La semana transcurrió sin contratiempos.
En referencia a la carta del Consejo Directivo de PB, Amanda no quiso dejar evidencia de su rechazo o aceptación, así que llamó personalmente al director y se excusó:
—Señor Arza, yo me siento profundamente agradecida y emocionada por la propuesta que me hicieron, pero necesito tiempo para pensarlo. No es una decisión que pueda tomar de un día para otro. ¿Usted entiende eso, no?
—Por supuesto, señorita Taylor. Tómese el tiempo que necesite. De hecho, yo no dejaré la gerencia hasta dentro de tres meses. ¿Cree que podríamos hablar de nuevo sobre esto, digamos… mmmm, en un mes?
—Un mes me parece correcto, señor. Me comunicaré con usted. Muchas gracias por la propuesta, y por considerarme apta para dirigir su empresa.
Se despidieron educadamente, y suspirando, colgó el teléfono.
¿Qué haría? Era una decisión muy difícil. Tenía un mes para pensarlo. Por un lado estaba Benjamín y la lealtad que le debía. Pero por otro lado, estaba su futuro y su carrera. La propuesta que le hicieron duplicaba sus ingresos actuales, sin contar con todos los beneficios adicionales que le ofrecieron.
Era viernes a la tarde y estaba preparada para partir.
El día anterior le había pedido a Rachel que la acompañara de compras. Necesitaba ropa adecuada para pasar un fin de semana en un complejo deportivo.
Habían peleado toda la sesión de compras. Rachel insistía en cambiar su aspecto, pero ella optó por prendas sencillas y prácticas.
En vez de comprarse pantaloncitos cortos, optó por bermudas conservadoras. En vez de polleritas de tenis, optó por calzas con remeras largas, que le cubrían las posaderas. Lo único que no pudo evitar fue comprarse un precioso biquini amarillo con el hermoso detalle de una margarita bordada en uno de los triángulos del corpiño y en el costado de la braga, complementado con una salida de baño a juego. Era un conjunto hermoso, pero sabía que no iba a usarlo, así que también metió en la maleta su recatada e insípida malla negra.
Partieron los tres hacia el complejo CA al terminar la jornada laboral. Llegaron a las siete de la noche, cuando ya estaba oscureciendo.
Se maravillaron desde que llegaron al pórtico de acceso hasta que los instalaron en las habitaciones designadas. Todo era lujo y sofisticación. Buen gusto y ostentación. Evelyn no cabía en sí de lo contenta que estaba. Benjamín sonreía complacido. Amanda, sin embargo, estaba nerviosa y con el ceño fruncido.
Más aún cuando les indicaron que esa noche cenarían con Christian a las nueve en el comedor principal. Les informaron que el propietario llegaría en breve y que lo excusaran por no poder recibirlos, pero habían surgido contratiempos en la ciudad que lo retuvieron más de la cuenta.
Amada aprovechó y se dio una ducha en su habitación.
No sabía que ponerse, así que optó por un sencillo conjunto de seda: pantalón y chaqueta larga azul con una camisa blanca bordada y zapatos blancos bajos. Se notaba que las prendas eran de calidad, pero no precisamente llamativas. Eso era exactamente lo que quería lograr.
Se estiró el pelo en una sencilla cola de caballo baja, atada con una goma con una flor blanca como detalle. Había aplicado a su pelo un gel especial para evitar que sus rizos se descontrolen, dejándolo con aspecto mojado y opaco.
Como maquillaje, sólo llevaba brillo de labios.
Ya estaba lista media hora antes de la hora acordada, por lo que decidió llamar a recepción, para que le facilitaran la contraseña para el servicio de Internet. Prendió su ordenador portátil, se conectó a la red, revisó sus correos personales y cuando estaba por desconectarse pensó: ¡el correo de la gatita!
¿Habrá tenido Rachel la oportunidad de darle la dirección a Christian?
Había pasado ya más de una semana, y estaba segura de que ni ella ni Miguelo se habían privado de varias noches en su disco favorita. Habría que ver si Christian se había cansado de buscarla. Era lo más probable.
Lo averiguaría. Con el corazón desbocado, ingresó al correo gratuito.
Había un mensaje de bienvenida, otro que indicaba los enlaces para realizar cambios de configuración, uno sobre información sobre los correos SPAM y cómo evitarlos, y… ¡Santo cielo! Un correo desconocido.
