Envidia - Capítulo 07

miércoles, 24 de agosto de 2011

—Christian… 
—Shhh, —le puso los dedos sobre la boca—. Déjame terminar, por favor. —Amanda asintió con la cabeza—. No tengo ninguna excusa, Amanda. Pero quiero que sepas que desde ese día, hasta ahora, he sentido remordimientos por lo que pasó, por la forma en que te traté. Tu primera vez debería haber sido una experiencia mucho mejor que esa. Toda mujer tiene derecho a un mejor recuerdo. Yo… fui un imbécil, estaba bebido, no sé ni que decirte. Sólo quiero que sepas que me he arrepentido toda la vida del daño que te hice esa vez, de lo poco considerado que fui.
—No hay daño permanente, Chris. No te preocupes, yo nunca te culpé de nada. Por si no sabías, en esa época estaba loca por ti. —Ella rió—. Yo también era una nena tonta. A pesar de que no fue una buena experiencia, ahora lo admito, haber estado contigo para mí fue lo máximo. Así de estúpidos éramos. Son cosas de adolescentes… es normal.
—Me alegra saber eso y sí, recuerdo que me seguías por todas partes. —Ambos rieron, y ella le dio un golpe de puño en el brazo, a la altura del hombro—. Estoy feliz de haberte encontrado, de haberte visto de nuevo. Espero que podamos volver a ser amigos, Amanda. Eso me gustaría mucho.
—A mi también, Chris. Y cuando estemos solos… puedes llamarme Mandy, no me enojaré. —Le guiñó un ojo, riendo.
—Mandy… Mandy… ahora cuéntame. ¿Quién es el afortunado que te tenía tan concentrada, eh?
Ella se atoró con su propia saliva y tosió.
Él le dio unos golpecitos en la espalda y rió.
—Yo… eh, sólo estaba navegando en internet. Nada importante.
—¿Y por eso casi me sacas el dedo? Mmmm, no lo creo… ¿tienes novio?
—N-no… ¿y tú, tienes novia?
—Tampoco. ¿Cómo es que una mujer como tú no se ha casado todavía?
—Más raro es que tú no te hayas casado, Chris. Yo no soy precisamente el tipo de mujer casadera. Soy demasiado independiente y creo que asusto a los hombres. Además, no soy físicamente el tipo por la que los hombres babean.
—¿Sabes, Mandy? La vida me ha enseñado a ver más allá de lo que otros hombres ven. Aunque no lo creas, yo siempre estuve más interesado en la esencia de la mujer que en su aspecto físico. A mí me parece que tú puedes hacer sombra a cualquiera. Aparte de ser hermosa, aunque creas lo contrario, eres talentosa, honesta, emprendedora, has llegado muy lejos en tu carrera y lo hiciste sola, por tus propios medios. Eso tiene mucho más valor que cualquier otra cosa.
—Es maravilloso escuchar eso, Chris. Pocos hombres piensan igual que tú. Pero eso no me saca el sueño. Yo… no sé, quizás algún día encuentre a alguien, mientras tanto… no me preocupo. Mi vida no gira en torno a un anillo de compromiso ni a un vestido de bodas.
—Has cambiado, Mandy.
—Tú también, Chris. Sería atroz si en quince años no lo hubiéramos hecho.
—Me gusta la nueva Mandy… Amanda.
—Y a mí el nuevo Chris… Christian.
Para sorpresa de ella, él se acercó y la abrazó. Amanda se quedó dura como una estaca.
Él notó su turbación, y también otra cosa: su aroma, ese delicado olor a esencia pura de lirio.
—Te dejo, Amanda —dijo aturdido, separándose de ella—. Ya voy a acostarme.
—Yo también voy en un rato. Gracias por la compañía.
—El placer fue todo mío. —Le guiñó un ojo y se alejó con las manos en los bolsillos.
Lo que ella no vio, fue el ceño fruncido que puso Chris al voltear.
¡Dios Santo! Amanda olía igual que su gatita misteriosa. El mismo perfume. Todo el camino hasta su habitación fue pensando en ella.
Todavía no le había contestado el correo electrónico. Lo había verificado antes de bajar a cenar al comedor. Necesitaba verla, precisaba encontrarla. Ahora hasta creía olerla en otras mujeres, si seguía así pronto se volvería loco.
Se desnudó, apagó las luces y se acostó.
El oler a Amanda la hizo recordar de nuevo a su gatita. Qué hermoso aroma, totalmente afrodisiaco para sus sentidos. Suspirando, recordó el momento en el que se fijó su olor en su piel y penetró en sus sentidos.


