Ámame, pero no indagues... (Capítulo 02)

sábado, 10 de agosto de 2013

La primera cita

«Tener su boca bajo la suya le hacía sentir un placer tan agudo que casi le dolía. El corazón le palpitaba contra el pecho, y el deseo circulaba por sus venas. Se sentía como si fuera un inexperto joven de dieciséis años recibiendo su primer beso. Su sabor eclipsó cualquier sensación que hubiera tenido antes, y sólo había una palabra en su mente que guiaba los impulsos de su cuerpo: "Más".
Le separó los labios con los suyos y deslizó de nuevo la lengua dentro de su boca. Se dio cuenta de que la caricia, más agresiva que la anterior, la sorprendió, pues soltó un leve gemido y abrió las manos sobre su torso. Ese intenso beso tuvo un efecto inmediato en su cuerpo. La euforia lo inundó al instante, embriagándolo de emoción, pero en vez de sentirse satisfecho, deseó todavía más.
Se apartó un poco, pero sólo lo necesario para respirar, y luego volvió a agachar la cabeza para seguir besándola. Mientras la saboreaba y le recorría el interior de la boca con la lengua, la realidad más allá del beso empezó a penetrar sus sentidos. Bajo las yemas de sus dedos notó cómo se le erizaba el vello de la nuca. La piel de sus mejillas era suave como la seda, tenía el cuello delgado y delicado, frágil como el tallo de una flor. Le sujetó el rostro con cuidado y se esforzó por contener el ímpetu de sus movimientos… »

Sonó su celular, y Lisette se sobresaltó.
No reconoció el número, por lo tanto no contestó. Siguió con lo que estaba haciendo, aunque blasfemó contra esa llamada por desconcentrarla, ahora tenía que empezar de nuevo. Volvió a releer los últimos párrafos…
Pero ya no pudo concentrarse. Pensó en lo que había pasado en la cafetería con sus amigas hacía unos días y sonrió. Les había contado todo, hasta el momento en que terminó el debate con el político idiota y chocó contra el candidato a presidente, pero se aguardó para sí misma la conversación con Honorio, el hombre.
Cerró su notebook y se levantó de la cama.
Fue hasta la cocina y recalentó en el microondas una empanada de jamón y queso, no tenía ganas de cocinar.
Recorrió su pequeño departamento finamente amoblado y se acercó hasta la puerta-ventana, la abrió y salió al balcón, mordiendo la empanada y suspirando. Era viernes a la noche y allí estaba… sola en su hogar.
Desde que se había divorciado hacía diez y ocho años, no recordaba un momento de su vida en la que se sintiera más sola que ahora. Porque a pesar de que había terminado con Alfredo solo una semana atrás, esa relación fue la peor de su vida y la sensación de soledad la acompañaba desde hacía varios años.
No sabía estar sola… esa era su cruz.
Normalmente soportaba largas relaciones solo por conservar la sensación de compañía. Así fue desde siempre, incluso cuando se casó a sus escasos 16 años.
Escuchó el timbre y gimió contenta… había llegado su sol.
Fue rápidamente hasta la puerta, y la abrió.
—Hola, cariño —le dijo a su hijo del medio— y se saludaron con dos besos.
—Hola mamá, estoy apurado. Sara me está esperando en el auto.
—Dame a ese osito —dijo tomando la sillita de bebé—. Que se diviertan, y déjenlo hasta el mediodía, descansen, duerman bien y luego lo vienen a buscar.
—Gracias, mamá… cualquier cosa nos llamas —dijo depositando en la mesa el bolsón con todos los elementos del bebé.
—Claro que sí, no te preocupes.
Se despidieron y Lisette llevó al bebé dormido hasta su cama, lo acostó, puso una almohada al costado y lo tapó.
No podía dejar de mirarlo… ¡era tan pequeño y bello!
Y era su nieto, Yamil… todavía no podía creerlo. ¡Ya era abuela!
