Envidia - Capítulo 10

miércoles, 24 de agosto de 2011

Amanda tenía una hora para prepararse. Se bañó y se lavó el pelo rápidamente y lo dejó suelto, de modo a que sus rizos se secaran solos y descontrolados como se veían al natural.
Se maquilló igual como lo había hecho la noche que lo conoció. Se puso sus lentes de contacto, a pesar de que le causaba grandes molestias, pero duraba poco, enseguida se acostumbraba y se aplicó la crema con efecto luminoso por todo el cuerpo.
Tenía un hermoso olor a sándalo, totalmente diferente a su aroma habitual, esperaba despistarlo.
Sacó el pequeño biquini amarillo con la margarita bordada que había comprado, el que pensó que jamás usaría y se lo puso, cubriéndolo con la salida de baño blanca a juego, confeccionado con pequeñas redecillas de hilo y apliques de la misma margarita del biquini.
Se miró en el espejo del baño y sonrió.
Se veía bien, aunque gorda, pero aparentemente a él le gustaba su cuerpo redondeado.
Y lo más importante. Nadie que la viera pensaría que ella era la tranquila señorita Amanda Taylor. Esa noche no era más que una gatita voluptuosa.
Miró la hora.
¡Santo Cielos! Si ella quería llegar antes que él, debía apresurarse.
A hurtadillas, sin que nadie la viera, salió del edificio principal rumbo al bloque de piscinas termales. Llegó con diez minutos de antelación y se dirigió hacia el acceso de la gruta.
Estaba oscuro. Ayudándose por el tacto, caminó hasta el fondo y buscó el interruptor en el mismo lugar que Christian lo había pulsado. Se encendió una suave luz, la giró y graduó la intensidad.
Mirando detenidamente el lugar, divisó una saliente en las rocas, donde sería perfecto esperarlo. Se sentó e introdujo los pies en el agua. ¡Cielos, estaba maravillosamente tibia! Apoyó ambas manos en el piso, detrás de ella y mandó su cabeza para atrás, disfrutando la sensación con los ojos cerrados.
Fue así como Christian la vio al entrar en silencio.
Su cuerpo voluptuoso brillaba delicadamente con la tenue luz. Sus largas piernas se movían suavemente dentro del agua, ondeando la superficie de la terma y creando un efecto de ondas de luz en las cavernosas paredes.
¿Cómo podía pensar que lo defraudaría? Era una diosa.
Quería sorprenderla, así que se deslizó sin hacer ruido hasta el otro extremo de la piscina natural y se escondió en un nicho detrás de una roca. Allí se desnudó rápidamente, salió sigiloso, y midiendo la distancia, se lanzó al agua de cabeza.
Ella se sobresaltó al escuchar el ruido. Abrió los ojos, pero no vio nada. Sacó las piernas del agua y miró hacia abajo, asustada.
Christian emergió en ese momento, justo frente a ella.
—¡Ohhhh! —Amanda retrocedió, asustada.
—Hola gatita.
—Santo Cielos, Chris, me asustaste.
—Lo siento, quería darte una sorpresa. —Se paró en una saliente frente a ella y estiró las manos para tomar las suyas—. Acércate.
Y ella lo obedeció, quedando en la misma posición que al principio.
—Te extrañé, gatita —dijo besando los dedos de su mano. La acercó más hacia él y sus caras quedaron a la misma altura—. No fuiste una alucinación.
—No, no lo soy.
Pasó el pulgar de una mano por sus labios, estremeciéndola y con los dedos de la otra le acarició la mejilla. Fue bajando las manos por sus hombros, despojándola de la salida de baño, que cayó detrás de ella.
Acercó lentamente su cara y la rozó con los labios, en una suave caricia que puso en tensión todas las terminales nerviosas de Amanda. Respiró contra su boca, y sus alientos se mezclaron. Ella gimió, mientras él desataba el nudo de su nuca y su espalda, sin que ella se percatara de lo que estaba haciendo.
El corpiño se deslizó hacia abajo, y el tomó posesión de ambos pechos con sus manos, abarcándolos, estrujándolos, presionando sus pezones con los dedos, mientras reclamaba su boca y su lengua en un apasionado beso que embotó todos sus sentidos.
Sus manos fueron bajando por sus costillas, hasta su cintura, y luego a los costados, desatando los nudos de los dos pequeños triángulos que cubrían el precioso coño que tanto quería ver de nuevo, que tanto deseaba saborear.
