Cecilia hizo lo mismo en su habitación, luego se cambió los pantalones y la camisa que se había puesto por algo más cómodo: un vestido corto de algodón con el que solía estar dentro de la casa.
Tomó el libro de psicología que estaba leyendo y se recostó en la cama, pero a mitad del capítulo, también se quedó dormida.
Un par de horas después, Roberto se despertó desorientado con dolor de cuello.
¿Dónde estoy? Fue lo primero que pensó.
Cuando le pasó el aturdimiento inicial, sonrió y miró a su alrededor. Todo estaba oscuro y frío, se fijó en la hora, apenas eran las cuatro de la tarde. Se levantó y fue a buscar a Cecilia.
La encontró en su habitación.
Estaba durmiendo de costado, de espaldas a él, con el velador encendido y un libro mal cerrado entre sus manos. Se acercó a ella y sonrió, porque ni siquiera se había sacado los anteojos de lectura.
Se veía adorable, parecía una niña indefensa. El vestido celeste que tenía puesto se pegaba tanto a sus formas y era tan fino que podía ver las curvas perfectas de sus nalgas y las costuras de sus bragas.
Le sacó suavemente las gafas y el libro, apagó la luz y se acostó detrás de ella. Como la habitación estaba helada por el aire acondicionado, tomó el edredón que estaba a sus pies y los tapó a ambos. Se acercó y la abrazó, ella se pegó a él suspirando suavemente.
Estoy en el paraíso, pensó Roberto y al rato volvió a quedarse dormido.
Una hora más tarde, Cecilia despertó lentamente, sintiendo una calidez inusual, alguien le hacía cosquillas en el cuello y le acariciaba el estómago. Era la gloria. Se estremeció y movió ligeramente su cuerpo para acercarse aún más a esa dureza deliciosa que sentía presionando sus nalgas.
Dio vuelta la cabeza y miró a Roberto con los ojos entornados.
—Buenas tardes, princesa —dijo suavemente, con un susurro ronco, sin dejar de acariciarla —qué hermoso despertar.
Ella dudaba de su capacidad de emitir sonido alguno.
—Mmmm, Rob —dijo con una voz tan profunda que la sorprendió, —¿cómo fue que terminaste en mi cama?
—Me desperté con el cuello duro y te vi tan cómoda que no pude resistirme. —Miró su reloj—. Hace más de una hora que estamos durmiendo juntos.
—No te recordaba tan atrevido.
—Son los años y la experiencia, cariño, la vida te enseña que si no haces lo que quieres, cuando quieres, puedes llegar a arrepentirte, y luego ya es tarde.
Ella se dio la vuelta y quedó recostada de espaldas contra la cama, bien pegada a él, que estaba de costado con una mano sosteniendo su cabeza y la otra sobre su estómago, trazando lentos círculos sobre el suave algodón.
Sin decir una palabra, solo mirándola intensamente, subió su mano lentamente, acariciando su cuerpo y llegó hasta su cara. Pasó un dedo suavemente desde sus cejas hasta su nariz, llegando a su boca, ella la abrió ligeramente y suspiró.
—Estás excitada, Ceci.
—¿Cómo lo sabes?
—Tus pezones se endurecieron —posó un dedo sobre uno de ellos e hizo un círculo a través del fino algodón, luego con el otro, ella gimió—. Se sienten tan bien, quisiera verlos.
—¡Oh, Santo Cielo, Rob! Esto es tan extraño.
Él abarcó uno de sus senos con la mano y lo acarició.
—Más vale que te vayas acostumbrando a mis manos y a mi boca, porque pienso tocar, besar y saborear todos los rincones de tu cuerpo, hasta los más ocultos —dijo en su oído, mordiéndolo.
—Rob, yo solo quiero que me dejes embarazada, no que te luzcas. No es necesario todo eso.
—Ahhh, no princesa, yo pretendo disfrutarlo, y quiero que tú también lo hagas.
—Yo… yo no… eh —odiaría que él se llevara una desilusión, y sabía que eso ocurriría, sería mejor que fuera sincera con él, al fin y al cabo eran amigos, lo entendería—. Yo no suelo disfrutarlo, Rob, me temo que te llevarás un chasco.
Roberto la miró estupefacto.
—¿Cómo dices?
—No soy una persona muy sexual, de hecho, no me gusta el sexo. —Bajó la cabeza y lo miró de soslayo—. Realmente no lo disfruto.
La mirada de él se endureció y frunció el ceño.
