de su camisón y sus bragas tan rápido, que seguro el satén sufrió algún desgarrón. Pero ni siquiera pareció importarle, era una menos de esas prendas tan sexis diseñadas exclusivamente para tentarlo.
—Honorio —susurró apenas sus labios quedaron libres por un segundo—, espera.
—No me pidas que me detenga, Lisette… por favor —pidió desesperado.
—Jamás, te mato si paras —dijo riendo—, solo quiero saber si tienes protección.
—¡Oh, sí! Mierda, claro que sí… traje una caja entera —la interrumpió antes de tomar de nuevo posesión de su boca, reclamándola, confundiéndola, volviéndola loca de deseo.
Él cerró los ojos con fuerza, y el ansia de su voz le hizo perder el poco control que le quedaba. El cuerpo desnudo, esbelto pero con curvas de mujer, era perfecto. La cubrió con besos, caricias. Probó su sabor, sus manos y boca moviéndose por encima del rostro de Lisette, por su cuello, sus hombros, sus pechos, sus pezones, donde pudiese alcanzar, mientras ella permanecía trémula en sus brazos.
Sus pequeños gemidos y los espasmos de placer de sus músculos lo enloquecieron. Las manos de ella subieron por sus brazos, apretándole los bíceps antes de seguir por sus hombros. Él se movió contra la cálida mujer, su erección dura como una roca apretada contra su monte, presionando con sutil estímulo su clítoris. Lo único que les separaba era la tela de los bóxers, pero ambos sabían que pronto hasta aquello dejaría de ser un obstáculo.
—Por favor —susurró Lisette, jadeante, haciendo fuerza contra el candidato. Elevó los ojos hasta los de él, los suyos abiertos y luminosos de deseo. Sus labios entreabiertos dejaban entrar el aire a su pecho estremecido.
Él siguió besándola profunda y largamente, penetrando con su lengua la dulce boca femenina. Besó sus labios, saboreándolos. Luego recorrió la larga columna de su cuello hasta el pequeño hueco de su base. Los senos femeninos rozaban su pecho con pecaminosa fricción produciéndole descargas de placer que le recorrían en oleadas. La necesidad de arrancarse los bóxers y penetrarla era insoportable. Se torturó a propósito, regodeándose en la anticipación de sentir ese primer envite, la fiera satisfacción de hincar su miembro en ella y verla retorcerse de placer y cerrar los ojos de gozo.
Jugueteó con sus pechos perfectos, abarcándolos con sus largos dedos que deslizó lentamente por su piel hasta unirlos en el erecto pezón y tironeó de la rosada piel. Quería llevarla hasta el mismo nivel de deseo insoportable que sentía él. Mientras ella se retorcía y gemía, Honorio se metió primero un tieso pezón en la boca y luego el otro. Sintió que el liso estómago femenino se contraía y supo que ella estaba alcanzando el mismo frenesí que él.
Pronto... muy pronto...
El sudor perlaba la frente masculina y sentía que le latía la sangre en los oídos. En cualquier momento estallaría en llamas, tan ardiente era su deseo.
Pero primero… le acarició el estómago, sintiendo su estremecimiento revelador. Luego bajó hasta los suaves muslos sintiéndolos temblar y moverse inquietos. Se abrieron invitadores. Él rozó los pliegues que le rodeaban el coño, acariciándola arriba y abajo, y se sorprendió de lo caliente que estaba. ¿Cómo sería deslizarse dentro de su centro ardiente? Se dio cuenta de que él también temblaba y continuas oleadas de placer le recorrían. Le deslizó dos dedos dentro, y ella dio un respingo con un gemido, y un espasmo le aprisionó los dedos. La fuerza de aquel temblor lo tomó desprevenido.
Levantó el pulgar para apoyarlo en la pequeña protuberancia femenina y acariciársela suavemente. Ella lanzó un grito entrecortado y su mano se hundió en el cabello masculino, apretándolo. Mientras él chupaba y tironeaba suavemente de sus pezones con los dientes, continuó el rítmico acariciar y sintió como ella comenzaba a vibrar bajo su mano. La profunda, muy profunda oleada de liberación estaba a punto de llegarle, y continuó estimulándola más y más.
—S-sí —susurró ella, la voz ronca, la respiración jadeante. Su rápido clímax la hizo apretarse contra él, y la sujetó mientras palpitaba contra sus dedos y su cuerpo se estremecía.
En lo único que podía pensar él en aquel momento era en la necesidad de estar dentro de ella, de sentirla apretarle. Pero se contuvo, sabiendo que la espera haría que ese momento fuese más exquisito.