Fue un bebé sorpresa, porque su hijo Omar no se había casado. Pero se llevaba bien con su novia y ahora estaban viviendo juntos. Él tenía 25 años y ella 22. Abel, su hijo mayor ya estaba por cumplir 28 años y Zacarías, el menor tenía 22. Ambos también estaban solteros y vivían con su padre, siempre vivieron con él, desde que se habían divorciado.
Su ex marido era descendiente de árabes, luchar contra él, su dinero, su poder y sus creencias de que los hijos siempre tienen que estar con el padre –ya que el hombre es amo y señor del universo–, era lo mismo que intentar llegar a la luna en patines: imposible.
Su celular volvió a sonar y la sacó de su ensoñación.
Lo tomó en sus manos rápidamente, y al ver que era el mismo número desconocido que había llamado antes, dudó en contestar. Pero para evitar que el bebé despertara, presionó el botón de atender, con un «hola».
—Hola, Lisette —saludó una voz desconocida.
—¿Quién eres? —preguntó dudosa.
—Soy Honorio Caffarena… ¿cómo estás?
—Claaaro, y yo soy Marilyn Monroe —dijo saliendo de la habitación y riendo a carcajadas, pensando en que era una broma de algún amigo—. ¿Eres Néstor? ¿Es un blooper?
La línea quedó en silencio por unos segundos.
—Ahhh, ya sé… me están haciendo una broma radial —continuó Lisette—. ¿Tengo que saludar a la audiencia?
—De verdad soy yo… —dijo en un susurro.
—Pruébalo —lo desafió. No creía que fuera él, hacía casi una semana que se habían conocido, si hubiera querido hablar con ella ya tuvo suficientes días para hacerlo. Además, su número de celular era privado, y ni siquiera estaba a su nombre, poca gente lo tenía. Si Gisela se lo hubiera dado ya le habría contado para que estuviera preparada.
—¿Cómo podría probártelo? Es difícil, porque apenas nos conocemos… —se notaba que le divertía la situación, simplemente dijo—: A ver… Zulú Papá, Papá Romeo Sierra.
Ella se quedó muda… ¡era él!
—¿Lisette? ¿Estás ahí? —preguntó preocupado.
—Oh, sí… aquí estoy. Me tomas por sorpresa, pensé que era una broma. Soy una máquina de meter la pata, para variar.
—Bueno, quizás deberíamos empezar de nuevo para que no te sientas mal —dijo divertido—: Hola, Lisette… soy Honorio.
—Hola, Honorio… ¡qué sorpresa tu llamada! —respondió siguiéndole la corriente.
—Espero que agradable para ti, y te pediría que grabes mi número, porque debe ser la quinta vez que te llamo esta semana, y nunca atendiste.
—¿De verdad? Quizás haya sido porque no tengo por costumbre atender llamadas de desconocidos… ¿quién te ha dado mi número de celular?
—Mmmm, tengo mis contactos —respondió enigmático.
—No lo dudo… ¿fue David?
—La verdad es que no, se lo iba a pedir a él cuando vi que te habías ido el sábado, pero después del sermón que me dio sobre la inmaculada y respetable prima hermana de su esposa y el martirio al que sería sometido por ella si osaba acercarme a ti, decidí conseguirlo por otro medio para evitar que se sintiera culpable.
¿Quiere acercarse a mí? Mmmm… interesante, pensó Lisette.
—Y luego de tomarse tantas molestias, su majestad… ¿qué puedo hacer por usted? —preguntó en broma.
—Cena conmigo —pidió sin más preámbulo.
—¡Oh, santo cielos! —dijo mirando a Yamil desde la puerta— Ya cené, Honorio… y tengo otro compromiso. Lo siento, pero gracias por la invitación.
—No tiene que ser hoy, puede ser mañana.
—En realidad, no creo que sea una buena idea —respondió dudosa.
—¿Por qué?
—No me gusta la exposición pública, Honorio. Y todos los focos del país están pendientes de ti en este momento. Salir a comer contigo, aunque solo sea una cena inocente, puede tener consecuencias que prefiero evitar.
—¿Y si cenamos en privado?
—¿No te darás por vencido, eh?