—¿Qué clase de imbéciles te tocaron, princesa? —preguntó visiblemente molesto—. Yo te siento muy abierta y receptiva y sin duda alguna excitada —con la desfachatez de un caradura, introdujo la mano bajo su falda y dentro de sus bragas.
Ella pegó un grito.
Él sonrió y metió un dedo en su interior, sin dejar de mirarla, convulsionándola.
—Estás húmeda y caliente, Ceci —dijo pasando la lengua por sus labios y trazando suaves círculos entre sus pliegues con los dedos—. Y definitivamente lo estás disfrutando.
—Mmmm, Rob… me expresé mal —contestó cerrando los ojos y estremeciéndose, moviendo las caderas para encontrarse con el empuje de sus dedos curiosos.
En ese momento sonó el localizador de Roberto.
—¡Maldición! —retiró el dedo de su centro, sacó el aparatito de su cintura y leyó el contenido, fastidiado. La miró culpable—. Es del hospital, tengo que irme, cariño… lo siento.
Ella suspiró y asintió, acomodándose el vestido.
Él levantó el dedo con el cual la había acariciado y lo metió en su boca, probando su sabor.
—¡Dios mío! Eres ambrosía pura.
Se levantó de un salto y acomodó su ropa, pasándole la mano para ayudarla a levantarse.
Como si no hubiera pasado nada, la tomó de la mano y la llevó hasta la sala. Levantó su mochila y se la puso al hombro, luego la miró y dijo:
—Princesa, probablemente no podré verte hasta que partamos el jueves, pero te llamaré. Y pasaré a buscarte al mediodía para ir al aeropuerto, ¿sí?
Ella asintió.
—Y seguiremos hablando de éste tema.
Volvió a asentir, él sonrió.
—Tengo algo que pedirte antes de irme —dijo Roberto.
—Dime.
—¿Sabes lo que es un "Telly Savalas"? —Ella negó con la cabeza, mirándolo interrogante —Bueno, averigua lo que es… y háztelo.
Posó una mano en su cuello y otra en la cintura y la estiró hacia él, besándola apasionadamente, antes de dar media vuelta y desaparecer por el pasillo, dejándola aturdida y deseosa de más.
¡Dios mío, es tan intenso! Pensó Cecilia.
—¿Qué cuernos es eso que me pidió? —preguntó en voz alta, frunciendo el ceño.
—¿Qué te vas donde? —preguntó Sylvia del otro lado de la línea al día siguiente a la noche.
—A Punta del Eeesteee ¿acaso eres sorda? —contestó Cecilia, que estaba tirada en su cama con el televisor prendido a bajo volumen y el ordenador portátil a su lado.
—Ay, Ceci, que maravilla, ¡te envidio! ¿De vacaciones o por trabajo?
—Vacaciones.
—¿Sola?
—No preguntes tanto, Syl.
—¿Te arreglaste con Darío?
—Ni loca.
Silencio en la línea.
—Déjame entender. No te arreglaste con Darío, no vas con él...
—¡No! No voy con él. Has de cuenta que voy sola.
—Pero no vas sola.
No le contestó.
—Tengo algo que preguntarte —dijo Cecilia cambiando de tema.
—Dime.
—Hace horas que estoy tratando de averiguar en internet que es un Telly Savalas.
—No es un qué, es un quién. A papá le encantaba su serie, y varias veces lo vi imitándole con el chupetín en la boca, aunque yo jamás vi el programa.
—Bueno, tengo sus imágenes aquí en el ordenador. Miles de cabezas rapadas de un tal Kojak, pero sigo sin entender.
—Kojak era el detective de una serie televisiva de la década del setenta protagonizado por él, obviamente no es de nuestra época. Pero… ¿Qué es exactamente lo que quieres averiguar?
—No veo la relación.
—¿Relación de qué?
—Me pidieron que averigüe que es un Telly Savalas y me lo haga.
Luego de unos segundos, Sylvia empezó a reír a carcajadas.
—Yo estoy desesperada y tú te pones a reír —dijo Cecilia enojada.
—Para ser tan inteligente, a veces resultas sumamente tonta, Ceci… ¿Cómo dijiste que era exactamente la cabeza de Kojak?
—Rap… —Cecilia abrió los ojos como plato—. Ohhhhh… —Se puso roja como un tomate. Sin darse cuenta, había quedado en evidencia ante su amiga.
—¡Te vas con un hombre! Bandida… y uno que quiere verte totalmente depilada.
—Sylvia, por favor. No digas nada, te lo ruego —pidió suplicante.
—Lo publicaré mañana en el periódico si no me cuentas quién es.
—Prometo contarte todo a mi vuelta si mis planes resultan, te lo juro.
