Ámame, pero no indagues... (Capítulo 01)

sábado, 10 de agosto de 2013

El primer encuentro

Esto es más aburrido que escuchar un partido de ajedrez por la radio, pensó Lisette removiéndose inquieta en su asiento. Hacía solo cinco minutos le habían servido una copa de vino y ya estaba a punto de acabarla, a ese paso y sin haber comido nada, terminaría tambaleándose en menos de media hora.
—¿Para qué mierda me hiciste venir? —le preguntó a su prima al oído.
Gisela Falabella era su prima hermana, hija de la hermana de su madre y esposa de un importante abogado y político de uno de los dos partidos más tradicionales del país.
—Para no aburrirme sola —respondió riendo.
—¡Pero si a ti te encantan todas estas cosas! No jodas…
—Hasta cierto punto, a veces se ponen taaaan pesados —y le señaló a uno en particular—. Fíjate en ese idiota, quiere ser senador, y dentro de un rato empezará su perorata, te aseguro. Escucharle es el equivalente a un parto de trillizos —y Gisela le sonrió al susodicho, agitando la mano en señal de saludo.
El hombre, que estaba a poco menos de dos metros de ellas, le devolvió el saludo, y como si fuera una premonición, alguien le preguntó sobre su candidatura y el avance del frente opositor. Con la postura orgullosa y típica de un político, dijo muy convencido para cualquiera que quisiera escucharle:
—Estamos muy quietos mientras nuestros enemigos los de la izquierda están avanzando, es mentira que están separados, solo se han dividido en varios movimientos independientes estratégicamente unidos y tienen como objetivo copar el parlamento para poder implementar las leyes contra las cuales nosotros estamos activando: el Matrimonio gay, el aborto, la educación homosexual, la disminución de la mayoría de edad y otros temas. Podemos observar que a diario aparecen más movimientos independientes y todos son de izquierda. Si ellos ganan se implementarán todas esas leyes y nosotros no podemos quedamos sin hacer nada. Tenemos que luchar por nuestros vecinos, amigos, familiares. En defensa de la familia nuestra lista proclama dos premisas: NO al aborto y NO al matrimonio gay.
—¿Eso es todo? —preguntó Lisette, metiendo la cuchara en taza ajena, visiblemente alterada— ¿En esa estupidez basas tu campaña? —Gisela le dio una patada en la espinilla para que se callara.
Pero Lisette no se amilanó, al contrario, se levantó y lo enfrentó de pie. Era tan alta como el candidato a senador, por lo tanto no se sintió en desventaja.
—¿Está usted en contra de la familia, señora? —preguntó el hombre.
—Por supuesto que no, la familia es un pilar fundamental de la sociedad, pero considero que hay temas mucho más importantes que tratar dentro del congreso: la pobreza, por ejemplo, o la generación de fuentes de trabajo, la inseguridad o la corrupción… ¿por qué mier…coles —por no decir otra palabra más fuerte— te preocupas de un gay que no te ha hecho ningún daño?
—Esa opción de vida es una aberración, señora. Nosotros somos un movimiento tradicional pro-familia, no apoyamos el aborto ni la homosexualidad, menos aún el matrimonio gay.
—Disculpa, dime de qué lista eres, te lo agradeceré, porque será la única a la que no votaré —Lisette lo tuteaba, no le importaba, a pesar de que no lo había visto nunca hasta ese día, ni siquiera había oído hablar de él—. Tengo un hermano gay, me toca de cerca y no veo motivo alguno por el que no pueda ser feliz como cualquiera. Estoy de acuerdo con el aborto… la vida debe ser preservada, aunque considero que en ciertas circunstancias debería aprobarse; el embarazo infantil, una violación, mal formación del feto o si la vida de la madre corre peligro, por ejemplo. Pero… ¿prohibir el matrimonio gay? ¿Por qué?
En ese momento de la conversación, todos los presentes en la reunión se callaron y solo les prestaban atención a ellos.