—Esa es la primera pregunta estúpida que te oigo hacer, Lisette —contestó riendo—. ¿Crees que llegué a donde estoy dándome por vencido tan fácilmente?
—Tienes razón… bueno, solo contesta a una pregunta y si estoy conforme, yo misma te invitaré a comer mañana a la noche en mi departamento.
—Dime…
—¿Por qué quieres cenar conmigo?
—Porque me atraes —respondió sin dudarlo—, porque el sábado fuiste como un soplo de aire fresco dentro del ambiente saturado de mierda en la que estoy metido ahora. Porque estoy aburrido de todo, de los chupamedias, oportunistas, trepadores y tú pareces sincera, directa y no tienes pelos en la lengua. Y me gustas… quiero conocerte.
—¿No hay alguna jovencita de esas tipo tapas de revistas que pueda darte lo que necesitas? ¿Por qué una cuarentona como yo, pudiendo tener a la modelo top más hermosa del país? Cualquiera caería rendida a tus pies.
—Esa ya es una segunda pregunta, hermosa. ¿Acerté en la primera?
—Sí, Honorio… sacaste un sobresaliente.
—Entonces… ¿estoy invitado a cenar en tu casa?
—Lo estás —dijo, a pesar de que sabía que era un error.
—Lisette, tú no tienes que ocuparte de nada. Fui yo el que te invitó, deja que mi asistente lo organice todo, se pondrá en contacto contigo, llevará la comida, la bebida… todo lo que quieras. Te paso su número por mensaje de texto para que lo atiendas cuando te llame. Hay cuestiones de seguridad que tienen que revisar antes, para variar.
—Muy eficiente, señor presidente.
—No te adelantes a los hechos —inquirió riendo—, y contestando tu otra pregunta: no me atraen las chiquilinas, tengo una hija veinteañera, sería un poco desubicado de mi parte salir con niñas de esa edad.
Lisette frunció el ceño porque no era lo que había oído o visto en algunas fotos que circulaban por la red, pero no dijo nada.
—Bien, Honorio… te espero mañana.
Y se despidieron.

Lisette estaba a punto de pegarle a Alexis Almada, el secretario de Honorio a quien apenas había conocido esa siesta. O eso, o lo tiraba directamente del balcón. Apenas eran las cinco de la tarde y su departamento parecía el puesto de comando de la armada. Sintió pena por el candidato, si así era su vida antes de tomar las riendas, no se imaginaba lo que sería después.
—¿De verdad crees que esto es necesario, Alexis? —Preguntó bastante enojada—. ¿Acaso creen que soy una terrorista o qué? Este edificio es perfectamente seguro, no tienen que revisarlo de punta a punta, nadie sabe que él vendrá a cenar aquí.
—Solo es rutina, señora —respondió el asistente.
—¿Sabes qué? No pienso soportarlos ni un minuto más —tomó su cartera, su celular y las llaves de su auto—. Voy a salir. Aquí tienes las llaves del departamento, siéntete como en tu casa, algo que parece que ya has hecho. Llámame cuando pueda volver y todo esté organizado.
Lisette dio media vuelta y caminó hacia la puerta, pero volteó de nuevo:
—Y no quiero encontrar a nadie aquí cuando vuelva… ¿entendiste?
—¿Y quién se encargará de servir la cena, señora?
—Yo lo haré, no soy lisiada.
—Pero…
—Nadie, Alexis… —lo interrumpió con firmeza— o llamo a tu jefe y cancelo todo esto… y tú cargarás con la culpa —amenazó.
Esta vez sí se fue.
¿Y ahora qué mierda hago? Se preguntó.
Llamó a cada una de sus amigas y todas estaban ocupadas, no podían ir a tomar un café. Decidió ir al shopping, se compraría ropa nueva y luego iría a la peluquería-spa del club, haría sauna, un masaje, se bañaría, vestiría y maquillaría allí. Así no tendría que volver temprano ni siquiera para cambiarse.
Pero cuando salió del club ya eran más de las nueve de la noche.