Lisette se desmoronó en la cama como si sus huesos fuesen de mantequilla y ni siquiera levantó la cabeza de la colcha cuando él retiró sus dedos.
—Todavía no he acabado contigo, mi dulce Lisette —le dijo, su voz tensa, ronca de deseo reprimido.
Le recorrió la piel del estómago con los labios, lamiéndole el ombligo y luego siguió bajando, haciendo un camino preciso hasta su sensibilidad. Sentía cómo ella se iba despertando a la vida nuevamente bajo su boca, necesitaba saborearla, conocer su sabor.
—Honorio —le dijo con urgencia, y él no supo si lo que quería era que se detuviese o siguiera con su asalto.
Bajó la cabeza y probó la perla de su pasión, acariciándola con la lengua. Ella se sacudió y ahogó una exclamación con la garganta seca. Hizo gesto de apartarle porque al parecer estaba muy sensible, pero él le tomó las manos y entrelazó sus dedos con los de ella mientras continuaba el delicioso beso, metiéndole la lengua en el coño para luego deslizarla hacia fuera y acariciar con la punta su centro de placer. Lisette levantó las caderas instintivamente, ofreciéndose. Honorio sintió que la sangre se le agolpaba en la cabeza mientras la chupaba, su cuerpo tan excitado como el de ella. Con un poquito más de estimulación él llegaría al clímax también. Temblaba con la necesidad de correrse.
Nunca se había contenido de aquella forma, jamás había sospechado lo fuerte que podía resultar darle placer a una mujer de forma totalmente generosa. Se sentía embriagado y no tenía intención de detenerse hasta no poder soportarlo más y que Lisette se lo rogase… pero con él dentro de ella.
Levantó la cabeza para mirarla en la penumbra. Era la viva imagen de la feminidad. Tenía una cintura estrecha y unas caderas que se ensanchaban para acabar en piernas largas y torneadas. Miró el pequeño triángulo de vello oscuro donde se unían sus muslos y su verga palpitó.
Moviéndose rápido, dejó de observar aquella figura suave y perfecta para besarla profundamente. Tironeó de sus bóxers.
—Lisette, no puedo aguantar ni un minuto más. Tengo que tenerte, ahora.
—S-sí —susurró ella, y el monosílabo aguijoneó todavía más las viriles emociones. Por fin logró quitárselos y su pene surgió, henchido y orgulloso. Con la sangre latiéndole en las sienes, se puso el condón rápidamente, se deslizó entre los muslos femeninos e intentó entrar, casi torpe en su prisa. Las dulces piernas se abrieron más y su carne lo envolvió. Con un gemido jadeante, la penetró de un solo empujón. El canal era estrecho y le apretó la polla con su brusca caricia.
Lisette echó la cabeza atrás y todo su cuerpo se elevó, las caderas meneándose, mientras emitía un gemido de placer. El sonido lo estimuló más. Ella estaba a punto de nuevo, se dio cuenta con asombro. Pero luego de otro profundo envite, fue él quien se corrió, estallando en un goce que comenzó en los dedos de sus pies y estiró cada uno de sus tendones. Levantó el torso mientras le recorrían oleadas y oleadas de placer sensual. Su cuerpo entero se estremeció una y otra vez.
 Cuando logró respirar nuevamente, lanzó un trémulo suspiro y se incorporó, apoyándose sobre un codo. Lisette lo miraba, y él vio las señales de la excitación en el rubor de la piel femenina, su boca entreabierta, el pulso desbocado latiéndole en el cuello, junto a la delicada curva de su oreja. Besó aquel lugar, sintiendo su calor y percibiendo su aroma con una inspiración complacida.
—Parecías... tener prisa —murmuró ella.
—La tenía —le aseguró—. Tú me llevaste a ella, Lisette. Tú, con tu perfección y tu sensualidad. Eres única —y suspiró—. Pero no te preocupes, enseguida me ocuparé de ti nuevamente.
Él meneó las caderas ligeramente, porque seguía dentro de ella, haciéndola sentirle. Todavía estaba duro, moviéndose, vibrando de renovado vigor gracias al calor y el contacto con el cuerpo femenino.
Ella sintió que se le cortaba la respiración al girarse y acomodarse sobre sus muslos. Él seguía penetrándola profundamente. Levantó las caderas y le mostró cómo podía montar sola sobre su cuerpo sin salirse, y encontró un ritmo que hizo que cada sacudida fuese un deleite maravilloso. Honorio alargó las manos para abarcar los pechos que se balanceaban ligeramente con sus movimientos y Lisette contuvo el aliento.