Luego de que ella se hubiera esmerado tanto en complacerlo con boca, dientes y lengua incluidos, cayó rendido de espaldas, sin fuerza alguna. Sólo pudo estirarla contra él y acomodarla entre sus brazos, abrazándola.
Se volvió a quedar dormido, hasta que la brisa nocturna esparció los cabellos de ella por su cara y lo despertó de nuevo. Fue allí que el dulce y delicado olor de su gatita penetró en su olfato, marcándolo a fuego.
La abrazó más fuerte y jugueteó con sus pezones, mientras restregaba su ya duro y potente falo contra sus nalgas. Ella suspiró y volteó suavemente, pasando sus manos por la nuca y ofreciéndole su cuello para que lo besara. Él lo hizo, suave y dulcemente. 
Esa vez no había ningún apuro, ninguna urgencia. No hubo palabras entre ellos, sólo se comunicaron con el cuerpo. Quería tomarla suavemente, disfrutar de cada momento en plenitud. La mano de su gatita se deslizó de su nuca a su mejilla, acariciante, como si le retuviera mientras él la besaba y ella correspondía al beso y lo alentaba abiertamente. Con la boca, la lengua y la presión de sus labios, lo apremiaba a mostrarle su deseo, aquello en que se traducía la atracción que los unía.
Christian no tuvo reparo en hacerlo, en deslizar su mano desde sus hombros, siguiendo la curva del cuello y por encima de la clavícula, hasta la turgencia de uno de sus senos. No vaciló en palpar la carne firme bajo su palma, el pezón erecto.
Siguió desplazándose hacia abajo, recorriendo con los labios su cuerpo. Su lengua hurgó en el ombligo; ella dio un grito ahogado y le agarró la cabeza, conmocionada por la sensación que ni siquiera la dejaba pensar. Hilvanar pensamientos coherentes ya no estaba a su alcance. Era incapaz de discurrir. Christian se había servido de los sentidos para anularle la capacidad de razonar. Sólo le quedaba sentir. Gloriosas oleadas de sensaciones que crecían y rompían contra ella para anegarla en sucesivas embestidas.
Una tensión diferente llenó el vacío, reclamando a Christian y todos sus instintos. Él subió de nuevo hasta ella para besar sus labios, y se maravilló del repentino brillo de sus ojos, el sutil ensanchamiento de su sonrisa, el modo en que su mano se deslizó para acariciarle la nuca, la manera en que le sostuvo la mirada, incitante, atractiva, era una hembra que percibía su valía, todo eso revelaba que ella lo sabía, que sabía el efecto que causaba en él, que sabía exactamente lo que él deseaba hacer, y lo consentía. 
Con un gruñido, Christian se rindió a su apremio y posó sus labios en los de ella para besarla con toda el alma. Se acomodó entre sus piernas y la penetró lentamente. Luego se apartó y empujó de nuevo, transportándolos a un territorio del puro placer sensual. Se mantuvieron allí con cada lenta y medida embestida, cada profunda y contundente penetración.
Igual que cuando bailaron, ella lo acompañaba. Su cuerpo se ondulaba debajo del de él, complementando, ajustándose, recibiendo, tomando, dando. El placer se henchía, manaba, se arremolinaba en torno a ellos, volviéndose más ardoroso, más insistente, más intenso.
Christian se negaba a darse prisa y, maravilla de las maravillas, ella no le acuciaba sino que se adaptaba a él, dispuesta a cabalgar con él, manifestando su deleite en cada jadeo, cada susurro alentador, cada provocativa caricia de sus dedos.
Ahí donde tocara, la piel de Christian ardía, pero eso no era nada comparado con el encendido calor de su centro, que lo agarraba, tiraba de él ardiente y mojada, lo tomaba en sus adentros y se regocijaba en el acto. Debajo de él, ella se retorcía; a medida que el ritmo inevitablemente aumentaba, se aferraba, hincando las uñas para agarrarlo bien y alentándolo a seguir.
Christian respiraba entrecortadamente y acataba. Las sensaciones que lo envolvían: el cuerpo de su gatita, su pasión, el ofrecimiento de su deseo, otorgaban a aquel acto que tan bien conocía un colorido más vivo e intenso del que hubiera experimentado jamás.
Cada movimiento, cada contacto de sus cuerpos, cada intercambio, parecía cargado de sentimiento. Sensación táctil, cierto, aunque al mismo tiempo transmitía algo más profundo y delicado, algo distinto. Una parte intangible de ambos. Como si mediante aquel acto hubieran accedido a un plano superior y se estuvieran comunicando a un nivel más visceral.
Ahora él no podía pensar en ello, definirlo. Tenía la mente inundada de sensaciones que le anulaban la razón. No se lo habría creído si se lo hubiesen contado: que ella, una mujer a quien acababa de conocer, pudiera, de manera tan fácil, completa y absoluta encajar con él, con sus experimentadas facetas sensuales, más aún, con las pasiones instintivas que normalmente reprimía, sujetándolas con rienda corta para no asustar a sus ocasionales parejas.
Su gatita, al parecer, no veía sentido en echar mano de rienda alguna. Mientras sus pasiones aumentaban fundiéndolos en un prolongado abrazo, mientras se dejaban llevar alocadamente por el ímpetu del momento, lejos de rezagarse, ella se volvía más exigente.
Hasta que Christian simplemente se rindió, soltó las riendas y dejó que ambos se deleitaran en un placer sin restricciones. Ella lanzó un grito ahogado y levantó las piernas, le envolvió las caderas y lo metió más adentro, incitándolo a profundizar más.
Hasta que Christian sintió que tocaba el mismísimo sol.
Con un chillido apagado, ella alcanzó un orgasmo demoledor. Y lo arrastró consigo, reclamando con sus contracciones su clímax, su potente y desenfrenada entrega, desencadenando la de él, dejándolo, por lo que en ese glorioso instante pareció la primera vez, total y absolutamente libre.
En el instante en que él se vació dentro de ella, sintió como si acabara de entregarle el alma.
Segundos después, entreabrió los ojos y la vio despatarrada debajo de él, con los ojos cerrados, las facciones desprovistas de pasión salvo por la gloriosa sonrisa que le curvaba los labios. 
Sus propios labios se curvaban con similar placer saciado. Se retiró y se dejó caer a un lado, alargando el brazo para arrimarla a él. 
Estaba amaneciendo, debía dormir un poco más o si no, no podría mantenerse en pie durante todo el día. Con esos pensamientos, se sumió en un profundo sueño.
Y… ¡maldición! Fue la última vez que la vio. Cuando despertó, desorientado, dos horas después, ella ya no estaba a su lado.
Había desaparecido sin dejar rastros.


