Ámame, pero no indagues... (Capítulo 06)

sábado, 10 de agosto de 2013

Debut entre amigos

«A medianoche, el suave "clic" de una puerta al llavearse se sintió en la habitación, aunque ella no lo escuchó. Él se acercó a su cama y la vio gracias a la luz de la luna que se filtraba por las ventanas abiertas. Una suave brisa acariciaba la piel de ella, que dormía profundamente.
Estaba de costado y uno de los breteles del suave camisón de satén había dejado al descubierto su hombro redondeado y se podía ver el nacimiento de sus senos. La sábana se había deslizado y una de sus piernas quedó al descubierto. Era larga y curvilínea, perfecta.
Su miembro se tensó. Aunque no pudiera despertarla, tendría el placer de abrazarla y dormir con ella esa noche, la tendría en sus brazos. Era un hombre alto y elegante, esbelto pero fibroso, se sacó la bata, y desnudo, se deslizó detrás y la abrazó. Ella suspiró en sueños y se arqueó hacia él.
Le bajó los breteles y deslizó su camisón hacia abajo, hasta la cintura, dejando sus senos al descubierto. La volteó de espaldas a la cama y la contempló, adorándola. Necesitaba tenerla desnuda en sus brazos. Se incorporó y le sacó el camisón por los pies.
Allí estaba, el objeto de su tormento, totalmente desnuda a la vista, con su cabello esparcido en la almohada. Era hermosa, sus pequeños senos eran firmes y cremosos, con sus preciosos pezones rosados apuntando hacia él. Sus rizos oscuros, a juego con su pelo, lo invitaban a explorarlos…»

Era ya medianoche, cuando Lisette –que estaba recostada en la cama con la notebook sobre su estómago– releyó la última frase y escuchó un sonido extraño fuera de su dormitorio. Se asustó y su corazón empezó a palpitarle desbocado.
No puede ser un ladrón, pensó, imposible.
Y entonces lo vio, parado en la puerta de su habitación, sonriendo.
—¡Dios mío, Honorio! Casi me da un paro cardíaco —y le tiró enojada una de las almohadas.
El candidato la esquivó riendo, la levantó del piso y la dejó de nuevo en la cama.
—¿Qué estás haciendo, cielo? —preguntó acercándose y dándole un suave beso en los labios.
—Eh, estaba… leyendo —y lo miró, estaba espléndido en su traje negro, camisa blanca y corbata bordó.
—¿En tu laptop? —se sentó al borde de la cama, a su lado.
—Tengo miles de libros digitales, presi —y cerró la tapa de su notebook—. ¿Qué haces aquí a esta hora?
—Me temo que es el único horario que tengo para verte, mi vida es un caos —y suspiró pasándose la mano por el pelo—. Cielo… ¿puedo darme una ducha?
—¿Es un poco tarde para sugerirte que te sientas como en tu casa? —preguntó irónica.
Él rió a carcajadas, le guiñó un ojo y se metió al baño.
Comprobó satisfecho que su bata colgaba del perchero en la pared, y que su neceser de hombre estaba apoyado en la mesada del lavatorio.
Se duchó rápidamente y salió del baño con una toalla envolviendo su cadera. No vio a Lisette, así que se acostó desnudo, se tapó con la sábana y encendió la tele.
Cuando ella volvió, enfundada en un minúsculo pijama de algodón compuesto de un short y una remera, traía un vaso de agua en las manos.
—¿Deseas algo, mi presi? —preguntó—. ¿Ya cenaste?
—Sí, cielo… no te preocupes. Solo quiero tenerte a ti en mis brazos, ven —y le hizo una seña con la mano.
Ella subió a la cama y se acurrucó contra él.
—¿Qué tal tu día? —preguntó curiosa.
—Terrible, volví de Ciudad del Este  al mediodía, y todavía no paré un segundo.
—¿Dónde dormiste? ¿En el Country? —refiriéndose a un condominio privado.
—Sí… ¿cómo lo sabes?
—¿En el quincho de la casa del capitán Cardozo? —volvió a preguntarle sin responder.
—¿Hay algo que tú no sepas? —preguntó asombrado.
Lisette rió y besó su pecho. Y recordó otra época y otra campaña política en la que ella participó activamente y durmió en ese lugar con César. El capitán Cardozo siempre cedía esa dependencia de su casa como puesto de comando del partido.
—Ese quincho es más grande que una casa —dijo sonriendo.
—¿Lo conoces?
—Sí, Honorio… estuve varias veces allí.
—¿Quieres volver? Puedes acompañarme el fin de semana siguiente a éste. Probablemente tenga que estar allí de viernes a domingo.
Lisette frunció el ceño, no volvería ni aunque la apuntaran con una pistola, demasiados recuerdos. No quería dar explicaciones, y se alegró de tener otra excusa mucho más inocente:
—No puedo, Patricio hace una reunión en su casa para festejar no sé muy bien qué. Nos invitó a todas, incluso —y le removió un mechón de cabello que le caía de la frente, mirándolo pícara—, dice que tiene un amigo brasilero que quiere presentarme… ¿qué te parece eso?