Verla a horcajadas sobre sus caderas, su dulce cuerpo recibiéndole, su largo cabello flotando ligeramente... sintió que el momento inevitable se acercaba cada vez más mientras observaba crecer el placer de ella. Deslizó su mano entre sus piernas hasta meterla entre sus pliegues para acariciarla. Lisette lanzó un grito ahogado, la cabeza echada atrás, la larga melena acariciando su cuerpo. Ligeros estremecimientos de placer le recorrieron ante el leve contacto, un contrapunto a las profundas oleadas que se acumulaban dentro de él.
El ritmo femenino se aceleró, pero su cadencia comenzó a fallar. Se incorporó y se sentó, con ella en su regazo.
Lisette lo miró, un poco sobresaltada y con la respiración jadeante.
—¿Qué pasa? —preguntó confundida.
—Eres tú, mi querida Lisette. Eres demasiado mujer para que yo permanezca ecuánime. Eres maravillosamente provocadora, demasiado...
—No comprendo —confesó ella.
—Ya no tengo veinte años, cielo. No puedo reponerme tan rápido.
—Ah... —y ella sonrió ligeramente— ¿descansamos, entonces?
—En absoluto. Si deseas más, lo tendrás…
La recostó sobre la cama y besó sus labios, explorando con su lengua el cálido sabor de su boca. Ella le acarició el cabello, la espalda, y él se preguntó si se daría cuenta de lo inquietas que estaban sus manos, del esfuerzo que hacían para acercarla más a él. Lisette tenía una sensualidad sobrecogedora, y él respondía a aquella fuerza sin igual.
Le recorrió el vientre con sus besos, lamiendo las hendiduras junto a los huesos de su cadera y ella la elevó. Sus piernas se agitaron, inquietas, cuando los labios de él se acercaron a la suave piel de la cara interna de sus muslos.
—Honorio, no es necesario… —comenzó ella. Y sin responderle, él se inclinó entre sus piernas y deslizó la lengua entre los pliegues para acariciar su henchido y cálido capullo de nuevo. La rozó con su boca y deslizó sus dedos dentro del canal femenino para acariciarla, jugueteando con su piel. Sintió los espasmos y las oleadas de placer que la recorrían. La respiración femenina se había hecho jadeante, cada vez más rápida. Todo el cuerpo le temblaba, se movía bajo sus dedos. Sintió que la cúspide del placer de ella se acercaba nuevamente y siguió acariciándola para llevarla hasta ella con todas las habilidades que conocía.
Lisette se corrió con un alarido y todo su cuerpo se puso rígido. Luego se estremeció y oleadas de placer la recorrieron de nuevo mientras sus manos se apretaban convulsivamente contra él. Su placer era embriagador. Nuevamente le maravilló el efecto que ella tenía sobre él. Finalmente, el movimiento cesó y el cuerpo femenino quedó laxo. Pasó la lengua por los labios, los ojos entrecerrados de lánguida saciedad.
Honorio se echó a su lado y le acarició la suave piel delicadamente, sin provocarla, permitiéndola recuperarse. Ella volteó ligeramente, las piernas entrelazadas con las de él. Su corazón latía a mil por hora, al igual que el de él.
Miró el rostro de ella. Tenía los ojos cerrados y una suave sonrisa surcaba su cara. Era claramente una mujer a quien habían satisfecho.
—Se han derretido mis huesos —dijo con un suspiro, abriendo los ojos y esbozando una sonrisa.
—Me alegro haber logrado eso —murmuró él, orgulloso.
—¿Todo lo haces tan bien?
—Por lo menos trato —respondió suspirando satisfecho y acomodándola entre sus brazos, cada uno de sus poros en contacto—. ¿Puedo quedarme contigo esta noche? —preguntó sorprendiéndose incluso a sí mismo con el pedido, no deseaba dejarla todavía.
A pesar de que Lisette no quería una relación permanente con él, no en ese momento en el cual el país entero estaba pendiente de Honorio, su pedido la complació.
—No tienes dónde ir… —respondió sonriendo— Alexis ya se fue.
Él frunció el ceño.
—Lo dudo.
—Créeme, lo he convencido de que estarías perfectamente cuando te quedaste dormido en el sofá. Subió, te miró y se retiró, aunque dejó un guardia en la recepción.
—Creo que tienes el mismo efecto en él que en mí…
—Espero que no —dijo riendo a carcajadas.
—¡Ay, Lisette! ¿Qué voy a hacer contigo? —respondió riendo también.
—Soy una niña grande, no tienes que preocuparte… solo duerme, presi.
Y lo hicieron, uno en brazos del otro.

Continuará...

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