—¿Y qué planes son esos?
—Bueno, eso ya lo sabes… te lo dije miles de veces. Llegó la hora de llevarlo a cabo.
—Ceci… vas a… ¿vas a embarazarte? —preguntó preocupada.
—Lo intentaré, por supuesto.
—¿Y el candidato elegido lo sabe o lo llevas engañado?
—De hecho, él me lleva a mí. Lo sabe y está dispuesto a ayudarme, querida.
—Cada vez que te oía hablar sobre eso pensaba que eran fanfarronerías tuyas ¿Realmente lo vas a hacer?
—Como que me llamo María Cecilia Antúnez. Deséame suerte, Syl, si todo va bien, vas a ser tía el año que viene.
Al final, debido a complicaciones en el hospital, Cecilia y Roberto decidieron encontrarse directamente en el aeropuerto. Ella iba rumbo al mismo en un taxi, nerviosa.
Hacía tanto que no salía de vacaciones que le costó un poco organizar su consultorio. Derivó los pacientes urgentes a una colega amiga suya con todo el historial y el resto los pasó a la semana en la que volvía. Por suerte ya había terminado su trabajo anual en el neuro-psiquiátrico, de eso no tendría que preocuparse hasta dentro de seis meses.
Llamó a sus padres y a Ramiro para despedirse, sin darles muchos detalles sobre el viaje. Su hermano, por supuesto, la atosigó a preguntas, que ella sorteó magistralmente. También fue de compras con Sylvia y adquirió preciosos conjuntos para la playa, ropa casual y hermosos vestidos para la noche, zapatos, cremas, maquillajes y todo lo que podría necesitar.
Estaba preparada.
Suspiró mirando el paisaje y vio que estaban llegando al aeropuerto.
Se puso más nerviosa cuando entró y no vio por ningún lado a Roberto, él se había encargado de retirar los tickets y toda la documentación necesaria de la agencia de viajes.
Ni siquiera sé a qué hotel vamos, pensó. Eso no era propio de ella.
Llegó hasta la zona de embarque y observó hacia todos lados. Entró en pánico, miró su reloj y vio que tenían tiempo de sobra. Relájate, Ceci, se ordenó a sí misma, te vas de vacaciones, a disfrutar, no a ponerte nerviosa, olvida el control, olvida todo a lo que estás acostumbrada, déjate llevar.
Durante los siguientes diez minutos se puso cada vez más nerviosa.
—No te comas las uñas, pareces una niñita asustada —dijo una profunda voz detrás de ella.
Se giró y sonrió.
Ni siquiera se dio cuenta que estaba mordiéndose las uñas hasta que él se lo dijo.
Roberto la saludó, le dio un beso en la mejilla y la ayudó a llevar su valija hasta el mostrador de registro y embarque.
Quince minutos después ya estaban listos y registrados, cada uno solo con un pequeño bolso de mano, a la espera de ser embarcados.
—Todavía tenemos más de media hora para subir al avión, ¿te gustaría entrar ya a la zona de espera o vamos al bar a tomar un café?
—Tomemos un café.
Él le tomó la mano y caminaron por el aeropuerto como si de una pareja normal se tratara.
Luego de retirar su pedido, se sentaron en el bar, con vista a la pista de aterrizaje.
—Estás tan tensa como la cuerda de una guitarra, relájate princesa —pidió Roberto.
—Es que estoy nerviosa.
—Lo sé, yo también lo estoy, pero ya estamos en el baile… —le miró intensamente y continuó—: dancemos.
—No pareces nervioso.
—Créeme, lo estoy —Tomó su mano y se la besó—. Dos semanas atrás ni me imaginaba que iba a estar haciendo esto, menos aún pensar en la posibilidad de tener un hijo. Tú te preparaste toda la vida para esto, para mí es totalmente nuevo.
Ella rió, nerviosa.
—Te metí en un lio, ¿no?
—Un delicioso lío, sí. Relajémonos, princesa. Será lo que tenga que ser, creo que debemos pensar en disfrutar de este viaje, en conocer a los adultos en quienes nos convertimos y sacar el mejor provecho a esta situación ¿no crees?
—Estoy totalmente de acuerdo, Rob —acercó su rostro al de él y le dio un suave beso en los labios—. Disfrutemos.
—Mmmm, me gusta esta forma de disfrutar —dijo contra su boca, presionó sus labios contra los de ella y profundizó el beso.
Ninguno de los dos se dio cuenta que a cierta distancia, desde la zona de desembarque, un par de ojos negros como la noche, los observaba furioso.