—¿Puedes apagar la luz, por favor? —preguntó besando su nariz y apagando la tele—. ¿Estás intentando ponerme celoso para que te acompañe?
—Solo ponerte celoso… para ver tu reacción —dijo sonriendo y dejando la habitación a oscuras— ¿Funcionó?
—Mmmm, no… no soy celoso. Confío en las personas hasta que me demuestran lo contrario —y suspiró relajándose—. Cielo… ¿te molestaría si no te hago el amor? Estoy muerto de cansancio.
—Tenerte en mi cama es un regalo inesperado, ni siquiera sabía que vendrías… ¿por qué me molestaría?
—Buen punto —y la acurrucó contra él de espaldas, rodeándola con los brazos—. Hueles de-delicios… —apenas pudo terminar la frase y ya estaba dormido.
Lisette todavía no tenía sueño, pero no movió un solo músculo para no despertarlo. La ley de mi vida, pensó suspirando.
Se sentía un fraude, todos los que la conocían –incluso sus amigas más íntimas– pensaban que ella era una mujer fuerte, que se llevaba todo por delante, y esa era la imagen que proyectaba… ¡cuán equivocados estaban!
Se veía a sí misma débil y sumisa. Desde que se casó a sus escasos diez y seis años, siempre se doblegó a todos los hombres que pasaron por su vida. Y lo peor de todo era que no recordaba ninguna época en la que estuvo sola más de seis meses. Y no es que no le gustara, disfrutaba haciéndolos felices, no estaba arrepentida. Fue el papel que asumió, apoyar a sus parejas, dar todo de sí misma para que la relación funcionara.
La pregunta que se hacía era: ¿estaba dispuesta a seguir igual?
Ya no necesitaba un hombre a su lado, por lo menos no monetariamente. Pero le gustaba el sexo, lo disfrutaba. Quizás debería utilizarlos solo para eso de ahora en más, pensó. Y Honorio sabía hacer los deberes. ¿Por qué no disfrutar mientras durara? Al parecer podían llevar esa relación en secreto. Él era discreto y tenía muy poco tiempo disponible.
Era ideal, mientras fuera clandestino.
Con ese pensamiento y una sonrisa, se quedó dormida. Aceptando inconscientemente su relación con el candidato a presidente.
Parecía que apenas cerró sus ojos, cuando el celular de Honorio sonó.
Él se quejó en sueños y apagó la aplicación que osaba despertarlo. La acurrucó de nuevo y besó su cuello. A los cinco minutos, la alarma volvió a sonar.
—Mierda —dijo Honorio desperezándose, y encendió la tele—, despierta dormilona —y la zarandeó suavemente.
—Mmmm, ¿para qué? —preguntó Lisette adormilada—, es de madrugada.
—Ya son las 6:30. Y quiero que nos duchemos juntos —bajó los labios por su espalda, lamiéndola mientras exponía su deseo.
—Mmmm, yo me ducho a las 9:00. Esa es una hora decente —dijo quejándose, todavía con los ojos cerrados y abrazando su almohada.
—Si no te levantas, voy a abrir tu lindo culito y te follaré por ahí —la amenazó riendo.
Lisette saltó de la cama, despertándose completamente, y riendo a carcajadas corrió hasta el baño para evitar que cumpliera su amenaza.
—Voy a ver si ya me trajeron mi ropa —anunció desde la puerta. Y desnudo, fue hasta la sala.
Cuando volvió, ella ya estaba en la ducha, podía ver el perfecto contorno de su cuerpo a través del vidrio ahumado, se lavó los dientes y corrió la mampara, mirándola intensamente.
Ella estaba de espaldas, escurriéndose el pelo. El agua caía descontrolada por su cuerpo, sus perfectas nalgas, su estrecha cintura, las suaves curvas de sus caderas. Su miembro despertó y él gimió, entrando sin hacer ruido.
La abrazó por detrás, ella pegó un grito y rió.
—¿Te trajeron la ropa? —preguntó.
—Mmmm, todavía no… tenemos tiempo.
—Tengo una sorpresa para ti —dijo ella apoyándose en su torso de espaldas.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es?
—Ayer fui al spa del club, y convirtieron mi entrepierna en la de una niña de diez años otra vez, me siento rara.
Honorio rió al hacerse una imagen mental de su coño desnudo y bajó lentamente la mano que estaba acariciando su estómago para constatarlo. La posó en su entrepierna, acariciando suavemente sus pliegues ahora desprovistos de vellos, ella se estremeció y mandó su cabeza para atrás, rindiéndose al toque de sus curiosos dedos.
—Se siente tan sedoso, eres hermosa, cielo.
La giró suavemente, y bajó sus brazos a los costados.
Lisette no opuso resistencia, quería que la mirara y ¡quería verlo!
Honorio bajó la vista y miró sus senos, abarcándolos con las manos, levantándolos, jugueteando con ellos, sus pulgares hicieron círculos en sus pezones y ella se estremeció.
Luego se agachó y tomó uno de ellos en su boca, succionándolo. Ella se apoyó en la fría pared de azulejos y gimió, convulsionándose. Hizo lo mismo con el otro pezón, mientras acariciaba suavemente sus caderas, sus nalgas.