—Porque ser homosexual no es normal, está usted equivocada…
—¿Quién te crees para juzgar lo que es normal o no? —Lo interrumpió enojada—. La homosexualidad existe desde que el mundo es mundo, es lo más normal que hay. Quizás sea una "anomalía", porque una de las funciones de la sexualidad es la de perpetuar la especie, y la homosexualidad no cumple ninguna función en ese aspecto, pero… ¿anormal? ¡Por favor! Es tan normal como respirar.
—La Biblia dice…
—¡No metas a la Biblia en esta discusión! Soy católica, practicante y creyente, la conozco, la he leído y releído cientos de veces, pero no estoy cegada. La Biblia, así como las leyes, fueron escritas por los hombres, las referencias directas a las prácticas homosexuales en ella son nulas, y las que existen solo fueron interpretaciones que se hicieron de ciertos pasajes.
—Usted no parece católica, señora… la religión es muy específica al respecto, incluso el papa no acepta ese tema.
—El papa y su séquito son hombres como cualquiera de nosotros… y no metas la religión en esta discusión. Estamos hablando de derechos civiles, el matrimonio civil no es más que un contrato… ¿por qué negárselo a los homosexuales? ¿Es que ellos no tienen los mismos derechos que nosotros? Piensa en una pareja gay bien constituida en la que uno de ellos muere… ¿qué derecho tiene el otro sobre sus bienes? Ninguno… eso no es justo.
—A veces hay que ser injustos para preservar otros aspectos más importantes de la sociedad, la familia, por ejemplo.
—¿Sabes qué? Me alegro de haberte conocido… ¿cuál es tu nombre?
—Juan Ibarra, para servirle…
—Bueno, Juan… te decía que me alegro de haberte conocido, porque reafirma mi teoría de que estamos y seguiremos estando gobernados por idiotas incompetentes. Pienso que no eres más que un retrógrado y un homofóbico… y no quiero seguir hablando contigo. Por cierto… ¡no te votaré!
Lisette dio media vuelta y chocó de frente contra un hombre que estaba escuchando atentamente todo lo que ella decía. Tambaleó y casi cayó al suelo al darse de bruces con… ¡Honorio Caffarena! Nada más ni nada menos que el candidato a "Presidente de la República".
—Cuidado, señora… —dijo él y la sostuvo tomándola de los brazos.
Solo estuvieron así cinco segundos, él le sonrió y miró fijamente sus hermosos ojos verdes. Lisette sintió su mirada como un relámpago de fuego que penetró todos y cada uno de los poros de su cuerpo.
—Eh… lo siento, disculpe —dijo ella, se apartó y siguió su camino buscando a Gisela.
Honorio la siguió con la mirada sin que ella se percatara y suspiró al ver esas perfectas curvas contorneándose. Había llegado a la reunión justo en el momento en que Juan Ibarra estaba exponiendo su campaña, y casi dio media vuelta hacia el bar para no escucharlo, pero se quedó petrificado cuando esa espléndida mujer lo rebatió acaloradamente. Belleza y cerebro, pensó. Una combinación explosiva.
—¿La conoces, David? —le preguntó al asesor y dueño de la casa, que estaba a su lado.
—¿A quién, señor? —respondió confundido.
—A esa mujer que acaba de chocarme.
—S-sí, claro. Es Lisette Careaga, la prima hermana de mi esposa… ¿por qué?
—Me gustaría conocerla… ¿me la presentas?
—Señor, yo… —dijo David descolocado y renuente— Gisela me acribillaría si yo fuera el responsable de que su adorada prima se metiera problemas. Ella… es una buena mujer, no sé si…
—¿Acaso crees que voy a violarla? —lo interrumpió—. Solo quiero conocerla… ¿está en política?
—No, señor…
—Igual que yo hasta hace un par de años atrás… ¿viste? —dijo sonriendo y guiñándole un ojo— Ya tenemos algo en común. ¿Es mayor de edad? Claro… otra cosa en común, eso significa que puede tomar sus propias decisiones y no te pueden culpar de nada.
David frunció el ceño, no muy convencido.