Amanda, por su parte, todavía estaba la piscina, pensando también en él.
Hizo bien en marcharse sin dejar rastros después de la fogosa y apasionada noche que tuvieron. Si se hubiera quedado, probablemente él hubiera insistido en averiguar quién era, donde vivía o que hacía… y esa no eran informaciones que ella podía proporcionarle.
Una vez que él se durmió, se levantó lentamente de la cama y, desnuda, salió de la habitación. Sus ropas estaban esparcidas por todos lados. Amanda sonrió. Recogió todo y fue rápidamente hasta el baño social. Se aseó como pudo y se vistió.
Sin hacer ruido, y con el par de zapatos colgando de sus dedos, se retiró de allí. No sin antes darle una hojeada completa al departamento. Muy masculino… ideal para él.


Jamás se arrepentiría de esa noche. Christian, sin saberlo, había cumplido todos y cada uno de sus sueños adolescentes. Él estaba arrepentido de lo que le había hecho, se lo acababa de decir… pero lo que no sabía era que se había reivindicado con creces.
Qué maravilla de hombre.
¡Santo Cielos! Tenía que contestarle el correo. 
Abrió de nuevo el ordenador y empezó a tipear. Como no sabía que ponerle, decidió ser sincera:

Para: motoqueiroconzippo@gmail.com 
De: gatita_voluptuosa_69@gmail.com
Asunto: RE: Saudade
Si en algo te consuela, yo siento lo mismo. 
"Saudade"… Elegiste una palabra simple, difícil de traducir, pero que encierra muchos sentimientos a la vez. Me hago partícipe de todos ellos.
Has invadido mis pensamientos y embotado mis sentidos. No hay nada en este mundo que me gustaría más que un 69 contigo, pero por ahora no es posible. Créeme…
Tuya, Gatita voluptuosa.