Honorio ni siquiera sentía el agua que caía por su espalda, solo se regía por el deseo apremiante que tenía de poseerla por completo. Fue bajando sus labios por su estómago, lamiendo y besando todo lo que encontraba a su paso, hasta que se arrodilló frente a ella y miró lo que antes había tocado.
—¡Maldición, cielo! Eres una diosa, me vas a volver un psicópata —dijo segundos antes de acercar su rostro hasta el suave calor de su centro y besarlo.
El sabor de Lisette lo volvió loco de deseo, pero luchó por controlar las ganas que tenía de poseerla como un animal salvaje. Le separó los labios desnudos con los pulgares para que su lengua voraz pudiera deslizarse en su interior.
Apenas se dio cuenta de que, a medida que la lamía y la saboreaba, ella se movía para acercarse más a él, gimiendo de frustración porque todavía no la había devorado por completo, Honorio le separó aún más las piernas, subiendo una de ellas al costado de la bañera.
Ahora ya no había barreras, y el sabor de ella impregnaba su lengua. Le abarcó las nalgas con las manos, presionándola hacia él. Soñaba a todas horas con sus suaves curvas, con su cuerpo delicioso, y tenía la suerte de comprobar que se adaptaba a la perfección a sus ansiosas manos.
Lisette le tocó los hombros, el pelo, el rostro, todo lo que alcanzaba, mientras se excitaba cada vez más bajo la presión de sus labios y su lengua. Estaba desesperada por seguir sintiendo, porque ese placer no terminara. Empezó a estremecerse y, a medida que se acercaba al clímax, sus piernas empezaron a fallarle.
―Ohhh, Dios ―dijo entre jadeos, desesperada―. Honorio, ¡no pares, por favor...! ―al gritar la última palabra el placer la envolvió por completo, y tembló de un modo que él no había visto jamás. Arqueó la espalda y onduló las caderas buscándole la boca con el sexo. Aún más ansioso que antes, la lamió hasta que ella se derrumbó sobre él, exhausta.
Estaban en el suelo de la bañera, la levantó a horcajadas y Lisette se apretó a él, abrazándolo, rodeándolo con las piernas, desnuda, mojada y todavía temblorosa.
Honorio la tenía sujeta de las nalgas, recordó sus palabras "no soy la mujer adecuada para ti" y sonrió. Apagó la ducha, tomó una toalla que estaba colgada, la envolvió con ella y la llevó al dormitorio.
Sin ningún preámbulo más, la depositó en el somier, se puso el preservativo y se hundió en ella, gimiendo su nombre.
Entonces, con los dientes apretados, comenzó a moverse, una vez, dos veces, una y otra vez, con embestidas lentas pero intensas que llegaron a lo más profundo de su interior. El cuerpo de Lisette se sacudía con cada uno de aquellos envites y sus pechos se mecían de un lado a otro. Por momentos, retiraba la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, pero cuando los abría de nuevo, siempre encontraba la mirada de Honorio y un acto tan íntimo hacía más poderosa cada sensación. Fue entonces cuando él dijo:
—¡Dios, cielo! Ahora… —y cerró sus propios ojos en éxtasis.
Lisette observó cómo lo inundaba el clímax, lo transformaba, vio cómo el placer y el dolor se reflejaban en la expresión de su cara, y casi vuelve a alcanzar el éxtasis solo de la pura alegría que sentía por haber hecho que él se sintiera de aquella manera.
Honorio se desplomó con delicadeza sobre ella, suspirando.
Y en ese momento, escucharon ruidos en la sala. Lisette se tensó.
—Debe ser Almada —dijo él tranquilizándola—. Solo dejará mi ropa y el desayuno y me esperará abajo.
Ella sonrió adormilada y lo besó, pasando los dedos por su cabello mojado.
—Sigue durmiendo, cielo —y la besó también.

A partir de ese momento, se creó una rutina cómoda entre ellos.
Durante los siguientes quince días él la visitó a la noche, lo hacía cuando terminaba todas sus actividades. Y siempre se quedaba a dormir con ella. A veces hacían el amor cuando llegaba, si no era muy tarde, y otras… lo hacían al despertar, cuando la energía de Honorio había sido recargada por el descanso.
La situación complacía a Lisette, aunque tuvo que cambiar sus horarios de trabajo, y ahora, en vez de hacerlo a la noche como normalmente lo hacía, se quedaba despierta cuando él se iba y trabajaba durante el día.
No fue fácil cambiar sus horarios, porque la paz de la noche la relajaba y podía concentrarse más que durante el día, y su celular no sonaba, ni la llamaban por teléfono, pero no le quedaba otra opción. Ella comprendía lo que era mantener una relación, adecuarse era primordial para que funcionara. Y sabía que Honorio también tuvo que adaptarse, y no solo él, sino todo el séquito que normalmente lo acompañaba.
Empezando por Alexis. Lisette sonreía al pensar en el pobre hombre, al parecer Honorio le había dado la orden de que la mantuviera informada y que no le faltara nada, porque la llamaba por lo menos una vez al día para darle las coordenadas de las actividades de su jefe, y siempre se ofrecía para cualquier cosa que necesitara.