A Lisette le temblaban las piernas cuando llegó hasta su prima, y no precisamente por la conversación mantenida con el homofóbico candidato a senador. Gisela estaba conversando con Ana Costa, uno de los pilares dentro del partido. Ganaran o no, ella tenía asegurado su puesto dentro del Congreso como senadora, que ya lo ocupaba en la actualidad.
—Tamaño espectáculo diste —dijo Gisela cuando llegó hasta ella.
—Y tremendo moretón voy a tener en el tobillo por tu patada —retrucó riendo, y saludó a la senadora—: Hola, mucho gusto… soy Lisette Careaga.
—Yo soy Ana Costa —respondió pasándole la mano—. Me encantó como lo rebatiste a Juan, te felicito… deberías pensar en dedicarte a la política, creo que te iría muy bien.
—¿Política yo? —y bufó, sonriendo— Creo que paso, senadora… me falta un gen importante: la diplomacia.
Y las tres rieron.
—Me gusta tu prima —le dijo a Gisela, y miró a Lisette—: por favor, llámame Ana… me aburre la formalidad.
Lisette sabía perfectamente el motivo de que le hubiera gustado su discurso, decían que Ana era lesbiana, aunque totalmente encerrada en el clóset a pesar de que todos lo suponían. Lograr la igualdad de derechos homosexuales dentro de la sociedad era un tema muy importante para ella. Era una mujer baja, regordeta, amable y de mediana edad, quizás cerca de los 50 años, aunque no los aparentaba y su vida estaba absolutamente centrada en lo político.
—A mí también, no entiendo cómo soportan todo esto. Creo que si frecuento este mundo me haré de muchos enemigos en menos de lo que canta un gallo.
—Es el pan de cada día para nosotros —respondió la senadora sonriendo.
—¿Quieren tomar algo? —preguntó Gisela.
—Yo deseo un whisky en las rocas, por favor si eres tan amable, Gisela —dijo una profunda voz detrás de Lisette.
Sin necesidad de voltear, ella supo quién era y su corazón se aceleró.
David se acercó también al grupo, diciendo:
—Lisette, quiero presentarte a…
—Sé quién es —dijo ella interrumpiéndolo y volteando lentamente—. Buenas noches, señor Caffarena —y le pasó la mano—. Soy Lisette Careaga, un gusto conocerlo.
—El placer es todo mío, señora Careaga —y le devolvió el apretón. Luego miró a Ana y sonrió. Con una simple mirada, el candidato a presidente le dio una orden específica que ella entendió.
—Eh… te acompaño, Gisela —y Ana se esfumó detrás de la dueña de casa.
Lisette volteó la cabeza de lado a lado y en menos de dos segundos, hasta David se había evaporado. Miró incrédula al poderoso espécimen de hombre que tenía frente a ella.
—¿Siempre es así? ¿Con una mirada domina el mundo? —preguntó con el ceño fruncido.
—No sé de qué está hablando… —respondió Honorio sonriendo— ¿Y usted siempre es así también? ¿Con unas cuantas palabras deja K.O.  a un conocido y versado político?
—Es fácil rebatir una campaña basada en premisas tan idiotas como esa, debería centrarse en temas más importantes de interés público.
—Todavía no estoy convencido de que aprobar el matrimonio gay sea lo correcto, pero estoy totalmente de acuerdo en lo demás, aunque espero que no se lo digas. Ya me he creado suficientes enemigos en el poco tiempo que llevo en esto.
—No comprendo el motivo por el que usted, siendo un empresario tan exitoso haya decidido meterse en este mundo… ¿acaso desea ensuciar su imagen? ¿O es que el poder que tiene no es suficiente y desea más? —se arrepintió de lo que dijo apenas lo expresó. ¿Por qué tenía que ser tan directa siempre?
—¿No crees que mi motivación pueda ser algo más altruista? ¿Ayudar a mi país, por ejemplo?
—No sé, eso solo lo sabremos si gana y accede al poder.
—Tendremos que esperar, entonces. Mientras tanto creo que sería interesante meter algo en mi estómago… ¿tiene hambre, señora Careaga? —Lisette asintió y él la tomó del brazo para que se acercaran al buffet.
—¿Podría llamarme solo Lisette, por favor? —Preguntó sonriendo— "Señora Careaga" me hace sentir muy vieja.
—Solo si tú también me tuteas.