Darío estaba llegando de su viaje cuando los vio, y como alma en pena, arrastrando su equipaje, se acercó inmediatamente hasta donde estaban. Ninguno de los dos lo vio hasta que dijo:
—Que rápido te consuelas, Cecilia.
Ella levantó la mirada y soltó la mano de Roberto, asustada.
—¡Darío! ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella nerviosa.
—Estoy llegando de mi viaje, y tú estás partiendo muy bien acompañada, por lo que veo —miró a Roberto con rabia—. Ni siquiera esperas a que el cadáver se enfríe en la tumba, cuando ya estás en búsqueda de la siguiente víctima, ¿no?
—No te lo permito, "Poletti" —dijo Roberto levantándose—. Trátala con respeto, como se merece.
—¡¿Respeto?! ¿Qué respeto? —preguntó Darío indignado—. No esperó ni un mes para pasar de calentar mi cama a la tuya y me hablas de respeto…
—Darío, por favor… estás haciendo una escena —dijo Cecilia suavemente—. Tranquilízate.
Él la miró como queriendo asesinarla.
—¿Qué me tranquilice? Encuentro a mi novia aquí, besuqueándose en público con otro ¿y quieres que me tranquilice?
—Yo no soy tu novia, Darío. Entiéndelo de una vez por todas, lo nuestro terminó, te lo repetí como una docena de veces.
—Tuvimos una pelea, Cecilia. Eso no significa que todo esté terminado entre nosotros.
Roberto se mantenía al margen, escuchando atentamente.
—Lo está, lo siento. Te lo dije antes y te lo repito ahora.
—¿Podemos hablar a solas? —preguntó Darío, molesto.
Cecilia miró a Roberto y él le hizo una seña indicándole que tenían que embarcar.
—Te prometí que hablaríamos a mi vuelta, Darío. Yo… yo tengo que tomar el avión ahora, lo siento, no puedo.
Darío la tomó del brazo y la apartó un poco.
—¿Te vas con él, no?
—Vamos a un congreso, te lo dije.
—¡¿Un congreso?! Estabas besándolo, maldita seas. Se suponía que era tu amigo de la infancia.
—Lo que yo haga con mi vida ya no es de tu incumbencia. Entiéndelo, por favor —Ella intentó zafarse de su agarre, pero no pudo—. Me estás lastimando, Darío.
—Y tú a mí. ¿Cómo puedes hacerme esto?
—Lo siento, de veras —dijo Cecilia con los ojos nublados—. Tengo que irme, por favor suéltame si no quieres que me ponga a gritar.
Él la soltó.
—Gracias —lo miró con tristeza—. Siento haberte causado daño, Darío, en serio. No fue mi intención —Miró hacia donde estaba Roberto, y suspiró—. Me voy… es hora de embarcar.
Él no dijo nada más, solo la miró intensamente, con desprecio.
Cecilia dio media vuelta y caminó hacia Roberto, quién la esperaba pacientemente, atento a cualquier problema que pudiera surgir.
Darío los miró con furia contenida hasta que desaparecieron de su vista.
Recién cuando estuvieron dentro de la sala de espera, frente al portón de embarque, Roberto se permitió abrazarla, consolándola en silencio. Y la mantuvo abrazada sin decirle nada hasta que estuvieron cómodamente sentados en el avión.
¿En qué lio me he metido?, pensó Roberto. Realmente esperaba que valiera la pena.
Quizás se precipitaron, quizás debieron esperar un tiempo prudencial hasta que los sentimientos de Darío se calmaran un poco. Pero ahora ya era tarde, el daño estaba hecho.
Ninguno de los dos podía haber previsto la presencia de él en el aeropuerto. Se puso en su lugar y se sintió mal anímicamente. Lamentaba formar parte de ese triángulo, de ser el causante del dolor de otra persona, pero no podía hacer nada. Solo tener cuidado y protegerse a sí mismo.
La joven que él conoció era una buena persona, pero no conocía bien a la mujer en la que se había convertido. Si no tenía cuidado podía ocurrirle lo mismo que a Darío. Se repitió a si mismo que tomara este viaje como lo que era: una aventura pasajera, que tendría consecuencias, pero en la cual no tendría que involucrar su corazón, para nada.
Lo que alguna vez sintió por ella estaba en el pasado. La apreciaba, era su amiga, y la deseaba como mujer. Pero ahí debía terminar todo. Disfrutarían de sus días juntos, la ayudaría a cumplir su sueño y luego criarían a ese niño juntos, pero separados. Todo estaría bien… mientras no se involucrara.
Perfecto.
Continuará...
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