—Alexis, sobreviví más de cuarenta años sin tu ayuda, puedo seguir manejándome sola —le decía ella riendo—, soy una niña grande, no te preocupes por mí.
Pero al parecer lo que Lisette le decía le entraba al asistente por un oído y le salía por el otro, porque primero: nunca le había devuelto la llave de su departamento a pesar de que se lo pidió. Y segundo: en su heladera no faltaba todo lo que a su jefe le gustaba, pero milagrosamente jamás lo había visto entrar o salir. Parecía un fantasma.
Y otro detalle: siempre había un ramo de flores frescas en el jarrón de su sala, que impregnaba el departamento de un suave y exquisito aroma.
Lisette estaba contenta… ¿qué más podría desear?
Si las cosas seguían de esa forma, no pondría en evidencia el trabajo que ocultaba con tanto recelo, y tampoco arriesgaba la campaña política de Honorio si la gente se llegaba a enterar de su relación.
Para evitar que sus hijos sospecharan sus actividades, los visitaba casi todas las tardes. La casa de Mohamed –su ex esposo– era inmensa, y todos vivían allí, incluso su hijo con su novia tenían un departamento privado sobre el quincho. Y Yamil estaba allí, cuando iba se quedaba al menos un par de horas jugando con él.
A Lucía –la esposa actual de su ex– no le importaba, tenía una buena relación con ella. Tuvo que aprender a tragarla, a pesar de que fue la causante de su divorcio hacía casi veinte años atrás cuando se enteró que tenían un romance que ya llevaba dos años.
Nadie pudo entender nunca los motivos que llevaron a Mohamed a preferir a su insulsa secretaria antes que a una espléndida mujer como lo era Lisette, pero tuvieron que aceptarlo, incluso ella tuvo que hacerlo, para poder ver a sus hijos todos los días.
Pero bueno, todo eso ya era historia pasada, y no la afectaba en lo más mínimo. Probablemente fuera así porque nunca quiso realmente a su marido, no como amó a César muchos años después.
Sus amigas tenían una teoría cómica al respecto de las preferencias de su ex marido por su secretaria: «la campesina le hacía mejor sexo oral porque le faltaban los dientes», y reían a carcajadas.
Y hablando de sus amigas, Luana estaba ya acostada en su casa la noche del jueves, bueno… en la casa de Patricio, que también era suya, o no… no se entendía. Ella vivía en la casa pareada de al lado, o no… porque nunca dormía allí. En fin, era una situación complicada para quien mirara desde afuera, pero ellos lo llevaban con naturalidad. Cada uno tenía su propia casa dentro de un hermoso condominio, pero dormían siempre juntos. Muy conveniente.
Patricio acababa de llegar y se acercó a ella, la saludó, le dio un beso y luego se metió al baño.
Cuando salió de la ducha y se acostó a su lado, Luana inmediatamente dejó su adorada notebook a un lado y se acurrucó contra él.
—¿Qué tal tu día, amor? —preguntó abrazándolo.
—Igual, sin problemas, pero con una sorpresa.
—¿Qué pasó?
—Jamás te imaginarás quién me llamó hoy.
—Si no voy a poder adivinarlo, dímelo —dijo riendo.
—Honorio Caffarena —y la miró levantando las cejas.
—¡No me digas que te pidió plata para su campaña! Si a él le sobra…
—No, amor… pero fue extraño, porque si bien nos conocemos desde hace mucho tiempo, se diría que incluso somos muy amigos, no hablábamos hace… no sé, por lo menos dos años, desde que se candidató.
—¿Y qué quería? —preguntó Luana mirándolo interrogante.
—Prácticamente se auto-invitó a la reunión del sábado. Bueno, fue sutil y diplomático, pero esa fue la sensación que me dio.
—¿Y cómo sabía del asado?
—No, no sé si sabía, yo se lo conté. Pero me dio la impresión que manipuló la conversación para llevarme a ese tema —Patricio hizo una mueca con la boca—. ¡Ah! Cuando "aceptó" la invitación me pidió que por cuestiones de seguridad no comentara con nadie que él estaría aquí.
—Bueno, eso es comprensible, debe estar muy presionado con toda la campaña… a lo mejor los periodistas pululan detrás de él constantemente. Pero ¡mira tú! Tendré al futuro presidente en mi casa… ¡qué honor!
—No sabemos si lo será.
—¡Ay, por favor, cariño! Todo el Paraguay sabe que ganará, las encuestas están absolutamente a su favor.
—Ojalá lo haga, y que cuando sea presidente se preocupe realmente por el país y no por utilizar su poder para lograr cambios que posibiliten el crecimiento de los intereses económicos de sus empresas, que son muchas.
—Y tú que lo conoces… ¿qué opinas de él?
—Siempre fue un buen amigo, lo tengo en una alta estima, pero ya sabes… las personas pueden ser como las cebollas, y tener varias capas.
—¿Lo dices porque circulan rumores de que hizo su fortuna como narcotraficante?
—Nunca nadie pudo probarlo… y yo no creo que sea cierto, pero no duermo con él… ¿cómo saberlo?