Ella apoyó sus manos detrás y levantó las caderas, mientras él le despojaba de su última prenda dejándola totalmente desnuda.
Christian abrió sus piernas y la miró.
—Lo conservaste como a mí me gusta, gatita. —Pasó un dedo por la abertura y ella gimió. Metió un dedo en su interior y sintió el espasmo del deseo que lo aprisionó, su humedad. —Qué belleza.
—Chris, hazlo.
—Dime qué quieres, mi dulce gatita, yo te lo daré.
—Chúpame, bebe de mí hasta la última gota —dijo susurrando—. Te deseo, necesito tu boca en mi coño y tu lengua dentro de mí.
—Tus deseos son órdenes para mí —dijo ya junto a su entrada, pasándole la lengua como si fuera un chupetín de caramelo, estremeciéndola totalmente. —Túmbate y disfruta, gatita.
Ella se acostó en la roca, abriendo más sus piernas y él, inclinándose hacia delante, chupó el capullo hinchado de su clítoris, bañó los pliegues de su carne, suaves como un pétalo, con su lengua, metió un dedo y exploró la húmeda abertura caliente. La lamió y la chupó hasta recordar cada matiz, cada pliegue, cada textura. Probó su esencia misma. Siguió bebiendo de ella, levantándola hacia su boca con sus manos apoyadas en sus nalgas.
Más consciente de la lengua de él palpitando en su interior que de los propios y desbocados latidos de su corazón, Amanda levantó los brazos lentamente y se estiró hacia atrás, ofreciéndose más a él, abriendo más las piernas. Jamás pensó que podría haber un placer que superara la agonía, pero ahora lo sabía.
Amanda jamás se había sentido tan abierta, jamás había pensado que el cuerpo de una mujer podía soportar tanto castigo y desear todavía más. No podía respirar, tenía que terminar... no podía sobrevivir a un placer tan prolongado.
Y cuando llegó al final, Amanda creyó que no podría sobrevivir a la culminación.
Lanzó un grito ahogado y todos los músculos de su cuerpo gritaron con ella, convulsionándose, contrayéndose, despedazándose. Hasta que se mantuvo totalmente quieta, con los ojos cerrados y el corazón latiendo desbocado.
—No hay nada más hermoso que ver el cuerpo de una mujer totalmente abierto. —Mirándola, metió un dedo dentro de ella, sintiendo los últimos espasmos de su vientre, luego introdujo otro y Amanda gimió—. Adoro verte así, gatita, me encanta tu coño desnudo, consérvalo así siempre.
—Mmmm, sí… lo haré. Ven aquí, Chris.
—Entra al agua conmigo, la roca es muy dura, te haré daño.
Él la bajó lentamente, y a medida que lo hacía, fue besando y lamiendo cada parte de su cuerpo que quedaba expuesto frente a sus labios. La mantuvo agarrada de las axilas, para poder besar sus hermosos y grandes senos, deleitándose con la dureza de sus excitados pezones, mordiéndolos suavemente. 
La aprisionó contra la pared de roca de la piscina, donde hacían pie y la bajó lentamente hasta el miembro duro y rígido que la estaba esperando inquieto. Ella lo tomó en las manos y lo guió a su interior envolviéndolo con las piernas, presionándola hacia ella.
Todavía sensibilizada por el potente orgasmo anterior, las caderas de Amanda se movieron en un espasmo hacia delante cuando una corriente eléctrica pareció formar un arco desde su pecho a su vientre. Un sonido sordo brotó de la garganta de Christian cuando sintió que su coño lo tomaba por completo, y luego comenzó a embestirla y a empujar su pelvis contra la de ella.
Amanda balanceó sus caderas en continuo acompañamiento. Parecía imposible, pero los movimientos combinados lo introdujeron más profundamente dentro del cuerpo de ella y todavía no era suficiente. Necesitaba que él se retirara más, además de presionar.
Christian lo hizo, primero retirándose y haciendo cortas embestidas que se volvieron cada vez más largas. Amanda estaba como en un mundo inexplorado de sensaciones y sonidos extraños: el impacto de la carne, los gritos sofocados de la respiración entrecortada, el agua arremolinada a su alrededor, la succión húmeda del cuerpo de ella que se abría como una flor bajo el sol, el estallido de la boca de él cuando soltó su pezón.