Sin pensarlo dos veces, antes de arrepentirse, se lo envió.
Y se sintió triste. Era como si hubiera cerrado un capítulo maravilloso de su vida.


Christian no podía dormir, pensar en ella siempre le causaba insomnio.
Quizás me haya contestado ya, pensó. Encendió la luz, tomó su laptop y la apoyó a su lado en la cama. Lo encendió y revisó el correo gratuito que había creado, una sonrisa asomó en su cara cuando vio que tenía un nuevo mensaje.
Pero dejó de sonreír cuando lo leyó. 
¿Qué significaba eso? Le daba alas y se las cortaba al mismo tiempo.
00:24 hs. Acababa de contestarle.
Se fijó en la columna del costado izquierdo de la pantalla, y vio su nick en verde, lo cual significaba que ¡Estaba en línea! Lo pulsó y se abrió la pantallita del chat.
«Él: ¿Gatita, estás?»
—¡Ohhhh, Santo Cielo! —Amanda, que todavía estaba en la piscina, se sobresaltó cuando se abrió la ventana del chat.
Miró hacia sus costados, sin saber qué hacer. No debería contestarle. 
No, noooo.
«Ella: Hola Chris» 
Tonta, tonta, tonta.
«Él: Que bueno que te encuentro en línea ¿Cómo estás?»
«Ella: Bien, a punto de acostarme» 
«Él: Acabo de leer tu respuesta ¿Puedo ir al grano?»
«Ella: Creo que eso es lo usual entre nosotros»
«Él: ¿Estás casada, gatita?»
Pausa.
«Él: ¿Lo estás?»
«Ella: No» 
«Él: ¿Comprometida, de novia, vives con alguien?»
Pausa (Aunque el chat indicaba que estaba escribiendo) Esperó.
«Ella: No y no… y vivo sola»
«Él: ¿Entonces, cuál es el impedimento para que podamos vernos otra vez?»
«Ella: No puedo decírtelo, pero créeme, lo hay»
«Él: Es ridículo. Necesito verte de nuevo, saber si lo que sentí contigo fue producto de mi imaginación… o si realmente existe esa conexión. ¿Tú la sentiste, gatita?»
«Ella: Sí»
«Él: ¿Sabes quién soy?»
«Ella: Lo sé, y esa es una de las razones por las que no podemos vernos más»
«Él: ¿Acaso hay alguna nueva religión o partido político Anti-Chris-O? No entiendo»
«Ella: [Emoticón de risa]. Sería un grupo muy selecto ¿Quién podría estar en contra tuyo?»
«Él: Te sorprenderías… ¿es esto lo que quieres, gatita? ¿Conversación intrascendente?»
«Ella: Podría ser un buen comienzo.»
«Él: Lo hicimos todo al revés ¿No? ¿Es eso lo que quieres decirme?»
«Ella: Eso es cierto, pero no se me había ocurrido»
«Él: ¿Te arrepientes de lo que pasó?»
Que diga que no, por favor.
«Ella: No, Chris. Fue maravilloso» 
Sintió un alivio muy grande. Eso era bueno, no estaba arrepentida.
«Él: Gatita, encontrémonos. [Emoticón de guiño] Sólo para conversar, no te tocaré, lo prometo. Quiero ser sincero contigo: necesito medir el alcance de lo que pasó entre nosotros. 
Pausa.
«Él: Fue… intenso, si cabe la posibilidad de llevarlo a otro nivel, sería maravilloso, ¿no crees?»
¿Maravilloso? Sería la gloria. Pero sabía que él se llevaría una gran desilusión si averiguara quién era realmente su gatita. Sólo pensarlo era imposible.
«Ella: Maravilloso, si. Pero imposible, créeme»
«Él: ¿Porquéee???? [Emoticón enojado]»
«Ella: Tengo que irme, Chris»
«Él: Gatita, por lo menos dime cuál es tu nombre»
Pausa.
«Él: ¿Gatita?»
Se fijó al costado. De verde pasó a rojo. Ella se había desconectado.
¡Maldición! Su nick le calzaba como un guante, era más escurridiza que una gata.

Continuará...

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