—Duermes conmigo —dijo Luana pícara, cambiando de tema—. ¿Crees que tengo varias capas?
—Lo que tienes es demasiada ropa, amor —dijo besándola y levantando su camisón para sacárselo.
Y se olvidaron del tema, porque de repente se les ocurrió que tenían cosas mucho más interesantes que hacer.

Era noche de sábado, y Lisette quería divertirse.
Las reuniones en casa de Luana y Patricio siempre eran entretenidas, por lo tanto, llamó a los que sabía que iban a ir para tener quién la llevara y trajera, no tenía ganas de limitarse en la bebida solo porque tenía que conducir.
Néstor se ofreció gustoso, y aunque pasó a buscarla a tiempo, ella lo hizo esperar más de veinte minutos. Su amigo la alabó cuando subió al vehículo, porque realmente estaba preciosa. Tenía un conjunto de palazzo y camisa de seda blanca que se adhería a su espectacular figura y marcaban todas y cada una de sus curvas. Llevaba su cabello rubio oscuro suelto y brilloso, y en la peluquería la habían maquillado de forma muy natural, haciendo resaltar sus hermosos ojos verdes. Todo esto, sumado al bronceado del verano, la hacían lucir espectacular.
No había hablado con Honorio en todo el día, y aunque eso la puso melancólica, lo entendía. La había llamado la noche anterior cuando llegó a Ciudad del Este y sabía que tenía una agenda muy apretada. Por suerte había ido en avión, el viaje no era tan pesado de esa forma.
Cuando llegaron al condominio cerca de 9:30 de la noche, ya había por lo menos una docena de personas en el hermoso quincho al fondo. El lugar era precioso, conformado por seis casas… dos de ellas pareadas. Lisette sabía que Luana había hecho eso a propósito, ya que era su casa y la de Patricio y al parecer –aunque nunca lo habían confirmado–, tenían una comunicación secreta entre ellas. Probablemente entre sus dormitorios, pensó sonriendo.
El resto del terreno, al fondo, estaba ocupado por una piscina enorme, una cancha multiuso, un parque con juegos de niños y un enorme quincho al costado. Dejaron el vehículo en el estacionamiento de visitantes y caminaron hasta allí.
Luego de saludar a los dueños de casa, Lisette fue a sentarse a la mesa donde estaban Kiara con Gabriel y Sannie con… ¡quién sabe quién de no más de 25 años! Su especialidad.
—No nos vimos esta semana, chicas —dijo Lisette tomando una copa de vino, y mirando a Kiara y a Gabriel preguntó—: ¿Cómo les fue en el viaje?
—¡Ay, maravilloso! —dijo ella abrazando a su novio. Gabriel, le dio un beso en la mejilla sonriendo. Algo bastante inusual en él, ya que no era muy demostrativo, por lo menos en público—. Conocí a sus padres y a toda su familia, me recibieron como a una reina, la verdad es que la pasamos increíble, ¿no, amor?
—Sí, hacía muchos años que no los veía. Incluso conocimos juntos a mis nuevos sobrinos, los más pequeños. Todos quedaron encantados con Kiara, se los metió en el bolsillo.
—¿A quién, a tus sobrinos? ¿Tan chiquitos son para que quepan en su bolsillo? —preguntó Néstor en broma, y todos rieron. Luego miró a Lisette—. ¿Y tú, Lis… por qué me hiciste buscarte? ¿Alfredo está de viaje?
—De viaje permanente —dijo Kiara riendo.
—¿Rompieron? —preguntó asombrado.
—Mmmm, sí —respondió Lisette evasiva, no tenía ganas de hablar de eso.
—Seguro ya tienes un repuesto preparado —dijo Néstor un poco en broma, bastante en serio—. Creo que en los últimos veinte años esta es la primera vez que te veo sola.
—Diez y ocho años —dijo ella para cambiar de tema—. Nos conocimos luego de que me divorcié.
—¡Es cierto! —dijo Luana acercándose a la mesa con Patricio—. Yo era amiga de su hermano Octavio, y un día me contó que su hermana se había divorciado y que quería que la conociera. Nos presentó y…
—…y hasta ahora se queja porque perdió su amiga —continuó Lisette riendo—. Su pérdida fue mi ganancia. Dice que nos encontramos «el hambre con las ganas de comer». Luana acababa de tener un bebé y yo estrenaba mi soltería. Estábamos famélicas de diversión.
—¿Ese no fue el día que hiciste el asado en la casa de tus padres, Lua? —preguntó Néstor.
—Claro, los conocí a todos el mismo día, a ti, a Julio y a Raúl —nombrando a los otros amigos de ambas.
Y empezaron a rememorar anécdotas divertidas de todo lo que habían hecho juntos en esa época, y como Kiara se unió al grupo cuando se divorció, y luego Sannie cuando le llegó el turno. Por acuerdo tácito no nombraron a Susana, eso las entristecía mucho.
En ese momento llegó el socio brasilero de Patricio, y se los presentó.