Chris levantó la cabeza y capturó su aliento en la boca, luego le dio el suyo cuando presionó su pelvis contra la de ella con el cuerpo balanceándose y la lengua embistiendo, vientre contra vientre, boca contra boca, los deseos de ella, los deseos de él, eran uno solo.
Él siguió moviéndose dentro de ella, ella siguió acompañándolo en el encuentro de sus carnes, hasta que los dos estuvieron resbaladizos, mojados y el orgasmo de Amanda volvió a explotar dentro de su cuerpo mientras los gritos estallaban en su boca. Las sacudidas de ella desataron el poderoso orgasmo de él, lanzándolo al vacio completamente. Christian también soltó un gruñido sofocado, antes de perder la razón en medio de sacudidas y estremecimientos.
Se quedaron abrazados largo rato, sin decir una palabra, acariciándose, hasta que ella bajó sus piernas y él besó sus labios de nuevo, mordiéndolos ligeramente.
—Vamos a la cama, gatita. No creo que pueda mantenerme en pie mucho más. Me dejaste agotado.
Se vistieron rápidamente, y cruzaron el patio hasta el edificio principal.
Él tenía muchas preguntas que hacerle, pero decidió no presionarla todavía. Hicieron el camino en silencio, tomados de la mano, como dos adolescentes enamorados, mirándose, robándose besos durante todo el trayecto.
Había algo extraño en ella, algo muy familiar. Su olor no era el mismo, pero su voz lo desorientaba, su andar le resultaba familiar, sus ojos… conocía esos ojos. ¿Quién era? ¿Por qué decía que se conocían? ¿Sería alguna empleada de CA con la que siempre se cruzaba? No había otra explicación, una persona ajena al complejo no podía conocer la gruta.
Pero si era una empleada ¿Por qué se escondía? En ese caso no había ningún impedimento para que estuvieran juntos, si realmente era soltera y sin compromisos como dijo ser.
Tenía que resolver el misterio esa noche.
Cuando llegaron, se desnudaron mutuamente y se acostaron, enredados, entrelazados.
—¿Quién eres, gatita? ¿Me lo contarás? —preguntó él junto a su boca.
—Chris… por favor, no preguntes nada.
—No dejaré que esto siga igual. Quiero conocerte, frecuentarte. Quiero que salgamos juntos, ¿no lo entiendes? Quiero tener una relación contigo. No me importa quién seas, pero necesito saber tu nombre, no puedo presentarte como mi gatita.
Ella debía hacer algo para detener tantas preguntas. Tenía las armas necesarias.
Lo tumbó de espaldas y se sentó a horcajadas sobre Christian. Su pelo cayó en cascadas descontroladas sobre él, acariciándolo con las puntas. Sus hermosos ojos verdes lo miraban suplicantes. Acercó la boca a su oreja y lo mordió, bajó por su cuello y lo lamió.
—Me fascina tu pelo —dijo tomando un mechón y oliéndolo.
Sus pezones rozaron suavemente el pecho cubierto de suave vello, ella se movió lentamente hacia abajo, acariciándolo con ellos hasta el ombligo, y con su boca lamió y besó todos los puntos que encontró a su paso. Sintió que él gemía y se entregaba, olvidándose momentáneamente de todo lo que no fueran las exquisitas sensaciones de sus cuerpos.
Volvió a subir y cuando llegó a su cuello, dijo:
—¿No teníamos un «número» pendiente? —refiriéndose a la posición sexual.
—Voltéate, gatita, ofréceme tu dulce coño, sube encima de mi boca.
Y ella lo hizo, quedando ante la vista de su enorme falo ya duro y apuntando hacia su boca.
—Mmmm, tienes un olor increíble, —abrió sus pliegues con los dedos y le pasó la lengua, lamiéndolos, sintiéndolos ligeramente diferentes, salados—. Puedo sentir mi esencia en ti, ¿sabes?
—Yo también puedo sentirme en ti, —dijo Amanda besando su glande, lamiendo, metiéndolo en su boca y chupándolo suavemente, luego acariciándolo con las manos—. Tienes un arma muy potente aquí, Chris. Eres magnífico, perfecto.
—Puede ser solo tuyo, gatita. Depende de ti, dime las palabras mágicas —dijo antes de meter la cara entre sus piernas y chuparla, morderla, lamerla ávidamente, bebiéndola completamente de ella, hasta hacerla gritar de placer.

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