Temblando, lo abrió:
Para: gatita_voluptuosa_69@gmail.com
De: motoqueiroconzippo@gmail.com
Asunto: Saudade
No puedo dejar de pensar en ti, gatita. Necesito verte.
Todavía no probamos el 69 de tu nick… estoy dispuesto. ¿Cuándo?
Chris.
Amanda sonrió. No había nada que le gustaría más.
Miró la hora y cerró el ordenador, ya le contestaría más tarde.
Cuando llegó al comedor, con diez minutos de retraso, vio que Christian, Benjamín y Evelyn estaban conversando en la barra, tomando unos aperitivos.
Evelyn no perdió el tiempo, pensó. Tenía una mano apoyada en el brazo de Christian y le sonreía con dulzura, entornando los ojos. Dijo algo que resultó ser gracioso, porque los tres rieron. Estaba coqueteando descaradamente. Un calor subió por su columna vertebral, reconoció el sentimiento: estaba celosa. Contrólate Amanda, se dijo a sí misma. Él no es tuyo.
—Buenas noches a todos. Disculpen la tardanza, estaba revisando mi correo y no me di cuenta de la hora. —Se dirigió a Christian—: ¿Cómo está señor Ostertag?
—¡Mandy, por favor! —Interrumpió Evelyn—. Es Christian, amigo nuestro del colegio, no es necesario que seas tan formal, ¿no es cierto, Chris? —Y lo miró seductoramente.
—Por supuesto que no, Amanda, es un placer recibirte en CA. —Ella extendió su mano y él se la tomó con ambas, cubriéndola—. Espero que pases un fin de semana relajado y a tu gusto.
—Estoy segura que así será, Christian. Por lo que pude ver del complejo, es espectacular.
—Mañana les haré un recorrido exhaustivo —dijo sin soltarle aún la mano.
Cohibida, ella la retiró suavemente.
Los sentaron en la mejor ubicación del local, una mesa redonda en una esquina del comedor, con vista hacia la piscina, y más allá al campo de golf y el lago artificial. Todo estaba iluminado y se veía precioso.
—¿Qué les gustaría cenar? —preguntó Christian—. Les recomiendo el salmón en cualquiera de sus variedades, es una de las especialidades del chef. Si les gusta la comida agridulce, el salmón glaseado con mandarina y miel, es exquisito.
—Muchas calorías para mi gusto —dijo Evelyn—. Pero probaré el salmón, al horno con limón. Y verduras salteadas, por favor.
—Yo quiero el que recomendaste —contestó Benjamín—, adoro la comida agridulce.
—¿Y tú, Amanda? —preguntó Christian.
—Probaré el salmón mañana. Hoy tengo ganas de… mmmm, costillas de cordero en salsa de tamarindo y puré de batata.
—¡Mandy, cariño! Deberías cuidar lo que comes, luego no entras en tus pantalones.
Amanda la miró fijamente.
—Evelyn… mi nombre es Amanda, te lo dije mil veces. Y querida, la ropa debe ajustarse a mí, no yo a la ropa.
Christian bajó la cabeza y sonrió. La dulce Mandy siempre tuvo carácter.
Benjamín casi escupe el agua que estaba tomando.
—Siempre me han gustado las mujeres de buen comer —dijo Christian, apoyando su mano sobre la de Amanda tratando de suavizar el momento—. Te felicito, Amanda. Yo creo que uno de los grandes placeres de la vida es la comida, hiciste una buena elección.
Amanda se dio cuenta que Evelyn, aunque sonrió, estaba por explotar por dentro. La conocía muy bien.
—Por supuesto —dijo Benjamín—. Yo trato de cuidarme durante la semana, pero los fines de semana me gusta disfrutar de un buen plato con muchas calorías. Ya verán cuando lleguemos a los postres. —Se relamió los labios—. Mmmmmm.
Todos rieron, y el ambiente cambió.
Fue una cena agradable. No hablaron de negocios, sin embargo recordaron muchas anécdotas de cuando los tres eran adolescentes.
Christian, como buen anfitrión, incluyó a Benjamín en la conversación en todo momento, a pesar de que él no los conocía en esa época. Evelyn, fiel a su naturaleza, trató siempre de que la conversación recayera en su persona, o en su defecto, en las miserias de Amanda cuando era joven.