El señor se llamaba Milton Branco, era un hombre de mediana edad, poco agraciado pero muy interesante, de estatura media, cabello rapado con bigotes oscuros y ojos claros. Cuando vio que Lisette estaba sola, se sentó al lado y empezaron a conversar, aunque era evidente que no estaba interesado en ella, sus ojos no podían dejar de mirar hacia Sannie… ¡pobre hombre! Pensó Lisette. Nada más alejado a lo que a su amiga le gustaba.
En ese instante, justo cuando una Hummer negra entraba dentro del condominio, Patricio llamó la atención de todos chocando un tenedor con una copa, y empezó un hermoso discurso sobre el negocio en el cual se embarcaban juntos a partir de ese momento. Habló sobre los nuevos productos que representaría en Paraguay. Agradeció la confianza depositada por el empresario brasilero en su empresa y deseó que la asociación fuera próspera y exitosa.
Honorio llegó caminando con Alexis detrás de él y se quedó parado a un costado mientras escuchaba las palabras de su amigo. Miraba con los ojos entornados a Lisette, que aplaudía por el discurso y aparentemente felicitaba al hombre que estaba a su lado.
El candidato frunció el ceño y avanzó hacia la mesa.
—¡Honorio, gracias por venir! —dijo Patricio y se acercó a saludarlo.
Lisette se tensó en su asiento al escuchar ese nombre y volteó lentamente.
Y allí estaba el candidato a presidente, abrazando a Patricio y felicitándolo. Ella casi se cae de la silla al verlo y su corazón empezó a bombear con rapidez. Pero exteriormente no demostró ningún cambio en su semblante.
¿Qué mierda hace en casa de Luana? Se preguntó… ¿no tenía que estar en Ciudad del Este todo el fin de semana?
—Lua, amor… ven aquí —pidió Patricio, y Luana se acercó sonriente—. Quiero presentarte a Honorio, bueno… ya sabes quién es. Honorio, ella es Luana Moure, mi… —y dudó sobre cómo presentarla, eso siempre lo fastidiaba— la arquitecta de mi vida —dijo y la miró con ternura.
—Un placer conocerte, Luana. Me hablaron mucho de ti.
—Gracias, igualmente, señor Caffarena. Pero… ¿quién le habló de mí? —preguntó confundida.
—Por favor, llámame Honorio —dijo sin responderle—. Creo que estamos entre amigos, podemos ser más informales. Yo conozco a tu padre, ¿sabes?
Y conversaron un rato sobre el padre de Luana.
Lisette, que estaba a solo dos metros de él, cada vez se ponía más nerviosa, pero lo disimulaba magistralmente.
—No sabía que él vendría —dijo Kiara en la mesa—. ¿Ustedes estaban enteradas? —les preguntó a sus amigas.
Ambas negaron con la cabeza.
En ese momento, Patricio le pidió al brasilero que se levantara y también le presentó a su invitado. Luego de conversar durante unos minutos, Honorio miró hacia la mesa y saludó con la cabeza.
—Buenas noches a todos. Tú debes ser Kiara, tú Gabriel… y tú —dijo mirando a la bailarina—, no necesitas presentación, soy un admirador de tu trabajo, Sannie… ¿cómo están, señoras… señores?
Ambas lo miraron con las bocas abiertas y balbucearon un «muy bien» algo entrecortado.
—Hola Lisette —saludó por fin sonriendo y mirándola, ella le hizo un gesto con la cabeza y un amago de sonrisa—. Patricio, creo que me quedaré en esta mesa —informó—. Tú ocúpate de tus invitados, no te preocupes por mí.
Se sentó al lado de Lisette, en el asiento que antes había ocupado el brasilero. Y sin pudor alguno le sonrió, apoyó la mano en el respaldo de su silla y depositó un beso en su mejilla, dejando perfectamente establecido que ese era su lugar, le pese a quién le pese.
Lisette le lanzó una mirada asesina.
Luana, Kiara y Sannie inmediatamente se miraron entre sí y entendieron. Ese "choque intrascendente" que su amiga tuvo hacía unas semanas con el candidato en casa de su prima ya no parecía tan inocente ahora.
Al parecer, Lisette tenía mucho que contarles.
—Bien… —dijo Patricio sorprendido y llamó al mozo—. Por favor, pide lo que quieras tomar. El asado tardará todavía una hora, disfruta de la reunión —tomó a Luana de la mano y la llevó con él.
Se hizo un silencio incómodo en la mesa.
Pero enseguida, el mismo Honorio se encargó de relajar el ambiente. Se interesó en el trabajo de Sannie, conversó con Gabriel sobre las obras que estaba haciendo para el gobierno y con Kiara sobre su trabajo en la entidad Binacional.
Lisette estaba inusualmente callada, pero cuando la conversación pasó de lo laboral a lo personal, se relajó. Empezaron a bromear y Kiara contó anécdotas de su reciente viaje con Gabriel. Cuando el muchacho que estaba con Sannie fue hasta el baño, el blanco de las bromas fue ella, tomándole el pelo por sus preferencias juveniles. Y llegó un momento en el que a nadie le importó la presencia del futuro presidente de la República en la mesa.
Luana se acercó en ese momento y se sentó con ellos.
—Tienes un hermoso hogar, Luana. Este condominio es precioso —dijo Honorio observando su entorno.