Revisó su celular, y se dio cuenta que erróneamente había apretado el botón de vibración por eso no había sonado, tenía cuatro llamadas perdidas de Alexis y una de Honorio.
¡Oh, santo cielos! Él probablemente ya estaba en su departamento.
Corrió hacia el auto.
Cuando llegó y metió el vehículo en la cochera, vio que frente al edificio estaba estacionada una Hummer negra, y un guardia de seguridad que no conocía se encontraba parado frente a la recepción.
Pero para su tranquilidad, no había nadie desde el subsuelo hasta su departamento en el piso 15, ni siquiera en el pasillo de acceso. Abrió la puerta y entró, todo estaba tranquilo, las luces del comedor estaban apagadas y solo se vislumbraba un suave resplandor en la sala de estar, se acercó.
Se apoyó en el pórtico que separaba los dos ambientes y sonrió.
Honorio estaba recostado en el sofá con las piernas sobre la mesita de centro y un vaso de whisky en su mano. Tenía los ojos cerrados y se veía relajado, había apagado la luz y encendido unas velas.
Lisette carraspeó, él abrió los ojos y sonrió.
—Eres la primera mujer que me hace esperar tanto… ¿sabes? —dijo a modo de saludo, sin que sonara como un reproche.
—Y tú eres el primer hombre que convierte mi departamento en un campo de concentración —respondió acercándose lentamente.
Lisette sabía que era atractiva, alta, esbelta sin ser excesivamente flaca y muy elegante… por lo tanto no perdía oportunidad de usar sus encantos. Se había comprado un vestido negro con detalles lilas que le quedaba como un guante. Caminó frente a él, dio una vueltita llena de glamour y le preguntó:
—¿Te gusta? —lo miró coqueta.
—Dios santo, Lisette —dijo dejando el whisky sobre la mesita y acercándose a ella. La tomó de las manos—. Eres un monumento de mujer, estás preciosa… ¿cómo es que nunca te había visto antes?
—Gracias. Y no lo sé, soy bastante conocida en la sociedad… ¿acaso no me investigaron tus secuaces?
—¿Se-secuaces? —Honorio rió a carcajadas— ¿Por qué habrían de hacerlo?
—Por lo visto pensaron que podría envenenarte, no sé… me sorprende que no me hayan esperado en la puerta con un detector de metales para ver si tenía escondida algún arma entre las piernas.
—Creo que los asustaste lo suficiente como para que no lo intenten —respondió sonriendo—. Alexis me contó que hasta lo amenazaste.
—Se lo merecía… ¡por dios, que despliegue de seguridad! Creo que soy yo la que debería temer, nadie aparte de tus empleados saben que estás aquí, podrías hacerme lo que quisieras y estaría totalmente desprotegida —y le pasó un dedo por sobre su camisa, sonriendo.
—Hay tantas cosas que me gustaría hacerte —respondió mirándola a los ojos. Honorio tenía casi la misma altura que ella en tacones, por lo tanto no tuvo que levantar mucho la vista para devolverle la mirada.
Él se acercó más, sus rostros estaban tan cerca que Lisette podía sentir su respiración irregular… y su olor, era tan delicioso.
—Déjame ver qué hicieron tus energúmenos dentro de mi cocina —dijo subiendo el dedo hasta sus labios para que no se acercara más—, luego podremos conversar sobre eso… ¿te parece?
—Si no hay más remedio —respondió resignado.
—Descansa un rato —dijo antes de ir a la cocina.
Lisette comprobó que todo estaba perfectamente organizado. Habían dejado la comida en dos fuentes encendidas, como para que se mantuviera caliente, al parecer era pescado con guarnición de papas a la crema, solo tenía que servirlo. El vino blanco estaba dentro de un recipiente con hielo, había dos botellas más en la heladera y un cheesecake que se veía delicioso.
Perfecto, pensó y procedió a servir.
—Señor presidente, la cena está lista —dijo acercándose a la sala, él estaba en la misma posición que lo encontró al llegar, totalmente relajado.