Amanda la miraba y no podía entender su reacción. ¿Es que siempre había sido así y ella recién se daba cuenta? ¿Acaso estaba celosa porque Christian le prestaba atención? No quería que él pensara que había problemas entre ellas, al fin y al cabo era parte del equipo. Así que se mantuvo discretamente al margen, casi callada.
Al terminar, Christian los invitó a la boîte del complejo, en caso de que quisieran seguir la actividad nocturna. Por supuesto, Evelyn aceptó encantada, y prácticamente se colgó de su brazo. Benjamín también aceptó.
Amanda rehusó educadamente, alegando que estaba muy cansada, y se retiró a su habitación.
Creyó ver en los ojos de Christian una expresión de desilusión.
Al llegar a su dormitorio, lo primero que vio sobre el pequeño escritorio fue su ordenador portátil. Se moría de ganas de leer de nuevo el mensaje. ¡Qué tonta! Él estaba en la boîte con Evelyn divirtiéndose, y ella contestando a su correo, en vez de estar con él.
Miró hacia la piscina y decidió que llevaría allí su laptop. Se cambió rápidamente por algo más cómodo y bajó hasta la hermosa terraza con vista al lago. No había nadie a esa hora, el ambiente ideal para pensar en una buena respuesta que darle.
Dejó las zapatillas a un costado y se acomodó en una de las reposeras con el ordenador apoyado entre su estómago y sus muslos levantados e ingresó de nuevo a su correo.
Lo leyó y sonrió. ¿Qué podía contestarle?
Aunque fuera lo que más deseaba en el mundo, no podía volver a encontrarse con él. Ponía en riesgo a la empresa.
Escribió unas líneas y se arrepintió. Lo borró. Prendió un cigarrillo. Cuando estaba nerviosa le daba por fumar. Lo intentó varias veces y siguió borrando. Todo lo que ponía le parecían mentiras tontas y ridículas.
Estaba tan concentrada en su labor, que no se dio cuenta que alguien se acercaba junto a ella.
—¿Por qué ese ceño fruncido, Amanda?
Del susto, Amanda gritó. El cigarrillo voló por los aires y casi tira la laptop a la piscina.
Christian tomó el ordenador con sus manos y lo sostuvo lejos de ella.
Desesperada, porque él no viera lo que estaba en la pantalla, cerró la tapa sobre sus dedos.
—¡Auuuch! —Christian se quejó.
—¡Perdóooon, perdón! Ohhh, lo siento, Christian. Me asusté. Yo… n-no te había oído venir. ¿Estás bien?
El sonrió y volvió a apoyar la máquina sobre ella.
—Sí. Se nota que estabas muy concentrada. ¿Escribiendo a tu novio?
—¿No-novio?
—¿Qué otra cosa puede hacer que una hermosa mujer como tú pierda la conciencia de lo que pasa a su alrededor si no es un hombre? —Él se sentó en la reposera al lado de ella, mirándola.
—¿Hermosa? Creo que necesitas anteojos. —Christian iba a replicar, cuando ella lo interrumpió—. Y para tu información, hay muchas otras cosas que pueden hacer que una mujer pierda la conciencia.
—¿Por ejemplo?
—Otra mujer…
—¿Ot-otra mujer? —Christian estaba totalmente descolocado—. ¿Acaso eres… eh…?
Amanda rió a carcajadas.
—Nop… —dijo aún riendo—, pero tendrías que haber visto tu cara.
—Siempre fuiste muy simpática, Amanda. —Él rió también.
—¿Y Ben, y Eve? —preguntó cambiando de conversación.
—¿Ves esas luces de colores en la azotea? Es la boîte, siguen bailando. Yo vi tu solitaria figura aquí y les dije que intentaría arrastrarte hasta allá.
—Pierdes el tiempo, Christian. Yo…
—Yo tampoco quiero volver, solo fue una excusa. —Le interrumpió—. En realidad, Amanda, quería hablar contigo, a solas.
—Dime.
Ella lo miró interrogante.
Christian le tomó de las manos, y ella se estremeció.
—Quería disculparme… —bajó la cabeza, avergonzado y volvió a mirarla—, aunque quince años tarde. Perdóname, Mandy… realmente fui un imbécil y un desconsiderado contigo.
Continuará...
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