—Muchas gracias. Lo inauguramos hace muy poco —contó ella.
—Luana lo construyó —dijo Sannie orgullosa de su amiga.
—Solo una de las casas está ocupada por el hijo mayor de Patricio, aparte de las nuestras, que son las que están pareadas —y las señaló—. Todavía no decidimos qué hacer con las demás, las construimos para nuestros hijos. Quizás las alquilemos hasta que se casen o decidan vivir aquí. ¿Por qué no le muestras el lugar, Lisette? —preguntó Luana al ver a su amiga tan incómoda.
—¿Te gustaría? —Lisette lo miró interrogante, agradeciendo interiormente a su amiga por la idea.
—Por supuesto —y Honorio se levantó tendiéndole la mano para ayudarla a hacer lo mismo— Permiso —dijo antes de retirarse.
Caminaron uno al lado del otro hacia una de las casas, y cuando Lisette vio que estaban lo suficientemente lejos, lo encaró:
—¿Qué mierda haces aquí, Honorio?
—Patricio me invitó —contestó con desenfado.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
—Quería darte una sorpresa, cielo.
—¡Menuda sorpresa! ¿Y qué pasó con tus actividades en Ciudad del este? ¿No ibas a quedarte todo el fin de semana?
—Esa era la idea —dijo deteniéndose en el frente de una de las casas y volteándola hacia él—. Pero anoche estaba acostado en la cama… —la tomó de la cintura con una mano—, solo como un perro, deseando tener tu cuerpo calentito a mi lado —le rozó la mejilla con la otra—. Y decidí que quería volver y estar contigo esta noche, me quedé todo el día, cumplí con mis obligaciones y delegué las de mañana. Subí al avión, y del aeropuerto vine directo aquí.
—Estás loco —y a pesar de todo se sintió conmovida por su gesto.
—Probablemente, pero… ¿qué sería de la vida si a veces no hacemos locuras? Muy aburrida, ¿no te parece?
Se acercó para darle un beso pero Lisette se apartó.
—Pueden vernos, Honorio.
—¿Y qué carajo importa? Los dos somos solteros… nadie puede recriminarnos nada, además estamos rodeados de amigos. Ven aquí —la tomó de la mano y la llevó a un costado, entrando en la cochera techada.
La apoyó contra la pared y la miró:
—Hola, cielo —dijo sonriendo como empezando de vuelta—. Estás increíblemente hermosa.
Lisette bajó la cabeza y sonrió.
—No cambies de tema, presi. Tenemos que…
Las palabras murieron en sus labios en el momento en el que Honorio se inclinó y tomó plenamente su boca, la devoró. Hundió los dedos en su pelo y le hizo inclinar la cabeza hacia atrás y arquearse de manera que sus senos presionaran la dureza de su pecho. Al mismo tiempo, deslizó la otra mano hasta sus caderas para hacerlas encajar entre sus muslos y comenzó a mecerla lentamente contra su sexo caliente. Imitaba con la lengua el ritmo sensual de su poderoso cuerpo, el mismo ritmo que ella danzaba con el suyo.
Para cuando Honorio la soltó, Lisette estaba aturdida, temblando y enfrentándose a sentimientos encontrados. Cuando él deslizó las manos por su cuerpo y las alzó de nuevo a sus senos hasta encontrar sus sensibles pezones, su respiración se transformó casi en un gemido y arqueó la espalda en un gesto reflejo tan antiguo como la propia pasión. Honorio no tuvo que preguntarle si le gustaba; Lisette tenía los ojos semi cerrados, los labios entreabiertos y sus pezones se erguían endurecidos contra la seda de su camisa.
Él acarició delicadamente aquellos botones que se habían elevado ante su contacto y todo el cuerpo de Lisette tembló en respuesta. Estaba tan excitada que no fue consciente de que Honorio le había desabrochado la blusa hasta que sintió el aire acariciando su piel. En ese momento reaccionó y lo empujó.
—¿Estás demente? Cualquiera puede vernos —dijo tapándose de nuevo.
Honorio rió a carcajadas.
—¡Ay, Lisette! Tú me provocas eso… mejor vámonos.
—¿Dónde?
—A tu casa, a un motel… donde quieras.
—Pero… ni siquiera se sirvió el asado —y se alejó de él—. Además, habíamos acordado mantener esto solo entre los dos.
—No veo a nadie más aquí —y miró a los costados—. Lisette… ¿cuál es tu rollo? Eres una señora de sociedad, una dama. Y yo un hombre respetable. ¿Qué problema podríamos tener? Hablarán un tiempo, quizás nuestros nombres terminen impresos en alguna prensa amarillista… luego será noticia antigua, es nuestra vida privada, no tienen derecho a meterse.
—Tú no me conoces, no sabes nada de mí.
—Veamos, estuviste casada once años… se divorciaron hace diez y ocho. Luego tuviste otras parejas, normal… es también mi historia, y con todo eso soy candidato a presidente. Ahora los dos estamos libres… ¿a quién carajo puede importarle si follamos como conejos o no?