Se sentaron a la mesa, a la luz de las velas y disfrutaron de la cena y de una amena conversación, plagada de dobles sentidos.
Lisette no habló en ningún momento sobre política, no solo porque no le interesaba especialmente, o porque temiera que él se diera cuenta que en realidad no entendía mucho del tema, sino porque estaba segura que no era eso lo que él buscaba en ella. Por experiencia sabía que el tipo de hombre poderoso y ocupado que era Honorio lo que necesitaba era un momento de tranquilidad, un espacio para olvidarse de los problemas y las presiones cotidianas.
Dedicaron el tiempo a conocerse. Hablaron sobre sus hijos y sus matrimonios, Lisette ya lo sabía, pero él le contó que se había divorciado de su esposa hacía siete años y que tenía tres hijos: un varón y dos mujeres. La menor era la que más lo acompañaba ya que tenía más tiempo, todavía estaba en el colegio; y los dos mayores estaban en ese momento a cargo de todas las empresas que tenía, junto con su hermana.
Ella le contó sobre sus tres hijos y su matrimonio, y Honorio se sorprendió cuando se enteró de que ya tenía un nieto.
—Eres demasiado joven para ser abuela —le dijo.
—Ya ves, empecé la producción muy temprano, y mi hijo nos sorprendió con la noticia el año pasado. Yamil ya tiene ocho meses, y es mi sol. Anoche estaba conmigo cuando llamaste, a veces hago de niñera —relató riendo.
Y siguieron conversando de diversos temas, Honorio estaba fascinado con la personalidad filosa y desenfadada de Lisette, y la facilidad con que lo hacía reír con sus mordaces comentarios. Le encantaba que no le diera la razón en todo lo que decía, sino que lo retrucara constantemente con fundamentos sólidos.
¡Santo cielos! Pensó en un momento dado. Esta mujer es capaz de venderme un buzón.
—¿Quieres ir a la sala a comer el postre, presi? —preguntó Lisette cuando terminaron de cenar.
—Definitivamente no te gusta mi nombre… ¿eh? —Respondió riendo— Inventas cualquier cosa con tal de no decirlo. Vamos al sofá —y levantó su platito y la copa de vino.
—¿No tienes algún apodo?
—Mmmm, no… —se sentó y empezó a saborear el trozo de cheesecake.
—Bueno, como yo te votaré… eres mi presi, cualesquiera sean los resultados —Lisette se sentó a su lado y dio un sorbo a su copa de vino blanco.
—¿No vas a comer el postre? —preguntó Honorio.
—No… quizás después. ¿Quieres más?
—Más tarde… mucho más tarde —le dijo, dándole a entender que no tenía la más mínima intención de irse todavía—. Ahora me gustaría probar otra cosa.
Lisette sabía a lo que se refería… ¿estaba dispuesta a seguirle la corriente? Desde que la invitó a cenar se había hecho la misma pregunta. Conocía a los hombres, sabía lo que buscaban, pero no era del tipo de mujeres a las que le gustaba un revolcón ocasional. Tuvo solo cuatro parejas desde que se divorció y todas ellas fueron relaciones largas, de más de cuatro años. Aunque pensándolo bien, ninguna había empezado seriamente, pero ella sabía cómo retener a un hombre…
—¿No estás cansado? —preguntó cambiando de conversación.
—Un poco, pero eso es normal… vivo cansado, a veces me pregunto si alguna vez volveré a tener aunque sea un día solo para mí. Creía que eso iba a suceder cuando mis hijos mayores empezaron a hacerse cargo de las empresas, pero luego surgió este tema político… y aquí estoy, de nuevo embarcado en un proyecto que posiblemente absorberá mi vida por completo durante los próximos cinco años. No puedo con mi genio… soy mi propio verdugo.
—Ven aquí, presi —le dijo suavemente sintiendo pena. Se ubicó en una punta del sofá, apoyó la cabeza de él sobre su muslo y empezó a masajearle la frente y los costados con delicadeza—. Los hombres poderosos como tú tienen esa característica, no pueden parar… llegan a la cima pero siempre encuentran otro lugar más alto al que subir. Admiro eso en ti, me gusta que seas así.