—Quizás cuando estemos solos, como ahora… podría hacerlo… "Honorio" —y rió al decirlo, él frunció el ceño—. Disculpa, pero tienes un nombre espantoso.
—¿Có-cómo? —preguntó él descolocado.
—Lo siento, lo siento mucho… —se disculpó avergonzada—. A veces debería coserme la boca para dejar de decir lo que pienso.
—No lo hagas —pidió Honorio sonriendo y sirviéndose unos bocaditos—, es realmente refrescante. Y tienes razón… pero ya me he acostumbrado, tuve que convivir con este nombre toda mi vida. Hasta me he convencido de que es un poco aristocrático.
—HONOR con Honorio… —dijo ella solemnemente, citando la frase que estaba diseminada por miles de carteles en todo el país— lo usaron muy bien para tu campaña.
—Creo que sí. Dime, Lisette —evidentemente el candidato ya no quería seguir hablando de temas políticos— ¿qué haces? ¿A qué te dedicas?
—A vivir la vida —contestó enigmática como era, y cambió de tema—: ¿Sabías que mi abuelo le compró un avión a tu padre?
—¿Ah, sí? ¿Quién es tu abuelo?
—El general Vargas, ya falleció. Fue como mi padre, viví con él y con mi abuela hasta que me casé, y luego varios años después de divorciarme.
—Lo recuerdo… fue un gran hombre.
—El mejor, tú tenías veinte y pocos años en esa época.
—¿Y tú? ¿Cuántos tenías?
—Una excelente forma de indagar mi edad —y sonrió—. Tenía diez u once años menos que tú, era una niña. Pero recuerdo que estabas allí cuando fuimos a ver la avioneta.
—Mi memoria no es tan buena como la tuya, por lo que veo, aunque recuerdo que era un Cessna de seis pasajeros.
—Sí, hicimos muchos viajes interesantes. Hasta me acuerdo las siglas del avión: ZP-PRS… Zulú Papá, Papá Romeo Sierra. Incluso recuerdo las del avión-escuela: ZP-EAK… Zulú Papá, Eco Alfa Kilo… ¡esa avioneta era minúscula!
—Ufff, ese avioncito fue testigo de muchas locuras cuando aprendí a pilotear. Pero cuéntame, Lisette… ¿hace cuánto te divorciaste?
Ella no pudo contestarle. En ese momento un señor llegó hasta ellos y le dijo algo al oído, que ella no pudo entender.
—¿Me disculpa un momento, señora Careaga? —preguntó Honorio volviendo a la formalidad al tener al político frente a ellos.
—Adelante, señor Caffarena —respondió ella de la misma forma.
Y él se fue hasta un grupo de hombres que estaba a un costado.
Lisette se sirvió otro bocadillo, y no tuvo que esperar ni cinco segundos para tener a Gisela a su lado, mirándola con los ojos abiertos como dos huevos fritos.
—¡Lis! ¿Qué te dijo? ¿De qué hablaron? —y le pasó una copa de vino.
—Tonterías, hablamos del avión que el abuelo le compró a su papá y esas cosas… ¿te acuerdas? El viejo Cessna…
—¿Eso es todo?
—¿Y qué querías? No tuvo tiempo de sacarme la bombacha, si eso es lo que piensas que deseaba —y rió a carcajadas.
Gisela rió con ella, y empezaron a recordar anécdotas de cuando eran niñas y el abuelo las llevaba con él a la estancia en la avioneta, a la que cuidaba como si fuera una joya preciosa.
Pero, su prima todavía tenía dudas con respecto a lo que el poderoso empresario y candidato a presidente deseaba.
—Dime, Lis… ¿qué harías si Honorio intentara conocerte más? —preguntó preocupada.
Lisette lo miró de reojo a lo lejos.
Los hombres poderosos siempre fueron como un imán para ella. Nunca había estado con un hombre simple, empezando por su ex marido y pasando por los pocos hombres con los que había estado –en largas relaciones–, todos habían sido adinerados, fuertes y con mucha personalidad.
—No lo sé, Gi… es el combo perfecto de lo que a mí siempre me ha gustado: rico y poderoso. Puede que él sea ideal para mí, pero dudo que yo lo sea para él… sobre todo en este momento de su ajetreada y pública vida —suspiró, la miró y sonrió—. Creo que mejor ya me voy, prima.
Gisela la entendió, era la única que podía hacerlo.

Continuará...

0 comentarios:

Publicar un comentario

CLTTR

Soy miembro del Club de Lectura "Todo tiene Romance"... Únete y lee libros gratuitos!

Entradas populares

IBSN

IBSN
Blog Registrado
Grace Lloper®. Con la tecnología de Blogger.