—No quiero que indaguen sobre mi vida, Honorio. No deseo que mi nombre figure en ningún periódico o revista del corazón. Tengo hijos y un nieto a quienes puede afectar lo que se diga sobre mí… ¿lo comprendes?
Honorio suspiró.
—¿Quieres que dejemos de vernos solo por lo que puedan decir?
—No, no es eso —aceptó moviendo la cabeza—. Mi principal temor en realidad es otro, Honorio. Yo… puedo soportar las críticas, lo que no quiero es que debido a mí, tu campaña pueda deteriorarse. Has logrado mucho, y no quiero ser la piedra del escándalo que afecte tu candidatura.
—¿Acaso tienes algún cadáver en tu clóset? —preguntó fastidiado.
—Por supuesto que no… pero tuve alguna que otra relación que no sería bien vista en sociedad si se supiera. Y eso podría afectar tu campaña si tu nombre se ve involucrado con el mío.
Honorio rió a carcajadas y Lisette lo miró con el ceño fruncido.
—¡Ay, cielo! Te estás dando demasiado crédito —y la abrazó—. Estoy apoyado por el partido más fuerte del país, mis cimientos son firmes a pesar de todo lo que ya se dice de mí, incluso me tachan de narcotraficante. Créeme, tu pasado no puede afectar mi carrera política.
—Fui pareja de un hombre casado, Honorio. Durante cuatro largos años hasta que él falleció —soltó eso casi sin querer, ya desesperada por el hecho de que él minimizara todo—. Y era un político muy conocido, como tú.
—¿Crees que no lo sé, cielo? —preguntó ladeando su ceja—. Ya me lo contaron ¿Ese es tu secreto más turbio?
—Ni siquiera te preguntaré quién te lo dijo, porque cometimos el error de no escondernos, pero tienes que saber también que después de divorciarme viví cinco años con un tabacalero muy oscuro, tanto que ni siquiera yo pude descifrar sus secretos. Y estuve de novia con el hijo de uno de los españoles que desfalcaron una importante financiera aquí, terminamos cuando tuvo que huir del país. Y rompí con el que fue mi pareja durante cinco largos años apenas una semana antes de conocerte… ¿crees que me gustaría que todo eso saliera a la luz?
—A mi entender eso solo indica que eres bastante constante en tus relaciones, y que apuestas por ellas. ¡Por dios, Lisette! No eres una niña, por supuesto que tienes un pasado, y nadie tiene derecho a juzgarte por eso.
—Pero lo van a hacer si relacionan nuestros nombres.
—Y yo sabré enfrentarlo, no soy un pusilánime. Y te apoyaré, confía en mí —le acarició el rostro con ambas manos—. Peores calumnias he afrontado y salí airoso, y por lo visto tú también tienes el temple para hacerlo.
—Lo tengo, eso no me preocupa. Pero hay algo más, que no voy a contarte porque casi nadie lo sabe, ni siquiera mis mejores amigas, y no me interesa que nadie se entere.
—¿Otro hombre misterioso? —y sonrió irónico.
—No… ningún hombre más —dijo altiva—. Y ya no es mi pasado el que me condena en este caso, sino mi presente. Estás a tiempo de dar media vuelta y huir, presi. En caso de que decidas quedarte, espero no tener que escuchar ningún reproche de tu parte si averiguan sobre mí. A pesar de que no deseo ventilarlo, sabré enfrentarlo y estoy dispuesta a hacerlo por estar contigo. La pregunta es… ¿tú, estás dispuesto?
—Nunca en mi vida he firmado un contrato sin haber leído todas las clausulas y analizado los pro y los contras, cielo. Deberás contarme tu "oscuro secreto" para poder decidir.
—No lo haré —dijo categórica.
—Dame solo una pista —insistió.
Lisette se pasó la mano por la frente y se alejó un poco.
—No soy ninguna delincuente si es lo que te preocupa —dijo suspirando—. Honorio… durante toda mi vida he dependido de los hombres con los que he estado, me casé muy jovencita y cuando me divorcié… él me dejó en la calle, hasta tuve que volver a vivir con mis abuelos. Ni siquiera puedes imaginar las veces que los hombres a quienes creí amar me fallaron y todos los apuros económicos que tuve que pasar, hasta hace cuatro años, cuando descubrí algo que realmente me gusta hacer —y lo miró—. No son drogas, no es nada ilegal, no cometo ningún crimen. Es toda la pista que puedo darte por ahora. Me hace muy feliz hacer lo que hago y estoy ganando mucho dinero con eso. Punto y aparte… la pelota está en tu cancha.
Honorio se quedó mirándola en silencio.
Ella le hizo una seña graciosa con la mano indicándole el camino de salida, con una sonrisa irónica en su cara.
—Quizás… deberías irte —dijo resignada a perderlo al ver que no contestaba— Sin histeriqueos ni recriminaciones… vete.
—¿Hueles eso? —preguntó él haciendo una mueca con la nariz.
—¿Qué? ¿Qué cosa? —contestó desorientada.
—Mmmm, el aroma delicioso del asado. Estoy famélico, cielo. Vamos.
Le dio un beso rápido y la estiró de la mano hacia el quincho.
Al parecer Honorio había decidido que estaba dispuesto a arriesgarse.

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