Y le pasó los dedos por entre su cabello, relajándolo completamente. Honorio suspiró y se acomodó mejor, levantando las piernas sobre el sofá.
—Se siente tan bien —dijo susurrando.
—Relájate —respondió ella suavemente, y siguió con el tierno masaje en sus sienes, acompañado de ligeros toques en sus cejas y mejillas, casi como la caricia de una pluma. Fue bajando lentamente por su cuello debajo de las orejas, presionando un poco más… y volvió a subir.
—Cuéntame de ti, algo que te haga feliz —pidió Honorio volteando la cabeza y presionando la nariz sobre su estómago.
—A ver… ¿qué me hace feliz? —y sonrió sintiendo cosquillas, volvió a ponerle la cabeza recta y siguió el masaje suave—. Yamil me vuelve loca, pero ya te hablé de él… y de mis hijos. ¡Ahhh! Las chicas… ellas me hacen feliz, tengo tres excelentes amigas a las que adoro —obvió contarle sobre Susana, porque su muerte la entristecía—. Tenemos muchísimas anécdotas, siempre nos apoyamos y estamos juntas cuando precisamos las unas de las otras. Ellas son como un ancla para mi… nunca me dicen lo que quiero escuchar sino la verdad, me alaban cuando lo necesito y me enfrentan si hago algo mal. Cuando estamos juntas no juzgamos y aceptamos nuestras realidades, siempre nos reunimos a merendar, por lo menos una vez a la semana y…
De repente escuchó que su respiración se hizo más profunda, lo miró y vio que se había quedado profundamente dormido. Menudo monólogo, pensó sonriendo, lo aburrí tanto que cayó en brazos de Morfeo en vez de los míos.
Se quedó un rato más en la misma posición sin dejar de tocarlo, pasó los dedos sobre sus cejas y su nariz, delineándolo, luego acarició su sedoso cabello. Se fijó en sus rasgos, no era un hombre excesivamente apuesto, de pelo oscuro con canas en las sienes y ojos negros, ni siquiera era demasiado alto, pero tenía un atractivo muy especial, un aura de poder y autoridad que lo hacía irresistible a sus ojos.
Lisette suspiró y se levantó suavemente, reemplazándose a sí misma por un almohadón debajo de su cabeza. Fue hasta su habitación, trajo un ligero edredón, lo tapó y salió al balcón.
Miró hacia abajo y vio que la Hummer seguía allí, buscó su celular y llamó a Alexis.
—Tu jefe acaba de quedarse dormido —le comunicó—, quizás sea mejor que vayan a descansar y vuelvan mañana.
—Señora, no podemos hacer eso —respondió, notó cierta desesperación en su voz—. ¿Me permite subir, por favor?
—Claro, hazlo —ella entendía que debía verificar que su jefe estuviera bien.
En menos de dos minutos Alexis estaba en la puerta, entró tímidamente.
—Está en la sala —le dijo Lisette.
Alexis miró a su jefe, comprobó que estuviera bien y se tranquilizó.
—¿Acaso creíste que lo había asesinado? —preguntó en un susurro, sonriendo.
—Lo siento, señora… su seguridad y todo lo que a él se refiera es mi trabajo, espero lo comprenda —contestó en voz muy baja.
—Lo entiendo, Alexis… no te preocupes —y lo estiró del brazo hacia el comedor—. Creo que es mejor que no lo molestes, está muy cansado. Si despierta, puede dormir en la habitación de huéspedes, quizás no sea tan lujosa como su casa, pero es cómoda… cumplirá su función. Seguro te llamará cuando quiera que lo busques.
Alexis asintió, no muy seguro.
—Dejaré al guardia en la recepción —anunció.
—Como quieras —y lo acompañó hasta la puerta, despidiéndolo.
—Gracias por avisarme, señora… y por permitirme subir.
Ella solo sonrió, sabía que con esa actitud se había ganado su confianza.

Continuará...

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